UNA REINA ANÓNIMA - Capítulo 7
CAPÍTULO 7 – LOS PREPARATIVOS
Cuando mi padre volvió de su semana de caza yo estaba extenuada. Había tenido que hacer su trabajo y el mío, el retrato apenas lo habíamos terminado y el ajuar estaba aún a medias. Pero en el poco tiempo que había tenido libre había conseguido hacer parte de los preparativos del traslado. Sabía que con mi padre tenía vía libre para concederme ciertas licencias, no solo porque confiaba en mí, sino porque sabía que en mi vida privada era bastante austera y no me excedería con los gastos innecesarios. Sin embargo para ciertos asuntos necesitaba su permiso, o más bien, su aprobación.
Mi dama mayor me informó de que ya había regresado, se había aseado y cambiado de ropas y degustaba su cena con tranquilidad. Ella me aseguró que se iría a costar nada más cenar pero yo estaba más que segura de que se pasaría por su despacho para comprobar que la semana de su ausencia no había supuesto un problema y los planes que tenía concertados se habían resuelto con naturalidad.
Algo dentro de mí también creía que él estaría esperando por mí, que me presentaría al menos para asegurarme de que había vuelto sano y salvo, y para darle mi confirmación de viva voz de que todo había sucedido como debía. Así que cuando me avisaron de que ya había cenado y se había dirigido a su despacho, me armé de valor y acudí allí. Me esperaba con una copa de vino y un par de velas encendida. No parecía dispuesto a pasarse horas allí, como solía. Pero no podía meterse directamente en la cama, así que hacia algo de tiempo, revisando algunas cartas privadas que le habían llegado.
Le sorprendí abriendo una de ellas, rompiendo el lacre con cuidado. Me miró por encima de la luz que irradiaban las velas a su alrededor y al reconocerme me sonrió con una mueca de cansancio.
—Hija mía. ¿Qué tal vuestra semana?
—No tan bien como la vuestra padre. —Dije, a lo que él soltó una risilla infantil, como si se avecinase la reprimenda y le pareciese más un berrinche infantil—. ¿Cómo se os ha dado la caza?
—No es buena época, pero el conde se empeñó. —Dijo él.
—Y vos estáis encantado.
—¿Estás enfadada? Me han dicho que lo habéis resuelto todo con astucia y primor…
—Debíais haberme avisado con antelación.
—Tampoco yo sabía que el conde se presentaría de improviso. Pero no ha sido para tanto, ¿cierto? Así os acostumbraréis, este es el trabajo que todos los reyes deben hacer, y pronto seréis reina.
—He hecho el trabajo de un rey, siempre hago el trabajo del rey. Pero seré reina.
Mis palabras parecieron preocuparle un poco, pero esa expresión desapareció pronto de su faz.
—Lo mismo es. Las mujeres también tienen que encargarse de estos menesteres, sobre todo cuando les falta el marido.
Ahí tuvo la razón, así que no pude decir nada. Pero no se me quitaba el mal sabor de boca. Deseaba reprenderle, pero al mismo tiempo deseaba suplicarle que no me pidiese nuevamente que hiciese las veces de representante del rey. Mucho me estaba costando desprenderme de esta corte, como para involúcrame aún más en ella.
—¿El duque de Osuna se enfadó?
—No. Pero no le gustó ser recibido por mí. Y a su mujer tampoco que me quedase con su marido mientras ella paseaba por los jardines con mi hermana.
—Hubiera dado lo que fuera por ver su cara. —Dijo mi padre y se rió como un niño que ha hecho una travesura. Yo suspiré y miré alrededor.
—En esos pequeños ratos muertos que he tenido mientras tu secretario me pasaba las montañas de papeleo para firmar y el consejero de hacienda me requería para aprobar nuevos presupuestos, he estado pensando en mi traslado.
—Eso está muy bien, querida. Tu madre y yo hemos pensado mucho en ello y me ha comentado que tiene casi terminado tu ajuar. También ha decidido que te lleves uno de los carros de palacio para el viaje. El que compré en Italia. Su madera…
—Yo he estado pensando en detalles algo más trascendentes, que el carro, el ajuar, las joyas o los vestidos. —Le corté, a lo que él levantó una mirada desaprobadora. No le gustaba que lo interrumpiesen, pero aún menos que desacreditase a su esposa.
—Isabel.
—Deseo que María Manuela me acompañe. Ella ha accedido y es mi mejor dama de compañía.
—Comprendo. –Suspiró mi padre, asintiendo con comprensión.
—Necesito que firmes este permiso. —Le dije, extendiéndole uno de los papeles que había traído conmigo—. Aunque se le concedió un perdón real, aún están vigentes sus limitaciones territoriales. Con esto podrá salir del país y acompañarme.
Mientras le extendía a mi padre el papel, arrugaba el ceño para ajustar la vista.
—También me acompañarán Ana, Amanda y Marisa. El aya deseo que se quede con mi hermana. Me ha servido toda la vida pero ya no necesito que me acompañe.
—Bien, eso es una buena idea. —Cuando firmó el papel me lo extendió pero yo no lo recogí—. También he estado pensando yo en quien podría acompañarte como consejero. El fraile don Pablo es un buen hombre. —Dijo, y yo me mordí el labio inferior—. Es un hombre estudioso y no te vendrá mal tener a un sacerdote que pueda confesarte y aconsejarte…
Yo le extendí un segundo papel. Él se lo quedó mirando, con ojillos confundidos.
—Ya he pensado yo en quién me acompañará como consejero.
—¡Oh! —Exclamó y se sonrió pensando en la posibilidad de que ambos hubiésemos llegado a la misma resolución pero tras leer por encima el papel, y a punto de firmarlo le mudó la expresión y se revolvió en el asiento. No eran frecuentes los arranques de ira con su carácter, pero aquella vez se puso iracundo.
—¡NI LO SUEÑES! —Exclamó—. Ni lo pienses por un solo segundo. ¡Esta rata inmunda! Esta sabandija, este piojo, esta garrapata…
Yo me quedé en silencio, esperando de brazos cruzados a que pasase la tormenta.
—¿Estas en tus cabales, Isabelita? El conde de Villahermosa no es más que un vicioso, un hidalgo venido a menos. Un poeta profano que nos ha traído de cabeza desde que puso un pie en la corte. Por suerte eso se acabó hace años. Desterrado como está no puede ni si quiera entrar en la capital. ¡No pienses que voy a confiar la vida y el honor de mi hija a ese malnacido!
—Ese malnacido es el hombre más inteligente que ha pisado esta corte.
—Confundes la inteligencia con la maldad. Era un hombre cruel, que no dudaba en arruinar a un buen hombre con tal de coserle unos hilos con los que controlarle, y nos tenía a todos controlados. Como a marionetas. Solo sabe hacer eso, querida mía, controlar a las personas en su beneficio, colarse en los dormitorios de honradas mujeres, deshonrarlas, sacarles el alma y los secretos, y después poner la corte patas arriba con sus cotilleos.
—Me acompañará a Francia. —Sentencié, a lo que mi padre se quedo blanco como la nieve, y de nuevo, volvió la ira.
—No ocurrirá si yo no lo permito. No mientras viva. Ese hombre no te acompañará ni si quiera para cruzar la calle. De eso ya me encargué cuando lo desterré de esta corte y de la capital. Si pisa un solo adoquín, lo colgarán. Por sodomía, por injurias, por lo que me venga en gana.
—Yo he decidido que es lo mejor…
—Una traidora y un diablo. ¿Esas van a ser tus compañías en Francia?
—Una servidora fiel y un hombre astuto.
—Estas más ciega de lo que pensaba. —Se levantó, y tiró la carta encima de la mesa, sin firmar. No quería ni leerla—. Estás en pleno delirio. Dios te proteja si sigues pensando así mañana, porque no quiero volver a oír hablar del tema.
Su preocupación no era tanto por mi decisión, sino porque con sus ausencias y mi influencia en la corte, podía hacer que él regresase. Podía hacer mi voluntad, sobre todo porque tenía acceso al sello de mi padre y en más de una ocasión había tenido que imitar su firma. Eso era lo que verdaderamente le aterraba. La posibilidad de que su aviso quedase en nada.
—Es un hombre que sabe manejar a las personas, y sabe desenvolverse en sociedad. Pero más aun, me informará de todo aquello que se me ocultará. Bien sabéis que en la corte de Francia me haré enemigos, si no los tengo ya aún sin haber pisado el suelo de aquella nación. Y necesito alguien que me mantenga al tanto de las querellas y las traiciones que se generen.
—Pero Isabelita, hija mía, ¿acaso no te das cuenta que de lo que realmente temo es de que tú seas victima de su traición?
—Yo no temo tal cosa. Y si he de morir que se en manos patrias, maldita sea.
—Es un mal hombre. —Murmuró, y se sentó de nuevo en el asiento, dejándose caer con aire teatral—. Ni si quiera los de su propio gremio de poetas lo respetan o quieren. El propio Francisco Gómez* ha advertido que tanto con sus poemas como con sus vicios, solicita el castigo con todo su cuerpo.
—Ya veo que estáis enterado de las disputas poéticas que se tienen estos artistas. Entonces sabréis que De la Vega* le ha dedicado sendos poemas, y ha alagado su sobrado entendimiento.
—Otro que tal baila, no me extrañaría que mientras el conde estuvo aquí, se fuesen juntos de mancebías…
—Las malas acciones han empañado las grandes proezas que ha realizado bajo vuestro mando, padre. Como soldado fue muy audaz en las batallas en nuestros terrenos ítalos, y como estratega, siempre fue un buen consejero. ¿Acaso no fue él quien os informó de que vuestro Barcelonés os estaba traicionando? Por no hablar de sus fiestas. En la corte, no ha habido fiestas tan espectaculares como las que…
—¡Que innecesarias! —Exclamó, desmereciendo todas mis justificaciones.
—A madre le encantaban sus poemas.
Sus ojillos se iluminaron repentinamente con el recuerdo de mi madre, su primera esposa. Al principio pareció confundido, pero su recuerdo acudió raudo a su memoria y su expresión pasó a una de tierna comprensión. Una expresión que se desvaneció al enfocarse de nuevo en mí.
—No estáis en vuestros cabales, Isabelita. —Murmuró mi padre, negando con el rostro. Su tono indicaba que la conversación terminaba ahí, por lo que recogí el papeleo que me correspondía y me dispuse a marchar pero antes de salir, necesitaba quedarme con la última palabra, o no dormiría en toda la noche.
—Si voy a ser reina, me corresponde aprender a tomar decisiones difíciles. Y también a vos os toca aprender a confiar en que será así.
—Una cosa son decisiones difíciles y otra muy diferente es poneros la soga al cuello.
-----------------------------------------
*Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (1580-1645) fue un noble, político y escritor español del Siglo
de Oro.
*Lope de Vega Carpio (1562-1635) fue uno de los poetas y dramaturgos más importantes del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los autores más prolíficos de la literatura universal.
-----------------------------------------
Personajes nuevos:
JUAN DE TAIS, CONDE DE VILLAHERMOSA: poeta y político, consejero de la protagonista. Fue exiliado de la corte por tramar conjuras contra el rey y otros miembros de la corte. [Inspirado en el poeta del siglo de oro español Juan de Tassis y Peralta, II Conde de Villamediana (1581-1622) poeta español del Barroco, adscrito por lo general al culteranismo, si bien siguió esta estética de modo muy personal.] El personaje en que está inspirado no corresponde exactamente con el periodo histórico que trato, pero me he tomado la licencia por considerarlo un personaje muy carismático y fundamental en la historia.
Comentarios
Publicar un comentario