UNA REINA ANÓNIMA - Capítulo 6
CAPÍTULO 6 – FRENTE AL LIENZO
La pintora de cámara de mi padre ya esperaba en una de las dependencias del alcanzar que habíamos aclimatado para la ocasión. Una estructura con cortinajes se había levantado en medio de la habitación y las cortinas se habían retirado para que entrase la mayor parte de la luz natural posible. Era de mañana, pero en cuanto el sol sobrepasara el cénit dejaría de entrar el sol. Y siendo finales de otoño, a media tarde habría oscurecido.
La muchacha había extendido sus enseres en una mesita que le habíamos prestado y el caballete ya se había situado delante de los cortinajes, con el lienzo intacto. Estaba blanco como la cal, pero en él ya se habían empezado a esbozar algunas siluetas, imagino que eran unas guías para encuadrar mejor la figura en el lienzo. Cuando llegué, precedida del alboroto de todas mis damas, la pintora levantó el rostro de unos pinceles que estaba limpiando con un paño y me lanzó una mirada llena de resentimiento e impaciencia, pero con gesto cortés, inclinó el tronco y me saludó como correspondía.
—Buenos días princesa Isabel, espero que haya amanecido bien. Llena de paciencia y con el cuerpo cargado de energía para la labor que nos preparamos para acometer.
—Buenos días, querida Anguissola. —Me puse a su altura, y a pesar de que le sacaba casi una cabeza de altura, ella se engrandeció con una mueca de suficiencia.
—Sentaos, princesa. Comenzaremos cuanto antes.
Yo asentí, y con gesto de mi mano y una mirada casi de súplica, le pedí a María Manuela que se llevase al resto de damas lejos. Obedeció y con posar la mirada en cada una de mis damas las condujo fuera de la habitación.
—Permitidme que os felicite por vuestro enlace, princesa. No he tenido la oportunidad de hacerlo antes.
Su acento itálico, propio de la tierra donde ella había nacido, marcaba con fuerza su intensidad y efusión. Yo me senté en la silla que habían colocado en el decorado y la miré. Estaba garabateando con un carboncillo el lienzo.
—Gracias, querida. Decidme, ¿será un retrato solo de busto?
—Así es. Es lo que vuestro padre el rey me ha encargado. —Asomó su rostro a través del pequeño lienzo y me lanzó una sonrisa. Su naricilla chata y sus mejillas con hoyuelos la hacían parecer a una muñeca—. Vuestro padre quiere el retrato para la semana que viene. A final de mes lo enviará a Francia.
—¿Os ha comentado mi padre si yo recibiré algún retrato de mi prometido?
—No he oído nada al respecto, princesa. Pero si me entero de algo, os lo haré saber. —Volvió a mirarme y ladeó un poco el caballete para poder pintarme sin tener que asomarse—. Poneos de frente, princesa. Un poco más erguida. Perfecto, no os mováis.
Esta muchacha ya me había retratado antes, pero aunque su trato era amable, odiaba ser retratada. Conocía a otras damas de la corte, princesas y familiares a las que les encantaba ser retratadas. Aprovechaban para engalanarse y vestir sus mejores telas y sus joyas más caras. Pero las horas que me pasaba detrás de un lienzo me parecían eternas. Eran extenuantes, un puñado de hora estériles, completamente perdidas. Estaba mentalizada para emplearlas en pensar, en aquellos pormenores que debía realizar antes de mi marcha, las cosas que deseaba llevarme y los planes que aún debía finalizar. Pero mi mente fue por otros derroteros. Comencé a pensar en Enrique. Enrique III de Francia. Me había prometido no pensar en él, para no idealizarle. Estaba segura que aún así, chocaría con un muro de realidad, pero no podía evitar que mi mente fantaseara con él. Desde que sabía la noticia de nuestro enlace, había idealizado nuestro primer encuentro. Y aunque no quería caer en una espiral fantástica, a veces el miedo a la decepción no me dejaba dormir.
—Habladme. —Supliqué a la pintora, que dando un respingo volvió la mirada a mí. Aún estaba con el boceto previo. Ni si quiera había empezado con los colores.
—¿De qué deseáis que os hable, princesa?
—De cualquier cosa. El silencio forzado me resulta exasperante.
—No me parecía tan forzado. Yo estaba pensando en lo mío. —Musitó, con un tono alegre.
—También yo, y por os eso pido que habléis.
—Sí, supongo que es difícil quedarse ahí por horas. Yo al menos pienso en mi trabajo. Pero los modelos deben permanecer estáticos, presa de sus pensamientos—. Yo le di la razón con un gruñido de mi garganta—. Hoy estáis muy hermosa, princesa. Intentaré haceros justicia.
—No lo hagáis. No deseo que mi futuro esposo se enamore de una ilusión.
—No lo hará. Vuestro padre me ha pedido que sea un retrato fiel, sin adulterar. Vuestra belleza real es más que suficiente.
Yo suspiré. Aquello tampoco me reconfortaba.
—Borradme al menos las ojeras, os lo ruego.
Ella rió divertida y asintió.
—Como deseéis,
princesa.
♛
Cuando en uno de los relojes que adornaba el salón contiguo dieron las once y media, le pedí a la pintora que descansase. Ella ya se había puesto manos a la obra con los colores hacía rato y me pidió que fuese yo la que se tomase el descanso, ella continuaría con los fondos.
Me levanté, estiré la espalda y posé una mano sobre el pecho. El corpiño estaba especialmente ajustado y estando sentada era una tortura. Tomé una gran bocanada de aire y solté un suspiro pausado que hizo reír a la pintora.
—Odio el olor de la trementina. —Dije, con media mueca de disgusto a lo que ella volvió a reír.
Contuve el aliento hasta acercarme a la ventana y me apoyé en la piedra. Fuera soplaba un aire frío y refrescante pero el cielo amenazaba con tormenta. Los jardines estaban exuberantes pero el paisaje de la lejanía era un lienzo de ocres y amarillos. El otoño estaba llegando a su final. Y solo me separaba una estación hasta mi partida.
—¡Isabel! —Gritó la voz de un niño, la de mi hermano. Apareció por la puerta lleno de vida y energía.
Mi hermana Catalina le predecía, haciendo lo posible por alcanzarlo. Ambos estaban vestidos para ir a misa de doce. La pintora continuó su trabajo como si no hubiese sucedido nada, mientras el muchacho corrió hasta alcanzarme y me abrazó el talle mientras se reía. Catalina lo alcanzó cuando yo ya lo sostenía y le reprendió por salir corriendo de su alcance. Dos damas de mi hermana aparecieron por la puerta, y se rieron por haber visto a Catalina perder los papeles.
—¿Iréis con padre a misa?
—No, ha salido de caza.
—¿Ya marchó? ¿Y te ha dicho cuándo regresará? —Pregunté acariciando el cabello de mi hermano, que aún me rodeaba la cintura con sus brazos. Apenas con tres años era todo un mimoso.
—Me temo que estará fuera una semana.
—¡Una semana! —Suspiré y miré al exterior—. Pensé que habrá aplazado la caza hasta dentro de semana y media.
—El Conde de Borbón ha adelantado su visita, y ambos marcharon al amanecer. Te busqué desde primera hora, pero apenas acabo de saber que estaban aquí retratándote.
Yo me deshice del abrazo de mi hermano pequeño y volví al lugar donde Anguissola estaba pintando un retrato vacío. Me senté con una mueca de frialdad en mi rostro y la muchacha volvió a reírse
—Si os retrato con el ceño fruncido, vuestro prometido pensará que tenéis un genio del que guardarse.
—Habrá que prevenirle, ahora que aún está a tiempo. —Musitó Catalina con una sonrisa malvada. Yo me mordí el interior del carrillo—. Una mujer que es capaz de atar al diablo, como dicen los flamencos.
—Sabía que mañana se reúne el consejo para aprobar los nuevos presupuestos para palacio, y por la tarde debía recibir al duque de Osuna.
—Supuso que os encargaríais vos, hermana. —Dijo ella, con una sonrisa tan natural que pensé que ni si quiera consideraba el peso que eso suponía para mí.
—Yo ya me había comprometido a visitar el convento de las descalzas, para hablar con la madre superiora por unos desperfectos que tienen en la estructura de la nave central.
—Escribiré una misiva de tu parte, si lo deseas, hermana.
—Lo haré yo misma. Ahora debo recalcular toda la agenda de esta semana. Pero te necesitaré mañana por la tarde. —Le dije—. Serás tú quien reciba a la esposa del Duque. Yo recibiré al duque. No le va a gustar nada.
—El ceño, princesa. —Me advirtió la pintora.
—Madre y yo hemos comenzado con el ajuar. —Dijo, y al llamar a nuestra madrastra Anna con aquel apelativo, acarició la cabeza del niño, de quien era realmente madre. Yo casi la fulmino con la mirada, a lo que ella sonrió con candor. Ambos eran rubios como mi padre, o como o fue él en su juventud. Parecían dos querubines.
—Me alegro de que os encarguéis de ello. Yo no tengo ánimo para pensar en esas minucias.
—No son minucias hermana, serán las sabanas del lecho donde pasaréis vuestras noches con el rey, y las…
—No digas una palabra más, te lo ruego. —Le pedí, con una mueca de cansancio.
—Infanta. —Me llamó uno de los mayordomos de mi padre que debía haberse quedado en palacio. Había sido precedido por mi dama María Manuela, que, agitada, le haba conducido hasta allí—. Os reclaman en la biblioteca. El Obispo de León ha venido a hablar con vuestro padre, tenía concertada una audiencia con él, pero…
—El diablo se lleve al Obispo, al Conde de Borbón y al maldito descubridor de la trementina. –Murmuré mientras me levantaba y me deshacía de los collares y de los anillos de mala gana. Mi hermana dio un respingo y cubrió los oídos del pequeño Felipe mientras me reprendía. La pintora contuvo una carcajada y mi dama miró al mayordomo como quien ha advertido a un imprudente de que no despertase a la bestia.
—Servidle al obispo una jarra de vino y unas pastas. —Le dije al mayordomo cuando me aproximé hacia él—. Decidle que acudiré en un santiamén. Y tú, Manuela, acompáñame a deshacerme de las alhajas.
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Personajes nuevos:
CATALINA DE H: Hermana pequeña de la protagonista, e hija de la misma madre. [Inspirado en el personaje real de Catalina Micaela, segunda hija de Felipe II de España]
FELIPE DE H: Hermano menor de la protagonista e hijo de diferente madre, Anna. Único hijo varón del rey Felipe II. [Inspirado en el personaje real de Felipe III de España, siendo ahora niño.]
ANGUISSOLA: Pintora de corte. [Inspirada en Sofonisba Anguissola(1532-1625), una pintora italiana, considerada la primera mujer pintora de éxito del Renacimiento. Cultivó el retrato y el autorretrato, estableciendo nuevas reglas en el ámbito del retrato femenino. A los veintisiete años se estableció en España, en la corte del rey Felipe II.]
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