¿DÓNDE ESTÁN TUS PADRES? (Yoonmin) - [One Shot]

¿DÓNDE ESTÁN TUS PADRES? 



YoonGi POV:

 

Aun recuerdo perfectamente aquél día. Lo he rememorado tantas veces en mis más sucios recuerdos, lo he contado mil veces a mis abogados. Lo que testificado ante el juez, pero a las primeras personas a las que se lo narré, fueron a los señores Park.

Todo ocurrió hace ya siete años. Yo soy profesor de matemáticas y aunque quería ser profesor de secundaria o bachillerato, no encontré otra salida que serlo de niños de primaria. Recuerdo aun muy bien la escuela. Grande, pintada en beige, las paredes interiores de color verde y las puertas blancas. Sobre las paredes por los pasillos que me conducían al departamento de matemáticas había dibujos infantiles decorando la insulsa vida allí dentro.

En mi segundo año como profesor allí me di cuenta que dos de cada tres profesores que allí ejercían su profesión, había acabado como yo, haciéndolo por obligación y por tanto, se alimentaban cada día a base de ansiolíticos para rebajar su ansiedad y estrés. Siempre era complicado tratar con niños de entre tres a doce años y más cuando, como ocurre hoy día, están saturados de videojuegos y estimulaciones ficticias que les absorben y les impiden prestar atención en clase. Yo ya había asumido que acabaría de la misma forma, pero al parecer, la vida te sorprende y te cambia el rumbo en tus pasos de un día a otro. En mi caso, todo fue muy diferente al resto de mis compañeros de trabajo. Aquel día, un cinco de febrero, todo se vino abajo.

La jornada trascurrió como de costumbre, como cada día, me tocaba a mí vigilar el patio a las cinco de la tarde y mientras paseaba, como cada día, veía a un grupo de niños de doce años abusar de uno más pequeño. Ese niño me recordó a mí la primera vez que le vi como le agredían. Le miré a los ojos mientras me acercaba y él me miraba como yo una vez miré a mi profesor tras encontrarme en los baños de mi instituto siendo golpeado por mis compañeros. Siempre que esto ocurre, llamo directamente a su tutor y él se hace cargo del niño. Nunca le hacen heridas graves, nada más que asustarle, pero eso ya es suficiente como para trastocarle.

Mientras se llevan al niño de mi vista, regreso a mi aula y espero a que la tarde termine. Mi última hora, con la clase de ese pobre niño que tanto se parece a mí.

—¡Park Jimin! ¿Cuánto es treinta dividido entre 6? –Este pobre e inocente niño, víctima de mis más fieros instintos levantó su cuerpo del suelo donde todos están sentados y mirándome con un puchero pronuncia el número cinco casi en un susurro. Cuando sonrío por su respuesta acertada y asiento corroborando su número, en él desaparece la vergüenza y corresponde mi sonrisa ablandando mi corazón. A pesar de no haber elegido este empleo, todo tiene sus cosas buenas—. Muy bien niños, espero que os acordéis de hacer las cuentas para mañana de… ¡JungKook! –Grité dejando caer mi cuaderno en la mesa—. ¡No le muerdas la oreja a TaeHyung! –Rápidamente ante mis palabras se separaron y me miraron ambos riéndose. Taehyung y JungKook siempre estaban igual y acabarían por desquiciarme así que sin decir nada más me senté en el escritorio y esperé pacientemente unos minutos hasta que sonó la campana para salir a la calle. Eran las siete y media de la tarde y los padres ya esperaban pacientemente a la salida para recoger a sus hijos.

Para mí, al contrario, era demasiado pronto para regresar a casa. Si lo hacía, sucumbiría al poco alcohol que quedase en la nevera o me tumbaría en el sofá a ver nada en la televisión porque no tengo un plan mejor un viernes por la tarde que emborracharme yo solo en casa o limitarme a hacerme el muerto a la espera que alguien me preguntara si estaba bien. Nadie lo había hecho en años. La única compañía que tenía era la de una copa completamente llena de alcohol o un cigarrillo cuya compañía era algo fugaz para mi gusto.

Me metí en el departamento y me senté en el escritorio revisando expedientes y memorizando la lección del lunes para tenerla fresca aunque tuviera que hacerlo de nuevo el propio lunes por la mañana. Lo de quedarme allí era solo y nada más que una barata excusa. Cuando fueron las nueve y se hizo de noche recogí mi maletín, mi americana que puse sobre mis hombros y salí a la calle bajo aquel frío cielo de invierno. Aquel día llovía. La lluvia de aquella noche era violenta y sin duda algo que no ocurría todos los días. Incluso el cielo, en su infinita sabiduría sabía que algo malo ocurriría y lloraba por anticipado.

Tras poner un pie fuera del edificio me topé con un pequeño bulto sentado ahí en las escaleras, donde la lluvia apenas legaba pero el frío le calaba los huesos. Por ello, tiritaba. Tras que caminé unos pasos en su dirección se giró asustado y me miro con ojos tristes y llorosos. Sus pequeños e hinchados ojos me anunciaban que había estado llorando. Tras darse cuenta de quién era y reconocerme, se tornó de nuevo a su posición, con las piernas rodeadas por sus brazos y su barbilla sobre las rodillas. Yo me acerqué a él y le hablé desde la altura que su posición me proporcionaba.

—¿Qué haces aquí?

—Esperar a mis padres. –Fruncí el ceño indignado no sé si porque me lo dijera como algo normal o porque era evidente que si sus padres no habían venido en hora y media, no vendrían ya.

—¿Dónde están?

—No lo sé. –Se encogió de hombros angustiado. Casi en el borde del llanto. Se aferró a su pequeña mochilita. Mientras le veía ahí en medio perdido, me pregunté yo mismo qué hacer. Sin otra alternativa le levanté del suelo y ambos volvimos dentro para llamar a sus padres por el número del expediente. A pesar de ello, nadie contestó al teléfono de su casa por lo que entendí que si íbamos a su casa, nadie habría allí. Ambos nos miramos a los ojos y comprendí que tanto el uno como el otro estábamos en las mismas. Perdidos.

Ambos salimos de nuevo a la calle y miramos la lluvia torrencial amenazándonos con su estridente caer. Nos sentimos tan solos y abandonados que un arrebato de autoridad me invadió y me sentí completamente responsable del niño que aferraba con fuerza mi mano.

—Te llevaré a mi casa. ¿Bien? –Le dije esperando que él me diese alguna alternativa.

—Sí. –Mis esperanzas se desvanecieron. ¿Qué esperaba? Yo era su profesor.

—A la de tres salimos corriendo. –Le dije de manera un poco infantil señalando mi coche gris a lo lejos en el aparcamiento. Él pareció entender mis palabras y cuando conté hasta tres ambos corrimos escaleras abajo y nos desplazamos entre otros coches hasta llegar al mío. Todo sin  soltarnos las manos, dando grandes zancadas que salpicaban nuestros pantalones. Recuerdo su risa estridente invadirme y hacerme reír a mi también mientras me quejaba por mi propia situación. Nada más llegamos al coche le metí en el asiento trasero y le ajusté el cinturón para protegerle. ¿No es irónico?

Cuando yo estuve al volante y nos incorporé a la carretera, la situación, divertida y momentánea había desaparecido por completo. Él volvía a su timidez habitual y yo retornaba a mi seriedad de formación profesional. Cuando llegamos a casa este extraño ambiente no cambió en absoluto, al contrario, se tornó mucho más evidente y doloroso. Nos vimos ambos en el salón de mi casa de pie frente al otro mientras ambos éramos incapaces de aguantarnos la mirada. Ambos éramos vergonzosos pero mi necesidad de mantener una conversación me lanzó a hablarle.

—Deja la mochila en cualquier parte. –No la soltaba, al contrario, se aferraba a ella más fuete y ese gesto me preocupó y me agaché hasta su altura descubriendo su rostro sonrojado, sus labios temblorosos y sus manos mojadas. Todo su cuerpo temblaba y sus ojos me miraban perdidos—. ¿Tienes frio? –Susurré cerca de su rostro. Él asintió y teniendo miedo de la intensidad de su respuesta, estreché sus manos con las mías descubriendo el verdadero frío que tenía ya que había pasado hora y media fuera en la calle.

Me asusté rápidamente y sin pensar, quité su mochila de las manos y le quité la chaqueta húmeda. Tras hacerlo la puse cerca de un radiador y cuando su cuerpo se vio tan solo con la ropa, le abracé e interné su cabeza en mi cuello donde agradeció en contacto. Su tripa sonó en mi pecho y otra preocupación más se sumó a la lista.

—Escúchame, Jimin. Te darás un baño de agua caliente y te haré algo de cena, ¿vale? –Él asintió con un puchero en los labios y rápido comprendí su desazón—. Intentaré averiguar donde están tus padres. –Algo más confiado me miró a los ojos con sus cuencas encharcadas y no pude evitar cogerlo en mis brazos para conducirme con él al baño. Una vez allí la claridad de las luces contra el reflejo de los azulejos hizo todo mucho más amable y cálido en comparación con las demás estancias de mi casa que siempre permanecen con una pequeña bombilla en alguna lámpara lejana.

Lo primero que hice fue dejar correr el agua y llené la bañera. Mientras esto se hacía le extendí dos botes de jabón y le hice escoger entre lavanda y vainilla. Rápidamente escogió el de vainilla sin pensárselo y me observó mientras echaba esto en la bañera haciendo que se llenara de espuma.

—Toca el agua para ver si no está muy caliente. –Le pedí y lo hizo esbozando una sonrisa agradeciendo la temperatura pero rápidamente apareció un puchero adorable en su rostro. Esto me hizo preocuparme como cada vez que esboza esa cara—. ¿Qué ocurre?

—No tengo mi patito. –Su puchero se intensifica.

—¿Tienes un patito con el que te bañas?

—Sí. –Me respondió angustiado—. Es de color amarillo pero cuando lo aplastas con las manos salen colorines de dentro. –Hizo todos los gestos propios de sus palabras y me miró sonriendo recordando su juguete.

—No tengo nada parecido, lo siento. –Él volvió a entristecerse.

—¿Lo necesitas mucho? –Se encogió de hombros—. Por una vez que estés sin él, no pasará nada, Jimin.

–Asintió y cuando la bañera estuvo llena me senté en el suelo a su lado y le pedí que se desnudara.

Un poco avergonzado lo hizo con mi ayuda y a medida que se desprendía de las prendas, las recogía, las doblaba y se las colocaba cerca de un radiador para que se quitara la humedad de ellas. Una vez estuvo completamente desnudo me miró cubriendo sus partes y sonrojado me pidió ayuda para entrar en la pileta.

—¿Estás mejor ahora? –Le pregunté cuando ya estaba dentro y sentado con el agua rodeando su cuerpo por la altura de su pecho. Sentado a su lado fuera de la bañera le miré apoyado en el borde. Él jugaba con la esponja de color azul y uno de los botes de gel tapado. Me miró sonriendo con las mejillas ardiendo y asintió completamente agradecido.

—Profesor Min, muchas gracias. –Era la primera vez en todo este rato que se había dirigido a mí con ese nombre y rápido negué con la cabeza.

—No me llames así, dime solo Yoongi. –Él asintió y me incorporé—. Voy a buscar el móvil para hacer unas llamadas. ¿Estarás bien? –Asintió de nuevo sin mirarme y salí del baño deshaciéndome de la chaqueta del traje y rescatando el móvil de mi maletín. Rápidamente me pasaron infinitos números por la cabeza pero ninguno me convencía lo suficiente. La policía no haría nada más que llevarse al niño a comisaría y retenerlo allí, incluso podrían retenerme allí a mí toda la noche y eso era algo por lo que no estaba dispuesto a pasar.

Cuando me acerqué de nuevo al baño y vi su cuerpo ahí, sentado en la bañera jugando tan despreocupadamente asumí que no me molestaría en absoluto tenerlo conmigo durante una noche. Nada podría salir mal porque él parecía un niño atento, listo y formal. No supe entonces que el problema estaba en mí y no es él. Yo me creía mucho más cuerdo que un pobre niño de nueve años. Regresé a sentarme a su lado y arremangué mi camisa para dejar mis brazos libre de ropa. Acaricié sus cabellos húmedos y usando la esponja, mojé sus hombros y su cuello haciendo un masaje con las palmas de mis manos. Su piel ante el contacto de mis dedos era tremendamente extraña, se dejaba hacer tan sumisamente que algo dolía en mi interior, algo me hacía querer acariciar su cuerpo por entero y dejar que se sumiera en mis deseos.

Ahí debí parar pero me sentí tan perdido que me vi dependiendo de su compañía.

—Tira la cabeza hacia atrás, voy a lavarte el pelo. –Le pedí y humedeciéndolo primero, eché agua en su cabeza y su pelo oscuro se deslizó hacia atrás ayudado por el agua. Sus manos tapaban los ojos temiendo que entrase agua en ellos y cuando comencé a lavarle el pelo con gel de menta, descubrió sus ojos para mirarme y sonreírme.

—Sé hacerlo yo solo. –Me dijo con un puchero y me encogí de hombros mientras me limpiaba las manos enjabonadas con la toalla. Sus pequeñas manos fueron rápidas a su cabeza y acariciaron su pelo mientras esparcían con ellas el jabón. Sus gestos eran del todo torpes pero adorables y cuidadosos. No me apartaba la vista buscando mi reconocimiento y cuando asentí por su acto me sonrió mostrando sus pequeños dientes de leche.

Decidí llamar de nuevo a la escuela pero nadie contestó. Llamé de nuevo a la casa de los señores Park pero recibí la misma respuesta. Entretenido como estaba mirando la pantalla del móvil a la espera de que se me ocurriera una alternativa, recibí un tacto húmedo en mi rostro y descubrí sobre mi mejilla una bola de espuma que resbalaba en mi piel. Tras limarme con mi mano miré a Jimin en la bañera cubriendo sus labios al borde de la risa. Abrí mis ojos fingiendo una sorpresa extrema y ahí no pudo evitar destornillarse de mi rostro. Cuando le pregunté de que se reía me contestó:

—Eres tan blanco como la espuma. –Rápidamente mis mejillas enrojecieron hasta tal punto que tuve que cubrir mi rostro de vergüenza. Nadie nunca me había dicho nada parecido—. Me gusta. –Dijo, y mi vergüenza se intensificó.

Ante su osadía, cogí un poco de la espuma que rodeaba su cuerpo y maché sus dos mejillas provocando en él la misma reacción que yo tuve. Rápido se limpió la cara enfadado y salpicó dentro de la bañera mojando mi camisa. Me levanté de inmediato y él comenzó a reír a carcajadas.

—¡Ya está! –Dije nervioso—. ¡El baño se ha terminado! –Sentí como mis palabras se tornaban de nuevo a un ambiente de profesor e intentaba infundirle respeto y educación por mis gritos pero él seguía riendo porque como le había dicho antes, yo ya no soy su profesor.

Acercándole la alcachofa de la ducha a la cabeza le aclaré el pelo con champú y cuando se puso en pie, limpié de su cuerpo la espuma arrastrándola con el agua. Cuando se vació me miró expectante y yo le miré frunciendo el ceño. Estiró sus brazos al aire y no me apartó la mirada pero cuando me encogí de hombros sus manos se abrieron y cerraron esperando porque yo le cogiera.

—¡Oh! –Alcancé la toalla y envolví su cuerpo con ella. Una vez así, lo cogí en brazos y lo saqué de la bañera para sentarlo sobre el retrete. Antes de darme cuenta él ya tiritaba y se mordía el labio para que sus dientes no castañeasen—. ¡Mierda! –Me quejé y él se llevó las manos a la boca por mi palabra—. No sé qué ropa ponerte ahora. –Él se encogió de hombros y se cubre aun más con la manta.

—Te—tengo fri—frio. –Tiritó y ante ello le abracé oliendo en él el mismo olor que yo desprendo cada vez que salgo de la ducha. Su piel era muy suave y aunque fría, el roce era muy cálido. Poco a poco entró en calor y sequé su cuerpo hasta no ver una sola gota de agua resbalando por su piel. Cuando estaba desnudo ante mí le devolví al ropa interior y cargué con él hasta mi cuarto para extenderle una sudadera gris que me pertenecía y que al vérsela puesta le quedaba casi como un vestido. Insistí en quitársela y ponerle algo diferente pero a él le agradó el dibujo infantil que decoraba el pecho de esta y se aferro a ella con uñas y dientes.

Tras eso sequé su pelo, le di crema en la cara y las manos como hacía conmigo siempre y le calcé unos calcetines de los cuales le sobraba medio pie. Caminó un par de minutos él solo por el salón acostumbrándose a su nueva indumentaria y tras sonreírme satisfecho volví a cogerlo en mis brazos para dirigirme con él a la cocina.

—Vamos a cenar. ¿Te parece bien? ¿Qué quieres? –Antes de darle nada a elegir, él ya me dijo lo que quería.

—Arroz y sopa.

—¿Arroz y sopa? ¿No prefieres…?

—No, arroz y sopa.

—Bien. –Lo bajé de mis brazos y se condujo al salón dando pequeños saltitos mientras con sus manos escondidas en las mangas de la sudadera se recogía la cintura de la misma. Demasiado adorable.

Pasé alrededor de quince minutos cocinando lo que él me había pedido cuando en realidad, normalmente no cenaba nada en absoluto. Me limitaba a tomarme una copa de whiskey o cualquier bebida que quedase en casa y eso era suficiente para ayudarme a dormir. Por entonces, debí cambiar mi rutina por él. Pensé algo así como, “es viernes, hagamos algo diferente” pero la verdad es que no tenía remedio.

Cuando llamé a Jimin para venir a la mesa de la cocina regresó con un puchero en los labios pero no era más que algo decorativo porque en realidad estaba feliz y contento. Se sentó en la mesa frente a mí y rápido cogió una cuchara de metal para, tras introducirla en el cuenco con sopa, llevárselo a los labios pero rápido, la alta temperatura de la sopa le hizo retroceder y dejar caer la cuchara en el cuenco. Le miré asustado y le vi sacando la lengua para lamerse los labios dañados.

—¡Quema! –Se quejó lloriqueando pero yo me reí de su inocencia.

—Espera unos segundos y sopla, Jiminie. –Asintió algo confuso por oír su nombre de mis labios en una forma tan extraña y tras recoger un poco de sopa en la cuchara, sopló en ella el contenido que se tambaleaba.

—¿Dónde están mis padres? –Preguntó de repente angustiado.

—No lo sé, Jiminie. He llamado a tu casa y a la escuela, pero nadie me responde.

—¿Me quedaré aquí para siempre? –Preguntó y antes de que me dejara responderle con un “no” rotundo, hizo otra pregunta—. ¿Me llevarás a la escuela? ¿Me darás clase aquí?

—No, no. Jimin. Si mañana no sé nada de tus padres, iremos a comisaría y ellos se harán cargo de la situación. ¿Tienes familiares aquí?

—No. –Dijo haciendo un puchero—. Todos están en Busán. –Asentí comprendiendo—. ¿Les ha podido pasar algo?

—No lo sé, pero no pienses cosas feas, seguro que está todo bien. –Él asintió y comenzó a comer la sopa que ya estaba a su gusto—. ¿Te gustan las clases? –Le pregunté necesitado de una conversación.

—No. –Dijo en rotundo.

—¿No? ¿Ni siquiera las de matemáticas? –Él me miro de soslayo y negó con la cabeza—. ¿Tan mal profesor soy? –Negó de nuevo disculpándose peor yo me reí de su adorable gesto.

—No es eso. No me gusta la escuela entera. Es mala.

—¿Mala?

—Los niños, son malos conmigo.

—Oh, —suspiré acordándome de todas las imágenes que procesaba mi mente del recuerdo de Jimin en los recreos—, son cosas de niños.

—Los niños son muy malos. –Dijo con un puchero en sus labios. Entonces comprendí que ese puchero era algo permanente en él. Sus labios, grandes y jugosos, se abombaban entre ellos para hacer la forma más tentadora del mundo. Húmedos como estaban por la sopa era incluso más malvado.

—Lo sé, no pasa nada. A mí también me sucedió.

—¿De veras? –Me preguntó asombrado y buscando un pilar en el que sostenerse me preguntó—: ¿Y qué hiciste? –Mi alma cayó al suelo.

—Nada.  

 

Cuando terminamos de cenar, ambos regresamos al salón y mientras que yo me senté en el sofá grande, él se sentó en una butaca apoyada en la ventana y se quedó paralizado mirando como llovía afuera. Le puse los dibujos pero solo atendió a ellos unos minutos, después se giró de nuevo para ver llover hasta que la luz de un rallo quebró el cielo y sus ojos se agrandaron hasta no poder más. Su aliento se cortó como se cortó el mío pero su reacción fue encogerse en el sofá y cerrar los ojos cubriéndose con sus manos. El miedo inundó su cuerpo y no pude evitar fruncir el ceño ante su comportamiento.

—¿Tienes miedo? –Le pregunté pero ante el sonido de mi voz alzó su rostro al aire y me miró serio, su expresión cambió de golpe.

—¡Yo no tengo miedo de nada! –Dijo ofendido y me encogí de hombros. De nuevo se sentó en el sofá y comenzó a prestar atención a la televisión hasta que ambos nos perdimos en el tiempo. Cuando quise darme cuenta, mi teléfono sonaba en mi habitación y me levanté para acudir rápido a él. Cuando descolgué a un número desconocido, la voz preocupada de un hombre me hablaba algo fatigado.

—¿Quién es? –Pregunté porque se oía el sonido de la lluvia al otro lado de la línea.

—¿Señor Min? –Preguntó el hombre.

—Sí, ¿quién es usted y cómo tienen mi número?

—Soy el señor Park, el padre de Jimin. –Algo dentro de mí se calmó.

—Oh, menos mal. Estaba preocupado. ¿Dónde están? ¿Por qué no apreciaron esta tarde?

—Mire, señor, mi esposa y yo tuvimos que hacer un viaje de urgencia a Busán y esperábamos estar de vuelta antes de que Jimin terminara sus clases pero a mitad de camino tuvimos un accidente con el coche y nos dejó tirados en medio de la nada donde no teníamos cobertura. Acabamos de llegar a una gasolinera cercana y lo primero que hemos hecho ha sido llamar a la escuela pero nos habían informado de que usted está cuidando de nuestro hijo.

—Sí, me lo encontré en la entrada y me lo he traído a casa. Le he bañado y le he dado de cenar. No se preocupen, está bien, ¿quieren que se ponga?

—Lo siento, pero no tenemos mucho tiempo. Mañana a la tarde estaremos de vuelta a Seúl. ¿Podría darnos su dirección y pasaremos a por él? Espero que no sea mucha molestia pedirle que cuide de nuestro hijo. –La verdad es que me parecía una total falta de cuidado y educación que se desentendieran así de su hijo pero no dije nada al respecto y tras darles mi dirección colgué el teléfono. Suspire algo confuso por el comportamiento de estos hombres y regresé al salón con las noticias.

—Jimin, tus padres ha llamado, están… —Miré su pequeño cuerpo en el salón, tumbado hecho un ovillo en el sofá y su respiración regular y el hecho de que no me prestara la más mínima atención me indicaba que estaba dormido. Sus mejillas estaban aplastadas y hacía sus labios mucho más grandes. Sus pequeños ojos, cerrados y temblorosos, ocultos por sus parpados. Sus manos unidas entre ellas junto a su pecho. Sin pensármelo lo cubrí con una manta de lana y retorné a sentarme en el sofá hasta que el sueño me venciera.

Caí rendido a las doce y media mientras se retrasmitía una de esas películas malas que solo ponen los fines de semana y tras la primera cabezada, me levanté de inmediato despejándome y me dirigí a mi cuarto para abrir la cama y acondicionar el dormitorio para Jimin. Corrí las cortinas, dejé la puerta del baño abierta por si necesitaba ir en plena noche y cuando todo estuvo preparado regresé al salón y cargué el pequeño cuerpo en mis brazos. Se revolvió los primeros segundos asustado pero tras darse cuenta que alguien le sostenía, se aferró a mi cuello y se dejó portar tranquilo hasta la cama. Una vez allí, tumbé su cuerpo entre las sábanas y lo cubrí con ellas y con la manta con la que antes dormía. Se movió unos minutos en los que no me despegué de su lado y cuando calló de nuevo en un profundo sueño me deleité acariciando el cabello en su frente. No temía que se despertara más que alguien me estuviera viendo y leyendo mis pensamientos. Pensaba en besar esa pálida y suave frente, en besar sus manos, sus mejillas. Sus labios aun puros. Deseé con todas mis fueras que no estuviera mal pero mis deseos no cambiarían la realidad por lo que me levanté de su lado y regresé al salón para rescatar otra manta y mientras apagaba la tele, tumbarme de nuevo en el sofá. Apagué todas las luces y me cubrí con la manta a la espera de que el sueño regresara a mí.

Fue algo imposible. Los pensamientos comenzaron a atenazar mi mente. Los recuerdos me golpeaban de tal manera que incluso sentí nauseas y mareos. Un vértigo mortal que me lanzaba lejos de mi realidad. Recuerdo las patadas en mi vientre cada día. Como me conducían a la fuerza hasta los baños y aprovechando la intimida que esto les proporcionaba, me propinaban paliza y me regalaba insultos descabellados. Crueles. Los niños son tan crueles a veces… tanto que te marcan. Tanto, que jamás te desprendes de ellos a pesar de que no vuelves a verlos. Esos golpes pasan a ser algo de tu día a día. Junto con mis recuerdos, la lluvia caía más fuerte y el sonido de los truenos era más evidente gracias a la ausencia de la televisión. Uno de ellos debió caer cerca porque la luz que atravesó el cristal fue seguida de inmediato por el sonido y todo el suelo vibró haciéndome temblar. A los segundos, unos pasos rápidos y apresurados aparecieron por la puerta y la sombra de un niño, enfundando en una sudadera mucho más grande que él apareció frente a mí moviendo mi brazo hasta conseguir desperezarme.

—¡Yoongi! ¡Yoongi! –Me llamó entre sollozos con sus manos temblando bajo la ropa—. ¡Yoongi despierta!

—Estoy despierto, ¿qué ocurre? –Dije de mal humor.

—No puedo dormir. –Dijo mientras se sumergía entre la manta y se colaba en mis brazos, refugiando su rostro en mi pecho.

—¿Qué—qué haces? –Pregunté nervioso y antes de poder incorporarme él se subió sobre mi cintura y me impidió moverme. No quería que le dejara.

—No puedo dormir, Yoongi. –Me repitió.

—¿Por qué? –Le pregunté conociendo la respuesta pero él me dijo algo totalmente disparatado.

—No tengo mi osito de peluche, no puedo dormir sin él. A demás, las sábanas no son como las mías y esta ropa es rara. –Dijo estirándose de ella mientras se movía en mi regazo. Poco a poco hacía que mi miembro despertara solo con su roce. Hacía meses que no tenía relaciones y me notaba sensible. No intento ponerlo como excusa, solo fue así.

—¿Seguro que no es nada más? –Pregunté desafiante porque sabía que no me diría la verdad.

—¡Sí! Me duele la lengua y los labios por la sopa. Mira, mira. –Sacó de entre sus labios una pequeña y rosada lengua, brillante y perfecta que se movía torpe y libre fuera de su boca. Me erguí bajo él y besé su lengua casi por instinto, que se escondió rápidamente por mi gesto. Mis manos habían ido a su cintura no sé cuándo pero solo entonces fui consciente. Él me miraba algo confuso por mi acto pero rápido cubrió su boca con las pequeñas manos y me miró furioso. Fingió dolor. —¡Ay! Duele, Yoongi.

—Mentiroso. –Le dije mientras movía un poco sus caderas con mi mano. Esto no era algo malo, pensaba, esto me está haciendo muy bien y él ni siquiera se da cuenta.

—Es verdad. –Dijo con un puchero.

—Por eso te he besado, para que se cure más rápido. –Me miro frunciendo el ceño, no creyéndose del todo mis palabras pero acabó encogiéndose de hombros y descubrió sus labios húmedos por su propia lengua. Volvió a humedecerlos de nuevo con esta tentándome pero sin saberlo. La fricción era deliciosa y mis manos comenzaban a temblar. Casi sin evitarlo remangué mi sudadera en su cuerpo para que su ropa interior estuviera en contacto directo con mi pantalón de pijama. Me miraba mientras me frotaba en él, aquello, era suculento. Su pequeño trasero, era delicioso.

—¿Se curará más rápido si me besas?

—Claro. –Mentí. Sacó de nuevo su lengua y mientras se la miraba a si mismo yo me erguí de nuevo y besé su lengua chupando de ella su longitud. Cuando lo hice, se produjo un chasquido que nos puso los pelos de punta a ambos. Aferrándome fuerte a su cintura lo atraje más a mí mientras colocaba mi espalda en uno de los laterales del sofá. Él no sabía qué estaba provocando en mí y mucho menos, yo sabía qué estaba haciendo pero aquel chasquido nubló todos mis sentidos sumiéndome en una extraña adrenalina que no había sentido antes, ni sentí después de aquello.

Su lengua, comenzó a juguetear inocentemente con mis labios y yo la introduje en mi boca dejándole explorar mi cavidad bucal. Gemí en el beso casi como un acto reflejo y se apartó de mi preocupado.

—¿Te he hecho daño?

—No, no. Me gusta mucho. –Reconocí.— Vuelve a hacerlo, por favor. –Le rogué, casi le supliqué y lo habría hecho si no me obedecía pero no opuso resistencia y se abrazó a mi cuello para un ardiente beso que mezclara nuestras salivas y nuestros alientos. Abracé su cuerpo contra el mío sin despegar su trasero de mi polla y comencé a violar su boca con mi lengua haciendo que su cuerpo temblara. Sus mejillas chocaron con las mías infinidad de veces. Sus labios eran enormes y carnosos, tanto que no me resistir a morderlos y chuparlos a mi antojo. A él parecía que también le gustaba esto porque sonreía a mitad del beso para intensificar su actuación pero estoy seguro de que no sabía ni lo que hacía, igual que yo pero en mí, no había inocencia.

—Ji—Jiminiee… —Susurre cuando comenzó a dar pequeños saltitos sobre mi polla hinchada.

—Yoongi. –Me nombró cuando necesitó de aire—. ¿Esto está mal? –Me preguntó como si algo dentro de él le gritase por parar, o como si hubiera oído aquello que gritaba dentro de mí.

—¿Por qué lo preguntas? –Tuve miedo de responderle.

—Porque no quiero que me castigues.

—¿Por qué iba a castigarte?

—Porque eres un profesor, y si hago esto mal, me castigarás.

—No—no lo haré. Jiminie. –Acaricié su cabello y besé de nuevo delicadamente sus labios—. Ah… —Suspire cuando se sentó de golpe sobre mi polla y ante mi temblor se apartó un poco de mi como si supiera que había sido culpa suya.

—¿Estás bien?

—Sí pero aquí… yo… —Aparté su trasero de mi y le hice sentarse en el sofá mientras acariciaba mi bulto en los pantalones.

—¿Duele ahí?

—Sí. –Reconocí, porque era verdad.

—¿Necesitas un médico? ¿Ha sido culpa mía? –Comenzó a angustiarse.

—No, no. Si lo acaricio, pasará. –Frunció el ceño confuso.

—¿Seguro?

—Sí, sí. –Abriendo mis piernas con él en medio, bajé el elástico de mis pantalones y bóxers hasta dejar mi polla al aire. En contacto con este sentí un escalofrío y eché mi cabeza hacia atrás por la impresión. Sentirme desnudo, indefenso ante Jimin me hizo sentir menos sucio. Él me miraba de hito en hito mordiéndose los labios. Tras que me acariciara la polla unos segundos exclamó sin contenerse:

—¡Wow! Es más grande que la mía. –Sonreí por su inocencia y se llevó las manos para levantarse el borde de la sudadera y dejarme ver el pequeño bultito marcando sus calzoncillos blancos. Se miró a si mismo avergonzado.

—Cuando seas mayor crecerá. –Le dije y comencé con el bombeo.

—¿Sigue doliendo?

—Menos. –Afirmé—. ¿Quieres ayudarme? Así tardaremos menos. –Asintió igual que cuando se propone voluntario en clase para hacer las tareas y se acerco al espacio entre mis piernas y juntó sus dos manos en la longitud de mi polla para rodearla. Estaba húmeda ya y el dolor había disminuido dejando paso a una presión molesta pero muy placentera. Comenzó a bombear al mismo ritmo que mi mano pero cuando quité la mía, él siguió solo.

—¿Así? –Preguntó buscando mi aprobación.

—Perfecto, Jiminie. ¿Puedes hacerlo más rápido? –Asintió mientras me obedecía y eché de nuevo mi cabeza hacia atrás sintiendo como todo mi cuerpo se donaba a su tacto. Ahora el sumiso era yo, sumiso a un niño de nueve años, maldita sea—. Lo haces genial, pequeño.

—¿Qué es esto? –Preguntó mientras veía gotear de mi uretra el presemen.

—Eso significa que me gusta. –Él abrió aun más sus ojos y utilizando una de sus manos llevó su dedo índice al punto de donde salía el semen y presionó ligeramente allí, inmerso en su curiosidad. Gemí muy alto por su gesto y asustado se detuvo pero tras rogarle que lo repitiera, acarició con la yema de su dedo toda la superficie de mi glande unas cuantas veces hasta que me vi en el límite de mi cordura—. ¿Te gustan los helados? ¿Puedes lamerlo como si fuera un helado? –Asintió y dirigió su perfecta lengua a mi glande para lamer y besar allí hasta que con un gemido algo infantil me vengo en su cara manchándole y asustándole, haciéndole retroceder un poco—. Lo—Lo siento. –Tartamudeo tras verle con un rostro confuso. Llevó sus manos a mi semen en sus labios y lo chupó un poco avergonzado. Esto me endureció al instante y cogí su rostro en mis manos acercándolo a mí para lamer cada centímetro de su rostro.

—Agg Yoongi. –Se quejó avergonzado pero yo ya no podía detenerme. Hacía meses que no tenía un orgasmo tan intenso. Jamás había mezclado la adrenalina física del acto con un extraño sentimiento de maldad en mi mente. Sentí que ya no podía dar marcha atrás porque si no lo hacía con él, acabaría consumiéndome, acabaría por salir a la calle y violar a la primera persona que encontrase y ni aun así, conseguiría saciarme.

—Va—vamos al cuarto. –Le pedí y ambos nos levantamos pero yo le alcé en mis brazos y volví a juntar nuestros labios tan intensamente que corté su aliento. Sus piernas se enrollaron en mi cuerpo y cuando llegamos a mi cuarto, todo se volvió muy borroso. Apenas había luz pero yo sabía dónde estaba su cuerpo, cada una de las expresiones en su rostro. Le tumbé debajo de mí y susurré en sus labios—. A Yoongi hyung vuelve a dolerle por tu culpa. –Sus pequeñas manos acariciaron mi rostro—. Tendrás que arreglarlo.

—¿Qué debo hacer?

—Quítate la ropa. –Le exigí y me senté en mis pies mientras veía como se deshacía de todas las prendas de ropa y queda desnudo frente a mí. Permaneció tumbado delante de mí a la espera de más ordenes pero volví a tumbarme sobre él y restregué su cuerpo con el mío sintiendo como la adrenalina tan ansiada regresaba de nuevo. Cogí su diestra, con la que sabía que escribía, y chupé sus dedos aun con la viscosidad de mi semen en mi saliva. Cuando terminé, volví a erguirme y le miré con las piernas abiertas y las mejillas sonrosadas—. Métete los deditos atrás.

—¿Atrás?

—Aquí, pequeño. –Chupé mi dedo índice y palpé su entrada hundiendo mi dedo un poco hasta hacerle fruncir el ceño.

—¿Por qué? –Preguntó confuso.

—Porque ahí meteré mi pollita, y no quiero que te duela. –Asintió satisfecho con mi explicación y tanteó su entrada unos segundos antes de introducir su primer dedo como hice yo antes. Gime los primeros segundos pero sus dedos son más pequeños y finos que los míos por lo que no le dolería tanto que si lo hiciera yo. Cuando tres de sus dedos estuvieron dentro no pude aguantar por más tiempo y se los saqué metiéndole yo dos de los míos. Estos tocaron dentro de él toda su cavidad y se retorcía sobre ellos. Acaricié su interior y simulé penetraciones con ellos. Gimoteaba con dulzura y en mis oídos se convertía en la mejor música que jamás había escuchado. Tan dulce y delicado que me correría solo con verle sucumbir a mis deseos.

—Yoongi hyung… duele…

—Dejará de doler… ya verás… —No estaba seguro de que en algún momento le dejara de doler incluso que le fuera a gustar pero no me importaba ya.

Cuando creí que estaba suficientemente dilatado le puse a cuatro y le penetré muy lentamente mientras gimoteaba. Yo también lo hacía porque su interior estaba ardiendo y era apretadísimo. Me derretía dentro de él y me sentí mareado del placer que me proporcionaba. Me mantuve así por unos segundos hasta que mi cuerpo reaccionó y le di la primera estocada sacando un grito de su garganta. Yo quería gritar también pero me contuve.

—¡Oh dios mío! –La segunda envestida si fue algo premeditado y no fue mejor que la primera pero si igual de placentera. No tardaría mucho en correrme así que salí de él y le di la vuelta para tenerlo de frente. Sus pequeños ojos somnolientos me miraban llorosos y sus manos me aferraron con fuerza mientras me tumbaba sobre su cuerpo y retornaba a penetrarle. Sus piernas abiertas me dejaban expuesta su entrada y sus manos impulsando su cadera me ayudaban a entrar y salir de él. Todo fue muy placentero incluso para él porque gemía junto conmigo aunque aun no tuviera la posibilidad para correrse—. Eres tan caliente, Jiminie…

—Hyung…. Hyung… ¿Sigue doliéndote? –Me pregunta en su más infinita inocencia.

—Ya no, haces que a hyung no le duela…

—¿Vas a echar la leche de antes?

—Sí, ¿puedo hacerlo dentro de ti?

—Sí… ah, ¡Ah! –Mis envestidas se intensificaron y aferrándome a su pequeña cintura me vine en su interior ensuciando sus nalgas y al rato, sus muslos. Cuando sintió mi líquido dentro de él tembló debajo de mí y escondió su rostro en la curva de mi cuello. Ambos exhaustos nos tumbamos en la cama y nos abrazamos bajo las sábanas para conciliar el sueño. Ya no se oían los truenos ni la lluvia. Solo me atormentaron mis más sucios pensamientos.

A la mañana siguiente, cuando despertamos le pedí, no, le supliqué que no dijera nada de lo que sucedió la noche anterior. Le dije que si alguien lo sabía, me encarcelarían, me torturarían y probablemente me mataran. Le pedí que fuera discreto y que esto que ocurrió, fue algo íntimo entre nosotros. Pensando que me arrepentía de lo que sucedido y de que él no había sabido satisfacerme comenzó a llorar preguntándome si no le quería, si no le había gustado. Me di cuenta que él entendía más de lo que parecía en principio y acabé llorando yo también implorándole que no se lo dijera a nadie porque lo que sucedió, por mucho que me hubiera gustado, no había estado bien.

Cuando sus padres vinieron a recogerle no se preocuparon si había cenado bien o si había dormido bien. Nada. Se lo llevaron de mi casa susurrando un gracias y mientras Jimin me miraba con una sonrisa los remordimientos me atenazaron cuando se marchó, algo dentro de mi se convenció de que esto no quedaría en una noche. Esto se descubriría y me juzgarían por lo acontecido. No me equivoqué.

A las semanas Jimin y sus dos compañeros de clase, Jungkook y Taehyung, acudieron a mí en un recreo y me interrogaron sobre aquello que le dije que no debía saber nadie. Al parecer se lo había contado a sus dos compañeros solo por hacerse ver mucho más cercano a mí de lo que eran sus compañeros. Tuve que desmentirlo y ante el rostro en lágrimas de Jimin me juró que se las pagaría por humillarle de tal manera.

A la mañana siguiente la policía apareció en medio de una de mis clases y me detuvo frente a todos mis alumnos acusándome de violación a un menor. Jimin se lo contó a sus padres y tras ir al médico pusieron la denuncia y me encarcelaron. El juicio fue rápido. Condena de veinticinco años de cárcel. Simple. Mi familia me retiró la palabra. Perdí mi casa y mis cosas. Todo, lo perdí todo y sin embargo no le guardo rencor por su gesto, al contrario, le agradezco que escogiera por mí un futuro en vez de malgastarlo yo bebiendo y trabajando en un trabajo que no me gustaba. No era feliz y aunque no puedo decir que aquí lo sea, al menos tengo la excusa de decir “estoy donde debo estar”.

Han pasado nueve años desde entonces. Mi celda es individual y estoy en una planta diferente a la de otros presos por mi delito. Se nos considera a los violadores y pederastas mucho más peligrosos que a otros presos por el simple hecho de que nuestra enfermedad es algo incurable incluso con rehabilitación. No me considero más enfermo que una persona con gripe ya que desde aquel momento no he sentido el deseo irrefrenable por violar niños. Simplemente, en mis momentos íntimos en los que necesito aliviarme pienso de nuevo en él, en un Jimin de nueve años accediendo a mis suplicas. Él, ha sido siempre él.

Hoy, con mis treinta y siete años, permanezco aun encerrado a la espera de ser liberado pero aunque sea algo que debo desear una pequeña parte de mí sabe que no sobreviviré fuera de este lugar. Hoy, como cada día, permanezco leyendo en mi celda, pero hoy, no es un día cualquiera. Un policía viene para aporrear la puerta y abrirla anunciando una noticia.

—¡Min Yoongi! ¡Tienes visita! –Algo confuso me levanto de mi cama y me dirijo al lado del policía hasta la sala de visitas donde hay una mesa separada con un cristal. Varios teléfonos decoran las partes y al ver todas vacías a este lado me dirijo entre ellas hasta encontrar a un hombre al otro lado. No un hombre, a un chico mirándome, esperando por mí.

Miro al policía que me ha acompañado y asiente cerrado la puerta detrás de él. Sin otro remedio me siento en la silla donde el chico frente a mí me sonríe y nada más hacerlo, lo reconozco al instante sintiendo un fuerte pinchazo en mi pecho. Dentro de mí se rompe lo que durante años he conseguido fortificar. Él es todo aquello por lo que estoy aquí.

—¿Jimin? –Pregunto aunque no puede escucharme pero tras leer mis labios y encontrar su nombre allí, asiente ampliando su sonrisa. Lleva su mano al teléfono a un lateral de la mesa y yo hago lo mismo, nada preparado para escuchar su voz de nuevo. Es una completamente cambiada y diferente. Él ya no tiene nueve años.

—¿Yoongi? –Pregunta en vez de afirmar. Asiento—. Hola. ¿Cómo estás?

—¿Qué haces aquí? –Le pregunto directo, frunciendo el ceño. Sus manos tiemblan por mis frías palabras.

—He venido a pedirte perdón.

—¿Perdón? –Frunzo el ceño—. ¿Por qué?

—No cumplí mi promesa. No debí contarlo, lo siento. He esperado nueve años para poder venir aquí yo solo y decírtelo. Mis padres no me han querido traer a pesar de que se lo he suplicado.

—¿Querías verme? –Me delito en su nuevo estilo de pelo, algo más largo y con un flequillo negro cubriendo su frente. Su ropa es deportiva pero elegante. En sus manos porta varios anillos y sus ojos son exactamente los mismos que en mis recuerdos.

—¡Claro! He pensado en ti siempre.

—Pero yo te…

—Nada, hyung. Todo estuvo bien. No me desagradó y no fue contra mi voluntad. Aun me acuerdo, no querías hacerme daño.

—¿Cómo dices eso?

—Lo digo y punto. –Hace un puchero con sus labios y sin darme cuenta, comienzo a llorar. Ese permanente puchero.

—Perdóname. –Suplico.

—Hyung, —posa su mano sobre el cristal y yo hago lo mismo—, ¿me veo bien? ¿He crecido?

—Sí, Jiminie…

—¿Aun querrías volver a estar conmigo?

—¿Qué? –pregunto confuso.

—Te esperaré. Te lo prometo. –Y de repente, mi vida tomó sentido. Vivir, por él.  

 

FIN

 


AUTORA: Este fanfic creó mucha polémica en su momento, la siguió creando mucho tiempo después y fue una de las muchas causas por las que me eliminaron la cuenta de Wattpad. Quiero aclarar que aunque me gustó escribirlo en su momento, es muy probable que no lo hiciera hoy en día, no en sí por la temática sino por la romantización que se muestra aquí de estos temas tan delicados. Me gustaría disculparme por los lectores se puedan sentir ofendidos, pero otros muchos me han pedido que volviese a subir esta historia…  


Comentarios

  1. Guao Cynthia, siempre me has dejado con la boca abierta, tienes una capacidad increíble de transmitir las emociones de tus personajes. Me gustó que hayas salvado esta historia. Gracias por compartirla con nosotras... por cierto soy KimNamJoon66 en wattpad, es sólo que aquí me inscribí con otro correo, que es de trabajo y por ello aparece anónimo arriba...
    Sigue así, éxitos!

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  2. Creo que fui la del comentario anterior pero dos años después jsdnskdja
    Amé~ ah

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  3. ¡Increíble! Yo ya estaba preparada para llorar y sentirme mal pero no tuvo final triste, muy pocos finales de cynthia que tienen finales no tan matador, la verdad pensé que yoongi iba a matar a jimin, muy buena.

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  4. Hola Cynthia! Te admiro mucho como escritora, pero me surgió una pregunta, qué es lo que te hizo escribir este facfic? Es por la temática de retratar mentes retorcidas? Que es lo que te hizo arriesgarte a tocar temas tan delicados como la pederastia?

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    1. La verdad es que han pasado casi diez años o algo menos desde que escribí este fanfic, y no recuerdo bien qué se me pasó por la mente hahah Pero la verdad es que siempre me ha gustado escribir sobre temas controvertidos y delicados, no solo por mí sino por mis lectores, y mis haters, que odiaban que escribiese cosas así ahahha Es no solo una forma de provocación, era también una forma de emular a otros escritores clásicos como El Marqués de Sade o Navocob. Y porque se me vino a la mente y por aquél entonces escribía todo lo que se me pasaba por la cabeza hahah

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    2. Omgg muchísimas gracias por responder! Si te soy sincera, me sentí culpable por el hecho de que me hubiera gustado el one shot, justo porque se retrata a jm como un niño pequeño, entonces me empecé a cuestionar muchísimo el por qué me gustó a pesar de ese hecho y quise preguntar por la raíz de tu inspiración, para ver si de ahí podía entender tmb, no sé si me explicó jajajaja
      En fin, gracias por tu arte, un abracitoo<3

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    3. Te comprendo perfectamente, al fin y al cabo yo también lo escribí y disfruté haciéndolo. Pero a veces replantearse las cosas no está mal y reconozco que lo siento por las personas que ya no podéis leerlo, pero mi conciencia está mejor de esta manera, así que considero que esto es lo correcto. Me alegro de que puedas entenderlo.

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