UNA REINA ANÓNIMA - Capítulo 3
CAPÍTULO 3 – LOS PRETENDIENTES
Tal como había vaticinado mi padre, antes de que se cumpliese un mes de la trágica noticia sobre el Duque Christian, la corte de mi padre se llenó de mensajeros, embajadores, gobernadores, y representantes que buscaban una audiencia con mi padre por el motivo de un nuevo casamiento. Reconozco que aquellas atenciones me parecieron abrumadoras, tanto o más que a mi padre, pero ambos albergábamos la esperanza de nuevas oportunidades. Yo estaba sorprendida por ver aquel despliegue de grandes señores que me buscaban con la mirada cuando coincidíamos, cuando mi padre me llamaba a su despacho con motivo de una nueva presentación o en las grandes cenas que se organizaban con motivo de mi presencia.
A todos, por lo general, les sorprendió el riguroso luto con que me había maniatado a mí misma, pero los más cercanos a mi padre, conocedores de nuestras costumbres, se tomaron a bien este gesto. No lo percibieron como una negativa a un nuevo enlace, y a quienes lo tomaron como tal, les hice entender que mi alma era la que necesitaba este periodo de duelo, para hacerme a la idea antes de tomar un nuevo esposo. Intenté resultar cándida, y leal, aunque estoy segura de que muchos se fueron con la idea de que mi rol era ahora el de una monja en penitencia, o una plañidera perpetua.
La primera proposición que nos llegó fue la del hermano del duque Christian, que tras recibir de mi parte una calurosa bienvenida y una agradable velada de conversaciones poco fructíferas, se presentó ante mi padre con la propuesta, infértil por otra parte, porque no era un hombre de títulos ni grandes proezas. Su proposición era casi un suicidio, un intento desesperado por intentar usurpar el lugar de su hermano, tanto en el gobierno de los países de los Lagos como en la corte de mi padre. Fue rechazado de inmediato y escribimos a Fernando, el hijo de Christian, para informare de las insidiosas intenciones de su tío.
Los lusos, vecinos del Oeste también nos visitaron, pero su propuesta era mucho más tentadora de lo que nos habíamos imaginado. El rey de los lusos, con quienes manteníamos lazos de sangre, proponía a su hijo, soltero y más joven que yo, como pretendiente. Yo lo había conocido en persona y aunque sus embajadores llegaron pronto, el joven príncipe no tardó ni dos días en llegar a nuestro palacio. Era un joven apuesto y energético. También bastante carismático, lo suficiente como para convencer a mi padre para salir por un día de sus despachos y pasar la mañana de caza. Manuel, tenía por entonces 19 años, pero estaba completamente crecido, un buen mozo, como solía decir mi madre. Con las mejillas llenas y sonrosada, con el pelo abundante y castaño. Se parecía a mi padre en su juventud, y no podía ser de otra manera, pues era su sobrino.
Una de las noches en que se celebró un banquete que duró hasta bien entrada la noche consiguió escabullirse un segundo para abordarme. Me saludó desde el otro lado de la mesa con una inclinación de todo su tronco y yo hice lo mismo con mi cabeza. Miró con ojos divertidos a mí padre que se había quedado unos asientos más a la derecha, como pidiéndole permiso para hablarme y tras obtenerlo con un gesto de su mano, se volvió de nuevo a mí, lleno de emoción. En ese momento me di cuenta de que no importaba qué palabras me dirigiese o qué tan adecuado me resultase. Serían los tratos y las estrategias que sus abanderados pactasen con mi padre, sus ventajas y desacuerdos, lo que llevaría esta relación a buen puerto. Aunque tenía el rostro de un efebo y las maneras de un seductor, a mi no me resultó atrayente. Lo había estado observando la mayor parte de la noche y aquellas formas me resultaban exasperantes.
—Estáis tan hermosa como la última vez que nos encontramos...
—¿Cuándo fue? —Pregunté con malicia—. No lo recuerdo bien.
—En el último cumpleaños de mi padre, si no recuerdo mal…
—Erráis el tiro, primo. Hace al menos seis años que no nos hemos visto.
—¡Tanto! —Exclamó más avergonzado que sorprendido—. ¿Y cómo no nos hemos visto con más frecuencia, prima querida? —Ante mi silencio, que procuré que fuese lo bastante incómodo, buscó una salida adecuada—. ¿Desearíais bailar?
Asentí y tras incorporarnos al baile, continuamos la charla como buenamente pudimos.
—Siento mucho lo ocurrido, pero después de tantos años de espera, aquel enlace no podía salir bien… —Dijo con naturalidad, pero sus palabras fueron un puñal para mis sentimientos. A pesar de ello era sincero y había hablado con la verdad. Una verdad que yo me había querido ocultar todos estos años. Asentí.
—Las cosas que mal empiezan, mal acaban… ¿no crees?
—No, no lo creo. Los errores siempre pueden subsanarse, si hay buena voluntad y la cosa esta de Dios…
Aquellas palabras me confortaron. Será un rey bueno. No un buen rey, pero sí bueno…
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Los ítalos también trajeron a sus respectivos. Varias casas importantes hicieron sus apariciones y ninguna de ellas pasó desapercibidas. Sus ropas coloridas y extravagantes brillaban por encima de nuestro gusto por el austero color negro. Sus grandes sombreros con plumas que llegaban a rozar los techos, y las capas que iban arrastrado por los suelos. A mis damas les hacían tanta gracia como admiración les causaban. Algunas mujeres acompañaron a los embajadores sureños. Tan emperifolladas como ellos, eran la envidia de la corte. También yo profesaba parte de ese recelo, pues aquellas que aparecieron por nuestro palacio eran tan hermosas como las mujeres de aquellas pinturas que mi padre hacia traer desde sus países. Damas que parecían ninfas o diosas. Jóvenes y ancianas, todas eran dulces y elegantes, con una feminidad dulcificada hasta el extremo. Sus cabellos sueltos, enroscados y teñidos de rubio, sus tocados sutiles y florales. Aquellos vestidos ligeros y fantásticos. Hubiera deseado vestir uno de aquellos, o desposarme con alguna de aquellas mujeres.
El príncipe de Venecia llegó acompañado de su madre, la cual hubiera pasado por su hermana sin ningún problema. El padre del joven príncipe había muerto el año anterior y ella estaba no tanto como regente sino como consejera, y como ninguno de los dos conocía nuestro país se aventuraron a venir juntos. No le preocupó en absoluto la imagen que eso daba sobre su hijo, que tenía apenas un año menos que yo, porque sabía que lo verdaderamente importante se hablaba en los despachos y no en los banquetes o los bailes.
Y esa fue su mejor baza, su familia era de las más ricas del continente, descendiente de banqueros y comerciantes se habían hecho con todo el comercio de especias y sedas que llegaban al Mare Nostrum, y no solo eso, controlaban todas las transacciones de dinero que se gestionaban en su país. Por no hablar de la estética, su región era la más prospera en artistas, y su estilo se estaba extendiendo a pasos agigantados por el resto del mundo, con sus perfectas esculturas y todas esas inmensas cúpulas pinatadas. Habían traído de vuelta el clasicismo, estilo que ni mi padre ni yo admirábamos demasiado pero que nos había proporcionado inmensas horas de contemplación y reflexión.
Con el joven apenas crucé un par de palabras pero a su madre, Ginevra Contarini, pude abordarla en varias ocasiones en las dependencias de las mujeres. Solíamos sentarnos en los salones que hacían las veces de sala de reuniones para mis amigas y damas de compañía y mientras tomábamos algún licor nos poníamos al día de las nuevas que ocurrían en nuestras respectivas tierras, nada demasiado comprometedor. No era conmigo con quien tenía que tratar esos asuntos, y yo no deseaba conocerla desde la perspectiva de una reina. Me embelesó su personalidad tan directa y amigable. Era una mujer dulce y sincera sin ser demasiado condescendiente. Solía portar una diadema de raso con un pequeño abalorio que coronaba su frente, y el resto de su cabello se lo recogía en una redecilla, que a veces le permitía dejar el largo de su cabello libre y en otras se lo recogía en un tranzado.
Sus ojos eran profundos, y su boca pequeña pero muy rosácea, siempre humedeciéndosela. Su corpiño era mucho más ligero que el mío y los colores de su prenda le dotaban de una apariencia mucho más juvenil, a pesar de que me llevaba más de diez o doce años. Sin embargo su tratamiento siempre fue para conmigo el de una amiga. En medio de una animada conversación en que ella me relataba un pasaje de su infancia, donde su hermana mayor la perseguía para rociarse un perfume que a ella no le gustaba, no pude evitar sucumbir a la tentación de acariciar un mechón de su cabello que caía sobre su hombro izquierdo. Lo sujeté con mis dedos y lo devolví a su sitio, tenía el pelo suave y sedoso, como el de un minino. Ella detuvo el relato en medio de una risa que cortó al instante y me miró con ojos expectantes, como si aquel gesto la hubiese ofendido pero no tuviese el valor de mostrase contrariada. Tan confundida estaba que yo le sonreí con candor.
—¿Cómo os habéis decolorado el cabello?
—Todas en mi tierra lo hacemos, con una pasta de cenizas de madera de halla y sebo de cabra, para decolorarlo…
—¿Yo tendría que decolorarlo también si me caso con vuestro hijo?
—No, desde luego que no, princesa. —Dijo, más divertida que apurada—. Aunque reconozco que ahora todas las mujeres que desean seducir a sus maridos, se lo decoloran. Los hombres en nuestra patria se vuelven locos por las mujer con el pelo rubio…
—¿Y a usted, alteza? ¿Le gustan las mujeres rubias?
—¿A mí? —Preguntó, y se le escapó una risa divertida—. ¿Qué importa eso?
—Si me caso con su hijo, es a vos a quien debo agradar, me temo…
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No todos fueron efebos acompañados de sus ayas. El emperador mismo se presentó de improvisto para ofrecer como pretendiente a su hijo mediado. El mayor ya estaba casado pero el mediano, cuya esposa había fallecido de unas fiebres el último invierno, estaba de nuevo soltero. No era ningún jovencito, el pretendiente en cuestión me aventajaba quince años y su esposa ya le había dado dos hijas. El problema de la sucesión de su apellido estaba en peligro y deseaba cuanto antes un hijo varón. Mi padre empatizó con aquella angustia pero su cabeza fría de rey no lo consideró como una opción válida.
—Mi hija está destinada a tomar un papel más importante en la historia. Es mi hija, mi hija mayor. No será la esposa de un segundón. –Aquello pude oírlo de la voz de mi padre, que discutía en sus dependencias con el emperador en persona. Yo me había acuclillado tras la puerta del servicio, oculta tras un tapiz en la parte sur de la estancia. Una de mis damas me acompañaba y tiraba de vez en cuando de mi manga.
—Vámonos, princesa. —Susurraba ella, apesadumbrada—. Si nos descubren, nos meteremos en un buen lío…
Yo tiraba de mi manga y con gesto de brusquedad, estampando mi dedo índice sobre mis labios, la mandaba callar.
—¿Cómo osáis decir algo así? —Exclamó Máximo, el emperador—. Hemos venido hasta aquí, seguros de que mi hijo sería el candidato indicado…
—No lo es en absoluto. Habéis venido porque hay vino y cochinillo. Nada más. –Mi padre podía ser tajante cuando se lo proponía. Estaban sentados el uno frente al otro con una mesa de por medio. A pesar del desorden de papeles que había sobre ella, estaban compartiendo una jarra de vino.
—No creáis que esto va a ser pan comido. Al igual que yo, muchos han venido hasta aquí solo por el pan y el vino. Sus intenciones son estériles. Desean conocer a la eterna prometida, como la han empezado a llamar desde hace varios años, desean ver qué tan bien se conserva la muchacha, cómo de desesperado está su padre y cuánto está dispuesto a perdonar con tal de venderla cuanto antes.
—Mi hija es muy necesaria en esta corte, lo sabes bastante bien. Aquí no desechamos a las mujeres, las enviamos con los mejores pretendientes.
—¿Y acaso mi hijo no lo es? —Aquel hombre, rechoncho y acalorado, se recostó aún más sobre su asiento, con la sensación de haber ganado la batalla dialéctica—. Nuestros países están en paz desde hace décadas, por el amor de Dios, eres mi sobrino, Felipe, no puedes decirme que este no sería un enlace que aunaría aún más a nuestra familia, que empieza a dispersarse y a decaer por todo el continente…
—Tienes razón, nuestros países están en paz, pero no es solo gracias a que seamos familiares, nuestras políticas han estado unificadas desde hace décadas.
—Le estoy ofreciendo a tu hija una oportunidad que no tendrá en otro lado. Como esposa de mi hijo no tendrá que dirigir nunca un ataque contra su propia patria.
—No tendrá que dirigir nunca nada. Tú segundo hijo no heredará más que algunas tierras al norte, como gobernador o en el peor de los casos marqués. Y son tierras yermas, donde no crecen ni las malas hierbas.
Aquello enmudeció al emperador el tiempo suficiente como para que mi padre decidiese volver a la carga.
—Mi hija está tan preparada para la paz como para la guerra, y es precisamente por eso por lo que deseo situarla en una posición estratégica, que me traiga la paz de un país donde no puedo lograrla desde aquí.
El silencio del emperador se prolongó, pero de repente estalló en carcajadas. Parecía más bonachón y agradable cuando su risa inundaba la estancia. Mi dama salió corriendo por el pasillo que comunicaba con las cocinas y yo me quede allí sola, con la oreja pegada a la puerta. Deseé que no sonase ni un solo crujido, ni si quiera una brisa de viento que me delatase. Imaginé que estaba de caza, conteniendo el aliento para que el ciervo no me oyese.
—¡Ya tienes una decisión tomada, granuja! —Exclamó el emperador—. ¿Y a qué estás esperando? Todo este despliegue de gobernadores y mensajeros… ¿para qué?
Fue el turno de mi padre para mantener silencio. Un silencio más enigmático para mí que para su hermano.
—¡Ah! ¡Ah! —Exclamó de nuevo con su risa de perro pachón—. No ha llegado aún… ¿Eh? Yo no lo esperaría demasiado tiempo. No creo que se vaya a presentar.
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GINEVRA CONTARINI, Reina madre de Venecia. Consejera de su hijo, en rey. Gobiernan una de las ciudades estado de la península Itálica. [No está inspirado en un personaje Real]
MANUEL, príncipe de los Lusos. Sobrino del Rey de España, Felipe II. [No está inspirado en un personaje Real]
MÁXIMO DE H, emperador del Sacro Imperio. Tío del Rey de España. Su primer hijo heredará el imperio pero su segundo hijo, viudo, es pretendiente a esposo de la protagonista. [No está inspirado en un personaje Real]
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