AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 35

 CAPÍTULO 35


Yoongi POV:

05/Abril/2018

Viernes

Ala de máxima seguridad. Presos peligrosos.

Sala de espera.

 

Y aquí sentado, en este asqueroso asiento de plástico en la sala de espera de una prisión en donde encierran a mi mayor temor, me doy cuenta de que he tocado fondo. He caído al fin en el abismo, he palpado con mis manos la pared de piedra al caer y al final toco con mis yemas la humedad de este pozo que conforma la escalada descendente de mi depresión. He pasado por mentirme a mi mismo jurándome que estaba bien y que saldría de esta, por mentirle a la mujer a la que una vez llamé jurándole que volveremos a vernos en Busán cuando yo no tengo intención alguna de ir a Busán ni a ninguna parte que suponga alejarme una sola semana de esta maldita sala de espera, y ahora le he mentido a un buen amigo, saltándome su consejo para mi recuperación. Quien quiere rehabilitarse cuando después de la droga no queda nada, no hay nada por lo que luchar más que por el siguiente chute. No existe nada más que no sea esa sensación de renacimiento cada vez que le veo, esa deslumbrante sensación de seguridad al verle de nuevo atado a una silla, al oír su voz reconfortando todos mis delirios.

Ojalá pudiera hacerme entender por encima de las palabras, por encima de cada una de las expresiones y metáforas. Necesito estas visitas tanto como el respirar, tanto como la creciente manía de cerrar los pestillos de la puerta antes de acostarme. Él es el monstruo que se alimenta de mí y de mi ansiedad, es el monstruo que vive debajo de mi cama y el lobo de mi caperucita. Es la sombra en el fogonazo de luz y esa mota en las gafas. No logro deshacerme de él y he aprendido a vivir con el terror que me provoca su presencia, o lo que a veces es solo un delirio. Pero la costumbre me ha hecho el hábito y ahora ya no puedo deshacerme del terror. Necesito el terror, y le necesito a él. He tocado fondo, pero cuando miro a la superficie, su figura se desdibuja desde la luz que cae a plomo hasta esta estancia. Sé que no puedo salir, pero tampoco quiero hacerlo. En esta soledad, soy yo mismo al cien por ciento. Soy yo, mis delirios y paranoias. No quiero dormirlas, no puedo deshacerme de ellas.

Hoy, estas paredes grises me hacen sentir incluso reconfortado. Hoy no tiemblo, no estoy ansioso o preocupado. No tengo nada que contarle, y tampoco quiero hablar con él, con que me salude con su tono de voz neutro y me mire por al menos cinco minutos, será suficiente satisfacción para el resto del día. Este lugar se ha convertido casi en mi pequeño secreto, y ahora que se supone que ya no debo venir, también en mis escapatoria y mi liberación. He aprendido a apreciar el color del muro, el olor de la humedad y el sonido de los pasos del joven guardia acercándose. Puedo sentirlo ya, su sombra aparece a través de las paredes del pasillo como si una bestia deforme se acercase poco a poco a pequeños pasos. Yo agacho la cabeza y me paso las manos por el rostro, intentando desperezarme. No lo logro del todo porque he tomado un par de ansiolíticos antes de salir de casa para rematar la traición y cuando aparece a lo lejos el joven con un semblante serio, cae en mí aquí sentado, y me muestra una radiante sonrisa como si se alegrase de verme tanto como a un viejo amigo. Es irónico, que es seguramente junto con Jungkook, a la persona a la que más he visto en estos últimos meses y ni siquiera sé un nombre. Tampoco importa, no es más que un mudo y solitario funcionario en esta obra.

—Señor Min. –Me dice el chico y yo me levanto con entusiasmo y me acerco un paso, lo suficiente como para que él llegue a mí en dos zancadas.

—Me preguntaba si hoy podría ver a Jeon…

—¡Claro! –Dice casi sorprendido de mi pregunta—. Ya está en la habitación esperándole…

—Oh… —Digo, pensativo. Algo aturdido—. Pensé que después de lo de la semana pasada, él no querría verme o incluso ustedes me negarían el paso por lo ocurrido. Como la vez anterior.

—No, nada de eso. –Dice negando con las manos—. Cuando le sacamos a usted de la sala él se calmó por completo, como si no hubiera sucedido nada. No tuvimos que llamar a seguridad ni a dos enfermeros que le administrasen un calmante. Seguro que solo fue una maniobra para echarle a usted. –Me dice, con una sonrisa amarga a lo que yo suspiro largamente.

—¿Y a pesar de todo quiere verme de nuevo?

—Supongo que él se ha acostumbrado a usted, señor Min. –Me dice y yo le miro con entusiasmo. Él me devuelve esa expresión entusiasmada. Yo asiento mientras me vuelvo a los asientos y recojo mi abrigo, mi bufanda y mi paraguas aun empapado. Me cuelgo las dos prendas del antebrazo hasta llegar al registro y el paraguas lo llevo con la mano contraria. El joven guardia saluda a su compañero en la garita con una mirada sonriente y un gesto de la cabeza que el hombre le devuelve con un ademán algo más desganado. Después de ello, el joven me coloca su mano en el hombro y me señala el camino que ambos conocemos ya muy bien.

—¿Llueve fuera? –Me pregunta—. Cuando llegué a primera hora no lo hacía. Y aquí ya sabe, no hay muchas ventanas.

—Sí, lo hace. A cántaros.

—Ya me había parecido a mí, hubo un rato que oía el agua discurrir por los canalones, y cuando le he visto el paraguas empapado, he resulto que ha debido ser eso. –Dice riendo.

—Pues sí, hace lluvia y viento, lo justo para un día en que tengo que salir de casa. Incluso se me ha doblado el paraguas en un par de ocasiones.  –Chasqueo la lengua—. Desearía tomarme ahora mismo un café caliente.

—Yo me tomaría un chocolate caliente. –Dice él saboreándolo—. Wow, lo que daría por poder tomar un chocolate…

—A mí también me gusta el chocolate. –Le digo y él me mira con una sonrisa entusiasmada. Cuando llegamos a la mesa de registro me saco de encima el abrigo, la bufanda y el paraguas. Después dejo el teléfono móvil sobre la bandeja, me palpo un poco más y él me pasa el detector de metales, aduciendo que el lugar en donde suenen es que son botones o cosas de las que no pudo desprenderme. Me da el visto bueno y después abre la puerta con un sonido seco y esta se mueve para dejarnos pasar. Seguimos caminando el uno al lado del otro.

—¿Te gusta el té? –Me pregunta, continuando con la conversación.

—Sí, también. Casi más que el café o el chocolate. Pero todo va por gustos.

—El de canela es mi favorito. –Me dice, asintiendo como si hablase consigo mismo—. Lo tomaba de pequeño cuando estaba malito. Y siempre que lo tomo me reconforta.

—Que bien. Mi madre me hacía siempre sopa de pollo. Y cuando hoy en día me pongo malo, como no sé hacerla, me hago sopa de sobre, —ambos reímos—, pero no sabe igual y casi que me pongo peor… —Se ríe con ganas.

—¿De veras? No es fácil cocinar, pero debería aprender si no tiene a su madre en casa.

—Supongo.

Ya veo la salita y nos acercamos poco a poco con el sonido de nuestras risas resonando por toda la estancia. Los pasillos son muy largos y las paredes de piedra hacen que la acústica sea mucho más barroca. Puedo ver como la luz que sale por la ventana alumbra todo ese trozo de pasillo con una intensidad mucho más clara. El resto del pasillo está iluminado, claramente, pero en esta en concreto, se puede ver como un resplandor de luz baña las paredes. Antes esta imagen me hubiera molestado, irritado. Pero hoy me reconforta. Estoy ansioso de llegar a la ventana, de ver su rostro a través de ella. Me siento incluso excitado. Despierto de la ensoñación por momentos.

—A mi madre, sin embargo, le gusta más el café. –Me sigue diciendo él—. Se toma uno siempre después de cada comida como si… —El sonido de su voz se va apagando en mi cabeza a medida que nos acercamos. Sus palabras pierden importancia ante la presencia de Jungkook, y cuando llego a la salita me asomo a la ventana a medida que camino, ansiando ver ya su expresión, pero la imagen que se me muestra, es del todo desoladora. No está. En su lugar, hay una camisa de fuerza hecha jirones, aún medio amarrada a la silla metálica, y una cuchilla gris, brillante y con un par de gotas de sangre en uno de sus filos sobre la mesa. El conocimiento, junto con la comprensión, borran el desolado sentimiento de pena y lo tornan terror. Puro terror. Pánico.

Me detengo en cuanto lo comprendo. Apenas hemos llegado a la puerta y estoy paralizado. Estoy exhausto y petrificado mirando la camisa blanca, perfectamente impoluta, hecha jirones y dejando un cuerpo vacío delante de ella. No hay nadie en la sala, nadie. No está. Ha desaparecido. Las únicas palabras que aparecen en mi mente bloqueada son “Corre” “Corre” aquellas palabras que me pedía el cuerpo cuando le miré en el interior de su cocina con la taza de té en la mano. No está, está libre. Viene a por mí.

Antes de volverme al guardia, este se ha percatado como yo de que se ha fugado y su única reacción es cogerme del brazo y tirar de mí lejos. Como no colaboro, pues me he quedado saturado, me sujeta con las dos manos por los hombros y tira de mí en dirección en que hemos venido. Creo que voy a caerme. Voy a desmayarme aquí mismo y pienso quedarme aquí, hasta que me mate, o hasta morirme del infarto que estoy comenzando a pronosticar. Me duele el pecho, no puedo asimilar lo que está sucediendo hasta que el guardia a mi lado coge el walkie talkie en su cinturón y habla con alguien al otro lado.

—¡Da la alarma! ¡Jeon Jungkook se ha escapado! ¡No está en la sala de visitas! ¡Llama al director! ¡Tenemos que sacar a Min Yoongi de aquí! –Cuando cuelga el walkie talkie ya estamos cruzando la puerta de rejas metálicas que inutilizan este pasillo y cuando cierra detrás de nosotros lo hace con ahínco y premeditación. Yo me lanzo, comenzando a vislumbrar lo que sucede, sobre mis cosas en la mesa. Me pongo el abrigo a toda prisa, mucho más rápido de lo que he hecho nunca, me dejo la bufanda sobre el cuello y cojo al vuelo el móvil y el paraguas mientras el guardia vuelve a tirar de mí lejos de esta sala, en dirección a la sala de espera. Me agarro el pecho casi como un acto reflejo, porque siento todo el dolor y miedo instalarse en una de las arterias principales del corazón. Me palpita de tal manera que solo oigo el sonido de mis latidos en mis oídos. No, en realidad no es eso, es un pitido constante como el que sentí en la habitación de Liliana aquella noche. He roto a sudar, me desmayaré en cuestión de segundos si no respiro aire, no puedo hacerlo, tiro del cuello del jersey pero nada. No mejoro nada.

¡Eres un maldito bastardo entrometido! –Oigo la voz de Jungkook desde la lejanía del pasillo del que provenimos. Sé que es una alucinación, sé que está solo en mi mente, pero la oigo con una claridad asombrosa.

¡Pienso matarte!

¡Prometo que te mataré!

 Cuando miro el rostro del chico que me arrastra pasillo afuera le veo con una expresión tan asustada y preocupada como puede estar la mía. Se ha metido en un buen lío, lo presiento, y también presiento que puede ser muy peligroso para él, como para mí, si nos topamos con Jungkook en el camino. Pudo sentirlo, puedo sentir que aún está entre estos muros y que saltará a nosotros en pleno pasillo. Se tirará encima de nosotros, cuchillo en mano, para rajarnos como conejos desollados.

—¿Está bien? –Me pregunta el chico, por mi cara de estupefacción. Yo asiento, trago en seco, y comienzo a correr sin ser tirado por él. Me impulsa el pánico, el terror. No hay palabra inventada para definir lo que siento ahora mismo. No es pavor. El pavor no se siente en cada uno de mis órganos, como si sintiese que me los arrebatarán para diseccionarme y después devorarme. He sido un idiota, me digo, al haber pensado que me gustaba el riesgo y el miedo de su presencia. Solo era una alucinación, no era más que el valor por la certeza de que estaba encerrado. Ahora que no lo está, sufro un paro cardíaco.

Cuando llegamos a la sala de espera, allí nos espera el director con la misma expresión de terror que nosotros dos portamos. Ese evidente terror no por una multa de la administración, ni siquiera por malas críticas en la prensa. Todos estamos temerosos de que se nos arrebate la vida, yo el primero, el director después. Pero si hay algo más aterrador que la certeza de que está libre, es la espera porque aparezca.

—¡Dime que es una broma! –Son las primeras palabras del director cuando nos ve aparecer a la carrera por el pasillo. Al vernos tan sofocados llega a la conclusión de que estamos huyendo de él y saca del cinturón del guardia de la garita a su lado la pistola taser y apunta al pasillo que dejamos a la espalda. Mi compañero hace lo mismo, pero esta vez apunta al director—. ¿Qué haces? –Le pregunta al guardia a mi lado.

—¿Y tú? No nos persigue nadie. –Aclara el joven y el director baja el taser, algo más seguro, pero aun alarmado.

—¿Qué ha pasado? –Me pregunta a mí, pero yo levanto las manos, inocente. El joven guardia habla por ambos.

—Cuando hemos llegado a la salita de espera la camisa de fuerza estaba hecha jirones. Sobre la mesa hay una cuchilla, ensangrentada. Tal vez… —deduce, pensativo—. Se la ha guardado sin que me diese cuenta y cuando le han puesto la camisa y le han dejado en la habitación, ha rajado la tela con ella, y sin querer… se haya cortado.

—¿De dónde demonios ha sacado una maldita cuchilla? –Pregunta a voces, y de repente ambos dos personajes se giran a mí. Me miran casi con terror en los ojos y yo doy un respingo, asustado. Me señalo el pecho.

—¿Insinúan que yo le he dado una cuchilla? ¿Están ustedes locos?

—Es la única posibilidad. –Dice el joven guardia, negando con el rostro—. La ha debido esconder en alguno de los libros que le ha pasado últimamente…

—¿Qué? –Grito, ofendido—. ¡Yo no le he pasado nada! ¡Usted ha visto que en los libros no había nada!

—Hay muchas formas de esconder una cuchilla en un libro. –Me dice, enfadado conmigo, casi decepcionado y su mirada de odio me hace sentir herido y muy acobardado.

—Eso no importa ahora. –Dice el director, calmándonos a todos con un tono de voz más suave—. Tú, escolta al señor Min fuera y después cierra la puerta con llave. No dejes que nada ni nadie más salga de esta institución. No creo que Jungkook haya salido de aquí. Es imposible. Debe seguir en las habitaciones de consulta.

El joven guardia acata en silencio las órdenes de su director y yo me dejo llevar de nuevo por un tirón en el brazo de su parte. No. Jeon Jungkook ya no está aquí. Está muy lejos de este lugar, puedo sentirlo. Si no es tan idiota como creo, se habrá escabullido a la menor oportunidad. ¿A dónde irá? ¿A dónde acudirá? No tiene nada ni nadie. No tiene familiares en Seúl y no tiene pertenencias… personales…. Mierda.

—¿Seguro que está bien? Tiene mala cara. –Me dice el joven de nuevo, sacándome de mis cavilaciones cuando yo le doy un tirón a mi brazo para que me suelte.

—Sé caminar solo. –Le digo, casi bufándole. Él me mira despechado y yo sigo adelante hasta la puerta de entrada. Allí, me detiene antes de salir y me señala fuera.

—Coja un taxi y vaya a casa. Enciérrese. Puede que Jungkook vaya a por usted. Llame a la policía si es necesario. Y no salga. ¿Entendido? –Yo ignoro sus consejos, puesto que no he traído dinero para un maldito taxi y no me agrada su expresión de compasión cuando acaba de culparme de la fuga de Jungkook.

—¡Yo no he sido! Yo nunca permitiría que Jungkook se escapase. ¿Por qué iba a hacerlo?

—No lo sé, señor Min. Pero es lo que parece… ¿Quién iba a darle sino nada?

—Lucas. –Digo, casi caigo en ello—. Él pudo dársela… —El joven niega con el rostro, quitándole importancia.

—Eso ahora no importa, váyase a casa y enciérrese… —Yo asiento, deliberando que es lo único que puedo hacer ahora mismo, y salgo al exterior, abro el paraguas, pues está lloviendo a mares, y bajo las escaleritas de la entrada a prisa, sintiendo como el sonido de las gotas retumba bajo el paraguas. El aire fresco me desentumece los pulmones. Me siento algo más aliviado y si tengo que correr, tengo mucho espacio para hacerlo. Pero mis pasos sobre las escaleras me hacen retrotraerme en el tiempo. El joven guardia tenía un taser. Tenía una pistola taser que no ha sacado hasta que no le ha venido en gana. ¿Por qué no la sacó al menos para sentirse más seguro? ¿Por qué no ha querido protegerse antes? ¿Sabía que estaba a salvo? ¿Cómo es posible? ¿Y cómo ha salido Jungkook de la salita de visitas si siempre está cerrada con llave? No es posible abrir esa puerta con una mera cuchilla de afeitar. El guardia ha debido dejarla abierta. Para que Jungkook… salga…

Cuando me vuelvo hacia la puerta, el guardia sigue ahí, sujetando la puerta entreabierta mirándome con una sonrisa encantadora. Un anónimo funcionario sin nombre, sin apellidos, ha contribuido a que toda esta pesadilla se haga realidad. Él ha sido el que ha entrado en mi piso, él ha sido el que me ha estado siguiendo en sus horas libres. Las palabras de Liliana me sobresaltan.

…la recepcionista esta me dijo que un policía había llegado y había informado de que ese había visto a un sospechoso colarse en un par de habitaciones, entre ellas, la mía. La policía estuvo revisando mi habitación…

Un policía

Un policía

No había ladrón alguno. Era él quien, tras informar de una falsa sospecha, se coló en la habitación de ella, pero gracias a Dios, ella no estaba en ese momento. Seguro que pudo haberlo hecho antes. Ese traje de policía no solo es un disfraz, también una excusa para ir a donde le plazca. Ha sido los ojos, oídos y manos de Jungkook fuera de esta prisión.

—Váyase a casa, corra. –Me dice el joven, mirándome con una expresión indescifrable. Yo le fulmino con la mirada, más que receloso, aterrorizado.

Ha sido él.

 


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Comentarios

  1. Increible lo ignorante que me siento al no haber encontrado quien era cuando las pistas estaban en mi cara

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