AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 8

 CAPÍTULO 8


Yoongi POV:

08 – Octubre – 2017

LUNES

 

Termino de leer todos los informes mientras paso las páginas de nuevo hacia atrás para cerrar la carpeta. Una carpeta marrón claro con el nombre escrito a boli en la portada “Jeon JungKook”. He metido toda la documentación en una nueva carpeta como hago con cada nuevo paciente, pero esta vez me recorre una sensación que no había tenido nunca. Una sensación de que esto se me escapa de las manos. Sensación influenciada e insuflada por la carta del orientador de la escuela de Jeon. Sus palabras me dejan en un terrible estado de desasosiego e incertidumbre que me apremia a que llegue la hora de la cita con Jeon. Me muerdo el labio inferior y miro directo su nombre escrito en negro sobre un fondo marrón que me recuerda al color de sus ojos, o al brillo de sus cabellos bajo las luces del sol a media tarde. 

Vuelvo a repasar debidamente cada uno de los documentos con la sensación de que por mucho que los lea, siempre me dejo algo en el tintero o no consigo alcanzar comprender qué diablos sucede bajo estas palabras. Su ficha escolar, su expediente impecable, los boletines de sus notas, los informes de bomberos, policía y su declaración en el hospital. Su foto. Me quedo mirando su foto con esa expresión de curiosidad morbosa e infantil concordia cuando alguien golpea con sus nudillos la puerta de mi despacho y doy un respingo guardando a prisa la foto dentro de la carpeta y la cierro de golpe, sintiendo una adrenalina vergonzosa por mi deplorable actitud. 

—Adelante. –Digo, intentando que mi voz suene agradable y formal, y cuando el invitado asoma su rostro hacia el interior el mismo rostro de la fotografía me sorprende con esa expresión de risueña felicidad. 

—¿Puedo? –Dice tímido y yo asiento, poniéndome en pie mientras él pasa dentro de la consulta y cierra detrás de él. Su primer gesto cuando suelta la puerta es inclinarse hacia mí como saludo convencional y yo imito su gesto con mi cabeza. Le señalo el sofá en el que estuvo el viernes pasado y él sonríe agradecido mientras camina hasta el sofá, el lugar en donde los pacientes sueltan sus más terribles demonios. Yo por el contrario me siento en una silla delante de él y me cruzo de piernas mientras él toma la iniciativa de la conversación—. Me gustaría, antes que nada, disculparme con usted. –Dice, dejando la pequeña mochila que trae a la espalda cerca de él en el suelo, apoyada en el sofá parece algo más abultada que la última vez que la vi y me la quedo mirando. Es una mochila de tela negra con un estampado horroroso en gris. Está muy desgastada. Puede tener al menos tres años. 

—No tienes que disculparte. –Le digo, tranquilo, mientras niego con el rostro—. La verdad es que te comprendo, viernes por la tarde… Seguro que deseabas salir con tus amigos por ahí en vez de ir a consulta… —Digo levemente entristecido, comprendiendo la situación. Pero es su ceño fruncido lo que me hace creer que tal vez no lo entiendo del todo. 

—No. –Dice, amable—. No suelo salir por ahí con amigos… —Dice encogiéndose de hombros—. La verdad es que no se me da muy bien eso de hacer amigos… 

—¿No? –Le pregunto y él se encoge de hombros. 

—La verdad es que desde siempre. Al menos con gente de mi edad. Con adultos es otra cosa. 

—Explícame eso... 

—Desde que tengo memoria he intentado lidiar con personas de mi edad, con alumnos en clase, con niños en el parque, pero mis gustos y aficiones no son las mismas que las de ellos. Nadie de mi edad ha valorado nunca el placer de sentarse a leer un libro o el de asistir a una obra de teatro. Pensé que eso cambiaría cuando creciese y que encontraría a gente que al fin lo apreciase. Pensé que mis gustos eran adultos, pero resulta que son refinados y el refinamiento no es algo que adopta junto con la madurez… 

—¿Nunca has tenido amigos?

—Algunas veces he salido por ahí a tomar algo, con compañeros de clase o, yo qué sé. Pero no tengo lo que se suele llamar un círculo social en el que integrarme. 

—Bueno, no te preocupes. Suele ser algo habitual en las personas con un buen nivel académico. El esfuerzo requiere sacrificio.

—¿De verdad? –Me pregunta, casi atónito y yo asiento, levemente confuso. Prefiero obviar ese gesto y posar mis manos sobre mis rodillas mientras le señalo con una mueca alegre. 

—En fin, estamos ya a lunes y me gustaría comenzar con las sesiones y sacar algo en claro. 

Me levanto de mi asiento y cojo una pequeña libreta de anillas metálicas y un pequeño bolígrafo de color negro. Suspiro largamente mientras me siento y dejo la libreta sobre mí. Me quedo mirando a Jeon delante de mí con una expresión animada. Hoy no se ha vestido tan elegante como la otra vez. Seguro que solo intentó causarme una buena primera impresión. Pero no puedo quejarme de su estética. Vaqueros grisáceos con cortes sobre las rodillas y los muslos y una camiseta de manga corta negra con unas palabras en inglés escritas sobre su pectoral derecho. “Bad Boy”. No hace tan buen tiempo como para ir en manga corta. Seguro que en la mochila lleva una chaqueta. Si hay algo que me llama más la atención que su propia imagen es el dulce olor que ha dejado impregnado en mi consulta desde el momento en que ha entrado. Súbitamente me siento terriblemente abochornado pues yo penas aporto una camisa blanca y unos pantalones negros de vestir, y podría haberme lucido un poco más, pero niego con el rostro deshaciéndome de esos pensamientos y continúo con la consulta. 

 —He leído el informe de los bomberos y el informe de la policía. –Le digo, a lo que él asiente, poco sorprendido—. Y tu declaración en el hospital. 

—Vale. –Dice, tranquilo, observándome con curiosidad. 

—También he estado revisando tu expediente académico, y déjame felicitarte por tus buenas notas durante toda la carrera. 

—Gracias. –Dice con un leve rubor. 

—También la carta de tu orientador, pidiéndome que te trate. –Le digo a lo que él ahora levanta la mirada hacia mí con un interés casi morboso y yo me encojo de hombros—. Supongo que ya sabrás lo que pone, si has hablado con él, conocerás su opinión acerca de tu comportamiento. 

—De seguro que contigo ha sido mucho más sutil de lo que ha sido conmigo. –Me dice con una sonrisa traviesa pero a los segundos la borra para mostrarse curioso—. ¿Podría leerla?

—¿Leerla? –Le pregunto pero no sé qué contestarle y él se adelanta a mi respuesta. 

—Sé que puede considerarse información confidencial que solo uno de nosotros debe conocer, pero creo que me ayudaría saber cuál es la opinión del orientador en respecto a mi conducta. Al menos una versión formal y adulta. Porque a lo que a mí se refiere solo me ha dirigido insultos. –Me dice con una mirada dolida y yo chasqueo la lengua, negando con el rostro. 

—Supongo que tienes razón pero me temo que no lo tengo aquí. Lo he dejado en el almacén, con el resto de información de mis pacientes. –Le digo pero él, tras haberme escuchado atentamente niega con el rostro y señala mi escritorio con la mirada. 

—No. Está en la carpeta esa de la mesa. –Yo doy un respingo—. En la carpeta donde pone mi nombre. –Dice y yo le miro con ojos entrecerrados mientras él deja a sus palabras toda representación facial de una expresión de soberbia. Yo miro la carpeta detrás de mi espalda pero me vuelvo a él. 

—¿Seguro que quieres leerla?

—Claro. –Dice desinteresado y yo me levanto, rebusco en la carpeta y le acabo extendiendo la carta que él acoge con una expresión sonriente de satisfacción—. Seguro que hace un tedioso alago a su carrera profesional, ¿verdad? –Me pregunta aún sin abrirla y yo asiento, sentándome de nuevo en mi asiento delante de él. En silencio la despliega y la lee en completo silencio mientras yo me quedo mirando como sus gestos no varían. Como no modifica sus expresiones ni hace el mínimo gesto de contradicción o de tristeza. En esa carta se señala un único culpable del incendio, se acusa gravemente a un alumno de serios problemas de estabilidad mental y emocional y no solo contento con ello, el autor se jacta de una superioridad intelectual para determinar cual debe ser el futuro de ese alumno en cuestión. Cuando Jeon termina la carta vuelve a plegarla y me la devuelve. Yo la mantengo sobre mi regazo mientras le interrogo con una mirada curiosa. 

—¿Qué te ha parecido?

—¿La verdad? Me parece una evidente llamada de atención de una persona que no se siente valorada ni reconocida en un puesto de trabajo mediocre. –Suelta mientras se mira los dedos en el regazo. Cuando levanta la vista señala con esta la carta—. Solo desea destacar por sus actos de justiciero ególatra mientras los alumnos a su cargo tienen que sufrir la deliberada presuntuosidad del alarde de una vida que él considera digna de mención. –Yo abro los ojos, pasmado, y me quedo mirando su expresión parada que espera porque yo diga algo a consecuencia de su comentario. La verdad es que no sé qué decir, me he quedado sin palabras. 

—No esperaba que me hicieses un análisis de sus palabras. 

—¿Quieres mejor una autopsia de su prosa? –Me pregunta, divertido—. ¿O una operación de su sintaxis? –Yo río con su sonrisa y niego con el rostro. 

—Me refiero a que me digas si es cierto de lo que te acusa. De mal comportamiento en clase o con tus compañeros. 

—¿De verdad le has creído? –Señala la carta, con una expresión angustiada—. ¿No has dicho que has visto mi historial académico? ¿Acaso algún otro profesor se ha quejado de mi comportamiento?

—No… —Digo, negando con el rostro. 

—¿Entonces?

—¿Quieres decir que tu comportamiento con tus compañeros y con los profesores es impecable?

—No he dicho eso. Es cierto que algunos profesores no se merecen mi respeto, como la mayoría, y sí, he tenido discusiones con mis compañeros. Pero como todo el mundo. No puede caerte bien todo el mundo ¿sabes? Todos hemos tenido discusiones con todos. Y estas discusiones son más frecuentes cuando estamos en épocas de exámenes. Somos unas cincuenta personas en clase, es normal que la convivencia sea difícil… 

—Entiendo… —Digo pero no puedo evitar que la carta en mi mano me muestre una realidad tan disparatada a lo que yo estoy viendo. 

—¿Te has leído el libro de Natsume Soseki? –Me pregunta y me hace salir por completo de la conversación mientras me mira con una sonrisa amable. 

—No… bueno. Lo he empezado el otro día, pero apenas he leído un par de capítulos. 

—Espero que te guste. A mí me resultó francamente decepcionante, pero la verdad es que a quien le guste la literatura japonesa… —Se encoge de hombros y yo le miro con una sonrisa amable. De repente suelta una risa tímida y me aparta la mirada. 

—¿Qué?

—Te imagino como esas personas que se preparan una copa de vino, se sientan en el sofá y entornan la luz para leer a gusto. –Dice y yo sonrío negando con el rostro. 

—Nada más lejos de la realidad. No bebo alcohol en casa. –Digo y él asiente, comprendiendo—. ¿Tú eres de esos?

—¿De los que beben en casa? –Me pregunta divertido pero yo niego con el rostro—. No, no soy tan tiquismiquis para leer. Cojo el libro, me siento y no lo suelto hasta que no me duelen los ojos. –Dice sonriente y yo sonrío con él. 

—En fin, continuemos. Quiero conocer tus rasgos generales. Aficiones, gustos… 

—Vale. –Dice, asintiendo y yo comienzo a apuntar en mi libreta mientras me debato por concentrarme en la sesión. 

—Dime, ¿Gustos musicales?

—Prefiero la música clásica, si tuviera que elegir un género, pero escucho otras cosas… 

—¿Qué cosas?

—Pues grupos como Rammstein*, Gorillaz, incluso algunos grupos nacionales… —Dice pensativo. 

—Bien. Como ya sé te gusta leer. ¿Cuál es tu autor favorito?

—No sé si podría elegir uno. Me gusta el tétrico escenario de Poe* pero al mismo tiempo la soñadora realidad de Nietzsche* y la sutileza de Stendhal*. 

—¿No lees libros actuales? –Le pregunto sonriendo. 

—En raras excepciones. Odiaba cuando en la escuela solían obligarme a leer libros nacionales de actualidad. Algunos son muy buenos, pero la mayoría no pueden compararse a los discursos de Platón* o al verso de Verlaine*. 

—Bien. ¿Te gusta el arte? ¿La pintura, o la moda, o…?

—Sí. No soy el más entendido en ello, pero no le hago feos. 

—¿Con qué estilo artístico te identificas más? –Le pregunto mientras él piensa con detenimiento. 

—El Renacimiento*. –Dice, después de al menos quince segundos. 

—¿Por qué?

—Porque es un resurgir entre las tinieblas. Es una llamada de atención a la inteligencia y a los valores liberales. 

—Bien. –Digo anotando y él no pierde de vista mi mano con el boli sobre la libreta. 

—¿Esto puede ser de ayuda? –Me pregunta curioso y yo asiento, aunque no muy seguro. 

—Cualquier detalle es primordial para conocer los entresijos de cualquier personalidad. –Él asiente mientras yo sigo anotando pero él cae en algo nuevo. 

—Da Vinci*. –Dice sobresaltándome. 

—¿Qué?

—Me gusta. Da Vinci. –Dice sonriendo y yo asiento mientras lo anoto. 

—¿Por qué?

—Porque su mente no estaba oprimida por la sociedad que le rodeaba. O al menos esa es la sensación que me da. Hacía o que le daba la gana. Si quería pintar, construir o inventar… 

—Entiendo. –Sigo apuntando—. ¿Qué piensas sobre la política?

—Pues no me gusta hablar mucho sobre eso. Tampoco tengo tiempo para enterarme de la actualidad. –Dice sin más y yo asiento. Es la respuesta que solía dar mi padre para evitar confrontaciones con conocidos. 

—¿Sobre religión?

—Soy ateo. –Dice encogiéndose de hombros. 

—¿Y tus padres?

—Mi padre es budista pero mi madre es católica. –Dice y frunce levemente el ceño mientras lo dice. 

—¿Y cómo has decidido ser ateo?

—No me van los royos pacifistas ni cosas como la reencarnación ni el amor a la naturaleza de mi padre ni me creo la sarta de tonterías que promulga mi madre. 

—Ya hablaremos sobre la religión más a fondo en otro momento. –Asiente—. ¿Orientación sexual?

—Eso es muy intimidatorio. –Me dice, sonriendo. 

—¿La pregunta?

—La frialdad al decirlo. –Dice pero niega con el rostro quitándole importancia—. Bisexual. Pero no tomes la palabra como una condición cerrada. Estoy arto de las personas que se defiende como homosexuales y se ven obligados a fijarse en absolutamente todas las personas de su sexo y de los heterosexuales que les gusta experimentar y cuando se lo hechas en cara se ofenden. 

—¿Quieres redefinirte? –Le pregunto y él asiente, buscando las palabras con una adorable expresión pensativa. 

—Estoy abierto a que una persona, no importa el sexo, me dé una conversación inteligente y su físico me atraiga lo suficiente como para tener relaciones carnales. –Sentencia y asiente cuando finaliza dando por zanjada la frase. 

—Bien. Me gusta tu forma de pensar. –Le digo sonriente y él abre los ojos ilusionado. 

—¿De veras?

—Sí. Yo también estoy cansado de los chicos que vienen aquí y se proclaman homosexuales nada más cruzar la puerta, como si eso los diferenciase de mí o de cualquier persona de este mundo. Al fin y al cabo tener relaciones carnales con alguien es solo eso, contacto de genitales. ¿Qué diablos importa más allá de eso? –Digo y Jungkook asiente ilusionado mientras yo anoto en mi libreta. 

—Al fin, alguien que lo ve como yo. A muchas personas eso que acabas de decir podría resultarles ofensivo…

—Lo sé. Pero yo creo en la libertad de expresión. –Digo y él sonríe conmigo—. ¿Te gustan los animales? –A mi pregunta él hace una mueca extraña, entre fruncir el ceño y chasquear la lengua, pensativo. Está a punto de darme una respuesta pero piensa un segundo más y acaba negando con el rostro. 

—Ni me gustan ni me disgustan. Nunca he tenido mucho trato con los animales. 

—Entiendo. –Escribo—. ¿Qué te parece si para finalizar hacemos un juego? 

—¿Un juego? –Pregunta emocionado con ojos brillantes como los de un niño pequeño. Yo asiento y busco una hoja en blanco en mi pequeña libreta y la arranco de las anillas para extenderla al igual que el bolígrafo en mi mano. Él lo recoge con una expresión desconcertada pero emocionada a la par. Después cierro mi propia libreta y se la extiendo para que tenga una superficie donde apoyar el trozo de papel.

—Sí. Es muy sencillo. ¿Vale? Quiero que dibujes un cerdo. –Él mira el papel emocionado pero cuando termino de hablar me devuelve una sonrisa decepcionada. 

—¿Un cerdo?

—Sí. –Asiento—. Un cerdo. 

—¿Un cerdo? –Vuelve a preguntarme, levente atónito—. ¿El animal?

—¡Claro que el animal! –Digo sonriendo—. Ni una casa, ni un árbol. Un cerdo. –Él se encoge de hombros mirando el papel en blanco. 

—Yo conozco juegos más divertidos. –Me dice con una sonrisa pícara que me hace ruborizar levemente pero él ya está concentrado en el papel y no puede ver mi sonrojo. Con paciencia dibuja en silencio. Le lleva al menos un par de minutos quedar conforme con lo que ha dibujado y entregarme de vuelta tanto el papel como la libreta y el bolígrafo. Me quedo mirando el dibujo con una expresión pensativa pero sonriente mientras él me mira casi incluso receloso de lo que pueda estar pasando por mi mente. 

El dibujo que hay en mis manos es un dibujo de un cerdo detalladlo en donde se le ha dibujado incluso las pupilas de los ojos. El animal está de lado mirando hacia la derecha, con orejas grandes y caídas y con el cuerpo bien estructurado analíticamente. Con un rabo rizado y pezuñas incluidas. 

—¿Por qué un cerdo? –Me pregunta no aguantando la incertidumbre y yo le miro, sonriendo. 

—Es un reflejo de la personalidad. Te explico. –Le digo, poniendo el cerdo de cara a él—. Lo primero a tener en cuenta es que lo has dibujado en medio de la hoja, más o menos cuadrado. Ni más arriba ni más abajo, con lo que eres una persona realista. Usualmente las personas suelen dibujarlos en sentido contrario en que tú lo has hecho, mirando a la izquierda. Pero tú lo has hecho mirando a la derecha. Esto significa que eres una persona activa e innovadora, pero que tienes poco apego familiar. Eres analítico, paciente y cauteloso en la forma en la que te has esmerado haciéndolo detallado, también seguro, obstinado y férreo a tus ideas porque has dibujado cuatro patas. 

—¿Y cuántas quieres que dibuje? –Me pregunta sorprendido. 

—Está de perfil. Podrías haber hecho solo dos… —Digo y él se queda pensativo mientras me deja proseguir—. El tamaño de las orejas también es algo a tener en cuenta. Es la capacidad que tienes para oír a los demás, y se las has dibujado de un tamaño medio. Eso me da a entender que o bien solo escuchas lo que quieres o que eres alguien mediocre en ese aspecto. Y por último la cola. La longitud de esta indica la calidad de tus relaciones sexuales. –Finalizo y él se queda mirando la cola del cerdo—. Tamaño estándar, supongo. –Digo y él se ruboriza—. Tengo pacientes que incluso se les olvida poner la cola. ¿Qué puedo sacar de eso?

—¿Relaciones sexuales inexistentes? –Pregunta.

—O tal vez pésimas. –Me encojo de hombros y le devuelvo el dibujo del cerdo—. Por hoy es suficiente. –Digo y me levanto de mi asiento dándome la vuelta para dejar la libreta y la carta de su orientador en la mesa y el pequeño boli lo dejo dentro de un bote metálico sobre el escritorio. Cuando me giro a Jeon este está sacando una chaqueta de cuero de dentro de la mochila, como sospechaba, y mete por ahí arrugado el papel con el dibujo del cerdo. Al parecer no le ha hecho mucha gracia pero me tengo que recordar que no estoy tratando con un niño, ni siquiera con un adolescente. Es ya casi un adulto. 

—Muerte natural. –Dice cuando se levanta del sofá y se carga la mochila a un hombro. 

—¿Qué? –Le pregunto, receloso de sus palabras. 

—Da Vinci. Murió de causas naturales. Qué final tan mediocre para una vida de genio. ¿No te parece? –Me pregunta con una sonrisa y yo asiento mientras me encojo de hombros—. ¿Y qué es exactamente muerte natural? ¿Acaso todas las muertes no forman parte de la naturaleza? ¿Morir no es natural? –Estoy a punto de contestarle pero no consigo encontrar unas palabras que contrarresten su punto y acaba negando con el rostro mientras vuelve la mochila hacia delante, la abre y saca un pequeño cilindro envuelto en papel de regalo—. Esto es para ti. Es un regalo. –Me dice y me extiende el regalo pero yo retrocedo un paso.

—No era necesario. –Le digo con una sonrisa avergonzada pero él sonríe aun más, de norma infantil, mostrándome sus dientes. 

—Oh vamos, es una disculpa, por mi comportamiento el viernes… 

—No era necesario. –Repito pero acabo cogiendo el objeto y puedo ver que es pesado, y de cristal—. ¿Qué es? –Le pregunto, interiormente receloso y él se encoge de hombros, quitándole importancia. 

—Esta mañana estuvimos en el laboratorio y nos sobró un riñón de cordero… —Casi dejo caer el bote de mis manos cuando él lo coge al vuelo y me lo devuelve con una sonrisa infantil—. ¡Era broma! –Dice riendo a carcajadas mientras yo le miro con ojos asustados y acaba desenvolviendo él el regalo mientras lo que se me muestra es un inocente bote de cristal lleno de caramelos de fresa. 

—Lo… lo siento… —Digo avergonzado. 

—No te preocupes. –Coge una de sus manos en las mías y me devuelve el bote de cristal, asegurándose de que esta vez no lo dejo caer—. No sabía si te gustaban, pero si no, puedes dárselos a tus pacientes más jóvenes… —Dice y suspira, dando por finalizada la conversación—. Será mejor que me marche, tengo que coger un bus de vuelta a casa. –Yo asiento dejando el bote de cristal sobre la mesa y le acompaño hasta la puerta. 

—Gracias… por el regalo… 

—No hay de qué. –Se despide con un gesto de su mano y sale a la sala de espera, desde ella se va por la puerta y cuando la cierra y me deja en silencio miro de reojo a mi recepcionista y ella no me devuelve la mirada, concentrada como está en un pequeño libro en sus  manos. 

Yo regreso al interior de la sala y cojo el bote de cristal en mis manos. Es un bote pequeño. No más alto que la palma de mi mano y con forma más bien redondeada. Los caramelos del interior están envueltos en un papel rosado y rojizo y alrededor de la tapadera de aluminio hay un cordel con una nota en cartulina marrón. La leo con una sensación de rubor por mi comportamiento. 

“Siento mi comportamiento. Espero que podamos empezar de nuevo y que de ahora en adelante nos ayudemos mutuamente. :D. Jeon Jungkook :P.”

 

 

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Rammstein: es una banda alemana de metal industrial formada en 1994 por los músicos Till Lindemann, Richard Z. Kruspe, Oliver Riedel, Paul Landers, Christian Lorenz y Christoph Schneider. Su música se basa en una corriente surgida en su país en los años 1990 llamada Neue Deutsche Härte del que son su exponente más popular y al que también pertenecen, entre otros, Oomph! y Die Krupps. Ellos mismos han denominado en alguna ocasión esta mezcla con el apelativo de Tanzmetall («metal de baile»). Sus canciones están escritas casi exclusivamente en alemán aunque se pueden encontrar en inglés, francés e incluso español; y han vendido más de 50 millones de copias en todo el mundo. 

Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809—Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849) fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico​ estadounidense, generalmente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto, del cual fue uno de los primeros practicantes en su país. Fue renovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror. Considerado el inventor del relato detectivesco, contribuyó asimismo con varias obras al género emergente de la ciencia ficción. ​ Por otra parte, fue el primer escritor estadounidense de renombre que intentó hacer de la escritura su modus vivendi, lo que tuvo para él lamentables consecuencias.

Friedrich Wilhelm Nietzsche (Röcken, 15 de octubre de 1844—Weimar, 25 de agosto de 1900) fue un filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes del siglo XIX. Realizó una crítica exhaustiva de la cultura, la religión y la filosofía occidental, mediante la genealogía de los conceptos que las integran, basada en el análisis de las actitudes morales (positivas y negativas) hacia la vida.1​ Este trabajo afectó profundamente a generaciones posteriores de teólogos, antropólogos, filósofos, sociólogos, psicólogos, politólogos, historiadores, poetas, novelistas y dramaturgos.

Henri Beyle (Grenoble, 23 de enero de 1783—París, 23 de marzo de 1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés. Valorado por su agudo análisis de la psicología de sus personajes y la concisión de su estilo, es considerado como uno de los primeros y más importantes representantes literarios del realismo. Es conocido sobre todo por sus novelas Rojo y negro (Le Rouge et le noir, 1830) y La cartuja de Parma (La chartreuse de Parme, 1839). 

Platón:(en griego antiguo: Πλάτων, Plátōn; Atenas o Egina, c. 427—347 a. C.) fue un filósofo griego seguidor de Sócrates​ y maestro de Aristóteles. En 387 fundó la Academia, ​institución que continuaría su marcha a lo largo de más de novecientos años​ y a la que Aristóteles acudiría desde Estagira a estudiar filosofía alrededor del 367, compartiendo, de este modo, unos veinte años de amistad y trabajo con su maestro. ​ 

Paul Marie Verlaine (Metz, 30 de marzo de 1844—París, 8 de enero de 1896), fue un poeta francés, perteneciente al movimiento simbolista.

Renacimiento es el nombre dado en el siglo XIX a un amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental durante los siglos xv y xvi. Fue un período de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también se produjo una renovación en las ciencias, tanto naturales como humanas. La ciudad de Florencia, en Italia, fue el lugar de nacimiento y desarrollo de este movimiento, que se extendió después por toda Europa.

Leonardo da Vinci (Leonardo di ser Piero da Vinci) (Vinci, 15 de abril de 1452 Amboise, 2 de mayo de 1519) fue un polímata florentino del Renacimiento italiano. Fue a la vez pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista.


 



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