AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 35
CAPÍTULO 35
Yoongi
POV:
—Todo
esto, ha sido por ti. –Dice, señalando alrededor—. Todo lo que he hecho, todo,
por ti. Porque estoy locamente obsesionado con tu persona, porque no me saco
tus palabras de la cabeza. Las personas como yo, aunque no sintamos amor, la
obsesión puede ser el sentimiento más similar al que se le asemeja.
—¿Por
mí? –Pregunto, incrédulo, sintiendo una culpabilidad que no me creo.
—El
día que nos conocimos, me quedé completamente enamorado de ti. –Se señala el
pecho—. Soy el culpable de que mi escuela ardiese, soy el culpable de que aquél
viernes que tu paciente de última hora enfermase y no fuese, así tuve una
excusa para salir contigo. Y también, aunque no lo creas, soy el culpable de
que tu prometida te dejase. –Yo me quedo levemente aturdido con sus palabras y
frunzo el ceño.
—Pero
eso no es posible. Nos conocimos hace apenas un mes. Ni siquiera has conocido a
mi prometida.
—Sí,
la conocí, hace tiempo. –Él sonríe avergonzado de sus propias confesiones—. Ya
suponía que no te acordarías de mí, en cierto sentido, contaba con ello pero
habría sido un buen detalle que te acordases.
—¿Qué?
–Frunzo el ceño—. No hagas de esto una película de misterio ni nada parecido.
Tú y yo no nos conocíamos de antes de que tu madre me pidiese que te atendiese
como paciente.
—Sé
que no te acuerdas, fue hace tres años y medio, casi cuatro. –Se pasa la mano
por la frente—. Yo acababa de terminar mis exámenes en el instituto, recién
sabía las notas y yo me encontraba en un bar cerca de mi instituto. Estaba
tomando un batido de frutas mientras que estaba con todo el papeleo de la
universidad. Ni siquiera sabía que era lo que tenía que estudiar, no sabía qué
quería hacer con mi vida y estaba abrumado por toda la nueva información que se
me presentaba. Mis notas no habían sido nada malas y podía optar desde
historiador hasta psicólogo, pasando por matemático o médico.
—No
sé de qué diablos me estás hablando. –Le digo, frunciendo el ceño.
—Yo
estaba sentado en una mesa en aquel bar cuando un hombre pasó al lado de mi
mesa, golpeando una de las carpetas en donde estaba el papeleo a rellenar para
acceder a la universidad y varios papeles salieron por los aires dentro del
bar. El hombre causante del estropicio no se dio ni cuenta y pasó de largo pero
tú sí. Estabas en la barra, cerca de la mesa donde yo me encontraba tomando un
café. Rápido te giraste a mí y te acuclillaste a ayudarme a recoger los
papeles.
—No
recuerdo eso. –Le digo, confuso pero él continúa.
—Cuando
te miré, joder… me dejaste sin aire. Eres tan hermoso, y esa sonrisa galante
tan amable. Sin decir nada accediste a ayudarme y cuando todos los papeles
estaban de nuevo en mis manos te diste cuenta de que eran para el acceso a la
universidad. Lo recuerdo como si fuera ayer.
—¿Vas
a entrar en la universidad? –Me preguntaste, curioso.
—Sí.
–Te contesté, tímido. Yo no solía tener muchos amigos por entonces, y conocer a
gente nueva me ponía muy nervioso. Y más a alguien como tú—. Pero no sé qué
hacer, aun.
—¿Puedo
sentarme, o está ocupado? –Preguntaste en referente a la mesa en la que yo
estaba tomando el zumo y sin más nos sentamos a hablar durante al menos media
hora. Me hablaste de las ventajas que me proporcionaría tener unos estudios y
de lo maravilloso que sería poder estudiar lo que yo más quisiera. Me
recomendaste la carrera de medicina sobre cualquier otra y tras yo decirte que
me encantaba la anatomía me convenciste para presentarme a ello.
—Jeon.
–Le detengo, nervioso—. No me acuerdo de eso. –Le digo, triste, comenzando a
cavilar la posibilidad de que esto haya sido real. Intento hacer un esfuerzo,
pero no hallo la manera de acordarme. Ha sido hace demasiado tiempo y parece
haber sido una nimiedad.
—Después
de aquello me constate que tú también tuviste dudas a la hora de elegir una
carera pero que al final te decantaste por psicología y que a medida que
hiciste la carrera te especializaste en terapia del conocimiento porque te
gustaría ayudar a chicos con problemas escolares. También –sonríe—, hiciste ver
que yo era al primero que ayudaste y eso me llegó al corazón. –Jeon sonríe para
sí mismo mientras que al segundo, la sonrisa se desvanece.
—¿Qué
pasó después?
—Después
yo recogí mis cosas y nos sentamos en la barra. Tú habías quedado con alguien
allí que llegaba tarde y yo no podía creer que alguien te hiciese esperar a ti,
a alguien como tú. Me contaste que estabas pensando comprar un piso en el
centro en donde poder hacer terapia, así como una consulta. Yo te dije que
sería muy buena idea y que estaba seguro de que tendrías mucho trabajo sobre
todo si te instalabas cerca de colegios o mandabas publicidad a estos. Pero al
rato una mujer se presentó allí y te llamó la atención. Era una mujer alta,
casi tan alta como tú, con el cabello largo y teñida media melena con un color
rubio, unos tonos más claros que su cabello. Portaba unos vaqueos ajustados de
cadera alta y una blusa muy elegante de color beige, por dentro de los
vaqueros. Lo recuerdo muy bien. Su olor me llegó nada más que se puso a nuestro
lado. Un olor a vainilla rancia o olor a cigarrillos. –Yo doy un respingo
mientras que le miro atentamente—. Ella, nada más divisarte, se hizo acopio de
tu espacio alrededor y puso una cajetilla de Camel sobre la barra del bar,
junto con su pequeño bolso de mano.
—Esa
es mi ex prometida. –Le digo exaltado y él asiente, mirándome como si fuese
algo evidente—. ¡Espera, espera! Recuerdo ese día… —Pienso, estrujándome los
sesos—. Sigue hablándome de ello. –Le pido.
—Pues
no hay mucho más. Ella me miró de arriba abajo como si yo no fuese más que una
molestia y me sentí tan intimidado que me senté de nuevo en la mesa en la que
antes me encontraba, donde estaba aun el vaso del zumo que estaba tomándome.
Ella te agarró del brazo con posesividad y tú te despediste de mí con una
sonrisa. Pero ya parecía no existir para ti, ella acaparaba toda tu vista.
—Pero,
¿cómo puedes acordarte de eso? Ha pasado mucho tiempo. ¿Sabes a cuantos chicos
de tu edad he atendido en estos cuatro años? ¿Sabes cuánto tiempo hace de
aquello? Para mí aquellos años eran muy confusos, apenas hacía un o dos años
que acababa de especializarme y estaba pensando en la compra de un piso,
también en pedirle matrimonio a mi novia y… —Me llevo las manos a la cabeza—.
¡Me acuerdo de ese día! Se compró aquella blusa en especial porque estábamos
invitados a una cena familiar en casa de mis padres. Aquél día iba a decirle a
mis padres que pensaba comprar un piso para tener una consulta y que
necesitábamos dinero para ello. Solo un préstamo. Ella estaba tan nerviosa por
ello, y por el hecho de que ella ya no quería seguir trabajando, que se compró
una blusa muy elegante para causar buena impresión. ¿Cómo te acuerdas de su
ropa?
—Tengo
una memoria portentosa. –Dice, ofendido porque no me acuerde de ello—. La blusa
tenía tres botones desde la clavícula, dos de ellos no estaban abrochados, con
lo que se podía ver su escueto escote. Las mangas eran de puños ceñidos a las
muñecas y recuerdo que era al menos una talla más grande de lo que ella
necesitaba porque la costura de los hombros se le veía un poco caída. Tal vez
fuera que tenía poca envergadura…
—Sí…
—Digo, recordando con mejor detalle esa blusa ahora que sus palabras me
despiertan los recuerdos—. ¿Qué pasó después de aquello?
—Después
de aquello mis padres me enviaron a Estados Unidos antes de ingresar en la
universidad y todo ese tiempo que estuve allí yo no podía sacarte de mi cabeza.
La forma de hablar, la forma de expresarte, como apoyabas tu rostro en la palma
de tu mano mientras me mirabas. Esa expresión serena y tranquila. Durante un
año estuve pensado en la forma de volver a verte, en la forma de tenerte solo
para mí. Cuando regresé a Seúl busqué en internet consultas de terapia
psicológica especializadas en chicos que se hubiesen abierto en el último año.
Nada me garantizaba que realmente hubieses conseguido el dinero ni que a lo
mejor te hubieses mudado. Pero no tenía otra alternativa, así que simplemente
te busque de esa forma y me aparecieron cuatro consultas. Busqué una por una
hasta dar con un tal Min Yoongi que había abierto una consulta en pleno corazón
de Seúl apenas cinco meses atrás. La consulta estaba recibiendo alumnos de
todas partes de la ciudad con problemas de estudio o de comportamiento en las
aulas. También encontré un reciente anuncio de que te habías declarado a quien
era tu novia en una convención de psicólogos. Eso había ocurrido un mes antes.
Y yo… simplemente… tuve que romper ese compromiso…
—¿Cómo?
–Pregunto, aturdido—. ¿Hiciste que mi prometida me dejase? ¿Fuiste el culpable
de sus paranoias? ¿Cómo lo hiciste? –Le pregunto entre preocupado y alarmado.
También engañado e indignado, pero la curiosidad me supera.
—Aún
por entonces, de vez en cuando, se pasaba por su trabajo en el bufete. Le
empecé dejando notas en la taquilla, notas advirtiéndole de que se iba a casar
con un pederasta sexual, de que no era la primera a la que pedida matrimonio
para sacar dinero de su familia, cualquier tontería, siempre advirtiéndola de
que de que de decirle a alguien sobre las notas, ella sufriría un accidente o
cosas así. Amenazas, nada más.
—¿Nada
más? –Le pregunto, enfadado—. Ella me dejó por tu culpa, por mentiras… —No
consigo comprender toda la información que me está llegando y solo puedo
cubrirme el rostro con las manos y soltar un largo suspiro. Toda mi vida parece
estar vacía, hueca, sin sentido, me siento engañado durante años por una
mentira que él ha puesto delante de mis ojos. Esta herida es mucho más profunda
de lo que me esperaba y el dolor que comienza a nacer dentro de mí no tiene
comparación con la preocupación que siento por Jeon.
—Cuando
ella te dejó yo ya estaba terminando mi primer año de universidad. Al año
siguiente dejé en la jefatura del orientador publicidad sobre tu consulta y al
año siguiente te mandó dos o tres alumnos a tu consulta. Aproveche a seguir a
uno de ellos para inspeccionar la zona. Al año siguiente solo tuve que quemar
un laboratorio para que dudasen de mi estabilidad mental y me mandasen a donde
mandan a todos los alumnos con problemas… a tu consulta.
—Joder.
–Me llevo las manos de vuelta al rostro. Siento nauseas de nuevo.
—Después
todo ha sido pan comido. Eres fácil, manipulable, pero me encantas. El viernes
que el chico de última hora faltó fue porque dos noches antes le seguí hasta su
casa y rocié el pomo de la puerta de su casa con virus de gripe. Estudiar
medicina y tener a disposición los productos del laboratorio tiene sus
ventajas. ¿No crees?
—Tienes
un problema. –Le digo y él me mira levemente ofendido. No tanto como esperé que
lo hiciera.
—No
lo creo. –Dice, negando con el rostro.
—¿Has
hecho todo esto para acostarte conmigo?
—No.
–Dice, más ofendido que antes—. El sexo no era la finalidad. Conocerte, hablar
contigo, compartir momentos, secretos, risas. Esa era la finalidad.
—No.
La finalidad es volverme loco a mí también. –Digo triste mientras me paso una
mano por el pelo, agobiado y exasperado—. Todo eso… durante tantos años… Tienes
una mente muy… —no encuentro la palabra.
—Una
vez dijiste “maravillosa”
—Ya
no lo creo así. Peligrosa es la mejor palabra. –Él se encoge de hombros
—Un
gran poder conlleva una gran responsabilidad.
—La
gente usa de llamarlo enfermedad. –Le digo, arrugando la nariz.
—¿Quién?
¿Quién lo llama así? –Me pregunta y yo me quedo atónito con su prepotencia—.
Los débiles, los miedosos, los humanos vulgares. Estoy plenamente capacitado
para usar mi inteligencia.
—Con
esta confesión acabas de demostrarme que no es cierto. Tenías razón, las
personas diagnosticada como psicópatas pueden o no ser peligrosas, pero acabas
de demostrar que tú si lo eres.
—No
he matado a nadie. –Dice, excusándose.
—Ese
no es el límite. Volver loca a una mujer con anónimos amenazantes y hacer
enfermar a un chico inocente… ¿No te parece suficiente?
—El
fin justifica los medios.
—Eso
no es justo. –Le digo frunciendo el ceño pero él se encoge de hombros—. El
miedo se está haciendo paso a través del amor que siento por ti a pasos
agigantados. –Le digo y el rápido entristece su tez y se apresura a coger mis
manos sobre la mesa pero yo las aparato con violencia, haciendo que la taza de
mi café caiga al suelo y el sonido nos hace dar un respingo a ambos. Yo miro
preocupado y avergonzado el estropicio que he creado pero Jeon no me aparta la
mirada mientras sigue con las manos sobre la mesa, como si esperase que
retornase las mías a ese lugar.
—Eres
demasiado pesimista y te dejas llevar con demasiada frecuencia por tus
sentimientos, Yoongi. Tienes que ver las cosas con perspectiva.
—¡Vaya!
En algo estamos de acuerdo. Si no me hubiera dejado llevar por mis sentimientos
ahora mismo estarías en tu casa y yo en la mía y nada habría pasado entre
nosotros. –Detengo mis palabras justo en el momento en que viene un camarero y
me excuso por mi torpeza mientas que le ayudo a recoger la taza rota. El
camarero se ofrece a prepararme otro café pero yo niego, desganado.
—A
lo que me refiero –Continúa Jeon cuando el camarero ha desaparecido—. Es a que
no puedes cambiar lo que ha sucedido y yo ya he logrado mi objetivo, tenerte.
No deseaba otra cosa que no fuera tenerte en mis brazos, besarte, amarte con
todo mi potencial.
—¿Eso
significa que vas a dejarme en paz?
—¿Qué?
No. Eso significa que no hay nada que se interponga entre ambos y al fin
podremos ser felices con alguien que nos corresponda.
—Mi
novia me amaba.
—Esa
zorra no te quería. –Dice seco y de forma violenta—. Solo quería un hombre que
la mantuviese y la cuidase como a una reina. Un hombre del que vivir como
estereotipo de una sociedad patriarcal.
—Yo
la amaba a ella, joder.
—Pero
ahora me amas a mí. –Dice y sus palabras nunca me han dolido tanto—. Y esos
sentimientos tienes que afrontarlos y aprender a vivir con ellos. Yo te amo,
Yoongi. Y tienes mi incondicional respeto y confianza.
—No
puedes sentir amor. –Le recuerdo—. Eres un ególatra narcisista prepotente y
malcriado niño caprichoso. No darías la vida por tu familia que te ama, no
darías el mínimo esfuerzo por cualquiera de tus amigos. –Él se encoge de hombros.
—No.
No lo haría. No daría nada por ellos. Me importan bien poco. Si alguien me
quiere, no tengo que sentirme obligado a amarle de vuelta como si el amor fuese
algo obligatoriamente reciproco.
—Tu
amor es solo reflexivo. –Le espeto pero él frunce el ceño.
—Estás
equivocado. –De nuevo hace el amago de coger mis manos pero esta vez agarra mis
muñecas para que no me escape de su agarre—. Por ti daría mi vida, mi tiempo,
mi corazón. Por ti lo daría todo, Yoongi, y no puedo vivir sabiendo que esta
nimiedad supone tanto cambio para ti.
—¿Llamas
nimiedad a estar enfermo?
—No
estoy enfermo. Al igual que el resto de esta asquerosa sociedad me consideras
un enfermo cuando yo no tengo enfermedad ninguna. Solo tengo una peculiaridad a
la que muchas personas aspiran a poseer.
—Nadie
querría ser como tú. –Le digo y sin darme cuenta acabo de herir lo más profundo
de él. Sus manos me sueltan las muñecas con asco y se me queda mirando con una
mirada enfurecida que me aterra. Con una expresión de fingida indiferencia se
apoya sobre el respaldo y se cruza de brazos, alejándose de mí. Yo me escondo
los brazos debajo de la mesa y sobo mis muñecas, adoloridas. Jamás osaría
mostrarle este gesto de debilidad.
—Ojalá
pudieras ver las cosas simplificadas, como yo lo hago.
—Puedo
hacerlo: Te obsesionas conmigo por una conversación de la que ni me acuerdo, me
buscas, haces que mi prometida me deje y se vuelva loca, quemas tu universidad
y durante este mes de terapia me camelas para llevarme a la cama. ¿Ves? Y
también sé sintetizar…
—Eso
es resumir. –Frunce el ceño—. Yo hablo de tus sentimientos. ¿Realmente crees
que habrías tenido una vida feliz de haberte casado con tu ex prometida? ¿Crees
que hubieras sido feliz en tu trabajo si no me hubieras tenido como paciente?
Estabas apagándote, estabas gris y aburrido, arto de escuchar tonterías día sí
y día también. Sintetiza tus sentimientos y prioriza. La pregunta es muy
sencilla. ¿Qué vas a hacer ahora que sabes la verdad?
—¿Qué
se supone que debo hacer?
—La
sociedad te incita a que des parte de mis actos a la policía pero yo sé que no
harás eso.
—¿Por
qué no habría de hacerlo?
—Porque
jamás te perdonarás haberme apartado de tu vida. –Suspiro con sus palabras y
miro de nuevo mis muñecas debajo de la mesa—. Esto es simplificar: Tienes dos
opciones. La primera es ir a la policía y decir lo que ha sucedido, y que nadie
te crea. Yo no firmé los anónimos y jamás dejé una sola huella alrededor. Ni
siquiera tú te acuerdas de haberme conocido aquél día, porque lo que tu
confesión no es estable. Te tomarán por loco de haber escuchado tantas locuras
en el loquero y te llevarán de vuelta a casa. O bien puedes tomar una decisión
adulta que garantice tu estabilidad emocional y seguir conmigo.
—Siempre
puedo ir a tu casa y desenterrar los huesos del perro que enterraste en el
jardín. –Él comienza a reír a carcajadas.
—¿Realmente
crees que siguen ahí? Los enterré a los diez años, maldita sea. ¿Te crees que
no he tenido tiempo de sacarlos de allí, llevarlos al vertedero y que se
confundan con el resto de cadáveres de animales que yacen por ahí? No me trates
como si fuera idiota, joder. No te atrevas a jugármela porque está todo muy
bien atado. –Yo bajo la mirada intimidado por su tono de voz mientras que él
con un largo suspiro se relaja, termina su café y se levanta mientras yo le
sigo con la mirada un tanto excitada y nerviosa. Más que todo eso, asustada—.
Tienes una tercera opción. Pasar de todo como haces siempre. Puedes hacerte el
loco ante la realidad y dejar que esta te atropelle como siempre. Después
pondrás esa cara de sorprendido y te encogerás de hombros como si no fuera
contigo.
—¿A
dónde vas? –Le pregunto, asustado.
—Yo,
a mi casa. Tú haz lo que quieras. Pero estaré esperando por noticias tuyas.
–Dice enfadado mientras que se pone el abrigo sobre los hombros y se ajusta el
gorro sobre la cabeza. Con una muy leve inclinación de cabeza se despide de mí
y se da media vuelta mientras desaparece por la puerta de la cafetería. Delante
de mí solo quedan su taza de chocolate vacía y su olor propagado por todo su
asiento. Ese maldito olor. Esas palabras que acaban de desollarme sin ninguna
piedad. Me devora por dentro la incertidumbre de no saber que va a pasar a
continuación, el terror de saber que pase lo que pase depende de mí. Y de no
hacerlo, él estará ahí para mover ficha, aunque no sea de las suyas.
Estoy en lagrimas, llegar a esta parte siempre me hace llorar, por mas veces que lea esta historia, me duele mucho mucho ;u;
ResponderEliminarConfirmo, es muy doloroso esta parte y se pone peor
Eliminar