AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 36
CAPÍTULO 36
Yoongi
POV:
09 – Noviembre – 2017
VIERNES
Ya
han pasado cinco días desde que he visto a Jungkook por última vez en aquella
cafetería. Nada más salí de allí supe que tenía que tomar una decisión en
respecto a todo lo que estaba sucediendo en mi vida. Necesitaba aclarar la
situación conmigo mismo pero estaba demasiado excitado y aterrorizado como para
tomarla en aquél momento y después poder hacerme cargo de las consecuencias.
Estaba demasiado aturdido como para ver las cosas con claridad y perspectiva,
por lo que acabé llegando a casa y caí en el sofá, rompiendo a llorar,
impotente por todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor y yo no podía detenerlo.
Me devoraba la incertidumbre el saber cuántas cosas eran culpa mía y cuanto
había perdido por culpa de Jungkook. He perdido al amor de mi vida por él y sin
embargo no puedo culparme más que a mí mismo, pues soy incapaz de verle como el
causante de cualquiera de mis dolores más que el de mi amor por él. Esta
dolorosa sensación no me abandona, y es sin embargo esta la culpable de mi
desconcierto.
Cuando
desperté el domingo me descubrí mucho más confuso que el día anterior. Desperté
por el sonido de un pájaro picoteando el cristal de la ventana de mi cuarto. Se
marchó casi al instante pero yo ya había salido de un incómodo sueño que me
acompañó durante toda la noche. Me desperté con los mismos síntomas que si
hubiese estado bebiendo hasta altas horas de la mañana. Sudor, cansancio, dolor
de cabeza y una tremenda sensación de tener el estómago envenenado. Solo eran
los nervios y el remordimiento, pero la sensación de una resaca no le es muy
distante. Cuando conseguí ponerme en pie revisé mi teléfono móvil y al sentirme
aliviado por no tener llamadas ni mensajes de Jungkook tomé una precipitada
decisión que pudo haberme costado mucho, pero yo la necesitaba y estaba seguro
de que, de no hacerlo, podía estar poniendo más vidas en juego. Llamé a mi
secretaria y le pedí, por favor, que fuese a la oficina y llamase a todos los
clientes que tuviese en la próxima semana, a todos, y les retrasase las citas a
todos una semana. Ella se preocupó al instante al verme tomar una decisión tan
extraña. En tres años que tengo esta consulta, jamás me he tomado estas
repentinas vacaciones sin motivo aparente, pero solo me excusé en que
necesitaba una semana para recuperarme pues había cogido una gripe terrible que
me había doblegado con brutalidad. Ella no me creyó, pero tampoco pidió más
explicaciones.
Y
llegamos al día de hoy, viernes día nueve, y aun no he tomado una decisión al
respecto de lo que va a suceder. Jeon no ha dado señales de vida y yo me
retrotraigo en el sofá mientras apoyo mi cabeza sobre el respaldo, levemente
aturdido y mareado. No he comido en condiciones desde el domingo, apenas he
podido dormir más que gracias a las pastillas para el dolor de cabeza y sigo
sin saber qué diablos hacer cuando el lunes me vea obligado a regresar a la
consulta y continuar con mi vida normal. No sabes nada de Jungkook en cierto
modo me hace sentir aliviado porque eso puede significar que se ha olvidado de
todo y que ha pasado página. O tal vez, que él nunca haya existido y solo haya
sido un mero invento de mi mente para sacarme de la tediosa rutina en la que
estaba. Pero esta segunda opción no es coherente por lo que sigo aferrándome a
la realidad. Y la realidad es que las personas como él no se olvidan de las
cosas, y menos dejan pasar situaciones como estas.
Con
el sonido de la televisión sonando desde lejos, aun estando delante de mí, la
miro sin mirar en ella. La mirada se me pierde en algún lugar entre la
televisión y yo y eso me hace sentir levemente anestesiado, mientras que si
estoy atento a los informativos solo consigo alterar mi estado, y tomando tres
pastillas diarias para el dolor de cabeza no me conviene aumentar la dosis o mi
cuerpo se acostumbrará a ella y necesitaré aún más pastillas. Miro la caja de
estas delante de mí, solo quedan cuatro. Debo comprar más si quiero sobrevivir
hasta el lunes, pero salir de casa me crea una inseguridad a la que no estoy
dispuesto a enfrentarme. No he salido desde que llegué aquí el sábado, no me he
asomado siquiera al exterior. No quiero seguir con esta farsa. Ahora soy yo el
que se siente como un actor en medio de un escenario. La función parece que
toca a su fin pero yo sigo sujeto a una máscara de papel maché que representa
las facciones de un hombre adulto con todo bajo su control. Y la verdad es que
estoy perdido entre toda esta farsa.
El
timbre de la puerta suena haciéndome dar un tremendo respingo en el sofá. No
consigo mover un solo músculo de mi cuerpo más que mis dedos, aferrándose con
fuerza al pantalón del pijama que porto. Me agarro con fuerza esperando que el
eco del sonido del timbre en el interior de la casa desaparezca y con ello se
lleve a la persona que ha llamado. Hay tantas posibilidades… puede ser el
cartero, mi secretaria, mis padres que misteriosamente hayan regresado desde
Japón y sin avisar se presenten en mi casa y…. nadie más. No puede haber nadie
más porque yo no conozco a nadie más.
El
timbre suena de nuevo y esta vez me levanto en completo silencio mientras
camino en dirección a la puerta, seguido del sonido de mis pisadas de pies
descalzos por el suelo. Cuando estoy a un paso de la puerta, a punto de mirar a
través de la mirilla, su voz entra a través de la puerta como una oleada de
terror provocándome un subidón de adrenalina que me paraliza.
—Sé
que estás ahí, Yoongi. –Dice con voz cansada y triste—. Abre, por favor… estoy
preocupado por ti…
Yo
ni siquiera respiro. Contengo el aire mientras que mi mano está a medio camino
de la puerta. La retrocedo despacio mientras que me acerco paso a paso hasta
apoyar mi frente sobre la fría madera, pudiendo escuchar una respiración al
otro lado. Tal vez son los intentos latidos de mi corazón.
—Yoongi,
te he visto correr las cortinas… —Dice con un largo suspiro y yo frunzo el ceño
mientas que desisto de esconderme y llevo la mano al pomo para girarlo y abrir
la puerta, recibiendo de su expresión una sonrisa amable y esperanzada. Yo
frunzo el ceño con ella y él suelta un largo suspiro—. ¿Ves? Aquí estás…
—¿Qué
haces aquí? –Le pregunto y desvío la mirada al reloj de pared del salón,
calculando el tiempo—. ¿No deberías estar en clase? Son las cuatro y media.
—Sí,
debería, pero me he escapado para venir a verte. –Dice como si debiera estar
agradecido de ello y yo cierro un poco más la puerta, lo suficiente como para
que me vea a mí y poco más.
—Pues
ya me has visto. Deberías ir a clase. No quedará bien en tu expediente una
falta de asistencia sin justificación…
—No
me importa, si es por ti. –Dice y tamborilea sus dedos sobre el tirante de su
mochila sobre su hombro. Porta una gruesa chaqueta de color verde militar y
unos vaqueros negros. Sus mejillas están sonrosadas. Fuera debe hacer frío.
—¿Cómo
sabías que estaba aquí? –Le pregunto, consciente de que a esta hora debería
estar en mi consulta.
—El
martes fui a la consulta y estaba cerrada a cal y canto. –Frunce el ceño,
confuso—. Y el miércoles igual. Llamé a tu secretaria para preguntarle y esta
me dijo que te encontrabas mal, con gripe o algo así. Así que he venido aquí
para saber cómo estabas…
—¿Tienes
el número de móvil de mi secretaria? –Le pregunto frunciendo el ceño—. ¿No
querrás decir que llamaste a la consulta?
—No.
¿Por qué iba a llamar a la consulta? Que tontería, si no hay nadie…
—¿Cómo
has conseguido el teléfono de mi secretaria?
—Me
lo dio ella. –Dice encogiéndose de hombros mientras yo me muerdo el labio
inferior y miro a mis pies descalzos sobre el suelo—. No tienes buena cara.
¿Enfermaste cuando salimos el sábado?
—No
estoy enfermo. –Le digo frunciendo el ceño. Sin duda sabe que la enfermedad es
una vaga excusa para no ir al trabajo, pero aun así, le gusta el teatro y sigue
actuando como un buen actor.
—¿Entonces?
—Vete,
Jeon. No tengo ánimos para hablar con nadie ahora. –Digo haciendo el amago de
cerrar la puerta pero él interpone su mano y la frena. Su mirada se vuelve algo
más violenta.
—Oh
vamos, hyung. He venido a ver como estabas, me tienes preocupado. ¿Estás
comiendo bien? No tienes buena cara…
—Jeon.
–Le digo, serio—. Vete. No estoy de humor. –Vuelvo a intentar cerrar pero su
freno es más violento que antes y se acerca a mí mientras que yo intento no
retroceder, de miedo.
—¿Vas
a dejarme fuera? –Me pregunta, en un susurro—. No me has llamado… esperaba que
me llamases para decirme que coño vas a hacer con esto…
—No
quiero hacer nada. No hay nada que hacer…
—Pues
bien que te has tomado unas vacaciones para reflexionar sobre ello… eh?
—Déjame.
–Le digo, serio pero él mira alrededor, hacia el portal y el resto de casas
dentro del bloque.
—¿Quieres
que hablemos de esto aquí, en serio? ¿No prefieres que entre y lo hablemos con
calma? ¿Qué pensarían tus vecinos si supieran que te traes a tus pacientes
psicópatas al piso? –Ante sus palabras amenazantes y por no poner en peligro la
salud de mis vecinos acabo soltando un gran resoplido y retrocedo un par de
pasos, abriendo la puerta para que él pase y lo hace con una sonrisa y un
resoplido satisfecho. Cuando ha entrado deja la mochila al lado del perchero
donde cuelgan un par de abrigos y allí deja también su chaqueta. Lo hace en
silencio y con naturalidad como si fuera su casa y yo mientras cierro la puerta
y me deslizo hasta el salón, confuso y nervioso. Las piernas me flaquean y no
consigo remediarlo. Me falta alimento, me sobran pasillas en mi organismo. Y
Jeon en mi casa no soluciona nada.
Cuando
Jeon entra en el salón se pasea con naturalidad metiendo sus manos en los
bolsillos del vaquero mientras mira alrededor de mí, de pie en medio de la
estancia. Me rodea, se queda mirando la estantería, sonríe con una expresión
agradable y después me devuelve una sonrisa amable. Se queda mirando la mesa en
donde encuentra un cuenco con varios granos de arroz que me he comido hoy y la
caja de pastillas. La coge y la mira por encima con una sádica sonrisa. De solo
verla ha deducido mi estado anímico y él se enorgullece de saber que es el
causante de tal estado.
—¿De
verdad que no estás enfermo? ¿Cuántas de estas te has tomado?
—Hoy
solo dos. –Digo frunciendo el ceño y él da un respingo.
—Son
solo las cuatro de la tarde. ¿Te has preparado el arroz para no tomarla con el
estómago vacío? –Asiento—. Te has dejado mucho. Sin apetito, ¿eh? Si sigues así
lo único que vas a conseguir es enfermar de verdad.
—¿Ya
has visto que todo está bien? Quieres irte, por favor…
—¿Tan
pronto? Ni siquiera hemos hablado nada.
—¿Y
de qué quieres hablar?
—Quiero
que me digas que tenía razón. –Me dice, soltando la caja de pastillas sobre la
mesa.
—¿Sobre
qué?
—Sobre
tu actitud. Has reaccionado tal como te dije que lo harías. Escondiéndote aquí
dentro, como si fuese una cueva. Alejándote de la realidad porque eres
demasiado cobarde como para enfrentar las cosas. –Frunce el ceño en mi
dirección—. Te dije que estaría esperando noticias tuyas pero ni un mensaje, ni
una llamada. Sabes donde vivo, sabes dónde estudio. Podrías haber ido a
buscarme, ir a tomar algo y hablar conmigo como un adulto, pero te escondes
aquí esperando que todo haya sido mentira y que en realidad yo no haya
existido. ¿Verdad?
—Sí.
–Le reconozco y me cruzo de brazos, abrazándome la cintura—. Eres una
pesadilla. –Le digo y él ríe, señalándome como su mejor argumento.
—¿Lo
ves? Sigues haciéndolo. Es fascinante. Pero no te creas especial. Todo el mundo
lo hace. Todos los humanos vulgares sois así de idiotas y cobardes. Os tapáis
los ojos ante el monstruo que vive debajo de vuestra cama en vez de levantaros
y volcar el colchón para desenmascarar al monstruo.
—Tú
eres el monstruo que vive debajo de mi cama. –Le digo mientras frunzo el ceño—.
¿Cómo se supone que debo enfrentarte?
—Yo
no diría que soy un monstruo. –Dice, pero mis palabras le han halagado—. Pero
no te esfuerces ya en desenmascararme. Lo he hecho yo solo porque tu ceguera
estaba volviendo la situación un poco tediosa.
Yo
no digo nada mientras que él sigue mirando alrededor y acaba señalando el sofá
en donde estaba yo sentado. Aún hay una manta con la que estaba acurrucado y yo
asiento, dándole el permiso para que se siente. Yo me miro a mi mismo un poco
avergonzado porque me vea con unos pantalones grises, amplios, y una camiseta
de manga corta blanca. Está algo vieja y tiene algunos agujeros casi imperceptibles.
Su olor a colonia ha impregnado ya todo el salón y ahora se quedará por mucho
tiempo en mi sofá. Rápido, ante el pensamiento, me arrepiento de haberle dejado
sentar pero ya es demasiado tarde. Yo sin embargo me quedo en el mismo lugar en
donde estaba, de pie en medio del salón.
—¿Sabes?
Ya me he leído el libro que me prestaste.
—¡Ah!
–Digo acordándome de ello. Casi lo había olvidado.
—Me
encanta. Tiene ese amargo fanatismo ateísta que me pone cachondo. –Dice y yo
estoy a punto de esbozar una sonrisa. Lo habría hecho de estar en mi consulta,
de ser una terapia en un día cualquiera, pero el contexto duele demasiado si
quiera para una sonrisa.
—¿Me
alegro de que te haya gustado?
—Sí.
La verdad es que expresa con precisión mis sentimientos ante la religión.
–Asiente mientras piensa—. No sé si “El anticristo” es el mejor título para el
libro, pero solo ha conseguido que llame la atención con ello, y si es lo que
pretendía, bravo. Nietzsche ha vomitado toda su bilis sobre ese libro y seguro
que se ha quedado a gusto.
—Sí…
—Digo, confuso—. ¿Vas a hablarme del libro ahora?
—La
verdad es que hay varias frases que me han resultado muy llamativas. –Me ignora—.
¡Llamar parásitos a los curas! Que osado, y más para los tiempos en que está
escrito el libro. Creo que decirlo hoy resultaría mucho más peligroso que en
aquel momento y eso me crea cierta inestabilidad sentimental.
—Cierta…
—Repito su palabra y él me sonríe de lado. Me oye, pero me sigue ignorando.
—Mi
frase favorita de todo el libro es: “El cristianismo ha sido hasta hoy la más
grande desgracia de la humanidad”. Engloba muy bien todos los argumentos que se
exponen. Pensé que lanzar tal acusación sería demasiado arriesgado y débil si
no lo refutaba, pero da motivos suficientes como para odiar cualquier carácter
de la religión. Ataca no solo a las instituciones, sino también al carácter
moral de la religión y al mismo Cristo, tachándolo de revolucionario y traidor…
—¿Vas
a contarme el argumento? –Le pregunto ofendido—. Yo ya me lo he leído. –Él me
mira dolido por interrumpir sus palabras—. Y tampoco necesito que me hagas un
alarde de tu oratoria ni de tu compresión lectora. Ya te conozco lo suficiente
como para saber que lo único que esperas es soltarme el rollo para que te ponga
una cara embobada y suelte un “Oh, que inteligente eres”.
—Esperaba
una conversación inteligente.
—No.
Solo quieres que alguien te adule y te diga lo listo que eres y lo hipnóticas
que son tus palabras. Conmigo ya no funciona.
—Claro
que sí. Funciona con todo el mundo.
—Yo
ya estoy desencantado. Así que puedes decirme lo que hayas venido a decirme y
marcharte. Por mi parte no quiero hablar contigo, y menos de una banalidad.
—Todo
son banalidades. Solo tienes que llamárselo y se convierten en tal.
—Déjate
de rollos metafísicos. –Le digo y me acerco a él para recoger el cuenco de
arroz y llevarlo a la cocina. Seguir viéndole me atormenta y me hace sentir
extasiado. Cuando regreso me sigue con la mirada hasta quedarme delante de él.
—¿Esta
vez no vas a ofrecerme una copa de vino?
—Son
las cuatro y media de la tarde. ¿Quieres ponerte a beber ahora? –Él se ríe.
—He
llegado a beber a las ocho de la mañana, así que no me sermonees.
—No.
No hay vino. –Le digo, cortante—. Como mucho te ofrezco un vaso de agua si con
esto abreviamos las convencionalidades. Pensé que no se te daba bien dar
rodeos.
—No
hay rodeos que valgan. –Dice serio—. Aún estoy esperando a que me digas qué
decisión has tomado en respecto a esto.
—¿A
qué?
—A
nosotros. –Dice, frunciendo el ceño mientras se recarga sobre el sofá—. A mí.
—¿Por
qué tengo que decidir yo algo?
—Porque
eres tú el que parece estar incómodo en esta relación.
—¿Relación?
–Le digo mientras que le muestro un rostro asqueado con la palabra—. Tú y yo no
estamos en una relación. Nos hemos acostado una vez, me has engañado, ha hecho
que mi prometida me dejase… ¿De verdad crees que estamos en una relación?
—No
hablo de una relación de pareja en la que ambos nos mostremos fidelidad
extrema. Hablo de que me amas, y que no puedes sacarme de tu cabeza. Por eso tú
has de tomar una decisión al respecto de nuestra situación.
—Creo
que está bien claro qué es lo que quiero. –Le digo mientras le señalo con la
mirada—. No quiero seguir viéndote. –Le suelto y sin embargo no es hasta que no
ha salido por mis labios que no me arrepiento de lo que he dicho, porque ni lo
siento ni él creo que lo acepte. Yo ni siquiera debería estar comparándome de
esta manera. Debería llamar a la policía y seguirle el juego hasta que ellos
lleguen, pero no me creo valiente como para enfrentarme a eso. Él tiene razón,
soy un maldito cobarde.
—¿Ah,
no? –Me pregunta, con ironía.
—No
quiero, Jeon. Me has hecho daño y me has mentido. No quiero saber de ti ni de
nada que tenga que ver conmigo. Sigue con la universidad, encuentra un buen
trabajo y sigue adelante con tu vida. Yo ya he cometido muchos errores con
esto. El primero, fue acceder a tomar tu caso y el segundo pensar que no estaba
haciendo nada malo al sentir algo por ti.
—Los
sentimientos son algo que no se puede controlar.
—No,
claro. Pero sí los actos. Y jamás debí excederme contigo. Es una falta
profesional y también moral…
—¿Moral?
¿Acaso te has liado con un menor? ¿Con un disminuido?
—Con
un enfermo. –Le digo y él frunce el ceño, pero sonríe, cínico.
—Lo
dices como si mi cualidad me limitase en mis capacidades de decisión. Creo que
con ello y gracias a ello, soy mucho más consciente de las decisiones que tomo,
más valiente, y estoy capacitado para llevar una vida adulta mucho mejor de lo
que tú haces.
—Lo
dudo. –Le digo pero él se ríe.
—¡Mírate!
Aquí escondido, dejando a tus pacientes de lado, mandándolos a la mierda en
cuanto se te presenta la oportunidad de hacerte la víctima. Eres un victimista
patético.
—Vete
de mi casa. –Le digo—. Ya he tomado una decisión. Si tuvimos algo, se acaba en
este mismo instante. Deberías ser, como tú dices ser, adulto, y marcharte
dignamente antes de que tú lo hagas más miserable.
—¿Marcharme?
–Pregunta mirando alrededor, fingiendo cavilar una decisión que ya ha tomado—.
Me parece que no. No voy a irme a ninguna parte…
sigo llorando, las palabras de Jeon me calan en lo más profundo de mi ser ;-; verdaderamente hiciste que yo también me enamorara de él, y sus palabras me duelen tanto ;u;
ResponderEliminar