AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 34
CAPÍTULO 34
Yoongi
POV:
Pasada
una hora y media de la actuación ya estamos levantándonos de los asientos tras
la oleada de aplausos que han recibido los actores al finalizar la obra y tanto
por mi parte como por la de Jungkook a mi lado han recibido incluso vítores
tras unas estrambóticas carcajadas durante toda la representación. Apenas me he
puesto en pie y los aplausos han finalizado, las luces se encienden de nuevo
haciéndome salir de este maravilloso estado de confusión y devolviéndome a una
realidad de la que no quiero ser partícipe. Pero tal como los actores, comienzo
a representar mi papel mientras me deshago de la sonrisa sobre mis labios y me
coloco de nuevo el abrigo sobre los hombros. Jeon hace lo propio con su abrigo
a mi lado y ambos salimos del palco con la sensación de que cruzamos una puerta
que nos devuelve a una vida de la que ya ni nos acordábamos. Como si él leyese
mi mente, comenta:
—La
obra me ha absorbido por completo. –Dice meditabundo mientras nos acoplamos a
la masa de gente saliendo de sus respectivos palcos en dirección a las
escaleras en descenso, para salir al frío otoño del exterior.
—A
mi también. –Le digo mientras me ajusto el abrigo sobre mis hombros y me
aseguro de que todo esté en su sitio. El móvil en mis vaqueros, la cartera en
el bolsillo interno del abrigo y las llaves de casa en uno de los bolsos
exteriores. A gusto con la situación acabamos saliendo en silencio al exterior
y mientras vemos como la gente se va desperdigando alrededor, caminando a lo
largo de la calle en alguna de las dos direcciones, Jungkook y yo nos quedamos
cerca de la entrada, mientras él se abrocha los botones de su abrigo y yo hago
lo mismo con él mío. Tras colocarse los botones se ajusta el gorro de lana rojo
sobre el cabello haciendo que se aplaste un poco y después me regala una mirada
un tanto cohibida pero sonriente. Yo meto mis manos en el interior de los
bolsillos de mi abrigo y le miro expectante. La adrenalina me devora unos
segundos cuando él está a punto de hablar pero desaparece cuando no dice nada—.
Quiero tomar un café caliente. –Digo mientras me escondo un poco bajo el cuello
del abrigo y Jungkook asiente mientras sonríe, comenzando a sentir como el
viento roza sus mejillas y las enrojece. Yo también puedo sentirlo y eso me hace
sentir pequeño e intimidado, pero a su lado, tengo la extraña sensación de que
nada malo va a pasarnos.
—¿Tienes
frío?
—Sí,
un poco. Se estaba bien adentro, pero aquí fuera… —Digo mirando alrededor. La
gente ya ha sacado como yo de su armario los gruesos abrigos y se esconden
dentro de ellos acurrucados en su cálido interior. Algunos incluso se atreven
con bufandas o guantes de lana.
—Cerca
hay una cafetería a la que suelo ir, también sirven alcohol. –Me dice y posa su
mano sobre mi hombro para dirigirme en una dirección. Nos acercamos poco a poco
hacia el centro, donde las luces de las fachadas son mucho más llamativas y hay
más tumulto de personas caminando de un lado a otro.
—Solo
quiero tomar café. –Digo, alejándole de la idea de tomar alcohol pero él se
limita a encogerse de hombros y acaba dejando su brazo ahí, sobre mis hombros
mientras caminamos. La sensación no es desagradable, pero sí un tanto incómoda.
Y ojalá pudiera decir que él puede ver la incomodidad que ese gesto me
proporciona, pero según cómo actúa, puedo ver que no entiende que a mi ahora
mismo me aterroriza su forma de actuar.
—Voy
a llevarte a una cafetería a la que solía ir después de comenzar la
universidad. Hace mucho que no voy, así que no sé si seguirá abierta, pero más
les vale que sí, porque era genial.
—¿Sí?
—Sí,
es muy clásica, todo de madera y con estanterías con libros.
—Vamos
a tomar un café, no a leer.
—Lo
sé, pero esa es la decoración que tienen. Se llama “Flores del mal” en honor a
la obra de Bodelaire*. Está decorada con ese sitio clásico de finales el siglo
XIX europeo y tienen cuadros de autores de todas clases. La verdad es que es
peculiar, pero el café es especial y el ambiente es muy agradable.
—Muy
bien, me fío de ti. –Le digo mientras él me aprieta contra su costado, riendo.
—Me
gusta como suena eso. –Tras sus palabras comenzamos a caminar unos minutos en
silencio hasta que él separa su brazo de mí y lo mete en el bolsillo del abrigo
a mi lado. Lo veo con ojos temerosos pero cuando saca el paquete de cigarrillos
el corazón comienza a latirme de nuevo con regularidad y saca un cigarrillo
tras ofrecerme a mí otro y yo negarme. Lo enciende en silencio y se guardado de
nuevo el paquete. Él me aclara su comportamiento—. En esta cafetería no dejan
fumar en el interior. Es peligroso y daña el decorado.
—Entiendo.
–Digo y sin más él comienza a darle caladas al cigarrillo en completo silencio.
Puedo ver como su expresión pacífica está levemente ensombrecida por una ligera
tristeza o confusión que no aclaro a comprender. Más bien parece impaciencia o
temor. Debe ser de seguro la misma expresión que yo porto, pero cuando él
habla, no parece verse influenciado por ese aura de temor.
—¿Cómo
has estado estos días?
—¿Qué
clase de pregunta es esa? Nos vimos ayer mismo…
—Solo
intento ser convencional. No sé qué decirte y no quiero que el silencio se
vuelva incómodo...
—Pues
no sé qué decirte. Bien, supongo.
—¿Sí?
—No.
Es mentira. –Le reconozco—. Pero también intento ser convencional.
—No
me gusta que me mientas. –Dice haciendo un puchero pero yo le fulmino con la
mirada.
—¿Debería
esperar a tener un café en las manos, como es convencional, o podemos empezar a
hablar de esto ya?
—No
creo que este sea el mejor lugar. –Dice, mirando alrededor.
—No
creo que haya un lugar mejor que mi consulta para hablar del tema, pero no
tienes más citas ni podemos ir ahora.
—Podríamos
ir a tu casa. –Dice con una sonrisa ladina pero yo le vuelvo el gesto.
—¿No
te parece demasiado violento? A parte, no creo que sea buena idea. –Él se encoge
de hombros y se deshace de todo sentimiento sobre ello.
—Tú
sabrás… —Suelta.
Durante
los siguientes minutos, hasta que llegamos a la entrada de la cafetería, nos
mantenemos en un incómodo silencio y nada más que nos detenemos enfrente puedo
ver como su expresión parece algo más relajada al haber llegado al punto de
encuentro y tira el cigarrillo al suelo, lo pisa con suavidad, y me señala la
puerta para que yo entre primero. Al hacerlo me golpea un dulce olor a café
recién hecho y sonrío solo con el sentimiento de ese anhelo por una bebida
caliente. Todo alrededor tiene un olor tradicional de madera y libros por todas
partes. Al contrario de lo que me imaginaba, la escena casa perfectamente entre
ella y el color ocre baña toda mi vista. Las mesas están la mayoría vacías y el
aire dentro es caliente y acogedor. Nada más entrar Jeon camina conmigo hasta
una de las mesas y nos sentamos en ella. Los asientos son amplios y acolchados
con cuero. Una mesa rectangular nos separa, y yo me deshago de mi abrigo poniéndolo
a mi lado en el asiento, Jeon imita mis gestos y antes de que él pueda
deshacerse por completo de su chaqueta, un joven camarero viene a atendernos y
a dejarnos una carta de papel plastificada sobre la mesa. Yo asiente
agradeciendo el gesto y Jeon me la extiende de a mí, excusándose.
—Yo
ya sé que voy a tomar, elige tú lo que quieras. Invito yo.
—No,
no. –Niego con el rostro—. Ya me has invitado al teatro, esta vez me toca a mí
pagar.
—Está
bien. –Dice con una sonrisa amable, sabiendo que es lo justo y que no voy a
discutir sobre el tema, por lo que acaba encogiéndose de hombros y se reclina
en el asiento hasta quedar con la espalda completa apoyada. Suelta un gran
suspiro y se deshace del gorro de lana poniéndolo sobre la mesa a su lado.
Mientras, yo leo la carta sobre mis manos. Tiene unas veinte opciones de café,
más de treinta clases diferentes de té, algunos vinos, absenta servida de forma
tradicional, algunos tragos de alcohol, chocolate caliente, y algunos batidos
fríos.
—¿Qué
me recomiendas? –Le pregunto, abrumando por la cantidad de cosas.
—Te
recomiendo el chocolate caliente con esencia de avellana, o el de esencia de
vainilla. También el moca con chocolate blanco o la absenta… —Dice con una
sonrisa, sabiendo que no tomaré alcohol.
—Tomaré
el mocachino con chocolate.
—Está
bien. Buena elección. –Dice y se gira para mirar en dirección a la barra y le
hace una seña al camarero para que venga a atendernos al fin. Este viene con
una sonrisa entusiasmada y tras recogerme la carta de las manos, Jeon le dice
la comanda.
—Queremos
un mocachino con chocolate blanco para él. –Me señala—. Y yo quiero un
chocolate caliente con esencia de avellana. –El camarero asiente y se lleva la
carta con el pedido apuntado. Sin más dilación yo suelto un largo suspiro y me
le quedo mirando expectante a que él sea quien comience a hablar. Ha pasado
tanto tiempo y la incertidumbre ha sido tan grande que llegados a este punto ya
no sé que espero que él me diga, ni siquiera sé si estoy en el derecho de pedir
explicaciones ni de recriminarle nada. El sentimiento conjunto que siento es el
de haberme sentido engañado y el de decepción, dado que estaba ciego ante la
persona que se me estaba presentando delante. Él suelta un largo suspiro,
juguetea con el gorro de lana a su lado y me devuelve una mirada triste.
—¿Y
bien? –Le pregunto—. Creo que es el momento de que me des explicaciones de lo
que está sucediendo.
—Supongo.
–Dice, mirando hacia su gorro de lana—. Pero será una pena que todo termine
así.
—¿Qué
va a terminar? ¿Tu mentira?
—No,
lo nuestro. Porque después de lo que te cuente tu instinto te va a decir que
salgas corriendo de aquí y tendré suerte si no llamas a la policía para que me
detengan o algo.
—Yo
no haré eso. –Digo, pensativo, no muy seguro de lo que le estoy prometiendo—.
Me prometiste que no habías hecho daño a nadie.
—Te
dije que no había matado a nadie. Hacerle daño a alguien es muy subjetivo.
—Por
favor, no me tengas más en ascuas. No soporto más la espera… —Digo, casi
suplicante y él suelta un largo suspiro.
—No
era mi intención revelarte esto tan pronto, ¿sabes? En un principio iba a
fingir ser un chico normal, un chico cualquiera con la esperanza de pasar
inadvertido, pero cuanto más hablábamos, más fácil me era abrirme a ti y
mostrar mis fanatismos, mis delirios, mis necesidades, mis locuras, mis manías.
Me encantaba como cada vez te volvías más adicto a mis excentricidades, y en
eso no te he mentido. Soy un jodido excéntrico. –Yo miro mis manos sobre la
mesa, incapaz de afrontar su mirada—. De verdad que comprendo cómo puedes
sentirte a pesar de que carezca de empatía.
—No
sabes cómo me siento. –Le digo pero él chasquea la lengua.
—Te
sientes traicionado. Eso es lo más evidente, te sientes dolido porque yo te
haya ocultado algo que si yo mismo sabía, debía haberte confesado desde el
primer momento. Te sientes manipulado porque piensas que he jugado contigo, no
sin razón. Crees que me he divertido mostrándote poco a poco mi personalidad y
que soy un maldito despojo enfermo que no tiene solución. Sin embargo, lo que
más te duele es que como profesional de la psicología no has sido capaz de
darte cuenta de algo tan evidente desde el primer día, y no solo con ello, has
superado los límites de tu moral, acostándote conmigo e involucrando tus
sentimientos con mi persona. –Ante sus palabras me quedo en completo silencio
levemente turbado por su perfecta explicación de mis propios sentimientos. Los
ha definido mejor de lo que yo podría haberlo hecho y oírle hablar tan a la
ligera de mis emociones me hace verlas como algo nimio y vulgar. Antes de que
yo pueda decir nada más el camarero se acerca con una bandeja de metal y deja
en nuestra mesa su chocolate caliente, en cuyo platito hay una pasta de
almendras y mi café, acompañado de una pasta de coco.
—Gracias.
–Decimos Jeon y yo a la vez mientras que el camarero nos sonríe dejado la
cuenta a nuestro lado. Yo pago sin pensármelo dos veces y él se aleja con el
dinero. Me mantengo en silencio hasta que el chico regresa con la vuelta y yo
me guardo el dinero. Con un largo suspiro comienzo a remover el café mientras
que miro la galleta con una sonrisa amable.
—¿La
quieres? –Le digo extendiéndosela a Jeon—. Ahora mismo no tengo hambre.
—Gracias,
hyung. –Dice y coge la galleta que le extiendo, llevándosela a los labios
mientras come en silencio. El olor del café asciende hasta mis fosas nasales,
apaciguando mi ánimo.
—¿Cómo
puedes saber lo que siento?
—Porque
cualquiera sentiría lo que he dicho, en una situación parecida. Es algo humano.
Es lógico. Eres una persona mentalmente estable, es común esta respuesta
sentimental.
—¿Dices
que tú no sentirías lo mismo en una situación así?
—Probablemente
no. –Dice—. Fascinación, sería lo que sentiría yo. Y pánico, a la par. –Sonríe
divertido.
—¿Pánico?
—Sí.
–Dice—. Lo que no sé es como tú no lo sientes. –Me mira, curioso—. No pareces
haberlo demostrado y eso es algo que no comprendo. Bueno, en realidad, sí. Tus
sentimientos hacia mí anulan parte del miedo. ¿Me equivoco?
—No,
no te equivocas. También siento impotencia. Y tristeza.
—¿Por
no poder ayudarme?
—Por
no poder ayudarme a mí mismo. –Digo y él baja la mirada—. Por favor, cuéntame
qué diablos sucede. –Le pido—. Ya.
—Está
bien. Es una larga historia.
—Tengo
todo el tiempo del mundo. No estamos en mi consulta.
———.———
*Charles
Pierre Baudelaire. (París, 9 de abril de 1821—31 de agosto de 1867) fue un
poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés. Paul Verlaine lo incluyó
entre los poetas malditos de Francia del siglo XIX, debido a su vida bohemia y
de excesos, y a la visión del mal que impregna su obra. Barbey d'Aurevilly,
periodista y escritor francés, dijo de él que fue el Dante de una época decadente.
Fue el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés. Las influencias más
importantes sobre él fueron Théophile Gautier, Joseph de Maistre (de quien dijo
que le había enseñado a pensar) y, en particular, Edgar Allan Poe, a quien
tradujo extensamente. A menudo se le acredita de haber acuñado el término
«modernidad» (modernité) para designar la experiencia fluctuante y efímera de
la vida en la metrópolis urbana y la responsabilidad que tiene el arte de
capturar esa experiencia.
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