AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 12
CAPÍTULO 12
Yoongi pov:
14 – Octubre – 2017
DOMINGO.
Abro la nevera con un largo suspiro. Miro
hacia el interior encontrándome con la misma basura de siempre. Comida
precocinada a medio comer, algunas verduras que van a pudrirse dentro de poco,
un poco de pasta de esta mañana en un pequeño cuenco de porcelana. Está ya dura
y fría, seguro que ni siquiera voy a comérmela luego así que es mejor tirarla
ahora. Pero no lo hago, ni creo que lo haga hasta que no me apeste la nevera.
Me paso una mano por el pelo recién húmedo por la larga ducha que me he dado y
me encuentro apoyado con una mano en la puerta de la nevera mientras al miro de
arriba abajo como solía hacer con alguna mujer que me gustase, pero ya han
desaparecido todos esos sentimientos y solo me queda la podredumbre de mi
solitaria nevera.
Los domingos son los días que más odio de
la semana. Los días laborales al menos tengo un motivo para salir de casa, el
sábado incluso es un día que pasa rápido porque me lo paso la mayor parte del
tiempo durmiendo, pero los domingo ni tengo trabajo ni tengo sueño, y eso es
algo que me destroza lentamente con el paso de las horas. Cuando llega el final
de la tarde ha llegado un punto de desesperación en que soy capaz de llevarme a
la boca cualquier cosa con tal de apaciguar el aburrimiento. Recuerdo los
primeros días de mudarme aquí, a este piso. Estos días extraños de domingo
solía estar todo el día metido en la cocina cocinando, pero hoy ni siquiera me
atrevo a usar el microondas con tal de no hacer el mínimo esfuerzo. De nuevo
repaso una por una las cosas que hay en el interior de la nevera. El silencio
del hogar se rompe por el sonido de los pitidos de la nevera dado que está
empezando a perder frío. Pulso el botón en la parte alta de esta para que pare
y sigo mirando en silencio el interior, como observando un precioso paisaje
retratado en lienzo.
Cuando por fin me decido a no comer nada
saco la botella de vino en la nevera, justo al lado de una botella de agua y un
brik de zumo y la dejo sobre la vitrocerámica mientras me desplazado alrededor
de los muebles en busca de una copa que se adapte al vino. Cualquier cosa
serviría para ello. No estoy en una cena familiar ni en una reunión de trabajo.
No tengo a nadie a quien impresionar con mis modales. Bien podría servirme el
vino en una de las tazas del desayuno o beber a morro de la botella, pero casi
prefiero seguir manteniendo la poca dignidad que me queda y fingir que la copa
es un invitado elegante que se dispone sobre mi mesa. Cuando vierto el vino en
ella este hace una sinuosa curva a lo largo de su anchura y cuando la lleno
hasta la mitad guardo la botella de nuevo en la nevera y me desplazo con la
copa hasta el salón. Un solitario salón donde solo quedan el silencio y la luz
anaranjada de una de las lámparas de pie al lado del sofá. La tele apagada, el
sofá vacío. La mesa solo ocupada por un par de libros y una fina oscuridad
entrando a través de las ventanas al exterior.
Cuando me siento en el sofá con un quejido
dejo la copa de vino delante de mí cerca de los libros sobre la mesa y los
repaso uno por uno con la mirada. Colocados uno encima de otro son, de forma
ascendente: Sanshiro de Natsume Soseki, Moby Dick, un pequeño
panfleto de decoración de interiores que vino en propaganda el viernes y Así
habló Zaratsustra, de Nietzsche. Lo compré ayer, pensando en Jungkook, y
pensando en él me sorprendo de repente, mientras el vino sobre la copa sigue
moviéndose con pequeñas ondulaciones. Deshaciéndome de ese temerario
pensamientos me acerco al mando a distancia de la televisión y la enciendo
mientras me recargo en el sofá con la copa de vino en la mano y bebo un poco.
Jamás había bebido en casa hasta que Jeon lo mentó y ahora me veo terriblemente
abochornado por mi comportamiento. Pero compré una botella y no voy a tirarla,
aparte de que beber es el mejor entretenimiento que se me ocurre aparte de pasar
uno tras otro canales de la televisión sin sentido.
Cuando encuentro uno en donde no me siento
tan aburrido lo dejo ahí y dejo la copa de vino en la mesa. Miro de nuevo los
libros y de nuevo hacia la televisión, pero nada parece ser suficiente. Me dejo
caer tumbado en el sofá mientras apoyo mi cabeza en un cojín y encojo los pies,
quedándome acurrucado en el sofá. Al recordar que tengo el pelo húmedo me yergo
de nuevo y suspiro largamente, pasándome la mano por el pelo. Algo dentro de mí
comienza a martillear mi cabeza al haberlo estado ignorando por horas. Esta voz
comienza a hacerse más llamativa. “Hazlo, sabes que quieres hacerlo. No
pierdas la oportunidad. No va a pasar nada malo. Invéntate cualquier excusa.
Seguro que él también quiere…”
Meneo la cabeza deshaciéndome de esos
pensamientos, infantiles para alguien como yo, pero que me resultan
extrañamente atrevidos y atractivos a la par. Me levanto del sofá resignado a
una falsa sensación de que no tengo opción y camino hasta el dormitorio donde
encuentro mi bandolera marrón. De ella saco la libreta y por arte de magia
caigo en la página en donde la sucesión de palabras sigue a un número de
teléfono que me deja por un segundo sin aire. En mis manos parece algo tan
inocente, pero en mi mente se siente tan perturbador que no sé cómo reaccionar.
La voz vuelve, de nuevo. “Es adulto. Eres adulto. Nadie tiene porque
extrañarse”. Con ese último pensamiento arranco el trozo de la hoja que
corresponde al número y rescato e la mesilla mi teléfono móvil. Cuando regreso
al salón con ambas cosas, la sensación de soledad en toda la estancia me anima
a continuar y cuando me siento en sofá ya estoy registrando su número de
teléfono para tenerlo en la agenda. “Jeon Jungkook” le pongo como nombre y
cuando me voy directo a mandarle un mensaje la foto de su rostro como imagen de
su contacto me hace sonreír levemente, avergonzándome rápidamente de este acto
involuntario.
En la foto aparece con una expresión
risueña mientras que de fondo lo que se aprecia son los jardines de algún
lugar. Detrás de él veo a estudiantes con mochilas. Puede ser el campus de su
universidad o cualquier cosa. No le doy importancia y me meto en la
conversación de chat. Está en línea. Rápido me arrepiento pero antes de salir
ya estoy tecleando y le escribo un conciso: “Hola, soy Min Yoongi” que
se envía gracias a mi dedo que no tenía autorización de mi cerebro para
hacerlo. Me retrotraigo en el sofá subiendo los pies descalzos encima mientras
rezo porque él no me conteste. Prefiero el rechazo a la continuidad de una
conversación que no sé cómo puede acabar. Por al menos dos minutos sigue en
línea, sin contestar a mi mensaje. Ni si quiera lo ha visto. Bloqueo el
teléfono y lo aparto lejos mientras bebo un poco de la copa y me concentro en
la televisión. Pasados cinco minutos mi teléfono suena con un pitido y doy un
respingo que se siente como un completo golpe en mi espina dorsal. Desbloqueo
el teléfono y me encuentro con un conciso mensaje que, aun simple y recatado,
es terriblemente avasallador.
—Pensé que no me hablarías. –Dice y yo suspiro largamente.
—No creo que esté bien hacerlo. –Digo, escribiendo sin tener el cien por cien del
control de las palabras que salen de mis dedos—. Eres mi paciente y yo soy
tú psicólogo.
—Entonces, ¿por qué lo has hecho? –Me pregunta y yo ni siquiera sé qué contestar. Para
cuando se me ocurre cualquier excusa, él ya ha escrito algo más—. No veo la
diferencia de mantener una conversación en el bus de camino a la consulta a
esto…
—Hay diferencia. –Le digo.
—¿Y me has hablado para contármela? –Me pregunta pero la realidad es que no.
—No. –Le digo y
me imagino su expresión desconcertada.
—¿Entonces?
—Solo… hola. –Le digo de nuevo, soltando un gran suspiro
abochornado. Me siento perdiendo el control de una conversación con un chico de
veintidós años.
—Hola. ☺ —Me dice y
yo me muerdo el labio inferior—. ¿Qué haces?
—Solo, ver la tele. La verdad es que
estaba aburrido, por eso te he hablado.
—Yo también lo estoy. En realidad estaba
leyendo algo de Aristóteles*. De ahí mi aburrimiento. Ja,ja,ja.
—¿No te gusta? –Le pregunto y rápido me siento idiota. Claro que no
le gusta.
—No. No me gusta.
—¿Y por qué lo lees entonces?
—Para encontrar algo entre sus palabras en
lo que darle la razón. Me temo que se va a quedar sin esa aprobación de mi
parte.
—No creo que le importe. –Le digo.
—Supongo. –Envía un emoticono encogiéndose de hombros—. ¿Estás
en casa?
—Sí.
—Si no tuviera mañana que madrugar te
volvería a ofrecer salir a tomar un café. –Emoticono
riendo.
—Lo siento. –Digo y rápido me arrepiento—. La verdad es que
tampoco tenía pensado salir hoy. Ya me he duchado y tengo que cenar en nada…
—Aún es pronto para cenar. –Me dice.
—Soy un abuelo. –Le digo y río de mi mismo. Él también se ríe.
—Ja. Ja. Seguro que no tanto como
crees.
—Seguro. –Le digo y
su siguiente pregunta me pone los pelos de punta.
—¿Puedo llamarte? –Me pregunta y yo doy un respingo. De nuevo esa
sensación de pérdida del control—. No me gusta mucho hablar por mensaje. Es
muy tedioso.
—Lo sé. ¿No pensarán nada tus padres si te
oyen hablando conmigo por teléfono?
—No están en casa. Han salido a visitar a
mis abuelos.
—¿Y no has ido con ellos? –Pregunto, intentando evadir la llamada por mucho que
me emocione la idea. Que miedo tan incomprensible.
—No. La excusa de estudiar es siempre una
buena baza. –Dice y vuelve a repetirme la pregunta—. Si
no te molesta, me gustaría llamarte. Aunque sean cinco minutos. En cinco
minutos hablaremos lo que en mensajes durante una hora.
—Está bien. –Suspiro para mí y antes de que él me conteste nada
ya está el móvil sonando con el tono de llamada y la foto del perfil de Jeon en
grande sobre la pantalla. Me tomo un segundo para contestarle. Lo suficiente
como para sentirme preparado. Como ese sentimiento no llega decido descolgar y
llevarme el auricular a la oreja. Él es el primero en hablar.
—Hola, Yoongi. –Dice y mi nombre de su
voz, junto con el sonido de leves interferencia y el característico sonido de
vibración de la llamada me hace sentir asustado. Yo trago en seco y le
contesto.
—Hola. ¿Cómo estás?
—Saltémonos la convencionalidad. –Me dice
son una leve risa y yo sonrío para mí mientras la copa de vino en la mesa ha
perdido todo el interés de mi parte.
—Está bien. –Digo—. ¿De qué quieres
hablar?
—Eres tú el que me ha contactado.
—Sí, pero eres tú el que me ha dado el
número de teléfono. –Le digo a lo que él se silencia un segundo.
—Tou ché. –Suelta y yo río,
haciendo que él suelte una risa nasal del otro lado de la línea.
—La verdad es que me alegro de que hayas
decidido llamarme. Me resulta más cómodo y natural que por mensajes.
—Lo sé. A mí también.
—Pensé que a las personas de tu edad les
resultaba más cómodo de la otra forma.
—No me juzgues por mi edad. –Me dice,
ofendido—. Yo no lo hago por la tuya.
—¿Qué tiene de malo mi edad? –Le pregunto
ofendido pero él se sorprende.
—Nada. Ese es el problema. Tu edad es la
mejor edad que hay. No eres un joven inexperto e inmaduro ni eres un
anciano.
—No eres inmaduro. –Le digo pero él no me
presta atención.
—A ti no se te puede juzgar por tu edad,
¿sabes? Nada de lo que hagas va a estar en desacorde. Si decides salir de
fiesta o ir a una discoteca es tan natural como si decides cenar pronto y
dormir mucho…
—¿Qué tiene de malo tu edad? –Le pregunto—.
Tú edad siempre es la mejor. Todo lo que hagas es nuevo, tu primer viaje solo,
tu primer año en la universidad, tu primera relación seria…
—Vaya tontería. –Dice, entre ofendido y
divertido—. Nada es nuevo. ¿Sabes? Nada de lo que hacemos es nuevo. Viajar no
es más que un mero desplazamiento, y emborracharse no tiene nada de divertido.
No juegues esa baza conmigo.
—Te has pasado con Nietzsche. –Le digo y
él ríe—. No creo en las reencarnaciones ni nada así… —Suspiro y él ríe al otro
lado.
—Yo tampoco. No hablaba de eso. –Aclara—.
Quiero decir que la gente le toma mucha importancia a las primeras veces.
Siempre suelen ser desagradables o salir mal por la falta de experiencia.
Además, que hacer algo por primera vez no es como descubrir un planeta ni nada
así. Todos los días solemos hacer cosas que no habíamos hecho antes.
—¿Cómo qué? –Pregunto, curioso. Me encojo
más en mi mismo mientras me miro los pies descalzos.
—Pues por ejemplo, masturbarse por primera
vez pensando en una chica que acabas de conocer. –Dice y yo me ruborizo por la
forma tan natural con la que habla—. Te has masturbado cientos de veces pero
esa es la primera vez que lo haces pensando en esa persona en concreto. O por
ejemplo leer por primera vez a un autor, o ver una peli por primera vez.
–Asiento—. Cuando se hablan de las primeras veces siempre solemos referirnos a
cosas muy grandes como la primera vez que cogemos un coche, que viajamos a otro
país o a la primera vez que nos casamos… cosas así. Por eso siempre suelen
salir mal. Porque ponemos demasiada importancia en algo que debería ser
natural.
—Tienes razón. –Digo con pesar y él se
queda en silencio. Pensativo. Puedo imaginarme su expresión analítica, pero
estando al otro lado de una línea telefónica, me siento a salvo. Sin embargo me
sorprendo al no poder huir de su rotundidad.
—¿Has estado casado alguna vez? –Me
pregunta y yo me muerdo el labio inferior.
—No. –Le digo, pensativo—. Pero he estado
prometido.
—Por lo que veo no salió bien.
—No. –Suspiro.
—¿Quieres hablar de ello?
—Ha sido hace ya un año, pero la verdad es
que aun me sienta mal lo que sucedió.
—¿Qué ocurrió, si no tienes problemas en
contármelo?
—Pues la conocí cuanto tenía veinticinco
años. Un año después de conocerla comenzamos a salir en una relación formal. A
los veintiocho le pedí que se casara conmigo. Pero desde ese momento ella
comenzó a comportarse de forma muy rara.
—Le pediste matrimonio muy pronto, hombre.
–Me dice Jeon, riéndose al otro lado—. Solo dos años de relación.
—Ella me dijo que sí y al principio todo
estaba bien. Ambos éramos como mejores amigos, si te soy sincero. Pero al poco
de pedirle la mano ella empezó a… —busco las palabras—. Crearse paranoias.
–Digo pero hay un largo silencio de parte de Jeon.
—¿Paranoias?
—Sí, se puso paranoica. Empezó a decir que
si yo estaba saliendo con la madre de uno de mis pacientes, o que si me había
olido perfume de mujer en la ropa, o cosas como que si llegaba tarde a casa era
porque me estaba viendo con alguien o si ya no la quería como antes porque no
le hacía el amor con tanta frecuencia… cosas así. Me sacaba de quicio. Si algo
no soporto son las personas que se comportan así. Cada vez que entraba por casa
me daba la sensación de que iba a pasar un control anti drogas, un psicotécnico
y un test de mentiras. –Jeon ríe a carcajada limpia al otro lado de la línea—.
No te rías, es en serio.
—Lo sé, lo siento. –Dice, cogiendo aire—.
Pero es que no puedo evitarlo. Me imagino la escena.
—Doy gracias que la casa en la que
vivíamos era mía y la pagué con mi dinero…
—¿Qué pasó al final?
—Medio año después de prometernos la dejé.
Fueron los peores seis meses de mi vida y cada día era peor, te lo
prometo.
—¿Así que hace año y medio que se acabó?
—Sí. Más o menos.
—¿Has vuelto a verla?
—No. La verdad es que su familia se puso
de mi parte cuando la dejé. Ellos también estaban seguros de que algo le estaba
pasando a su hija, así que le dijeron que lo mejor que podía hacer era mudarse
de ciudad. Ellos eran natales de Changwon, tienen una casa en el campo. Ella se
mudó allí con algunos familiares y no he vuelto a saber de ella. –Me encojo de
hombros aunque no pueda verme.
—Seguro que solo estaba estresada con la
idea de casarse y su mente empezó a imaginar cosas. –Dice Jeon y yo
asiento.
—Estoy seguro de que fue eso. Tal vez
fuera idea de su subconsciente la de buscarse excusas para no casarse porque en
realidad no quería hacerlo…
—Ya veo… —Piensa y yo sonrío.
—¿Sabes? Normalmente cuando a la gente le
cuento esta historia suelen preguntarme cosas como: ¿Le fuiste infiel?
¿Realmente eran solo ideas de ellas o había alguien más? Tú no…
—La verdad. No te veo siéndole infiel a
nadie. –Sentencia seguro y yo me sorprendo.
—¿De verdad?
—Sí.
—Pero apenas me conoces.
—Te conozco lo suficiente. Sé que eres una
persona noble y amable. Nunca le pondrías los cuernos a tu pareja, y menos
pretendiendo casarte con ella.
—Gracias…
—¿Por qué?
—Por ser tan amable. Normalmente la gente
realmente se lo cuestiona. Mi familia incluso se lo preguntó. Obviamente mi
familia me conoce, y saben que yo quería casarme con ella, pero es humano
dudar.
—Es humano dudar… —Dice tranquilo,
pensando en mis palabras. Después de unos segundos le oigo reír al otro lado y
yo me muerdo el labio inferior—. ¿Tú dudaste al decidirte pedirle en
matrimonio? –Estoy a punto de contestar algo pero mi respuesta es una
risa.
—Tou ché. –Después de mis palabras
nos quedamos unos segundos en silencio. Unos dolorosos cinco segundos en
silencio hasta que él lo deshace.
—¿Puedo hacerte una pregunta? –Asiento
pero como no puede verme le respondo con un sonido de mi garganta.
—Hum.
—¿Qué música tienes de tono de llamada
para el móvil?
—¿Qué clase de pregunta es esa? –Le
pregunto a él, desconcertado—. Pensé que sería algo relacionado con mi
expareja.
—Solo contesta… —Me pide y yo tengo que
hacer un esfuerzo.
—Una que venía con el móvil. De estas que
vienen por defecto.
—Me lo imaginaba. –Dice sonriendo y yo
frunzo el ceño—. Tú mejor que nadie deberías saber que este tipo de cosas te
ayudan a conocer la personalidad de alguien. El tono de llamada, la foto de
fondo, tu foto de perfil…
—Lo sé, listillo… —Le digo arrugando la
nariz y él ríe al otro lado, divertido.
—Me apuesto lo que quieras a que de fondo
de pantalla tienes una imagen que venía de defecto en el móvil. –Dice entre
carcajadas y yo frunzo el ceño, ofendido.
—Listillo. –Repito y él se parte de risa
mientras yo bebo un poco de vino y él retoma la serenidad—. ¿Qué reflejan de mí
esos datos, a ver?
—Pues que eres una persona tradicional en
muchos aspectos y que probablemente no tengas nada tan importante como para
exponerlo de esa forma. Y si lo tienes, no quieres que se sepa.
—Eso no dice nada.
—Dice mucho. –Me contradice.
—¿Qué tienes tú como tono de llamada?
—La stravaganza, de Vivaldi*. –Dice
divertido—. Y de fondo de pantalla tengo un dibujo anatómico antiguo de un
cerebro. –Dice—. ¿Qué sacas de mí?
—Pues que eres muy inteligente, y te gusta
presumir de ello.
—Eureka. –Suelta divertido y yo
ruedo los ojos. De nuevo otro silencio incómodo y al final suelto algo que
llevaba tiempo queriendo salir.
—Estos días no he podido para de pensar en
algo que me dijiste el viernes.
—¿El qué? –Me pregunta, preocupado.
—Me dijiste que escribías. ¿Qué sueles
escribir?
—Tonterías. –Dice divertido—. Te dije que
no tienen la menor importancia.
—Me gustaría leer algo que hayas escrito.
–Le digo serio y él tarda un segundo en contestar.
—¿Por curiosidad de lector o por necesidad
de la terapia?
—Tómalo como mejor quieras. –Le digo pero
él no contesta—. Se me hace extraño, ¿sabes? Un médico estimula más su lado
racional que el creativo de su cerebro.
—¿Quién ha dicho que escribir sea una
tarea creativa?
—Es una tarea creativa.
—No. Yo no creo nada. Las palabras
están ahí y los pensamientos también. Solo los plasmo sobre el papel.
—Miguel Ángel* también pudo decir: los
personajes están ahí, solo tengo que plasmarlos sobre el techo…
—No es lo mismo… —Dice pero yo no le
contesto y me paso la mano por el pelo.
—¿Qué te parece si hacemos una cosa? –Le
pregunto.
—¿Un juego? –Me pregunta a mí y yo evito
reír, pero una sonrisa sale de mis labios.
—No, no es un juego. –Suspiro—. ¿Qué te
parece si mañana me llevas a la consulta cuando vayas algo de lo que hayas
escrito?
—¿Cualquier cosa?
—Cualquier cosa.
—No sé, me da vergüenza… no vale la pena,
de verdad…
—Por favor… —Le pido con aire tranquilo y
el resopla al otro lado del teléfono.
—Está bien. Pero no es justo.
—Claro que lo es… —De nuevo resoplar y de
repente me llama la atención, como acordándose de algo.
—¡Ah! Ya le dije a mi madre que querías
reunirte con ellos. Me han dicho que el martes que viene ambos dos pueden, por
la tarde. Se supone que te lo debería decir mañana en la consulta, pero ya
aprovecho.
—Vale. ¿A qué hora?
—Cuando te venga bien, me han dicho.
—Vale. Lo miro y mañana en la consulta te
lo digo. De paso le escribo una carta concertando la hora. ¿Vale?
—Genial. –Dice tranquilo y suelta un largo
suspiro.
—Voy a colgar ya, ¿vale? Me tengo que ir a
hacer la cena. –Le digo algo nervioso y su voz al otro lado me
tranquiliza.
—No hay problema. Me ha encantado hablar
contigo. Llámame siempre que quieras. Nos vemos mañana.
—Hasta mañana. Descansa.
—Adiós. –Sentencia y me quito el teléfono
de la oreja para mirar como la llamada finaliza y cuando dejo el móvil sobre la
mesa siento como mis manos tiemblan y me dejo caer en el sofá mientras me cubro
el rostro con las manos. Sonrojado. Me siento tan infantil que me doy
vergüenza. Una vergüenza que duele.
———.———
*Aristóteles (en griego antiguo: Ἀριστοτέλης, Aristotélēs; Estagira, 384 a. C.—Calcis, 322 a. C.) fue un polímata: filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.
*Antonio Lucio Vivaldi (Venecia, 4 de marzo de 1678—Viena, 28 de julio de 1741) fue un compositor, violinista, impresario, profesor y sacerdote católico veneciano del barroco. Era apodado Il prete rosso («El cura rojo») por ser sacerdote y pelirrojo. Su maestría se refleja en haber cimentado el género del concierto, el más importante de su época. Compuso unas 770 obras, entre las cuales se cuentan más de 400 conciertos y cerca de 46 óperas. Es especialmente conocido, a nivel popular, por ser el autor de la serie de conciertos para violín y orquesta Las cuatro estaciones.
*Michelangelo Buonarroti (Caprese, 6 de marzo de 1475—Roma, 18 de febrero de 1564), conocido en español como Miguel Ángel, fue un arquitecto, escultor y pintor italiano renacentista, considerado uno de los más grandes artistas de la historia tanto por sus esculturas como por sus pinturas y obra arquitectónica. Desarrolló su labor artística a lo largo de más de setenta años entre Florencia y Roma, que era donde vivían sus grandes mecenas, la familia Médici de Florencia y los diferentes papas romanos.
no sabes lo adicta que soy a estas conversaciones entre ellos, puedo disfrutarlas casi como si fueran mías, incluso me divierto y me emociono demasiado 💖
ResponderEliminarHahaha eso es genial. Creo que es lo mejor de esta novela, las conversaciones entre los protagonistas. Los diferentes puntos de vista y cómo jungkook puede convencernos de cualquier cosa, incluso si sabemos que está equivocado..
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