AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 11
CAPÍTULO 11
Yoongi POV:
Jeon y yo subimos en completo silencio las
escaleras hasta que llegamos al primer piso. Yo miro hacia atrás de vez en
cuando para verle a él seguirme y él alza la mirada para encontrarme con una
amable sonrisa levemente turbada por su expresión infantil y aniñada que me
hace sentir tan agradable. Cuando llegamos a la planta estoy a punto de llevar
mi mano a la manilla de la puerta junto con las llaves pero él me detiene con
una pregunta extremadamente curiosa.
—¿El piso donde vives está cerca de tu
consulta?
—No. –Digo pensativo—. Por eso vengo en
bus. –Él asiente con mi respuesta.
—Claro… —Dice como si no fuese obvio y
después cuando meto la llave en el interior de la cerradura, él me asalta con
otra nueva pregunta—. ¿Por qué no alquilaste un piso más cerca de tu casa? Así
te ahorrarías el transporte. Seguro que sería más eficaz.
—Lo sería. –Digo, asintiendo—. Pero cuando
me planteé tener una consulta no había más pisos disponibles mejor que este.
Los había en últimas plantas sin ascensor o cosas así. Si alguien con depresión
tiene que subir diez pisos sin ascensor creo que antes se quita la vida. –Le
digo y él suelta una risa que me provoca a mí también una sonrisa inevitable.
Me muerdo el labio inferior intentando borrar a la fuerza esa sonrisa cuando
entro al interior de la consulta y me recibe el rostro de mi secretaria con una
expresión animada, pero algo sorprendida cuando ve detrás de mí entrar a Jeon
con apariencia rutinaria. Ella está a punto de ponerse en pie, pero se sienta
cuando ve que camino directo a mi pequeño despacho con Jeon a mi espalda y la
miro excusando a Jeon. Pues entiende que me he debido de encontrar con él en el
camino—. Pasa. –Le digo a Jeon abriendo la puerta de mi consulta y él pasa al
interior mientras yo cierro detrás de mí con un largo suspiro. Dejo la pequeña
bandolera marrón sobre el escritorio y saco de ella la pequeña libreta que uso
con cada paciente y un bolígrafo de cualquier color.
Jeon ya se ha sentado, cuando me vuelvo a
él, sobre el sofá de siempre y yo me acerco a él sentándome en una silla a su
lado. Cuando miro de nuevo su mochila, la encuentro como siempre, vuelta hacia
él y apoyada en el sofá a su lado. Cuando me pilla con el ceño fruncido en
dirección a la mochila, él mismo se incomoda.
—¿Ocurre algo? –Pregunta casi preocupado—.
¿Prefieres que la ponga en otro lado?
—No, no importa. Solo me he quedado
pensando mirando a ninguna parte. –Me excuso con una mentira y él asiente dando
por finalizado el asunto. Cuando suspira y se torna más relajado me mira con
una sonrisa amable y yo levanto una ceja—. ¿Listo?
—Siempre. –Dice divertido y yo asiento
mientras abro la libreta por alguna parte en donde haya una hoja en blanco y le
señalo con el bolígrafo.
—Cuéntame, ¿qué tal hoy en clase?
—Bien. –Dice sin más al principio pero
después de unos segundos comienza a recordar sucesos del día y frunce levemente
el ceño—. Estoy pensando en poner una queja en dirección por uno de los
conserjes. –Dice tranquilo, frunciendo el ceño mientras me mira como si buscase
mi aprobación. Me faltan datos para ello.
—¿Qué ha ocurrido?
—Ocurre que para algunas asignaturas
tenemos que manejar material quirúrgico y esas cosas, —me aclara—, y todo eso
está en un carrito metálico. Para transportarlo de aula en aula necesitamos
usar el ascensor, porque aparte de tedioso, es peligroso bajarlo por las
escaleras aunque sea entre dos personas. Por eso, tengo que bajar a conserjería
para que me den la llave del ascensor, pues solo va con llave para evitar que
los alumnos se metan ahí indiscriminadamente. Siempre que voy, el conserje está
desaparecido. Los dos que trabajan ahí nunca están. Cuando es el descanso de
uno, el otro ha salido a fumar, y cuando es el descanso del otro, el primero
está en el baño haciendo sabe Dios qué.
—Que mala suerte… —Le digo pero él se
muestra casi ofendido.
—No es mala suerte, es incompetencia
laboral. Yo no he faltado un solo día a clase y ellos se van de su puesto de
trabajo como si nada. –Hace aspavientos controlados—. Y si están, reza porque
estén de buen humor y no te toque convencerles de que es por un asunto
importante el que tienen que dejarte usar el ascensor. –Me dice enfadado y yo
levanto una ceja.
—¿El resto de alumnos están de acuerdo
contigo?
—Claro que lo están. No soy al uno al que
le pasa. Incluso los profesores saben bien lo que sucede.
—¿Y porque nadie ha hecho nada todavía?
—Porque nadie se atreve. Los profesores
tienen bastante con sus luchas internas dentro de los departamentos como para
lidiar con un problema externo, y los alumnos no se atreven a mostrarse
reivindicadores porque eso puede afectar en sus notas.
—Los conserjes no son profesores. –Digo,
no muy seguro, mientras frunzo el ceño.
—Claro que no. —Dice—. Pero si aumentas el
papeleo en secretaría aumentas la carga de los profesores y estos sí tienen
poder sobre tus notas…
—¿Y tú no tienes miedo de que tus notas se
vean influenciadas?
—No. –Dice, negando en rotundo con el
rostro—. No me creo un justiciero ni un defensor de nada, pero de sobra son
conocidas mis capacidades y mi valía, y no creo que nadie se atreva a tomar
como justificación mi queja ni cualquier otra excusa. Mis actos fuera del aula
no deberían influenciar…
—Pero, ¿y si alguien lo hace? –Le pregunto
y él me mira con una expresión cínica.
—No pasaría nada. Entiendo que la
calificación que me dé un profesor es completamente a su propio y único juicio.
Pero ya puede tener cuidado y no acercarse al material quirúrgico. Esos trastos
los carga el diablo. –Me dice y yo estoy a punto de decir algo pero su
expresión me deja levemente confundido.
—Estas de broma, ¿no? –Le pregunto
levemente asustado y él estalla en carcajadas.
—¡Claro que sí! –Me dice, como si
sobrevalorase mi capacidad para comprender su comportamiento. He de reconocer
que me siento levemente aturdido en este momento—. ¿Cómo crees que voy a hacer
algo así? –Niega con el rostro—. Si eso me sucede intentaría parlamentar con
él, hacerle ver que no podemos quedarnos callados cuando alguien desatiende sus
responsabilidades, y menos cuando nos estamos jugando los estudios. Intentaría
hacer que entrase en razón, y si ni aun así lo consigo pues ale, otro pleito.
–Se encoje de hombros.
—Me parece muy profesional tu actitud.
–Digo, tranquilo y apuntando en la libreta—. Pero debes tener en cuenta que no
todo el mundo es gente profesional y responsable, y durante toda tu vida
profesional vas a tener que lidiar con trabajadores incompetentes…
—Lo sé, por eso la idea de trabajar en un
hospital se me hace algo muy pesada. –Niega con el rostro, decepcionado—. Si te
soy sincero, no sé aún qué hacer cuando termine el sexto curso de la carrera.
Aun estoy en el tercero, pero si te soy sincero, no me veo trabajando en un
hospital.
—Serás médico. –Le digo—. A no ser que
quieras especializarte en algo más concreto, no sé si puedes escoger muchas
opciones. Tampoco entiendo mucho sobre la carrera de medicina, tú sabrás mejor
que yo sobre todo eso. –Digo y él asiente.
—Lo que te dije el otro día, lo de
trabajar con muertos, no era ninguna broma. –Dice mirándome con ojos tranquilos
y una sonrisa entre amable y triste—. La verdad es que es algo que a muchos de
mis compañeros repugna, pero a mí no tanto. –Niega con el rostro de nuevo—.
Todos se asquean cuando tenemos que tratar con ese tipo de cosas, pero hay
situaciones peores que tratar con un cuerpo inerte.
—¿Cómo cuáles?
—Por ejemplo la profesión de pediatra.
–Chasquea la lengua—. Todos esos niños berreando como corderos desvalidos,
vómitos por un lado, heces por el otro, madres angustiadas porque a su hijo le
ha salido una mancha rara, otros niños insolentes que desobedecen en las
consultas…
—¿Prefieres muertos que niños?
—Prefiero el silencio al griterío.
–Sentencia y yo apunto en mi libreta mientras él sigue pensativo—. Tal vez deba
especializarme en algo como eso. Autopsias, tal vez. Eso me gusta.
—¿Sí?
—Sí. –Piensa—. ¿Conoces las escenas en las
películas cuando les mandan un cuerpo a la morgue y el médico de turno tiene
que hacerle una autopsia? –Pregunta y yo asiento—. Pues eso quiero hacer.
—Mezcla lo mejor de las historias de
Sherlock Holmes, la investigación y la dedicación con la medicina.
—¡Exacto! –Dice divertido y yo asiento
mientras lo apunto en la libreta. Después de un segundo en silencio, a mí se me
ocurren unas cuantas preguntas.
—¿Qué es lo que sueles hacer en tu tiempo
libre? Cuando no tienes que estudiar o en los fines de semana…
—Pues generalmente leer, ver alguna
película interesante que me descargue por internet, salir a tomar algo, o
incluso escribir.
—¿Escribes? –Le pregunto pero él se
ruboriza, negando con las manos.
—Nada importante. Solo para desahogar un
poco. La mitad de las cosas las acabo borrando o tirando. No tiene la mayor
importancia. –Asiento mientras vuelvo a preguntarle.
—¿Y cuando te enfadas o tienes un día
difícil? ¿Qué sueles hacer?
—¿Para desahogarme?
—Sí. –Asiento.
—Pues generalmente me pongo la música a
tope, intento imaginar cómo los mato a todos y se me pasa… —Me dice con una
sonrisa cómplice pero yo niego con el rostro.
—Enserio…
—La verdad es que intento calmarme. Pensar
con raciocinio. Con lógica. Si algo me ha hecho sentir mal intento pensar el
porqué, y solucionarlo. Si es un error ajeno me desentiendo, y si yo he
cometido un error, pues lo enmiendo.
—Vaya, esa es una respuesta muy adulta.
—Lo sé. Ni muchos adultos suelen responder
así, supongo. Tengo profesores que cuando se enfadan dejan la clase a medias,
se largan con el coche y no vuelven. Eso me parece infantil incluso a mí.
—¿De verdad hacen eso?
—Algunos lo han hecho.
—¿Y porque se suelen enfadar tus
profesores?
—Normalmente porque algunos alumnos no
paran en clase o cosas así. Se deben sentir heridos en su orgullo de profesor y
se largan sin más. Sin dar explicaciones. Luego a veces recapacitan y al día
siguiente nos piden perdón al resto de la clase, pero a veces ni eso siquiera.
Simplemente reaparecen al día siguiente como si nada y se ponen a dar clase de
nuevo.
—¿Y eso no te molesta?
—Sí, pero en cierto modo lo comprendo. Yo
muchas veces también he tenido el deseo de largarme en medio de la clase. Así
que entiendo que haya personas con menos capacidad de control que yo para esta
clase de impulsos. –Yo asiento mientras apunto y cuando termino doy un pequeño
golpe con mi libreta y le miro con ojos emocionados.
—Hoy ya es viernes, seguro que estás
cansado. ¿Qué te parece si probamos otro juego como el del otro día?
—¿Otro juego? –Pregunta pero sin ninguna
emoción. Más bien parece incluso aburrido.
—¿No te hace ilusión?
—No me lo digas como si tuviera diez años.
–Me dice ofendido, y al ofenderse, arruga levemente la nariz. Yo asiento,
encogiéndome de hombros.
—Está bien. En ese caso no es un juego. Es
simplemente una prueba. –El asiente, con media sonrisa—. ¿Eso te suena mejor?
–Asiente—. Pues adelante. La cosa consiste en que yo te digo una serie de
palabras, cualquier cosa, como por ejemplo “casa” y tú tienes que decir
otra palabra, lo primero que se te pase por la cabeza al escuchar la palabra
que yo te he dicho.
—Vale.
—¿Entendido? –Le pregunto y él asiente,
conforme. Se acomoda mejor en su lugar y yo busco en la libreta las palabras
apuntadas anteriormente. Al lado de cada una hay un espacio para la palabra que
él me diga.
—¿Pueden ser dos palabras?
—No. Solo una.
—¿Pero y si aparecen las dos palabras?
–Pregunta y yo frunzo el ceño
—Pon un ejemplo.
—¿Y si me preguntas, por ejemplo, algo
como Hospital y yo te respondo: “Muerte natural”? –Yo le miro
directo a los ojos, entrecerrando los míos, preguntándome si realmente está
preocupado por ello o solo intenta tomarme el pelo. Acabo suspirando.
—Di lo primeo que se te venga a la cabeza.
–Sentencio y cojo aire mientras señalo con el bolígrafo en la mano el lugar que
va a ocupar su palabra—. Son veinte palabras. ¿Entendido?
—Sí.
—¿Preparado? –Asiente seguro y yo comienzo—.
Casa.
—Hogar. –Me responde apenas un
segundo después. Yo tardo en darle la siguiente palabra en lo que apunto la que
me ha dicho en la libreta. Un par de segundos apenas.
—Agua.
—Vida. –Contesta, rápido. Es una
respuesta que no recuerdo que me hayan dado nunca, lo cual me hace sonreír
levemente, aunque no debería hacerlo.
—Amor.
—Negro. –Contesta casi inmediatamente, lo
cual es algo a tener en cuenta. Lo apunto al lado con una pequeña marca de
bolígrafo.
—Trabajo.
—Dinero. –Contesta, con la facilidad del
principio. Esta sí que es una respuesta común.
—Libro.
—Experiencia. –Dice, tranquilo.
—Dinero.
—Comida. –De nuevo respuesta
esperada.
—Canción.
—Música
—Cita. –Le digo pero él tarda casi cinco
segundos en encontrar una palabra. Puedo ver, en el movimiento de sus ojos
bailando por el suelo entre nosotros, que busca una palabra que realmente
encaje en la mía. Normalmente suelen contestar cosas como “Flores” “Cena” o
incluso “Sexo”. Pero su respuesta me deja desconcertado.
—Inexistente. –Dice y alza la
mirada para darme permiso a continuar. Yo asiento y remarco el tiempo que ha
tardado en contestarme.
—Padres. –De nuevo varios segundos de
espera.
—Respeto. –Contesta al fin, pero en
su expresión no le veo muy seguro de que sea la palabra que realmente quiere
darme. Lo paso por alto y sigo con las demás.
—Vida.
—Muerte. –Contesta. Algo común. El
antónimo de una palabra, su contrario es algo que siempre remarca.
—Escuela. –De nuevo una larga pausa.
—Compañeros.
—Niño.
—Mal. –Contesta. En vez de usar un
sustantivo, ha usado un adverbio, o tal vez un calificativo para la propia
palabra dada. Es válido.
—Animal.
—Mascota. –Dice.
—Sexo. –Le pregunto y frunce levemente el
ceño, pensativo. No tarda tanto como en las anteriores pero su respuesta es
casi forzada. Muy estereotipada.
—Placer.
—Vacaciones.
—Playa.
—Lluvia
—Bien. –Contesta y yo sonrío.
También habría contestado así, pues me encanta la lluvia. Sin embargo intento
que mi oz suene seca e imparcial. Continúo
—Cuadro.
—Rubens. –Contesta,
pensativo.
—Silencio.
—Paz. –Contesta, rápidamente. Mucho
más que antes.
—Muerte.
—Animal. –Dice, volviendo al
intervalo de un segundo entre palabras. Evito dar un respingo con esta
respuesta, pues nadie nunca me la ha dado.
—Coche.
—Accidente. –Sentencia y yo alzo la
mirada para verle expectante a mis palabras. Miro la libreta, encontrándome con
la tabla llena de palabras.
1 |
casa |
hogar |
2 |
agua |
vida |
3 |
amor |
negro |
4 |
trabajo |
dinero |
5 |
libro |
experiencia |
6 |
dinero |
comida |
7 |
canción |
música |
8 |
Cita |
inexistente |
9 |
padres |
respeto |
10 |
vida |
muerte |
11 |
escuela |
compañeros |
12 |
niño |
mal |
13 |
animal |
mascota |
14 |
sexo |
placer |
15 |
vacaciones |
playa |
16 |
lluvia |
bien |
17 |
cuadro |
Rubens |
18 |
silencio |
paz |
19 |
muerte |
animal |
20 |
coche |
accidente |
—¿Lo he hecho bien? –Me pregunta y yo
asiento mientras que reviso que no me haya saltado ninguna palabra y que mis
anotaciones queden bien reflejadas. Después levanto la mirada para encontrarme
con su expresión infantil y sonriente.
—Sí, muy bien. La verdad es que la mayoría
de respuestas entra dentro de lo normal. La anteposición de la muerte a la vida
en la décima palabra es algo muy común. Ante la pregunta de perro
ponemos gato y a la de noche ponemos día. Es algo normal.
También es muy común decir accidente a la palabra de coche, sobre
todo si alguien cercano a nosotros ha tenido un accidente o nosotros mismos
tenemos miedo de conducir. ¿Tienes coche?
—No. –Niega con el rostro.
—Por eso te desplazas en bus. ¿Por qué no
lo tienes?
—Te diría que es porque no me gusta la
idea de contaminar y que estoy a favor del transporte público pero odio el
transporte público como cualquiera, y más los buses. Pero no me veo capacitado
para conducir. La verdad es que me da un poco de miedo, como bien has
dicho.
—¿Miedo a que se te vaya de las manos? –Le
pregunto remarcando su confesión de antes de entrar en la consulta y el asiente
cabizbajo—. Es normal, no es nada de lo que avergonzarse. Al contrario. Está
bien que tú mismo conozcas tus límites y sepas controlarlo. –Continúo con las
palabras—. La respuesta de Hogar a la de Casa es también muy
común, porque entendemos que nuestro concepto de hogar reside en un lugar
determinado, en una localización. También suelen reponer cosas como “padres” o
“familia”. Estas entran dentro de lo normal. Hay algunas otras que son raras
pero entran dentro de un chico de tu edad o alguien de tu profesión como puede
ser la respuesta playa a vacaciones. ¿Solías ir a la playa cuando eras pequeño?
–Él asiente, sonriendo—. Ahí está. Otra persona, trabajadora y más adulta,
podría haber respondido algo como “descanso” o “Viaje” a secas. Eso es que aún
estás levemente ligado a tu infancia.
—¿Y el resto? –Pregunta, sabiendo que hay
algo más detrás de mis meras explicaciones de lo que a su respuesta se
refiere.
—Hay otras cuantas que me han dejado
levemente preocupado. Ya no la respuesta, sino la forma de decirla o el tiempo
que te has tomado para pensarla. –Su rostro palidece levemente pero no lo tengo
en cuenta—. No pongas esa cara. No es nada malo. Tal vez tu mente sea demasiado
creativa, o tal vez solo estabas nervioso. Por ejemplo, la respuesta de Negro
a la palabra Amor me ha dejado estupefacto. Hay veces que respondemos
cosas sin sentido pero que juntas tienen otro significado. Como por ejemplo,
“Ojo” y “Mal” no tienen relación por separado pero juntas: “Mal de ojo” sí
tiene sentido. ¿Entiendes? Pero, negro y amor… ¿Qué has querido decir con eso?
—No lo sé. –Dice, encogiéndose de
hombros.
—La verdad es que no sé muy bien qué
decirte ante esto. No sé si es tu deseo de no tener relaciones amorosas o que
has tenido una muy mala experiencia en el pasado que te ha dejado ese recelo
ante la palabra amor. –Le miro pero él no parece casar con ninguna de ella—. Ya
hablaremos del amor en otro momento. Pero la verdad es que la idea, aparte de
original, me preocupa. –Digo y él entristece levemente. Yo continúo con otras
palabras—. Pero hay otras peores. Te has tomado mucho tiempo para contestar la
palabra Inexistente ante la palabra cita. Entiendo por esto que
no tienes citas, al menos, últimamente. Pero te has tomado mucho tiempo para
decir una palabra. También para contestar respeto cuando te he dicho padres.
¿No se te ocurre nada mejor? Suelen contestar amor, u odio. Querer u odiar.
Pero tu respuesta ha sido tan imparcial que me ha sorprendido. Respeto.
–Paladeo la palabra—. Es algo que se inculca a los niños. Que hay que respetar
a los padres, pero tú has dado esa respuesta como algo totalmente personal ante
la idea de los padres.
—He querido dar esa respuesta, aunque he
pensado en otra. Sin embargo, la palabra respeto es la primera que se me ha
pasado por la mente.
—¿Qué otras respuestas me habrías dado?
—Casa, dinero, libros…
—Ves a tus padres con objetividad. –Le
digo, sorprendido a lo que él se encoge de hombro—. ¿No tienes ninguna clase de
sentimientos por tus padres…?
—Claro que los tengo. –Dice ofendido pero
yo le miro con los ojos entrecerrados hasta que me retira la mirada y yo
suspiro, siguiendo con las palabras.
—También te has tomado largo tiempo en
responder compañeros a la palabra escuela. Entiendo que los
compañeros son una base importante de las relacione sociales, sobre todo a tu
edad. Y más en la universidad. Pero conociéndote, no es algo positivo lo que has
contestado. Lo más llamativo de la universidad para ti son tus compañeros pero
no por algo bueno, sino al contrario. ¿Los consideras una molestia?
—Claro. –Reconoce serio y yo asiento,
sorprendido por su franqueza.
—La respuesta de placer a la
palabra sexo es algo más común, pero te lo has pensado mucho y no
parecías seguro según me la decías.
—Es que es una palabra de concepto muy
amplio. –Dice, divertido—. Entiende que también podía haber respondido algo
como pareja, o relación, o cama, o sangre pero…
—¿Sangre? –Pregunto, sobresaltado. Casi
dando un respingo en la silla y él enrojece rápidamente y se pasa la mano por
el pelo, retirándoselo de forma inocente.
—Sí, bueno, ya sabes…
—¿Hum?
—Me gusta ser algo violento… —Remata y yo
le retiro la mirada mientras asiento, queriendo olvidar lo sucedido.
—Vale, vale. –Digo y él continúa.
—Quería decir muchas otras palabras, pero
al final todo se resume en eso, ¿no? Placer… sexo… Si hubieras dicho hacer el
amor, sería otra cosa.
—Entiendo. –Suspiro, algo ruborizado—. Por
último, la respuesta de muerte a la palabra animal. –Digo, pero
él frunce el ceño.
—No he tardado en responder esa. –Yo le
miro esperando que se dé cuenta de lo que ha dicho pero no parece comprender
por qué la palabra me ha llamado la atención.
—No es cosa del tiempo que has tardado. O
sí, también. No has tardado más de lo normal, considerando rápidamente la
respuesta como algo bueno, como algo corriente.
—¿Animal y muerte no tienen que ver?
–Pregunta, frunciendo el ceño—. ¿Acaso no se mueren todos los animales?
—Sí, pero no es una respuesta que se suela
dar a la palabra muerte. “Muerte” es un concepto muy amplio. Y la
respuesta más fácil es “Vida”. A la palabra vida has contestado muerte
pero a la palabra muerte, has contestado animal. ¿Por qué? –Se
encoge de hombros—. Sin duda tienes una extraña fijación con la muerte. Esta es
más llamativa para ti que la propia vida.
—Estudio medicina. –Me recuerda—. Para mí
la muerte es algo presente en el día a día.
—Sí, pero tu función es salvar
vidas.
—No si no trabajo con vivos. –Dice simple
y yo asiento, con media sonrisa.
—En fin, lo que saco en claro de todo esto
es que creo que no hay problema destacable. Has tenido una vida normal, como
todo el mundo, tienes imaginación y eres muy calculador. Tienes mucha
influencia por la universidad y por tus estudios en concreto, lo cual no es
nada malo, al contrario. –Doy un golpecito con la libreta sobre mis rodillas,
dando por finalizado la consulta—. Es la hora ya. –Él se pone en pie primero
pero yo le detengo antes de que coja la mochila.
—¿Ocurre algo? –Me pregunta.
—Me gustaría saber si puedo concertar una
cita con tus padres para la semana que viene.
—Suenas como mis profesores de instituto.
–Dice divertido, más tranquilo después de que he dado por finalizado la
consulta.
—Sí, lo siento, pero es algo rutinario que
suelo hacer con mis pacientes. Date cuenta de que no trato con adultos, y
aunque tu tengas la mayoría de edad aun vives con tus padre y te ves muy
influenciado por ellos. A parte de que han sido tus padres los que me han
pedido que sea tu psicólogo. –Jungkook asiente y me mira directo.
—¿Les aviso de que se pongan en contacto
contigo o tú me das una cita concreta?
—Diles que me llamen cuando puedan para
concretar una cita la semana que viene. Normalmente soy yo quien se pone en
contacto con ellos, pero eres adulto y creo que puedo confiar en ti para este
recado. –Le digo posando mi mano sobre su brazo a mi lado y él da un leve
respingo pero se deja hacer, con una sonrisa tímida y avergonzada. Cuando él
asiente retiro mi mano de su brazo y le veo agacharse para rescatar la mochila.
Cuando la carga sobre el hombro yo ya me estoy acercando a la puerta y él se me
queda mirando con una mueca levemente nerviosa sin atreverse a salir por la
puerta. Antes de que yo llegue al pomo él me detiene.
—Me preguntaba, si ya no tienes más
pacientes hoy, si te apetecería ir a dar una vuelta, o a tomar un café. –Me
dice saltándose toda norma moral, teniendo en cuenta que yo soy su psicólogo.
Cuando le miro a los ojos por su valentía él me retira la mirada y está a punto
de decir algo más pero se contiene. Yo me doy cuenta de que le he mirado con
ojos ofendidos por su descaro pero rápido sonrío para mí mismo y me muerdo el
labio inferior, con la mano sobre el pomo de la puerta.
—Lo siento, Jeon. –Le digo y él relaja sus
hombros, decepcionado—. Pero la verdad es que sí tengo otro paciente ahora, así
que no puedo salir de mi consulta. –Digo y señalo la puerta hacia el exterior a
lo que él frunce el ceño.
—Pensé que a esta hora no tenías más
pacientes. –Piensa—. La semana pasada me acompañaste hasta fuera por eso…
—Ya, pero el martes vino una madre con su
hijo y… —suspiro—. Ya sabes cómo va esto. Este chico ahora tiene consulta
conmigo. Martes y viernes…
—Ya veo. –Dice decepcionado, pero no lo
suficiente—. Aun así, no me has dado una negativa. Solo has puesto una excusa.
—No es una excusa, es mi trabajo. –Digo y
él sonríe, altivo.
—En el hipotético caso de que no tuvieses
un paciente ahora, ¿habrías aceptado la propuesta? –Me pregunta yo no evito una
sonrisa avergonzada.
—No sé qué contestarte a eso, Jeon.
—Di que sí. Tampoco es que vaya a suceder.
–Dice triste y yo asiento, sonriendo. Antes de darme cuenta me está arrebatando
con cuidado la libreta de mi mano y mi bolígrafo para escribir algo él al lado
de la lista de palabras que tengo apuntadas. Cuando termina me lo devuelve y yo
veo un número de teléfono con números irregulares. Lo achaco a su nerviosismo,
pues no para de mirar a todos lados, pero una mala caligrafía es signo de que
el cerebro funciona más rápido que los dedos—. Acepta al menos mi número de teléfono.
–Me pide—. Sé que probablemente lo tengas ya en mi ficha, pero lo que cuenta es
el gesto. Me temo que ambos estamos igualmente necesitados de una conversación
adulta de vez en cuando.
—¿Sabes que esto no está bien, verdad? –Le
pregunto intentando ser responsable pero él se encoge de hombros.
—Tómalo como una forma de tratar a un
paciente fuera de tu despacho. –Se encoge de hombros deshaciéndose de toda
responsabilidad pero antes de que yo pueda contestar a nada él ya está saliendo
de la consulta dejándome con la libreta de la mano y una expresión perdida y
desazonada. Él desaparece de la sala de espera no sin antes echar un pequeño
vistazo a un chico de quince años sentado en una de las sillas, culpable de que
su treta haya fallado. Yo resoplo con fuerza e intento bajar mi rubor antes de
atender al siguiente paciente. Una parte de mí se siente culpable. La otra como
si acabase de recibir un premio.
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