AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 13

 CAPÍTULO 13


Yoongi POV:

15 – Octubre – 2017 

LUNES

Me miro las manos sobre el escritorio. Me siento extrañamente feliz a pesar de que desconozco el motivo de mi buen humor de hoy, a pesar de que tengo ligeras sospechas de que ha sido la conversación de ayer con Jungkook. He de ser sincero conmigo mismo pero no quiero aceptar el hecho de que hablar con un paciente fuera de la consulta y tener con este una relación relativamente más estrecha me haga sentir bien. Me siento levemente liberado de una opresión que me impongo yo a mí mismo, pero al mismo tiempo me siento cargando con una responsabilidad de mis actos demasiado pesada para mis hombros. Me digo a mi mismo que soy una persona inteligente, soy un psicólogo y más que nadie debería saber lo que pasa por mi cabeza y comprender esta lista de sentimientos que me atenazan, pero por otra parte soy humano y cobarde, y no quiero enfrentarlos tal como habría hecho cualquier otra persona. Si me tengo que poner frente a mis emociones para reconocerlas y analizarlas, me veo tremendamente perdido, no sé por dónde empezar ni si quiera si en algún momento no van a saltarme a la cara para aporrearme con la visión de una realidad de la que yo no quiero ser partícipe. 

Miro mi reloj de muñeca, son las seis y cinco minutos y Jeon llega tarde a la consulta de hoy. Me siento levemente turbado porque normalmente suele ser tremendamente puntual, y de no ser así, es porque ha llegado pronto. Ya he salido a comprobar que no estuviese sentado en la sala de consulta y al verla completamente desierta, le he pedido la mi secretaria que cuando Jeon regrese, le haga pasar de inmediato, sin detenerse a esperar que yo salga a por él. Doy un largo suspiro y me marco una hora límite para hacer algo más que quedarme mirando a la nada sin sentido. Tal vez si se demora cinco minutos más deba mandarle un mensaje preguntándole su paradero, o si le ha ocurrido algo. O si tal vez no quiere venir. Tal vez se haya pensado que no ha sido profesional mi comportamiento para con él y haya dejado de tomarse enserio las consultas. Mi mente divaga aún más lejos, haciéndome pensar que tal vez solo quiera molestarme al retrasarse. Tal vez haya sido intencionado…

—¡Discúlpame! –Oigo su voz, mientras él entra atropelladamente por la puerta de la consulta y se me queda mirando con sus mejillas levemente coloreadas y con una sonrisa bobalicona y avergonzada. Yo me pongo en pie por el susto y rápido niego con el rostro sin darle la más mínima importancia. Una vez él aquí, ya no tiene importancia su tardanza y todos los malos pensamientos desaparecen como por arte de magia. 

—¿Qué ha ocurrido? Te ves acalorado. –Le digo mientras él niega con el rostro y se quita la mochila, quedándose con ella de la mano mientras cuelga hasta sus pies. 

—El bus ha tenido un percance unas manzanas más abajo. 

—¿Una rueda? –Pregunto y él asiente, encogiéndose de hombros. 

—Ha pinchando y el conductor ha intentado solucionarlo, pero veía que al paso que estaba yendo no llegaría aquí ni a las nueve de la noche, así que algunos pasajeros hemos decidido bajar y seguir a pie. Así que aquí estoy, he tenido que correr, porque ya no llegaba. –Suspira y se pasa el dorso de la mano por la frente perlada de sudor mientras que intenta sonreír para hacer que su rosto no se vea tan demacrado. Yo, como respuesta a su comportamiento, chasqueo la lengua y me encamino a uno de los cajones del escritorio y saco un paquete de pañuelos, extrayendo uno de estos de la caja y la llevo a su rostro para limpiar un par de gotas de sudor que caen libres por su sien y él al principio se sorprende de mi gesto pero a los segundos se avergüenza y se torna ruboroso e infantil, arrebatándome a mí el papel para limpiarse él. 

—Gracias, —me dice, tranquilo—, y disculpa por la tardanza. 

—No tienes que discúlpate, no ha sido culpa tuya. La verdad es que sueles ser puntual, al contrario que la mayoría de mis pacientes. –Digo suspirando y él se pasa el pañuelo por la frente y después por el cuello. Cuando ha terminado se dirige tranquilo hacia el sofá donde se sienta siempre, pone la mochila como lo hace cada día y cuando se ha acomodado hace el papel una bola y se lo guarda en el vaquero. Yo me siento como cada día en la silla delante de él y me paso la mano a lo largo de la corbata que llevo para alisarla y que no quede extrañamente arrugada o descolocada. Después me ajusto la fina chaqueta de lana sobre mis brazos y me cruzo de piernas mientras pongo sobre una de ellas la libreta. Me muerdo el labio inferior y tamborileo los dedos sobre el papel mientras Jeon regula su respiración, tranquilo. 

—Me gusta verte con corbata. –Me dice y yo le miro sorprendido a lo que él sonríe cuando mi mirada recae en él—. Te ves muy bien. 

—Mi madre, cuando me ve así, siempre dice que visto incluso más demodé* que mi padre. –Digo y él suelta una risa asintiendo. 

—No he dicho que vistas a la moda. –Se excusa y yo sonrío, encogiéndome de hombros—. Tenía un amigo que solía decirme que vestimos en la intimidad tal como somos por dentro. 

—Tal vez. Como psicólogo te digo que la mayoría de personas visten tal como quieren ser vistas. Si quieres proyectar una imagen de fuerza y autoridad, vistes de imponentes trajes y si quieres parecer deseable, eliges ropa que remarque tu cuerpo. Es así de simple. 

—Tal vez la mayoría de las personas piensen antes en los demás que en sí mismos. Tanto a la hora de vestir como de hablar y reaccionar, pero ese no es mi caso, te lo aseguro. –Me dice seguro de sus palabras y yo miro más atentamente su forma de vestir. Vaqueros ajustados en sus muslos, camisa blanca metida por dentro del pantalón y las mangas remangadas. Diría que para tener veintidós años, viste tal como su edad le pide, no hay decoración que muestra ideologías ni gustos ni tampoco tiene la ropa puesta de tal forma que sea algo original ni destacable. Simplemente se ha puesto dos prendas de ropa para salir a la calle, cumpliendo con la formalidad de la sociedad. 

—¿Tú en quien piensas a parte de en ti? –Le pregunto—. Tienes una gran personalidad, muy fuerte, muy llamativa, pero en tu ropa no veo nada de eso. –Digo frunciendo el ceño y él se mira a sí mismo como si en su ropa hubiese algún error. Después me devuelve la mirada, confusa. 

—¿Le pasa algo a mi ropa?

—No, pero cuando tienes veinte años sueles vestir algo más…

—¿Excéntrico? –Pregunta y yo asiento mientras frunzo el ceño. 

—Sé que sabes a lo que me refiero. Las chicas a tu edad visten con camisetas que se les vea el hombro, o bien con sudaderas de sus novios, o con chaquetas repletas de chapas de sus grupos de música favoritos. Los chicos con la camiseta de fútbol que les gusta, visten como sus ídolos musicales o incluso despreocupados, con ropa de deporte y cosas así…

—¿Soy acaso un chico normal? –Pregunta mirándome con una sonrisa pícara pero yo no sé qué decirle. 

—No eres alguien mediocre, pero tú ropa sí lo es. Es completamente normal. Como si intentases camuflarte entre la gente sin pasar desapercibido. 

—Eso es porque no necesito exteriorizar ningún sentimiento y ponerlo sobre mi pecho como si fuese un neonazi que se tatúa una esvástica sobre el pecho. Mis ideas están en mi cabeza y siempre que quiera puedo sacarlas a la luz, pero no tengo porque mostrarlas a todo el mundo… —Asiento encogiéndome de hombros mientras él me mira no muy convencido de haberme satisfecho con su respuesta—. Solo quería decirte que te ves bien como vistes. –Dice tímido—. ¿Qué exterioriza tu ropa? Que eres un anciano, ¿tal vez?

—Tal vez. –Le digo sonriendo  niego con el rostro cambiando de tema—. ¿Hay algo de lo que te gustaría hablar hoy? ¿Algo en especial?

—La verdad es que no se me ocurre nada…

—¿Qué tal las clases hoy? ¿Ya has puesto la queja en dirección?

—Estoy intentando convencer al resto de mi clase para que me acompañen a ello. Comprende que a un solo alumno no van a darle prioridad, pero si van toda una clase a quejarse de algo, pues es muy probable que sí tomen cartas en el asunto. 

—Vas a tenerlo difícil. –Digo, encogiéndome de hombros—. Convencer a un grupo grande de gente de que vayan en contra de algo que en realidad no les importa es una tarea complicada. Súmale a ello el hecho de que no eres alguien muy popular, ya me entiendes…

—Lo comprendo, pero me pondré manos a la obra y haré mi mejor esfuerzo. –Dice tranquilo y yo asiento, confiando en sus palabras. 

—¿Por lo demás todo bien?

—Todo bien. Hoy no he tenido última hora y he llegado antes a casa, con lo que ha sido un día bastante bueno, dentro de lo que cabe. 

—¿Solo porque no has tenido última hora?

—No solo eso. También porque vengo a verte. –Dice con una sonrisa coqueta y yo le miro sorprendido, pero mi rubor me delata y le aparto la mirada. Él sonríe con mi gesto y yo carraspeo para volver a la realidad. 

—En fin, mi día tampoco ha sido tan diferente del resto de días en los trescientos sesenta y cinco días al año. 

—¿Te quejas de tu monotonía? –Me pregunta curioso pero yo me encojo de hombros. 

—Ya sabes cómo somos los humanos, si tenemos una vida llena de problemas, nos autocomplacemos y si tenemos una constante monotonía, igual. Jamás estamos satisfechos con nada. A pesar incluso de que, como en mi caso, prefiera claramente la monotonía a lo desconocidos. 

—Sí que eres tradicional. –Suspira y me mira sonriendo. 

—¡Ah! Diles a tus padres que pueden venir mañana a las cuatro de la tarde. Tengo un hueco a esa hora. ¿Vale? 

—Vale. –Dice asintiendo mientras se da un segundo para grabarse la hora en la mente—. Dime, ¿para qué quieres que vengan exactamente?

—Solo es algo rutinario. –Me excuso pero él rueda los ojos como si eso realmente no fuese la respuesta que estaba buscando—. Quiero saber la versión de ellos. 

—¿Qué versión?

—La versión de tu conducta y comportamiento. 

—¿Es eso? Ya puedo decírtelo yo, soy un ángel. –Me dice divertido y luciendo una sonrisa infantil y agradable que me deja noqueado unos segundos hasta que él la cambia por una más dulce y amable. 

—Está bien, con que tú me lo digas te creo, pero no es suficiente. 

—Lo sé. –Suspira y después se cruza de piernas y se deja caer en el sofá con un largo suspiro—. ¿De qué vamos a hablar hoy, de amistad, de la familia…?

—De amor. –Él me mira, sonriendo—. ¿Qué te parece?

—Me parece bien. ¿Qué quieres hablar de ello? 

—¿Por qué el amor es negro, para ti?

—Tal vez porque el concepto de inexistencia lo asocio a la oscuridad, a lo negro. 

—¿No crees que el amor exista?

—No. –Dice, simple—. No lo he sentido nunca…

—Eso no significa que no puedas sentirlo algún día cuando conozcas a una persona con la que…

—A otro con esas pamplinas. –Me dice cortándome, dejándome en un estado de shock que me obligo a salir de él—. No me digas esas cosas, las odio. Cuanto más las escucho más odio me provocan. Cuando encuentres a la persona perfecta, cuando esa persona te mire lo sabrás, cuando… blah blah…

—¿Nunca has tenido pareja? –Le pregunto pero él se encoge de hombros.

—Eso no significa que estuviera enamorado. Simplemente me agradaba estar con esa persona y el sexo era satisfactorio…

—Hablas con vulgaridad. –Le digo—. ¿No hay más sentimientos a parte de esos?

—No. –Dice simple—. Si hablas del amor romántico y elegante de las novelas, lo siento, pero te has equivocado de persona. Ni lo he sentido ni quiero sentir esa repugnante y viscosa sensación empalagosa. 

—No hace falta representar a Romeo y Julieta para estar enamorado… —Le digo, casi ofendido. 

—Tú has estado prometido. –Me recuerda—. ¿Estabas enamorado de ella? –Yo asiento, seguro—. ¿Cómo es el amor? ¿Qué se siente? –Me pregunta curioso y yo entrecierro los ojos, pensativo. 

—Pues sientes que por esa persona puedes hacer lo que sea, hay una relación de confianza y cariño, deseas a esa persona sexualmente y espiritualmente…

—Que delicado… —Dice frunciendo el ceño. 

—Pero así es…

—¿Habrías hecho lo que fuera si ella te lo hubiese pedido? –Asiento, no muy seguro de su respuesta—. Pues eso no es amor, es una obsesión peligrosa. –Me dice y yo me sorprendo con sus palabras—. Eso no es nada sano, ¿sabes? Jugarse la vida así, por el capricho de una persona…

—Eso no sé si es maduro o demasiado frío. 

—Soy racional. –Se dice y yo me muerdo el labio inferior. 

—Se puede ser racional, pero, ¿qué sería la vida sin la pasión que proporciona el amor? Todo sería tan aburrido…

—Estoy de acuerdo. –Dice, asintiendo—. La vida es aburrida y mundana. Es triste y asquerosa. Al fin me comprendes. –Yo le miro, triste—. Y la ausencia de un estimulante como lo que tú llamas amor, es mucho más insoportable. Pero qué le vamos a hacer. Yo no he conocido esa sensación y estoy completamente seguro de que nunca voy a encontrarla, así que me veo vagando por este mundo gris y triste. 

—Algún día te enamorarás…

—No me entiendes. –Niega con el rostro—. El problema no está en los demás. No es que no haya nadie con quien no pueda compartir un momento íntimo, o incluso una conversación inteligente. El problema está en que soy demasiado frío para mantener una relación de confianza, demasiado caprichoso como para centrarme en un único objetivo y demasiado analítico como para dejarme llevar por sentimientos. 

—Eso… —No sé qué decir a parte de quedarme en silencio con los labios abiertos, hasta que él se inclina un poco sobre el asiento para tenerme más cerca. Lo suficiente como para hacerme salir de mi enmudecimiento. 

—A veces, cuando algo me gusta y entusiasma, no lo hace por mucho tiempo. Hay dentro de mí algo que me obliga a ver la peor cara de todo, la realidad de la existencia humana y me doy de bruces con algo que no llego a comprender, pero que me asquea y me hace despreciar aquello que en un principio me agradaba. –Cuando termina vuelve a erguirse sobre el asiento y yo le miro frunciendo los labios. 

—¿Podrías poner un ejemplo?

—Una cita con una persona es el mejor ejemplo. –Dice, casi divertido—. Al principio cuando tengo una cita con alguien me siento emocionado y levemente nervioso. Pero ese nerviosismo solo dura unos segundos después de saber que tendré esa cita. Supongo que es una reacción natural de mi cuerpo. Emocionarse ante algo nuevo. Pero casi drásticamente me comienzan a llegar palabras, datos que no puedo controlar. Cosas que se me vienen encima. La realidad. Y hunde toda emoción en la más absoluta inexistencia. 

—¿Cómo qué?

—“Ella va a ir maquillada para impresionarte porque tiene complejos con su físico, seguro” “Si llega tarde es que es una impresentable” “Si llega antes que tú es que está demasiado emocionada con la cita y tiene expectativas que no vas a cumplir” “Seguro que no sabe hablar de nada más que de sus amigos” “Seguro que se emborracha con una sola cereza” “No sabrás ni por qué has ido” “Estabas mejor en casa” “Te has vuelto a dejar embaucar por una persona” “Regresa a casa, estás perdiendo el tiempo en algo que sabes, no va a salir bien”. 

—¿Intentas alejar esos pensamientos? –Le pregunto, preocupado. 

—No. Ellos toman el control de mi vida constantemente. Si intento resistirme toman el control también de mi cuerpo y me sabotean la cita. Yo mismo soy consciente de ello, como un espectador de lo que acontece. Comienzo a preguntarle sobre cosas que sé de sobra que no va a saber hablar solo por ridiculizarla, solo por aumentar mi ego. Comienzo a compararla con otras personas con las que he quedado. Si sigo prestándole atención comienzo a contarle cosas sobre mí que sé que pueden molestarle u ofenderla. Comienzo a parlotear sobre Stalin*, Mussolini* o sobre el Holocausto*. Así hasta que pierdo el interés en ella y hundo mi mirada en el café que tengo delante. –Sentencia—. Entonces la invito a tener sexo, ella se queda satisfecha, prometo llamarla y al final cada uno se va a su casa. –Cuando termina me mira esperando una reacción de mí, pero yo estoy completamente inmóvil en mi silla. 

—¿Pu—puedes ponerme otro ejemplo, que no sea una cita…?

—Claro. Cuando he ido con mis padres de viaje por ejemplo a la playa. Al principio es emocionante, pero antes de haber salido de casa comienzo a arrepentirme. Primero las ideas perturbadoras: “No te sientes cómodo con ropa de verano” “No te agradan los viajes en coche” “Tus padres no van a prestarte atención” “Cuando quieras deshacerte de ellos, ellos van a querer demasiado de ti. Más de lo que te has comprometido a dar.” “Cuando estés allí ya no habrá vuelta atrás.” “Eres adulto, toma decisiones adultas.” “Sabes que deseas quedarte en casa, más que irte con ellos. Ya te estás arrepintiendo…”

—¿Por qué no te quedas en casa? Al final… ¿Decides irte?

—Decido irme, sí. Porque intento resistirme a mis ideas. A mi criterio. Intento hacer como si nada pero luego, me arrepiento. Y cuando estoy con mis padres sentados en la mesa de un restaurante y ellos miran con rostros huecos y vacíos los platos delante de ellos yo comienzo a hablarles sobre cosas que sé no saben hablar, comienzo a parlotear sobre la guerra de Corea o sobre la invasión japonesa solo para alarmarles y que presten atención a la posibilidad de una conversación inteligente. Después comienzo a juzgarles en mi mente sin que se den cuenta y yo solo me hundo en mi mierda… 

—Otro ejemplo. –Le pido. 

—Cuando tengo sexo con alguien. A veces me ocurre que paso por el mismo proceso. Cuando es algo pactado. Antes de salir de casa ya sé que voy a arrepentirme. ¿Sabes? Claro que el sexo es satisfactorio. El sexo es placer mutuo. Pero después de hacerlo un par de veces ha perdido toda emoción. Ya no hay más que la necesidad carnal de un choque de genitales… 

—No solo no tienes emoción por las cosas… —Resumo—. Sino que la poca que tienes te la saboteas. 

—Más o menos. –Dice tranquilo. 

—¿Estás deprimido? ¿Estás en depresión?

—¿Yo? –Pregunta señalándose el pecho—. ¡Claro que no! No voy llorando por las esquinas ni me corto los brazos como un desesperado que intenta llamar la atención… —Dice arrugando la nariz. 

—Jeon, muchos de mis pacientes se autolesionan… 

—Bien por ellos. Pero ambos sabemos que es una llamada de atención. –Dice serio—. Si alguien quiere suicidarse lo hace y punto. También he tenido que aguantar compañeros de clase que venían acongojados en las mañanas, se sentaban a tu lado soltando un largo suspiro y te enseñaban “sin querer” las marcas para que pudieses verlas y obligarte a preguntar “¿Qué te ha pasado?” Y ellos contestaban con un escueto “no quiero hablar de ello” solo para que alguien prestase atención sobre sus miserables existencias… 

—Esas palabras son muy crueles. –Le reprendo pero él no parece prestarme atención. 

—Yo no estoy deprimido. Me levanto cada mañana, voy a la universidad, saco mis estudios e invierto mi tiempo libre en leer libros que me encantan y en tomar de vez en cuando una cerveza con amigos. ¿Te parece esa la vida de un depresivo?

—No… —Digo escuetamente. 

—Pues eso es. No estoy deprimido. Que tenga otro concepto de la realidad no es algo que me haga infeliz. 

—Según tú, no puedes amar… ¿Eso no te hace infeliz?

—No. No conozco la sensación de amar, así que no hecho nada en falta. –Dice encogiéndose de hombros a lo que yo me muerdo el labio inferior y miro mi agenda sobre mis manos. Vacía. 

—¿Pero no hay cosas que te gusten o te emocionen…?

—¡Claro que las hay! Me encanta leer, y aprender cosas nuevas. Me gusta mucho salir a pasear los días de lluvia y el frío en invierno. Me gusta hablar y me gusta debatir…

—¿Me permites que cambie mi pregunta? –Asiente—. ¿No hay personas que te gusten o te emocionen? –Él se queda pensativo frente a mi pregunta y frunce el ceño mientras entrecierra los ojos, cavilando. 

—Ya te lo he dicho, solo un instante antes de conocer a esa persona. 

—Eso es una emoción infundada por la situación. Hablo de… —Pienso no muy seguro de ello—. De emocionarte por salir con amigos y reír y pasarlo bien…

—No. –Se encoge de hombros. Yo me paso la mano por el pelo y el rostro, no sabiendo muy bien como encaminar esta conversación a una respuesta acertada de lo que quiere decirme y acabo negando con el rostro. 

—El otro día me propusiste salir a tomar algo. –Le recuerdo a lo que el asiente con un ligero rubor por recordárselo—. ¿Eso no te hacía sentir emocionado o feliz?

—Me lo hizo sentir. –Dice, levemente pensativo—. Me hace sentir emocionado la idea, pero rechazaste mi propuesta, y ahora ya no quiero. 

—Eres propenso a la decepción. –Digo y él asiente.

—Odio ese sentimiento, ¿sabes? Verme decepcionado ante la realidad es una cosa terrible, pero ante mis ideas preconcebidas, es mucho más doloroso porque siento que me he engañado a mí mismo, poniéndome una meta mucho más alta de la que puedo conseguir. De lo que la realidad va a darme. 

—¿Ya no quieres salir conmigo a tomar un café?

—No. –Niega con el rostro pero no me siento seguro con su respuesta. 

—Está bien. –Digo, quitándole importancia y él me devuelve una mirada triste—. ¿Tampoco te sentiste emocionado cuando te llamé ayer?

—Sí. Lo estaba. 

—¿Te decepcionaste al final?

—No. –Dice, sonriendo—. No me decepcionó la conversación. Al contrario. Me sentí que por primera vez algo parecía ser tal como lo esperaba y es una dulce sensación de sosiego y calma…

—¿Te importa si te llamo algún otro día? A mí también me gustó hablar contigo…

—Claro. –Dice sonriendo y rápido se da cuenta de que la hora está a punto de terminar con lo que se desentumece la espalda y las piernas y yo aun no me muevo un ápice, tamborileando sobre la libreta en blanco. 

—Hoy hemos hablado de cosas importantes. –Le digo mientras él asiente y le miro, triste—. Me preocupa la frialdad con la que tratas con tus sentimientos pero más aún me preocupa el hecho de que te sabotees a ti mismo la felicidad. 

—Soy feliz. –Dice y me sonríe, alegre—. De verdad que lo soy. Pero vivo mi felicidad de forma diferente al resto del mundo. No doy saltos de alegría cuando algo bueno me sucede, ni tampoco busco desesperadamente algo que me agrade y que le ponga color a mis días. He aprendido a vivir en la realidad tal como es, y eso yo lo veo como un signo de supervivencia. No me miento a mí mismo, como la mayoría de la sociedad, intentando aparentar una sonrisa cuando no la siento ni pintando las paredes de mi casa de rosa pastel para tapar el muro de piedra gris. 

—Está bien… —Digo mientras cierro la libreta. 

—¿Estás triste por lo que he dicho? –Me pregunta bajando la mirada mientras yo la bajo y la asciende cuando le miro. Yo niego con el rostro con una sonrisa desinteresada pero él me mira serio y yo me muerdo el labio inferior. 

—Solo un poco aturdido. Nada más. –A mis palabras él se sienta justo al borde del sofá y se acerca a mí. Su rostro está a un par de centímetros del mío y mirándome intensamente.

—Te sientes mal por haberme rechazado el otro día, ¿no es cierto? –Me pregunta y yo retiro la mirada pero él me coge de la mano y yo doy un respingo—. No te sientas así, de verdad. Es más, casi lo prefiero. Tienes razón, esto es muy delicado y tú eres un profesional. No estaría bien que nos viesen fuera de la consulta, aunque fuese solo sentado en una cafetería. Soy tu paciente y ante todo está tu trabajo. Tampoco quiero tener problemas en la escuela por culpa de que malinterpreten nada. 

—No es eso. –Le digo, no muy seguro de las palabras que salen de mis labios—. Es decir, sí, es eso. Pero me sienta mal haberte hecho sentir decepcionado y ofendido…

—No tienes que disculparte. El que se disculpa soy yo por haberme mostrado tan desconsiderado. 

—No hagas esto. –Le digo sonriendo mientras yo me pongo de pie escurriéndome de la silla—. Verte tan caballeroso me resulta incómodo. –Le digo y él sonríe avergonzado mientras se pasa la mano por el pelo y recoge su mochila—. Tengo otros pacientes, Jeon, que aguardan a que les atienda. –Me escabullo de su presencia y él se acerca a la puerta—. Nos vemos el miércoles. Recuerda decirles a tus padres que mañana a las cuatro tienen que estar aquí. 

—No se me olvidará. –Me promete y cuando sale por la puerta se gira antes a mí para despedirme con una sonrisa y con ese rubor en sus mejillas que me deja tan turbado y cuando se ha marchado me dejo caer en la silla de mi escritorio con la sensación de que me encuentro febril.

 

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*Demodé: Pasado de moda.

*Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, ​más conocido como Iósif Stalin​ (Gori, 6 de diciembre / 18 de diciembre de 1878 ​— Moscú, 5 de marzo de 1953) fue un dictador soviético,​ secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1922 y 1952 y presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética entre 1941 y 1953.

*Benito Amilcare Andrea Mussolini (Predappio, 29 de julio de 1883, Giulino, 28 de abril de 1945) fue un político, militar y periodista italiano; Presidente del Consejo de Ministros Reales de Italia desde 1922 hasta 1943 y Duce —guía— de la República Social Italiana desde 1943 hasta su ejecución. Llevó al poder al Partido Nacional Fascista y posterior Partido Fascista Republicano, y lideró un régimen totalitario durante el período conocido como fascismo italiano del Reino de Italia bajo el beneplácito de Víctor Manuel III. Además, fue quien dirigió a Italia durante la Segunda Guerra Mundial, como parte de sus planes imperialistas en Europa y África.

*Holocausto: En Historia, se identifica con el nombre de Holocausto —también conocido en hebreo como השואה, Shoá, traducido como «La Catástrofe»— a lo que técnicamente también se conoce, según la terminología nazi, como «solución final» —en alemán, Endlösung— de la «cuestión judía», al genocidio étnico, político y religioso que tuvo lugar en Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial bajo el régimen de la Alemania nazi. Los asesinatos tuvieron lugar a lo largo de todos los territorios ocupados por Alemania en Europa.



 

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Comentarios

  1. se le ha salido de las manos completamente, quiero abrazar a Yoongi ;u;

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