UNA REINA ANÓNIMA - Capítulo 20
CAPÍTULO 20 – CON LA REINA MADRE
Hubiera deseado que las cosas fuesen de otra manera, pero aquella imagen se había grabado en mi retina. El rey y su amante en pleno acto sexual. Me habían conducido a esa trampa como a un ratón, y había mordido el anzuelo. Solo quedaba que el veneno me devorase por dentro, ya lo estaba haciendo. Los días siguientes mi insomnio y mis jaquecas se volvieron más frecuentes pero no dejé que aquello se reflejase en mi rostro, no iba a darle esa satisfacción a Joseline.
Como comprobaron que engañarme no servía para nada, el consejo se había limitado a reunirse sin mi presencia, y a sabiendas. Me informaban con total naturalidad:
«El rey no está ahora mismo disponible, alteza, se encuentra reunido en el consejo.»
«La reina madre está en el consejo, mi señora. Ahora mismo no está en sus aposentos. »
Incluso en una ocasión, llamaron al consejo a Juan de Tais, mi consejero. Lo hicieron llamar por unas consultas referentes a mi país, al fin y al cabo había llegado allí como consejero de la reina, y anteriormente había vivido en aquella corte como representante de España. Nada más que le mandaron marchar llegó a mis aposentos y me puso al tanto. Yo estaba excitadísima. Aunque él se sentó a la mesa y bebió una copa de vino añejo, yo no pude quedarme quieta. Me retorcí las manos, di vueltas sobre mí misma.
—Me han llamado para consultarme acerca de los pagos de la dote. Entre otras cosas.
—¿No se ha pagado la parte correspondiente?
Para quien ya no lo recuerde se acordaron 2.000.000 coronas a pagar en un año. El primer millón vino conmigo desde España, bien en metálico o en mercancía, a elegir por la corona española. Seis meses después se procedería a pagar medio millón más por el mismo sistema. Y en un semestre más tarde se entrega el resto.
—Si mi señora. El rey ha recibido el primer millón de coronas. Pero si le restamos el importe por los objetos de valor, se ha quedado en menos de medio millón que puedan usar con libertad sin necesidad de tasadores y venta de muebles y joyas. Para lo cual habrían de pedirnos permiso.
—Deben pedirme permiso igual, si pretenden usar el dinero de la dote.
—Así es. Para eso me han hecho llamar.
—¿Y bien?
—Destinarán unas 100.000 coronas a reforzar el bloqueo marítimo que han impuesto sobre Inglaterra, con más barcos y marineros. Y otras 100.500 a financiar la guerra. Me han presentado los presupuestos para más armamento y el pago atrasado de varias centenas de soldados que se mueren de hambre en el frente. También destinarán 200.000 como remuneración para las viudas y huérfanos.
—Usarán mi dote para alargar la guerra. —Murmuré y él se encogió de hombros.
—Insuflarán aire en ese fuego, sí. Aunque…
—¿Aunque?
—Todo me ha sonado muy extraño. Hay cuentas que no me cuadran demasiado, y otras que no me han querido enseñar. —Dijo y yo me erguí. Miré el tapiz que se extendía por la pared detrás de él y puse un dedo sobre mis labios. Él se espantó, miró detrás de él y me volvió a mirar, algo preocupado.
Yo cogí la botella de vino, las dos copas y le indiqué con un gesto que me siguiese hasta el extremo de la habitación. Nos sentamos en el sofá y puse las copas sobre una mesita a nuestro lado. Me sentí tentada de contarle el descubrimiento que había hecho acerca de los pasadizos, casi más que desvelarle el escenario que presencié al final de ese recorrido, lo cual le habría encantado que le narrase. Solo por descubrir mi cara de pasmo en ese relato. Pero me contuve. Seguro que él ya sabría que se escondía todo un laberinto entre las paredes del palacio, pero no lo tendría confirmado.
—¿Qué os ha parecido extraño, conde?
Me han dicho que quieren destinar 200.000 coronas para las familias de los fallecidos, y para los soldados que regresan a sus casas con heridas de guerra. Pero eso no es lo que se comenta en los despachos. Y el pueblo lleva dos años sin esas ayudas, a pesar de que en otras dos ocasiones anteriores, por lo que he llegado a saber, se habían redactado presupuestos similares. Parece una cortina de humo. Se redactan los presupuestos pero luego el dinero nunca llega a esa administración. Y se dan largas excusándose en no sé qué trámites burocráticos para que no llegue a las familias. Para cuando ha pasado un año, se pone una excusa como que se ha perdido el dinero, o se ha necesitado para otra cosa más urgente.
—¿Urgente como las remodelaciones del palacio? —Pregunté, y él alzó las cejas, con una sonrisa. Asintió.
—Me parece que por ahí van las cosas. Me han despachado rápido y no me han dado detalles al respecto. Desde luego no han hablado delante de mí de las reformas del palacio, pero es algo que se me ha pasado por la mente, te lo aseguro. Otro tema candente es el bloqueo.
Yo bebí un poco de vino pero me levanté, presa de la excitación, pero sin alejarme de él.
—¿Qué pasa con el bloqueo?
—Llevan más de año y medio con el bloqueo. Y esto es algo recíproco. Muchas de las materias primas que Inglaterra podía adquirir del continente ya no las está recibiendo pero al mismo tiempo, a causa del bloqueo, algunos países se han atrevido a amenazar a Francia con cortar el suministro a esta si no deshacen el bloqueo. Algunos como Florencia, Suiza, Flandes y España, han comenzado a tomar estas medidas.
—Ya veo.
—El grano y la lana que España exportaba a Inglaterra ya no pasa del estrecho y aunque se están buscando otras vías, ya no son muy viables si se aumentan los navíos que amplíen el bloqueo.
—¿Qué es lo que veis tan extraño?
—Mi señora, he sabido que el hermano del conde de Armagnac es el general de las fuerzas navales. Si se usa parte de vuestra dote para ampliar el bloqueo, es de seguro que parte del dinero se destinará a engrandecer las arcas de la familia Armagnac. Y solo con anunciar que se llevarán más barcos al frente, sería amenaza suficiente como para que Inglaterra se replanté sus condiciones.
—¿Cómo están las negociaciones actualmente?
—No estoy muy seguro, Majestad. Tendré que informarme mejor. Pero me parece que en cuanto a la batalla en tierra, Inglaterra está ganando terreno día a día. Y eso es lo que tiene tan en tensión el conflicto. Si en tierra Inglaterra estuviese abocada al fracaso, no habría hecho falta prolongar el bloqueo, ella misma se habría sabido derrotada. Pero si consiguen la hegemonía en las tierras altas, todo estará perdido.
—Comprendo.
—Los acuerdos van y vienen, y ha llegado un punto en que nada está pactado. Pero hay algo más. Recientemente han recibido un duro golpe. En el sur, unas tierras que limitan con Italia y nuestra patria se han visto en la obligación de dar un golpe separatista.
—¿Cómo?
—La comarca occitana llevaba años con estas amenazas, y en pequeñas batallas de vez en cuando, pero aprovechando el deplorable estado del país y la distracción que Inglaterra supone para la corona, se ha reunido un consejo de varones y duques para redactar un texto, que exige la independencia del reino.
—¿Quién los liderará?
—El Duque de Gasconia. Una rama menor de los V*. Se ha autoproclamado rey y está de camino para que el consejo ratifique su propuesta. Es toda una temeridad pero era ahora o nunca.
—¿Han pedido apoyo a España?
—Y a los estados italianos. Estos le han dado el visto bueno, pues las incursiones que hizo el padre del actual rey francés en los territorios isleños de los ítalos resultaron mortales. Pero nuestro país está a la espera de lo que diga el consejo. Vuestro padre, prudente como siempre.
Dejé la copa en su sitio, atemorizada.
—Francia no podrá enfrentar dos guerras, en dos extremos del país. Sería la ruina.
—Lo sería. –Dijo—. Y todos lo saben. Están impacientes porque las cosas se solucionen…
—Pero a nadie le interesa que sea así.
—No, desde luego. —Dijo él y yo suspiré—. El pueblo no ve con buenos ojos la independencia de la comarca sureña. Pero tampoco consideran que se estén haciendo las cosas correctamente. Aquí en la capital, durante el año pasado, las cosas se pusieron muy feas con la caza de brujas que se orquestó contra los protestantes. Pero ahora lo más probable es que el problema salga de esta capital y se extienda por el resto del país. Todos se considerarán dignos de una independencia similar, aunque no reúnan los requisitos. ¿Qué más da? Culo veo, culo quiero.
—Es solo cuestión de tiempo que Inglaterra aproveche esta oportunidad.
—Probablemente ya lo sepan. Si yo fuera el duque de Gasconia, los habría contactado los primeros. Los enemigos de mis enemigos, son mis amigos.
—¿Vais a dejar ya los refranes?
Él se rió y asintió.
—Sí, mi señora.
♛
Pasados varios días ya no contuve mis temores. Me acerqué hasta los aposentos de la reina madre donde sabia que se encontraba y accedí al gabinete. Una de sus damas mayores me retuvo allí y no me dejó continuar.
—¿A dónde creéis que vais, alteza? Estas son las dependencias privas de la reina madre.
—Hágala salir. Debemos hablar.
—Mi señora no está aquí en estos momentos. —Dijo ella y en un tono tan convincente que casi llegué a creerla. Pero una de las sirvientas que hacía de camarera acababa de salir de allí, pues la reina había pedido unas frutas para almorzar. Me lo habían hecho saber.
—Sé que está aquí. Haga el favor de llamara. En un rato el consejo se reunirá y debo hablar con ella, es importante.
—El consejo no se reunirá. —Aquello sí que sonaba terriblemente falso, así que me quedé mirando a aquella mujer que podría ser perfectamente mi madre y alcé el mentón. Éramos de la misma altura así que tal vez por eso se vio en la necesidad de retroceder, y disculparse.
—Mi señora no está…
—Madelein. —Murmuró la reina, saliendo de su estudio privado—. Déjanos a solas.
La mujer, sin más alternativa que genuflexionarse y obedecer, retrocedió y se escondió en el estudio de la reina. Me quedé allí plantada observando a aquella mujer imponente y malhumorada que me miraba desde la distancia con la misma expresión de disgusto con la que yo la miraba. Según se fue acercando a donde yo estaba su expresión se iba suavizando y cuando llegó a mi altura se sentó en uno de los sofás del gabinete y señaló con una mano una botella de licor que había en una mesita.
—Servíos un poco, os veo algo alterada.
—No, muchas gracias. —Rechacé su ofrecimiento pero ella se encogió de hombros y se llenó una pequeña copita de cristal. Yo la miré, estaba tan extenuada mentalmente que era incapaz de mantener la compostura frente a ella. Lo había notado de sobra.
—Le habéis dicho a mi dama que en un rato se reunirá el consejo. ¿Cómo lo sabéis, muchacha?
—Alteza. —Murmuré—. Ahora que sé que todo el mundo ha estado intentando disuadirme de participar de las reuniones, nadie se esfuerza en guardar el secreto.
—¿Quién ha sido? —Volvió a preguntar con algo más de inquina.
—Vuestro hijo. Mi señora. Anoche se le escapó mientras se remangaba las medias.
—Bueno… —Suspiró como si aquello no la llevase a ninguna parte—. ¿Qué es lo que demandáis de mí, con tanta urgencia? Estaba ocupada.
—Mi señora, mi consejero me ha comentado los intereses que el reino tiene sobre mi dote. —Me mordí el labio inferior, intentando escoger las palabras adecuadas—. Y tengo muchas dudas al respecto. Tengo muchas dudas desde que he llegado aquí y nadie parece interesado en querer responder a nada. Por no hablar de la insistencia de todo el mundo en mantenerme alejada de cualquier foco de interés.
—Las reinas, querida, a veces son meras espectadoras de su propia vida. En ocasiones, cuando la guerra y la peste se ceba con la familia, las reinas debemos salir adelante y echarle coraje a la vida. Ojalá hubiera tenido la suerte que tenéis vos, muchacha. Mi marido murió muy joven dejándome al cargo no solo de mis hijos, sino también del reino. Pero vos no debéis preocuparos de nada, podéis disfrutar de una vida en la corte, como muchas de vuestras damas envidiarían.
—Os ruego que no intentéis convertirme en una muñeca de exposición.
—Todo lo contrario, podréis dedicaros a labores que requieran vuestra presencia, propias de vuestra posición. Me dijeron que dejasteis al obispo con la palabra en la boca y os marchasteis de la catedral. Aún se tiene que resolver ese asunto y…
—Este país se desmorona y vos me pedís que negocie sobre unas limosnas con un obispo.
—Es cierto que la guerra se está prolongando, pero solo es una guerra, antes ya hemos…
—No es solo una guerra mi reina. —Le dije pero ella parecía perfectamente consciente de ello. Solo intentaba endulzarme la situación como haría con una niña. Cuando volvió el rostro para mirarme, lo hizo con la picardía de alguien que había conseguido embaucar a otro—. Todo está mal en este sitio. Desde los cimiento. Es una farsa, todo es una mentira.
—¿Una farsa?
—Un teatro. Desde el día de mi boda.
—Acerca de eso… —Murmuró—. Desearía disculparme con vos por la presencia de ese bufón que arruinó la velada. No sé quien lo contrataría pero seguro que el pagó sus buenos reales para que dijese esas barbaridades. Nadie piensa así de vos realmente.
—¿Tampoco es cierto que el rey tenga una amante? –Pregunté, pero ella no se alarmó.
—Si sois una mujer adulta y racional como hacéis gala de ser, comprenderéis sobremanera que esto son cosas naturales entre los hombres, no solo de los reyes. Los matrimonios son enlaces políticos, Isabel, pero el corazón y el alma lo rigen otros dioses. Incluso en vuestro país pasan estas cosas.
—Si mi padre alguna vez tuvo una amante, ni si quiera a mi me consta. Solo su confesor lo sabrá. En mi tierra se sigue considerando un grave pecado, mientas que aquí se hace gala de ello.
Mis palabras parecieron dolerle, pero si significaron algo para ella, no lo supe.
—Aquí las cosas son diferentes. —Soltó, tajante—. No estáis en vuestra tierra. Debéis haceros a las costumbres francesas.
—Yo sigo las costumbres de Dios, las de buena esposa. La iglesia condena el comportamiento de su hijo, aquí y en cualquier parte del mundo.
—Todos tenemos nuestros pecados. —Suspiró, dando por finalizado aquel tema. Se llevó la copa a los labios y mojó estos sobre el licor.
—Algunos intentamos no exhibirlos.
Como ella había dado el tema por zanjado no dijo nada más al respecto. Se quedó mirando un poco determinado de la estancia, como una estatua, esperando algo más de mí
—¿Por qué no puedo participar de las reuniones del consejo? Temo que sea porque me consideréis una ignorante en temas de política, pero me aterra aún más que me creáis una déspota capaz de intentar dirigir la voluntad de los miembros. Jamás he hecho nada parecido.
Aquello la dejó pensativa, o ausente. Sabe Dios. Estaba calculando las palabras. Pero no dijo nada.
—Deberíais haberme hecho llamar, al menos, para la negociación de las inversiones de mi dote. ¿La usaréis para prologar esta guerra? Hubiera sido más racional pagar a Inglaterra por la tierra conquistada. Pero no soy tan inocente como para creer que todo esto es solo por un trozo de tierra yerma. Incluso vos, en persona, podríais haberme consultado si pensabais ampliar vuestro palacio a costa de mi dote. Hubiera participado de ello con gusto, pero si es a escondidas, mintiendo al pueblo y esperanzándolos nuevamente con subsidios que nunca llegarán, me parece una forma horrenda de malgastar el dinero.
—¿Y cómo usaríais vos la dote?
—¿Cómo saberlo, si nadie quiere explicarme qué está sucediendo realmente?
—Parecéis estar bien enterada de todo.
—Hago todo lo posible, alteza. Todo lo que está en mi mano pero no es suficiente.
—Si no estáis en el consejo es porque todos los miembros, a excepción de uno, votaron por que no participarais de las reuniones. Bastante costó casaros con el rey, como para permitiros además participar del gobierno.
Aquello me dejó alto sorprendida, aunque no debía estarlo, no era algo que debiera haberme extrañado.
—¿Fue el rey? —Pregunté, y al instante me arrepentí. Parecía una niña esperanzada, buscando quién era mi admirador secreto entre un grupo de varones.
Ella volvió el rostro con una sonrisa cándida y maternal.
—Vaya, me sorprendéis alteza, con esos arrebatos de amorío infantil. ¡Os ruborizáis! ¿Acaso os habéis enamorado de mi hijo?
—Me gustaría tener la esperanza de que el hombre con el que comparto cama está de mi parte, de alguna manera…
—Estoy segura de que él teme exactamente lo mismo de vos.
—Siempre estaré de su parte, es mi marido y mi rey.
—Unas palabras muy nobles para una extranjera.
—Vos también lo sois.
—Pero yo le he dado a este país un rey. Vos aún no le habéis dado nada.
Ella se levantó, satisfecha con sus palabras y pasó por mi lado para marcharse. Me golpeó un fuerte olor a azufre y carbón. Estaba camuflado con esencias de lavanda y romero. Y el fuerte aroma del licor. Pero pude oler el fuego en su ropa.
—El día de mi boda prometí ser la reina de este país, y como tal pretendo dedicar mi vida a engrandecer esta nación.
—Mi hijo juró seros fiel, y ahí lo tenéis, encamado con la hija de su consejero. —Soltó. Sus palabras me dejaron de piedra—. Los juramentos se los lleva el viento. Son palabras, pensamientos que se desvanecen. Nadie los recuerda, y nadie se los ha tomado enserio.
Me hizo entrecerrar los ojos y mirarla con desprecio. No pude evitarlo, pero ella soltó una hermosa carcajada.
—Me habéis recordado a vuestra madre, cuando éramos pequeñas y le quitaba sus juguetes favoritos. Me encantaba hacerla enfadar, pobre muchacha.
—Siempre tuvo el carácter fuerte. —Dije y ella asintió. Su rostro se ensombreció con el recuerdo.
—Era una mujer inteligente, y ayudó a vuestro padre cuando viajaba al norte por las guerras. El tiempo que gobernó, lo hizo con el talante y la mesura que su marido le había transmitido. Yo gobierno con la mano dura y el carácter que mi marido poseía. Somos lo que se espera de nosotros, no lo que deseamos ser.
—¿Y yo? ¿Debería buscarme un amante y pasar mis horas en los jardines de palacio, de caza o en los palacetes del norte?
—No. –Sentenció. Parecía que hacia el amago de marcharse pero volvió de nuevo el rostro hacia mí—. Me ha llevado tres años de negociaciones conseguir vuestra mano en matrimonio para mi hijo. Incluso antes de que mi hijo mayor muriese, escribí una carta a vuestro padre pidiendo vuestra mano para él. Os hubiera casado con alguno de mis consejeros o mayordomos con tal de teneros aquí, pero vuestro padre tenía las cosas demasiado arregladas con ese norteño de Borgol. Y ahora que os tengo aquí, os dejáis llevar por los arrebatos propios de una mujer despechada, de una niña a la que no invitan a jugar. Ya he hecho todo lo que estaba en mi mano para traeros. Pero no puedo hacer nada más. Ahora os toca a vos. No me decepcionéis.
—Mi señora… —Murmuré y ella sonrió. De repente se me quitó el velo que cubría mis ojos y la miré con admiración y regocijo.
—No deberías estar en el consejo. Cuando miras cara a cara a alguien que es enemigo vuestro, nunca puedes esperar que se digan las verdades. Yo no quise teneros ahí, porque no deseo que os vean.
—¿Pero cómo colaborar si no puedo participar?
—No es necesario participar. Con estar sin que os vean, será suficiente para vos. Vuestra colaboración vendrá después.
—¡Sin que me vean! ¿Acaso debo esconderme detrás de las cortinas?
—En el consejo no hay cortinas. Tampoco hay tapices. –Me miró con una sonrisa ladina—. Hallad la manera.
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