LA TIENDA DE EXVOTOS - Capítulo 36
CAPÍTULO 36 – Una historia (III)
»Así fue como comenzó. Al día siguiente me
presenté con mis peores ropas enfrente de su tienda y comenzamos a trabajar
juntos. Establecimos ciertas rutinas para que nadie se diese cuenta de que
trabajábamos juntos. Yo procuraba salir de casa a primera hora y siempre
vestida con ropa de trabajo, con el pelo recogido en una cofia y un chal por el
rostro. No salía del taller en todas las horas que me pasaba allí trabajando y
cuando estaba en casa no mencionaba para nada dónde estaba o qué hacía. Mis
hermanos nunca me interrogaron y mi padre no pensaba en ello más de lo debido.
El servicio era el problema, por decirlo así. Ellos limpiaban mi ropa de
trabajo, me curaban las heridas y callos que me salían en las manos, y cuando
llegaba llena de serrín, solo ellos lo sabían. Los encargos que les
encomendaba, dónde estaba si deseaban buscarme. A veces el page llegaba a prisa
al negocio de Hank diciéndome que mi padre me buscaba, o que mis hermanos
habían salido a buscarme. O alguna conocida preguntaba por mí, o Jantine o
Angelien se presentaban y querían tomar el té conmigo. Siempre fui fiel al
servicio y el servicio lo fue conmigo. Por eso cubrieron mi secreto.
»A aquello le siguieron unos años bastante
intensos, pero tranquilos. Hank y yo fuimos enamorándonos el uno del otro y
aunque esa clase de acercamiento tardó en llegar establecimos una dulce armonía
en el taller que se convirtió en un refugio para ambos, un lugar donde sabíamos
que todo estaba bien, todo era equilibrado y estaba construido por nosotros.
Fueron pocos los años en los que me trató como su aprendiz, aunque nunca dejé
de serlo. Cuando consideró que mi talla era de buena calidad y mi pintura se
ajustaba al carácter de las tallas, dejó de tratarme con consciencia cuando me
daba indicaciones o me enseñaba diferentes métodos. Incluso llegó un punto en
que yo experimentaba por mi cuenta diferentes mezclas para tratar los pigmentos
y hacer las pinturas y después yo le daba las indicaciones pertinentes.
»Aunque los primeros meses me encomendó
las tareas más aburridas, las que se le asignaría a una aprendiz, como realizar
las pinturas, limpiar los materiales, el orden, la limpieza y el almacenaje,
pronto me fui encargando también de la agenda y de los cobros. También de los
encargos y las compras. Todo lo que hiciera falta, para compensar el riesgo que
estaba corriendo al acogerme allí.
»Todo cambió cuando cumplí los dieciocho
años. Mi hermano Carlos me siguió un día hasta el taller de Hank y allí me
descubrió trabajando. Le supliqué que no se lo contase a nadie, y no pareció
tomarle importancia, dentro de que yo siempre había sentido inclinación por las
excentricidades, hasta que se enteró de que llevaba haciendo aquello por lo
menos cuatro años. inevitablemente se lo dijo a Felipe y este a mi padre. Montó
en cólera y se sintió desfallecer cuando pensó en la posibilidad de que aquello
ya lo supiese todo Ámsterdam. Le aseguré que aquello no lo sabía nadie, me
justifique diciendo que solo estaba tomándome aquello como unas lecciones de
talla en madera, que yo no le estaba pagando pero tampoco estaba cobrando por
mi trabajo, que solo era un pasatiempo. Pero mi hermano Felipe estaba
convencido de que aquel hombre me había tomado por aprendiz y que aquello era
un trabajo, como dios mandaba. Que yo había renegado de mis privilegios y que
era una deshonra. Convenció a mi padre de ello. Mi hermano Carlos fue testigo
mudo de aquella reprimenda y de los golpes que recibí. Y toda la casa oyó mis
gritos y mi llanto.
»Me salvó mi juventud, porque unos meses
después, cuando cumplí los diecinueve, mi padre me prometió con un lord de
descendencia inglesa que había conocido en uno de sus viajes. Dijo que aún era
joven y bonita, y el trabajo no me había estropeado lo suficiente como para no
poder ser la prometida de algún noble. Mis hermanos ya estaban casados o
comprometidos, y ahora me tocaba el turno a mí. Había corroborado que nadie en
la ciudad sabía que yo trabajaba allí, y eso era una buena noticia. Pero desde
que lo descubrieron, ya apenas me dejaban salir de casa sin escolta. Por suerte
la escolta, que solía ser el page de mi padre, siempre estaba de mi parte y me
ayudaba a llegar a escondidas hasta el taller de Hank. Fue por aquel entonces
que el trabajo pasó a un segundo plano. A Hank ya no le importaba que no fuese
a trabajar, solo deseaba verme aunque fuese furtivamente, para saciar su
ansiedad por mi ausencia. Le asustaba la vida que llevaba en el hogar y me
extrañaba horrores aquellas eternas horas de silencio en el trabajo. Yo me
pasaba un par de veces a la semana y nos escondíamos una hora u hora y media en
su taller, para hablar, para abrazarnos, para besarnos silenciosamente. Hube de
darle la trágica noticia de que me habían prometido con un hombre. Aquello
pareció levantar un muro entre ambos y cuando me acercaba o le besaba, la
distancia nos separaba y no dejaba que me encapricharse más con aquello.
»—Te casarás. –Me dijo cierto día, cuando
ambos nos habíamos hecho a la idea de tal manera que casi había pasado a formar
una normalidad en nuestra situación.
»—No. –Negué con el rostro. Aquello le
sorprendió—. No me casaré. No saciaré los caprichos de mi padre, su honra no es
la mía. Y yo no le pertenezco a nadie.
»—Te casarás. –Repetía como un mantra. Yo
sonreía, llena de la felicidad que me otorgaba la libertad de saber que no
llegaría ese momento.
»—Me mataré antes que desposarme con un
hombre al que no amo. –Aquello pareció volverle loco.
»—¡Pero qué estás diciendo!
»—¿Acaso prefieres que viva eternamente
infeliz? Sabiendo que puedo estar aquí contigo, y no me dejan. Yaciendo con un
hombre al que no amo, complaciendo a mi padre en sus delirios. No. La muerte me
liberará de todo. ¡No! La muerte no. Huiré. –Sentencié, y aquello le produjo un
extraño remordimiento. Se sentó de nuevo en su banco de trabajo y me miró, con
lástima y condescendencia—. Huiré allá donde no me obliguen a vivir una vida
que no quiero.
»—Que fácil lo ves todo. –Dijo, negando
con el rostro—. ¿Y a dónde irías?
»—¿A dónde? ¡Qué importa! Cogeré un par de
atos, un poco de dinero, y a donde me lleven los pies. ¡Renuncio!
»—¿Renuncias?
»—¡Renuncio a mi apellido, a mi padre y a
mis hermanos, en este mismo momento! Ya no soy Eleanora de Vigni. Solo
Eleanora. Solo eso.
»—¡Onora! –Exclamó él, más preocupado que
sorprendido—. ¿Qué clase de cosas estás diciendo?
»—¡Tienes dos opciones! –Le dije,
señalándole con un dedo acusador—. O te quedas o te vienes conmigo. Esto ya no
puedo permitirlo más tiempo. No quiero vivir con miedo. ¡Iré ahora mismo, y se
lo diré a mi padre! Sí señor.
»—¡Espera! ¡Planifiquémoslo! –Dijo, y se
levantó para detenerme. Aquella mirada de convicción me relajó y me senté a su
vera. El paje aún nos esperaba fuera pero nos dio tiempo a llegar a un acuerdo.
Mi boda era en seis meses. Aún podíamos planearlo bien.
»Y eso hicimos. Nos llevó varios meses
llevar todos los preparativos a cabo. Brujas nos pareció un buen lugar para
establecernos. Hank tenía bastantes conocidos allí y siempre había tenido
aquella ciudad como una segunda residencia, así que el lugar nos pareció bien a
ambos. Bruselas estaba lo bastante lejos y a la vez lo bastante cerca como para
que la mudanza fuese cómoda. Sus contactos nos ayudaron a encontrar un antiguo
establecimiento que solía usarse como taller para zapatos que pudiésemos
reconvertir en taller de tallas. El alquiler era barato, y la ciudad era amplia
y con mucha oferta. Tendríamos proveedores de sobra y aunque el protestantismo
avanzaba, Brujas seguía siendo una ciudad con una gran población cristiana.
También haríamos tallas paganas, talla de muebles. Lo que hiciera falta.
Cualquier cosa para sobrevivir.
»Cuando quedaba una semana para mi boda,
cuando yo ya empecé el curso prematrimonial y al vestido solo le faltaban los
últimos detalles; cuando mi padre ya había contratado el banquete y los
invitados que vivían más lejos estaban de camino, reuní a mi padre en su
despacho y le planté cara. El taller de Hank ya estaba prácticamente vacío y en
mi habitación solo faltaba lo imprescindible. Ya había llevado la ropa y mis
objetos personales fuera de la casa.
»—No voy a casarme. –Le dije a lo que mi
padre levantó la mirada de un papel que estaba escribiendo. Nada más decirlo me
di cuenta de que no debía haberlo hecho. Debía haber salido por la ventana,
como todas las noches, reunirme con Hank e irme con él de madrugada. Ya se
darían cuenta de mi ausencia. Pero era mejor así, para mi conciencia, y para
mis demonios.
»—¿Cómo? No digas tonterías. –No fue hasta
que no alzó la mirada que no recayó en que yo iba completamente en serio. No
era ningún farol, ni una broma.
»—No son nervios, ni indecisión. Desde que
me habéis prometido con ese hombre, yo no he tenido ninguna intención de
complaceros. Os he dejado creer que sí, para que no fueseis una molestia, pero
esto acaba aquí. –Mi padre enrojecía de ira a cada momento.
»—Si lo que estás buscando es una
reprimenda, juro por Dios que la tendrás. –Soltó, tensando todo el cuerpo
mientras se ponía en pie.
»—Matadme, y aún así me saldré con la mía.
–Dije con una sonrisa altanera.
»—Si piensas que voy a tolerar esta falta
de respeto…
»—Solo os estoy comunicando lo que hay.
–Solté.
»—No vivirás bajo mi techo si no es bajo
mis normas…
»—No viviré más bajo vuestro techo.
–Aquello le sobresaltó y casi creí que sentía pena ante aquella idea. Pero era
la expresión de un sabueso al que se le escapa la presa de entre los dientes.
La próxima vez mordería con más ganas—. Me voy. Renuncio a vuestro nombre, a
vuestro apellido, y si pudiera me cortaría las venas para deshacerme también de
la sangre que corre por mi cuerpo. Abandono la casa y las pertenencias que dejo
atrás podéis quemarlas, si os place…
»Me alcanzó y aunque retrocedí un par de
pasos él me sujetó por el brazo y me golpeó con el puño cerrado sobre el labio.
El golpe me cegó unos momentos a causa del dolor pero antes de poder defenderme
ya había caído sobre mí y me tiraba del pelo para que no me arrastrase lejos de
él.
»—¡No irás a ninguna parte! –Gritó.
Despertaría a toda la casa y a todo el barrio. Intenté zafarme de él, pero no
logré llegar a coger la navaja, y de haberla tenido en mis manos, no habría
sabido cómo usarla contra él. No se si me habría atrevido a herirle, aunque me
estuviese matando. Me tiró de la ropa, la hizo jirones, me golpeó los brazos,
las piernas y las costillas. Aullé de dolor y como nadie vino en mi auxilio pensé
que moriría allí.
»Por suerte había quedado con Hank en un
cruce del canal que separaba nuestras calles, y yo ya llegaba media hora tarde.
Se escuchó un alboroto al otro lado de la puerta del despacho de mi padre. Las
voces del servicio intentaban detener a Hank para que no entrase en la casa,
pero nada pudo retenerle. Cuando se abalanzó contra la puerta del despacho y
descubrió la escena que ya se imaginaba en su mente, sus ojos se incendiaron y
todo su rostro se convulsionó lleno de ira. Yo estaba medio aturdida en el
suelo, aferrándome a los pocos jirones de ropa que tenía aún cubriéndome el
cuerpo. Hank consiguió quitarme a mi padre de encima y se abalanzó contra él,
golpeándole repetidas veces en el rostro. El servicio se quedó en la puerta del
despacho, mirando aquella escena con expresiones mezcla de susto y mezcla de
satisfacción. Había llegado un caballero a derrotar al dragón que escupía fuego
sobre cualquiera que osase interponerse. Era San Jorge*.
»Un par de lavanderas llegaron hasta mí y
me cubrieron con una manta, pero yo me deshice de ella y me puse en pie,
tambaleándome y temblando de ira. Hank y mi padre peleaban a puñetazos pero yo
me acerqué, como si nada. Cuando mi padre se intentó incorporar para arremeter
contra Hank yo le di un puntapié en la entrepierna que le dejó doblado y
encogido sobre sí mismo. La quietud que vino después de aquello fue
satisfactoria para todos. Hank se incorporó e intentó sacarme de allí, tirando
de mi mano, pero yo me quedé unos segundos más, observando a mi padre con el
rostro machacado a golpes, y retorciéndose en sí mismo. Saqué la navaja del
bolsillo de mi vestido y marqué su mejilla con un corte.
»—Mírala bien. –Le dije, enseñándole el
filo ensangrentado, poniéndolo bien cerca de su ojo—. ¿La ves? La próxima vez
te la meteré hasta el estómago, bastardo.
»Hank no me dejó hablar mucho más, tiró de
mí fuera de la casa entre el servicio escandalizado y tembloroso. Mis hermanos
aguardaban asustados al pie de la escalera, y presenciaron mi huida, nada más.
Pero intuyeron lo que había ocurrido. No me dio tiempo a despedirme de ellos y
tampoco tenía pensado hacerlo. Salimos fuera de la casa, Hank me puso sobre el
cuerpo su chaqueta y salimos corriendo de allí. Un carro ya nos esperaba para
irnos lejos, hasta Brujas.
…
»Nuestra etapa en Brujas fue probablemente
la mejor experiencia que habíamos tenido nunca. Fueron cuatro años de felicidad
plena y trabajo extenuante. Como pensábamos, nuestro negocio fue muy bien
recibido y todo el mundo allí fue muy amable. La casita era pequeña, y estaba
separada del negocio donde trabajábamos, pero éramos tan felices que aquello
era una insignificancia. Tal como cuando llegamos aquí, nos hicimos pasar por
un negocio familiar, padre e hija. Yo adopté su apellido y reservábamos nuestro
amor para la intimidad. Incluso así, vivir juntos era todo un progreso después
de haber estado viéndonos a escondidas el último año. Compartimos todas las
experiencias que Ámsterdam nos había estado robando. Íbamos a comer por ahí,
paseábamos dados del brazo, trabajamos juntos y por primera vez estuve de cara
al público. Aquel también era mío, mi negocio. Éramos inseparables y aunque
algunos maleantes, como hay en todos lados, intentaron interponerse, siempre
salimos adelante, como hay que hacer en las pequeñas pruebas que la vida te va
colocando para que aprendas a sortearlas. Vivimos una pasión amorosa que se
desarrolló solo allí y fue tan fácil la unión, nos amoldamos tan bien al otro,
que pensar en separarnos comenzó a parecer una idea del todo absurda. Recuerdo
aquellos cuatro años con nostalgia, y con dolor. Porque ya no volverán.
»Hará algo más de un año, llegó el final
de aquella felicidad idílica. Mi padre y mis hermanos llegaron a Brujas para
asentarse allí, en clara posición de venganza. Un día salí del taller para
atender al cliente de turno que había hecho sonar las campanitas, cuando
encontré el rostro de mi padre al otro lado del mostrador. Su cicatriz en la
mejilla me confirmó mis peores pesadillas. Allí estaba, plantado, con los brazos
cruzados, con una sonrisa de satisfacción al verme aparecer por la puerta del
taller. Estuve a punto de caer desmayada si el miedo no me hubiese mantenido
tensa y alerta. Metí la mano dentro del bolsillo, buscando la navaja, pero él
se mostró en posición de inocencia.
»—Solo vengo a verte. –Dijo, lleno de
sarcasmo—. Mi niña… mira qué lejos te has ido… por tanto tiempo…
»—¿Qué diablos quieres?
»—¿No vas a volver a casa? –Me preguntó
como si estuviese jugando conmigo. Parecía un gato jugando con un ratón antes
de darle el primer bocado.
»—¡Largo de mi negocio! –Grité pero
aquello solo le provocó una sonora carcajada. Hank no estaba aquel día en la
tienda, había salido a unos recados y yo me sentí tan desprotegida como ante
una pesadilla.
»—Mira bien… ¿Ves esto? –Me preguntó,
señalándose la mejilla cortada—. La próxima vez te haré lo mismo a ti. Loca.
Puta. –Justo en ese momento entró un cliente y mi padre dio un respingo,
volviéndose a él con una mueca de disgusto. Despidiose con elegancia y marchó.
Entonces sí, me desmayé ante la mirada de un cliente pasmado.
»Después de aquello, fue el infierno. No
encuentro una palabra mejor para describirlo. Se encargaron, los tres, de
hundir mi vida de forma metódica y calculadora. Lo primero que hicieron fue
ponernos a los clientes en contra, sobornándolos, chantageándolos o criticando
nuestro trabajo. Distribuyeron bulos falsos sobre nuestra forma de trabajar.
Después nos enfrentaron con el alcalde, y con el arrendador. Que si no pagamos
impuestos, que si nos faltaba dinero y no llegaríamos a pagar el alquiler.
Después, como nada de eso fue suficiente para hundirnos, nos enfrentaron con la
iglesia. Denunciaron que éramos una pareja, que teníamos relaciones
extramatrimoniales y, para colmo, que yo, siendo protestante, estaba con un
católico. Una protestante tallando Cristos y Marías. Me excomulgaron y a Hank
estuvieron a punto de hacerle lo mismo si no hubiesen visto en mí un alma que
reunir al rebaño. El sacerdote de la ciudad nos reunió y nos prometió que si yo
me convertía al catolicismo, y me casaba con Hank, todo quedaría solucionado y
de su lado, nada podría hacernos daño.
»Pero no nos dio tiempo a llevar a cabo
aquellos trámites. El negocio se hundía a pasos agigantados porque los
proveedores no querían colaborar con nosotros después de la mala fama que
habíamos adquirido y tampoco los clientes querían pagarnos lo que nos debían.
Yo enloquecía por momentos, y había días en que me acometían unas fiebres tan
altas que era incapaz de salir de la cama. El miedo, y el estrés me superaban a
veces y salía a la calle, y me enfrentaba con cualquiera que me lanzase una
mirada desdeñosa. Me ocultaba en las tabernas de madrugada y me alcoholizaba
hasta puntos en que Hank tenía que llevarme en brazos hasta casa.
»Las pocas amistades que habíamos trabado
se alejaron de nosotros, los vecinos nos retiraron el saludo y la ruina del
negocio llamaba a nuestras puertas. Aquello nos abocó a una nueva huida. Esta
vez resolvimos ir hacia el Mediterráneo, y volver a mi Francia natal. El idioma
nunca había sido un problema para ninguno de los dos y tras una larga
investigación, dimos con un pueblecillo al sur de Francia, al borde de los
Alpes italianos. Llevamos aquella planificación con toda discreción, procurando
que no volvieran a encontrarnos. Johannes, el page de mi padre, iba
informándome de algunos movimientos que se iban desarrollando en la casa y yo
me adaptaba a ellos de manera que nuestros planes pudiesen llevarse a cabo.
»Pero la tragedia volvió a arremeter
contra nosotros. A eso de las tres de la mañana comenzó a escucharse un alboroto
fuera, en la calle. Hank y yo nos incorporamos asustados, y aunque no fuese
algo relacionado con nosotros, estábamos en constante alerta, por lo que
aquellos ruidos nos hicieron sentir el peor de los presagios. “¡Fuego! ¡Fuego!”
exclamaban las personas que iban y venían por la calle. Yo no pude por menos
que echarme un chal por encima de la ropa y salir al exterior. El fuego se
estaban desarrollando unas calles más al norte, pero por la dirección de la
columna de humo que ascendía gris y anaranjada, reflejando la luz de las
llamas, supe que nacía en nuestro taller. Salí corriendo y Hank me siguió de
cerca. Todo allí se habían levantado y transportaban cubos de agua y mantas
para sofocar el fuego.
»Cuando me planté frente a la fachada del
edificio estaba prácticamente consumido por las llamas. Estas salían virulentas
a través de las ventanas y vidrieras del exterior. Hank llegó a tiempo para
detenerme porque estaba dispuesta a cruzar el umbral y rescatar lo poco que
quedasen de nuestras pertenencias. Era tal la culpabilidad que aquello me
causaba que no tenía palabras, ni gritos ni llanto. Me quedé allí de pie,
inmóvil, viendo cómo se desarrollaban las labores para sofocar el fuego. Que
arda, pensé, que arda toda Brujas, y toda Bruselas. Y Europa entera. Que arda
todo, porque la siguiente a la que quemarán será a mí.
»No fue hasta el mediodía del día
siguiente que el cuerpo de seguridad nos dejó pasar adentro. Después de un
arduo interrogatorio acerca de lo que había podido suceder. Hank dio vanas
explicaciones, que si estábamos en la cama durmiendo, que si no había velas ni
nada encendido que hubiese podido provocar un incendio…
»—Han sido mis hermanos. Felipe y Carlos
de Vigny. Apunte. –Le dije al hombre—. Apunte lo que le digo y vaya a por
ellos.
»—¿Tenían un hornillo adentro, señorita?
»—Si, una estufa para hacer colas y
estucos… —Dije frunciendo el ceño—. Pero ayer no la usamos para nada. Estaba
sin brasas.
»—Ha sido el foco del incendio. –Aseguró,
frunciendo el ceño por haber culpabilizado de manera prematura a dos personas
inocentes—. Al parecer se ha derramado un bote de disolvente y el fuego se ha
extendido por todo el taller…
»No quise dar más explicaciones, ni
entrometerme en su investigación. Si no había sido comprado por mis hermanos,
por lo menos había sido engañado. Le dejé hacer su trabajo y cuando hubo
terminado su informe nos dejó entrar en el taller. Apenas pudimos rescatar
nada. apenas un arcón de madera al que las llamas no habían alcanzado, donde
guardábamos algunas figurillas y parte del material para tallar, como escofinas
o formones. Nada más. Por suerte nuestra casa estaba unas calles más lejos, de
haber vivido allí, probablemente nosotros también hubiésemos acabado
calcinados. De haberlo querido, podrían habernos matado. Pero aquello era una
advertencia, una amenaza. Un paso previo antes de acabar con nosotros.
»Salimos del taller conservando lo poco
que nos quedaba y nos refugiamos en casa durante un día entero. Sin salir, sin
hablar con nadie. Cavilando la resolución de marcharnos de allí cuanto antes.
Ni comimos ni bebimos. Nos sentamos en el suelo del dormitorio el uno frente al
otro con las manos manchadas de cenizas, por haber removido los escombros del
taller. Olíamos a chamuscado, estábamos hechos un desastre.
»—Tenemos que irnos ya. –Dijo él,
resolutivo—. ¿Qué tenemos?
»—Lo necesario. Nos llevaremos este arcón
con el material de trabajo que hemos conseguido rescatar, tengo mi arcón con
los vestidos. Los venderemos de camino al sur. Sacaremos un buen dinero con
ellos, son de seda buena y tienen un corte holandés muy hermoso. –Musité,
pensativa—. Ropa de cama y algunos enseres de cocina. No necesitamos más. Nos
iremos haciendo con más cosas de camino.
»—No le digas a nadie. –Me advirtió él—.
Cometimos el error de hablar con muchas personas en Amsterdam de ello. No
podemos cometer un nuevo error. E incluso estoy por decirte, si a mitad de
camino cambiamos de idea y nos trasladamos a otra ciudad diferente, tal vez
consigamos una ventaja.
»—He sido muy feliz aquí, Hank. –Le dije,
comenzando a llorar—. Y no quiero marcharme. Pero todo esto es culpa mía. El
taller, huir, todo.
»—Ya no sé si podría vivir sin ti.
–Murmuró—. Así que ya no tengo opción.
»Cogimos nuestras pocas pertenencias y
partimos hacia el sur. Dejamos atrás deudas, una mala imagen y desde luego, a
mi padre y a mis hermanos. O eso creímos.
»—Y esa es la historia, niños. Esta es la
historia de mi vida. Me parece que necesito otra copa de vino. –Dije alargando
la mano con el vaso vacío en ella, pero nadie se movió un ápice. Ellos me
miraban llenos de terror y pasmo. Estaban asombrados y a la vez había algo de
incredulidad en sus medias sonrisas fatigadas.
—¿Es una broma? –Preguntó Marianita
borrando de su tono de voz todo infantilismo femenino. Estaba tan aterrada que no
había espacio para parecer dulce.
—No, no es una broma. ¡Qué más quisiera
yo!
—Pero eso es… horrible. –Murmuró George,
más para sí mismo que para mí. yo me encogí de hombros, no había respuesta para
aquello.
—Hay varias cosas que no comprendo.
–Apuntó Enzo. Yo volví las palmas de mis manos boca arriba para darle pie a
preguntar todo lo que quisiese—. ¿Por qué no os casáis? ¿Por qué os escondéis
aún ahora bajo esa fachada de padre e hija? ¿Acaso no son frecuentes los
matrimonios con esa diferencia de edad?
—No tanta… —Murmuró George por lo bajo,
mirándome con una disculpa por si su comentario podría llegar a ofenderme. Yo
me encogí de hombros.
—No es tan sencillo. Para empezar, yo
estoy excomulgada de la iglesia protestante, y para poder casarme por el rito
católico tendría que convertirme, y eso podría desatar todo tipo de
murmuraciones y habladurías sobre por qué me excomulgaron y esas cosas…
—Medité—. En segundo lugar, si nos casásemos, es obligatorio que para evitar
fraudes y múltiples matrimonios, se coloque en la iglesia de la ciudad natal de
los esposos un aviso de matrimonio. “Fulanito de tal y tal contraerá matrimonio
con Fulanita de tal y tal y el enlace se efectuará en no sé dónde, no sé qué
fecha”. Eso implicaría que en la iglesia donde fue bautizado Hank en Ámsterdam
se colocase un anuncio similar. No sabíamos si mi padre seguiría por allí y
podría verlo. O algo peor. Es probable que después de que Hank le golpease, mi padre
extendiese una denuncia para detenerle por agresión, o incluso intento de
asesinato. Como salimos del país, en teoría, la justicia no nos persiguió. Pero
quién sabe si al poner ese supuesto anuncio de la boda la policía no se pone
alerta y nos persigue hasta aquí.
—¡Que complicado todo! –Negó George y me
sirvió un poco de vino en el vaso. Yo me lo bebí de golpe y el calor me
recompuso un poco.
—Otra cosa. –Apuntó Enzo—. Habéis dicho
que vuestro padre murió. ¿Son vuestros hermanos los que os persiguen ahora?
¿Qué clase de afán tienen ellos contra usted?
—Muy sencillo. –Suspiré—. Al morir mi
padre, irónicamente, me legó un tercio de la herencia. La parte que heredara él
de mi madre. Unas tierras y un palacio que se vendieron, y a mí me corresponde
ese dinero. No logro averiguar muy bien con qué intención lo hizo. Tal vez fuera
una obra caritativa, como compensación por el daño que me había hecho, fruto de
delirios premortem. También puede que fuera una manzana envenenada y supuso que
mis hermanos se lanzarían contra mí como lobos hambrientos, una vez él
falleciese, para que continuasen su martirio hacia mí. No consigo averiguarlo
por mucho que piense en ello, pero como saber no me produciría ningún alivio,
mejor pensar en lo que esta situación ha provocado. Como me he demorado en
aceptar o no la herencia, la toma de los bienes se ha paralizado para los tres
hermanos, y por ende, mi hermano Felipe, quien fuera a heredar la empresa de
comercio de miel, no puede maniobrar con ella. Y cada día está perdiendo más
dinero, y por lo que me he enterado, hay una compra que se le va a escapar.
—¡Santo cielo!
—Tengo una semana y tres días para firmar
la aceptación o el rechazo de la herencia. –Medité para mí.
—¿Y qué vais a hacer? –Preguntó Marianita,
entre excitada y asustada.
—Pues no tengo ni idea. –Suspiré—. Porque
lo que más miedo me da es que mis hermanos no parecen contentarse con ninguna
de las resoluciones que están a mi alcance.
—La próxima vez… —Murmuraba George, casi
temblando por la impotencia—. La próxima vez… cuando los vea la próxima vez…
—No harás nada. –Dije, en tono
autoritario—. Este es un problema mío.
—¿Cómo os han encontrado aquí? –Preguntó
Enzo.
—Buena pregunta. –Asentí—. Esa es una
buena pregunta
———.———
* San Jorge es el nombre de un soldado romano ejecutado en
Nicomedia a causa de su fe cristiana, por lo que se lo venera como mártir. Se
cree que vivió entre 275 o 280 y el 23 de abril de 303. Según la leyenda áurea,
era «del linaje de los capadocios», por lo que a veces se le identifica
erróneamente con el obispo arriano Jorge de Capadocia.
Su popularidad en la Edad Media lo ha llevado a ser
uno de los santos más venerados en las diferentes creencias cristianas e
incluso —en un fenómeno de sincretismo— en las religiones afroamericanas y
musulmana de Medio Oriente, especialmente Palestina donde lo llaman Mar Yeries
(árabe cristiano) o Al-Jádr (árabe tanto cristiano como musulmán).
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