PARTE DE LA ÉLITE [PARTE II] (YoonMin) - Capítulo 7

 Capítulo 7

 

Jimin POV:

 

El tiempo comenzó a pasar más rápido de lo que hubiera querido y de haberlo podido detener, lo habría hecho pero no para disfrutarlo sino para intenta cambiarlo. La relación entre Yoongi y yo no se afianzó y desde mi cumpleaños no mostró ninguna muestra de cariño similar. Habría pensado que algo ocurrió en él pero la verdad es que el problema estaba en mí. Yo odié su gesto de atentar contra la ley que nos impusieron y contra nuestras propias normas y después de discutir calmadamente ambos nos distanciamos y hablábamos lo justo y necesario. A veces, cuando no teníamos otro remedio, aunque la situación resultase violenta, manteníamos una conversación pero no salía de lo estrictamente formal. La inocencia aun nos cegaba creyéndonos capaces de evitar ciertos temas como la política, el país o guerras anteriores. Creímos que podíamos eludirlos pero solo conseguimos aplazarlos y crear en nosotros el silencio de unas palabras necesitadas de salir. Cuando se acalla a una persona solo se consigue que sus pensamientos sean más fuertes, y el fanatismo nace de esos deseos reprimidos de unas palabras que en un principio fueron inocentes.

La adolescencia nos golpeó duramente produciendo en nosotros el desconcierto y la liberación de energía propia de la edad. Yo pasaba mi tiempo con TaeHyung y a todas horas nos movíamos, caminábamos, bailábamos, nos sentíamos libres y dichosos de nuestra vida. Comenzamos a apreciar lo verdaderamente importante de nuestra situación y a valorar las riquezas que nos rodeaban. Todo ello acompañado de nuestra presentación estelar a todo el país. Comenzamos a salir por televisión de manera mensual pero cada vez demandaban más de nuestra presencia y acabamos saliendo una vez por día. Siempre trajeados, siempre luciendo banderas o insignias que no habíamos ganado e incluso nos anunciaban junto con las noticias haciéndonos responsables de haber acallado a varios renegados. Mentira. Jamás le había puesto la mano encima a nadie. Yo no era más que un niño de catorce años.

Yo no comprendía por aquel entonces mi verdadera función dentro del país. Me entrené duro durante años, torturé y maltraté mi cuerpo y el de otros con la única intención de tener que defenderme algún día pero en realidad mi vida valía lo que valía una cara bonita en la tele. Al fin y al cabo acabé por convertirme en mi padre sin darme cuenta y aun así jamás me sentí satisfecho. Achacándome la valentía y la fuerza, yo no era más que un maniquí a quien colgarle un traje para promocionar los precarios avances del estado y el poder que ejercía sobre el resto. Un muñeco de trapo no lo habría hecho peor que yo.

—¡Eres un debilucho, Min Yoongi! –Grité a su rostro muy cerca del mío mientras ambos estábamos tirados en el suelo luchando. Yoongi, varios días a la semana compartía con nosotros sus horas de entrenamiento y acostumbrados como estábamos a un nivel superior al suyo, verle sumido en el desconcierto cada vez que perdía o se dañaba era agotador para todos. Varias veces deteníamos la clase porque no aguantaba nuestro ritmo y en muchas ocasiones él abandonaba los entrenamientos antes que nosotros porque se ahogaba con solo respirar. Era débil, y tanto, pero yo no solo no le ayudaba o le alentaba. Yo le hundía más en cada uno de sus fallos y cuando se enfrentaba a mí, no solo sabía que perdería, sino que le humillaría y le ridiculizaría delante de todo el mundo.

—¡Suéltame ya! –Se intentaba zafar de mi agarre pero yo no quería. Que me prestara atención era lo más delicioso del mundo y verle sometido a mí, era maravilloso. Él con dieciséis años, no era capaz de sobreponerse a mi fuerza y yo, creyéndome fuerte, era capaz de hacer cualquier cosa por un poco de su atención. Él me apartó la vista esperando porque me levantara de él. No lo hice y suspiró soltando de sus labios un improperio que me hizo enfurecer. Sus palabras cegaron mis oídos y solo pude reaccionar escupiendo en su cara la sangre de mi labio roto por la pelea anterior. Ladeó rápidamente su rostro asqueado y su cuerpo tembló. Hoseok me apartó de un empujón de Yoongi y Taehyung me detuvo cuando estuve a punto de golpearlos a ambos.

No me daba cuenta de que cuanta más atención reclamaba de él, más conseguía asquearle mi comportamiento. El insulto “gordo” me persiguió por horas.

 

 

La tecnología pronto acabó por invadirnos y si ya estábamos informatizados, el estado quiso que en las grandes empresas y las importantes agencias se hicieran reformas para poder informatizar todo el edificio. Las obras comenzaron desde los pisos inferiores y cuando llegó a mi planta me vi obligado a compartir cuanto con Yoongi mientras instalaban todo en mi habitación. De haber podido escoger me hubiera visto en la disyuntiva de compartir habitación con Taehyung y pasarlo bien o haber escogido a Yoongi para martirízalo días enteros pero como no fue decisión mía sino de YongGuk, simplemente acepté la situación dejando a un lado la discusión que Yoongi y él tuvieron porque este no quería convivir conmigo más de lo necesario. Antes de darnos cuenta ya estábamos la primera noche durmiendo en la misma cama que aunque espaciosa, no podíamos evitar tocarnos de vez en cuando. Toda la reforma hasta que pude instalarme duró tres días.

El primer día fue el peor. Tras despertarme antes de que el despertador sonara pude ver el rostro de Yoongi tirado a mi lado con los ojos cerrados pero con el ceño fruncido. Habría deseado poder despertarle porque sin duda estaba teniendo una pesadilla. Sus ojos se movían bajo los párpados, sus manos estaban cerradas en un puño. Todo él estaba tenso bajo las sábanas pero en vez de aliviar su sueño, me levanté y me conduje al cuarto de baño para darme una ducha caliente.

El segundo día nos regalaron los Dispositivos de Comunicación y junto con ellos nuestros carnets con los que podríamos acceder a las habitaciones y al resto de instalaciones. Nos dijeron que los llevásemos siempre con nosotros y que a altos cargos debíamos mostrarlos. No solo cambiaban nuestro aspecto, también nuestra manera de comportarnos. Me dieron el mío y el de Yoongi ya que no se encontraba presente en el momento y durante todo el camino de regreso al cuarto, observé su foto riéndome de su apariencia.

El tercer día ya podría dormir en mi cuarto pero aun por la tarde yo permanecía tirado en la cama de Yoongi. Todo su cuarto olía a él y cuando me tiraba en las sábanas, estas parecían difusores de su esencia. Algo me atraía a ellas y aunque pudiera ir a cualquier lado me encantaba tumbarme en su cama lo que le obligaba, acostumbrado como estaba a dormir siempre que podía, a salir fuera y divertirse en la biblioteca o en la sala de cine. Aquél día no. Aquel día prefirió matar el tiempo dándose una ducha y tras avisarme, cogió algo de muda y se internó en el baño. Nada había en la televisión que fuera agradable. Nada se me ocurría más que molestar a Yoongi.

Fui directo a perturbar su baño pero nada más acercarme a la puerta oí el sonido del agua llenar la bañera pero él aún no estaba dentro. Permanecía de pie dándome la espalda y se desnudaba muy lentamente. Primero los pantalones, de tela gris y holgados, deslizándose por sus piernas hasta caer al suelo. Tras deshacerse de ellos se llevó consigo los calcetines y después la camiseta negra cayó también al suelo a un lado del baño. Yo permanecí oculto queriendo ser testigo de todos sus actos y como alguien sumiso me vi envuelto por su cuerpo sin tener valor para molestarle. La luz blanca y clara iluminaba todo su cuerpo. Su piel, en vez de ser pálida y blanca como la porcelana, estaba marcada con varios moratones que se tornaban morados o amarillos según el tiempo que hubieran permanecido en su piel. Por desgracia me hubiera gustado decir que otra persona le había golpeado pero reconocí en ellos mis golpes y mis insultos. Algo más adornaba su cuerpo y eran los pequeños salientes de sus vértebras a su espalda describiendo una sinuosa y delicada curva. Sus huesos, queriendo robar el protagonismo a su perfecta piel, la dejaron a un lado haciendo presencia de su asquerosa existencia.

Poco a poco se acercó a una pequeña plataforma en la que se subió y miró su peso en la pantalla. Tras unos segundos y al saber el resultado, suspiró. Se giró y me escondí y cuando se volvió a girar, reaparecí de nuevo para seguir observándole. Mis ojos escrutaron su desnuda anatomía y al sentirme enrojecer decidí marcharme pero no fue hasta que no desaparecí de la puerta que no me sentí realmente confuso. Su voz, muriente en su garganta, comenzó a tararear. A los segundos, cantó presa de su tristeza y su miedo a la realidad.

 

Dónde sea que vaya, lo que sea que haga

Le mostraré, lo mucho que he afilado mi

espada. Lo mucho que ha trabajado.

A todas las personas que me miraban con

desprecio.

 

 

 

 

 

 

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