PARTE DE LA ÉLITE [PARTE II] (YoonMin) - Capítulo 5

Capítulo 5

 

Jimin POV:

 

Con el paso de las semanas llegó el cumpleaños de Hoseok, quien ya había estado por días anunciando su fecha de cumpleaños, y al contrario de lo que pensé, no se hizo ninguna fiesta ni nada parecido. Cuando despertó todos le felicitamos y en la hora de comer sus padres vinieron a recogerle. Su padre, profesor de economía en la mejor universidad del país, había pedido el día libre y alegando que su hijo estaba en la escuela de entrenamiento miliar BTS no dudaron en concederle el permiso. Aquél día, Hoseok regresó contento y animado, más de lo normal, y se pasó el día hablando de lo divertida que había sido la mañana con sus padres, que le habían llevado al parque de atracciones y después habían paseado por los jardines de Puente de Plata.

Apenas había pasado un mes y la situación se volvía a repetir pero esta vez, el silencio del cumpleañero, me hizo que su fecha me pasara desapercibida. Era nueve de marzo cuando, tras bajar a desayunar, vi que todos mis compañeros, Tae incluido, colocaban varios regalos sobre la mesa para un Min Yoongi completamente sorprendido. Hoseok me miraba expectante a que yo también mostrase mi regalo pero en vez de eso me quedé ahí de pie frente a la mesa, viendo como los regalos llenaban la mesa y yo sin embargo mostraba mis manos vacías y las exponía al aire mostrando mi pobreza.

—Ni siquiera lo sabía. –Intenté justificarme y aunque algunos no me apartaron su fría mirada, a Yoongi pareció no importarle, ni siquiera me prestó atención durante todo el desayuno, centrado como estaba, en disfrutar en los regalos que le habían proporcionado.

—¿Por qué no me dijiste nada? –Le pregunté entre susurros a Taehyung que se encogía de hombros.

—YongGuk lo dijo la semana pasada. –Ni si quiera lo recordaba y ver como frente a mI sentado estaba Yoongi desenvolviendo uno a uno sus regalos me producía una extraña sensación de desasosiego porque ninguno de ellos me pertenecía a mí y aunque pobres, eran regalos vistosos y muy originales.

Taehyung le había regalado varias pulseras que él hizo con los colores de la bandera del país y que francamente, quedaban geniales en sus muñecas. Hoseok le regaló varios cuadernos en blanco para sus clases de psicología y en la portada de ellos se podían ver el logotipo de nuestro equipo y varias frases de nuestro himno.

Jin y Namjoon le hicieron un regalo en conjunto que constaba de una bandera de nuestro país, varias prendas de ropa y algún que otro abalorio. Yoongi sonreía a todos esos regalos y una vez terminamos el desayuno él se fue con sus padres igual que Hoseok hizo aquella vez. Nada más que desapareció de mi vista pregunté cuándo regresaría y al no obtener respuesta cogí un berrinche y me conduje a mi cuarto para encerrarme allí y no salir en horas.

Allí pasé casi todo el día y a cada minuto que se sucedía era peor que el anterior. Llegué a comprender el odio que Yoongi me guardaba porque aparte de irresponsable, era maleducado y nada previsor. Debía haber atendido a YongGuk mejor o al menos haberme interesado preguntándole directamente pero tenía miedo de que me mirase con esa fría mirada que siempre obtengo cuando me dirijo a él o cuando simplemente soy nombrado.

Cuando dieron las diez de la noche me levanté de mi cama con un gran puchero en los labios y salí de mi cuarto para buscar a Taehyung y preguntarle si YoonGi había regresado. Obteniendo una negativa como respuesta me conduje a las cocinas y en vez de quedarme en el salón donde solíamos cenar, me introduje de lleno entre los fogones buscando la ayuda de alguna mujer que me pudiese socorrer. Allí, aunque apenas podía ver por encima de la encimera metálica, una mujer percató en mi presencia y me miró asustada, creyendo que me había perdido y estaba expuesto a que algo malo me sucediera pero tras aclararle mi situación se compadeció de mí y tras hablar con YongGuk me dejó a su cargo y ella, muy amablemente me ayudó en mi cometido.

 

 

Dieron la una de la mañana cuando ya estaba subiendo en el ascensor sujetando como podía la bandeja en mis manos. Una hermosa tarta adornaba mi vista, era preciosa pero a medida que me acercaba a la habitación de Yoongi la veía más defectuosa y mejorable. El glaseado blanco estaba deshaciéndose y las fresas sobre la tarta estaban descolocadas, no había tenido cuidado alguno, más preocupado en el dolor de mis manos que en otra cosa. La cobertura de chocolate con la que escribí su nombre y el número doce, estaba corriéndose, sentí como embadurnaba todo y era un completo desastre. Cuando llegué a la planta de su habitación, todo parecía confuso a mi alrededor. Mi cabeza palpitaba del dolor y mis ojos estaban rojos por el cansancio. Me sentí mareado pero ya no había vuelta atrás así que me acerqué a la puerta y llamé con mis nudillos mientras sostenía a duras penas la tarta con una mano y como no obtuve respuesta, grité alto y fuerte.

—¡Min Yoongi! ¡Soy Jimin, abre la puerta! –Mi voz sonaba amenazante incluso, pero todo era por culpa del cansancio. Escuché unos pasos acercarse y mi cuerpo comenzó a temblar. Temí tirar la tarta pero respiré hondo y cuando la puerta se abrió, mostrando a un Yoongi somnoliento y enfadado por haber perturbado su sueño, comencé a cantar el cumpleaños feliz.

Mis ojos se encharcaron por la vergüenza y el nerviosismo. Mi voz estaba desafinada y muy carrasposa. A medida que cantaba perdía fuerza por el pudor y cuando la canción terminó, no obtuve más respuesta que la de una de sus cejas levantándose. Cuando veía que yo no contestaría, al fin habló.

—No es mi cumpleaños ya. –Dijo.

—Ya lo sé, perdóname. Esto es para ti. –Le extendí la tarta que miró con desdén—. Un regalo atrasado, pero un regalo, al fin y al cabo.

Suspiró un par de veces. Miró a todos lados comprobando que estaba solo y como no tenía opción ante mi puchero amenazante, me dejó entrar en su cuarto. Allí, puede ver que no había tocado sus regalos siquiera. Todo estaba sobre su mesa de nuevo en sus envoltorios y al parecer desperdigados.

Ambos nos sentamos en el suelo el uno frente al otro con la tarta en medio y con un cuchillo que traje, pretendí cortar dos pedazos para nosotros y creyendo que él leía la cobertura de chocolate no lo hice aun pero en realidad miraba las heridas en mis manos cubiertas por tiritas.

—¿Qué te ha ocurrido? –Preguntó algo nervioso, tal vez culpable porque fue por su tarta por lo que me corté infinidad de veces.

—No importa. –Pretendí de nuevo cortar la tarta pero esta vez sí me lo impidió y cogió una de mis manos para ver en ella tres cortes cubiertos en tiritas. Frunció el ceño y chasqueó con la lengua enfadado—. No se me da bien cortar fresas. –Me encogí de hombros y retiré mi mano de la suya para ahora sí cortar la tarta.

—¿De qué es la tarta?

—Mira. –Le expliqué—. La tarta es como tú, por fuera eres blanquito, y dulce como la fresas y por dentro eres aun más dulce como el chocolate pero como eres antipático y malo conmigo es chocolate negro. –Hice un puchero y esperando que me golpeara por mis palabras cerré los ojos pero los abrí de golpe porque su risa me dañó con fuerza. Él reía descontrolado por mis palabras que a sus ojos se vieron tímidas e inocentes y se aferró a su vientre con violencia. El sonido de su risa sin duda merecía todos y cada uno de los cortes que me produje aquella noche y todo el esfuerzo que supuso estar horas cocinando. Solo verle sonreír, la primera vez que le veía, ya era la cosa más dulce que jamás sentí. Sus ojos desaparecieron de su rostro para convertirse en dos líneas negras y sus labios dejaron paso a una fila de diente de sonrisa inocente e infantil. Todo yo me perdí en su llanto risueño.

Cuando la risa pasó le extendí un pedazo de la tarta que, cogiéndolo con dificultad, se acercó a sus labios y probó degustándose en el dulce. Asintió sin contestarme dándome a entender que estaba buena. Yo fui el siguiente y efectivamente, me había quedado bien.

—¿La has hecho tú solo? –Me preguntó y negué con la cabeza, afirmando que una noona de las cocinas me había ayudado. Tras varios minutos en silencio y cuando estaba comiendo ya el segundo pedazo me ofreció otro pero yo negué.

—No quiero, no quiero engordar. –Dije traumado por sus palabras pero me miró sonriendo.

—No me importa. Vamos, es el mejor regalo que me han hecho.     

 

 

 

 

 

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