PARTE DE LA ÉLITE [PARTE II] (YoonMin) - Capítulo 11
Capítulo 11
Jimin POV:
Una vez la mañana terminó y pudimos irnos
cada uno a nuestro libre albedrío, nos vimos sometidos aun al dolor y al
cansancio en nuestro cuerpo. Sin embargo ese dolor era algo mucho más
psicológico que físico. Habernos sometido a tal calibre de tortura, algo que
jamás sentimos, nos hizo vernos desprotegidos. Creímos durante mucho tiempo que
nos enfrentábamos a un juego, pero el dolor nos abrió los ojos, volviéndonos
conscientes de que hasta qué punto podíamos sufrir.
En la comida el silencio nos gobernaba con
puño de hierro y ni siquiera contestábamos a las preguntas de YongGuk entre los
platos. No abrimos la boca ni para pedir agua o más alimentos. Ni siquiera
comimos. Se nos borró el hambre de por vida.
La tarde fue lenta y me pasé todo el resto
del día encerrado en mi cuarto cavilando, abrazando mi cuerpo e incluso me
duché para intentar borrar los recuerdos del día pero se me hizo imposible.
Cuando llegó la noche todo el mundo se fue a su habitación y todo quedó en
silencio. Estando yo entre las sábanas intentando conciliar el suelo una
tormenta estalló con el primer trueno recorriendo el edificio. Su eco sonaba
por todo el cuarto e incluso mi cama temblaba con su sonido. Este, tan parecido
al de los disparos, me puso los pelos de punta y me acurruqué aún más entre las
mantas pero nada perecía indicar que la tormenta se apaciguase así que decidí
levantarle y salí de mi cuarto con el DC de la mano para poder regresar.
No quería dormir, quería vivir el día que
no había vivido por mi estúpida ensimismación. La única manera que conocía para
aprovechar el tiempo era conducirme al cuarto de YoonGi y aprovecharme de su
incapacidad para defenderse. Cuando estuve frente a la puerta incluso creí que
aún podía dar marcha atrás y no perturbar su sueño. Pero algo más fuerte que yo
ya golpeaba su puerta con el puño cerrado.
—¡Yoongi! –Grité casi de manera amenazante—.
¡Abre! ¡Soy Jimin! –No obtuve respuesta y tras casi medio minuto puse la oreja
en la puerta esperando escuchar ronquidos o alguna excusa por la que no me abría.
La respuesta era simple, no quería hacerlo—. ¡Vamos! ¡Ábreme ahora! ¿Qué haces,
gilipollas? ¡Vamos!
Al final unos pasos débiles comenzaron a
acercarse a la puerta y esperándome un rostro confuso, adormilado y enfadado al
otro lado lo único que recibí fue una cálida y triste sonrisa de un rostro
tranquilo y despierto. No me preguntó qué hacía o qué quería de él. Se limitó a
abrir la puerta hacia dentro todo lo que necesitó y me dejó entrar sin más. A
mí me pareció extraño y aclaré mis intenciones.
—He venido a molestarte. –Él se encogió de
hombros y tras cerrar de nuevo la puerta se tumbó en la cama como seguramente
estaba antes de que yo viniese y se acurrucó de cara a mí cerrando sus ojos y
dejando media cama libre.
Un trueno quebró de nuevo el silencio y
encogí mis hombros asustado. Casi como un impulso me encaramé a la cama y me
colé entre las sábanas, ocupando el espacio que había dejado libre. Una vez
dentro el sonido de la lluvia era más evidente y queriendo acallarlo comencé a
hablar.
—¿Estabas durmiendo? ¿Te he despertado?
–No obtuve respuesta y tan solo veía su espalda ascendiendo y descendiendo—.
Vamos, delgaducho. Dime, ¿qué hacías? ¿No me contestas? –Comencé a exasperarme
y agarré su brazo zarandeándole—. Eh tú, mírame cuando te hablo. ¿No me oyes?
Venga, no te hagas el sordo, maleducado.
De repente se giró sin que yo ejerciera
fuerza sobre él. De inmediato solté su brazo y le dejé girarse a mí para
colocarse cara a cara conmigo. Me miró durante unos segundos que a mí me
parecieron horas. Inmutable, con la mirada fija en todo mi rostro. Me
analizaba. Me escrutaba y se colaba dentro de mi mente para sucumbir a mis
deseos. Reconoció mis miedos y los declaró sin temor a mi reacción.
—¿Tienes miedo de la tormenta? –Me hizo
enfurecer.
—¡Claro que no! ¿Qué clase de tontería es
esa? ¿Por qué iba a tener miedo de eso? Ya no soy un niño. Seguro que eres tú
quien no puede dormir por eso. ¡Estúpido! –No veía que cuanto más me enfada más
evidente era mi miedo.
Él me miró casi condescendiente. Compadeciéndose
de mi comportamiento infantil y adorándolo de igual manera. Un débil suspiro
salió de sus labios y sus ojos dejaron de recorrer mi rostro para centrarse en
mis labios. Ambos necesitábamos un instante así en nuestras vidas y que antes
debíamos haber conseguido pero en nuestra situación se nos antojaba imposible.
Por ello sucumbimos a nuestra irónica cercanía para amansar el instinto dentro
de nosotros. Su aliento chocó con el mío. Cálido y agradable. Sus labios se
estamparon rápida y tímidamente sobre los míos y cortó el beso en un segundo.
No dejó que su sabor permaneciera en mí ni tampoco me permitió degustar ni
catar la textura de su piel. Nada. Un beso como quien lanza uno al aire. Fugaz
e inexistente. Incluso cuando se separó de mí y se detuvo a observar mi
reacción dudé siquiera de que hubiera sucedido tal acto.
Mis ojos debieron salirse de mí. Fruncí
mis labios y tal vez le diera la impresión de que no quería repetirlo pero lo
que pretendía con ese gesto era conservar todo el tiempo posible aquél roce que
enterneció mi alma. Creí que volvería a besarme, que me abrazaría y me
susurraría que me amaba. Pero nada de eso sucedió. Se limitó a acomodarse en mi
pecho y cerró los ojos dado mi estado de shock en que no podía ni reaccionar.
Por una vez perdí los insultos para él y las amenazas. En el aire aún se oían
la lluvia y los truenos pero a pesar de ellos yo ya no tenía miedo. Me abracé
con fuerza a su cuerpo a mi lado y dormí aquella noche oliendo el perfume del
champú en su pelo.
Comentarios
Publicar un comentario