EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 9

 Capítulo 9

 

Yoongi POV:

15/07/1995

 

Me paso la mano por el pelo. Suspiro largamente mientras cierro los ojos y me acomodo mejor sobre la cama. El almohadón recoge mi cabeza con cuidado, con este putrefacto olor a humedad y desasosiego. No es mi celda, no estoy hecho a ella pero me gusta, estos últimos días me ha acogido con compañerismo y condescendencia. A veces siento esta celda tan fría, tan silenciosa, pero en realidad soy yo mismo el que se siente frío y silenciosos. Me he acostumbrado tanto a este sentimiento dentro de mí que no puedo si no exteriorizarlo y no me reconozco en él cuando lo veo fuera de mí. Vuelvo a pasar mi mano por mis cabellos y cuando llegan al final me dejo caer la mano en el almohadón por encima de mi cabeza, los días se suceden. Lo sé porque el sol se cuela a través de la pequeña reja metálica que hay en un punto alto de esta celda de piedra. Alguien, bajo esa ventana, a tallado los días que ha estado aquí encerrado. No los he contado pero a simple vista parecen algo más de treinta, y me hace gracia pensar que tal vez yo no llegue a superar esos treinta cortes en la piedra. Debería hacerlo al revés, ¿no? Tallar los días que me quedan, no lo que llevo.

El sol se ve interrumpido levemente y tan solo de forma momentánea por lo que parece ser el aleteo de un pájaro pasando rápido frente al vano. Suspiro largamente. Últimamente lo hago mucho. Suspirar. Parece ser la mejor forma de pasar el tiempo ante la irremediable idea de que se presenta el final. Es una idea que flota en el ambiente pero a veces se calienta y resulta muy pesada, casi incomible. No consigo respirarla del todo y suspiro por eso. Para expulsarla de mí cuando a veces se me atraganta. No he leído un solo libro desde que estoy en esta celda, y cuánto me gustaría encontrar el valor para deshacerme de los pensamientos y poder sumergirme en la lectura, pero los libros se acumulan en las esquinas de esta celda sin saber siquiera en qué momento los he rescatado y he tenido intención de leerlos. Creo que ha sido el primer día. Fue un día casi soñador. Yo aun no entendía nada de lo que estaba sucediendo y no asimilaba que la realidad me había golpeado con frialdad. No conseguía entender nada y me hice creer que estaba de vuelta en casa, pero esta no es mi casa y ni siquiera llego a comprender la grandiosidad de unos actos con consecuencias. Se me presenta el remedio ante la tristeza y yo no puedo sino dejarlo estar y acostumbrarme a la idea lentamente, como una dosis que necesito administrarme lentamente. ¡Cuánto he tenido que oír de mí por ahí entre los presos que tienen acceso a la prensa! ¡Cuántas veces me he visto reflejado en esas miradas de asco!

Suena la alarma del descanso y se hace eco entre los pasillos de la prisión. Es un sonido metálico, frío, pero aullador que se cuela por los rincones más recónditos de esta celda. Es un sonido reconciliador, al fin y al cabo. Es lo único que no ha cambiado, ese sonido que indica que hay que ponerse en funcionamiento, porque entran los presos corrientes y nosotros, los de alto riesgo, salimos a estirar las piernas. El sonido sigue siendo el mismo pero mi predisposición ha mermado. Ya no me apetece que ningún endeble rayo de sol me ilumine el rostro ni tampoco entiendo la funcionalidad de salir a respirar aire fresco cuando están a punto de dejarme sin pulmones para respirar. Un cigarro sí me fumaría, para intoxicarme un poco más antes de la dosis letal. Cuánto ansío un cigarrillo en las manos, entre mis dos dedos. Cuánto ansío esa expresión familiar de la sonrisa de Jeon al pasarme el encendedor. Su sonrisa complaciente. Joder. Cuanto duele el recuerdo de la inexistencia. Es lo único en lo que no me permito pensar en estos tiempo de tanto cavilar. En lo joven que era, en lo poco que ha vivido. Niego con el rostro, permitiéndome al menos verme en el recuerdo con Jeon, porque de hacerlo con alguien más podría partirme el pecho en dos y eso ya no tendría solución.

La celda se abre, como la del resto de esta fila de presos y yo me levanto con un quejido, con ojos cerrados y levemente encharcados y me pongo delante de la puerta abierta para salir en el preciso instante en que el guardia de seguridad pase a estar frente a mi puerta, asegurándose de que no haré una tornería que requiera de su habilidad. Me miro el pecho. El número 10939 está de nuevo cosido a mi mono. Creo que es el mismo mono. No podría jurarlo porque no me fijé lo suficiente en las pequeñas marcas o arrugas que pudieran identificarle como tal. No parece nuevo, pero la mayoría no lo son. Ni siquiera me he hecho a él aun. Me he pasado demasiado tiempo con ropa de calle, el suficiente como para no reconocerme de nuevo en este uniforme de color apagado y de aspecto tan rudimentario.

Salgo al pasillo junto con el resto de reclusos y todos nos ponemos en fila india a lo largo del pasillo mientras el guardia de seguridad se asegura de que estemos todos. Se pone a la cabeza de la fila en el pasillo y estamos a punto de seguirle cuando uno de los guardias de seguridad que nos custodia y de rostro familiar llega corriendo por las escaleras con una expresión fatigada y esa mueca divertida que tanto me alegra ver en él. Tanto me alegraba. Ya no es más que una visión de un pasado que no recuerdo bien. Sube corriendo y detiene al policía a la cabeza de esta fila. Yo me encuentro en último lugar y dado que estoy tan alejado no puedo oír lo que están parlamentando, pero al parecer, tiene que ver conmigo porque Joon Lee me señala con un dedo cansado y yo doy un leve respingo mientras meto mis manos dentro del mono, levemente confuso y desorientado. El policía que nos estaba custodiando frunce el ceño, levemente aturdido, pero dado que no parezco ser su responsabilidad se encoge de hombros y nos hace una señal para que le sigamos. A todos menos a mí.

—Recluso 10939, quédese ahí. –Me dice con una señal de su rostro y yo asiento, paralizado enfrente de mi celda mientras Joon Lee se acerca con una expresión divertida a la par que traviesa y cuando llega a mi altura posa sus dos manos sobre mis hombros y me sujeta con fuerza desmedida. Sus actos parecen violentos, pero la expresión sonriente de su rostro me indica que la violencia no es más que la interpretación de su felicidad.

—¡Qué suerte tienes, hijo de puta! –Me dice, y me golpea el omóplato con una de sus manos—. Y nosotros de tenerte, cabrón. –Dice y pasa una de sus manos por mis hombros y camina conmigo a lo largo del pasillo, en dirección de las escaleras de descenso.

—¿Qué sucede? –Le pregunto mientras caminamos y el hecho de que no me espose y se comporte con este civismo tan extraño me pone los pelos de punta. Por sus palabras debo entender que algo bueno va a sucederme, pero dada la situación en la que me encuentro, podría ser desde que me han doblado la ración de comida hasta que me van a matar de inmediato para acortar mis días de sufrimiento.

—Eres una valiosa moneda de cambio, ¿lo sabías? –Me dice con una expresión más sorprendida casi que yo.

—No entiendo nada. ¿No vas a esposarme? –Le pregunto más aturdido de lo que me habría esperado de mí mismo y de mi estado de insensibilidad, y él parece caer en ello casi al borde de las escaleras.

—¡Joder! Vaya día llevo, Yoongi. No lo sabes bien. –Dice y se pasa la mano por el cinturón en busca de sus esposas. Cuando las encuentra me coge las muñecas a la altura de mi vientre y las esposa, pero no parece que sea nada necesario—. Pura convencionalidad, Yoongi. –Me dice, negando con el rostro—. Yo creo que si no te esposase, nadie diría nada. –Sonríe animado y yo me quedo en silencio durante todo el trayecto de las escaleras. Bajamos a la primera planta y yo comienzo a reducir las posibilidades de esta inesperada sorpresa. La conclusión a la que llego es a que van a matarme. Es algo de lo que comienzo a estar más seguro incluso que de la realidad que me rodea, que en este instante se presenta poco colaboradora a parecer seria y formal. Me muerdo el labio inferior y pasamos por los pasillos a través hasta llegar a la sala de visitas. Vacía, como no.

—¿Qué hacemos aquí? –Le pregunto cuando llegamos y Joon  Lee comienza a buscar en su cinturón la llave correspondiente a esta sala, cerrada a cal y canto a estas horas de la mañana.

—Tienes visita. ¿No es obvio?

—¿Visita? –Pregunto y yo entrecierro los ojos pero rápido caigo y suspiro, con expresión apagada—. Lo siento, pero no quiero ver a nadie y menos a ese hijo de puta. –Le digo pero él da un respingo y me mira, ofendido.

—¿Por qué no? Ha conseguido tu indulto, Yoongi. –Me dice y yo estoy a punto de decir algo pero me quedo con las palabras muertas en la garganta. Él me mira con el gusto de ser quien me informe de ello y abre la puerta de la sala con tranquilidad y parsimonia—. No solo te han indultado, sino que han pagado tu fianza y te van a sacar de aquí. ¡Qué afortunado eres, cabrón! –Me vuelve a decir y yo frunzo el ceño sin saber qué decir. Cuando ambos entramos enciende las luces de los fluorescentes y todo parece reaparecer de la nada. Un montón de mesas vacías. Mesas levemente polvorientas, algunas sucias y otras rayadas y maltratadas. La última vez que estuve aquí me comprometí a algo de lo que me arrepiento y tengo la extraña sensación de estar reviviendo un déjà vu cruel y satírico.

—¿Cuánto esta vez? –Le pregunto cuando está a punto de dejarme a solas en este espacio vacío y Joon Lee se vuelve a mí con ojos emocionados.

—Casi el doble que la otra vez. –Dice—. Esta vez la has liado más gorda, entiéndelo. –Yo me acerco a la mesa en la que me senté la última vez, pero en esta ocasión, me siento de cara a la puerta de entrada—. Sin cámaras, han pedido, sin vigilancia. Por poco no han pedido que te traigamos una mariscada. Pero vamos, con lo que han pagado pueden pedirte que te la chupemos y más de uno estaríamos encantados. –Dice y yo me ruborizo levemente y él sonríe por mi rubor. Me dejo caer en la silla y él desaparece con un gesto de su mano, indicándome que vendrá en unos minutos.

Solo se me pasa por la cabeza un solo nombre, Namjoon. Es inexplicable, al fin y al cabo, dado que estoy aquí por su culpa y ha sido su petición la que de seguro ha presionado al juez para que me condenen a muerte, y ahora me rescata tirando dinero en la cara de estos funcionarios corruptos. Un par de ideas se me pasan por la cabeza. La primera de todas, y la más probable, es que Namjoon tenga un serio problema de estabilidad mental que le obliga a jugar conmigo como un muñeco de trapo, arrojándome a la pared con todas sus fuerzas pero regresando a recogerme en sus brazos con una falsa expresión de culpabilidad. O bien, tan solo quiera hacerme enloquecer, pues estoy a punto de ello en este torbellino de sentimientos que me están controlando. Del dolor y la indiferencia paso a estar levemente aturdido y furioso. Siento ira, y no sé muy de dónde ha salido ni cómo va a manifestarse en el momento en que vea aparecer su rostro por esa puerta. Me lo estoy imaginando. Esos ojos pequeños mirándome con esa expresión de condescendencia. De súbito comprendo las palabras de Jeon en cuanto a su recelo de ese sentimiento. Joder. Cuanto duele ese sentimiento de inferioridad.

Poso las manos sobre la mesa. Me miro las muñecas esposadas y mis dedos pálidos rodeados de tatuajes. Estiro mis dedos, alejo mis muñecas, el sonido de las cadenas es un sonido familiar que me hace sentir levemente aferrado a la idea de que lo único real es este sonido, ese sentimiento de aprisionamiento falso. No es más que una ilusión, pero el sonido es real. Todo esto es una fachada, pero el sonido es real, las cadenas son reales aunque su funcionalidad sea vagamente decorativa. Podría deshacerme de ellas y estoy a punto de hacerlo cuando oigo pasos acercarse a la puerta. Los pasos se detienen, oigo el tintineo de las llaves, oigo mi corazón palpitante y de nuevo ese odio que no sé de dónde ha salido ni cómo ha surgido. Creo que se exterioriza a través de los poros de mi piel y me impide desfruncir el ceño para relajarme en una expresión apacible.

La puerta se abre. Chirría débilmente. Siento como el metal de las bisagras tiene que ser engrasado y como el manillar de la puerta cae. Se abre. Está abriéndose cuando veo el traje de un policía aparecer. Apenas recaigo en él dado que su rostro pasa desapercibido por el anonimato que le concierne el traje. Es su sonrisa, sin embargo, lo que me hace mirarle el rostro y hacerme preguntar por qué diablos sonríe un rostro que acaba de conocerme. Es sin embargo una sonrisa conocida. Una sonrisa de confidencialidad y de fraternidad que ha estado torturándome estas últimas noches. Me golpea el pecho con una fuerza que me deja sin respiración momentáneamente y siento como la realidad se deforma y se distorsiona a mi alrededor. Mi primer pensamiento es que no estoy despierto, y ese pensamiento, me deja paralizado. Me deja completamente inerte, inamovible, con una expresión rota en mi rostro. El siguiente pensamiento es que estoy drogado. No recuerdo cómo ni qué ha sido, pero otras muchas veces tampoco lo he recordado y ahí estaba, la sobredosis. El último, y más recóndito pensamiento que me atrapa es el de la realidad. Esto es real, y no hay más. Es un pensamiento crítico y duro. Demasiado como para enfrentarlo de una sola estocada. Tengo que hacerme a él, tengo que manejarlo y confiar en que no me morderá, pero no estoy del todo seguro.

Toda esta maraña de ideas desaparece en cuanto una segunda persona aparece en la habitación detrás de ese rostro que parece el de Jeon. Aparece un hombre con traje, un elegante hombre con maletín en una mano y un bastón sujeto en la otra. Lo usa, en algunos de sus pasos, no en todos, claro. No es una muleta, solo un pequeño refuerzo. No es su rostro, lo que veo. Es su complexión, y la forma de su caminar. Lo reconozco nada más pasa adentro, por su olor, por su arrogancia expresiva, destilada por cada uno de sus poros. No puedo sino evitar su mirada, no quiero tener que enfrentar el rostro de lo que hasta hace un par de segundo era un muerto. Un cadáver en el fondo de un río anegado en mis pensamientos. Cuando me atrevo a ello, agarrándome con fuerza de las esposas alrededor de mis muñecas, me descubro ante una faz seria y fría, pero con una calidez en su mirada que no había conocido hasta ahora. Me quedo blanco. Cuando antes había divagado, ahora ya no puedo. No tengo capacidad de pensamiento. No albergo nada que no sea un fondo blanco y la incapacidad para hablar. No me queda nada. Nada, excepto las personas reunidas en este cuarto.

Me muerdo el labio inferior. Está salado. Me extraño por ello pero no del todo. El aire roza mis mejillas y las siento frías. Estoy llorando. Mis ojos pican. No puedo sino quedarme tembloroso agarrado a la mesa, deseando saltar sobre ellos, o desmayarme dramáticamente sobre esta silla. Duele tanto. Duele el recuerdo, el pensamiento, una idea que era mentira. Duele demasiado.

Cuando el policía que ha abierto la puerta se marcha, cerrándola detrás de él, Jeon abre sus brazos en mi dirección. Lo hace con timidez, temiendo una respuesta fría de mi pate, pero joder, estoy llorando y solo puedo pensar en que tal vez en sus brazos encuentre el consuelo que llevo tanto tiempo esperando. Ha sido demasiado tiempo y en realidad, no lo ha sido tanto. Me levanto de la mesa con ojos esperanzados pero inundados de lágrimas. No consigo retenerlas, tampoco quiero. No vamos a engañarnos. No quiero más mentiras.

—Estáis vivos. –Dejo escapar de mis temblorosos labios casi como un gemido lastimero. No consigo aún creerlo. Sigo engañado.

—Yoongi. –Murmura Jeon con una sonrisa espléndida y cálida en su rostro. No quiero seguir manteniendo la distancia, la acorto, caminando hasta él casi con desesperación. Sus brazos me rodean los hombros, la espalda. Sus manos se agarran a mi mono con fuerza y yo me agarro con entusiasmo a su uniforme. Me siento completamente enloquecido, drogado, manipulado, pero en sus brazos, me siento como un niño protegido por el abrazo de su hermano. Tiemblo en ellos como si tuviese frío, lloro como si tuviese un gran agujero en el pecho.

—Estáis vivos. –Repito, como un dogma, no por ellos sino para mí. Para creerlo porque sigue siendo irreal. Hundo mi rostro en su pecho, en la perfecta línea de su clavícula y su hombro. Me dejo embriagar por su olor, por el contacto de su cuerpo con el mío. Cuánto echaba en falta esto, a pesar de que apenas lo he conocido.

—Estamos aquí, tranquilo. –Me reconforta, pero a él también le tiembla la voz y lleva una de sus manos a mi cabeza para acariciarme el cabello, reconfortándome.

—Pensé… —Murmuro, sin conseguir que la voz se estabilice. Puedo sentir como se quiebra y me da una punzada en la garganta—. Pensé…

—Pensaste que estábamos muertos. –Termina Jimin mis palabras y yo me deshago del abrazo de Jeon para mirar directamente a Jimin a los ojos con dos lágrimas cayéndome por las mejillas, pero se rompen con una estúpida y radiante sonrisa. Voy directo hacia él con los brazos extendidos pero él da un paso atrás e interpone su mano con el bastón de por medio, indicándome que respete la distancia. Yo me le quedo mirando tan descolocado que no consigo reaccionar con coherencia, no al menos como habría hecho de estar completamente sereno, pero me embriaga la sensación de felicidad por todo el cuerpo y paso por alto el detalle para volver a Jeon que me recoge con una cálida sonrisa amable. Él también lo ha visto, sabe lo que ha pasado, pero no le da importancia. Yo tampoco se la doy.

—¿Cómo es posible? –Pregunto—. Me dijeron que os mataron en el río…

—Namjoon y sus cosas. –Niega Jeon con el rostro—. No nos subestimes. Somos más intrépidos de lo que pensabas. –Me dice con voz animada y yo aun no consigo entender nada. Me llevo las manos esposadas a la frente y cierro los ojos. Regreso por mis pasos hasta la mesa y me siento, temiendo mis piernas flojear en cualquier momento.

—No lo entiendo. –Digo, aun aturdido—. ¿Qué ha pasado?

—Jimin y yo saltamos al río e intentaron dispararnos. Pero conseguimos huir. Cuando lleguemos al piso Namjoon no nos recibió de buena gana pero nos dio el dinero de la recompensa y bueno, aquí estamos. –Yo sigo en shock y señalo sus ropas.

—¿De qué vais vestidos?

—Somos tu abogado y el policía que le acompaña. –Dice Jeon sonriendo, y yo le sonrío de vuelta, restregándome el dorso de las manos por las mejillas, retirándome los resquicios de lágrimas, pero siguen saliendo.

—¿Y qué habéis hecho?

—Extorsión. –Dice Jimin, serio—. Y corrupción.

—Los alumnos superando al maestro. –Digo sonriendo y Jungkook sonríe conmigo. Jimin mantiene esa expresión fría y pensativa.

—Exacto. –Dice Jeon y lleva su mano a la mía, para sujetarla con fuerza—. Te hemos echado de menos. –Suspira y yo sonrío, sintiendo las lágrimas caer de nuevo—. Pero ya se ha acabado. Te hemos sacado de aquí. Y mañana iremos a rescatar a Taehyung del hospital…

—¡Taehyung también está vivo! –Exclamo casi en forma de pregunta, pero prefiero en el último momento hacerlo en forma afirmativa.

—Sí. –Asiente, sonriendo y sujetando con más fuerza mis manos—. Está vivo. Malherido, pero mañana le dan el alta y lo llevarán a comisaría. Nosotros nos adelantaremos y…

—¿Dónde estáis? ¿Estáis viviendo en el piso…?

—No. –Me contesta Jimin—. Estamos en un motel a las afueras.

—¿Y qué pensáis hacer…? –Jimin mira a Jeon.

—Aún no lo sé. –Dice, firme y serio—. Pero una cosa tengo clara, no me gusta que se me mienta y se me traicione, y menos, que se me intente matar. Por lo que voy a arremeter contra él con todo el peso que tenga…

—Estás loco. –Le digo sonriendo, casi en carcajadas.

—Lo sé. –Mira alrededor, suelta mis manos y carraspea, cogiendo aire—. Hemos venido para rescatarte de la condena a muerte, de esta prisión y para proponerte algo.

—¿El qué? –Pregunto, volviendo súbitamente al déjà vu—. Me espera la muerte, ¿tienes algo más interesante que proponerme?

—Un golpe, Yoongi. El mayor que hayas dado en tu vida. –Yo le miro pícaro y sonrío.

  

 

 

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