EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 8
Capítulo 8
Jungkook POV:
15/07/1995
Me aseguro nuevamente de que llevo la
identificación de Taehyung en el bolsillo junto con su cartera y el resto de su
documentación. La miro, no me reconozco en el rostro pero acabo negando con la
cabeza mientras me muerdo el labio inferior. Me ajusto la camisa, la placa
sobre el pecho y Jimin me devuelve una mirada a mi lado que me intenta tranquilizar,
dado que ha detectado mi nerviosismo a través de mis gestos. No necesito que me
diga nada, con tan solo esa mirada de comprensión me doy por satisfecho y
suspiro largamente mientras meto las manos en los bolsillos de este pantalón de
uniforme policial y Jimin se cambia de mano el maletín negro que trae consigo y
se ajusta la corbata en el cuello. Carraspea, como todo un abogado y miro hacia
la señal de paradas de taxi en donde estamos esperando a uno que nos lleve a la
prisión en donde se encuentra Yoongi.
Hoy ha dejado de llover. Ha salido
tímidamente el sol detrás de estas nubes grises que reinan el cielo. De vez en
cuando se esconde, pero siempre acaba regresando a iluminar estas calles
desamparadas de un día tan confuso y precipitado. Yo mismo me siento abatido y
desesperado, pero esta luz solar, levemente ensombrecida, me transmite una
esperanza que no consigo rechazar. Miro a Jimin de reojo, y este, al sentirse
observado, me devuelve la mirada curioso de mi propia curiosidad. Ambos nos
reímos y de repente me siento como un niño pequeño en el día de halloween a
punto de ir a pedir caramelos. No serán caramelos lo que pida ni lo que llevo
puesto es un disfraz, es un traje policial y podrían multarme por llevarlo
puesto sin tener el permiso ni la autoridad.
—Te queda muy bien el traje. –Me dice con
una sonrisa idiota y yo ruedo los ojos mientras me muerdo el labio inferior,
levemente avergonzado. Siento mis mejillas ruborizadas y levemente
abochornadas.
—Y a ti el traje. –Le respondo con la
certeza de que él erguirá su barbilla y me mirará orgulloso pero al contrario
de eso, baja su mirada y sus mejillas se enrojecen, vergonzosas. ¿Desde cuándo
se ha vuelto tan pequeño y vulnerable a un halago? Tal vez no sean los halagos,
sino el emisor de ellos. Yo. Me doy cuenta de que es la primera vez, o al menos
la primera que recuerdo, que le hago un cumplido aunque sea en una conversación
divertida y en un contexto cómico. Él sonríe y desde la perspectiva en la que
me encuentro me fijo por primera vez en que uno de sus incisivos está levemente
torcido dándole un aire mucho más humano de lo que me esperaba. Me sorprendo
ante esta realidad tan confusa. Me siento como si fuera la primera vez que
estoy con el verdadero Jimin, uno de carne y hueso que se oculta tras una
fachada de tatuajes y asquerosas expresiones prepotentes. Ante este
descubrimiento yo mismo me siento más débil y frágil, mucho más humano.
—Aquí viene nuestro taxi. –Informa
tornándose de nuevo serio. Se pasa una de las manos por la solapa de la
americana y después se revuelve bajo la corbata. Suspira, suelta el aire que le
estorbe en el interior y levanta la mano para avistar al taxista de que somos
nosotros los que le hemos llamado y que necesitamos que nos abra el maletero.
El taxi aparca justo enfrente de nosotros y se nos queda mirando a través del
cristal, pues somos una pareja un tanto peculiar. De nuevo me siento como un
niño que va a pedir caramelos.
Primero metemos las tres grandes cajas de
cartón en el maletero y cerramos con un sonido seco. Antes de que nos
desplacemos hacia una de las puertas. Cuando me meto en el interior del taxi en
los asientos traseros me sorprende el olor a sudor y a desodorante barato del
conductor y me cuesta respirar con profundidad. Me siento en el asiento de la
izquierda mientras Jimin entra el último sentándose a la derecha y cerrando
detrás de él. Yo le doy la dirección al taxista de la prisión y este asiente
mirándome por el retrovisor, algo confuso y levemente pensativo. No hace una
sola pregunta, por el momento, porque somos clientes con apariencia autoritaria
que vamos a pagarle la carrera, por lo que se limita a hacer su trabajo
obedientemente, pero yo no puedo evitar mirar esa postura tan incómoda sentada
al volante. Sus manos tensas, su espalda recta. Dada su complexión debería
dejarse caer sobre el asiento, pues la barriga podría dificultarle a la hora de
conducir con agilidad. De cualquier manera me vuelvo Jimin que se abrocha el cinturón y deja el
maletín en el asiento entre ambos, mientras se mira el regazo con el cinturón.
Después me devuelve la mirada y me sonríe. Yo le devuelvo la sonrisa y nos
establecemos en un silencio incómodo. Son las siete y media de la mañana y el
tráfico está bullendo. Hay coches por todas partes y a medida que nos acercamos
al centro de la ciudad para atravesar el río y desviarnos hasta la prisión,
mucho más.
Pasan al menos diez minutos cuando el
conductor dice la primera palabra, tal vez influenciado por nuestro silencio o
incluso porque la curiosidad ha traspasado el límite de su capacidad.
—Pensé que los policías teníais coches
patrullas para ir de un lado a otro. –Me dice con ojos divertidos y curiosos,
pero dentro de él puedo ver una especie de desconfianza que puede ser real, o
tal vez inventada por mi subconsciente.
—Y tenemos. –Digo, con voz pesimista—.
Pero solo para altos cargos. Yo solo soy un funcionario que va de allí para acá
con el papeleo.
—¿Papeleo? –Pregunta, asomándose al
retrovisor para mirarme y yo doy un par de golpecitos en el maletín a mi lado.
—Ya ves, papeleo que llevar a la prisión.
Aquí el abogado sabe más de eso que yo, yo solo soy un mero acompañante
figurativo. –El taxista asiente, sin entender demasiado bien lo que acabo de
explicarle y Jimin me mira con ojos atentos y curiosos. Yo suspiro en silencio
cuando el taxista ha recobrado la vista a la carretera y mi mano izquierda
sujeta con fuerza la tela de mi pantalón sobre mi pierna, como única vía de
escape a mi estado de nervios.
—¿Y qué vais a hacer a la prisión…?
–Comienza a preguntar el taxista, con necesidad de parlotear para pasar el mal
trago del tráfico pero Jimin le corta con voz seria y autoritaria que me hace
dar un respingo a su lado.
—Son asuntos privados que solo conciernen
al cuerpo de seguridad. –Le espeta, mirándole directamente—. Por favor,
limítese a conducir. –Sentencia y yo me vuelvo a él con una mirada más que
sorprendida, a lo que él se encoge de hombros, diciéndome que esa era la única
forma de hacerle silenciar, temiendo que nos sacase sin querer más información
de la que podemos dar, o incluso algo peor. A los dos minutos en este incómodo
silencio me vuelvo a Jimin con ojos expectantes y poso una de mis manos sobre
su muslo, a lo que él da un leve respingo y gira su rostro a mí, mirando como
estaba a través de la ventana a su lado. Jimin me mira con una sonrisa curiosa
y yo comienzo a hablar, en voz baja casi inaudible. Por mi tono de voz sabe que
es una pregunta que llevaba mucho tiempo queriendo salir y no he podido contenerla
por más tiempo. La situación también apremia, porque sabemos que vamos a ir a
la prisión, pero no sabemos si saldremos de ella, por lo que me tomo este taxi
como mi pequeño confesionario, el cura al otro lado del coche expectante a la
carretera y mi dios, todopoderoso confesor, a mi lado.
—¿Qué pasó aquél día con la moto? –Le
pregunto levemente curioso, aún con la mano sobre su muslo como refuerzo de mi
pregunta y mi curiosidad y él frunce levemente el ceño—. Yo me caí por el
derrape, pero ¿Cómo te caíste tú? ¿Qué pasó para que salieses volando por los
aires?
—Me caí. –Dice simple, encogiéndose de
hombros como si esa fuese la respuesta que yo estaba buscando, una respuesta
simple que me ha pasado inadvertida. Yo rodeo los ojos y quito mi mano de su
pierna. Él se me queda mirando con expectación.
—Ya vi que te caíste, lo que pregunto, es
¿por qué? Nunca he conducido una moto ni nada parecido, y quería saber cómo es
posible que la moto hiciese aquello tan raro…
—Es muy sencillo. –Dice sin más, poniendo
las manos delante de él como si intentase representa la moto y la carretera en
una dimensión que yo no alcanzo a ver, pero que puedo vislumbrar a través de un
fino velo que nos separa—. Intenté erguirla, porque sino yo también me caería
de ella y esta se desplazaría sola saltado chispas por la carretera, pero a la
vez quería frenar, para dar media vuelta e ir a buscarte. Apreté el freno de
forma muy brusca antes de que la moto estuviera del todo estabilizada y PUM. La
rueda de delante se frena en seco y yo salgo volando por la inercia.
—¿Pretendías ir a buscarme? –Le pregunto
atónito, pero más llamativa es su cara de sorpresa por mi pegunta inesperada.
Él asiente, obviando lo evidente.
—Claro que sí.
—Nos habrían pillado. –Digo, solemne—. Si
hubieras dado la vuelta, yo me hubiera subido en la moto y hubiésemos retomado
el camino habíamos perdido una gran ventaja y probablemente nos habían acabado
pillando…
—¿Creías que iba a dejarte ahí tirado?
–Niega con el rostro, casi ofendido—. Pareces idiota. –Niega con el rostro y
palmea mi pierna con su mano—. ¿No te lo he dicho suficiente? Prometí que te
protegería, incluso a costa de que nos pillasen. No quería dejarte ahí tirado
como a un perro. Yo cumplo mi promesa. –Me dice serio y solemne, como si no
estuviese hablando conmigo sino con uno de sus dolorosos recuerdos que no
quiero tener que identificar.
—Gracias hyung. –Poso mi mano sobre la
suya y miro hacia el retrovisor, asegurándome de que el taxista está
completamente fuera de esta conversación.
—¿Es el momento de las preguntas tontas?
–Me pregunta Jimin con una sonrisa endeble mientras se deshace del peso de mi
mano sobre la suya y mira a través de la ventana un segundo. Después regresa su
mirada a mí, completamente intrigado—. ¿Cómo me recolocaste el hombro? ¿Cómo
sabes hacer eso? –Yo ruedo los ojos divertido y él me mira impaciente por mi
respuesta—. Va a ser verdad que eres un niño genio. –Me dice y cuánto añoraba
oírle llamarme de esa forma aunque en realidad siga molestándome. No consigo
retener una sonrisa cínica y me encojo de hombros, modesto.
—No tiene importancia…
—Si la tiene. ¿Cómo supiste?
—Me gusta mucho la anatomía… —Digo como
excusa pero él no se siente satisfecho con mi respuesta.
—¿Y vas por ahí dislocando y recolocando
hombros? –Pregunta mientras en su ceño se forma una arruga por la intriga de la
verdad de mis actos.
—Tenía un amigo. –Le digo, mirando a
través de su propia ventana, intentando buscar en el pasado algunos de mis
recuerdos—. Fuimos amigos del instituto. Le pasaba con frecuencia y tenía que
ir a la enfermería siempre. Le pasaba en clases de gimnasia, cuando jugábamos
en el patio, incluso algunas veces cargando la mochila de mala manera. Clack.
Se le salía. Al final acabó enseñándome a recolocárselo. Si no se le salía
mucho, él mismo, haciendo presión podría solucionarlo, pero cuando necesitaba
de otra persona yo le ayudaba.
—No tienes formación médica.
—No, pero no es tan difícil. No es una
operación a corazón abierto. –Me encojo de hombros—. La primera vez que le pasó
me dijo que fue a los once años, huyendo de unos chicos, se cayó y se le salió.
Desde entonces me dijo que le pasaba con más frecuencia. El cabrón tenía un
permiso del médico para no hacer ciertos tipos de ejercicios en gimnasia.
—Ya veo. –Dice Jimin mirándose las manos
en el regazo y después de unos segundos me vuelve la mirada, sonriente.
—Gracias por aquello, la verdad es que me
asusté mucho.
—No pasa nada. Los dos lo estábamos.
—Tú no lo parecías. Se te veía serio y… —Piensa
pero no encuentra la palabra.
—Estaba acojonado. Me puse a llorar del
miedo, de verdad. –Le digo avergonzado y él sonríe, con ganas de carcajearse de
mí, pero se contiene con respeto. Chasquea la lengua como reprimenda a sí mismo
y se vuelve a mí, con ojos encendidos de felicidad.
—No sabes cuánto me alegro de que
estuvieses conmigo aquél día. Creo que no me habría sentido tan seguro con
ninguna otra persona. –Le quito importancia y me muerdo el labio inferior. El
taxista nos avisa, con voz ronca.
—En cinco minutos llegamos. ¿Desean que
les deje justo en la puerta?
—Sí, si no es molestia. –Le pido y el
taxista asiente mirándome unos segundos a través del retrovisor y después
vuelve su mirada a la carretera. Yo me aliso los pantalones pasando las palmas
de mi mano por encima, me ajusto la placa con el nombre de Taehyung en el pecho
y me aseguro de que todos los botones de la camisa estén bien abrochados.
Suspiro largamente y miro a Jimin que me devuelve una mirada curiosa por mi
forma tan peculiar de desahogar mi nerviosismo. Me la retira con una sonrisa
infantil pero yo hago que me la devuelva—. Cuando conté la historia de Medusa,
¿te acuerdas? –Le pregunto a lo que él asiente con ojos pensativos—. Pensaba en
ti mientras la contaba, ¿sabes? Eres como Medusa. Eras. –Me corrijo—. O al
menos esa es la impresión que dabas. Arrogante, maleducado, siempre
anteponiéndote ante cualquiera. –Jimin entrecierra los ojos, levemente ofendido
pero yo le quito importancia, negando con el rostro—. No me mires así, ya sabes
que no es lo que pienso realmente, es solo la impresión que dabas.
—¿Quieres decir que mi vanidad me llevará
a convertir a la gente en piedra? –Niego con el rostro.
—No de forma literal, pero sí te ha llevado
al destierro junto con las gorgonas. –Digo sonriéndole pero él frunce el ceño,
confuso. Niego de nuevo con el rostro, de forma confusa—. No importa. No tiene
importancia. –Digo y Jimin no parece querer decir nada al respecto pero no
desfrunce su ceño y se queda con esa amarga expresión entre sus cejas. Puedo
ver el punto exacto en donde se acumula su ofensa por mis palabras y la
confusión de una explicación a medias, junto en el punto de encuentro entre las
cejas y los ojos, justo en el punto medio en que la simetría de su rostro le
deja un espacio vacío justo encima de su tabique nasal.
—Hemos llegado, caballeros. –Nos informa
el taxista mientras gira en una curva y vemos la prisión a lo lejos. No hay
mucho tráfico por esta zona dado que estamos casi a las afueras de la ciudad y
estamos rodeados de almacenes y naves vacías, pero se oye a lo lejos un
murmullo desconocido, una especie de barullo convencional de charlas
indiscriminadas. Lo comprendo al pasar justo por delante del patio de la
presión y veo a todos los presos en el patio, todos y cada uno con un mono de
color gris apagado, algunos algo más vívidos por lo que entiendo que son
prendas de ropa nueva. Pasamos casi a la velocidad de la luz y no me da tiempo
a observar nada en absoluto más que una masa esparcida de personas que se
quedan mirando al unísono el sonido del taxi y ven el coche pasar justo delante
de ellos. Todos vuelven la cabeza siguiendo el movimiento del taxi y me siento
levemente intimidado con la sensación de que en algún momento, no muy lejano,
un verdadero coche me traerá para un futuro incierto entre estas rejas.
—Puede parar aquí.—Le dice Jimin justo
cuando nos detenemos delante de la puerta de la prisión. Es un edificio de
ladrillo rojo con techos de pizarra. El alambrado todo alrededor me da la
sensación de que es más que una mera prisión, es un campo anti fugas, y el
torreón en medio del patio me lo confirma, con un policía ahí aparcado mirando
a través de los balcones del torreón. Si Yoongi puede escapar de este sitio,
Dios debe reconocerle el mérito de sus habilidades y acogerle con brazos
paternofiliales.
Jimin baja el primero del coche y yo me
bajo después, pero antes de poner un pie en el suelo me giro al taxista que se
gira para verme descender de su coche.
—¿Podría ayudarnos a meter una de las
cajas en el interior de la prisión? Me temo que no tenemos manos ni tiempo
para… —El taxista asiente, no muy emocionado con la propuesta pero colaborando
de forma altruista. Pienso en un primer momento que es altruismo, pero rápido
me doy cuenta del uniforme que llevo y el lugar en el que estamos. Seguro que
eso ha sido determinante, pero mi labia le ha convencido para no rechistar—.
Muchas gracias, señor. –Le digo bajándome al fin del taxi y conduciéndome al
maletero de donde Jimin baja la primera de las cajas. Sobre ella pone su
maletín negro y la coge con ambos brazos con el bastón colgado de uno de ellos
para conducirse el primero dentro de la prisión. Dos policías guardan la
entrada y yo los miro de lejos, teniendo como yo, un uniforme similar. Solo que
el mío es un par de rangos inferior. Yo cojo la segunda caja y el taxista, la
tercera. Son cajas pesadas y estoy seguro de que el pobre hombre no está
acostumbrado a cargar peso. Lo he notado en el gemido lastimero que ha soltado
mientras ha intentado levantar la caja con las manos. Yo ruedo los ojos y me
quedo mirando sus sucias manos manchadas de grasa y de uñas carcomidas que
abrazan la caja de cartón—. Tenga cuidado, son documentos muy importantes.
—¿De verdad? –Me pregunta curioso, casi
temeroso de que estén en sus manos. Puedo ver en la expresión tan sorprendida
que no solo no está acostumbrado a tratar con objetos de valor y no sabe el
precio de estos, sino que puede incluso que sea un inculto que haya leído un
par de revistas en su vida. Estoy seguro que es de esas personas que presumen
de leer el periódico todos los días y tener con ello una rica base de lectura,
pero solo se dedica a ojear las fotografías de las páginas de deporte.
—Sí, muy importantes. Ya le he dicho, soy
el hombre del papeleo. –Le digo mientras observo como Jimin se ha detenido en
la puerta de la prisión, detenido por ambos dos guardias que le miran con ojos
curiosos y profesionales. Yo llego a la altura de ellos y dejo mi caja en el
suelo. El taxista se pone a mi altura a los segundos y deja la caja a mi lado,
levemente fatigado. Cuando me vuelvo a él le doy un par de billetes que saco de
mi cartera y el taxista hurga en sus bolsillos para darme el cambio pero yo
niego con una mano—. Quédese con el cambio, por su amabilidad. –Le digo con una
sonrisa amable y él da un respingo sorprendido. Se pasa la mano por el pelo con
calvicie incipiente y me devuelve una sonrisa atolondrada, guardándose el
dinero en los bolsillos.
—¡Muchas gracias, agente! –Me dice mientras
me despide con una inclinación de cabeza y otra a Jimin a mi lado, pero esta
segunda es algo más seria, que no más profesional. Cuando el taxista se mete en
el coche yo me giro para mirar a los dos guardias de seguridad que nos recorren
con una mirada curiosa y Jimin está a punto de hablar cuando yo le interrumpo.
Ese era el trato, yo hablo con mis iguales y luego dentro, él habla con los
hombres de corbata.
—Buenos días, agentes. Tenemos que pasar
dentro, ¿se nos permite?
—¿Tienen cita con alguien? –Miran a Jimin
de arriba abajo, cayendo desde el primero momento en que es el abogado de
alguien.
—Acompaño al representante legal del
recluso Min Yoongi. –Uno de los policías abre los ojos, sorprendido
reconociendo el nombre mientras que el otro frunce los labios.
—Se ha metido en un buen lío. –Dice el
primero. Es un hombre de unos cuarenta años, aún con rasgos jóvenes pero con la
madurez en su mirada. Puedo ver su pelo negro entresaliendo de la gorra que
porta y como sus manos inquietas bajan por un amasijo de llaves que tiene
colgando de su cinturón. Sus ojos me miran directo a mí, que me sorprenden con
una mueca infantil y confianza—. Mire que yo he avisado de que es todo un
rufián, pero no quieren hacerme caso. –Le dice, al otro policía, quien frunce
el ceño. Este segundo es más joven, pero el más alto de todos los que estamos
aquí. Complexión fuerte y rasgos duros. Moreno, de ojos pequeños.
—¿El ladrón de obras de arte? –Pregunta
este segundo policía y el primero asiente. Yo miro a Jimin que me devuelve una
mirada entre divertida y temerosa. Ambos tenemos el corazón en la garganta y
puedo sentir como mi vello se pone de punta al sentir como cae la mirada del
segundo policía sobre mí. Yo me muerdo el labio y señalo el interior, a través
de las puertas de cristal.
—¿Podríamos entrar? Necesitamos hablar con
el responsable de la prisión. –El segundo policía no dice nada, y con ello
entiendo que no tiene autoridad ninguna sobre su situación, mientras que el
primero nos abre la puerta de cristal con un asentimiento de cabeza y señala el
mostrador que hay al final del pasillo.
—Tienen que ir allí. –Nos dice, mientras
miramos a través de la puerta—. Les harán pasar por un control de metales, algo
rutinario, y después ya podrán hablar con quien quieran… ¡Ah! Y tienen que
identificarse. –Nos dice mientras vuelve a toquetear su manojo de llaves.
—Muchas gracias. ¿Podría ayudarnos a
llevar una de estas cajas? –Le pido con amabilidad al primero de los policías
mientras Jimin ya carga con su caja y yo me agacho a buscar la mía, pero
mientras el policía asiente, le señala con el mentón la caja al segundo policía
que asiente algo resignado y nos ayuda a llevar la caja a lo largo del pasillo
de entrada. El interior es gris, apesadumbrado, entristecido por el color del
hormigón en las paredes. No hay un solo color a parte del gris en varias gamas
de colores. Me siento como si volviese a una película de los años treinta.
—Así que el representante de nuestro
Yoongi, ¿eh? –Le pregunta el primero policía a Jimin, que se ha puesto a su
lado. Yo estoy al otro del policía y mientras Jimin asiente, levemente confuso,
yo soy el que habla, como representante de Jimin.
—¿Lo conoce personalmente? Parece incluso
que le tiene cariño. –Le digo mientras caminamos por este pasillo iluminado con
fluorescentes.
—Hemos hablado a veces. –Me dice el
guardia mientras vuelve a toquetearse las llaves—. Soy el vigilante de la
sección de presos peligrosos. Ahora estoy en mi relevo pero normalmente soy el
que deambula por esos pasillos, y quién los vigila en la hora de la comida o
cuando salen al patio. –Dice, levemente entusiasmado—. Es un buen hombre, qué
duda cabe, pero a veces los buenos hombres se pierden…
Jimin le mira de reojo con una mueca de
sorpresa y recelo y yo sonrío como un bobalicón por sentirme tan extrañamente
confuso con la situación. Cuando llegamos al mostrador nos sorprende una mesa
vacía y yo miro alrededor. Puedo ver una televisión con varias cámaras
conectadas. Una a la entrada, varias del patio que hemos visto al venir y otra
de este mismo lugar. Puedo verme en ella, puedo verme a través de la imagen
levemente retardada y me miro a mi mismo desde la cámara.
—Vaya. –Dice el guardia—. Siempre igual.
–Chasquea la lengua y mira a su compañero que acaba de dejar la caja apilada
encima de la que yo he cargado—. Vete a buscar a Kang, —le señala la puerta
enrejada que separa este pasillo de las inmediaciones del interior de la
prisión—, Seguro que se ha ido al baño a fumar, el desgraciado. –Hace una mueca
enfadada y abochornada y el joven guardia asiente con una mueca de resignación
y desaparece a través de la puerta enrejada. Yo le devuelvo la mirada al hombre
que nos ha conducido hasta aquí y después miro el escritorio vacío—. ¿Y que han
venido a hacer? –Le pregunta a Jimin, haciéndonos dar un respingo a ambos. Yo
frunzo el ceño y Jimin le habla, tranquilo y pausado.
—Soy su abogado, hemos venido a hablar con
el director de la prisión. –Dice sin más y yo me muerdo el labio. El policía
asiente, comprendiendo, mirando el maletín en las manos de Jimin y después a
él, de arriba abajo.
—¿Creen que pueden indultarle? –Nos
pregunta, curioso—. Yo creo que va a ser difícil, pero he de reconocer que
cosas más raras he visto aquí dentro.
—¿Cómo qué? –Pregunta Jimin curioso y el
policía se encoge de hombros, sin la responsabilidad de esos sucesos sobre él.
—Aquí la gente cambia de opinión muy
rápido, ¿sabe? Si sabes donde pulsar, todos los presos pueden salir de sus
celdas.
—¿Hay alguna especie de botón mágico?
–Pregunta Jimin, frunciendo el ceño y yo le niego con el rostro.
—No habla de forma literal.
—Lo sé. –Me contesta Jimin, ofendido. El
policía nos mira y sonríe, animado por nuestra forma de tratarnos y posa una
mano sobre mi hombro, dándome pequeños golpecitos cordiales.
—Hagan su mejor intento, pero no sé si
merecerá la pena. No es más que un joven que ha cometido muchos errores, y me
da en la nariz que los seguirá cometiendo. –Dice el hombre, pasando un dedo por
su nariz varias veces, como si le picase. Yo frunzo el ceño y Jimin endurece su
expresión ya de por sí seria. Súbitamente tengo la necesidad incomprensible de
hacerle sonreír para volver a ver ese pequeño diente torcido. Me ha provocado
seguridad en un momento en que lo necesitaba y tengo que volver a verlo, para
humanizarle.
—Haremos nuestro mejor esfuerzo. –Le digo
seguro de mí mismo y el policía me mira con esa expresión condescendiente que
tanto odio, pero en él, es algo incluso triste.
—Estoy seguro de ello. Cuando entré a
trabajar aquí él ya estaba preso. Fue hace cuatro años. Créanme cuando les digo
que no tienen nada que hacer. Si el señor Min quiere salir, saldrá por su
propia cuenta. –Cuando sus palabras finalizan el otro guardia de seguridad
regresa con una expresión tranquila y casi amable.
—El señor Kang está de guardia en el
patio, sustituyendo al señor Han, que está con gripe en su casa. –Dice.
—¿Y han dejado la recepción desierta? –El
guardia se encoge de hombros como forma de decir, “ya, a mí también me parece
mal, pero no hay personal suficiente”—. Vale, déjalo estar. Sal fuera, que al
menos no se nos cuelen visitas inesperadas. –El segundo guarda asiente y se
despide de nosotros con una inclinación de cabeza mientras se aleja en
dirección a la salida, pasillo adelante. El guardia que se ha quedado con
nosotros resopla con solemnidad y pasa detrás del mostrador para quedarse como
oficinista en este pequeño trámite y nos mira de nuevo con una sonrisa
complaciente—. Siento este pequeño desbarajuste, no tenemos presupuesto para
cubrir las bajas de nuestros empleados y cuando alguno falla el resto estamos
como pollos sin cabeza. –Yo asiento, comprendiendo la situación y Jimin
suspira, como agradecido de la situación que se nos presenta.
—No nos hemos presentado, ¿verdad? –Le
pregunto y él parece ser consciente de ello repentinamente, dando un respingo
infantil.
—¡Oh! Tengo la cabeza en mil cosas. –Dice,
señalando al interior de la prisión con la mano, justo sobre la puerta por la
que ha desaparecido antes el guardia—. Hoy una de las cocineras ha derramado
toda una olla de arroz y el desayuno se ha retrasado media hora, los presos
trinaban. Luego uno de los presos, el número 128742, nada más salir al patio
estuvo montando alboroto y tuvimos que ir a ver qué pasaba. Y ahora esto. –Se
golpea la frente—. Y el día acaba de empezar. Señor, ¿qué más nos espera hoy…? —Exclama
haciéndonos sonreír levemente y mientras él se desenvuelve detrás del
escritorio, nos habla—. Mi nombre es John Lee. ¿Ustedes?
—Yo soy el policía Kim Taehyung. –Digo,
con un escalofrío de incomprensión en mi espina dorsal—. Y este es el abogado
de Min Yoongi, el señor Park. –Digo, temiendo decir su nombre completo y que
relacionen su rostro con el piloto de F1. El policía apenas posa la mirada sobre
él un segundo como convencionalidad social y rápido vuelve a mirarme a mí.
—Bien. Por lo que he entendido venís a
hablar con el jefe de la prisión. –Dice mientras sale del escritorio con un
pequeño instrumento de plástico negro en forma alargada y triangular que pita
de forma intermitente. Me señala para que extienda los brazos en forma de cruz
y entiendo que es un detector de metales.
—Sí. Venimos a hablar con… —El pitido se
vuelve mucho más alarmante y yo me saco la cartera del bolsillo, en donde cuelga
mi placa policial y el guardia me sonríe, divertido. Sigue pasando esa cosa por
todo mi cuerpo y yo ya no recuerdo donde me he quedado. Ya no sé qué estaba
diciendo ni sé si sabría encauzar la conversación. Tampoco sé muy bien qué
palabras usar. Comienzo a balbucear cuando Jimin me saca del aprieto.
—Queremos pulsar botón mágico para que
indulten al señor Min. –Dice, serio y firme. El señor Joon Lee se vuelve a él
con una mueca más que sorprendida por su seriedad y frialdad con el asunto.
Retira el detector de metales de mi cuerpo mientras lo apaga y se queda mirando
a Jimin como si esperase que fuese una broma pero Jimin no le retira la mirada
y lo que más temo en este instante es que se ría de nosotros. Que comience a
carcajearse con esa expresión que tanto odio de condescendencia.
—Oh, señores. Mucho me temo que eso no es
tan fácil. –Dice negando con el rostro y pasando ahora el detector de metales
por el cuerpo de Jimin—. Puedo concederos como mucho, y si el señor director no
está muy ocupado, una breve charla con él para que intentéis explicarle
vuestras intenciones, pero las cosas no son tan sencillas… —Cuando termina de
recorrer el cuerpo de Jimin con ese detector y lo guarda de nuevo detrás del
mostrador, Jimin le mira de forma autoritaria y sacando a relucir su maletín.
—Pues en ese caso dígale a su director que
queremos hablar con él, de inmediato. –Yo trago saliva y Jimin palmea su
maletín con una mueca divertida—. Dígale que queremos hacer una inversión en
esta prisión. –Le quita importancia negando con el rostro—. Apenas un donativo
de 60.000 dólares. –Sentencia y el guardia da un respingo casi involuntario. Se
nos queda mirando esperando esta vez que seamos nosotros los que nos riamos a
carcajadas pero yo asiento de forma endeble pero segura y él casi tropieza con
sus pies al salir corriendo al interior de las inmediaciones de la prisión.
Cuando ha desaparecido nos quedamos en un
incómodo silencio desahogado. Ambos comenzamos a respirar con tranquilidad pero
con necesidad, como si hubiéramos estado durante horas aguantando la
respiración y nos miramos, buscando en la mirada del otro el refuerzo de
seguridad que a nosotros nos falta, pero ver esa carencia en el otro nos vuelve
más endebles. Queremos reír por la reacción del guardia pero no tenemos el
valor, estamos siendo grabados y cuanto antes salgamos de la presencia de
cámaras mejore para nosotros, mejor para todos.
Comentarios
Publicar un comentario