EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 33

 Capítulo 33

 

Yoongi POV:

26/07/1995

 

“La noche más larga de mi vida”. Este va a ser el titular de esta nueva aventura. He tenido noches eternas, incluso el día del atraco al museo puede ser una de ellas, pero esta es, sin lugar a dudas, la más silenciosa y por lo tanto la más tediosa. No hay ruido en la carretera a parte del rugido del motor de este estupendo coche con olor a frutas. Me gusta este olor y desearía conocer a la dueña de este estupendo y maravilloso coche pero por ahora solo pienso en la soledad de la carretera en todo el trayecto a Busán, en la iluminación de los faros sobre el pavimento y en la forma en que algunos coches me han sobrepasado en la carretera. Han sido muy pocos. Es lunes de madrugada y todo el mundo debe estar durmiendo para levantarse en unas horas a trabajar, por lo que cada coche que veo a mi alrededor me parecen fantasmas de cuentos nocturnos. Somos espíritus vagando en esta oscura carretera hacia la inmensidad de la niebla.

Hace al menos veinte minutos que he llegado a la ciudad y he comenzado a dar vueltas por las manzanas sin sentido. Un cigarrillo entre mis dedos al volante humea en silencio y este humo se escapa por la ventana abierta a mi lado. Ha decidido unirse a la niebla que se extiende a estas horas a través de las callejuelas de la ciudad. Ahora mismo me estoy desplazando a través de las estrechas calles del distrito de Danggam. A todos lados veo pequeños comercios y tiendas cerradas. No consigo hallar la solución a mi problema por ninguna parte e intento buscarlo fuera del coche, dado que yo no tengo el ánimo de hallar la solución dentro de mi cabeza, agobiada con la situación alrededor. Los carteles de neón, los pocos que hay encendidos, compiten con las luces de las farolas alrededor y las calles están iluminadas por gamas de colores que si estuviesen en movimiento harían una atmósfera incluso divertida, pero así solo parecen teñir las calle de un muerto colorido artificial.

A lo lejos veo a dos jóvenes salir de una pequeña tiendecita abierta con el símbolo de “24H” en su cartel de neón. Las voces de los chicos aparece casi de la nada y yo los miro mientras aminoro la velocidad del coche y me quedo poco a poco observando la apariencia de los chicos. No son tan jóvenes como me han parecido al principio. Son de la edad de Jeon, posiblemente. Cada uno lleva un pequeño refresco y una empanada. Caminan en dirección contraria a la que yo conduzco y cuando paso con el coche a su lado ellos ni se vuelven a mirarme, lo que me causa una sensación de salvaguarda que me anima a acercarme más al pequeño veinticuatro horas. Cuando paro el coche justo delante me asomo al interior a través de la ventana del copiloto y veo que es un pequeño local repleto de estantes de un lado a otro con un pequeño mostrador y un anciano sentado justo detrás, leyendo el periódico. Suspiro largamente y bajo la ventanilla un poco. Me golpea un dulce aroma a empanada recién hecha.

Sin darle más vueltas me pongo la mascarilla y aparco el coche en doble fila mientras salgo y me acerco a la tienda asegurándome de que está completamente vacía a excepción del propio dependiente. Seguro que la tienda es suya. Nadie se queda un lunes de madrugada a atender a clientes fantasmas si no es su propio negocio. Cuando pongo un pie dentro el tendero da un respingo y caigo en que mi presencia no debe ser muy acogedora por lo que me deshago de la capucha y toso un par de veces, tornándole de sentido a la mascarilla que oculta mi rostro. Intento saludar con un gesto al tenderlo, pero un nuevo ataque de tos me vuelve a sobrecoger.

—Disculpe. –Le digo, entrando con paso firme—. Tengo que dejar de fumar. –Le digo jocoso y él señor asiente, con expresión comprensiva.

—Mi mujer me dice lo mismo cuando la despierto con la tos. –Dice y señala una pequeña pipa de madera a su lado. El hombre debe tener más de sesenta años, pelo cano en donde aún tiene y ropas viejas, muy sobadas. Me mira entrecerrando los ojos, como si le costase enfocar. Miro el reloj sobre él. Son las dos y media de la mañana. Pasadas.

—¿Podría ponerme un café templado y una empanada de esas que huelen tan bien? –Le digo señalando la cafetera detrás de él y las empanadas en el estante de cristal a su lado. Dentro del propio local veo unas cuantas mesas con unas sillas. Todas vacías. Gracias a Dios.

—¡Claro! –Dice el señor animado. Seguro que soy el tercer cliente que tiene en toda la noche—. ¿Hace frío fuera? –Pregunta mientras se gira y sirve un poco de café caliente en una taza—. ¿Leche?

—Sí, por favor. No, no hace frío. Pero la verdad es que se agradece. Estos días hace un calor terrible.

—Lo sé. –Dice mientras sirve leche fría dentro de la taza de cartón y me la extiende sobre el mostrador y después se dirige a unas pinzas metálicas dentro de la vitrina y me saca una empanada—. ¿Jamón y queso o atún y tomate?

—Jamón y queso. –Le digo y él asiente.

—¿Para tomar o para llevar?

—Para tomar. –Le pido y cuando está sirviéndola en un pequeño plato respiro profundamente y agarro con una mano la taza de café mientras que con otra saco la cartera para pagarle y me atrevo con la pregunta que lleva un rato dando brincos dentro de mi mente—. Disculpe, pero ¿no tendría por ahí alguna guía de teléfonos? Me he mudado hace poco a la ciudad y necesito contratar a un fontanero, pero no tengo guía de teléfonos…

—¡Por supuesto! –Dice risueño y se rasca unos segundos la cabeza—. Tengo una en el almacén. Siéntese ahí que ahora mismo se la traigo. –Me dice señalando una mesa al lado del mostrador. Yo asiento conduciéndome con el café y la empanada a la mesa y el hombre se mete en la puerta del almacén al fondo del local y mientras me siento intento tranquilizarme y darme un respiro para pensar y repasar las palabras que le he dicho y asegurarme de parecer una persona del todo normal. Me froto las manos entre ellas, bebo un poco del café, le doy un muerdo a la empanada y reaparece el dueño con una guía telefónica de color anaranjado que me deja sobre la mesa con un sonoro ruido pesado. Es un tomo gigantesco y lo miro con recelo mientras pienso que uno de todos esos números, con suerte, es el de la empresa del padre de Jimin y, con más suerte todavía, puede venir su dirección—. Aquí tiene. –Me dice mientras yo le miro con una sonrisa en los ojos.

—Muchas gracias. En seguida se la devuelvo. –Le digo mientras él asiente y regresa a su lugar detrás del mostrador. A los segundos, apenas cuando me he hecho con el tomo, regresa con un pequeño papel en blanco de una libreta arrancada y un bolígrafo.

—Toma, seguramente lo necesites. –Me dice y yo asiento, sonriendo.

—¡Gracias! –Le digo ilusionado y él regresa detrás del mostrador para agarrar la pipa y encenderla, en silencio. Se sienta con un quejido y comienza a hacer un sonido de “Pob” “pob” mientras tira de la pipa para extraer el humo. Yo lo miro con nostalgia, como si mirase a un inocente cordero que está siendo escrutado por un lobo hambriento y rápido me meto de lleno en el gran tomo mientras rebusco entre la lista de anuncios publicitarios. Anuncios de compañías de luz, anuncios de compañías de agua, anuncios de pequeñas empresas de albañilería. Carpinteros, fontaneros, bancos, bares, bibliotecas…

Bebo café. Reprimo fumarme un cigarrillo.

—¿Está buena la empanada? –Me pregunta el dueño haciéndome dar un leve respingo y asiento de forma afirmativa.

—La mejor que he probado. ¿Es casera? –Le pregunto mientras sigo pasando páginas. Ni siquiera sé lo que estoy buscando, pero tengo esa extraña sensación de que cuando lo encuentre, sabré que lo he encontrado.

—¡Sí! –Dice el señor orgulloso, dejando escapar dos finas nubes de humo a través de sus fosas nasales—. Todos los días en mi casa preparo una remesa de diez o doce y las traigo aquí.

—Están muy buenas, de verdad. Y el café también. –Le digo mientras sigo pasando anuncios. Peluquerías, librerías, supermercados…

—Gracias. –Dice—. ¿Y qué problema tienes en casa, joven? ¿Dónde te has mudado? –Me pregunta. Yo dejo de pasar páginas y pienso en una respuesta viable.

—Me he mudado hace un mes a un pequeño piso en la calle Gugak—ro. –Digo, acordándome de esa avenida llena de pisos viejos.

—¡Uf! –Resopla—. Pisos de estudiante… Son pequeños y están un poco destartalados, pero no están mal si tienes poco presupuesto.

—Ya… —Suspiro—. Y tengo problemas con los desagües. El baño apesta.

—Ya me imagino… —Dice negando con el rostro—. Seguro que todo el bloque tiene el mismo problema.

—Sí, pero nadie hace nada. La gente prefiere conformarse con el olor y seguir adelante con sus vidas.

—Ya. –Dice, negando el rostro mientras tira de su pipa—. ¿Eres estudiante?

—No. –Niego con el rostro—. Pero como si lo fuera…

—Ya entiendo. ¿Acabas de independizarte de casa?

—Algo así. –Digo y sonrío, pero él no puede ver mi sonrisa. Sigo pasando adelante. Empresas de informática, empresas de decoración de interiores. Arquitectura, muebles…

—¿Tu familia es también de Busán? –Dice, pensativo—. No tienes acento…

—No. –Niego con el rostro—. Son de Daegú.

—Ah… —Dice sonriendo—. Bonita ciudad. Trabajé hace unos años allí. Conocí a mi esposa allí. Era una camarera…

—Sí, es una ciudad muy acogedora…

—Sí. –Dice el señor y vuelve a soltar humo por sus fosas nasales. Miro afuera, el coche sigue en su sitio. Llevo más de quince minutos buscando. El café se acaba, la empanada solo son migas sobre un plato.

—Si Jeon estuviera aquí lo habría encontrado nada más abrir la guía. –Digo para mí, desanimado. Me muerdo el interior del carrillo cuando un anuncio salta a mí como una alimaña hambrienta.

“Coleccionistas Park. Empresa de coleccionismo, compra y venta de obras de arte y objetos de valor histórico. Desde 1967. Número de teléfono: ***—***—***. Si desea contactar con nosotros marque este número. Atendemos las veinticuatro horas del día.”

Con el boli a mi lado apunto el número de teléfono y el nombre de la empresa. La sensación vuelve a mí, esa es la empresa. Pero no puedo evitar sentirme decepcionado porque solo he conseguido el número de teléfono, no la dirección, y eso me causa una angustia indescriptible.

Sin alargar más esta tortura cierro la guía de golpe, apuro el café y me levanto levemente aturdido hasta el mostrador y le extiendo la guía que él recoge con una amplia sonrisa.

—Muchas gracias, ya tengo lo que buscaba. Me ha sido de mucha ayuda. –Le digo devolviéndole el plato de la empanada y el pequeño vaso del café. El señor asiente.

—No hay de qué. Espero verle más a menudo a por más empanadas.

—Vendré. –Le miento—. Buenas noches.

—Buenas noches. Y cuídese la tos. –Me dice y yo asiento para salir y volverme a cubrir con la capucha.

Me meto dentro del coche y el silencio en el interior de este me hace sentir una gran angustia creciendo en forma de nudo en mi garganta. Arranco el coche mientras pienso, en completo silencio. La situación es simple: Tengo un número de teléfono y antes del alba tengo que estar en Daegú. La respuesta está clara, tengo que llamar al maldito número y conseguir como sea la información. Jeon lo haría mejor que yo porque tiene labia, pero yo tengo un objetivo y poco tiempo, así que doblo un par de esquinas, busco con la mirada un teléfono en la calle y cuando encuentro uno vuelvo a parar el coche en doble fila y me bajo del vehículo con las piernas temblándome. Antes siquiera de coger el auricular me enciendo un cigarrillo, el penúltimo. Suspiro, aspiro el humo, lo trago, lo devuelvo a la atmósfera y saco el trozo de papel con el número de teléfono.

Cojo el auricular. Meto unas cuantas monedas en el teléfono. Hacía tiempo que no me sentía tan terriblemente solo en medio de la nada. No hay nadie en la calle pero aunque esto estuviera abarrotado la sensación sería la misma. Estoy perdido en una ciudad que no conozco de nada y con Jeon y Taehyung en otra estúpida ciudad a cien kilómetros, con Jimin en algún lugar de esta ciudad y conmigo en medio de la calle, aferrado al auricular de un teléfono. Mientras sujeto este con una mano sobre mi oreja derecha, con la mano izquierda y el cigarrillo entre mis labios marco el número del papel que sostengo con la propia mano que marco. Suenan unos pitidos, y comienzo a repasar mentalmente el número asegurándome de que lo he marcado correctamente. Dos pitidos. Tres. Comienzo a arrepentirme. Comienzo a palidecer. Una voz suena al otro lado.

—¿Sí? –Pregunta una voz seria y grave.

—¿He llamado a “Coleccionistas Park”? –Pregunto con seriedad y la voz al otro lado se muestra algo más amable.

—Sí, somos nosotros.

—Perdone las horas, pero acabo de salir del trabajo y no he tenido tiempo en toda esta semana, y no quería demorarlo más… —Suspiro, apesadumbrado.

—No se preocupe. Para esto estoy.

—¿Estoy hablando con el jefe de la empresa? ¿El señor Park?

—Eso es. Dígame, ¿Cuál es el motivo de su llamada?

—Pues mire, quería contactar con usted para saber si le interesan unos cuantos carteles de Alexander Rodchenko*, del constructivismo* ruso. –Suspiro en silencio—. Mi abuelo estuvo muchos años viviendo en Rusia y cuando regresó a corea en la época de la guerra trajo consigo muchos carteles de este hombre. Mi familia y yo los hemos descubierto ahora hace poco y quería contactar con usted por si le interesan.

—¿Cuántos carteles son? –Me pregunta tras un silencio pensativo.

—Veinticinco. –Digo—. Uno de ellos es el dibujo del Potemkin*. –Digo esperando que ese dato revalorice mis palabras—. No soy mucho de este tipo de arte, prefiero el oriental, pero me he informado y al menos valor tienen…

—Sí, son valiosos, pero no tanto como sus cuadros.

—Lo entiendo. Pero dígame, ¿le interesan?

—La verdad es que no me importaría echarles un visitado, pero yo trabajo con obras, ¿cómo le explico? Algo más exclusivas. Comprenda que el tema de diseño gráfico y cartelería no es tan demandado. Toulouse Lautrec*, tal vez, pero Alexander Rodchenko es más moderno y hoy en día en Rusia sigue ese estilo de diseño, por lo que no es algo “antiguo”. ¿Comprende?

—Comprendo, a la perfección.

—¿Cuánto pide por ellos?

—Primero me gustaría que usted los viese y me diese un precio. Todo lo que sé de ellos es porque me he informado, ya le he dicho que no tengo mucha idea. Me gustaría, si no le importa, pasarme por el lugar en donde usted suele atender a sus clientes y enseñárselos. No estaré mucho tiempo en Busán, dado que tengo que viajar al extranjero por problemas familiares…

—¿Seguro que no prefiere quedárselos usted? –Me dice y yo me muerdo el labio inferior y le doy una calada al cigarrillo—. Mire que el valor sentimental que su abuelo pudo dejar en ellos…

—No se preocupe en eso. Es más, nos haría falta el dinero a mí y a mi familia…

—¿Es una situación delicada?

—Digamos que sí. Mi esposa tiene problemas de salud y tenemos que viajar a Estados Unidos…

—Vaya, cuánto lo siento. –Suspira al otro lado del teléfono y yo frunzo el ceño—. Si le parece bien podría pasarme por su casa, o donde esté residiendo y…

—Mejor me paso yo por su oficina, si no le importa. Estos días ando de un lado a otro y me gustaría ser yo quien aprovechase los desplazamientos.

—Vale, como usted diga, pero ya le aseguro que no voy a poder darle un precio muy alto.

—Lo comprendo, pero cualquier cosa será mejor que nada…

—Está bien. –Suspira.

—¿Me da la dirección de su oficina?

—Claro. Es mi casa particular, en donde atiendo a los clientes. Es la calle 3 en el distrito de Gaegeum—dong. El cuarto chalet cogiendo la calle desde la izquierda. –Busco alrededor algo con lo que apuntarlo pero no encuentro nada en absoluto y maldigo por dentro. Siempre me pasa lo mismo.— En la fachada del muro exterior hay un cartel en bronce que pone “Coleccionistas Park”. No tiene pérdida. –Termina y yo cierro los ojos con fuerza mientras intento retener la información.

—Distrito de Gaegeum—dong, calle 3, chalet 4, cartel de bronce.

—Exacto. —Dice y yo palidezco.

—No soy de la ciudad, ¿Dónde podría encontrar esa urbanización?

—Mire, desde el centro de la ciudad coja la autopista 22 y siga hacia el este, todo recto. Por el camino verá aparecer un cartel con el nombre de la urbanización y solo es girar a la derecha y ahí la tiene. Después solo siga lo que le he dicho.

—Perfecto, muchas gracias. ¿Cuándo le viene bien que me pase?

—Cuando usted pueda. –Me dice y yo me muerdo el labio inferior.

—¿Le parece bien el viernes que viene? Estos días estoy de médicos hasta arriba y el lunes que viene ya no estaré en Busán…

—Perfecto. El viernes nos vemos. –Sentencia y yo suspiro aliviado.

—Adiós, y muchas gracias.

—Gracias a usted. –Dice y yo cuelgo.

Nada más hacerlo me abalanzo hacia el coche, me meto en el interior y rebusco como loco en la guantera algo con lo que apuntar la dirección pero solo encuentro un par de pintalabios. Ante la desesperación cojo uno de color granate y apunto en el mismo papel donde tengo el número de teléfono mis palabras dichas hace segundos atrás.

Autopista 22. Distrito de Gaegeum—dong, calle 3, chalet 4, cartel de bronce.

Tiro el cigarrillo por la ventana y arranco el coche.

 

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*Aleksandr Mijáilovich Ródchenko (en ruso, Алекса́ндр Миха́йлович Ро́дченкo, San Petersburgo 5 de diciembre de 1891 — Moscú, 3 de diciembre de 1956) fue un escultor, pintor, diseñador gráfico y fotógrafo ruso catalogado como de los artistas más polifacéticos de la Rusia de los años veinte y treinta. Fundador, entre otros, del constructivismo ruso. Estuvo casado con la también artista Varvara Stepánova.

*El constructivismo fue un movimiento artístico y arquitectónico que surgió en Rusia en 1914 y se hizo especialmente presente después de la Revolución de Octubre. El término construction art ("arte para construcción") fue utilizado por primera vez, de manera despectiva, por Kasimir Malévich para describir el trabajo de Aleksandr Ródchenko en 1917. Además del constructivismo ruso o soviético, que se vincula al suprematismo y al rayonismo o cubismo abstracto; se habla también de un "constructivismo holandés": el neoplasticismo de Piet Mondrian, Theo van Doesburg y el grupo De Stijl. No debe confundirse con abstracción constructiva. Características: sus obras fueron difusoras de las propagandas Revolucionarias. Realizaban carteles, propagandas, fotografías, ilustraciones, etc. Tenían un predominio de la tridimensionalidad y las líneas inclinadas, también, poseían motivos abstractos, utilizaban formas geométricas y lineales.

*El Potemkin (en ruso: Князь Потёмкин—Таврический, Knyaz Potiomkin Tavrícheski, «Príncipe Potiomkin de Táurica») fue un acorazado pre—dreadnought ruso que se construyó para la Flota del Mar Negro de la Armada Imperial Rusa. El buque se hizo famoso por el motín de sus marineros contra los oficiales en junio de 1905, durante la Revolución rusa de 1905. Tiempo después este motín se consideró un primer paso hacia la Revolución rusa de 1917 y se convirtió en un símbolo revolucionario gracias a la película muda El acorazado Potemkin, dirigida por Serguéi Eisenstein en 1925.

*Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa (Albi, 24 de noviembre de 1864 - Château Malromé, Saint—André—du—Bois, 9 de septiembre de 1901), conocido simplemente como Toulouse—Lautrec, fue un pintor y cartelista francés, que destacó por la representación de la vida nocturna parisina de finales del siglo XIX. Se le enmarca en el movimiento postimpresionista, pero hay debates sobre si la intención subversiva de su obra contra el statu quo de las relaciones extra—matrimoniales debe hacer su obra única, creando su categorización propia e inconmensurable.

 

     


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