EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 32
Capítulo 32
Yoongi POV:
26/07/1995
Me subo los vaqueros mientras doy un par
de saltitos y me abrocho el botón después de subirme la cremallera. Me siento
al borde de la cama y con un largo suspiro me abrocho las zapatillas. Afuera
solo están las luces de unas farolas en medio de la nada. Su luz anaranjada
entra a través de las cortinas de la ventana produciendo un conjunto de sombras
en movimiento que me hace sentir nervioso y acongojado. Mientras medito sobre
mis actos me ato los cordones y rebusco en la bolsa de viaje una sudadera,
preferiblemente de color oscuro. Encuentro una negra, perfecta para la ocasión
y que aun no he estrenado. Cuando la llevo a mi rostro me embriaga el olor de
Jimin sobre ella y mi estómago da un vuelco precipitándome a un abismo de
emociones que me dan la suficiente fuerza como para seguir adelante.
Me meto dentro de la sudadera y me ajusto
a su forma, a su complexión. Me queda un poco grande, solo un poco, pero es
suficiente para estar más holgado. Dentro de mis vaqueros meto una horquilla,
unas pequeñas tijeras, la cartera con algo de dinero, no mío, desde luego, un
pequeño destornillador dentro del bolsillo de la sudadera y una mascarilla
negra en el bolsillo trasero del pantalón. Miro a mi alrededor con la sensación
de que me falta algo, pero no es cierto. Es una sensación infundada por el
sentimiento de soledad que me atenaza. Es ya muy de noche, son casi la una de
la mañana y tengo que salir ya, si quiero regresar aun de noche. Alguien llama
a la puerta de la habitación con dos golpecitos casi imperceptibles y yo me
giro a la puerta, asustado.
—¿Sí? –A mi pregunta el pomo de la puerta
se gira y escudriño el rostro de Jeon a través de la pequeña apertura.
—¿Estás? –Me pregunta y yo asiento
mientras salgo de la habitación seguido por su mirada. Taehyung está sentado en
el sofá con rostro triste y levemente asustado. Con la misma expresión que Jeon
cuando me intenta sonreír pero se queda en un mero intento.
—Creo que lo llevo todo. –Digo, palpando
de nuevo mis bolsillos.
—¿Llevas el dinero?
—Sí, pero malo ha de ser que se quede sin
gasolina…
—No está de más que lleves dinero por si
acaso. –Comienza a mirarme de arriba abajo—. ¿Por dónde irás?
—Acortaré por Cheongdo, Miryang, y rodearé
Gimhae por el este. En vez de pasar por Ulzzang. –Jeon asiente a mis palabras—.
Son unos cuarenta y cinco minutos de viaje. –Digo suspirando y Jeon posa sus
manos sobre mis hombros.
—Si te sirve de algo, Jimin me dijo una
vez que sus padres vivían en una urbanización…
—También me dijo eso a mí, pero no sé
mucho más. Intentaré hacerme con una guía telefónica… —Suspiro—. Ya se me
ocurrirá algo por el camino. –Jungkook asiente pero Taehyung nos interrumpe.
—Tengo entendido que la empresa del padre
de Jimin no tiene sede. Es decir, que no tiene número de empresa, sino que el
número que figure como número de empresa debe ser el del propio teléfono del
señor Park. ¿Entiendes? –Yo asiento mientras Jungkook frunce el ceño—. Por lo
que la dirección de la empresa debe ser la misma que la de su casa. No sé si
podrás hacerte con la dirección de la empresa, pero si ves una dirección,
dirígete ahí.
—Gracias. –Le digo pero Jeon no parece del
todo convencido.
—Nadie pone su dirección así sin más a la
vista de todos. Si es cierto, te va a ser difícil entrar en su casa…
—Ya lo tenía pensando. No creerías que
Jimin vive en un pequeño piso de alquiler…
—Ya… —Suspira y acaba meneando la cabeza
en forma de deshacerse de los pensamientos, que le atosigan tanto o más que a
mí. Cuando vuelve en sí me regala una mirada comprensiva pero entristecida.
Suspira lo que estaba aguardando por salir—. Quiero ir contigo…
—No puede ser. Es mejor así. Si me cogen,
Dios no lo quiera, solo cogen a uno.
—Compartir celda… —Dice, sonriendo—.
Seguro que no estaría mal…
—No hagas esas bromas. –Le dice Taehyung,
levemente preocupado y yo sonrío por la expresión de ambos. Con un largo
suspiro abrazo a Jeon por la cintura y poso mi cabeza en su pecho, haciéndole
dar un respingo y cuando es consciente de mi abrazo él me lo devuelve con mucha
más fuerza, tanto que me corta la respiración y mis costillas amenazan con
romperse. Me deshago de él revolviéndome bajo su abrazo y él me suelta con una
risa avergonzada. Ahora es el turno de Taehyung que se levanta para abrazarme y
darme un par de golpecitos en la espalda.
—¿Algún consejo como ex policía? –Le
pregunto, y la verdad que muy necesitado de ello.
—Si te apuntan con un arma, no te
revuelvas. –Me dice divertido y yo alzo una ceja.
—Vaya consejo. –Le regaña Jungkook y
Taehyung se vuelve a mí, serio.
—Te lo digo enserio. –Dice.
—Hazme caso a mí. –Me dice Jeon,
cogiéndome de nuevo de los hombros—. Quieren matarte, así que van a dispararte
aunque estés tirado en el suelo, con las manos en la nuca. Corre por tu jodida
vida y procura que no te vean. –Me dice, serio y autoritario. Casi me recuerda
al momento en el que dentro del museo sonaron las alarmas y él dejó a un lado
el pánico que a todos nos embriagaba y tomó las riendas del robo. Yo asiento,
tomándome sus palabras casi como una orden militar y él vuelve a abrazarme,
desmoronando esa fuerza en el gesto.
—Volveré con él, te lo prometo. –Le digo
mientras hunde su rostro en mi frente.
—Lo sé. Y si vuelves con las manos vacías
pienso ir yo y arrastrarle por los pelos. ¿Entendido? –asiento y me besa en la
frente mientras acaricia la piel en mi nuca, donde mis cabellos se erizan por
su contacto. Con un golpecito en la espalda me suelta y yo salgo por la puerta.
Les miro, les sonrío y cierro detrás de mí con una expresión sonriente pero
cuando vuelvo a estar en soledad mi sonrisa se desmorona y me cubro la cabeza
con la capucha de la sudadera mientras camino por el portal. Cuando salgo a la
calle me sorprende una suave brisa veraniega que me pone los pelos de punta y
meto mis manos dentro del bolsillo central de la sudadera donde encuentro el
destornillador y me choco con él dando un pequeño respingo, pero después lo
agarro con fuerza mientras me sustento en su presencia para continuar adelante.
Miro a mi espalda, hacia la puerta del portal, y después hacia una de las
ventanas del bloque en donde la figura de Jeon me sorprende asomado, apoyado
con sus antebrazos sobre el dintel. Me detiene con un gesto y señala algo en su
mano. Lo zarandea unos segundos y después me hace una señal de que va a
lanzármelo. Lo hace mientras yo saco mis manos del bolsillo y su puntería es
asombrosa, igual que mi recogida.
—Lo necesitarás tú más que yo. –Me dice
mientras miro lo que me ha lanzado. El paquete de cigarrillos. Sonrío con la
imagen de este paquete arrugado, con el envoltorio de plástico casi desprendido,
con tres cigarrillos en el interior y con el mechero acompañándoles. Miro hacia
arriba y zarandeo como él ha hecho el paquete en señal de agradecimiento y
después le señalo el interior de forma en que se meta adentro. Lo hace
asintiendo y cierra la ventana, corre la cortina y segundos después la luz se
apaga, dejando la casa en una profunda oscuridad lúgubre y enrarecida. Yo sigo
calle adelante mirando uno por uno los coches que se encuentran aparcados al
lado de la carretera.
Esta es una calle, aunque ahora vacía,
demasiado visible. No es buena idea hacerme con un coche en donde hay
demasiadas ventanas que puedan estar vigilándome. Sigo caminando y me siento
como si estuviese en una misión a contrarreloj. Me siento terriblemente perdido
y desazonado ante la idea de presentarme en Busán y comenzar a dar vueltas sin
sentido buscando una casa que no sé dónde diablos se encuentra. Y aun así,
peores pensamientos me atenazan. ¿Y si realmente Jimin dijo la verdad y no se
encontraba ahí? ¿Y si a pesar de llegar a Busán, encontrar milagrosamente la
casa, él no quiere venir conmigo? ¿Y si sus padres me encuentran? ¿Y si la
policía me para en el camino? No tengo documentación, y de enseñarla, me
meterían una bala entre los ojos…
Las ideas me apabullan y tengo la
necesidad de llevarme un cigarrillo a los labios y meterme el humo hasta el
estómago, pero tengo una prioridad, y tengo que acatarla. Iré por partes,
improvisaré sobre la marcha porque pensar en ello ahora no puede ayudarme. Me
marcaré metas temporales. Ahora tengo que encontrar un coche, y una vez lo
tenga, ya pensaré en el siguiente problema. Mientras tanto solo oigo el sonido
de mis pasos calle abajo y el murmullo proveniente de alguna casa cercana, una
discusión en la que yo no colaboro. A lo lejos, alguien paseando con un perro y
una revista de la mano. Alguien pasa a toda velocidad con el coche. Yo me hundo
más en la oscuridad de mi capucha y suspiro largamente.
Más adelante, en una callejuela que
aparece a mi izquierda veo un coche, no en muy buen estado pero seguro que
moverse, se mueve. La cosa es que es un callejón con una entrada a los pisos de
los bloques a cada lado y de seguro que el dueño del coche es uno de los
inquilinos en estos pisos y lo primero que hará al despertarse es asomarse a su
ventana para asegurarse de que su coche sigue ahí y al no encontrarlo, pondría
una denuncia de inmediato. Sigo adelante aunque a cada paso pierdo las
esperanzas de encontrar nada mejor. A medida que camino, y solo cuando me he
alejado lo suficiente del piso, soy consciente, como un súbito recordatorio, de
que esta es la ciudad en la que nací a pesar de que apenas salí del barrio
inmundo en el que me crié. Este sentimiento me hace sentir más relajado, como
si estuviese de nuevo en mi entorno, en mi elemento. Camino hasta que me topo a
lo lejos con un parking público en medio de un descampado con al menos unos
veinte coches unos contra otros. No hay nadie alrededor y esa sensación de
soledad me motiva para acercarme. Si desaparece un coche en medio de un montón
de coches poca gente se dará cuenta y cuando me interno dentro del barullo de
coches me fijo en las matrículas. Busco un coche que no sea de fuera de la
ciudad porque eso implicaría que puede ser de un turista que ha venido a pasar
el fin de semana o algo parecido y no quiero arriesgarme a que mañana a primera
hora quieran regresar y no encuentren su coche. Espero que antes del alba el
coche ya esté destartalado en el desguace, pero es jugarse el cuello y no me
arriesgo.
Acabo encontrando un Nissan Micra del 93.
Tiene una fina capa de polvo sobre él y tiene matrícula de aquí. Lleva al menos
tres días sin moverse a juzgar por un par palominas sobre la luna trasera y por
la apariencia levemente dejada del coche. No está nada estropeado, es más,
parece estar impoluto si no fuera por el polvo y algo de mierda en las ruedas.
De nuevo miro alrededor y me aseguro de que no hay curiosos. El interior parece
confortable, cuatro plazas pero de maletero minúsculo. Suficiente. No hay señal
de “bebé a bordo” ni objetos personales excesivos. Unas pequeñas pulseras con
chinitos de la suerte de madera colgando del retrovisor, un pañuelo rosa con
colores sicodélicos sobre el salpicadero y en la parte de los asientos traseros
un pequeño cojín beige con puntilla. Es el coche de una mujer.
Sin pensarlo demasiado meto la horquilla
en la cerradura del coche y se me resiste un poco pero acabo haciendo que la
cerradura ceda ante la presión y esta se abre, en silencio. Cuando lo tengo
para mí me arrodillo en el suelo, vuelvo a mirar a todos lados y quito la parte
inferior del volante para descubrirme de nuevo antes el amasijo de cables de
siempre. Con las pequeñas tijeras corto los que corresponden y uno los que he
cortado con otros. El motor se arranca y rápido me adentro, cubro de nuevo los
cables con la tapadera de plástico y me marcho de allí con el corazón a mil. No
es hasta que no me he incorporado a la carretera y voy en destino a Busán que
no comienzo a ser consciente de lo que acaba de suceder. Sin pensar demasiado
quito las pulseras del retrovisor, el pañuelo del salpicadero y lo meto en la
guantera. Dentro de ella me encuentro la documentación del coche, unos
caramelos de fresa, unos chiles de menta y un par de pintalabios.
Suspiro largamente mientras aflojo el agarre en el volante. Relajo mi cuerpo en tensión. La noche no puede estar más oscura y yo no puedo estar más nervioso.
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