EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 29

 Capítulo 29

 

Jimin POV:

20/07/1995

 

Camino despacio a través del pasillo, bajo las escaleras seguido por la luz que sale del despacho de mi padre y cuando llego al fondo del pasillo en donde se encuentra la puerta entreabierta cojo aire. Mis pies sobre la alfombra que recorre el suelo de la estancia me hace sentir más tranquilo pero no puedo evitar ponerme nervioso ante la idea de mirar a mi padre a la cara mientras intento mantener la calma porque la realidad me ha golpeado con una dura idea que no consigo sacarme de la cabeza. Me paso las manos a través de mis pantalones de pijama intentando secar mis palmas sudadas. Me paso el dorso de la mano por la frente y después interno los dedos entre mis cabellos para despejarlos de mi rostro. El pelo me huele a limpio, la ropa también y todo a mi alrededor se ha vuelto distinguido y lujoso. No entiendo en qué momento ha sucedido pero me siento como en casa, pero al mismo tiempo, de vuelta a un infierno que pensé que tenía olvidado.

Paso la mano a través de la pared, de su pintura y esquivo los muebles que hay alrededor y algún que otro cuadro. Me quedo mirando el cuadro que acabo de sobrepasar y no sabría jurar si tiene valor o no, ni siquiera si es de alguien importante, ni qué cuadro es, pero comienzo a preocuparme seriamente por lo que implica que mi padre trabaje con obras de arte. Y el hecho de que yo haya robado catorce. Me siento levemente mareado y me detengo a mitad de camino para quedarme en medio de esta semioscuridad de un pasillo cargado de una estética demasiado recargada por adornos que simulan un ideal de vida demasiado barroco. No podría especificar si es un estilo barroco o estoy confuso, equivocado en respecto a ello. Jamás quise estudiar y ahora me arrepiento porque no consigo entender el valor del lujo que me rodea ni tampoco la implicación que mi padre tiene sobre él. Tampoco entiendo el daño que he podido hacer con mis actos ni si mi presencia en todo esto era algo planeado. Cuanto más lo pienso más sentido tiene, y menos ganas tengo de seguir pensando. Entonces la información se sedimenta en el fondo de mi mente y solo encuentro una sustancia compacta a la que no puedo acceder.

Cuando llego a la puerta del despacho de mi padre toco un par de veces con los nudillos sobre la puerta y esta reverbera hacia el interior, lo que me pone nervioso. Justo entonces es cuando me arrepiento y estoy tentado en regresar, pero no lo hago porque la voz de mi padre me detiene y me invita a pasar cortésmente.

—Adelante. –Dice desde dentro y yo cojo aire, lo suelo, me muerdo el labio inferior y entro en el interior de la habitación mientras miro por todas partes buscándolo con la mirada. Lo encuentro sentado en el escritorio de madera mientras se quita las gafas para mirarme a través de la distancia. Yo le sonrío tímidamente mientras me adentro y él me señala la parte frontal de su escritorio para que acuda hasta él y le hable, le explique mis motivos de esta visita a estas horas de la noche. Ya sabe porqué he venido, pero seguro que no se huele mis segundas intenciones—. ¿Qué quieres? ¿Vienes a darme una respuesta en cuanto a lo que hablamos ayer? –Me pregunta y yo suspiro mientras busco las palabras adecuadas. Antes de entrar ya las tenía, pero con los nervios se me han escapado y tengo que encontrarlas de nuevo.

—La verdad es que venía a que me hablases de tu empresa. –Le digo posando las manos detrás de mi espalda, fingiendo mostrar desinterés pero algo de ánimo para continuar.

—¿Eso es que sí?

—Eso es que me gustaría saber de ella. Siento haber estado tantos años fuera de esta familia, pensando solo en mí. No me daba cuenta de lo que tenía alrededor. –Con mis palabras mi padre me lanza una mirada sonriente y esperanzada de una madurez que aun no me ha llegado y rápido asiente, levantándose del escritorio.

—Me alegra oírte decir eso. –Dice, sonriendo—. La verdad es que tu madre y yo estábamos muy preocupados por ti.

—Lo sé. Lo siento. –Le digo mientras él se dirige a la estantería en la habitación y comienza a rebuscar entre libros, archivadores e informes. Carpetas, cajas…

—Bueno, eso ya no importa. Ahora que vas a empezar a formar parte de la empresa tienes que saber las cosas básicas. –Comienza a buscar algo entre los estantes—. Obviamente tú no podrás ocuparte del trato directo con las obras, pero podrás trabajar en la oficina, administrando el dinero y…

—¿Por qué no? –Le pregunto curioso, casi ofendido porque sé qué es lo que va a contestarme.

—Porque no tienes formación para ello, Jimin. –Me dice con voz condescendiente—. Bueno, ni para nada, pero no importa. Tampoco pretendas llevar el control de toda la empresa el primer día. Pero poco a poco te irás haciendo cargo de ella y manejarás…

—¿Seré algo así como tu secretario?

—Algo así. –Me dice encogiéndose de hombros mientras extrae un archivador de color gris oscuro y me lo pasa. Yo lo pongo sobre el escritorio y lo abro, viendo en el interior toda la contabilidad de la empresa y el nombre de esta. “Coleccionistas Park”. El nombre me resulta completamente insulso y aburrido. Sin embargo las cifras que estoy manejando en este mismo instante se me hacen completamente incomprensibles bailan, de un lado a otro, se ganan, se pierden, suben y bajan a lo largo de la realidad. Y de los bolsillos de mi padre. Vuelvo a mirar alrededor. Hay tres cuadros y un busto sobre un pequeño pedestal. ¿Cuánto de esto es real? ¿Cuánto vale todo lo que me rodea?

—¿Cada cuanto…?

—¿Cada cuanto adquirimos obras? Pues de eso se encarga tu tío. Es él el que se encarga de ir de un lado a otro. Yo soy el que maneja todo desde aquí. El que se informa de dónde son las subastas, de qué obras necesitamos adquirir... Tenemos más trabajadores pero no es algo que se haga en una oficina. Toda la información de la empresa está aquí. –Señala la estantería y yo frunzo el ceño. Suspiro largamente.

—¿No podrías hablarme de otra cosa? –Le pregunto, confuso—. ¿Cómo surgió la idea de la empresa, o como…?

—¿Eso es importante? –Me pregunta receloso y yo le miro, sonriendo con confianza.

—Claro. ¿Cómo voy a trabajar en una empresa que no sé cómo surgió ni cuáles son sus principios...? –Mi padre resopla y se aleja de nuevo en dirección a la estantería en busca de otra cosa. Trae consigo un álbum de fotos que pone sobre el archivador de la contabilidad. Yo lo miro con ojos divertidos y él me sonríe, mientras deja que sea yo quien lo abra. Las primeras fotos son de mi padre y su hermano en Estados Unidos.

—La idea se nos ocurrió a mi hermano y a mí en un viaje que hicimos a los veinte años a Estados Unidos. Ellos valoran mucho el coleccionismo y a nosotros se nos ocurrió también la idea de comercializar con antigüedades. Lo hicimos con pequeños trastos como pistolas antiguas, sellos, libros antiguos. Cuando conseguimos un pequeño jarrón de la época de roma clásica nos sentimos unos completos gladiadores. –De dice mi padre, jocoso, mientras señala una foto de él con su hermano en un museo, al lado de una vitrina—. Las cosas empiezan así, poco a poco. Pero la fundación de la empresa no fue hasta años después, cuando yo tenía veinticinco y mi hermano veintisiete. Necesitábamos dinero y no teníamos un inversor que quisiera financiarnos. La mayoría de bancos no querían hacerse cargo de nosotros y no conocíamos a nadie que quisiera esa responsabilidad. Hasta que conocimos a un inversor que quiso financiarnos, a cambio de formar parte de la empresa. El cincuenta por ciento de las acciones. –Dice mientras pasa una página y me señala una foto un tanto oscurecida de tres personas de pie, una al lado de la otra dentro de una institución con cuadros al fondo. Ni siquiera reconozco a mi padre en ella.

—¿Y ese inversor…? –Le pregunto a mi padre, curioso, mientras paso páginas. A mi pregunta, él frunce el ceño como si le hubiese tocado una herida reciente.

—Era un chico que conocimos aquí en Seúl. Era más joven que nosotros. Cuando yo tenía veinticinco él tenía solo veinte, pero era de familia adinerada, muy adinerada, y estaba familiarizado con las obras de arte. Se animó a invertir en nosotros y entonces formamos una empresa con él como copresidente. El puesto de presidente me lo dejó a mí y mi hermano coordinaba los viajes y las subastas. El nombre de la empresa lo eligió nuestro inversor. Se llamó “Art and history collection”. Salimos hasta en los periódicos. –Me dice y me sustrae el álbum de fotos para pasar unas cuantas páginas hasta encontrar el recorte de periódico, y al lado, una foto del supuesto inversor. Mi padre lo señala con el dedo. Yo palidezco

—¿Quién es?

—Nuestro inversor. Se llama Kim Seok Jin. Pasaron los años y recuperamos la inversión que él nos había cedido, con lo que mi hermano y yo le propusimos pagarle el dinero que nos había dado con intereses al cinco por ciento y que abandonase la empresa. Comenzó siendo un proyecto entre hermanos y queríamos que continuase así, pero él se enfadó mucho y dejó la empresa muy ofendido. Después de aquello cambiamos el nombre de la empresa y seguimos mi hermano y yo adelante con ello.

Me dejo caer sobre el respaldo de la silla y suelto el poco aire que hubiese en mis pulmones. Siento que la cabeza me va a estallar de un momento a otro y en cualquier momento puedo desvanecerme. Cuanto más miro el rostro en la fotografía más consigue dolerme el pecho. Es el mismo rostro que vino a verme el día de la carrera en Japón, cuando me propusieron el robo. Es el mismo rostro que se presentó en el piso el primer día que nos instalamos. Es el que se hizo llamar, el ideólogo del plan. Y si es cierto, ahora comprendo muchas cosas.

—Así que, ¿cuál es tu respuesta? –Me pregunta mi padre mientras cierra el álbum de fotos delante de mi cara y yo doy un respingo asustado. Él comienza a guardar las cosas y yo solo puedo pensar en que tengo que advertir a Jeon y al resto de esto. No consigo entender hasta qué punto las intenciones de Jin son las de dañar a mi padre, a su empresa, y a mí mismo, pero esto no ha terminado, y aquí no estoy seguro. Sin darme cuenta me he metido en la boca del lobo. Estoy en el lugar exacto en el que se esperaría encontrarme después de haber cometido un robo en el que la implicación de mi padre en todo esto puede ser  más que sospechosa, dado que él trabaja con obras de arte. Esto puede arruinarlo a él, a mí y a todo lo que toquemos. Me siento intoxicado, sucio, envenenado. Una manzana podrida que se llevará al resto conmigo en esta asquerosa podredumbre.

Una cosa está clara. Yo no soy inocente. No estoy impune y no puedo creerme a salvo aunque me vea de nuevo en esta jaula de mármol. No puedo hacerme a la ilusión de que nada ha sucedido, y menos de que no corro peligro. Meterme en la empresa sería toda una locura, una imprudencia por mi parte. Me siento levemente aturdido y mareado, demasiada información llega a mi cerebro, demasiadas ideas. Todo es demasiado complejo. Tengo que hablar con Jeon. Tengo que encontrarle. Pero, ¿dónde está?

—¿Jimin…? –Me llama mi padre, sacándome de mis pensamientos mientras se pone delante de mí con los brazos cruzados y frunce el ceño, esperando una respuesta de mi parte.

—Yo… creo que no es lo mejor… —Digo intentando pensar con claridad dentro de este remolino de emociones que me están avasallando.

—¿Lo mejor para quién? –Me pregunta, ofendido—. ¿Para ti? Créeme que esta es la última oportunidad que tienes para ser alguien decente en esta vida, de lo contrario, acabarás malviviendo de trabajos insignificantes, y nadie te recordará. Ni siquiera creo que nadie se acuerde de ti ya. Y no creas que vas a heredar nada de esto, —señala a su alrededor—, porque no pienso dejar que mi hijo viva una vida acomodada gracias al esfuerzo de su padre.

—Padre. –Le detengo, levemente mareado—. No quiero trabajar para ti. Lo siento. –Suspiro y él me mira, ofendido.

—Muy bien. Pues si no vas a trabajar en esta empresa, ya puedes ir buscándote otro lugar donde alojarte. Tienes una semana para recoger tus cosas, encontrar otro sitio y largarte de mi casa. –Sentencia mientras deja caer un archivador sobre su mesa, dando un fuerte golpe. Yo doy un respingo, alarmado, y retrocedo un paso—. Nunca un hijo mío va a ser un vago ni un maleante. Fuera. –Me señala la puerta—. Vete de mi despacho. Y no me vuelvas a cruzar una sola palabra, no quiero saber de ti más. Solo traes problemas. –Dice mientras me doy la vuelta y salgo del despacho. Cuando cierro detrás de mí me agarro con fuerza el pecho y respiro con dificultad. Regreso a mi cuarto para sentarme en la cama y llevarme las manos al rostro. Me duele el pecho, me duele la cabeza. Me duele pensar que he dejado a Jeon en medio de la nada y que puede estar necesitando de mi ayuda. Me duele que no sepan esto. Tengo que contactar con ellos, pero pueden estar en cualquier parte del país, y no sé por dónde empezar a buscar. A ello se le suma que tengo una semana para irme de esta casa y encontrar a donde marcharme. Todo me da vueltas.

     

 


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