EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 27

 Capítulo 27

 

Jimin POV:

19/07/1995

 

La cena está sobre la amplia mesa. Pollo asado con guarnición de patatas y verduras al horno. Ensalada de col por un lado y salsa picante por el otro. La mesa apesta a asado y yo solo puedo pensar en que ojalá Jeon esté bien. La noche es muy oscura hoy. Apenas hay luna. Tampoco hay estrellas. Estamos a las afueras de Busán pero aun así tampoco veo nada a través de los ventanales. No consigo ver más allá de mi propio remordimiento y de la sensación de intoxicación que me produce este aire, esta atmósfera. Me siento asqueroso, pegajoso, repulsivo y vomitivo. No encuentro más palabras con las que caracterizarme por lo que miro directo al plato delante de mí. Con un tenedor muevo un poco la patata que tengo en el plato haciendo que se aleje un poco del pollo, después selecciono las verduras. Las muevo con desgana mientras reprimo un largo suspiro, muestra de mi más sincero arrepentimiento y miro al pollo asado que ha sido deshuesado en el centro de la mesa. Me siento extrañamente identificado.

Las luces en el comedor son un tanto anaranjadas, dotando al ambiente de una extraña atmósfera romántica. Cuánto me gustaría bañar las paredes de un dulce romanticismo pero eso no le quitaría la asquerosa presencia de la inmundicia humana que ha pisado por esta casa. Tampoco me desharía de la presencia de mis padres, uno a cada lado de la mesa. Siempre se han sentado en los extremos de esta mesa, o al menos, en los recuerdos que caben en mi memoria y al mirarles a cada uno ahí sentados me siento como tirado por una cuerda hacia atrás en mi vida. Regreso a los dieciocho años, una temprana edad para tener autoridad sobre la mesa, pero al menos lo intentaba. Dejo caer el tenedor a un lado en el plato y me paso las manos por el rostro, con un terrible dolor de cabeza.

—¿No cenas, cielo? –Me hice mi madre a la derecha mientras se aparta el tenedor para hacerse paso hasta la copa de vino delante de ella. Yo la mía aun no la he tocado.

—Lo siento madre, no tengo hambre. –Le digo triste pero ella niega con el rostro en forma de desaprobación, con lo que yo la miro algo confuso.

—Tienes que cenar, cariño, o si no…

—¿O sino qué? –Le corto, más confuso que ofendido—. No soy un niño, si no tengo hambre, no me trates como si no fuese responsable. –Le digo a lo que ella se desentiende encogiéndose de hombros con esa expresión controladora. Vuelve a comer en silencio mientras mira a mi padre, también desaprobando su conducta pues está leyendo el periódico en la mesa. Es la primera vez en días que no veo el rostro de Jeon o de ninguno de ellos en la portada y eso me tranquiliza un poco, pero no lo suficiente.

—De tal palo tal astilla. –Le dice mi madre al periódico, pues el rostro de mi padre se esconde detrás—. Cariño, ¿sabes cuantas horas se ha tirado la cocinera para hacernos esa cena? Deberías valorar más su esfuerzo… —Dice con una hipocresía y un cinismo que me hacen sobresaltarme. La miro frunciendo el ceño y ella me devuelve una mirada sonriente, creyendo que yo estoy a favor de sus palabras, pero me han sondado vomitivas. Vuelvo a frotarme la cara y cuando mis dedos llegan a mis ojos hundo ahí, presiono unos segundos hasta que el rostro de Jeon me sorprende y el sonido de su risa reverberando a lo largo de la escena. Cuando vuelvo a la realidad me decepciono con la escena.

—Ojalá pillen pronto a estos malnacidos… —Dice mi padre escondido detrás del periódico. Repite la misma frase que lleva repitiendo cada día que yo llevo aquí cada vez que ve las noticias o lee el periódico. Siempre pone la misma expresión ofendida. Frunce el ceño, se muerde la lengua y la pasa por sus carrillos. Después comienza a vociferar improperios.

—Deja el periódico, cariño. Estamos cenando. –Le dice mi madre esta vez en un tono algo más fuerte a lo que mi padre acaba cerrando el periódico y lo pone a su lado en la mesa—. No puedo tolerar estar regañando a tu hijo porque no cena cuando su padre está haciendo lo mismo. –Le dice ella y mi padre comienza a cenar mientras sigue hablando del tema. Yo extiendo mi mano para alcanzar el periódico a lo que mi padre me lanza una mirada reprobatoria pero acaba accediendo. Yo me dirijo sin pensarlo a la sección de sucesos y comienzo a leer mientras ellos siguen hablando.

—Lo sé, lo siento. Pero es que me ponen del demonio.

—¡Cielo! –Le reprende mi madre.

—Es verdad. ¿Cómo se puede tener tanta cara? Entrar en un museo nacional, ¡un museo nacional! Y salir así como si nada con las obras de arte del grandísimo Goya. Y no solo contentos con eso, han conseguido burlar a la policía. Vivimos en un país de corruptos, asúmelo.

—Pero los van a coger, ya verás…

—Eso espero. –Siento un escalofrío—. Aun queda uno por identificar, pero me han llegado noticias. Ya tienen los resultados de ADN del otro individuo que vivía en aquél piso. Seguro que en un día o dos pondrán una orden de busca y captura.

—¿Y aquél que han condenado a muerte? ¿Cómo se puede escapar alguien de la cárcel? –Le pregunta mi madre.

—Pues así. –Mi padre hace un gesto con los dedos representando un poder económico—. Con esto, cielo. Así se libra la gente de hoy en día de los problemas. Han imputado a varios altos cargos de la policía y al dueño de esa prisión lo han suspendido de trabajo y sueldo.

No puedo parar de pensar que esta escena es muy surrealista dado que me siento dividido por la realidad. Yo estoy aquí, ahora mismo, bajo una supuesta protección paternal, pero también he estado en la prisión que ellos dos están mencionando, sobornando al alto cargo del que están hablando y también he estado durmiendo durante unas semanas en este motel del que veo una fotografía en el periódico. Me quedo mirando la habitación en la que estuvimos alojados y siento un repentino vuelco al estómago. Si hubiese cenado ahora mismo estaría esparciendo vómito por toda la mesa.

—Yo la verdad ya no sé en qué país vivimos. –Sigue mi padre—. A los corruptos deberían meterlos en la cárcel, y a estos hijos de la gran puta, —señala el periódico—, deberían ahorcarlos a todos. A los cuatro. –Yo trago en seco.

—Cariño, cálmate, no hables de esas cosas. Estamos cenando. –Le espeta mi madre y estas palabras parecen surtir efecto sobre mi padre, que acaba respirando hondo relajando su compostura. Comienza a comer en silencio y yo vuelvo la mirada a los tres rostros que aparecen en el periódico. Tres rostros que para algunos lectores de este periódico pueden resultar meros rasgos fríos y distantes. Unos rostros de unas personalidades canallas, pero solo yo sé que uno es un maldito narcisista, el segundo un jodido mentiroso y el tercero un policía con muy poco sentido del patriotismo. Y les he dejado solos. Les he abandonado porque el cuarto rostro que falta es el de un cobarde sin escrúpulos. Sigo leyendo en silencio para averiguar que la policía sabe que ya no residen en el motel y que puede que la desaparición de un coche denunciada al día siguiente tenga algo que ver. Ahora mismo deben estar muy lejos, muy muy lejos de ese motel pero no sé hasta qué punto ni tengo forma alguna de contactar con ellos. No consigo asimilar hasta qué punto los he perdido.

—Hijo, tu padre y yo hemos estado hablando. –Me dice mi madre mientras me hace dar un respingo en la mesa. Yo la miro con ojos temerosos y ella sonríe, señalando a mi padre—. Creemos que te sientes arrepentido de tu decisión de haber abandonado la F1 y lo entendemos… —Dice casi con pena pero yo frunzo el ceño.

—Eso no es… —Intento decir pero ella me corta con un gesto de su mano.

—Entendemos que estás en una edad complacida. Ni siquiera tienes treinta años y esto de las carreras no dura para siempre, pero al menos podías haber aguantado un poco más. –Antes de que yo pueda replicar mi padre habla.

—Lo que tu madre quiere decir es que siempre has sido muy caprichoso, y siempre has tenido lo que has pedido, pero creemos que tu vida de libertinaje termina aquí. –Sentencia con palabras más gruesas que mi madre.

Yo me quedo atónito mirándolos a ambos alternativamente mientras cierro el periódico a mi lado y cojo aire.

—Vivir en un piso compartido, no llamarnos en meses… —dice mi madre—. ¡Solo Dios sabe lo que has estado haciendo por ahí! Esa no es la vida que yo quiero para mi hijo. Compartir piso… ¿Qué clase de tontería es esa?

—La vida que tú quieres para tu hijo no es la misma que la que tu hijo quiere para sí mismo. –Le espeto a mi madre pero intento hacerlo en el mejor tono posible, dado que estoy sentado a su mesa y vivo bajo su techo.

—Nos has tenido muy preocupados. –Dice mi madre, triste—. Cuando me llamaste hace unas semanas… me dejaste tan preocupada. Pensamos que estabas a punto de hacer alguna tontería…

—¿Qué clase de tontería iba a hacer? –Le pregunto pensativo y ella niega con el rostro, llevándose una mano a la frente. Siempre le ha gustado hacerse la dramática.

—Por eso, hijo. –Habla mi padre—. Hemos pensado que sería una buena idea que comenzases a buscar un poco de estabilidad en tu vida, un trabajo serio, formar una familia…

—¿Familia? –Le pregunto y acabo de ser consciente por primera vez en mi vida de lo que ese concepto significa, y que socialmente estaría aceptado que yo tuviera una. Yo, con una familia. No consigo entenderlo.

—Claro, querido. –Habla mi madre—. Una esposa, con hijos… ¿no te gustaría tener una casa propia?

—joder… —Murmuro pasándome las manos por la frente mientras siento una gran necesidad de acabarme la copa de vino sin tocar delante de mí.

—Por eso he decidido que trabajes conmigo, en mi empresa. –Dice mi padre mientras bebe un poco de su vino. Yo le miro, alzando una ceja.

—¿En tu empresa? –Le pregunto atónito y mi madre y él asienten.

—Sí. Tal vez algún día y con esfuerzo puedas heredarla, pero tendrías que empezar ya, y tomártelo muy en serio…

—Espera. –Le detengo, agarrándome a la servilleta de tela a mi lado—. Jamás me has dejado formar parte de tu empresa. Ni siquiera sé de qué diablos es la empresa. Cuando era pequeño solo hacías pequeños comentarios de ello en casa…

—Solo pensabas en coches y en motos, y te fuiste tan pronto de casa… —me dice mi madre, sonriente, casi con añoranza. Yo vuelvo a mirar a mi padre.

—¿Y ahora quieres que trabaje para ti? ¿En qué mierdas trabajas? No sé qué de viajes…

—Trabajarás para mí, en mi empresa, en compra venta de obras de arte.

—Me da igual. No quiero pasarme horas en una oficina… —Me quedo en silencio mientras miro el periódico a mi lado. Frunzo el ceño. Cuando me dirijo a mi padre me mira con una mueca de interrogación—. ¿Qué has dicho?

—Trabajarás para mi empresa. –Me dice, dubitativo.

—No, lo otro.

—Hijo, mi hermano y yo tenemos una empresa de compra y venta de obras de arte. Generalmente las compramos en subastas y después las vendemos a grandes museos pero… —Mi padre sigue hablando mientras yo miro el periódico con un subidón de adrenalina que me pone los pelos de punta. Poco a poco comienzo a ver el sentido de las cosas aunque aun no sean del todo claras, como si tuviera un fino velo delante de la realidad mientras intento apartarlo a manotazos—. Es por eso que tu tío siempre viaja tanto, ¿no te acuerdas que un día vino con una horrible infección en la mano cuando volvió de América? –Me dice y yo frunzo el ceño—. Es por eso que viaja, tiene que asistir a subastas en el extranjero…

—Uta. –Digo casi como un impulso. Como un eructo saliendo de mis labios. Inevitable.

—Eso. –Dice mi padre, con un espasmo—. Así se llamaba. Pues eso. Tu madre y yo lo hemos hablado y creemos que te sentaría bien un poco de estabilidad… —Yo miro a mi padre con la sensación de que la realidad se distorsiona, se estira, se moldea a una forma que no tenía prevista y un pinchazo me quiebra los sesos. Siento como si todos los pensamientos se detuviesen y se borrasen. No doy más de mí.

—¿Podemos hablar de esto mañana? –Le pregunto—. Quiero pensarlo con la almohada y una aspirina. –Le propongo y mi padre asiente. Yo me levanto excusándome y me alejo del salón con la sensación de haber perdido fuerza al caminar y como todos mis huesos tiemblan. Todo se desvanece mientras comienzo a hilar el tejido rasgado de esto que he llamado realidad.    

     

 

 

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