EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 22

 Capítulo 22

 

Yoongi POV:

18/07/1995

 

Esto que te he contado sucedió cuando yo tenía al menos veinte o veintiuno, ahora mismo no lo recuerdo, pero lo que sí recuerdo con nitidez relativa fueron los años siguientes, hasta que cumplí veintitrés y me metieron en la cárcel. Fueron años convulsos, de desfase y adrenalina. Yo tenía mi propio piso en el centro de Seúl, y aparte, las llaves de unos cuantos pisos más por si me estaban siguiendo y necesitaba ocultarme o por si necesitaba esconder algo. Mientras no trabajase no tenía porque formar parte de un mundo en donde yo no quería estar, un mundo de drogas, prostitución y desfase. Pero caí. ¿Sabes?  A veces no te das cuenta de a dónde te estás dirigiendo hasta que no te encuentras rodeado de botellas vacías y tienes una raya de cocaína alineada en la mesa delante de ti. Una chica que no conocerse de nada pero que tienes su pintalabios por todo el cuerpo te ofrece un billete para que lo enrolles y puedas esnifarte esa raya. Fui a fiestas a las que Namjoon me invitaba. Allí estaban los mejores ladrones, las prostitutas más caras, los políticos más corruptos.

Todo lo que ha salido en televisión es verdad. Jeon, lo siento mucho, pero es cierto. Escrito en un titular puede ser algo muy llamativo e incluso exagerado, pero yo estaba relacionado con bandas de prostitución, no por tráfico, pero sí por consumición, igual que por droga. La droga es algo más diferente porque no solo la consumía, sino que en mi juventud la distribuía también, pues trabajaba para mi padre. En respecto a la muerte de algunos hombres ilustres, Jeon. Mírame, te prometo que yo no he matado a nadie, no al menos con estas manos. Si estuve presente en un par de asesinatos. Las fiestas se descontrolan, Jeon. Las fiestas se van de las manos y al final todos nos manchamos de sangre, pero te prometo que no ha muerto una sola vida por mi culpa. Namjoon estaba ahí siempre y puede testificar que estaba presente, incluso puede decir que yo empuñaba el picahielos y todo el mundo le creería, pero yo no maté a nadie, lo juro.

La historia continúa en el momento en que nos dicen de asaltar un hotel. En el equipo estábamos cuatro personas. Yo y otro de nosotros éramos casi profesionales de esto. Estábamos acostumbrados a la adrenalina y teníamos experiencia. El tercero de nosotros era un chico de treinta años que antes trabajaba como proxeneta pero que ante varias redadas a un local donde trabajaba se vio obligado a meterse en esto para comer y dar de comer a sus hijos. Y después estaba el hermano de Namjoon. Teníamos la misma edad por entonces y era un chico amable y tímido, siempre metido en problemas que no se buscaba. Como acabar en aquel hotel a las tres de la mañana con la policía rodeándonos y una fila de rehenes en el vestíbulo. Recuerdo que nos presentaron un mes antes, o así. Habíamos ido a robar juntos e incluso me había tomado unas cervezas con él y he de reconocer que, conociendo de antemano a Namjoon, no se parecían en nada. Mientras que uno era manipulador y frío, el otro me dejaba completamente desarmado con una expresión inocente.

Aquella noche se complicaron un poco las cosas. Perdimos conexión con Namjoon en pleno robo, algunos dependientes se dieron cuenta de nuestra presencia y teníamos dos opciones. Salir corriendo y arriesgarnos a llevarnos las manos vacías o detener el tiempo. ¿Cómo haríamos eso? Con rehenes. Mientras que uno de nosotros se quedó en el vestíbulo con varios clientes y algunos trabajadores, otro se encargaba de contactar con Namjoon –su hermano—. Y yo y el otro profesional nos ocupamos de llenar las bolsas con el dinero de la caja fuerte. No recuerdo cómo nos repartimos aquella noche las tareas, creo que fue algo espontáneo, pero debí ser yo quien se encargarse de los rehenes, porque dejé al menos indicado al cargo de ellos, a un hombre de poca tolerancia a la frustración y de paciencia cero. Aún no recuerdo muy bien cómo sucedieron los hechos. Lo tengo todo como embotado en mi mente y tengo que ir tirando hilo por hilo de los sucesos, pero cuando lo intento, se enreda todo más.

Mientras estaba llenando la segunda mochila el hermano de Namjoon apareció con el transmisor de la mano, negando con el rostro y con lágrimas cayendo de sus ojos. Estaba, no nervioso, atacado por la ansiedad. Le cogí del rostro y antes de que me dijese nada quería que se tranquilizara. A lo lejos oía mi nombre desde el vestíbulo. Algo estaba sucediendo fuera pero el hermano de Namjoon lloraba por mi atención.

—¡No contesta! ¡Tenías razón, nos ha abandonado! –Me gritaba todo el rato. Yo ya intenté advertirle de que su hermano no era trigo limpio y si estaba trabajando yo para él era porque no tenía alternativa. Él tampoco la tenía.

—Seguro que es culpa de la conexión. –Le dije intentando calmarle. A veces, cuando estaba con él, me daba la sensación de que hablaba con un adulto formado, pero en momentos como aquél, sentía que tenía a un pequeño niño de cinco años llorando aferrado a la pernera de mi pantalón, y eso solo me sobrecargaba de responsabilidad.

—¡Ha dicho que corta la conexión! ¡Nos ha dejado aquí tirados! –Dijo. Yo sabía que era verdad. De seguro que había estado peligrando su anonimato, tal vez porque habían pinchado la radiocomunicación, pero por lo que fuese, nos había dejado ahí abandonados. Fuera se escuchaban las sirenas de la policía. El hermano de Namjoon tiró el comunicador al suelo y retumbó un disparo a lo largo de todas las estancias de aquél hotel. Los tres metidos en la habitación donde se encontraba la caja fuerte dimos un respingo y nos quedamos estáticos. Al disparo vino un grito, y después, mi nombre.

Yo salí corriendo mientras dejé al hermano de Namjoon ocupando mi puesto y cuando regresé al vestíbulo me encontré con un hombre de mediana edad tirado en el suelo ensangrentado y con una mano en el vientre. Moriría segundos después de que yo llegase y lo primero que hice fue mirar a mi compañero mientras seguía apuntando a unos rehenes pálidos y llorosos en el suelo, arrinconados contra el mostrador.

—¡¿Se puede saber qué diablos estás haciendo?!

—¡Se me ha abalanzado! –Se excusó detrás de una mentira. En sus ojos se mostraba que la situación era lo que se le estaba viniendo encima—. ¡Te he llamado, joder! ¿Dónde diablos estabas?

—¿Dónde te crees que estaba? –Pregunté de forma sarcástica mientras él señalaba la puerta.

—¡Están aquí! ¿Cómo han venido tan rápido?

—Alguien nos ha delatado. ¡Namjoon nos ha abandonado aquí! ¡Ha cortado la comunicación!

—¿Cómo? –Preguntó incrédulo, casi asustado. Cargó su arma en un segundo y volvió a encañonar a los rehenes, que volvían a vociferar improperios.

La tensión se podía cortar, te lo prometo. Yo ya me veía, en el mejor de los casos, con una bala entre los ojos. Lo peor es que sería de fuego amigo y aquello sería incluso más humillante. Cuánto necesitaba en ese momento caerme en mi cama y dormir una larga noche de drogas y alcohol. Necesitaba un cigarrillo, necesitaba una copa, pero mi compañero me hizo olvidarme de todos esos pensamientos cuando volvió a disparar a otro rehén. Lo hizo a sangre fría mientras estábamos siendo vigilados por la policía desde fuera. No sé muy bien cuáles fueron sus intenciones al matar a otro rehén. Tal vez acojonar a la policía, o tal vez a mí. No estoy seguro, pero disparó a un tercero y yo apunté hacia él mi pistola, queriendo detenerlo. Estaba matando a gente inocente y él había perdido la cabeza. Sonó un nuevo disparo en el aire pero no era ni de mi pistola ni de la suya. Mi compañero, el que se había quedado con el hermano de Namjoon en la caja fuerte, había regresado y ante el alboroto había reaccionado de la forma más sensata, que no se puede decir que sea la correcta. Había disparado a nuestro compañero con un tiro en el rostro. Su cuerpo cayó a plomo en el suelo y yo ya solo oía los gritos de los rehenes más preocupados por nuestra salud mental que por sus propias vidas.

La cabeza se me comenzó a enlatar. Los oídos me pitaban y sentí como si se me estuviese marchando la última pizca de cordura dentro de mi cuerpo. Es como si te dejan caer desde un tejado, sabes que vas a estrellarte contra el suelo pero mientras caes rezas porque eso no ocurra, cuando es inevitable. Yo ya no veía salida posible más que huir con las manos vacías, sin peso que cargar. Tampoco llegaríamos muy lejos. Cuando llegamos a la caja fuerte, el cuerpo del hermano de Namjoon yacía en el suelo con la pistola en su mano derecha y un agujero en su sien. Fue una escena que me dejó impactado ahí, en la puerta. Me agarre del marco mientras veía como su sangre salía por su cabeza y comenzaba a manchar unos cuantos billetes alrededor. Su expresión era pacífica, tranquila aunque sus mejillas estaban coloradas y de ellas se distinguía el brillo de sus lágrimas. Comencé a hiperventilar, comencé a desfallecer. No pude actuar.

Mientras mi compañero se hacía con una de las bolsas del dinero yo me quedé al lado del cuerpo con la sensación de que había sido yo el culpable. De que había sido todo culpa mía. Yo no era el responsable pero una vida inocente que yo bien conocía se había ido, sin más. Me sentí solo y desamparado y le dije a mi compañero que se marchase por la puerta de atrás. Yo distraería a los policías en la entrada. Mi compañero no puso objeción a ello pero antes de marcharse me miró con una expresión de “¿Estás seguro?” Yo asentí y él se marchó mientras yo me desarmaba y salía por la puerta delantera, entregándome a la policía. Me sentí miserable, me sentí ruin. Estaba seguro de que Namjoon me estaría viendo y si no lo hacía, lo haría al día siguiente en las noticias. Esa sensación me hacía sentir asqueroso y traicionero, pero la traición más grande era la de abandonar a un hermano en plena batalla. A veces he pensado que tal vez se creía que yo me haría cargo de él. Pero no conocía a su hermano como yo, él era débil, pero muy obstinado. Si deseaba algo, si algo le aterraba lo suficiente, tenía una salida. Siempre había una salida, solía decirme. Tal vez no la encontrase esa vez, o tal vez sí.

Después de aquello fui a la cárcel y estuve allí cinco años. El resto es monotonía.

—¿Delataste a Namjoon cuando entraste en la cárcel? –Me pregunta Jeon con una mueca un tanto pensativa.

—No. No delaté a nadie. Solo me culpé a mí de lo sucedido. Del resto de cosas que constaban en mi expediente.

—Tengo muchas preguntas que hacer… —piensa—. Pero se me han olvidado todas… —Suspira y acaba riendo, divertido—. Gracias, supongo.

—¿Por qué?

—Por contarme esto. –Se acurruca más a mi lado. La noche está algo más oscura—. Supongo.

—No tienes que dar las gracias, necesitaba hacerlo. –Suspiro unos segundos—. Lo siento, si no soy la clase de persona que pensabas, o si te has enfadado, perdóname… —Jeon niega con el rostro pero no me dirige la mirada y eso me pone incómodo. Me acerco a él, con las manos temblorosas, y le doy un beso en la mejilla. Su piel es suave y pálida. A lo mejor lo parece bajo esa luz lunar.

—No estoy enfadado. –Me dice, ruborizado—. Solo un tanto… confuso.

—¿En respecto a qué?

—¿Por qué volviste a trabajar con Namjoon?

—Me sentía en deuda. Por su hermano.

—¿Cómo es estar en la cárcel?

—Bien, bueno, monótono. Para mí ha sido algo fácil, porque tenía la sensación de que estaba ahí porque ese era mi lugar, porque yo quería estar ahí…

—Entiendo. –Dice y se acurruca más a mi lado. Me aprieta contra él y se queda con la nariz apoyada en mi pelo. Respira, unos segundos y después me señala el coche con la mirada—. Deberíamos ir a dormir.

—¿De verdad que no estás al menos decepcionado?

—No. No es como si me hubiera formado una idea falsa de ti.

—¿Entonces? —Se encoge de hombros, limitándose a dar ese gesto como una respuesta de su incertidumbre—. Jeon, te he contado esto porque he estado pensando. Y creo que tengo un sitio donde poder quedarnos una temporada. Estaremos ocultos, pero será como meterse en la boca del lobo. Tengo que hacer una llamada y no es del todo seguro… —Dejo la frase a medias mientras miro el rostro de Jeon que me sorprende con una sonrisa esperanzadora—. Nos hará bien estar bajo techo, mejor que deambular con el coche.

—¿En Daegú?

—Sí. En Daegú. Por eso os he traído aquí. –Chasqueo con la lengua mientras miro hacia el coche indicándole que es tarde y que esta es una conversación que deberemos tener mañana, no ahora después de una larga historia. Jeon me da un beso en la mejilla con una amable sonrisa feliz y levemente infantil y acaba deshaciéndose del abrazo para saltar al suelo y yo le sigo en dirección al coche. Algo dentro de mí se siente tremendamente aliviado y parte de mi pasado acaba de salir a la luz pero de una forma sutil y natural. Me siento feliz, pero tengo la sensación de haberle pasado mi infelicidad a otra persona.     

 

 


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