EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 2

 Capítulo 2

 

Jimin POV:

04/07/1995

 

El agua cae a través de mi cuerpo hasta el plato de ducha. Las cortinas de plástico apenas ayudan a que no se vaya el agua fuera pero hago lo posible porque controlar el equilibrio de mi cuerpo apoyándome solo en un pie y procurar que el agua no se salga fuera. El sonido de las gotas golpeando en el plato de ducha es un sonido estridente y confuso. Me hace sentir mareado y atontado, o tal vez sea la pastilla que me he tomado hace media hora para el dolor de mi tobillo. Sin más dilación me aclaro el champú sobre la cabeza y me quedo mirando a través de los azulejos en el baño, entre las grietas y los recovecos, como han comenzado a proliferar los hongos de la humedad del baño. Todo causa de una mala ventilación y acabo chasqueando la lengua mientras apago la alcachofa de la ducha y me cubro la cintura con una toalla mientras me ayudo de ambas manos para salir afuera. Me miro largo rato en el espejo y comienzo a sentir el gemelo cansado por culpa de apoyarme solo en una pierna. Bajo la otra al suelo y me apoyo despacio sobre la punta, más tarde sobre la parte central hasta que siento un tirón desgarrándome y retrocedo levemente. Suspiro y me encamino fuera del baño para entrar en la estancia cuadrangular en donde se amontonan las maletas alrededor del suelo. Miro a todas partes buscando la mía en donde rescatar algo de ropa que ponerme y la encuentro al pie de la cama. Me siento al borde de esta y rebusco en el interior de mi maleta mientras siento un par de gotas de agua descender desde mi nuca a través de mi columna vertebral. La sensación es parecida a la de una caricia. Cuánto ansío una mera caricia.

—Hola. –Dice Jeon entrando por la puerta de la calle, lo cual me hace dar un respingo y me le quedo mirando con extrañeza, curioso por la bolsa de plástico que trae colgando de una de sus manos. Había perdido toda noción del tiempo hasta ahora, que veo a través de la puerta abierta como la noche se ha cernido sobre la tierra y solo ha dejado detrás de sí un color azulado que aún refleja que hasta hace un par de horas, era de día.

—Hola. –Le contesto con voz apagada de todo sentimiento. Me reconozco en el tono de voz y en el dolor que representa pero no en mi mueca entristecida que le ha acompañado. Mientras él entra, yo rescato de la maleta unos pantalones de pijama negros y una camiseta gris holgada de manga corta. Unos calzoncillos y el peine de dentro de mi neceser. Comienzo a ponerme los calzoncillos aún con la toalla rodeándome la cintura y cuando los bóxers ya me rodean la cadera me deshago de la toalla pasándomela por el pelo, para secármelo. Lo hago de forma rápida y desinteresada. Cuando termino vuelvo a dejarla en el baño y termino de vestirme ante el completo desinterés de Jeon que comienza a apartar cajas de un espacio en concreto en el suelo entre su cama y la mía. Yo le miro curioso y él me sonríe, pensativo—. ¿Qué haces? –Le pregunto curioso y él me responde, algo más animado.

—Haciendo espacio para sentarnos a comer. No quiero comer sobre la cama. No me gusta. –Dice y yo me encojo de hombros mientras me siento sobre mi cama, ruedo y me desplazo hasta le otro lado bajando los pies por el lado en que él se está sentando ya en el suelo. El suelo lo conforma una moqueta de color verde pardo y solo pensar que el color puede ser por la suciedad se me quita toda gana de sentarme a comer en el suelo, pero esta humilde habitación no consta ni de una mísera mesa donde sentarse a comer, dado que el propio motel tiene una cafetería donde se supone que los clientes deben ir a comer, pero nosotros hemos decidido apartarnos todo lo posible de la sociedad, por miedo de que en estos días salgan imágenes de nosotros en la televisión, algo así como unos fugitivos. Cuanto más lo pienso, más irreal me parece

—¿Vamos a comer en el suelo? –Le pregunto, más con curiosidad que asqueado, aunque la idea me parezca del todo repulsiva.

—¿Qué hay de malo? En mi antiguo piso comía en el suelo…

—¿Sin mesa?

—Bueno, tenía una mesa pequeña, al puro estilo asiático, pero es lo mismo. –Me dice y yo ruedo los ojos, satisfecho con cualquier cosa que no me haga forzar el pie.

—¿Vas a ducharte? –Le pregunto pero niega con la cabeza mientras yo me bajo al suelo con cuidado y estiro la pierna del tobillo dañado.

—Mañana a primera hora. –Dice y deja la bolsa de plástico frente a mí indicándome con un gesto de cabeza que me aventure a mirar en el interior y sacar las cosas mientras él se desviste y se pone la ropa con la que va a dormir. Yo miro su reloj en la mesilla y puedo ver que son más de las diez y media de la noche. Como una extraña sensación consumista, no es hasta que no miro la hora y soy consciente de que es la hora de cenar, que no siento un hambre voraz y una tremenda curiosidad por saber qué vamos a comer. En el suelo comienzo a poner una botella de agua mineral que he sacado de la bolsa, un refresco de cola, y dos recipientes de plástico. Ambos iguales y comprendo que de contenido similar.

—¿De dónde has sacado la comida? –Le pregunto mientras se ajusta el pantalón gris que suele ponerse para dormir.

—En la cafetería venden estas bandejas de comida precocinada para los huéspedes. Son baratas, más que comer en la propia cafetería. Las bebidas las he sacado de la máquina expendedora del pasillo. –Me dice y se dirige a la puerta para cerrarla con llave y corre hasta el tope las cortinas y se asegura de que las ventanas estén cerradas. Mira a través de ellas escudriñando a través de la cortina y repentinamente me siento trasladado a una película policial siendo el fugitivo número dos.

—¿De verdad crees que nos están buscando? –Le pregunto con sorna pero más bien suena mi voz temblorosa.

—Puede ser. Creo que sí. Esa es la sensación que tengo. –Sentencia y se encoge de hombros caminando de nuevo a mi lado y se sienta delante de mí cogiendo una de las bandejas de plástico y le quita el papel de aluminio que recubre la parte de arriba, mostrando una bandeja con varios apartados, el primero de arroz tres delicias, el segundo de pollo con salsa picante, el tercero es un surtido de verduras al horno y en el cuarto, una especie de gelatina roja que quiero entender es el postre.

Yo abro mi bandeja y encuentro exactamente el mismo contenido exceptuando que la gelatina en mi caso es de color anaranjado. Frunzo el ceño y Jeon sonríe con mi gesto, a lo que yo sonrío quitándome importancia y cogemos ambos dos un par de palillos y comenzamos a comer, necesitados al fin de algo de sustento, dado que nuestro estómago está revuelto con los nervios. Jeon come en silencio y llega un punto en que abre la botella de agua y bebe un largo trago mientras que a mí me extiende el refresco. Yo lo abro y bebo de él sintiendo como la comida insípida baja a través de mi garganta y cae pesada en mi estómago. Su cara refleja un cansancio de días, sus ojos muestran una expresión aturdida y el resto de su cuerpo mantiene una tensión de la que no va a poder deshacerse en mucho tiempo. Me gustaría verme a mí mismo tal como yo le veo a él para saber si tengo que corregir algunos de mis gestos o tal vez erguirme en mi asiento pero me limito a suspirar y a dejar la bandeja en el suelo cuando aún no he terminado para pasar una servilleta por mis labios. Suspiro y paladeo el interior de mi boca rebuscando algún grano de arroz que se haya perdido por el camino a mi estómago. Bebo un poco de refresco y reprimo un eructo.

—¿Te sigue doliendo el pie? –Me dice mientras mira mi tobillo y habla con un poco de carne en su boca. Yo asiento triste pero sonrío, para animarle y que no se preocupe.

—Me he tomado unas pastillas. Me preocupa que no me deje dormir bien.

—¿Te has dado crema?

—No. –Digo, suspirando, recordando que le he hablado de la crema para lesiones musculares de mi maleta—. Más tarde, antes de irme a dormir. –Jeon asiente y yo miro el bulto en su muslo que rodea toda su pierna—. Cuando tenía doce años me pasó algo parecido. –Le digo señalándole con la mirada su pierna vendada bajo el pantalón. Jeon me mira sorprendido y me sonríe—. Con una bicicleta. Fue la segunda bicicleta que me compraron. La primera profesional. La primera que tuve era la típica bicicleta de color verde y naranja con ruedines y una cesta delante. Esta que me compraron nueva era muy cara y me sentía como si montase en una Harley. Era negra y gris plateado. Preciosa.

—¿Te caíste?

—Sí. Estaba dando vueltas con ella por la urbanización donde viven mis padres y me aventuré a coger velocidad. No vi un coche que salía de una calle perpendicular y derrapé quemándome la pantorrilla derecha. Fue algo parecido a lo que te pasó a ti. –Le digo y Jeon me sonríe enternecido por mi historia y continúa comiendo en silencio. A los minutos, habla.

—Yo nunca he tenido una bicicleta. –Reconoce—. Vivíamos en un bloque de pisos en pleno Busán, así que aunque la tuviera, ¿qué iba a hacer? ¿Salir al portal a rodarla dos metros? No ha sido hasta hace poco que no han habilitado parques y esas cosas…

—Pero podrías haberte ido por ahí, al descampado o yo que se… —Digo frunciendo el ceño pero él niega con el rostro.

—Tampoco tenía tiempo. Por la tarde tenía clases extraescolares y los fines de semana mis padres y yo íbamos a visitar a mis abuelos, o íbamos de paseo por el centro…

—Qué infancia… —Digo, apesadumbrado.

—No me quejo de ella. Tengo muchas carencias, pero la verdad es que tampoco me importa demasiado. –Reconoce llevándose un poco de pimiento a la boca y después, bebe un largo trago de agua. A los segundos se queda mirando la botella de agua y me mira, sonriendo—. Teníamos que habernos traído las latas de cerveza que quedaban en casa. –Me dice, y yo asiento. Ambos reímos y el sonido de nuestras risas hace el ambiente algo más blando y tranquilo. Más apacible y distendido. Sin embargo volvemos a caer en el pesado silencio mientras él sigue comiendo y termina la bandeja de comida mientras que yo he dejado parte del arroz y la gelatina. La mira con ojos golosos y yo se la extiendo mientras me devuelve una amplia sonrisa que me deja levemente entumecido, sin poder apartar la vista de esos dos grandes dientes protuberantes que le devuelven a la verdadera edad que tiene, aunque todo el tiempo parezca mayor que yo.

—Lo siento. –Suelto de repente mientras se lleva una cucharada de la gelatina a la boca y la detiene a medio camino, mirándome con ojos desconcertados. Yo suelto una sonrisa avergonzada y me miro las manos en el regazo. Ya no puedo devolverle la mirada—. Siento si he sido borde o maleducado contigo todo este tiempo. –Suspiro y Jeon no dice nada, dejándonos en un doloroso silencio—. La verdad es que parecías insufrible pero has resultado ser muy atento y cuidadoso con todos.

—¿Es el momento de las confesiones? –Dice con voz graciosa—. Mira que no tengo alcohol para desinhibirme.

—Déjalo. –Le digo negando con el rostro mientras él sonríe, divertido con mis palabras y con mis mejillas levemente coloreadas.

—Siento haber sido tan idiota también, hyung. –Dice, esta vez con voz más adulta—. Pero es comprensible. Ambos nos parecemos más de lo que parece.

—¿Eso crees? –Le pregunto y él asiente, llevándose la gelatina a los labios. La saborea y la traga, para volver a responderme.

—Sí. Somos la mejor representación de que dos infancias diferentes y dos ambientes completamente opuestos pueden dar los mismos desórdenes de personalidad. –Yo frunzo el ceño—. Ambos dos somos prepotentes, narcisistas, egocéntricos y nos encanta tener la razón por encima de todo. –Yo sonrío al verme sorprendido por no sentirme insultado y él continúa—. E incluso ambos, creyéndonos fuertes, somos tremendamente frágiles en el fondo.

—Yo no soy frágil. –Digo, ofendido.

—¡Ves! –Me señala con la cuchara de plástico—. Eres un maldito orgulloso. –Coge la botella de agua y la lleva hasta mí en forma de brindis—. Por el orgullo. –Dice y yo brindo con mi lata de refresco mientras estallo en risas por sus palabras y ambos sonreímos mientras él termina de comer y deja la bandeja sobre la suya propia y ambas las mete en la bolsa de nuevo para tirarlas a la basura. Yo miro a todos lados y cuando se levanta le veo conducirse al pantalón que tenía puesto y rescata el paquete de tabaco. Está ya arrugado y con muescas en el cartón. De este, saca un cigarrillo y el mechero y vuelve a sentarse delante de mí poniendo un cenicero que  estaba en la habitación entre ambos y se enciende el cigarrillo en completo silencio, como si el ruido de sus gestos fuera una dulce conversación. Cuando deja escapar la primera calada es como si sentenciase el monólogo y me mira esperando que sea yo quien continúe con la disputa y yo bajo la mirada a mis manos, sin saber qué decir. Me siento aturdido y aun levemente confuso por todo lo que sucede alrededor. Ni siquiera han pasado veinticuatro horas. Ayer apenas a estas horas estaba metiéndonos en la cama para pasar la peor noche en mucho tiempo. Ni siquiera habíamos salido en busca del camión. ¿Cómo puede parecer que han sido años de distancia? Me siento tan apabullado. Me paso las manos por el rostro y a través de las hebras de mis cabellos mojados. Acabo presionándome los ojos y suspiro largamente.

—El otro día llamé a mi madre. –Suelto, como una granada que estaba a punto de explotarme en la mano. Jeon se me queda mirando con una mueca levemente asustada.

—El otro día… ¿cuándo?

—Cuando bajé a buscar la cena. Ese día. –Digo levemente aturdido por el día en que estamos.

—¿La llamaste? ¡¿No le contarías…?!

—¡No le conté nada de lo que haríamos! –Le digo ofendido—. ¿Cómo piensas que iba a hacer eso? –Le digo y me cruzo de brazos y mientras él levanta las manos, mostrándome inocente.

—Solo preguntaba… —Dice.

—Pues eso, la llamé. –Sentencio frunciendo el ceño.

—¿Para qué?

—Pues no sé. Sentía que tenía que llamarla… ¿vale?

—No te pongas a la defensiva, hyung. –Me dice—. La llamaste, vale. Pero, ¿qué le dijiste?

—No quiero hablar de ello.

—Pero si has sido tú quien…

—Le dije que lo sentía por haber sido mal hijo y esas cosas. –Suelto de golpe cortándole y Jungkook asiente, aturdido por mis palabras, asiente una segunda vez y se mira el cigarrillo entre los dedos, lo golpea débilmente contra el borde del cenicero desprendiéndole la ceniza sobrante y después se lo lleva a los labios.

—¿Pensabas que moriríamos? –Pregunta con seriedad mirándome y yo me encojo de hombros.

—No lo sabía, pero tampoco quería arriesgarme a nada…

—¿Querías irte con la conciencia tranquila? –Me pregunta y yo me encojo de hombros de nuevo.

—Algo así. –Suspiro—. ¿Tú no pensase en ningún momento que moriríamos?

—He de reconocer que hubo un momento en que creí que sacarían nuestros cadáveres del fondo del río—. Dice sonriendo y me hace sonreír a mí también. Cuánta frialdad para hablar de cosas tan serias. Me hace sentir vulnerable.

—Tú idea de saltar al río fue buena. –Digo, asintiendo—. Pero la verdad es que estaba acojonado pensando que saltarían detrás para apresarnos. Aún me tiemblan las piernas. –Digo riendo y pasando mis manos por mis muslos. Jungkook asiente.

—¡A mí también! –Dice imitando mi gesto y acabamos riendo de nuevo. Que agradable es el sonido de su risa y cuanto duele el oír la mía.

—¿Crees que Yoongi y Taehyung también lo pasaron tan mal o lo llevaron con más dignidad? –Pregunta sonriendo de la misma forma pero oír el nombre de Yoongi, y más de sus labios, me devuelve a una realidad a la que no quería regresar. El sonido de nuestras risas era el mejor impermeable ante el dolor y ahora, no puedo evitar desvanecer mi sonrisa a una mueca de mera indiferencia mientras miro mis manos en mi regazo. No puedo ni siquiera fingir que me importa o me ha hecho gracia lo que ha dicho. Solo deseo suspirar y cerrar los ojos para dejarme acunar por el dolor y el ahogo en mi pecho—. Lo siento. –Dice, pero no sabe porqué lo dice y yo niego con el rostro mientras le muestro una sonrisa estereotipada y me intento incorporar para sentarme en la cama, a lo que sus brazos vienen rápido y me detienen con cuidado—. ¿Quieres ir a la cama? Vamos, yo te aúpo. –Me dice intentando hacer como si nada y mientras uno de sus brazos se cuela por debajo de mis piernas, el otro me rodea la espalda y me sube en sus brazos haciéndome sentir pequeño y manejable. Frunzo el ceño mientras él muestra una sonrisa altiva de su esfuerzo y me sienta en la cama con la espada contra el cabecero. Yo le miro con una ceja en alto por la sorpresa de su fuerza y él enciende sus mejillas, de forma deliberada.

—¿Qué ha sido eso? –Le digo aturdido y él me sonríe, avergonzado.

—Déjalo estar. –Me dice y yo me quedo mirando a la nada, pensativo.

—Podrías haber cargado tú solo con los catorce lienzos sin ayuda. –Le digo y él ríe, divertido.

—Tengo que serte sincero. –Me dice—. Desde que vivimos juntos he deseado hacerte eso, pero tenía miedo de que me partieras la cabeza de un golpe. Ahora, inválido, puedo hacerlo con una excusa razonable. –Me dice y se parte de risa sentado en su cama y a mí me deja ahí tirado, con ojos desorbitados por la sorpresa y enrojecido como un tomate. El sonido de su risa vuelve a envolverme en este estado de anestesia general al que puedo hacerme poco a poco adicto. Solo un par de dosis diaria pueden calmarme lo suficiente como para hacerme sentir vivo de nuevo. Que sensación tan curiosa. Que dependencia tan aterradora.

 

 

 

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