EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 11
Capítulo 11
Jimin POV:
15/07/1995
Cuando llegó la hora de la comida me
sobrecogió un terror brutal. Me sentí completamente desprotegido ante el poder
del tiempo. Me vi en la obligación de ser responsable de ir a comprar algo de
comer pero en realidad, prefería morirme de hambre antes que enfrentarme a
estar en el mismo espacio que él de nuevo. No era ira o resentimiento
acumulados. Era un pánico que no había sentido nunca. Ni si quiera saltando de
aquél puente podría compararse. Ni siquiera era el mismo tipo de miedo. Aquél
era un miedo animal. Este es un pánico visceral. Incomprensible. Miedo a mí
mismo, no a él. Sentando en aquella mesa de cafetería con el periódico delante
y sin nada más que hacer que leer por tercera vez todas las noticias una a una
miré el reloj de pared colgado y llamé a la camarera para que me retirase el
segundo café que me había tomado y me trajese un menú para comer. Lo pagué y me
lo comí en silencio y con parsimonia, alargando todo lo que pudiese la hora de
regresar. Cuando terminé me limpié los labios con cuidado y me pedí una
macedonia compuesta de plátano, naranja, fresas y arándanos. Apenas una pequeña
copa y de fruta ya cortada, pero eso también terminó y en algún momento debería
regresar. Pagué la cuenta con una sonrisa amable, demasiado comercial, y me
retiré de allí comprando un paquete de tabaco.
Cuando salí me dirigí en dirección opuesta
al motel para internarme en un pequeño supermercado en donde comprar algo de
comida ya cocinada. Apenas lo pensé demasiado, teniendo en cuenta que lo que
comiese, también lo comería Yoongi y cuanto menos pensase en ello, menos
dolería. Compré una empanada para dos personas de atún con tomate y cebolla,
una bolsa de patatas, un par de refrescos y una bolsa gominolas. No pensé en
ello tampoco, pero fue un acto inocente e inconsciente en el que solo tuve en
mente a Jeon, igual que al comprar el paquete de tabaco. Cuando salí de la
tienda me dirigí directo al motel, pensando durante todo el camino como alargar
aún más el trayecto. Tal vez parándome en un bar a tomar una copa, o incluso
montando un altercado en el que verme envuelto, pero no conseguía atreverme a
hacer nada, porque eran ya las tres y media de la tarde y solo pensaba en
regresar a la habitación y tumbarme en silencio en la cama. Cuando estuve
frente a la puerta me sobrecogió un miedo que yo desconocía. Sabía que tenía
que entrar, que debía hacerlo y lo estaba haciendo, estaba girando el pomo de
la puerta, pero el dolor me estaba sobrecogiendo a una velocidad indescifrable.
Antes de darme cuenta los ojos de Yoongi recayeron
en mí con ese brillo con el que he estado soñando durante días y fruncí el
ceño, levemente asqueado de ese encontronazo. Ambos estaban sentados el uno
delante del otro en la cama de Jeon, este con las piernas cruzadas y Yoongi con
una cruzada y la otra cayendo por el borde de la cama. Me quedé mirando la
forma de su figura, el color de su pelo, su perfil contrastado con la oscuridad
del cuarto. Y me perdí en la forma de sus labios en una endeble sonrisa
curiosa. Mi pecho se detuvo un instante impidiéndome respirar. No podía hacerlo
y creo que eso fue lo que aumentó el color de mis mejillas. Ese amargo sabor
del recuerdo. Ese instante de dolor. El sabor de sus besos. Lo había olvidado
casi por completo pero ahí estaba, de vuelta para avasallarme. Con una mueca de
indiferencia entré en la habitación y puse la bolsa de cartón sobre el regazo
de Jungkook, el cual sacó de ella la empanada para ambos, los refrescos y la
bolsa de patatas. Me devolvió una sonrisa amable mientras que con su mirada
recriminaba mi tardanza.
—Has tardado, pero gracias, hyung. –Me
dijo con ojos aniñados y saqué del bolsillo de mi sudadera el paquete de tabaco
y la bolsita de gominolas.
—Esto también. Es para ti. –Le dije y sus
ojos se agrandaron por la sorpresa y me devolvió una sonrisa completamente
emocionada.
—¡Wow! Gracias, hyung. –Me dijo y por un
segundo estaba seguro de que estaba tratando con un chico de cinco años, pero
en realidad, yo también estaba siendo bastante inmaduro. En un acto de completa
madurez pasé mi mano por su pelo y él me devolvió una mirada amable. Con eso
bastó por el momento y me encaminé al baño solo para mirarme en el espejo y
saber que mis mejillas no estaban ardiendo y que mis ojos no habrían roto a
llorar. Me sentía un gran nudo en la garganta, tan grande que en momentos no
podía respirar. Al intentarlo, dolía, al dejarlo estar, aumentaba. La única
solución era ponerme a llorar y vaciarlo por completo pero no podía permitirme
eso por lo que me decidí a salir del baño y hacer como si nada, olvidando que
en cualquier momento mis lágrimas aflorarían de mis ojos como la lluvia había
estado calando estos días los cristales.
Cuando salí del baño me los encontré en el
suelo comiendo tranquilamente tal como Jeon y yo habíamos estado haciendo estos
días. Fue una sensación extraña, fue como vernos desde otra perspectiva, fuera
de nosotros mismos, pero yo no estaba esta vez en la escena y me había
sustituido un suplente a última hora. Sin poder soportarlo me tumbé en mi cama
y les pedí silencio, el suficiente como para dejarme dormir un rato. Ambos
sabían que no iba a dormir, yo también lo sabía, pero necesitaba el silencio y
necesitaba por todos los medios hacerme a la idea de que compartiría espacio
con él, costase lo que costase. Estuvimos así al menos una hora y media. Ellos
hablaban lo mínimo, lo suficiente como para una convencionalidad en la mesa.
Para pasarse algunos objetos, para pedir algunas acciones, alguna risa apagada,
algún sonido comprensible como el papel de cartón de la bolsa, el refresco burbujeante
en la lata o incluso el sonido del mechero al encender un cigarrillo. El humo
se expandió rápido por toda la habitación pero yo lo dejé abrigarme mientras me
acurrucaba en la cama con los ojos abiertos mirando a ninguna parte, de
espaldas a ellos. Cuando hubieron terminado de comer recogieron todos los
envoltorios y los tiraron en la papelera junto con los restos del desayuno y la
cena de anoche. Me mordí el labio inferior cuando oí que Jeon abría la bolsa de
gominolas y ambos comían de ellas. Un único pensamiento cruzaba mi cabeza “Las
he comprado para Jeon, solo para él”. Pero no hice nada.
Cuando dieron las seis y media de la tarde
me levanté de la cama con aire cansado y sin haber dormido nada. Eso no había
hecho sino crearme un fuerte dolor de cabeza que palpitaba dentro de mi cráneo
como si una alarma se hubiera activado y no encontrase el botón de apagar. Me
levanté tranquilo, pasándome la mano por el rostro y me interné en el cuarto de
baño para echarme agua a la cara que me despejase las ideas. No lo haría, pero
no podía pensar en hacer otra cosa. Con una mueca confusa salí del baño, me
apee al bastón y me encaminé hacia la puerta con esa misma expresión
acompañándome. Jeon me detuvo con sus palabras curiosas.
—¿Te vas de nuevo? –Me pregunté, no con
aire preocupado, sino más bien comprensible.
—Sí. Vendré con la cena, así no tendrás
que salir. –Le dije, si más. Y salí por la puerta cerrándola detrás de mí y
encaminándome al bar más cercano. El más oscuro, el más apagado y con el
alcohol más barato de los alrededores. Solo deseaba meterme en el estómago una
larga copa de ginebra con zumo de ciruela. No sé en qué momento sugirió la
necesidad. Tal vez al entrar en el cuarto, o tal vez durante los largos minutos
tumbado en la cama, pero lo ansiaba como si fuese oxígeno que meter en mis
pulmones.
Y aquí estamos, frente a la quinta copa de
ginebra con ese color rosado cayendo a plomo hasta el fondo del vaso. Muevo el
vaso, los hielos tintinean. El sonido
del bar me acompaña a seguir bebiendo y el color anaranjado de la luz
coloreando el resto de espacio alrededor me hacen sentir refugiado de cualquier
pensamiento exterior a esta copa de ginebra. Me gustaría pensar que no hay nada
más a parte de ella, y que en este mundo todo se reduce a la forma en que los
hielos tintinean contra el cristal, pero es una mentira piadosa, y cuando estoy
a punto de pedir una sexta copa miro el reloj digital al otro lado de la barra
y doy un respingo, comprobando que son más de las diez y media y ni siquiera he
comprado nada de cenar. Me abraza la culpabilidad, pero no tanto como lo haría
de estar sobrio. Lo reconozco, estoy borracho y me lo noto en la dificultad que
tengo para enfocar la vista en el reloj digital y en lo poco que me importa no
haber comprado nada de cena porque no vamos a morirnos de hambre. Yo no, por lo
menos.
Doy un largo trago al vaso vaciándolo
cuando contenía un poco menos de la mitad este ya ni molesta al tragarlo. El
primer vaso me dio picor de garganta, el tercero encendió mis mejillas, pero el
quinto ha entrado mejor que el agua aunque los efectos serán a medio largo
plazo y no puedo hacerme responsable de mis actos ni de mis palabras, por eso
he bebido, porque no quiero hacerme con la culpabilidad de nada de lo que pueda
decir, que de una forma u otra, iba a acabar saliendo. Cuando me levanto pago
esta última copa a la camarera que me despide con ojos tristes por mi contexto
tan desamparado y salgo del bar con un leve mareo que se pasa enseguida en
cuanto enfoco a lo lejos la tienda 24 horas que estaba esperanzado de
encontrar. Me adentro y me quedo mirando alrededor con demasiadas opciones para
elegir. Como no me encuentro en condiciones me acerco al mostrador vacío y le
pido a la dependienta mi comanda.
—¿Puedes darme tres vasos de fideos instantáneos
de carne de ternera? –Le pido presionándome los ojos con las yemas de los dedos
y ella asiente mientras se desplaza unos metros a la izquierda y rescata de la
estantería lo que le he pedido.
Cuando regresa y voy a pagar saco la
cartera, pagándole y pidiéndole una bolsa de cartón. Cuando la tengo en mi
brazo libre del bastón me encamino de nuevo al motel. De nuevo, el mismo
sentimiento. Intentar aplazarlo cuanto antes. Pero tal vez sea el alcohol, o
incluso las luces a lo largo de toda la calle, pero antes de darme cuenta me
encuentro frente a la puerta de la habitación mirando de frente hacia el pomo,
con el bastón colgando de mi antebrazo y con un sonido intermitente en el
interior de la habitación. Sujeto el pomo y suspiro. Exhalo el aire que estaba
emponzoñándose en mi interior y giro el pomo para entrar encontrándome a Jeon
de pie en medio de la habitación recogiendo lo que parece ser un cartón de
tabaco vacío y una bolsa de plástico de alguna parte. Nada más entro se me
queda mirando con sorpresa pero con algo de enfado y preocupación. Deja todo lo
que estaba haciendo mientras se me queda mirando como dejo el bastón colgado de
alguna parte, cierro la puerta detrás de mí y me vuelvo a él, en silencio.
—¿Dónde estabas? –Me recrimina—. Estaba
preocupado, hyung… —Me dice con voz tranquila, algo aliviada de volver a verme
pero seria y adulta, responsabilizándose de mi situación. El sonido
intermitente es el sonido de la ducha. Hay alguien duchándose pero no relaciono
el hecho de ello con el que Yoongi no esté alrededor. Es lo primero que
pregunto.
—¿Dónde está Yoongi? –Lo hago con voz seca
pero no enfadada.
—En la ducha. Se está duchando. –Me dice
Jeon mientras tira los desperdicios a la papelera y yo me acerco a él para
darle la bolsa de cartón con los tres botes de fideos instantáneos—. ¿Dónde has
estado? –Me pregunta pero no necesita más que yo me acerque a él y le extienda
la bolsa para mirarme de arriba abajo y saberlo, mirándome con esa expresión de
asco—. Has bebido. Estás borracho. –Me dice escupiendo las palabras, más
sorprendido que enfadado pero el enfado no se le escapa y lo retiene con un
fruncimiento de ceño.
—Sí. –Digo, tranquilo—. Ve afuera, a
llenar los botes. –Le digo mirando la bolsa de cartón y él saca los botes de
plástico de fideos mientras se los queda mirando, con una expresión
decepcionada.
—¿Enserio? ¿Fideos? Los acabas de comprar.
—Claro. –Le digo quitándome los zapatos y
él se me queda mirando, hierático—. ¿Crees que los he cagado?
—Idiota. –Me dice, pero no con la sonrisa
con la que suele hacerlo, sino con una expresión seria, de total enfado—. No te
has preocupado en comprar nada mejor.
—¿Nada mejor? –Señalo hacia el baño—. Es
mucho mejor de lo que está acostumbrado a comer esa rata de cloaca. –Digo y
Jeon abre sus ojos, más sorprendido que enfadado y yo le miro serio—. Ve a
llenaros de agua caliente y no me toques más los cojones, Jeon. No quiero tener
que pagarlo contigo. –Le digo con los dientes apretados y él obedece, más
sumiso de lo que me habría esperado de él y en la forma en que me ha mirado
comprendo que entiende mi estado de nervios y mi dolor acumulado. Se va
resoplando pero creo que por el esfuerzo de tener que hacerlo todo él, y no
tener ayuda de mi parte. Yo tampoco tengo ganas de hacer nada más y de pensar,
menos. Tengo la sensación de que si me concentro en un pensamiento concreto, mi
cabeza puede reventar. El dolor con el que he salido de casa no se ha calmado.
Me siento en mi cama. Al hacerlo siento
que desprendo una ráfaga de olor de Yoongi e inexplicablemente siento que la
tráquea se me cierra y no puedo respirar. Cierro los ojos y me cubro el rostro
con las manos, apoyando los codos sobre las piernas. Suspiro largamente para
expulsar cualquier resquicio de su olor de mí y me tapo después lo oídos para
no escuchar el sonido de mi corazón, pero al taparme los oídos, el sonido se
amortigua y se oye aún más fuerte, como si me estuviesen dando con una maza
justo en el tórax. Casi lo siento palpitar, golpeando las costillas con una
fuerza que no puedo controlar. Me duele el pecho, me duele la pierna, la
espalda, me duele la cabeza y me duelen los ojos. Hundo mis dedos sobre ellos
de nuevo y el sonido de la puerta del baño me hace dar un respingo y me giro al
baño para verle salir en toalla. Lo hace con una alrededor de su cintura y con
otra frotándose el pelo de forma que no puede verme. Tal solo cuando se
descubre débilmente me mira y da un leve respingo sorprendido.
—Oh… Ho—hola. –Dice, con una endeble
sonrisa amable y yo le retiro la mirada mientras él se pasea a lo largo de la
habitación en busca de algo de su ropa. Acaba de espaldas a mí rebuscando de
rodillas dentro de una de las bolsas de viaje y puedo ver como el tatuaje de
las alas en su espalda se mueve junto con el movimiento de su piel sobre su cuerpo.
Olvidaba eso, había olvidado sus tatuajes. El contraste del negro con su piel,
un negro que con el tiempo se ha degradado a un gris verdoso, pero aun así, es
oscuro, muy oscuro, lo suficiente como para aparentar que su piel es nieve.
Nieve. Nieve.
—¿Me oyes, Jimin? –Me pregunta de repente
volviendo su rostro a mí con preocupación y yo enfoco la vista en sus ojos que
me hablan con esa mueca confusa y preocupada.
—¿Hum?
—Te preguntaba que dónde está Jeon. –Me
dice mientras yo señalo la puerta con la mirada.
—Ha ido al dispensador de agua en el
pasillo para hacer la cena. –Le digo y él asiente, satisfecho con ello y saca
de la bolsa de viaje una camiseta negra de manga corta y unos pantalones grises
y negros holgados. Reconozco ambas prendas. Son mías. Lo eran. Cuando tiene las
prendas se va al baño y se encierra ahí en silencio. En lo que se viste Jeon
regresa trayendo como puede los tres vasos de pasta y se sienta en el suelo con
ellos mientras que coge la botella de agua que compartíamos y la deja a su
lado. Cuando lo tiene todo dispuesto me mira esperando a que me siente a su
lado y lo hago calmado y en silencio. Me siento con un quejido por culpa de mi
tobillo pero en realidad no duele tanto. Es un quejido automático que se
produce en cuanto sé que tengo que forzar el tobillo de alguna manera.
En completo silencio ambos metemos los
palillos de madera en el interior de los fideos y removemos para desmenuzar la
forma en que los fideos vienen envasados. El agua caliente los estimula y
nosotros terminamos por desarmarlo. Cuando estoy soplando sobre unos pocos de
fideos Yoongi sale del baño y se sienta en el mismo silencio que hemos hecho
nosotros para coger su vaso de fideos y comenzar a comerlos. Yo me llevo unos
pocos a los labios. Soplo, me los cómo y trago sintiendo como caen en mi
estómago y la acidez que se produce por el sabor a ginebra sube hasta mi
esófago provocándome una sensación de ardor y mareo. Me quedo masticando unos
segundos y trago, de nuevo, con esa sensación de que mi estómago no asimilara
nada que me meta en él a no ser que sea otra copa de ginebra.
—Yo… bueno…—Comienza Yoongi hablando antes
de probar bocado—. Quería disculparme con ambos. –Suelta como si le pesase esas
palabras sobre la lengua y mientras Jeon asiente yo me quedo mirándole
directamente mientras siento que los fideos dentro de mí se revuelven como un
pulpo, pegándose a las paredes de mi estómago.
—¿Qué? –Pregunto, enfadado.
—Quería disculparme. –Repite—. Yo no tuve
nada que ver con lo que pasó aquél día pero… —No le dejo terminar.
—Entonces, ¿por qué te estás disculpando?
–Mi voz suena más seria de lo que me abierta gustado emitir, y Jeon posa
levemente la mano sobre mi brazo pero yo se la retiro de mí con un gesto
violento.
—Que sonasen las alarmas, y que los
policías estuvieran esperando por nosotros no estaba en el plan. –Dice,
tranquilo—. Nada de eso tenía que suceder. El plan principal era… —Comienza a
explicar, soltando los fideos de la mano pero yo le detengo con un gesto
cortante de la mano.
—No importa ya. Eso pasó y ahora estamos
así por vuestra culpa. Tuya, de Namjoon y del resto. No me importa una mierda
quien fuera el ideólogo, o quien…
—Jimin… —Me interrumpe Jeon pero yo ignoro
sus palabras.
—…O quien fuera quien debía morir. Me
importa ya una mierda. Solo quiero terminar con esto de una vez…
—Escúchale, Jimin. –Me pide Jeon volviendo
a sujetar mi brazo, pero esta vez le doy un manotazo a su mano y se queda
levemente congelado por mi reacción.
—Yo no soy el ideólogo de nada. Solo soy
un peón más. El plan era llevar las obras al almacén. Y el gobierno se
encargaría de ir a buscarlas al día siguiente. Eso fue a lo que me comprometí.
—Te he dicho que me da igual. –Es ahora él
el que me ignora a mí.
—Me comprometí a hacerme pasar por el
ideólogo delante de la prensa, el gobierno y la policía para volver a la cárcel
después. Iba a quedarme en la cárcel de todas maneras, así que yo no perdía ni
ganaba nada…
—¿Y se puede saber por qué diablos nos
pillaron?
—Porque Namjoon me tendió una trampa.
Querían que me disparasen a mí. Y lo habrían hecho si no me hubiese quedado
dentro del camión.
—Ojalá te hubiesen disparado. –Murmuro y
Jeon da un respingo a mi lado mientras Yoongi me retira la mirada,
evidentemente dolido. Pensé que verle dolido me reconfortaría, pero en realidad
ha empeorado mi dolor.
—Jimin, por favor… —Murmura Jeon y yo
vuelvo a sujetar los palillos con la intención de seguir comiendo pero las
palabras de Yoongi vuelven a detenerme.
—Sé que no te importa nada del plan, ni de
los cuadros, ni de Namjoon. Ni siquiera las barbaridades que has oído por
televisión. Sé que es lo que te ha molestado de todo esto y te pido perdón…
—¿Qué me ha molestado? –Le pregunto,
interrogándole—. No sabes nada.
—Sé que te sientes engañado porque no te
dije que yo volvería a la cárcel, desde el principio. –Yo me quedo sin palabras
y estoy a punto de levantarme pero él me retiene con más palabrería—. Y te
hiciste falsas esperanzas pensando que…
—¿Qué? ¿Qué nos iríamos juntos por ahí?
Pues sí, yo quería irme contigo, pero después de todo menos mal que casi nos
matan, porque me he dado cuenta del error que habría cometido.
—Lo siento. –Dice sin más, bajando la
mirada a su cuenco de fideos y yo frunzo el ceño.
—No me sirve de nada que me digas cuanto
lo sientes. No lo sientes de verdad, porque te importamos una mierda. –Miro a
Jeon, señalando a Yoongi—. Le importamos una mierda, ¿no te das cuenta?
—Jimin, cálmate. –Me dice.
—¡No quiero calmarme! Tú no te creerás lo
que ha salido en televisión pero yo ya no sé en qué creer, y ante la duda no
quiero tener que dormir en la misma habitación que este hijo de puta…
—Jimin. –Me llama Jeon con voz autoritaria
a lo que yo doy por finalizada la cena y me levanto, pero al intentarlo me
tambaleo y me apoyo en una de las camas, levemente mareado—. Jimin, siéntate.
–Se levanta Jeon detrás de mí, y solo Yoongi se queda ahí sentado en el suelo,
mirando su comida en silencio—. Se está disculpando con nosotros, nos está
dando explicaciones de lo que ha sucedido.
—¿No entiendes que no quiero
explicaciones? ¡No quiero tener nada que ver con alguien como él! –Le señalo,
pero Yoongi me vuelve el rostro.
—Cuando te conté los robos que cometía no
parecías muy preocupado ni ofendido…
—¡Pero ahora todo ha cambiado! –Grito
haciendo aspavientos pero Jeon intenta contenerme, temiendo que le dé un
manotazo.
—Claro que ha cambiado. –Dice, mirándome
con ojos entrecerrados—. Yo estoy condenado a muerte, y como se entrenen de que
he salido de la cárcel pondrán precio a mi cabeza. Y dentro de poco también lo
tendrán las vuestras. ¿Os pensáis que habéis salido impunes? Si la policía es
demasiado lenta, Namjoon dará vuestros nombres a la prensa y os investigarán,
os buscarán, y dentro de poco os cogerán. –Mira alrededor, serio—. Ni siquiera
sé qué hacéis aquí aun.
—Yo tampoco. –Digo serio, y mi mirada
recae en Jeon a mi lado que me devuelve la mirada, triste—. Sea lo que sea, yo
no me refería a eso. No me importa cuánto valga mi cabeza ni cuantos de la
secreta me estén buscando. Yo… —Una arcada me sorprende y me sujeto el vientre
con una mano mientras Jeon da un respingo y posa una mano sobre mi espalda,
casi alarmado. Trago en seco, frunzo el ceño y abro con los dientes apretados—.
Yo confiaba en ti y nos has engañado. Eso es lo que ha cambiado.
—Jimin, —me dice Jeon, con voz calmada—,
él no sabía que iban tras nosotros, y aunque nos hubiera contado lo que sabía,
no habría cambiado nada. ¿No te das cuenta? –No respondo porque sé que tiene
razón, pero de cualquier forma, y como no tengo justificación para estar
enfadado con Yoongi, frunzo el ceño y bajo la mirada hacia el suelo, intentando
controlar mi respiración.
Una segunda arcada me sorprende y me
levanto de inmediato, casi como impulsado por un resorte y corro al baño para
caer delante de la taza y regurgitar toda la bebida que he ingerido. Cae como
una cascada del vómito junto con agua y bilis. Cuando termino Jeon aparece de
la nada para golpearle levemente la espalda, con palabras reconfortantes que
tanto necesitaba.
—Vamos, vamos, Jimin. Tranquilo. No pasa
nada… —Me dice con voz amable, borrando de él todo resquicio de los recuerdos
de hace unos segundos.
Una tercera arcada y me dejo llevar por
ella para que el amargo sabor de mi bilis me recorra la garganta. Hundo mi
cabeza en el retrete y me apoyo con las manos en la porcelana de alrededor. Una
de las manos de Jeon cierra la puerta con un empujón mientras que la otra va a
mi espalda. Su otra mano va a mi estómago y me sostiene mientras sigo
vomitando. El sonido de las arcadas y el vómito cayendo sobre el retrete es lo
único que oigo. No es hasta que se me queda el estómago vacío que no me detengo
y me dejo caer sobre la pared a mi lado mientras Jeon tira de la cadena y me
pasa una toalla limpia. Me la da y yo me limpio, exhausto mientras una gota de
sudor recorre mi sien derecha. La siento caer y entrecierro mis ojos, abrumado
por la luz de los fluorescentes del baño. Respiro con dificultad al principio
pero a medida que pasan los segundos consigo controlar el ritmo de mi
respiración y el palpitar de mi diafragma, que tiembla por el esfuerzo. Jeon
pasa una mano retirando el cabello humedecido de mi frente por el sudor en el
esfuerzo y me sonríe con una tristeza que hacía mucho que no veía en sus ojos.
—No me hagas esto, hyung. Te necesito
conmigo, ¿vale? –Asiento con ojos cerrados y una lágrima cayendo por mi mejilla
derecha. No sé si es culpa del esfuerzo, de la tristeza, de su mirada o de mis
ojos que últimamente han decidido romper a llorar en los momentos más
apropiados—. Te necesito, no me hagas esto. –Repite, como un dogma—. Te quiero,
y necesito que me ayudes, yo solo no puedo hacer esto. Mañana tenemos que ir a
por Taehyung. Tienes que ser fuerte, ¿vale? –Asiento de nuevo y Jeon se acerca
más a mí para limpiarme él las gotas de sudor de mi rostro—. ¿Puedo dormir
contigo esta noche? ¿O prefieres dormir solo?
Con miedo de hablar sujeto su camisa por
la línea de su costado y le acerco aun más a mí para abrazarle en forma de
respuesta afirmativa a su primera pregunta y como gesto de amabilidad por su
comportamiento para conmigo. Aspiro su olor, él me besa en la coronilla y
suspira largamente como soltando un gran peso que soportamos los dos.
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