EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 47
Capítulo 47
Jimin POV:
03/07/1995
09:30 PM
Se oye el sonido de una cremallera
cerrándose. Es un sonido demasiado confuso para comprenderlo. No significa nada
y sin embargo a mi me hace sentir tan desagraciado. No insinúa un final, sino
un comienzo. Pero, ¿por qué esta sensación de que el final se acerca a pasos
agigantados? Me consume la idea de que estas paredes presenciaran nuestra
despedida y ¿después? El vacío de un profundo acantilado en la oscuridad de una
fragancia perdida.
—¿No vas a hacer las maletas? –Se oye la
voz de Jeon a mi espalda. Sentado en mi cama visualizo a través de la ventana
abierta el sonido de un par de golondrinas anidar lejos de aquí. La luz del sol
se está fundiendo ya con la oscuridad de una larga noche en la que nosotros
estaremos cometiendo uno de los crímenes del año. De la década, si me apuro. La
voz de Jeon reverbera a través de la habitación y yo no consigo alcanzarla a
tiempo. No entiendo sus palabras ni tampoco quiero darle una respuesta. No me
gustaría tener que enfrentarme al sonido de mi propia voz.
—No. Luego. –Digo, sin más, probablemente
haciendo que él sea consciente de que mi estado anímico no es el mejor, ni
tampoco el momento es el más apropiado para dejarme avasallar por los sentimientos,
pero ahí están, inquebrantables, despiertos después de muchos años sumidos en
un profundo sueño. Jeon no hace nada al respecto y se limita a seguir empacando
sus cosas mientras yo le miro de reojo, con ese aire pensativo que le
caracteriza. Lo echaré tanto de menos que se me hace muy difícil comprender
como en tan poco tiempo, ha pasado a ser parte de una vida que yo no he
escogido. Miro de nuevo a la ventana y esa nostalgia vuelve a avasallarme.
Pienso en lo que pasó anoche en esta misma cama, recuerdo el cuerpo desnudo de
Yoongi en mis brazos, recuerdo el primer día que llegué aquí, mi primera
carrera de coches en F1 y la primera vez que fui a la escuela. Esos asquerosos
uniformes grises, esa sensación de pánico al verme rodeado de niños que me miraban
con esos ojos curiosos. Me rodea un escalofrío y suspiro cerrando los ojos,
posando mis manos sobre mi regazo.
Ha pasado tanto tiempo, me digo, desde que
me veía ilusionado conduciendo esos coches de Fórmula 1. Aun extraño la
sensación del miedo y la adrenalina, pero era un miedo infantil, era una
adrenalina sutil. El remolino de sentimientos que está avasallándome en este
momento es un terremoto de una magnitud que desconozco. Este temblor está
comenzando a derrumbar grandes montañas que yo creí solidificadas ya en mi
interior. Me siento curioso, a la vez que temeroso de los destrozos que este
miedo pueda causar. Estoy convirtiéndome en polvo poco a poco, puedo sentirlo.
Se me han quitado todas las ganas de contribuir en este robo, en obtener
dinero. Miro hacia mi armario a todas las camisas que tengo, todas una tras
otra en las perchas correspondientes. Son polvo, nada más. Han perdido todo
sentido de ser y, ¿cuándo ha sucedido eso? Ya no lo recuerdo pero tenían para
mí una importancia que ahora ha dejado un hueco en mi interior. No consigo
entender a donde se ha ido esa sensación ni cómo voy a llenar el espacio que ha
dejado, pero de un momento a otro, ni mi propio yo tiene una verdadera
importancia relevante.
Cuando Jeon sale de la habitación me quedo
a solas en el silencio roto por los ruidos exteriores al cuarto. Puedo oír como
en la habitación de al lado también alguien anda haciendo la maleta y como
alguien en el comedor pasea de un lado a otro. Un peso en el sofá, de repente.
Seguro que es Yoongi que se ha sentado frente a la televisión. Me fascina su
despreocupación, pero me intriga su conocimiento en cuanto a propia situación.
Le envidio, en realidad. Me gustaría ser tan fuerte como él aunque yo solo
intente fingir serlo. Por primera vez en mi vida lo asumo, finjo ser quien no
soy. Ser alguien fuerte, alguien decidido, un ganador. Que sarta de mentiras
tan crueles. Al principio no era más que un fino velo sobre mi rostro que ha
acabado por pudrirme a mí debajo de este. Que crueldad. Los resultados de una
vanidad desmesurada. Qué triste realidad.
—¿Vas a cenar? –Me pregunta Jeon desde la
puerta del cuarto. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que ha desaparecido de
él, pero sé que no ha debido ser demasiado. El sol aún está cayendo, aún no ha
desaparecido.
—Sí. –Digo, poniéndome en pie mientras
avanzo hasta él, intentando fingir con esfuerzo que estoy bien—. ¿Qué hay de
cena? –Pregunto a lo que él niega con el rostro.
—No tenemos demasiado. Pensaba en bajar a
comprar algo a la tienda de la esquina. –Dice. “La tienda de la esquina” es
como hemos apodado al supermercado al final de la calle y ha sido hasta hoy un
lugar de refugio en cuanto hemos necesitado cervezas o incluso algo de tabaco.
Suspiro largamente y ambos avanzamos hasta el salón, donde se encuentra Yoongi
tirado en el sofá. También echaré esto de menos, la representación de una
perezca dominante—. Taehyung me ha dicho que ha comido algo en la oficina y que
no tiene mucha hambre. Dice que dormirá pronto para levantarse bien. –Me dice
Jeon mientras nos mira a Yoongi y a mí, como finalista de una decisión. Yo me
encojo de hombros y Yoongi hace el mismo gesto—. Genial, —sentencia—, bajaré a
comprar unas porciones de sushi…
—Bajaré yo. –Digo, optimista—. Yo invito,
además, quiero que me dé un poco el aire. –Digo mientras me palmeo los vaqueros
encontrando la cartera y el teléfono móvil y Yoongi me mira con las cejas en
arco y ojos sorprendidos. Me señala con el mentón, levemente confuso.
—¿Que vas a bajar tú? –Me pregunta y yo
asiento, encogiéndome de hombros como si fuera lo más normal. Jeon y él se
miran, extrañados y Yoongi le dice a Jeon—: Tiene cara de qué va a plantarnos.
–Le dice y sé que es una broma, pero la cara que porto ahora sé que es tal como
la ha descrito.
—No digas tonterías. –Le digo a Yoongi,
ofendido—. Podrías bajar tú pero no despegas el culo del sofá y Jeon aún tiene
cosas que empaquetar. Solo os estoy haciendo un favor. –Digo mostrándome algo enfadado
por sus palabras y antes de que digan algo más de la expresión en mi rostro me
encamino al pasillo, me pongo los zapatos y me echo una chaqueta a los hombros
mientras salgo con una expresión enfadado que desaparece de forma instantánea
en cuanto la puerta se cierra con un portazo y me dejo caer en la más profunda
reflexión. ¿Asaco podría desertar a estas alturas? No lo veía como algo
probable pero ahora se me presenta como una opción tentadora. Más que eso,
demasiado suculenta. ¿Quién no huiría ahora? Tengo dinero, tengo una
reputación, bien podría...—. Joder. –Murmuro para mí mismo, negando con el
rostro, levemente abochornado por mis propios pensamientos. Seamos realistas
–me digo— no vas a abandonarlos. Ya es demasiado tarde.
Cuando salgo a la calle el aire frío
removiendo mis cabellos me hace sentir algo más apaciguado. Hace calor, e
incluso la chaqueta me sobra pero no puedo hacer ya nada. Sin embargo corre una
brisa fresa de un sabe olor a flores y regaliz negro, de las tiendas que
recorren la calle. Los primeros pasos son los más fáciles, pero a medida que
voy caminando me voy dando cuenta de que no consigo mantener un ritmo constante
hasta la tienda. Se ve demasiado lejana, es muy confuso el sentimiento que me
está sobrellevando. Hay poca gente en la calle, aunque sea sábado de tarde, es
la hora de la cena y junto con que esta no es una calle muy transitada, dota al
ambiente de una sensación de angustia, de espera. Parece que el mundo entero
está esperando por algo y yo soy el centro de atención. Me sobrecoge el miedo,
el pánico más cruel. Saco mi teléfono móvil y estoy a punto de realizar un acto
suicida muy poco premeditado pero no confío en la seguridad de mi teléfono
móvil y cierro la tapa devolviéndolo al bolsillo de mis pantalones.
Con aire necesitado y una angustia
creciendo en mi rostro me encamino a la cabina telefónica en un lateral de esta
calle y me camuflo entre los dos cristales a mis costados, pero sin ninguno a
mi espalda, me siento levemente desprotegido. Tampoco me habría sentido más
reconfortado de estar encerrado en una cabina como las británicas, se me hace
muy difícil no gritar ante el pánico de la claustrofobia. Sin pensarlo
demasiado introduzco unas cuantas monedas en la ranura superior del teléfono y
llevo mis dedos a marcar los números que grabé una vez en mi memoria y hacía
mucho que no necesitaba rememorarlos. Al presionar los botones metálicos me
descubro con un sabor amargo en la boca del estómago y un mareo levemente
racionalizado entre la cabeza, los oídos y mis propios ojos, con una leve
visión emborronada. Suenan unos cuantos pitidos, uno detrás de otro con la
misma frecuencia en el intervalo. Piii… Piii… Piii…
Llego a contar al menos unos seis hasta
que alguien al otro lado descuelga el teléfono y se oye la voz de una mujer
curiosa a la vez que una respuesta monótona sale de sus labios. Yo contesto,
con una voz temblorosa.
—¿Mamá? –Digo, la llamo, en forma de
pregunta, pero sé de sobra que es ella. Su voz, es la misma voz que escucharé
en el momento de morir. Lo sé.
—¿Hijo? –Pregunta. Ella sí que no me ha
reconocido en mi timbre de voz. Tal vez sea el miedo que me recorre, o el
teléfono con su mala conexión, pero no quiero engañarme. Ha sido el paso del
tiempo—. ¿Jimin?
—Sí, mamá. –Digo, y el sonido de su voz me
forma un nudo en la garganta. Me oculto un poco más en la intimidad de la
cabina y suspiro largamente mientras el frío del auricular sobre mi oreja me
hace sentir distante
—¿Eres tú, de verdad? –Me pregunta, entre
temerosa de mi llamada y esperanzada del sonido de mi voz.
—Sí, mamá. Soy yo. Jimin. –Digo,
recalcando mi nombre—. Park Jimin.
—¡Hijo mío! –Vocifera haciéndome sonreír
de forma triste a este lado de la llamada—. ¡No puede ser! ¡Te he estado
llamando! Estaba tan preocupada por ti…
—Lo siento mamá… he… he estado ocupado.
–Le digo, mordiéndome el labio inferior. Ella resopla al otro lado.
—He dejado de verte en las noticias, mi
niño. ¿Por qué has renunciado? –Me pregunta y en su voz puedo notar la
decepción de mi decisión.
—Tuve diferencias con el representante… y
el equipo no… —Suspiro—. Tenía que hacerlo, mamá. Lo siento.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. –Digo, con picor en los ojos.
Suspiro de nuevo.
—¿No te habrás metido en ningún problema…?
–Pregunta por el motivo de mi llamada y yo niego con el rostro, aunque no pueda
verme.
—No mamá. No me he metido en problemas.
–Le digo, y al decirlo me da la sensación de que estoy mintiéndola.
—¿Qué haces ahora, mi niño? ¿Dónde estás?
¿Necesitas que te ayudemos?
—No, mamá. Estoy bien.
—He llamado a tu piso, mucho. ¿Dónde
estás?
—Ya no vivo ahí. Estoy viviendo en un piso
compartido con unos amigos.
—¿Compartido? Jimin… no es propio de ti.
¿Qué te pasa, cielo?
—No me pasa nada, mamá. –Suspiro—. Ni
tengo problemas…
—¿Y por qué no me has cogido el teléfono?
—No quería hablar. Solo era eso. –Oigo un
resoplido del otro lado. Siento que mis pulmones se contraen. Comienzo a no
poder respirar con normalidad.
—¿Por qué me has llamado?
—Solo quería hablar contigo, mamá.
–Suspiro. Cada “mamá” me quema en la garganta.
—Ahora no está tu padre en casa. ¿Quieres
que le diga que te llame cuando…?
—No. –Le corto, algo nervioso—. No puede
ser. –Suspiro—. Solo puedo hablar ahora. ¿Qué tal estáis vosotros?
—Bien, mi amor. –Suspira—. Nos tenías tan
preocupados…
—Lo siento. –Digo, y una lágrima cae de
mis ojos, aliviando momentáneamente mi sensación de ahogo—. Siento haberos
preocupado. Os quiero mucho, lo sabéis, ¿verdad?
—Sí, mi niño…
—Lo siento, mamá. Me he portado mal con
vosotros…
—No importa, hijo.
—Quería decirte que eres una buena madre,
y que siento mucho haberos olvidado cuando entré en las carreras. –Mi voz
comienza a temblar—. Si puedo, algún día, os devolveré todo lo que habéis hecho
por mí.
—No importa. –Repite, a ella comienza a
temblarle también la voz—. ¿Qué te pasa, Jimin? ¿Por qué esto ahora? –Ha roto a
llorar.
—Por nada. Solo quería oír tu voz. Lo
siento. –Digo, y me separo el auricular del oído con intención de colgar pero
ella habla una vez más.
—Te queremos, hijo. –Dice y con eso me doy
por satisfecho. Sonrío, asiento como respuesta aunque no pueda verme y cuelgo
haciendo que el sonido metálico del auricular con el teléfono sentencie la
llamada. Cojo aire, me limpio las mejillas con la manga de la chaqueta y suelto
el aire, sintiéndome levemente aturdido. Cuando salgo de la cabina intento
aparentar normalidad y nadie recae en mí, o al menos, eso es lo que a mí me
parece. Me encamino a la tienda en busca
de algo de comida para la cena. La última cena antes del atraco. Que irreal
suena, qué ilusión tan confusa.
Comentarios
Publicar un comentario