EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 39

 Capítulo 39

 

Jungkook POV:

21/06/1995

 

Rebobino la canción en el walkman de forma que a través de los cascos puedo escuchar el sonido del retroceso viajando a través de los cables hasta mis oídos. Es un sonido gracioso pero estremecedor a la vez. Lo que escucho no es más que la recopilación de los sonidos que hasta hace un momento me hacían sentir tan agradable, pero del revés y a una velocidad extrema. Espero pacientemente a que el retroceso termine en la zona que yo deseo. Ya, de tantas veces que he escuchado esta cinta y de tantas veces que me he sumergido en las canciones en el interior, he sabido calcular en qué momento debo parar. Más o menos. La canción comienza a reproducirse tras un “Crack” sobre el botón de la parada. Otro sobre el botón de play. “Crak” y la música se reproduce más o menos donde tenía previsto. No soy exigente, me dejo llevar por el sonido mientras me reclino en la cama y apoyo mi cabeza en el almohadón. Las luces todas están encendidas, me encuentro solo en mi habitación con una cama vacía a mi lado y la miro de reojo. Después miro hacia el armario y más tarde, hacia la ventana cerrada. Suspiro largamente y cierro los ojos mientras el peso de un libro sobre mi tórax crea una dulce sensación de recogimiento. Apenas es más grande que mi mano y me siento abrigado y abrazado. Suspiro largamente y subo el volumen de la música.

El sonido de la música comienza a rodearme como lo hacía hasta hace unos segundos. Comienzo a pensar en cualquier cosa que me distraiga de una rutina demasiado exasperante, demasiado confusa y absurda, pero imágenes que no he autorizado para entrar en mi mente están avasallándome. Me controlan hasta el punto en que me sumerjo en una vaga idea de lo que algún día será un recuerdo, pero de momento, no es más que una premonición de algo que acontecerá pronto. Muy pronto. El sonido de las ruedas de un camión. El traqueteo de estas a una velocidad desmesuradamente tranquila. El sonido del asfalto y el movimiento de la cabina. Unos nervios infundados por la oscuridad de la noche, un subidón de adrenalina tan solo estimulado por nuestras vestimentas. Jimin ante mí, mirándome con esa mirada enfadada y recelosa de mi persona. La voz de Yoongi en alguna parte. No sé de dónde viene, pero se cuela a través de la música con una habilidad magistral. Es mi nombre lo que se oye, y me hace sentir intranquilo.

—Jungkook. –Oigo con su tono de voz y más tarde, una risita. Una risa dulce y nasal que me hace suspirar, tranquilo. Mi nombre de su voz se siente tan irreal...—. ¿Me oyes? –Escucho cuando una mano me retira un auricular de mis oídos y yo doy un respingo asustado y nervioso, viendo a un Yoongi a mi lado sentado en la cama con una gran sonrisa por culpa de mi reacción. Su pálida mano sujeta uno de mis auriculares y lo retira de mi oreja dejándomelo detrás de ella. Como un acto reflejo incontrolable me yergo en la cama apoyándome en el cabecero y paro el walkman con una mueca confusa. Frunzo el ceño.

—Me has asustado. –Digo, como justificación a mi posible expresión facial, tan divertida para él.

—He llamado a la puerta y no me has respondido. Pensé que estabas dormido ya y venía a devolverte esto pero te he encontrado tan concentrado que no podía desperdiciar la oportunidad de acercarme. –Yo miro entorno a él, la puerta cerrada, su mano con un libro mostrándomelo y yo con el walkman caído en mi regazo junto con otro libro. Cierro este, lo dejo sobre la mesilla a mi lado y me quito los cascos sobre la cabeza. Yoongi me extiende el libro en sus manos y puedo distinguir que es Rojo y Negro—. Muchas gracias por el libro. –Me dice, tranquilo. Yo lo recojo en mis manos y me lo quedo mirando, no le ha hecho ningún rasguño ni ha doblado ninguna hoja. Maravilloso. Él no se va.

—¿Quieres otro libro? –Le señalo las cajas de cartón que hay al lado de la puerta a lo que él las mira, pensativo, pero no acaba por decidirse. Se limita a encogerse de hombros mientras niega con el rostro, un tanto cansado—. ¿Te ha gustado? –Le pregunto cogiendo a Stendhal en la mano y Yoongi asiente, y en vez de una respuesta afirmativa de parte de sus labios, suelta un suspiro, tranquilo.

—Me ha llevado mucho tiempo leérmelo entero. Siempre me andan interrumpiendo. –Dice—. Y aquí no encuentro un solo segundo. A Jimin hay que atenderle y prestarle atención como a un niño pequeño. –Dice y ambos reímos, tranquilo, preocupados porque se nos oiga desde fuera. Sentado como está en el borde de la cama se apoya en mi pierna y la otra mano está sobre su regazo. Me mira y yo miro al libro.

—¿Sabes que está basado en una historia de verdad? –Le pregunto, un tanto melancólico, levantando un poco el libro. Yoongi abre sus ojos, sorprendido.

—¿De verdad?

—Sí, Stendhal se basó en una situación similar de un chico de París. Está claro que él lo adornó con su narrativa y lo colocó en un marco a la medida de la sociedad del siglo, pero sí.

—Vaya… —Yoongi suspira, levemente desanimado.

—¿Y esa cara?

—Incluso las mejores ideas no surgen de una mente, sino de la realidad.

—Nuestra mente se sustenta en la realidad para liberarse. No imaginarás más de lo que tus ojos han visto, o tus oídos escuchado…

—Supongo que tienes razón. –Dice, sin más y me palmea la pierna en señal de marcharse pero yo le detengo, con una sonrisa tranquila y unos movimientos algo excitados.

—Mira lo que tengo. –Le digo, señalando el walkman y le paso los cascos. Mientras se los pone, un poco receloso, yo rebobino lo suficiente como para alcanzar la canción que busco y cuando la encuentro, detengo el walkman con un “Clak” y con otro igual para reproducir la canción. No puedo escuchar si es la canción que estaba buscando, dado que no tengo los cascos a mi disposición, pero por la expresión en el rostro de Yoongi, juraría que sí. Una sonrisa infantil y una mirada con matices confidenciales me sorprenden. Yo sonrío de la misma forma y suspiro, dejándole unos segundos disfrutar de la canción.

Lacrimosa. –Dice, tranquilo—. ¿Estabas escuchando a Mozart? ¿Por qué no me sorprende? –Pregunta mientras se quita los cascos y yo detengo la reproducción.

—Estaba escuchando Réquiem. –Digo, como si eso fuera algo importante. Él asiente y sujeta el walkman, curioso.

—Me lo tendrás que dejar antes del asalto al museo. –Dice, tranquilo y yo asiento, consciente de ese dato.

—Sí, sé que te gusta escucharla, pero me joderás la canción. –Digo, pensativo, y ante su rostro confuso le doy una aclaración—. Cada vez que la escuche después de esto me recordará a los segundos antes de entrar…

—Bah. –Dice—. Todo te recordará a esto. Aún eres joven… —Mi rostro le hace rectificarse—. Más que yo… Aun eres impresionable, y más en una empresa como la que vamos a…

—¿Quieres decir que me perseguirá siempre…?

—Digo que es algo muy… —busca las palabras. No las encuentra.

—Entiendo. –Le digo, deteniendo el esfuerzo que le supone pensar en las palabras adecuadas. Yo tamborileo mis dedos sobre la tapa dura del libro de Stendhal.

—Prométeme que después de esto no volverás a…

—¿A cometer otro delito? –Me adelanto a sus pensamientos con una mueca confusa. Él asiente, mirando mi mano que tamborilea sobre el libro—. No te preocupes, no forma parte de mi plan de vida.

—Y sin embargo, aquí estás… —Me dice con media sonrisa triste y yo me encojo de hombros.

—Creo que es un poco hipócrita que alguien como tú me diga a mí qué estilo de vida debo llevar.

—Justo porque soy yo, debo decírtelo.

—¿Tienes miedo de que sea mejor que tú? –Le pregunto curioso y él me mira ofendido, suspira, niega con el rostro y me vuelve a mirar, esta vez con una mirada paternofiliar.

—¿Por qué estás aquí? –Pregunta con ojos penetrantes. Yo me muerdo el labio inferior.

—¿Y tú?

—No me has contestado.

—Ni tú a mí. –Digo y él me mira, serio.

—Desde que te vi el primer día, pensé: ¿Qué pasa por la cabeza de alguien como tú, para meterse en un lío de estos?

—¿Qué quieres decir?

—Eres inteligente, con las mejores notas, con habilidades muy valiosas… y estás aquí…

—¿Qué tiene de malo estar aquí?

—Aquí estamos las personas que no tenemos más opciones, y todos, estamos por voluntad propia. ¿Qué lleva a alguien como tú a estar en un sitio como este?

—¿Intentas ligar conmigo? –Le pregunto de forma que se distraiga de la conversación pero es tan testarudo como yo, y no lo consigo.

—¿De verdad no tenías otra opción?

—¿Acaso puedo recular ahora? –Digo, pensativo mientras él me mira, serio. Suspiro—. Déjalo estar, no tiene importancia. Ahora solo hay que pensar en que este viernes será mi último día de clase, y el resto, será todo rodado. Entraremos, saldremos con las obras y cobraremos un pastizal. –Digo, tranquilo—. Me iré a vivir lejos, pasaré dinero a mis padres y buscaré trabajo en algún museo o yo que sé… algo haré.

—A veces me das envidia. —Dice, tranquilo y mirándome con ojos infantiles. Yo frunzo el ceño—. Pareces hecho de piedra. –Dice y yo pienso, frunciendo el ceño.

—Me lo han dicho antes, pero nunca como un halago.

—Pues a mí me parece una cualidad envidiable.

—Nadie puede ser de piedra. –Reconozco—. Aunque lo intente, a veces la piedra también se rompe.

—Supongo… —Mira el libro que estaba leyendo—. ¿Qué estás leyendo?

—Solo es una biografía de Charles Chaplin *. –Digo—. No estaba prestándole mucha atención y me he puesto la música. ¿Seguro que no quieres llevarte otro libro? Nos quedan dos semanas aún hasta el… —Dejo la frase en el aire, mientras él niega con el rostro—. Vale. ¿Qué tal en el gimnasio? ¿Jimin se porta bien?

—El problema lo tengo yo. Es horrible. –Reconoce, con voz cansada—. Ya no estoy para estas cosas…

—¿Este golpe y te retiras?

—Yo ya me había retirado hace tiempo, pero la vida te sorprende con ofertas que no puedes declinar.

—Ya que hablamos de primeras impresiones, el día que llegué aquí pensé que serías una carga para todos, y a veces tengo la sensación de que eres el único cuerda de todos los que habitamos aquí.

—Gracias. –Dice, sin más, mirando mi mano que ha dejado de tamborilear—. Cuando nos den el dinero y cada uno se vaya por ahí, cuando tú te vayas lejos, ¿te acordarás de mí? –Me pregunta y sus palabras me pillan por sorpresa. Sonrío con una expresión infantil.

—Claro. Nunca me olvidaré de esto. –Digo, firme y él sonríe—. ¿Y tú te acordarás de mí? ¿Qué harás con el dinero? ¿A dónde irás?

—No lo sé. –Dice—. Aún no lo he pensado, pero desde luego que me acordaré de vosotros.

—No hables en plural, claro que te acordarás de Jimin, pero… ¿de mi? –Hago un puchero—. ¿Solo seré el bibliotecario que te presta libros?

—Idiota. –Me dice y se inclina para besar mi nariz. Lo hace con una sonrisa y con ojos curvos en una expresión divertida. Sus labios se estampan en mi nariz y aunque yo quiera sonreír, mis mejillas han enrojecido. Se levanta de la cama palmeando una de mis rodillas y se aleja hasta la puerta, se queda mirando la caja de libros y frunce el ceño, mirando uno de ellos desde lejos—. ¿Crees que Caravaggio* sabía cómo iba a morir? –Me pregunta, de forma repentina y tengo que pensar bien en su pregunta.

—Supongo que no, aunque no te sabría decir, iba siempre cargado con su espada fuera donde fuese. Supongo que daba por hecho que no moriría plácidamente en una cama.

—Las personas grandes siempre mueren súbitamente en un final trágico.

—¿Tú puedes ver tu propia muerte? –Pregunto y se cruza de brazos, pensativo.

—Yo no soy nadie grande. Pero un final trágico me pega bastante… —Insinúa.

—Idiota. –Ahora soy yo quien le insulta, sin argumentos y niega con el rostro, chasqueando la lengua—. Jimin se quedará hasta tarde viendo una película, así que no esperes que venga a dormir. –Me dice mientras coge el pomo de la puerta.

—¿Eso es una mentira piadosa?

—Por desgracia no. –Dice, sonriendo de forma triste y me mira, escabulléndose por la puerta—. Yo me voy a dormir ya, siento que las agujetas se van extendiendo por mi cuerpo. Buenas noches.

—Buenas noches. –Le digo y suspiro largamente cuando se ha ido. Me quedo mirando el espacio que ha dejado al lado de mí, en mi cama, y me muerdo el labio inferior mientras pienso en sus palabras. Una muerte trágica. Qué final tan sublime para una vida tan dolorosa.

Vuelvo a ponerme los cascos y con un sonoro “Clak” se reproduce Lacrimosa, embriagándome con un dulce aroma a uvas y ácidas ciruelas. Suspiro largamente y cierro los ojos, regresando a ese fragmento de un futuro que rezo por que no sea demasiado estimulante. La oscuridad de la noche, el sonido de las ruedas sobre el asfalto. Una voz, una sonrisa, la canción Lacrimosa a lo largo de la carreta. Un cuadro, un rostro desfigurado del diablo encarnado junto a su aquelarre. No soy creyente pero por esta noche le rezaré a él, porque nos ampare en nuestra huida hacia la nada.

 

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*Charles Spencer «Charlie» Chaplin (Londres, Inglaterra, Reino Unido, 16 de abril de 1889—Corsier—sur—Vevey, Suiza, 25 de diciembre de 1977) fue un actor, humorista, compositor, productor, guionista, director, escritor y editor británico. Adquirió gran popularidad en el cine mudo gracias a las múltiples películas que realizó con su personaje Charlot. A partir de entonces, es ampliamente considerado un símbolo del humorismo y del cine mudo. Para el final de la Primera Guerra Mundial, era uno de los hombres más reconocidos de la cinematografía mundial.

*Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 29 de septiembre de 1571—Porto Ércole, 18 de julio de 1610) fue un pintor italiano activo en Roma, Nápoles, Malta y Sicilia entre 1593 y 1610. Es considerado como el primer gran exponente de la pintura del Barroco.

 

 

 

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