EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 37

 Capítulo 37

 

Taehyung POV:

21/06/1995

 

Con una mano en mi maletín camino alrededor de la oficina en busca de la salida lo antes posible. Atareado con mis pensamientos paso desapercibido entre el barullo de gente que aún sigue trabajando alrededor. Ha terminado mi jornada y como no me quedo haciendo horas extras ni me han obligado a ello, gracias a Dios, me escabullo lejos de mi escritorio hasta el ascensor y cuando salgo de este, me encamino hacia la puerta de salida con una sensación de ahogo progresivo, que desaparece de forma instantánea cuando pongo un pie fuera. Sujeto con menos fuerza el asa de mi maletín negro y me alejo paso a paso por la calle, en dirección a nuestro piso. Pienso durante unos segundos en una posibilidad remota mientras veo como el sol anaranjado se esconde ya tras los altos rascacielos. Me indican que la noche está acercándose y si miro en la dirección opuesta a donde el sol está desapareciendo, yéndose como yo a descansar de su duro día de trabajo, puedo vislumbrar la oscuridad más tenebrosa que ha cubierto esta ciudad. Me da la sensación de que es una gran nube negra la que se aproxima, pero la realidad es que somos nosotros los que nos acercamos de forma progresiva a una oscuridad irremediable. Lucharemos por salir de ella. Rezaremos porque el sol salga al día siguiente.

Tras darle un par de vueltas a una temeraria idea, saco mi teléfono móvil y marco el número de Jeon, posándolo en mi oreja y escuchando unos cuantos pitidos al otro lado. Suspiro largamente deseando porque me coja el teléfono y no solo eso, sino que acepte mi propuesta de acompañarle a casa. No sabe cuando deseo una conversación tranquila, pedirle perdón por algo que ahora mismo no recuerdo pero que necesita de una explicación. Los tonos suenan durante un rato. Piii. Piii. Piii…

—¿Sí? ¿Taehyung? –Pregunta una voz cansada al otro lado. Algo sofocada. Me gustaría pensar que está bien por la forma dulce en que me ha nombrado, y sonrío con ese pensamiento.

—Sí. Soy yo. ¿Sigues en la escuela? –Pregunto y qué raro se me hace. Oírme decir “escuela” es una sensación que mi sistema cognitivo no puede procesar correctamente. Acabo negando con el rostro mientras él habla al otro lado.

—Estaba a punto de salir. Estoy recogiendo el taller. ¿Por qué? –Pregunta, y en su tono de voz noto cierto matiz de alarma, con lo que le quito importancia sonriendo, aunque no pueda verme. Espero porque mi sonrisa aclare el tono de mi voz y lo vuelva meloso y dulce.

—Por nada, solo te lo preguntaba por si quieres que te vaya a buscar. Acabo de salir de la oficina. –Digo mientras me pongo a la espera de un paso de cebra que me conduzca a la escuela de Jeon. Este ríe alegre al otro lado.

—Pues me haces falta, la verdad. –Dice—. Me gustaría que me ayudases a transportar un par de lienzos.

—Pues voy de camino. –Le digo y su risa se hace más dulce, puedo imaginármelo riendo, sonriendo de esa forma que le quita años de madurez, que le vuelve inocente y vulnerable a mis ojos.

—Vale, hyung. Estoy en la tercera planta, en el taller que pone “Taller restauración”. –Dice—. No tiene pérdida. –Asiento aunque no pueda verme y tras que oigo como cuelga al otro lado, yo cierro mi teléfono móvil y me lo guardo en el interior de mi americana. Me encamino despacio a través de una calle abarrotada de gente en hora punta de regresar a sus hogares.

Tras caminar durante un rato comienzo a repasar en mi mente estas últimas dos semanas vividas que me han parecido tan largas como meses enteros, como años. En realidad apenas nos conocemos aún los cuatro que convivimos en un mismo espacio, pero a pesar de todo, y gracias a la cercanía que el propio hogar nos ha proporcionado, me siento conforme con la situación que se nos plantea. Hemos acabado por aceptarnos los unos a los otros y ha desaparecido, en cierta manera, esa extraña incomodidad de los primeros días. Es palpable que todos estamos aún confusos y extraños dentro de esa conejera, tal es así, que nos sentimos como conejos de laboratorio. No sabemos por qué, ni cómo hemos llegado a esta situación pero aquí estamos, los unos con los otros ayudándonos de nuestros conocimientos para salir adelante en lo que se espera de nosotros. Yo al menos me siento así, como una rata de laboratorio a punto de superar un examen médico.

Cuando llego al edificio me encuentro con unas ventanas repletas de oscuridad en su interior. Unas paredes de color pálido y rojizo y una puerta sobre unas escaleras que me invitan a entrar no sin antes advertirme de que no va a ser una grata experiencia. Aun veo luz en el interior, como en una pequeña habitación abierta donde hay una persona mirando lo que parece ser una revista, con una bombilla sobre él. Lo veo a través de los cristales de la puerta pero no es hasta que me aseguro de que puedo entrar, que no lo hago. Me quedo mirando alrededor unos segundos cuando he entrado y el hombre sentado en esa pequeña habitación abierta al público me saluda, con una mueca confusa.

—Hola, buenas tardes. ¿Busca algo? –Me pregunta y puedo ver sobre él, un pequeño tablón que me comunica que es la conserjería. Yo sonrío y asiento mientras me acerco hacia él con el maletín de la mano. Le sonrío con amabilidad y alrededor solo escucho el silencio de una institución a punto de cerrar.

—Buscaba a Jeon Jungkook. Soy un amigo que viene a ayudarle con el transporte… —El hombre me corta.

—Ah. Sí. –Dice, asintiendo—. Lo encontrará arriba, en la última planta, en el taller. –Me dice sin más y me señala un pasillo a la derecha de su habitáculo.

Yo asiento, le doy las gracias amablemente y me encamino por ese pasillo hasta que me topo con unas escaleras iluminada solamente por unas bombillas a lo largo del hueco entre las escaleras. Subo la primera planta donde me sorprende un piso en silencio. En completo silencio y oscuridad, tanto que me da miedo mirar hacia el interior de las aulas vacías y oscuras. Se puede ver el poco resquicio de luminosidad de la calle entrando a través de las ventanas de las aulas. Yo suspiro largamente y subo al siguiente piso. A lo largo de toda la institución puedo ver algunos cuadros surrealistas, algún que otro poster reivindicativo de partidos de extrema izquierda, y algunos dibujos a rotulador en las piedras de la pared en la propia barandilla de la escalera. Suspiro largamente llegando al segundo piso donde sí puedo oír voces. Son voces que salen de una puerta en la que pone “Secretaría”, y dado que solo se oye a un interlocutor, entiendo que es alguien hablando por teléfono. La voz es la de una mujer.

Sin más dilación termino de subir las escaleras y me topo de nuevo con un silencio atronador. Este silencio se rompe por el sonido de unos pasos en un aula cercana a las escaleras en donde puedo distinguir la luz artificial saliendo por debajo de la puerta y en donde puedo leer en una placa sobre la puerta: “Taller de restauración”. Saco una sonrisa del cansancio por subir tres pisos y acabo acercándome a la puerta con una sensación de desconcierto, de preocupación, más que nada, porque no esté solo, por interrumpir, por no saber cómo comportarme dentro de esta institución y me devoran los nervios la idea de que tal vez mi presencia solo se aun estrobo. Acabo decidiéndome a llamar con los nudillos y dentro de la estancia se escucha la voz de Jeon dándome permiso para entrar.

—¡Adelante! –Dice desde el otro lado y yo me atrevo a girar el pomo de la puerta que cede con facilidad. En el interior me sorprenden los fluorescentes colgando del techo y unas cuantas mesas amplias, la mayoría, vacías y limpias. Busco con la mirada a Jeon que sujeta una escoba y un recogedor con ambas manos y se encamina a un punto concreto de la habitación en donde los deja, apoyados contra la pared. El interior de la sala huele a serrín, pintura y un producto químico que no soy capaz de identificar—. ¡Taehyung! –Me llama con una sonrisa mientras se deshace de la bata sobre sus hombros mostrándome un jersey de cuello alto negro y unos vaqueros grises. Yo le sonrío con mi habitual sonrisa bobalicona que me dota su presencia y me quedo ahí de pie, frente a la puerta. Él me reclama—. Entra, aun tengo que recoger mis cosas. –Me dice mientras yo doy un paso hacia el interior y acabo por divisar más cosas entorno a nosotros. Varios caballetes, algunos vacíos y otros con obras sobre ellos. La mayoría lienzos pero también veo algunas tablillas de madera. En una de las mesas ocupadas hay varios bastidores rotos, en algunas, marcos que parecen inacabados. En la parte más alejada a la puerta hay un pequeño lavabo y una mesa con productos de limpieza. Varios armarios cerrados, algunos taburetes. Y Jeon. Jeon moviéndose de un lado a otro.

—¿Qué tal? –Le pregunto por cumplir con la convencionalidad social y él sonríe, amable, mientras dobla su bata blanca y la deja sobre la mesa en donde veo una mochila, algunos objetos de protección como guantes o mascarilla, y su teléfono móvil.

—Bien. –Me contesta, simple—. Cansado pero bien. Ha sido un día un poco largo. –Me dice y yo me encojo de hombros. Si supiera cómo ha sido el mío, no dudaría en sentirse agradecido por su posición—. ¿Cómo ha estado tu día? –Me pregunta, sonriente. ¿Y cómo decirle la verdad?

—Cansado también, pero deseando escuchar tus clases de desmonte de lienzos. –Le digo y él me sonríe con mejillas enrojecidas y acarameladas. Tienen un dulce rubor de color de fresa.

—¿De verdad? No soy buen profesor. –Dice, a lo que yo niego mientras le veo meter en una pequeña bolsa negra la bata y la mascarilla, junto con los guantes y unas gafas. Yo me acerco poco a poco.

—No creo que sea verdad. –Digo—. Sabes mucho, y eres muy listo.

—Esas no son cualidades suficientes para ser profesor, te diría, incluso, que no son necesarias. –Me dice, sonriendo de forma algo triste.

—¿No?

—No. –Dice—. La verdad es que para ser profesor solo se necesitan paciencia y vocación. Y yo no tengo ninguna de las dos cosas. Soy impaciente, y me da igual la sociedad que siga igual de inculta e inexperta.

—Que bruto. –Le digo, frunciendo las cejas pero él me mira, inexpresivo, demostrándome que va completamente en serio.

—¿Qué importa si nadie aprende de mí? ¿Qué importa si no contribuyo a hacer una sociedad mejor? Moriré de todas formas. Todos morimos.

—Que pesimista. Sí que has tenido un día cansado. –Le digo, y él niega con el rostro.

—No le des importancia a lo que yo digo, al fin y al cabo, ni siquiera me gustan los niños. –Dice y yo sonrío con su mirada divertida. Después, esta se dirige a unos cuadros apoyados en la pared cerca de la entrada. Dos cuadros vueltos del revés apoyados en el suelo el uno sobre el otro—. Me tienes que ayudar a llevarlos a casa. –Me dice y yo asiento. Él se encarama la mochila más grande a la espalda mientras que la pequeña y negra se la cuelga solo de un hombro. Se mete el móvil en los pantalones y mira alrededor, asegurándose de que todo esté tal como debe estarlo. Yo miro también pero como no conozco las normas de la institución, de poco va a servir mi colaboración. Me limito a acercarme a uno de los cuadros y cuando lo separo de la pared me doy cuenta de que solo es un marco de madera tallado y barnizado y un lienzo en blanco. Nada más que el soporte de lo que sería obra de arte, pero en este caso, es inexistente. Se me hace extraño, es como contemplar un paisaje marítimo sin mar, sin costa, sin gaviotas. Me crea un vacío extraño en el estómago, una sensación rara. Algo falta, está todo previsto para que alguien luzca aquí una idea pictórica, pero no hay nada más que el esqueleto de una idea aún por crear. El segundo cuadro está igual es muy parecido, una talla diferente en el marco y la tela del lienzo es algo más oscura, pero nada más. Es complejo de entender, no consigo quitarme esa sensación en el estómago.

Cojo uno de los dos, el peso es apenas existente. Es solo la madera del marco lo que lo dota de peso así que cojo ambos dos y junto con mi maletín de la mano los llevo hasta la puerta. Jeon me mira, sonriendo, y me quita el maletín de las manos para más comodidad. Los cuadros no son más que de un metro cuadrado cada uno, por lo que no es nada complicado transportarlos. Evidentemente, con una mochila a la espalda sería algo más pesado pero me alegra poder ayudar en algo. Cuando salimos Jeon me encamina por otro lugar que no son las escaleras, sino que nos acercamos a una puertecita metálica que comprendo, es un ascensor y nos detenemos ahí hasta que este llega a nosotros. En el ascensor, justo al lado, se puede leer un cartel impreso que indica que solo se puede usar en caso de invalidez de una persona o transporte de obras. Lo cual me hace sentir algo confuso, pero entro en el ascensor sin rechistar y me dejo llevar por él, hasta donde quiera llevarnos. Cuando me quedo en el silencio del ascensor, ese olor desconocido vuelve a golpearme y comprendo que es el barniz que recubre los marcos de madera que sustento.

—Gracias por ayudarme. –Me dice Jeon, con voz sutil—. Hacerlo solo me habría parecido muy complicado.

—No hay de qué. –Suspiro—. Me gusta ayudar. –Digo y en mi voz suena tan real, pero en mi mente tan falso. Que mal se me da mentirme, sin embargo a los demás…

—Gracias de verdad. Yo soy incapaz de hacer este tipo de cosas por la gente. Que cada uno se apañe como pueda. –Dice, despectivo y arrugando la nariz. Que adorable se ve de esta forma tan infantil.

Cuando el ascensor se abre nos bajamos en la segunda planta y camina conmigo a su lado en dirección a una larga fila de taquillas. Desde lejos parecen taquillas, por la cantidad de dibujos y abalorios que hay sobre ellas. Desde pegatinas hasta dibujos a rotulador sobre ellas. De algunas cuelgan figuras enganchadas al candado. En otras, se pueden ver posters o incluso baratas imitaciones de cuadros famosos. Solo un par de ellas están impolutas, y al mirar fijamente a una de ellas me embarga la sensación, la muy confusa sensación, de que nos dirigimos a esa en concreto. No me equivoco pues Jeon se detiene frente a ella, una impoluta taquilla de un gris azulado que seguro era el color original de la taquilla, la abre despacio y mete en el interior la bolsa negra con su material de clase. Lo hace en completo silencio mientras a lo lejos se oye el teclear de un ordenador por alguna parte en la oscuridad de las aulas. Yo miro alrededor y Jeon debe recaer en mi mirada.

—Sí, no hay mucha gente a esta hora. –Dice, leyendo mis pensamientos y me sonríe amable—. Trae, yo llevo uno. –Dice mientras me devuelve el maletín y me deshace del peso de uno de los cuadros que sujeta con una de sus manos, agarrándolo del marco, con mucho menos cuidado de lo que me esperaba de él, con mucho menos cuidado del que yo interpreto.

Nos encaminamos de nuevo hacia el ascensor y en el silencio de este hasta la última planta me da tiempo a pensar en que es muy probable que no tenga amigos en esta escuela, tras cuatro años estudiando aquí. Es muy probable que todos los profesores le conozcan e incluso como he podido comprobar, los conserjes también. Es mucho más probable que no tenga competencia en su aula, y algo mucho más preocupante, que no se sienta feliz en este lugar. Miro su reflejo en el espejo del ascensor y suspiro. No parece feliz pero tampoco parece a disgusto. Tal vez yo porte la misma expresión en mi trabajo. Tal vez ninguno de los dos nos merezcamos esta vida tan confusa que se nos presenta. Él es demasiado inteligente y yo demasiado cobarde para afrontar las cosas como se nos presentan.

Cuando llegamos abajo del todo él se acerca con una sonrisa a la garita del conserje, le da la llave del ascensor y la llave del aula en donde ha estado trabajando y se despiden ambos con una radiante sonrisa amistosa. Se incorpora a mi lado y ambos salimos de la institución con una mueca agradable y desinhibida. El aire fresco del exterior nos golpea, me alivia de la presión de una sensación confusa. El marco sigue oliendo a barniz. Jeon me sonríe, se enciende un cigarrillo.

—A casa. –Dice, sentenciando un capítulo de su día a día. Yo también cierro uno de mi parte.   

 

 

  

 

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