EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 36
Capítulo 36
Yoongi POV:
Lunes. 21/06/1995
12:58
Me paso la toalla de nuevo por la frente,
he roto a sudar de nuevo y ni siquiera han pasado cincuenta segundos desde la
última vez que me he pasado la tela de la toalla a través de mi frente, para
limpiarla. Es un asco, es un desastre, me siento fatigado y con la respiración
aún entrecortada. Apoyo una de mis manos en mi rodilla flexionada, sentado como
estoy, en un banco de los vestuarios masculinos. El olor a cloro de la piscina
climatizada, junto con el sudor del personal paseándose a un lado y a otro, me
hace sentir náuseas. Suspiro, resoplo, exhalo mi último aliento y me dejo caer
de espaldas sobre el banco, recibiendo la risa de Jimin a lo lejos. Su risa me
reconforta a la par que me hace sentir avergonzado, ¿cómo es posible tal
confusión de sentimientos? Y junto con el mareo y la fatiga, todo se vuelve
mucho más confuso.
—¿Cuándo hacía que no ibas a un gimnasio?
–Me pregunta mientras deja caer su toalla de sudor sobre mi cara, tumbado boca
arriba en el banco. Yo me la retiro con una mueca de asco mientras le veo
comenzar a desnudarse entre los otros bancos y algunas de las taquillas. Lo
hace cara a la suya. Yo no le aparto la vista.
—Nunca he venido a ninguno. –Le digo, con
una mueca fatigada que no puede ver, y doy gracias porque mientras que el resto
de mi rostro se muestra cansado, mis ojos brillan por el fulgor de su desnudez
remarcada con un contexto tan ideal. Se queda en ropa interior y saca de su
taquilla de color rojo unos pantalones cortos vaqueros y una camisa blanca.
Todo en su cuerpo queda muy bien, pero de repente, extraño la desnudez ante la
presencia de la ropa sobre él. Este es mi turno de cambiarme.
—Yo hace apenas unos meses que dejé el
mío, y lo echaba de menos. Esta adrenalina, este cansancio de después… —Dice,
mientras yo me acerco a su lado y abro la taquilla, devolviéndole su toalla. Yo
comienzo a desnudarme pero él no tiene el mínimo reparo en apoyarse sobre su
taquilla y mirarme directamente a los ojos. Yo comienzo con las zapatillas y
progreso en la conversación.
—…las agujetas de mañana… —Digo y él
asiente, encogiéndose de hombros.
—Si las tienes, es porque has hecho un
buen trabajo.
—Como cuando vas a la guerra y vuelves con
cicatrices. –Le digo, pero él niega.
—Eso es que has sido un imprudente.
—Eso es que has sobrevivido. –Le digo,
mientras me bajo los pantalones.
—Pesimista. –Me suelta y se me queda
mirando de arriba abajo. Me gustaría decir que se deleita en mi cuerpo, pero
seguro que se pasea por entre mis tatuajes con curiosidad. Siempre he pensado
que una persona tatuada es un cuerpo mucho más curioso de explicar. Aparte de
unas medidas humanas y una fisionomía animal, hay tinta, símbolos e historias
por contar.
—¿Qué miras? –Le suelto despectivo y él
niega, mientras se encoge de hombros.
—Te miro a ti. ¿No sentirás ahora pudor?
–Yo chasqueo la lengua, sonriendo ladino y termino de cambiarme dando un
portazo con la taquilla, alejándome de ella. Rescatando mi bolsa de deporte del
suelo le palmeo el brazo para que salgamos y me sigue, con una sonrisa infantil
que me hace sentir tremendamente responsable de él, de sus sentimientos y de su
alegría, tan voluble.
Cuando salimos por la puerta del gimnasio
me golpea la intensa luz de un sol fulminante que más tarde me producirá un
terrible dolor de cabeza. Casi como un acto reflejo retrocedo un paso y me
pongo las gafas de sol, haciendo que Jimin suelte una risa por la nariz y él me
imite, poniéndose además, una gorra sobre su pelo y se cloque la bolsa de
deporte al hombro. La mía la llevo unos segundos de la mano pero acabo
colgándomela del brazo cuando hemos andado unos metros lejos del gimnasio y me
saco el paquete de tabaco de mis vaqueros. Lo hago con soltura y con la extrema
necesidad de llevarme un filtro a los labios. Lo hago tranquilo, que no
desanimado, y cuando estoy a punto de encender el bendito cigarrillo, la mano
de Jimin se interpone en medio arrebatándomelo de entre los labios, a lo que yo
le miro con un ceño fruncido que muestra mi estado de ánimo y él niega con el
rostro, levemente preocupado.
—No es bueno fumar después de hacer
ejercicio. Tus pulmones y tu organismo reclaman por oxígeno limpio, te pudrirás
con esto. –Me dice y yo me le quedo mirando con una mueca desinteresada y
asesina. Acaba levantando las cejas por mi expresión y le arrebato el
cigarrillo de entre sus dedos.
—Nunca te interpongas entre un ex—convicto
y su cigarrillo. –Le digo en forma de advertencia y él ríe, pero segundos más
tardes, torna la risa como una mueca de preocupación.
—Te lo digo enserio, Yoongi. –Me dice pero
hago caso omiso, llevándomelo a los labios y encendiéndolo. El sabor es
inmejorable, el peso del humo entrando en mis pulmones, reconciliador.
—Yo también te lo digo en serio. –Le
advierto—. No hay nada que me moleste más que me quiten lo que es mío. –Digo y
rápido caigo en la ironía. Él la pasa por alto y yo me limito a seguir
caminando calle adelante, a través de algunas tiendas de todo a cien y algunos
restaurantes que comienzan a tener algo de clientela. Jimin se pone a mi altura
y me toca el brazo con el codo, en señal de llamar mi atención y sus palabras
cambian de tema.
—¿Deberíamos comprar algo de comer para
Jungkook?
—Me dijo que no iba a venir a comer hoy.
Estaría pidiendo permisos para llevarse sus obras y esas cosas. Además, esta es
su última semana, debe estar apabullado con todo. –Digo, y Jimin asiente con un
“Oh” pensativo.
—¿Entonces? ¿Compramos comida para
nosotros o nos hacemos algo con lo que hay en casa?
—Va siendo hora de que le pidamos a
Namjoon otra remesa de comida y esas cosas… —Digo divertido a lo que Jimin
asiente, pensativo.
—Creo que podríamos hacer algo con las
pocas verduras que quedan. Creo que quedan un par de botes de fideos
instantáneos, pero la verdad es que no me apetece demasiado. A lo mejor algo de
congelados… —Comienza a hablar pero de repente me acuerdo de que tenía que
hacer algo importante y mi mente desconecta al igual que mis ojos se activan en
busca de lo que necesito tan desesperadamente. No es hasta pasados cuatro
minutos que no lo encuentro con la mirada justo a una manzana de distancia. Nos
acercamos poco a poco pero la voz de Jimin me saca de mi ensoñación. —¿Me estás
escuchando? –Me dice, y vuelve a golpearme con el codo en el brazo. Gesto que
acabo de descubrir que odio con toda mi alma—. Me giro a él como redescubriendo
que estaba a mi lado y le muestro una mirada complaciente.
—Lo siento, tengo la cabeza en otro lado.
—¿Algo en lo que pueda inmiscuirme?
—Me temo que no. –Le digo triste y su
rostro se vuelve infantil. Me adelanto unos pasos sobre él—. Tengo que hacer
una llamada. Espera. –Le digo y saco unas monedas sueltas, de lo que me sobró
de las cervezas con Jeon, y las introduzco en un teléfono que encuentro justo
al principio de la acera. Introduzco una a una las monedas que oigo caer en el
interior de la máquina. Jimin se pone a mi lado y saca su teléfono móvil.
—¿Quieres que te lo preste? –Me pregunta
pero niego con el rostro, cogiendo el auricular con le mano y llevándomelo a la
oreja mientras empiezo a marcar un número que me he aprendido de memoria ayer.
Suspiro largamente mientras los pitidos suenan al otro lado y mientras alguien
se digna a contestarme miro a Jimin de reojo de forma que se percate de que es
una conversación privada y su presencia no estorba, pero sí es incómoda. Se
aleja unos pasos y le miro de reojo como se queda mirando a lo lejos una
pastelería que hay a unos metros, después una terraza de bar y más allá, una
tienda de mascotas. Sus pasos son lentos, rutinarios, camina un poco,
retrocede, regresa, se aleja y vuelve a empezar.
—¿Sí? –Pregunta una voz al otro lado y yo
doy un respingo mientras sujeto el auricular con una mano y meto las monedas
que me han sobrado en el interior del pantalón.
—Soy Yoongi. –Le digo y Hoseok suelta una
risa animada.
—¡Hola! ¿Qué te ha hecho llamarme? ¿Ha
pasado algo? –Pregunta con una voz tranquila y bien fingida. Probablemente no
se encuentre solo en el lugar al que le he llamado y se oyen sus pasos alejarse
en alguna dirección, cuando se ha alejado lo suficiente, me habla algo más rudo—.
¿Por qué me llamas?
—Quería hablar contigo porque me gustaría
que nos pusiésemos de acuerdo en respecto a lo de desactivar las alarmas y esas
cosas. –Digo mirando de nuevo a Jimin, se ha alejado lo suficiente como para no
oír.
—Por eso no te preocupes. Ya hablé con
Namjoon y quedamos en que yo me ocuparía de eso.
—Ya lo sé, pero mi trabajo consiste en…
—Sé cuál es tu especialidad. –Me dice
Hoseok de forma altiva e impaciente por finalizar la llamada—. Y me alegra
tenerte en este trabajo, pero yo me ocuparé de abriros las puertas, de
desactivar las alarmas y las cámaras. Por eso no tienes que preocuparte.
—Pensé que nos coordinaríamos. –Le digo,
algo confuso, más de lo que me esperaba de mi propia voz. No me reconozco en
ella.
—Pues lo siento si Namjoon no te ha
informado, pero las cosas han cambiado. Yo haré todo el trabajo de…
—¿Y yo? –Pregunto, de repente.
—¿Tú qué?
—¿Qué es lo que hago yo realmente?
—Llevarte un buen pellizco. ¿Te parece
poco? –Me dice despectivo y yo agarro con más ahínco el teléfono. Miro de nuevo
a Jimin, está un paso más cerca de lo que recuerdo y yo me sumerjo más en la
cabina, hablando algo más bajo pero con la misma agresividad que unos segundos
antes.
—Hablaré con Namjoon de esto.
—Habla lo que quieras. –Me suelta y la
llamada se cuelga con un sonido atroz que me hace alejarme del auricular. Me lo
quedo mirando. Es negro, brillante, de un plástico reluciente. Sobre mi mano
izquierda, el cigarrillo se ha consumido casi por completo y me limito a
tirarlo al suelo, dado que ya no quiero ni verlo. Cuelgo el auricular y el
teléfono me devuelve el dinero restante de la corta llamada. Me lo guardo en el
bolsillo y oigo los pasos de Jimin acercarse. La gente alrededor va de un lado
a otro, pero distingo entre ellos los pasos de Jimin a mi lado. Recojo la bolsa
de deporte y miro a Jimin que me devuelve una mirada de ojos curiosos.
—¿Todo bien? –Pregunta y yo asiento,
soltando un largo suspiro resignado al dulce sonido de su voz que me reconforta
en un momento tan confuso.
—Todo bien. Vamos. Me apetece comer fideos
de arroz. ¿Me compras unos pocos? –Le pido con voz suplicante y él asiente,
sonriendo, con una mueca dulce y aniñada.
—Claro.
—Te prometo que cuando nos den el dinero,
te devolveré toda la comida que me has comprado hasta ahora. –Le digo y él
niega con el rostro.
—No te preocupes por eso, de todas formas,
nos sobrará pasta para derrochar. –Me dice, sonriendo. Yo asiento. ¿Qué voy a
hacer?
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