EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 35

 Capítulo 35

 

Jimin POV:

20/06/1995

 

Lo primero y único que ven mis ojos es el reluciente brillo de los rayos de sol escondiéndose detrás de los edificios reflejarse en la carrocería de la estupenda moto que se me presenta. Perfectamente acabada, parece incluso nueva pero juraría que tiene propietario por el dibujo en la carrocería de una simbología parecida a la de la muerte: un esqueleto con una guadaña, y por el pañuelo rojo que cuelga de uno de los manillares. Sin embargo no puedo dejar de emocionarme y me conmueve la idea de poder tocarla con mis dedos. Hace tanto tiempo que no me siento a los mandos de una moto que ni siquiera me siento con la capacidad de rozarla con las yemas de los dedos por miedo a estropearla. A mi alrededor se amotina la gente con palabras exaltadas por la belleza de la moto o bien algo confusas por no saber el porqué. ¿Qué importa el porqué? Solo quiero montarme sobre ella.

—¿Es para mí? –Pregunto incitado por las palabras de Jeon y Namjoon frunce el ceño levemente, mientras se cruza de brazos apoyado sobre la carrocería.

—No es para ti, es solo un préstamo. –Me dice y yo asiento, sonriendo. Satisfecho con cualquier oferta que me haga por ella. Del bolsillo interior de su americana saca un juego de llaves que me extiende y yo cojo con ojos seguramente brillantes e iluminados por el poder que me otorga. Cuando lo miro me doy cuenta de que hay tres llaves, la propia de la moto y dos más, una más grande que la anterior y de diferente forma. Una parece la llave de una casa pero la última es algo más extraña. Al ver mi confusa mirada, me aclara.

—Una es de la puerta del garaje en donde tengo el camión que usareis para el traslado, la segunda, la del camión.

—¿Qué quieres que haga con la moto? ¿Quieres que la lleve allí? –Pregunto y lo digo con una sonrisa amable de saber que voy a poder estrenarla.

—Quiero que durante estas dos semanas te hagas con ella y con su manejo para que te adaptes a su conducción. ¿Hum? –Asiento energético—. Podrás darte unas cuantas vueltas al día, siempre que quieras… —Jeon le interrumpe.

—Pero no te emociones. –Me dice—. Tienes que estar para las lecciones de…

—Sí, sí. –Le detengo volviendo la atención a Namjoon. De seguro que le he dejado con un puchero en los labios y una mirada fulminante. Eso quiero pensar.

—Cuando termines de darte una vuelta, regrésala al almacén. Puedes dejarla por ahí, pero en la víspera, métela dentro del camión y quítale la matrícula. No quiero que la identifiquen. –Yo asiento, sonriente y sin pensármelo demasiado me coloco la chaqueta mejor sobre los hombros y me siento sobre la moto, ante la antena mirada de todos—. El casco lo tienes en la parte trasera. –Me dice señalado la parte del copiloto y yo me encojo de hombros sin mucho interés. Cuando poso las manos en el manillar me invade una sensación extraña de adrenalina, pero al mismo tiempo de nostalgia y me confunde los sentidos hasta el punto en que cierro los ojos y arranco el motor introduciendo la llave en el interior de forma que me haga salir del bucle de emociones que me embargan. Con una sonrisa, miro a Namjoon, como un niño al que acaban de regalar un juguete nuevo. Seguro que doy esa desagradable impresión pero no puedo evitarlo, echaba en falta sentirme a los mandos de algo que tuviera motor y ruedas—. Recuerda que tendrás que llevar un copiloto atrás, así que no salgas tú solo. –Me advierte, con voz más grave y paternal—. Así que acostúmbrate a llevar peso atrás o… —Antes de dejarle terminar me levanto de la moto, salgo de ella con cuidado y cojo la muñeca de Yoongi que miraba atontado como el resto de personal alrededor. Cuando siente mi presencia sobre él se sobresalta y sigue mis pasos tirado por su muñeca, algo confuso. Le acerco a la moto y mientras me monto yo, él es consciente de lo que pretendo y no tarda en reaccionar.

—Súbete, vamos a dar una vuelta. –Le digo y le ayudo a subir sujetándole de uno de sus brazos mientras se encarama sobre la tarima de cuero, y cuando me rodea con sus manos la cintura yo poso una de las mías en su muslo, acercándole a mí. Namjoon sigue hablándome pero he de ser sincero, las manos de Yoongi en mi cintura es toda la atención que necesito y me dejo acariciar por ellas mientras hago que el motor suene como el rugido gutural de un tigre advirtiendo al enemigo. El humo nos ciega momentáneamente, muevo el volante y nos hago salir a toda velocidad del estacionamiento adentrándonos en la carretera, seguidos de coches por ambos lados. La adrenalina es bestial, el viento me reconforta, su nariz rozando mi nuca me hace sentir que podemos volar en cualquier momento, o que saldremos volando hasta perdernos en el horizonte.

 

 

La luz del sol poniente recorta el horizonte con una escena demasiado peliculera, pero  me encanta. Los tonos rosados y anaranjados se confunden con la oscuridad que se aproxima y con las sombras que emiten los largos y grandes edificios del centro de Seúl. La carretera está en algunos tramos un tanto despejada y me permite conducir a la velocidad que me agrada, la suficiente como para que el viento no me moleste pero como para sentir esa adrenalina de la que tanto me he hecho adicto. Es una drogadicción demasiado temeraria, lo suficiente como para jugarme la vida cada vez que me pongo a los mandos de algo con dos ruedas. Sin embargo las manos de Yoongi en mi espalda me recuerdan que no soy el único que ha puesto su vida sobre este aparato y relajo la conducción de forma que ralentice la velocidad. Sus manos se agarran con fuerza a la línea de mi cintura y me hace sentir tan pequeño y frágil que juraría que puedo perderme en el tacto de sus dedos rodeándome. El coche delante de mí frena un tanto al acercarse a un semáforo en rojo y yo lo rodeo quedándome a su lado, a la espera de que podamos conducir de nuevo. La voz de Yoongi me sorprende.

—¿A dónde estamos yendo?

—A ningún lado en especial. –Le digo, mirándole de reojo, sonriéndole con la autoridad que me proporciona ser el que controle nuestros movimientos.

—Vale. –Me contesta sin más. Me esperaba algo más de él que una mera aceptación de la incertidumbre, pero veo que no le está desagradando el viaje, por lo que lo prolongo lo que haga falta. No me importa gastar gasolina, gastar dinero en ello, mientras él reposa una de sus mejillas sobre mi nuca y yo me dejo hacer por su olor desafiando al viento y regresando a mí con naturalidad.

Conduzco hasta que el sol se ha metido por completo y no quedan más que las luces de los edificios y las farolas a lo largo de las carretas para guiarnos en medio de la oscuridad. Enciendo el faro delantero de la moto y continuo carretera adelante. Sin darme cuenta he conducido hasta el norte de la ciudad cerca del parque Bukhan donde el tráfico es algo más acumulativo e intento deshacerme de él internándome en pequeñas y estrechas calles que están plagadas de personas, lo cual es todo un error. El olor de la comida de la lista de puestos que hay instalados a los dos lados de la larga calle me hace detenerme bajando uno de los pies al suelo y miro de lejos el humo saliendo de las casetas y el atrayente olor de la comida alrededor. Las manos de Yoongi siguen sujetándome por la cintura y le miro, por encima del hombro.

—¿Qué me dices? –Le pregunto alzando las cejas y él me mira confuso.

—¿Sobre qué?

—¿Comemos algo? –Pregunto—. Tardaremos otra media hora en llegar a casa. Ha aumentado el tráfico porque es hora punta de regreso del trabajo. ¿Hum? –Le vuelvo a preguntar y él acaba encogiéndose de hombros bajándose con cuidado de la moto mientras se sujeta de mis hombros para ello. La sensación de su peso ayudándose de mi compostura me hace sentir confuso. Me hace sentir con una responsabilidad que yo no he pedido. Cuando se ha bajado de la moto me bajo yo después y la sujeto del manillar mientras camino con ella a mi lado a través de la calle y de las personas yendo de un lado a otro. El barullo de las personas es ensordecedor, el olor a comida, avasallador y la visibilidad, insuficiente, pero yo solo tengo ojos para ver como Yoongi se agarra la camisa sobre sus hombros y se la acomoda mejor, quedándose con las manos sobre sus brazos, en señal de frío. No me extrañaría que lo tuviera, apenas lleva una camiseta interior y una fina camisa de cuadros. A pesar de ser comienzos de verano, hemos conducido por hora y media contra el viento. Chasqueo la lengua mientras el sonido de los vendedores me hace perder la atención.

A mi izquierda se venden una especie de frituras de trozos de carne inclasificables que más tarde se ensartan en un palo de madera. El siguiente puesto es de comida dulce como churros y rosquillas, todos engrasados con una melaza gelatinosa. Más adelante un puesto de fideos de varias clases. Después arroces de muchas variedades. Algo de pescados después, más dulces, más frituras. Acabo saturándome hasta que Yoongi me hace prestarle atención.

—No tengo dinero… —Me dice, mirando un puesto de sushi del otro lado de la calle. Yo hago una mueca indescifrable con los labios y él me devuelve la mirada, no suplicante como me habría esperado, sino más bien resignada a no comer nada. Yo niego con el rostro, señalando uno de los bolsillos de mi chaqueta con los ojos.

—No te preocupes por nada. Yo invito.

—No hace falta. –Me dice—. Siempre invitas tú, y no quiero parecer interesado. –Dice, haciendo una mueca seria y vuelve a mirar adelante, caminando en esa dirección, pero yo giro el volante de la moto, dirigiéndonos ella y yo hacia el puesto de sushi.

—He dicho que no te preocupes. No te sientas de esa manera. –Se queda parado en medio de la calle, agarrándose los brazos con ambas manos y yo me quedo mirándole, formándoseme una extraña sensación en la boca del estómago. Ahí parado puedo verle tan pequeño, tan delgado, con esa mirada seria, oscura y profunda que me atemoriza. Le hago una señal para que venga a mi lado pero lo hace tranquilamente. Mientras el tendero atiende al último cliente antes que a mí, saco la pata de cabra de la moto con una patada de mi pie y la dejo estacionada a mi lado. Me saco el monedero en el momento en que el tendero me mira con ojos curiosos de saber mi comanda. Yo miro a Yoongi que se ha puesto a mi lado—. ¿Qué quieres?

—Una bandeja de doce porciones. –Nos dice, al tendero y a mí, señalando una de las bandejas de nigiri de salmón. Yo pago la comanda que en mi opinión es demasiado barata y nos encaminamos calle adelante. Él, no come. Me mira con ojos curiosos—. ¿Tú no vas a coger nada de comer?

—Sí, estoy buscando algo que me apetezca. –Le digo mientras miro a ambos lados de la calle y caminamos unos cuantos minutos hasta que encuentro un puesto de nuggets de pollo y me detengo para comprar una decena de porciones y una lata de refresco.

El vendedor me las da en un cono de papel grueso en donde las pequeñas gotas de aceite se retienen. Me recuerda a los conos de papel donde meten los churros, pero la verdad, es que en la mayoría de puestos los he visto de esta forma. Mientras que Yoongi porta una pequeña bandejita de plástico yo me desenvuelvo para llevar el cono de comida y sujetar la moto. Yoongi acaba por llevar él mi comida y yo me dirijo con la moto a uno de los callejones entre puesto y puesto y me cuelo en su oscuridad, dejándonos envolver por el silencio que opacan los muros y apoyo la moto contra la pared y, acto seguido, me siento sobre el asiento de forma lateral, de cara a un Yoongi que se ha plantado delante de mí sujetando ambos dos envoltorios. Suspiro y me deshago de mi chaqueta, mirando fijamente el contorno que forman las luces de las tiendas entrono a su cuerpo. Cuando me desabrocho me quito la chaqueta de mis hombros y me levanto para ponérsela a Yoongi sobre los suyos, de forma que se me queda mirando curioso. Yo no digo nada y vuelvo a sentarme en el asiento de la moto cogiendo mi comida y la lata.

—No sé porque todo el mundo últimamente me deja su chaqueta. –Dice, entre serio y sonriendo, mientras se la coloca bien y se pasa la bandeja de sushi por ambas manos para meter los brazos por las mangas. Es la misma chaqueta que me puse el día en que le conocí en aquél piso, y he de reconocer por mucho que me cueste, que le queda mejor que a mí. Me muerdo el labio inferior mientras oigo el sonido de sus palabras hacerse espacio en mi cerebro.

—¿No soy el único que te deja la chaqueta? –Pregunto, fingiendo un enfado infantil—. ¿Debería sentirme celoso?

—Deberías. –Me dice él, juguetón a lo que ambos sonreímos y yo interno mi mano en el cono de comida y extraigo una porción de pollo caliente que me llevo a los labios para morder. El sabor es mejorable, la textura, irremediable, pero es barato y tengo tanta hambre que me da igual. Es el mejor pollo que he probado nunca y la compañía es inmejorable. Veo, como gracias a la luz del exterior del callejón, Yoongi abre la bandeja con cuidado y de forma minuciosa, y se lleva una de las porciones a la boca. La mastica sin perder de vista al resto de porciones en la bandeja y cuando se la ha tragado me mira a mí. La oscuridad no me permite distinguir bien las facciones de su rostro pero sí su contornos y las cuencas oscuras de sus ojos, y por eso, sé que me está mirando. Me sonríe, puedo distinguirlo. Y sonrío yo también pocos segundos después.

—¿Está bien? –Le pregunto al respecto de su comida y asiente, mientras se lleva otro trozo a los labios y da un paso adelante casi de forma imperceptible, acercándose a mí. Yo asiento terminándome mi primero trozo y abro la lata de refresco de cola mientras su atenta mirada me escruta por todas partes.

—¿Tú no tienes frío? –Me pregunta y yo soy consciente por primera vez que estoy en tirantes. Niego con el rostro.

—No. No te preocupes por mí. –Después de unos minutos, Yoongi coge la lata de refresco, bebe un poco y me la devuelve. Comemos en silencio hasta que a mí me da por romperlo con cincel y martillo—. ¿Cómo haces que parezca tan fácil? –Le pregunto y él me mira con una expresión curiosa.

—¿Comer sushi? –Pregunta, divertido y yo sonrío, negando con el rostro.

—Mantener la calma en respecto a todo esto. ¿Tantas veces has hecho estas cosas que no te sientes preocupado ni…? —Se me acaban las palabras—. ¿Ni nada?

—Supongo. –Es su única respuesta.

—Joder. –Suspiro, y se vuelve a formar un fangoso silencio—. La verdad es que soy borde con Jungkook pero es solo porque si me sumo a su nerviosismo cundirá la histeria colectiva. ¿Entiendes? –Asiente a mi pregunta en silencio y mira su bandeja. Puedo ver el perfil de sus pestañas bajarse junto con sus párpados—. Jungkook es un buen chico, pero creo que no está preparado para algo como esto. Taehyung tampoco. Y creo que yo menos. –Suspiro, tranquilo.

—¿Ahora soy el confidente de todos? –Pregunta, divertido—. Todo el mundo me cuenta sus incertidumbres…

—Todo el mundo tiene incertidumbres. –Le digo—. Y tú te ves alguien de fiar…

—¿Sí? –Pregunta, curioso—. Yo me siento como que intentáis sacarme más información de la que dispongo para saciar vuestra curiosidad.

—Esa no es mi intención. –Digo, pero entrecierro los ojos mirándole—. Si todos te contamos a ti nuestras incertidumbres, ¿con quién compartes tú las tuyas?

—La vida me ha enseñado. –Me dice, con voz seria—. Que es mejor guardarse las cosa para uno. Solo nosotros mismos sabemos administrar nuestras emociones, bajo el poder de nuestro sistema moral.

—Explotarás. –Le advierto y él se encoge de hombros.

—Es lo que la experiencia me ha enseñado a hacer, pero no por las buenas. No puedes confiar en nadie, porque te harán pedazos. Nadie, en su último aliento, mira por los demás, y es capaz de cualquier atrocidad con tal de salvaguardar su vida. Es lo que la vida me ha mostrado.

—Pero eso no es excusa para desahogar un poco del peso que tenemos en los demás.

—Yo no soy así. –Dice, cerrando la cajita de plástico con cuatro porciones de sushi en el interior—. Durante mucho tiempo he estado solo, completamente solo, sin nadie en quien confiar. De repente aparece alguien que te dice dos palabras agradables que sabe muy bien que quieres escuchar y te sientes protegido. Te quitas la coraza y ¿qué pasa? Que te machaca. –Sus palabras son serias, frías, sin entonación triste ni divertida, lo cual las dota de muchas cualidades que no consigo alcanza a ver bien. Es culpa de la oscuridad en donde nos encontramos.

—Ahora lo estás haciendo. Me estas contando su zozobra…

—No. Te estoy dando la explicación más imparcial de porque no te cuento mis preocupaciones.

—¿Entonces las tienes?

—Menos de las que crees. –Me contesta.

—Aish… —Suspiro, extasiado, cerrando el cono de papel con cinco piezas de pollo. Bebo un poco de refresco y lo dejo a mi lado, apoyado en el asiento—. A veces, cuando hablas, me da la sensación de que estoy conversando con un anciano. –Le digo, un tanto molesto.

—La solución es que no hablemos más. –Me dice dejando la bandeja de sushi a mi lado y cruzándose de brazos delante de mí. Yo le sonrío.

—No es eso lo que quería decirte. No he dicho que me desagrade.

—¿Entonces?

—Solo digo que a veces me pareces un poco condescendiente, como si me mirases desde otro lugar en donde yo no estoy. A veces, nos miras de esa forma, a todos. No solo a mí.

—¿Cómo si estuviera en otro lugar? –Pregunta, pero parece caer en ello porque acaba negando con el rostro—. No importa. No le des vueltas a esas cosas.

—¿Me das un consejo de señor mayor? –Le digo con sorna y él piensa, mirando hacia la salida del callejón, pensativo. Puedo ver sus facciones dibujadas por la luz, dotándolas de un aura adulta que me resulta atrayente, pero al mismo tiempo, peligrosa.

—¿Un consejo? —Pregunta, con voz neutra—. Déjate engañar. Será más fácil que sobrellevar el desencanto por la realidad.

—Que pesimista. –Le digo y él se encoge de hombros—. Solo te ha faltado decir que es mejor dejarse convertirse en piedra que seguir siendo un asqueroso humano. –Digo y él asiente.

—Algo así.

—¿Por Qué Medusa convertía a los humanos  en piedra? –Le pregunto y él me mira, con ojos divertidos—. ¿Aún no lo has averiguado?

—No.

—Seguro que es porque detestaba a los humanos. –Yoongi se encoge de hombros.

—Puede que alguno le traicionase.

—¿A ti te han traicionado? –Le pregunto y él me mira, con media sonrisa en su comisura.

—¿Sabes? –Pregunta—. El día que te conocí pensé que serías un chico de cabeza hueca que solo se preocupaba con tener el peinado decente. –Me dice, y yo frunzo el ceño—. Y en efecto, esa impresión me diste. –Me ofende.

—¡Eh!

—Pero ya veo que no. –Dice encogiéndose de hombros—. Eres más avispado de lo que pensaba.

—¿Gracias? –Pregunto, aun ofendido.

—No te enfades, era un alago.

—Era un insulto. –Digo, cruzándome de brazos. Yo miro fuera del callejón sin saber enfrentarme a su mirada y suspiro largamente mientras su presencia se me hace demasiado demoledora—. Mi madre me llamó el otro día al teléfono móvil. –Suelto, y la sorpresa de Yoongi es más inesperada que mis propias palabras.

—¿De veras? –Asiento.

—Llevaba años sin hablar con ella y de repente, vi una llamada perdida suya en mi teléfono. –Digo, mirándole serio.

—¿La llamaste de vuelta?

—No. –Digo—. ¿Para qué?

—A lo mejor ha pasado algo. –Me dice, y la verdad es que no había pensado en eso, pero niego con el rostro.

—No me importa. Seguro que me ha dejado de ver en las noticias y se ha preocupado por si me ha atropellado un camión o me he tirado al río. Yo qué sé. –Digo, despectivo. A lo que él se acerca un paso más hasta sujetar uno de mis brazos.

—Entiendo lo que sientes, aunque parezca que no. –Dice—. Cuando me metieron en la cárcel perdí todo contacto con mi familia, el poco que tenía. Ellos me mandaron una carta diciéndome que no querían volver a saber de mí y yo lo acepté, sin más. Así que entiendo lo que sientes. –Me dice, tranquilo, y la presión de su mano me hace sentir reconfortado.

—Gracias. –Susurro, porque no hace falta decirlo más alto. Como yo no tengo más que decir, y él no parece saber qué decir al respecto, volvemos a sumergirnos en un silencio atroz. ¿Por qué duele tanto este silencio? Él lo rompe con un suspiro algo confuso.

—Tengo que reconocerte algo. –Dice y suelta mi brazo—. He intentado buscar el momento para hablar de ello, pero no se me dan bien estas cosas. Tampoco es que nunca lo haya hecho… —Mira a un lado, pensativo. Yo no digo nada, dejándole procesar las palabras—. No soy así. –Dice, rotundo—. No voy buscando explicaciones ni nada así, pero me siento molesto con tú actitud. No, en realidad no pero me siento confuso. –Yo frunzo el ceño.

—¿He dicho algo malo? –Pregunto, confuso.

—Lo de la semana pasada. –Dice y yo doy un respingo. Si estuviéramos en un lugar más iluminado podría apreciar en mí un rubor desbordante, pero agradezco a la oscuridad de este sitio que no sea así—. Como no me has dicho nada, pues entiendo que fue algo sin importancia, pero cuanto más lo pienso más absurdo me parece. –Chasquea la lengua, metiendo las manos en el interior de los bolsillos de mi chaqueta—. Si no te gustó o no quieres hablar de ello, lo entiendo, pero como no me has dicho nada, y me veo obligado a convivir contigo… pues me siento incómodo… —Yo sonrío y agarro mi chaqueta en su cuerpo y le atraigo a mí, haciendo que recorte en pequeños pasos la distancia que nos separaba. Él se calla, gracias a Dios, y me le quedo mirando.

—Te pones adorable cuando te trabas. –Le digo y él lucha intentando deshacerse de mi agarre retrocediendo pero le rodeo la cintura y le atraigo hasta que coloco mi cabeza sobre su pecho y él saca levemente sus manos de los bolsillos y me sujeta por los hombros, por la nuca, tranquilo. Yo me dejo acunar por el sonido de su corazón, con mis manos alrededor de su cintura y con una sensación de congoja en el vientre.

—Yo tampoco soy así. No me gusta hablar de este tipo de cosas. Y tampoco creo que merezcan la menor explicación. Sucedió porque nos apeteció y punto. –Digo apoyado sobre su pecho—. Entiende que yo no he estado con hombres…

—Eso no te exime de decirme al menos que no quieres… Agg… —Suspira y se separa de mí, enfado consigo mismo. Yo me quedo con el vacío de su cuerpo entre mis brazos—. No importa, yo tampoco tendría que estar preguntándote nada. –Murmura.

—Míralo así. –Le digo, de forma calmada—. Míralo de esta manera. Hagamos lo que hagamos no importa una mierda, porque cuando todo esto termine yo me iré con el dinero a vivir lejos de aquí. Muy lejos. Ninguno de nosotros volveremos a vernos nunca más. –Mis palabras caen como losas sobre él y se me queda mirando, confuso. Suspira largamente y regresa para sentarse a mi lado en la moto. Su peso es apenas imperceptible, su rostro se dibuja con luces amarillas y rojas, me mira de reojo.

—Ojalá fuera de piedra. –Me dice, tranquilo, metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo, yo le miro, sonriendo.

—Si fueras de piedra, serías de mármol blanco. –Suspiro—. Casi lo pareces. –Su comisura se eleva, mostrándome que he conseguido mi objetivo de hacerle sonreír. Evita mi mirada y yo paso mi mano a través de su cintura a mi lado—. ¿Te acordarás de mí cuando estés lejos?

—Tal vez. –Suspira. Me mira de reojo, me mira los labios y yo me acerco a él con ojos entrecerrados y con mis labios temblorosos. Nos besamos en silencio. En un beso más necesitado de lo que nos esperábamos. No sé si él es consciente de que me está besando, y no sé si yo podré recordar todos los detalles de este beso más adelante. Pero de lo que estoy seguro es de que, pese a tenerle entre mis brazos, le siento muy lejos de mí. Está en otra habitación. Es un beso frío como el mármol. Estoy besando a un hombre de piedra.   

 

 


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