EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 33

 Capítulo 33

 

Jungkook POV:

19/06/1995

 

La tarde desapareciendo por el horizonte me sorprende en el momento en que salgo a la calle. La mano de Yoongi aun me sujeta por el brazo, y siento en cierta parte que lo hace por miedo de que en un impulso retroceda y regrese adentro, pero la verdad es que cuando el aire fresco del atardecer me sobrecoge, no quiero volver al piso, solo respiro profundamente y cierro los ojos calmando todo sentimiento de nerviosismo controlándome. Obviamente no todo el control se exterioriza y Yoongi sigue sujetándome a medida que nos encaminamos lejos y consigo olvidar por un momento mi nerviosismo para hacerme a la idea de que estamos entre tanta gente caminando de un lugar a otro y yo ni siquiera sé a dónde nos estamos dirigiendo. La mano de Yoongi que no me sujeta está llevando mi chaqueta de cuero que me extiende y yo la cojo confuso, no sabiendo en qué momento la ha rescatado del perchero. Me ha hecho vestirme con unos vaqueros rasgados a las rodillas que yo usualmente no me pongo y con una camisa negra. Él no se ha vestido muy diferente. Porta una camisa de cuadros negros y grises y unos vaqueros grises con algún rozón que dudo, sea algo pensado para la tela. Me mira de vez en cuando asegurándose de que he vuelto a la normalidad y me suelta cuando acabo por meter  mis manos en los bolsillos de mis vaqueros de forma subordinada y él suspira, sonoramente.

—No era necesario. –Le digo, una vez que salimos de la calle principal para meternos por unas calles algo más tranquilas, con menos personas a cada lado, el sol se ve que desciende lentamente pero de forma inexorable, escondiéndose ya por las cornisas de los edificios—. No hacía falta sacarme de esa manera. –Digo mientras presiono mis ojos con la mano del brazo que cuelga mi chaqueta. Él niega con el rostro.

—Se acabó la marihuana. Tal vez tengas razón, no te ha sentado bien. –Me dice tranquilo, mirándome de reojo mientras él se mete las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros.

—Puede ser. –Digo, pero cuanto más lo pienso, menos convencido estoy de ello, pero como pensar hace que me duela levemente la cabeza dejo de hacerlo para respirar profundo, rezando porque el dolor no se vuelva más intenso al paso de los segundos—. No quiero… ag…

—No pienses en ello. ¿Hum? –Me pide y yo asiento, mientras recibo una mirada de él, algo suplicante y yo acabo por asentir mientras dentro de mí se debate una batalla de gran calibre. No son espadas chocando, no es el sonido del acero en una guerra troyana. Es la furia y el fuego de cañones y bombas estampando contra algo. Contra las ideas, con la intención de desenterrarlas y sacarlas de su escondrijo. Nunca antes me había parecido tan complicado algo, y cuanto más lo pienso, más difícil me parece entenderlo. Es como una gran ecuación escrita sobre la pizarra, ves números y cuanto más resuelves, más incógnitas aparecen. Indescifrable—. ¿Quieres tomar un café? Tal vez eso te despeje. –Asiento, pero no sé porque lo hago. No me apetece un café—. Pues vamos. –Me dice, sujetándome levemente de la manga de la camisa guiándome a torcer en una calle, hacia otra, caminamos al menos varios minutos en silencio. Es un silencio incómodo dado que yo aun no me siento a gusto con su presencia a mi lado, no por la confianza, sino porque siento que está asegurándose de que yo no pierda los papeles en una situación tan delicada y me veo a mi mismo como un niño desamparado que ha metido la pata. Llegamos sin darme cuenta a un bar en una calle pequeña en donde hay una pequeña librería, un restaurante café y una tienda de juguetes infantiles. Qué calle tan extraña para montar una tienda de juguetes. Entramos en la cafetería en la que solo hay tres sitios libres y nos sentamos directamente en la mesa más al fondo del local, donde aunque rodeados de gente, el entorno sea propicio para el amparo de nuestro reposo.

Yo me siento de cara a la pared, y él delante de mí, interponiéndose entre la pared y yo. Cuando se sienta con un suspiro cansado me mira con una mueca sonriente y yo se la devuelvo, pero la mía debe ser algo endeble. Dejo la chaqueta colgando del respaldo y rápido me doy cuenta de que no he cogido la cartera, con las prisas, y tampoco mi teléfono móvil ni nada de mi identificación. Le miro preocupado pero él me niega con el rostro. Sacando él un par de billetes de cinco mil wons.

—No te preocupes, Jimin invita. –Sonrío con sus palabras y él llama al camarero que se acerca con un mandil blanco atado a su cintura, con una camisa granate y unos pantalones negros. Viene con una bandeja de metal que está a punto de recoger la mesa vacía de al lado. Nos mira con curiosidad y yo hablo primero, anticipándome a las palabras de Yoongi.

—Yo quiero una cerveza en botellín. –Le digo y Yoongi me mira, algo sorprendido con una expresión entre confusa y decepcionada. Se reconduce rápido y mira al camarero.

—Yo lo mismo. –Dice, y cuando el camarero se dispone a recoger la mesa de al lado, me mira Yoongi con una extraña expresión entre sorprendido y raramente divertido.

—Pensé que te tomarías un café.

—Me apetece una cerveza, y como invita Jimin… —digo y él se encoge de hombros mientras mira al camarero al lado. Diría que sus ojos miran algo más que su profesional disposición de los platos sobre la bandeja y yo me fijo en él, apenas será un chico mayor que yo y con uniforme, se ve incluso más elegante y serio. Pero tampoco es la estética ni la seriedad. Yo frunzo el ceño, sintiéndome levemente irritado y sonrío, pícaro. —¿Qué tal con Jimin, por cierto? —Le pregunto a lo que él se sobresalta levemente y niega con el rostro, desinteresado de todo punto, devolviendo su mirada a sus manos sobre la mesa, unidas.

—¿Qué quieres decir? –Quiere saber, y yo alzo una ceja.

—Ya sabes lo que quiero decir. No te he preguntado sobre ello pero me muero de curiosidad.

—En realidad no. –Me dice—. No sientes curiosidad. Te da igual. —Asiento.

—Claro que me da igual, pero no quiero estar en silencio todo el tiempo. Es incómodo. –Le digo, y asiente, convencido.

—Pues hablemos de otra cosa.

—Háblame de lo que ha sucedido en casa. –Le digo y él me mira, alzando la mirada.

—Esa frase creo que debería haberla preguntado yo.

—Sabes que no es cierto. Soy yo el que no sabe qué ha sucedido ni por qué me has sacado de casa como un niño pequeño que se estaba yendo de la lengua.

—Siento haberte hecho sentir así. –Dice, y estoy a punto de arremeter de nuevo contra él pero me detengo al oír sus palabras. Me mira triste—. Ya sé que no te gusta que te traten de esa manera, de veras. Lo siento. –Mira entorno a él—. Pero no pienses en ello, te lo suplico. No sirve de nada. ¿Puedes hacer algo por mí? ¿Por todos nosotros? Olvida lo que ha pasado. ¿Sí? No ha sido más que una tontería.

—¿Por qué le das tanta importancia? –Le pregunto pero niega de nuevo con la cabeza y se mira las manos. Suspira.

—Porque no tiene la menor importancia, enserio. Creo que te has tomado demasiado a pecho una situación que se te estaba yendo de las manos. –Con las suyas sujeta las mías en un extraño momento en que me siento sobresaltado—. Debes confiar en mí, todos saldrá bien. –Me dice y estoy a punto de creerle, estoy muy cerca—. Cuidaremos de ti, y tú cuidarás de nosotros. No pasa nada, nos meteremos en ese maldito museo y sacaremos las obras de arte como quien le quita caramelos a un niño. –Dice apretándome las manos y con una sonrisa amigable, que se deshace en una vergonzosa cuando el camarero regresa con nuestras dos cervezas y las pone en el medio de la mesa. Su presencia momentánea ha hecho que el instante se rompa y ya no podamos regresar a él. Ya no podemos volver, se ha desvanecido como la espuma en el mar.

—Bueno… —Digo más distendido, cogiendo aire, irguiéndome, hablando con más tranquilidad. Poniéndome la máscara de “normalidad” sobre mi estado de tensión—. Hablemos de algo… —Sentencio llevándome la boca de la botella a los labios. La beso, bebo de ella y separo mis labios humedecidos del alcohol.

—¿De qué quieres hablar?

—Agg… —Digo, quejándome—. Odiosa convencionalidad. ¿Por qué es tan difícil llegar a un tema de conversación sin obviar los detalles convencionales?

—Porque es el camino lo que hace a una conversación interesante. Dice, seguro pero yo niego.

—No lo creo. La conversación se vuelve interesante en cuanto se aportan datos de interés. El resto es pura convencionalidad. Es como el sexo. ¿Qué importan las miradas y las caricias? Si luego no eyaculas no ha merecido la pena el esfuerzo. –Él me mira con ojos entrecerrados, pensativo, pero no parece tener palabras con las que argumentar una disputa, por lo que bebe de la botella y se encoge de hombros.

—Touché. –Me dice y yo sonrío, victorioso.

—Y hablando de sexo… —Reconduzco la conversación.

—No lo hagas. –Me advierte, señalándome con un dedo mientras el resto sujetan el cuello de la botella verdosa.

—¿Por qué no? He sucumbido a la convencionalidad soltándote un caminito de pétalos para que lleguemos a lo que me interesa. De forma directa no has respondido a mi pregunta, ¿ni siquiera rodeado de la absurda necesidad de entrelazar las palabras quieres contestarme?

—Niño inmaduro. –Me dice y yo frunzo el ceño.

—No me digas así.

—Es lo que eres. Un niño morboso y curioso.

—Morboso, sí. Curioso, mucho. Pero no un niño. –Le digo y mi mirada se vuelve desafiante—. ¿Quieres que te quite mis revistas? Bah, ya no las necesitas…

—Cállate. Si quieres detalles ve a preguntarle a él. ¿No dormís juntos?

—Es cierto. –Digo pensativo—. En todas estas noches no ha dormido fuera de su cama, que yo sepa. –Hago un pico con los labios y me quedo pensativo mientras le doy otro trago a la botella. Sus palabras cambian de tema y me hacen mirarle con interés.

—¿Cómo te va en clase?

—Me cambias de tema…

—¿No te gustaban las preguntas directas? –Yo suspiro.

—Touché. –Ambos sonreímos y acabo respondiéndole, educadamente, viendo que no voy a sacar más de él que sus marcas en el hombro no me dijesen ya—. Bien. –Suelto en forma de suspiro cansado—. La semana que viene es mi última semana allí. Al menos, la última que permanecerá abierta. –Le digo, triste—. El viernes iré a recoger el título.

—¿Sí? Eso está bien. Así tendrás más tiempo libre.

—Acabaré volviéndome loco. –Le digo, realmente preocupado—. No me gusta que me saquen de la rutina. No me gusta no hacer nada.

—Qué quejica. –Me dice con una mueca cansada y le pega un trago a la cerveza—. Pasarás más tiempo con Jimin y conmigo. ¿No quieres? –No alcanzo a ver si sus palabras son sinceras u ofensivas.

—No. –Contesto, con miedo, a lo que él se encoge de hombros. Pienso algo más profundo—. ¿Va con segundas intenciones? –Pregunto sonriendo y él rueda los ojos. Suspira y vuelve a mirarme.

—Ese “Bien” ha sondado triste. ¿Es por qué vas a dejar de ir?

—Es por todo, Yoongi. No quiero hablar de ello. –Le digo bajando mis hombros y él asiente, tranquilo.

—Está bien. Son muchas cosas de golpe, lo entiendo. Hablemos de algo atemporal.

—¿Algo atemporal? –Pregunto—. ¿Cómo es eso?

—Algo que comenzase y acabase o bien algo inmaterial, que siempre está ahí.

—Tendrás que ser más específico sobre lo que quieras preguntar a no ser que quieras que nos adentremos en una disputa metafísica. –Sonrío y él piensa unos segundos.

—¿Dijiste que habías hecho la tesis? ¿La has defendido frente al tribunal?

—Sí. Obtuve un 9 de 10. –Le digo, sonriendo—. Personalmente creo que me pudo salir mejor pero ya sabes, hay personas que se morirán sin poner un 10.

—¿Sobre qué hiciste tu tesis?

—No creo que te interese. –Le digo, negando con la mano—. Seguro que te aburre oír hablar de ello.

—Al contrario. –Me dice ofendido—. Vamos…

—Mi tesis trataba de los repintes de la Edad Media. –Digo, pensativo—. Sobre todo en frescos y tablillas de madera.

—¿Repintes?

—Sí, los restauradores de la Edad media, la mayoría, se jactaban de pintar sobre las partes dañadas o desprendidas, pero en realidad, no pintaban tal como se suponía que debía estar el dibujo, sino que adecuaban la estética del momento a la obra antigua. –Yoongi me mira atento. Nunca me había sentido con tanta atención sobre mí. Me encanta—. Esto era algo que solía hacerse en todos los ámbitos del arte. Cuando a un templo griego se le caía parte de la cornisa se restauraba con el gusto del momento en que se hacía la reintegración, añadiendo gárgolas en vez de la estética pagana del templo. Igual con la pintura.

—¿Y cómo es que se sabe eso?

—Muy sencillo, porque cuando se comienza a degradar y a estropear la propia capa del restauro, se descubría debajo una totalmente diferente.

—Eso debe ser muy curioso.

—Es como la vida misma. La realidad en capas. Te pasas la vida visualizando lo que crees que es una verdad irrefutable, pero resulta que no era más que una mentira que se desprende a cachos mientras que la verdadera imagen del lienzo aparece bajo todo el daño del propio peso de la mentira.

—Eso es una frase de tu tesis, ¿verdad? –Asiento, avergonzado.

—¿Se ha notado? –Ambos reímos.

—Sí.

—¿Ves? –Le digo—. Ahora la conversación se torna interesante.

—No vives entre burgueses estudiosos, con modales refinados y conversaciones elegantes. –Me dice, serio pero con una sonrisa—. Hazte a la idea de que no todo el mundo va a saber satisfacer tu necesidad de una conversación interesante.

—¿Tu sí?

—Yo puedo, pero no habría podido hace mucho tiempo. En fin. –Sentencia el tema—. Sigue hablándome de…

—No importa. –Digo—. Tampoco quiero pensar en ello ahora. La verdad es que cualquier cosa que tenga que ver con mi universidad prefiero no…

—¿No te siente orgulloso de tu tesis? –Me corta—. Creo que es un buen tema y de seguro que lo expusiste genial.

—Es solo que pensar en ello a veces, muchas veces, me da dolor de cabeza.

—¿En qué sentido?

—En el peso del todo esfuerzo invertido y verme con las manos vacías… es tan difícil…

—Bueno. –Dice, sonriente—. Yo me he visto siempre con las manos llenas sin esfuerzo ninguno. Ya me entiendes. La vida es complicada Jeon. Algunos lo tienen todo y otros no tiene nada.

—Quiero pensar que, en algún momento, la vida nos pondrá en nuestro lugar. –Yoongi niega con el rostro.

—La vida nos pone en nuestro sitio, claro que sí, pero no es más que al final de nuestros días cuando la muerte nos iguala a todos como humanos.

—Eso no es muy optimista.

—Por eso hay gente creyente. –Dice y choca su cerveza con la mía, con una sonrisa consciente de la situación. Pasan al menos cinco minutos en silencio. Yo miro mi cerveza sin decir una sola palabra y Yoongi mira alrededor, distraído. Suspiro largamente y me agarro a la cerveza como si necesitase ese apoyo y le doy el trago más largo. Me muerdo el labio inferior y suelto, sin más, unas palabras que aún no había pensado decir.

—Creo que me arrepiento de la vida que llevo. –Le digo—. No importa cuánto haga, a nadie le importa, y a mi dejó de importarme hace tiempo. –Yoongi me mira sin decir nada. No hace falta, no lo necesito, y la verdad, es que prefiero que no diga nada. Lo haría todo más complicado. Al rato, habla.

—Si te sirve de consuelo, Jimin y yo lo hicimos hace una semana y aun no hemos hablado del tema. –Me dice, saciando mi curiosidad como compensación—. No sé si querrá hablarlo o, tal vez, olvidarlo.

—¿Cómo fue?

—¿Quiere detalles? –Me pregunta ofendido, obviamente no me los va a contar.

—¿Fue romántico? –Le pregunto—. ¿Le dabas la mano y él te la retiraba enrojecido hasta las orejas?*

—No soy como Julián. –Me dice, haciendo alusión al libro Rojo y Negro—. Ni él es una señora de la alta burguesía.

—Me temo que sí lo es, y tú eres como Julián, un mentiroso hipócrita que acaricia lingotes de oro sin saber cómo digerirlos.

—¿Entonces, tú quién eres dentro de esta historia?

—Esa es vuestra historia, no la mía. –Niego, terminándome la cerveza—. Ya estoy más calmado. ¿Podemos volver a casa? –Le digo—. Quiero leer un rato y dormir pronto. Me siento cansado. –Le digo y él asiente terminándose la cerveza y poniendo el dinero en el pequeño plato con la cuenta que nos ha dejado el camarero, dejando algo de propina. Cuando salimos a la calle el sol ya se ha metido casi del todo y al no estar su presencia a nuestro alrededor, el aire que sopla lo hace algo más agitado y fresco. Yoongi se cierra algún botón más de la camisa y yo paso mi chaqueta por sus hombros mientras este me mira con una mueca agradecido. Suspira y chasquea la lengua. Ojalá pudiera ser sincero con él. Serlo con todos. Incluso conmigo mismo. Pero me temo que la realidad aun se me esconde, aún no alcanzo a ver la verdad detrás de tantas capas de pintura oxidada.

 

———.———

 

*¿Le dabas la mano y él te la retiraba enrojecido hasta las orejas?: Escena que se repite varias veces a lo largo de la novela Rojo y Negro de Stendhal entre el protagonista Julián y la señora de Rênal.

 

 


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