EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 15

 Capítulo 15 

 

Jimin POV:

11/06/1995

 

Despierto por los rayos de intensa luz atravesando el ventanal a mi lado. Una luz amarillenta e intensa que atraviesa mis párpados y me veo en la obligación de girarme de lado para que no me termine por despertar. Al girarme me cubro con una mano los ojos y la otra la poso debajo del almohadón de forma que me acomode sobre ella. Suspiro largamente y aprieto los párpados pero poco a poco me desperezo y nada consigue arrastrarme de nuevo al concilio. Cuando abro lentamente los ojos me encuentro con una cama perfectamente hecha y vacía. Sin nadie encima y tan solo con un pijama arrugado encima. Suspiro largamente y miro alrededor, descubriendo que entra suficiente sol y en la cantidad suficiente como para deducir que son más de las nueve de la mañana. Con una mueca confusa miro el reloj que hay sobre la mesilla y lo giro para ver la hora. Las diez y media. Me muerdo el labio inferior y suspiro largamente.

Me incorporo despacio, aún con los ojos entrecerrados e intentando escuchar alrededor, por si puedo percibir a alguien que merodee por casa o algo parecido. Como no escucho nada dentro ni fuera del cuarto opto por levantarme y poner los pies en el suelo. Mis pies descalzos sienten un tremendo frío atronador que me hace encogerme en mi mismo y busco unas zapatillas de estar por casa en alguna parte. Me las pongo y me coloco una bata sobre el pijama. Me acomodo en ella y camino pisando con fuerza a través del cuarto. La sensación de claustrofobia al encontrarme en este espacio comienza a aumentar. Me siento vulnerable por el color de la pared y por la textura de esta. Odio la forma de las puertas, odio cada una de las pequeñas partes de este cuarto y cuando salgo, miro alrededor buscando a alguien, pero no encuentro a nadie alrededor. Solo veo como la puerta del cuarto de Yoongi y Taehyung aun sigue entornada y con la oscuridad saliendo del interior.

Me conduzco sin pensarlo demasiado al salón y miro hacia la cocina, pensando en desayunar, pero no siento hambre y tampoco ninguna gana de moverme más de lo que he hecho ya para levantarme, por lo que me encamino sin pensarlo al sofá y me siento cayendo a plomo sobre el acolchado. Ni siquiera quiero encender la televisión. Quiero quedarme en este extraño silencio del sonido de mi respiración. Del sonido ajeno de la calle que suena a través de las ventanas. Puedo sentir como me impregna con una melosa cobertura. No consigo desprenderme de esta sensación de ardor en la boca del estómago o del dolor de cabeza aflorando en mi inconsciente. Quiero darme una ducha y desprenderme de este olor a estrés, pero sé que no conseguiría sacármelo de encima. Tengo ese extraño nerviosismo antes de cada carrera y juro que esta vez es mucho más palpable. Tal vez sea la cena de anoche pero siento unas tremendas ganas de vomitar al mirar alrededor.

Pasados diez minutos de mirar a la nada me levanto y me encamino a la mesa de la cocina donde da un poco el sol, esperando que los rayos de este me den la energía suficiente como hacerme sentir con ánimo de continuar el día. Suspiro largamente, me muerdo el labio interior y me paso las manos por el pelo. Apenas he pensado en que esté en la mejor disposición de atender a nadie que lo necesite o de tener la apariencia propia de mí. ¿Y quién soy yo ahora? En bata como un marqués y sin embargo puedo oler las colillas de tabaco acumuladas en la basura. Mi estómago da un vuelco al sentir unos pasos por la casa y levanto la mirada a ninguna parte, solo esperando oírlos de nuevo. Los oigo esta vez acercándose y lo siguiente, es la puerta de la habitación de Yoongi abrirse y salir este, al pasillo. Se desplaza fuera de este y la imagen es del todo confusa. No puedo asimilarla con la rapidez con la que pretendía.

Puedo ver su cuerpo tan solo en calzoncillos y sobre sus hombros y brazos la camisa que tenía ayer tirada sobre su cama. La tiene abierta en todos los botones como si acabase de ponérsela sobre sus hombros, en la misma forma en que yo me he puesto mi bata. Tiene el rostro adormilado y los ojos entrecerrados. El pelo revuelo y en algunas partes, el rubio platino deja paso a las raíces negras de su color natural. Puedo ver sus tatuajes a través de su pecho, y sus piernas. Finas piernas de leche talladas. Son esbeltas y muy delgadas, pero los tatuajes en ellas las dotan de una fuerza que no soy capaz de comprender. En la pantorrilla derecha tiene una extraña cabeza cortada con pelo de serpiente, y en el muslo izquierdo, dos peces koi* entrelazados, uno más oscuro que el otro. Suspira y bosteza mientras camina en mi dirección atusándose y revolviéndose el pelo, como muestra de sueño. Cuando lo hace, levantando el brazo, puedo verle el pecho estirado y limpio de tinta. Pero es sin embargo la parte que menos llama la atención porque su cuello reluce con flores tatuadas y puedo entrever algo de sus brazos.

—Hola. –Dice pasando justo enfrente de mí y encaminándose como un acto reflejo a la nevera. La abre y mira alrededor, pensativo. Opta por coger un tetrabrik de zumo de naranja y se sirve un poco en un vaso cualquiera que encuentra por ahí. Después parece recaer en un par de magdalenas sobre la encimera y las coge para caminar frente a mí de nuevo y se sienta en el asiento que tengo delante. Lo hace como si me acompañase en el desayuno, pero en realidad seré yo quien sea el espectador de su banquete, pues no tengo nada entre las manos.

—Hola. –Le respondo y me mira con una media sonrisa adormilada. Cuando mira hacia su vaso lo mueve un poco y pega un trago, como quien remueve los hielos en el vaso de whiskey. Cuando lo devuelve a la mesa comienza a quitarle el envoltorio de papel a la magdalena, con cuidado. Lo hace lento y pensativo como si se tomase su tiempo para disfrutar de la forma redondeada propia de la magdalena.

—Cuando llevas tanto tiempo desayunando copos de avena con leche se te hace raro comer magdalenas. –Dice como si adivinase lo que yo estaba pensando, o es que tal vez mi rostro reflejaba demasiado bien mi inquietud.

—Comprendo. –Digo, pero es mentira.

—¿Ya has desayunado? –Me pregunta mirado alrededor, dándose cuenta de que yo estoy aquí sentado, sin más.

—No he desayunado. –Digo.

—¿Acabas de levantarte?

—Hace unos quince minutos. –Digo pensativo y él me frunce el ceño mientras se lleva la magdalena a los labios.

—¿Y no tienes hambre?

—No, la verdad. Creo que cené mucho anoche. –Digo sin más y él se encoge de hombros centrándose de nuevo en su desayuno. Puedo verle como mira con ojos atentos pero medio dormidos lo que hace. Sus manos pálidas se desenvuelven a la perfección y me quedo mirándolas, hasta que él me saca de mi ensoñación.

—¿Tienes planes para hoy? –Pregunta a lo que yo le miro, curioso.

—No he pensado en nada, la verdad. –Digo, mirando alrededor—. ¿Y tú?

—Ver la televisión. –Dice, encogiéndose de hombros.

—¿Solo?

—¿Qué más quieres que haga aquí encerrado? –Pregunta.

—¿No puedes salir por algún motivo? –Pregunto más preocupado que curioso a lo que él niega encogiéndose de hombros.

—Claro que puedo salir, vaya tontería. Pero, ¿A dónde quieres que vaya? No tengo dinero…

—Se puede salir sin necesidad de gastar dinero.

—Que aburrido. –Dice, con una mueca asqueada—. Lo dice alguien que lo ha tenido todo… Seguro que te paseabas por las calles de ricachones para tomarte una copa de Chateau a las diez de la mañana todos los días… —Dice haciendo una mueca de estar bebiendo de una copa de vino pero lo imita con su vaso de zumo. Yo lo miro y una parte de mí quiere reírse por su actuación, otra quiere golpearle por la brusquedad de sus palabras, pero la parte que me domina me hace encogerme de hombros y niego con el rostro, con una mueca disgustada.

—La verdad es que no. –Digo—. Me gusta el vino pero no lo tomaba yendo por ahí…

—¿Qué haces en tu tiempo libre? –Pregunta—. ¿Cuándo no estabas en las carreras? –Yo pienso en su pregunta y me cuesta darle una respuesta. Parece que han pasado años desde entonces.

—No hacía mucho. Solía quedarme en mi casa.

—¿Y qué hacías allí?

—No mucho. Dormir, ver la televisión, beber…

—¿No ibas a fiestas ni nada así?

—Solo cuando me invitaban, y no siempre…

—Yo creía que sí. Tenía entendido que eras un juerguista…

—Eso era hace seis años o más, cuando apenas empecé a competir en torneos de alta categoría. –Digo y parece que estoy hablando de otro yo, y es que, así es.

—Ah… —Dice con una mueca sonriente—. Por aquél entonces yo estaba en libertad… ¿Has cambiado tanto desde entonces?

—Supongo. –Digo deshaciéndome de la responsabilidad de una respuesta y miro como le da un muerdo a la magdalena.

—Supongo que los años pasan para todos. –Dice con una mueca seria y yo asiento.

—¿Y qué hacías tú en tú tiempo libre cuando no estabas robando bancos o museos? –Pregunto a lo que él también parece tener que hacer un esfuerzo por pensar en ello.

—Solía cobrar bien por mis trabajos, así que me podía permitir el lujo de ir a fiestas de gala y cosas así. Dogas, sexo… esas cosas. –Dice encogiéndose de hombros como si eso fuera lo más normal del mundo y he de reconocer que lo es, por lo que yo imito su gesto, mostrándome indiferente.

—No eras el típico ladrón que vivía en la sombra…

—No. Me gustaba vivir el día, la vida me parecía algo preciado y me gustaba estar con gente, ir de un lado para otro. No concebía la felicidad enjaulado en una ratonera, preocupado por salir…

—Irónicamente acabaste en la cárcel.

—Lo verdaderamente irónico es que fue en una jaula donde encontré la verdadera felicidad.

—¿De verdad? –Pregunto asombrado a lo que él se encoge de hombros y remata el zumo.

—De veras.

—¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Cuántos robos has cometido? ¿Tienes experiencia?

—He cometido el robo a dos bancos, a tres mansiones, un museo, tres joyerías y cinco hoteles.

—¿De veras? –Pregunto con la misma expresión facial que antes a lo que él sonríe y me devuelve la misma respuesta.

—De veras.

—¿Me contarás alguna? –Pregunto y él asiente, divertido con mi cara de pasmo.

—Te las puedo contar todas, pero es muy largo de contar.

—¿No tendrás que matarme después de ello? –Pregunto entre divertido y asustado por mi propia idea y él se vuelve serio. Una falsa seriedad que me pone los pelos de punta.

—Es muy probable.

 

———.———

 

*Los koi (del japonés コイ Koi, ‘carpa’, cuyo homónimo también significa ‘amor’ o ‘afecto’) son variedades ornamentales domésticas de la carpa común. Se cree que son originarias de Asia oriental, desde el mar de Aral hasta el mar Caspio. El cultivo de las carpas ornamentales floreció en China durante la Dinastía Qing y en Japón con la Era Yayoi. Se cree que los koi traen buena suerte. Al igual que las carpas salvajes, los koi son peces muy resistentes.

 

  


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