EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 13
Capítulo 13
JungKook POV:
10/06/1995
La televisión retransmite algo que no soy
capaz de entender. Un programa basura hecho para gente basura con vidas de
mierda alienados en una cultura surrealista. Suspiro largamente deseando tener
un cigarrillo que llevarme a los labios. No hay ninguno por desgracia y tampoco
nada con lo que saciar mi ansiedad. La noche nos ha cubierto a todos. Con las
persianas bajadas y las luces apagadas estamos solos yo, Yoongi, y la
televisión frente a nosotros. Miro la hora en el reloj de la sala cerciorándome
de que son la una y media de la madrugada. La luz de la televisión ilumina todo
alrededor pero pensando en la posibilidad de levantarme del sofá me tengo que
asegurar de que sé el camino a mi cuarto y que no chocaré con nada extraño.
Cuando estoy a punto de incorporarme, un
peso cae de repente sobre mi hombro haciéndome sobresaltar y mirar en esa
dirección, encontrándome la rubia cabellera de Yoongi ahí tirada, sin cuidado.
Rio interiormente al ver sus manos sobre su regazo agarrando la manta que
cubría sus piernas y sus labios entreabiertos, respirando tranquilamente en un
ritmo pausado pero constante. Me siento culpable de tener que despertarle pero
no puedo dejarle aquí en el sofá, ni tampoco sobre mi hombro, por lo que con
una mano zarandeo débilmente sus manos sobre su regazo a lo que se sobresalta,
despertando levemente asustado a lo que al mirarme, acaba calmándose.
—¿Hum? –Pregunta aturdido, adormilado y
con un ojo cerrado. Yo sonrío débilmente y murmuro de forma que no moleste mi
voz al resto de personas dormidas.
—Es la una y media. –Él se incorpora en el
sofá y se estira, desperezándose—. Creo que me voy a ir a la cama. Y tú también
deberías. –Le digo en forma de objeción paternal y asiente, un tanto
adormilado, frotándose uno de sus ojos.
—¿Mañana tienes que levantarte pronto?
–Pregunta curioso, casi preocupado porque haya estado hasta tarde.
—Sí, pero no te preocupes. Vamos. –Le digo
palmeando su pierna a mi lado mientras yo me incorporo apagando la televisión y
quedándonos a oscuras, iluminados nada más que por la luz que entra desde una
de las ventanas de la cocina. Nos sabemos guiar bien hasta el pasillo y una vez
allí solo tenemos que toquetear la pared hasta encontrarnos con la puerta que
nos corresponde a cada uno. Cuando ya tengo la mía me giro para verle abrir la
suya con cuidado—. Buenas noches, hyung.
—Descansa. –Me dice en el mismo tono de
voz y yo sonrío aunque ya no pueda verme. Cuando entro no cando la puerta, sino
que la dejo entornada y puedo ver como la luz que entra desde el patio ilumina
la forma del cuerpo de Jimin sobre la cama. Puedo ver su figura, la línea de su
cuerpo, su esbelto perfil desdibujado en sábanas. Camino hasta mi cama y me
dejo guiar por la poca luz que hay para desvestirme y sacar mi pijama de uno de
los cajones del armario. Mis pisadas hacen más ruido del que quisiera y como no
escucho desde mi posición su respirar, no sé si está dormido o despierto. Me
limito a pensar que es lo primero y continúo con mi rutina como si nada. Llevo
a la mesilla al lado de mi cama mi pequeño despertador de plástico y lo dejo
marcado para las siete de la mañana. Sonará con un pitido algo estridente y
ahora que soy realista, haber escogido un cuarto con alguien que no tiene que
madrugar, es todo un error. Aun así, subo el volumen de la alarma al máximo y
lo acerco a su lado de la mesilla, de forma que cuando suene, se caiga de la
cama.
Cuando me siento conforme con todo
alrededor suelto un largo suspiro y me acomodo sobre la cama. Quito las sábanas
y me tumbo bajo ellas, cubriéndome después. Me digo a mi miso que no debería
haber trasnochado aunque solo haya sido un poco, porque mañana notaré el
cansancio y mi vista estará resentida, cosa que necesito más que el resto de
mis sentidos. Pero aun así me conozco lo suficiente como para saber que de no
haberlo hecho, no habría podido conciliar bien el sueño dado que es una cama
extraña, es un lugar extraño y la compañía es, en fin. Hay compañía, algo a lo
que no estaba acostumbrado.
Mentalmente comiendo a repasar las cosas
que tengo que hacer el próximo día. Comienzo a pensar en todo lo que me espera
por delante e intento ceñirme a un plazo de tiempo corto, no más de
veinticuatro horas, porque me veo incapacitado para pensar más allá. Todo se
desdibuja, todo aparece borroso como una gran mancha gris que prefiero no
limpiar. Es más bien como el humo de cien cigarrillos, son una cortina que no
quiero descorrer. La voz de Jimin me sobresalta en medio de este silencio
sepulcral.
—¿Estás despierto? –Me pregunta con voz
casi imperceptible. Juraría que ha sido solo una imaginación de mi mente, de mi
cansada y tediosa mente. Pero no. El cuerpo de Jimin se gira sobre la cama para
mirar en mi dirección y le correspondo la mirada. Su rostro queda en sombra,
estando de espaldas a la luz, pero esta cae por entero sobre mi rostro y puede
verme con ojos en su dirección. No necesita más que un asentimiento de mi
cabeza para confirmar su pregunta—. ¿Vas a dormirte ya? –Pregunta como si no
fuera obvio.
—No, me he metido en la cama para cocinar.
¿Tú qué crees? –Le suelto borde, pero en un susurro inaudible que no moleste al
resto.
—Vale, lo siento. –Murmura seco, y se gira
en la cama de nuevo para darme la espalda. Su voz me ha parecido fría pero a
medida que la voy repitiendo en mi mente se va volviendo más triste y
melancólica. Los remordimientos aparecen, de forma inexplicable, y acabo
sucumbiendo a un suspiro tedioso.
—¿Qué quieres? –Le pregunto a lo que le
veo negar con el rostro. Se puede apreciar como sus cabellos se distribuyen por
el almohadón blanco y este los acoge con cariño y ternura, con miedo de
dañarlo. Con suavidad y delicadeza—. Oh, vamos, Park. No te hagas de rogar… —Le
digo y acaba suspirando con la misma mueca que he debido poner antes yo, de
exasperación, y se tumba boca arriba con sus manos sobre su pecho entrelazadas.
—No puedo dormir. –Me dice y yo alzo las
cejas, tumbándome de cara a él con mi mano sujetando mi cuello y mi codo sobre
el almohadón.
—Es normal, estando en un ambiente
diferente, el cuerpo necesita habituarse a los nuevos olores, a las nuevas
sensaciones…
—Ya… —Murmura.
—Tal vez sea la luz de la persiana. –Digo
señalando con un movimiento de cabeza la ventana a su lado—. ¿No quieres
bajarla?
—No. Está bien. –Dice simple y yo hago una
mueca extrañado.
—¿Quieres que hablemos de algo? –Pregunto
como forma de matar el tiempo hasta que le venza el sueño pero él se encoge de
hombros.
—Dame una solución para dormir, niño
genio. –Dice y yo bufo, asqueado.
—No me llames niño genio. Me da urticaria.
–Digo a lo que él me mira esta vez directo a los ojos y con una mueca confusa.
—¿Por qué? Es lo que eres.
—No lo soy. Solo soy un chico normal.
–Digo a lo que él frunce el ceño.
—¿Has sacado las mejores notas de tu
promoción?
—Sí. –Digo, asintiendo.
—¿Te ha costado mucho mucho esfuerzo? –Me
encojo de hombros.
—Solo el necesario.
—¿Te gusta estudiar? Aprender cosas y
pasarte horas delante de un libro. –Asiento con un “hum” de mi garganta—. ¿Te
gustan las materias que no son de tu campo? ¿Te gusta aprender por aprender?
—Sí. Pero, ¿qué tiene eso que ver?
—Eso es que eres un genio.
—No es que yo sobresalga, —digo, pensativo—,
es que el resto es mediocre.
—Esa es una típica frase de genio. –Dice
con una sonrisa amable y rezo porque esta conversación le sirva de algo a él
porque de lo contrario, me estaría haciendo perder el tiempo, y lo odio.
—Un genio es alguien que hace algo grande,
algo por lo que se le recuerde. Miguel Ángel* ya esculpía a la perfección con
veinte años, Mozart* componía antes de los diez, Rimbaud* escribió cientos de
poesías durante su adolescencia…
—¿Te preocupa no ser recordado? –Me
pregunta a lo que yo frunzo las cejas—. No todo el mundo puede pasar a la
historia. Pero tal vez, tú lo hagas. No con un rostro reconocible o con un
nombre que te identifique, pero siempre serás uno de esos hombres que un día
robaron unas obras de arte. –Me dice con una sonrisa divertida a lo que yo
frunzo el ceño, disgustado con sus palabras. Tuerzo el rostro y le niego mi
atención mirando al techo. Suspiro largamente y me dejo acunar por el tacto de
las sábanas. Él sigue hablando—. Yo mismo sé lo que es que la gente te conozca,
te recuerde. Sé lo que es que alguien te reconozca por un número, un color o incluso
la forma de la insignia del coche que conduces. Pero la gente no ve más allá.
–Dice y yo le miro, con atención. Su rostro recortado por la luz se ve radiante—.
A la gente no le importas una mierda, ni lo que hagas dentro ni fuera del
circuito, solo quieren ver ese número que representas, el color que luces, y
con eso ya se radicalizan, ya se enardecen y son fieles seguidores de tus
Pasos. Y una mierda. De Mozart solo nos interesa el movimiento de sus dedos
sobre las teclas y de Miguel Ángel, sus manos a través del mármol. Punto.
—No seas cínico. Has vivido de lujo todo
este tiempo que has estado bajo la sombra del extremismo de tus seguidores.
—Y no lo niego. Pero de algo hay que
comer. Ese no es el caso. –Me dice, regresando al tema—. La cuestión es que eso
es lo que la gente ve en ti. Un número y un color. ¿Y qué más? Nada más. Y poco
a poco, tú mismo te vas dando cuenta de que realmente han hecho desaparecer
todo rastro de personalidad dentro de ese ser que una vez fuiste. De repente,
BOM, solo eres un número y un color. Y tú nombre. No tienes más muestra de
identidad que tu nombre sin valor alguno. –Cuando termina de hablar nos sumimos
en un largo silencio del que no sé salir y me quedo mirando el techo sobre
nosotros. De vez en cuando le miro de reojo pero él solo tiene atención para
algo que se pueda estar reproduciendo en el techo sobre él.
—¿Eso es lo que te tenía despierto?
–Pregunto a lo que él niega con el rostro.
—Suele serlo, pero hoy me preocupaba otra
cosa.
—¿Y bien?
—No importa ya… —Dice, desinteresado, con
lo que yo pierdo el interés y vuelvo a mirar a la nada. Suspiro largamente—.
Buenas noches.
—Duerme bien. –Le digo y a los segundos
regresa el silencio. Un silencio atronador.
———.———
*Joannes
Wolfgangus Theophilus Mozart (Salzburgo,
27 de enero de 1756—Viena, 5 de diciembre de 1791), más conocido como Wolfgang
Amadeus Mozart, fue un compositor y pianista austriaco, maestro del Clasicismo,
considerado como uno de los músicos más influyentes y destacados de la
historia.
*Michelangelo
Buonarroti (Caprese, 6 de marzo de 1475 — Roma, 18
de febrero de 1564), conocido en español como Miguel Ángel, fue un arquitecto,
escultor y pintor italiano renacentista, considerado uno de los más grandes
artistas de la historia tanto por sus esculturas como por sus pinturas y obra
arquitectónica. Desarrolló su labor artística a lo largo de más de setenta años
entre Florencia y Roma, que era donde vivían sus grandes mecenas, la familia
Médici de Florencia y los diferentes papas romanos.
*Jean Nicolas
Arthur Rimbaud (Charleville, 20 de octubre de 1854—Marsella,
10 de noviembre de 1891) fue un poeta francés. Abandonó la literatura a los
diecinueve años para emprender un viaje que lo llevaría por Europa y África.
Para él, el poeta debía hacerse vidente por medio de un largo e inmenso
desarreglo de todos los sentidos. En vida, sus méritos literarios no fueron
reconocidos pero, con el tiempo, se abrieron paso entre las nuevas
generaciones.
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