SHERLOCK (YoonMin) [PARTE II] - Capítulo 6
CAPÍTULO 6
JungKook POV:
Ocurrió la noche hace dos días. Recibí de
madrugada un mensaje desde un número desconocido. El mensaje decía así:
“Reúnete conmigo mañana a las doce de la noche en la calle 22 del barrio del
oeste. Espérame en la tienda de comestibles cerrada.” Aquél mensaje llegó
cuando yo había comenzado a desesperar. Cuando ya me planteaba regresar a la
casa de Park Jimin en busca de explicaciones. Durante todo ese tiempo había
pensando en la posibilidad de que tal vez Yoongi realmente no quisiera
contactar conmigo, de que jamás pudiera volver a saber de él. Pero se me
pasaban tantas macabras ideas por la cabeza que no era capaz de creerme una
sola. Se me ocurría que tal vez Jimin pudiera haber hecho algo. Que tal vez
Yoongi me odiase y despreciase por ser un entrometido. O incluso que Jimin no
le hubiese dicho nada en absoluto. Todas ellas me animaban a ir de nuevo a la
casa de Jimin, pero aquél mensaje de madrugada me daba unas esperanzas que creí
perdidas. No podía asegurar que realmente fuese Yoongi quien me estaba andando
aquél mensaje, ni siquiera estaba seguro de saber cómo llegar al punto de
encuentro, pero nada importaba porque la alegría que me embargaba era
suficiente como para acallar todo resquemor dentro de mi mente.
Rápidamente me puse a buscar cómo llegar y a la
noche siguiente, antes de las once, salí de casa en busca del metro. Este me
llevó a una zona alejada del centro y después cogí un autobús, que me llevó a
uno de los barrios más en la periferia de la ciudad. Situándolo en el mapa
estaba por decirlo así, a la otra punta de la casa de Jimin. Seguro que lo hizo
porque no deseaba que involucrasen a Jimin en nada, seguro que no deseaba que
él se enterase de nuestra reunión. Según el bus iba acercándose me decía a mi
mismo que había sido una muy buena estrategia y que tal vez, haberme presentado
en casa de Jimin aquél día, había sido todo un acierto. No sabía que iba yo a
sacar de aquél encuentro. Pero lo más ansiaba eran explicaciones, respuestas a
todas mis preguntas. Mentalmente iba haciendo una lista de todas las cosas que
quería saber de él, de su actuación, de sus consecuencias. Quería conocer el
sentimiento que le había llevado a dejarlo todo por Park Jimin. Él me contestaría
con su típica parafernalia y yo me quedaría tal como había llegado, le
convencería de que aquello que intenta ocultar es el amor y él se ofendería, se
marcharía y yo desearía no haberle contestado aquello. Podía verlo, lo podía
sentir en mis huesos. Estaba convencido de que aquello sería lo que ocurriría.
Cuando me apeé del autobús me quedé mirando
alrededor, con la inevitable sensación de que algo malo me ocurriría por
aquella zona. No era capaz de ubicarme nada más bajar y me descubrí perdido y
desorientado. Estaba tan aturdido por la imagen que el barrio reflejaba que yo
mismo me sentí acobardado. Me decía a mi mismo que nada malo podría pasarme, y
que habiendo convivido con Min Yoongi, ya debía haberme hecho inmune al riesgo
y el peligro. Después de haberme colado en la casa de Park Jimin, nada podría
asustarme. Pero estando en un barrio marginal, donde a cada paso alguien giraba
el rostro con esa expresión de sorpresa e intimidación, me hacía sentir
indefenso y acobardado. Entre las calles, de los cables telefónicos, colgaban
varios pares de zapatillas viejas y gastadas. Sabe lo que significa eso, ¿no?
Sabe qué quiere decir. Y seguro que sabe del barrio del que le hablo. Bah,
seguro que no. Usted es de esos peces gordos que no salen del despacho. Son los
curritos los que tienen que meterse en esas calles y bajar los humos de
cualquiera que alce levemente la voz. Usted es demasiado intocable para eso.
En fin. Tras varios minutos me aventuré a
preguntarle a alguien sobre la tienda de caramelos cerrada y tras tres intentos
fallidos, uno en el que casi acabo por comprar algo de hachís por error, me
dieron indicaciones suficientes como para girarme solo. Me adentré en un
callejón y allí, en la parte derecha de la calle, había una tienda con ventanas
enrejadas y unos dibujos ya descoloridos por el sol de caramelos y gominolas.
La puerta estaba cerrada, y no había nada en el interior más que el poco
mobiliario que el dueño no se llevó, o no quisieron embargarle y algunas
pegatinas o posters de caramelos en la pared alrededor. Me asomé levemente a
través de una de las vidrieras y aunque cubiertas de polvo pude quedarme varios
minutos divisando el interior y me pregunté durante al menos varios minutos qué
es lo que le lleva a alguien a montar una tienda de caramelos en un barrio como
este. Mis opciones no eran demasiadas, o bien el inversor era idiota o solo era
una tapadera para vender droga. Tal vez era un traficante que necesitase la
tienda para blanquear dinero.
Pasaron diez minutos de las doce y nadie había pasado
por aquel callejón. Nadie, y eso sí que era escamoso. Me daba pavor pensar que
podrían atracarme, robarme, pegarme o matarme en aquél lugar. Pensaba en que
mis padres no encontrarían mi cuerpo y se enterarían por las noticias de mi
asesinato. Pensar en aquello comenzaba a ponerme de los nervios y me puse un
límite. Si en otros diez minutos no había llegado, me largaría de allí. Yoongi
era siempre muy puntual. Era de esas personas que solía llegar más pronto de la
hora concertada. Eso, o bien no se presentaba. Viviendo con él había veces que
tenía que recordarle que tenía citas a las que tenía que acudir, pues cuando se
centraba en su trabajo, el resto del mundo parecía desaparecer, disiparse a su
alrededor. Envidiaba esa capacidad suya, pero al mismo tiempo la temía. Porque
también se olvidaba de mí.
Pasadas las doce y cuarto, una sombra desde el
otro extremo del callejón al que yo había entrado comenzaba a desdibujarse y se
acercaba poco a poco hasta la boca de este al principio solo era una sombra alta
y esbelta, delgada, oscura, que se acercaba poco a poco hasta el callejón. Supe
que era él. No necesitaba verte, ni confirmar mis sospechas. Era él porque
siempre le había gustado ese tinte melodramático de las películas de espías y
policiacas. Siempre le había gustado ser excéntrico en sus apariciones, y
aunque yo detestaba eso en él, siempre me causaba gracia. Menos cuando yo era
el público de su actuación y no su ayudante.
Cuando la esbelta figura apareció por el
callejón se me quedó mirando a lo lejos. Las sombras una cubrían su rostro pero
podía distinguir su largo abrigo negro y como su cuerpo se paraba a mirarme,
con esa tranquilidad que le ha dotado la inteligencia. Con un rudo gesto de su
rostro me indicó que le siguiese y doblase la esquina al fondo del callejón. Yo
no lo dudé un instante. Me dirigí hacia él y aceleré el paso hasta doblar la
esquina. Este lugar estaba en tinieblas a excepción de la luz de la luna
cayendo a través del hueco entre los bloques de edificios y algunas de las
luces amarillentas que salían de las ventanas de algunas casas. Algunas
ventanas que serían testigo de nuestro reencuentro. Testigos de nuestra
conversación. Yo me acerqué a él, deseando darle un abrazo, deseando lanzarme a
sus brazos y llorar desconsolado. Todo el rencor que tenía hacia él por
abandonarme desapareció al instante y de espaldas a mí quise sorprenderle con
un abrazo, hasta que se detuvo y se volvió a mí, descubriéndome su verdadero
rostro. Me detuve al instante. Mi corazón se desbocó por el pánico y él me
sonrió con la más cínica de las expresiones. Me sentí, justo en ese instante,
mucho más en peligro de lo que había podido sentirme desde que había bajado del
bus. Ahí estaba de nuevo, el rostro de Park Jimin haciendo trizas mi corazón.
—Tú. –Dije, paralizado, sin poder mover un solo
músculo de mi cuerpo. Sentí el frío recorrerme por la espina dorsal y mis manos
comenzaron a sudar. Un sufrir frío y eléctrico. Ahí estaba él, con el abrigo de
Min Yoongi y con una dulce expresión infantil que no conseguía engañar a nadie.
Me olvidaba, a él también le gusta el melodrama y el espectáculo. Pero mientras
que a Min Yoongi le gustaba la comedia, Park Jimin era fan de la tragedia. De
una tragedia griega que se le vendría encima.
—¡Yo! –Dijo, entusiasmado por haber provocado
en mí el pánico más desgarrador de todos—. Aquí donde me ves soy tu cita a
ciegas. –Dijo, divertido—. ¿Te decepciona lo que ves? –Me pregunto mientras
abría sus brazos, mostrándome debajo un traje de tres piezas azul.
—Me has engañado. –Le dije, llegando a esa
conclusión.
—Que rápido te has dado cuenta. Pensé que
tendría que explicártelo todo. –Dijo, entre divertido y aburrido.
—No has hablado con Yoongi. –Dije, triste—.
Llévame donde él esté. ¡Ahora! –Le grité.
—¿Qué clase de confianzas son esas, jovencito?
¿Qué forma de hablarme es esta? –Se ofendió—. Ya veo que no te has dado cuenta
de todo. –Miró alrededor—. Es mucho más complejo de lo que tú crees. Estas
paredes serán testigos mudos de tu muerte y esta pistola –sacó un arma de su
espalda—, será tu guillotina. Yo seré tu verdugo y esa noche, tu último día de
vida.
Miré alrededor, temeroso de que sus palabras
fuesen un presagio de mi futuro y mientras jugaba con su pistola moviéndola con
excentricidad yo tragaba en seco, acobardado por cada uno de sus gestos, por
cada una de sus palabras. Pedir ayuda aquí no me garantizaría un rescate y
mucho menos él se acobardaría de nadie que pudiese venir en mi ayuda. Me
planteé la idea de salir corriendo, pero una bala era mucho más rápida y de seguro
que su puntería sería mucho más certera. Antes de darme cuenta de nada, antes
de haber llegado a ninguna conclusión, él levantó el brazo y su pistola me
enfocó en su punto de mira. Su dedo ya estaba sobre el gatillo. Él ya estaba
pronunciando las últimas palabras que oía.
—Has sido siempre un estorbo. Desde el primer
momento. –Murmuró, rencoroso—. Siempre lo tienes que estar estropeando todo.
Por tu culpa, ahora estamos siendo buscados… han puesto precio a nuestras
cabezas. –Su dedo estaba a punto de dispararme—. Has puesto en peligro a
Yoongi…
Justo en el instante en que iba a dispararme,
tal vez por culpa de la tensión o por el miedo agudizando mis sentidos,
descubrí tras sus palabras toda la realidad que había él mismo diseñado para
mis ojos. Todo se desmoronaba dejando al descubierto una verdad que me era
desconocida.
—Tú escribiste la carta. –Le dije, entre
decepcionado conmigo mismo y triste, por haberme convencido de algo que no era
tan evidente—. Yoongi no quería saber nada de mí…
—¿Tanto te ha costado darte cuenta? –Me
preguntó—. Eres mucho más idiota de lo que jamás me había advertido Yoongi.
¡Claro que he sido yo! Colarse en tu casa es pan comido. Solo tuve que dejar
ahí la carta y hacerte pensar un poco. El resto fue simplemente confiar en tus
escasas habilidades. Irías a mi casa, claramente. Yoongi te ha pegado su
instinto suicida para estas situaciones. Después solo tenía que convencerte de
que os planearía un encuentro y… bueno. –Me apuntó al rostro con el arma.
Estaba cinco metros pero podía sentir el
frío cañón reposando sobre mi frente—. El resto puedes deducirlo solo.
—¿Vas a matarme porque os descubrí en el engaño
de los cadáveres?
—Le han puesto precio a la cabeza de Min
Yoongi, basura. –Me dijo—. Y eso es algo que tienes que pagar. Mientras tú
sigas vivo, mientras tengas ganas de inmiscuirte… —Se cortó—. Lo siento. No soy
de esos villanos que dan discursos antes de matar a sus víctimas. Me da mucha
pereza, y más si no lo entiendes…
—¡Claro que lo entiendo! –Le grité, desesperado
por recibir un disparo—. Estás demente. –Suspiré—. Estás locamente enamorado.
–Él se ofendió ligeramente por mis palabras pero se encogió de hombros.
—Mi madre solía decirme que el sentimiento más
peligroso de todos era el amor. Pero yo de por sí no soy un hombre muy estable,
imagínate lo que puedo hacer por amor…
—¿Dónde está Yoongi? –Le pregunté—. No está en
tu casa, ¿verdad?
—No creo que la convivencia hubiera sido fácil.
–Dijo, pensativo—. Tú lo sabrás mejor que yo, que has vivido con él…
—No puedes hacerte una idea. –Dije, en un
susurro cansado y él se encogió de hombros y estuvo a punto de dispararme. Yo
estaba convencido de ello, de que me atravesaría el cráneo con una bala, pero
la bala no llegó, y unos brazos me rodearon el torso, en tensión, desplazándome
hacia atrás. Protegiéndome, evitando que me disparasen. Me rodearon y me
apartaron de una trayectoria que habría sido mortal. No recuerdo muy bien qué
sucedió. Pero antes de darme cuenta yo estaba tras un cuerpo casi de mi altura,
resguardado por una mano que me sujetaba la cintura asegurándome detrás de él y
un arma en la mano de esta persona, apuntando directo al rostro de Park Jimin.
Lo primero que distinguí fue su olor. Fue la forma en que su olor me rodeaba.
Ese dulce olor con matices de tabaco y madera quemada. Cuando se aseguró de que
yo estaba a salvo detrás de él volvió ligeramente su rostro hacia mí, para
dejarme traslucir sus facciones a la dulce luz de la luna. Me sonrió de lado,
dado que me había salvado, pero al mismo tiempo me mostró una mirada fiera y
decepcionada con mi comportamiento. Por inmiscuirme, por arriesgarme, por tener
que hacer que él se juegue la vida por mí, una vez más. Siempre lo hacía. Amaba
la forma en que me protegía.
—Ya es suficiente. –Dijo, serio y con autoridad
hacia un Park Jimin que le apuntaba tal como estaba asiendo él encañonado.
Estaban apuntándose con armas cargadas. Y sin embargo yo no podía dejar de
verlos como dos niños jugando con sus juguetes. Estaban demasiado enamorados
como para matarse, pero estaban lo suficientemente locos como para hacerlo, y
esa bipolaridad me tensaba.
—¿Suficiente? ¿Qué demonios haces aquí? –Le
preguntó Jimin, y dejó caer su brazo armado—. ¡Por el amor de Dios! Eres tan
insoportable como esa mascota tuya… —Me señaló con el arma y Yoongi me escondió
mejor detrás de él.
—Él no ha hecho nada para que le mates. Para
engañarle…
—Te dije que no me gustaban los discursos de
villanos. –Me dijo a mí Jimin—. Siempre dan tiempo para que el héroe aparezca.
–Miro a Yoongi con ojos dolidos.
—No soy ningún héroe, pero no permitiré una
atrocidad más. El juego se había acabado.
—El juego se reinició en cuanto tu amiguito nos
descubrió. Por si no lo recuerdas, estamos siendo perseguidos. Nos buscan como
a los mayores criminales del siglo y tú le defiendes. Todo ha sido culpa suya.
—Él no es responsable de nuestros actos.
—¡Él nos ha descubierto!
—No podemos dejar de ser quienes somos, Jimin.
–Le dijo Yoongi, sereno. Mucho más de lo que nadie podría haber estado en una
situación así. Seguía encañonando a Jimin, pero este no iba a dispararle. No le
apuntaba. Solo gesticulaba con el arma—. Esto… esto tiene que terminar. –Le
dijo y Jimin dio un respingo, sorprendido a la par que asustado.
—¿Qué tiene que terminar?
—Todo. –Dijo, serio. Y bajó su arma.
—¿Qué es todo?
—Nosotros. –Sentenció—. No te hagas el idiota.
No podemos seguir así. Estamos contaminados. ¿No te das cuenta? Somos tóxicos.
Y envenenamos todo lo que tocamos.
—No hagas como que te acabas de dar cuenta, Min
Yoongi. Y no finjas que no te gusta el efecto que eso causa.
—No me gusta cuando afecta a personas que amo.
—¿Hablas de esa rata de laboratorio? –Me señaló
con la pistola.
—Hablo de ti. –Sentenció—. Has perdido todo
sentido de la razón. Estás completamente fuera de ti.
—Jamás he estado tan cuerda. –Levantó de nuevo
su arma hacia nosotros y yo sentí un tremendo impulso de supervivencia. Podía
ver en su mirada que ya no sentía amor por nada, que no estaba aferrado a
ninguno de nosotros. Las palabras de Yoongi le habían herido en lo más profundo
de su orgullo—. Y jamás he deseado tanto como ahora verte caer, Min Yoongi. Sin
mí, no eres nada. Sin mí, no tienes sentido. ¡Ya no vales nada! –Gritó y apunto
directo al pecho de Yoongi a mi lado, pero yo fui más rápido. Le quité la
pistola a Yoongi de las manos y disparé. Sucedió muy rápido. Jimin no había
disparado aun cuando dos o tres balas se impactaron sobre su pecho. Jamás supe
si él habría disparado de verdad o solo estaba intentando sobreactuar. No supe
qué habría hecho Yoongi si realmente llega a dispararle, pero lo que sucedió es
mucho más simple que eso. Park Jimin yacía en el suelo con varios tiros de bala
sobre el pecho y el arma estaba en mis manos. Yoongi se volvió a mí con una
expresión rota por el impacto, rota por la escena que acababa de presenciar y
terriblemente dolida por haber sido yo quien disparase.
Sin pensarlo demasiado corrí al cuerpo de Jimin
y dejé la pistola a un lado. Me quedé paralizado mientras sus ojos aun me
miraban con vida. De su boca brotaba sangre con la que sutilmente se
atragantaba y su mano empuñando la pistola parecía estar muerta. Leves espasmos
movían su cuerpo del que brotaba la sangre. Me arrodillé a su lado pensando
solamente en devolverle la vida, en procurar que no se desangrase antes de que
una ambulancia pudiese socorrerle. Yo mismo usé mi camiseta para taponar las
heridas de su tórax y presioné su cuerpo, ante su atenta y adolorida mirada.
Suspiré varias veces su nombre, sin odio, sin rencor. Temeroso de perderle en
mis manos y a causa de ellas.
—Te vas a poner bien… —Murmuré pero él no me
respondió a mí. No era yo al que veía.
—Yoongi… —Murmuró, dolido y con la boca manando
sangre—. Yoongi… ¿dó… dónde estás…? –Murió clamando el nombre de Yoongi y sus
ojos se quedaron sin vida mirando hacia la nada. Sus labios entreabiertos,
manchados de sangre aún caliente se quedaron a las puertas de pronunciar de
nuevo su nombre. Su cuerpo se quedó inmóvil con mis manos aun presionando sobre
su pecho. Pasó al menos un minuto hasta que decidí que presionar las heridas no
le devolvería la vida y cuando al fin reconocí que no había ser humano
consciente en aquel cuerpo muerto me desplomé sobre su pecho, con unas inmensas
ganas de llorar por la irracional culpabilidad que me estaba avasallando.
Lagrimeé sobre su pecho varios minutos y cuando me erguí pude ver allí donde le
había dejado al inerte cuerpo de Yoongi mirándome. Me estaba mirando a mí con
esa expresión de odio que había podido ver antes a Jimin, antes, muchas veces.
Me miraba con la ira más incandescente que jamás había presenciado su rostro y
sus manos echas dos puños temblaban, herido por mis actos. Yo le había
arrebatado a Park Jimin, y eso, en un corazón enamorado, fue como desgarrar
parte de él. Fue como herirle de gravedad. Me miraba como un ser moribundo,
desazonado, desorientado. Perdido en sí mismo. Estaba perdido. Cuando quise
nombrar su apellido él se volvió de espaldas a mí y desapareció entre las
tinieblas del callejón, a punto de romper en llanto. Jamás había podido ver esa
expresión antes en él. Jamás le había visto llorar. Jamás le había visto ese
grado de sufrimiento.
El amor siempre nos vuelve un poco locos, pero
para quienes ya están locos, el amor siempre es una dulce maldición de tóxica
adicción.
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