SHERLOCK (YoonMin) [PARTE II] - Capítulo 5
CAPÍTULO 5
JungKook POV:
Me paso los dedos por los ojos, presionando un
poco sobre ellos, cansado ya de esta larga charla.
-¿Qué
hiciste después de tener la dirección de aquella casa? –Me pregunta el policía delante de mí,
tremendamente receloso por saber que investigué en las bases de datos de la
policía.
-Me fui a casa, me duché, me aseé, me vestí con
ropa adecuada y antes de que diesen las doce y media ya estaba saliendo para ir
a buscar la casa.
-¿Por
qué no informaste a la policía de que tenías sospechas sobre dónde podría
hallarse Park Jimin?
-¿Y
contarles que me infiltré en sus ordenadores? Ya claro… -El policía vuelve a mirarme con ese recelo.
-Podías
haber hecho una llamada anónima.
-Ninguna llamada es anónima, ni ninguna
información es gratis. –Le digo y él entrecierra los ojos-. No lo entiende, y
lo comprendo. Sé que he estado jugando con fuego, pero esto era algo personal.
Era algo que solo me concernía a mí y habría sido demasiado peligroso llamar a
la policía. No sabe de lo que es capaz ese Park Jimin.
-Nosotros
podíamos haberle arrestado.
-¿Arrestado? –Le pregunto, riendo-. Él os
habría matado antes siquiera de que se pasase por vuestra cabeza el interferir
en su vida. Él jamás dejaría que os metieseis de por medio. Pero a mí no me
tuvo en cuenta porque yo era para él no más que una mascota.
-Querías
llevarte todo el mérito. –Me acusa, con cinismo y yo niego, sonriendo.
-Yendo allí, yo era plenamente consciente de
que corría un serio peligro, y estaba casi seguro de que tal vez no saliese de
aquella casa. Pero tenía que ir. Tenía que saberlo. No conocer el paradero de
Yoongi me estaba volviendo loco. Yo estaba obsesionado con él, y mi obsesión
era casi tan temeraria como la de Jimin.
-Sigue
contando. –Me pide, algo resignado a escuchar.
Salí de mi piso con una carpeta de color negro
con la carta de Yoongi, la partitura y un papel con la dirección de la
propiedad de Jimin apuntado. Cogí el metro para ir al norte de la ciudad y me
bajé en una parada a dos kilómetros de la urbanización. Estos dos kilómetros
los recorrí a pie con la terrible sensación de que me estaba acercando a la
casa del diablo. Dentro de mí deseaba que el nombre del propietario no fuese
una macabra casualidad y realmente hubiese un americano viviendo allí, tal como
en el registro constaba. Deseaba que todo fuese una broma, o una equivocación
mía. Pero otra parte de mí, ansiaba fervientemente encontrar a Yoongi y poder
hacerle ver superior, o al menos, rescatarle de las garras de Park Jimin.
Cuando llegué a la urbanización seguí adelante
contando los números de las casas. Casa número 14. Casa número 16. Casa número
18. Y al fin, una casa de color blanco y jardines repletos de flores, la casa
número 20. Todas, o al menos la mayoría parecían estar deshabitadas.
Relucientes e impecables, pero en algunos aspectos, un poco descuidadas. Como
si nunca nadie jamás las hubiese pisado. La idea se me hacía demasiado
extravagante, demasiado inverosímil. Alguna, a lo lejos, tenía un pequeño
triciclo aparcado justo en la entrada, y otras tenían el césped recién cortado,
pero la casa número veinte, sobre la que me paré y estuve casi media hora
observado, era la más hermosa de todas. Era la única con rosales a cada lado de
la entrada. Pequeñas dalias esparcidas por unos cuantos matorrales y salteados
pero bien situados, grandes árboles un color castaño claro que destacaban sobre
todo el conjunto con sus ramas levemente peladas. El olor que el propio jardín
desprendía me hacía sentir intimidado a cruzar la entrada y sin perder un solo
segundo miré desde lo lejos hacia las ventanas de altas cristaleras esperando
ver alguna señal que me indicase la presencia de Jimin y de Yoongi dentro del
hogar. Era una gran mansión que me evocaba a las casas de los nobles ingleses,
o de burgueses tales como los protagonistas de las novelas de Stendhal. Allí
estaba la misma casa que había visto horas antes en la pantalla de un
ordenador, pero en real, era mucho más imponente y exuberante.
Sin mucho aguardar me adentré por el pasillo de
baldosas de piedra por entre el jardín hasta llegar a la puerta. Durante ese tramo
me fijé en que el césped estaba perfectamente recortado y los arbustos tenían
una preciosa simetría tan solo propia de la mente de un psicópata. Aquello me
escamaba, pero al mismo tiempo me aliviaba encontrar detalles como aquellos.
Con una seguridad impropia de mí y con decisión infundada por la desesperación,
llegué hasta la puerta y cogí con mi mano el pomo que colgaba en medio y golpeé
la madera repetidas veces con este. De forma tranquila pero eficaz, denotando
impaciencia pero no desesperación. Me quedé en silencio escuchando
detenidamente cada soplo de aire que surcaba en cada rincón del jardín y el
sonido de mi propia respiración.
A lo lejos, unos pasos comenzaban a acercarse a
la puerta. Unos pasos ligeros pero algo pesados, los pasos de un hombre, o eso
es lo que yo quería pensar. Y así fue. Los pasos se detuvieron al otro lado de
la puerta y una mano fue al pomo para abrirla. Yo di un paso atrás, intimidado
ante la posibilidad de encontrarme a Jimin o a Yoongi al otro lado,
recibiéndome como en una realidad completamente distante y perturbadora. Pero
no fue ninguno de ellos quien apareció al otro lado. Un hombre de mediana edad,
con el pelo incipientemente cano y con un recatado uniforme negro se me quedó
mirando con una encantadora sonrisa hogareña. Sus rasgos eran occidentales y su
vestimenta no era sino la de un mayordomo, pero ni siquiera pensé en ello más
que cuando él se presentó a mí. Sus rasgos eran suficientemente evidentes como
para hacerme caer en un abismo de depresión al creer que él sería el verdadero
dueño de la casa.
-¿Desea algo? –Me preguntó con voz levemente
ronca y yo me quedé estupefacto. No sabía qué contestar ante su pregunta. Yo no
sabía como explicarle qué es lo que estaba buscando y ni siquiera si me
creería.
-Yo… -Balbuceé durante largos segundos hasta
que al fin me pude hacer entender-. Bu-busco al dueño de la propiedad, un tal,
Adam Worth. –Le dije y sus ojos se mostraron mucho más amables y complacientes,
pero chasqueó la lengua y negó con el rostro, mientras volvía a asir el pomo de
la puerta para quedarse junto a ella y cerrar, en cuando hubiese dado las
explicaciones pertinentes.
-Lo siento mucho, joven. –Me dijo, con
amabilidad servil-. Ahora mismo, el señor Worth no se encuentra en casa. Se
halla en un viaje de negocios. ¿Desea dejarle algún recado? –Yo me quedé mudo
con su respuesta y mientras hablaba escruté el interior de la vivienda. Estaba
toda ella decorada al mejor estilo neoclásico con ligeros toques de rebelde
barroquismo. Abrí mis labios para intentar hacerme con alguna excusa que me
permitiese obtener más información. Yo mismo me daba cuenta de que como
periodista estaba muerto y hundido, pues ni siquiera conseguía hallar las
palabras dentro de mi mente. Y en este segundo, en ese ligero silencio de mis
labios entreabiertos, se coló en mis oídos una fragante música de piano que
provenía del interior de la casa. Las notas, sutiles y refrescantes salían por
la puerta casi como un susurro del viento que surca el cortinaje de las
ventanas. Me quedé estupefacto, porque aunque no reconocía la canción, esta me
suscitaba una malsana impresión de reconocimiento y confianza. El hombre
delante de mí me miró levemente preocupado de que hubiese sido consciente de la
música y dedujese que sus palabras habían sido mentira. Y evidentemente lo
eran.
-Lo- lo siento. –Dije entrecortado mientras le
apartaba con una mano haciendo algo de fuerza y me adentraba en el interior de
la casa siguiendo por las instalaciones el sonido de la música. Tras mi espalda
me seguía, muy preocupado, el sirviente, advirtiéndome de que al señor no le
gustaría saber que yo he entrado y después, tras ver que yo no me detenía y mi
paso era mucho más rápido que el sueño, su versión comenzaba a tambalearse.
-El señor no quiere que se le moleste, el señor
no quiere invitados en este momento. –Me decía. Había perdido toda esperanza de
que yo me creyese que realmente no estaba en casa.
Estuve a punto de contestarle algo, pero su voz
ya era suficiente obstáculo para oír la música como para añadir mi respuesta.
Subí por unas escaleras que daban al piso superior y a cada paso que ascendía,
la música se colaba mucho más dentro de mí con su fragante sinfonía. Toda la
casa olía a un dulce perfume que me era característico, y esperaba que en ello
hallase una respuesta, pues creía pensar que esa fragancia era la misma que
Park Jimin había dejado por todo nuestro hogar el día que se coló en nuestro
piso, era el mismo que yo a veces me sorprendía descubriendo en el cuarto de
Yoongi. Un sutil olor a manzana y canela.
Llegué al piso superior con el sonido del piano
insuflando todos mis sentidos. Giré mi rostro a ambos lados del pasillo en el
que las escaleras desembocaban y hallé una alta puerta de madera de doble
apertura al fondo de este. Estaba abierta, y de entre la rendija salía una luz
amarillenta que bañaba el pasillo con una caricia de calidez hogareña. Sin
pensarlo por más tiempo, e intentando huir del sonido de los pasos del
mayordomo que me venía siguiendo, me abalancé sobre la puerta entreabierta y
allí estaba. Le descubría por segunda vez de espaldas a mí tocando una melodía
de Chopin. Era perturbador, lo prometo. Por segunda vez, sus dedos remarcaban
sobre las teclas una fantástica melodía que me ponía los pelos de punta. Era
sin duda hermosa, pero su persona, a la que hacía unas semanas había visto como
un cadáver en el suelo de mi hogar, danzaba sus dedos sobre el piano de aquella
forma tan maravillosa.
El mayordomo me alcanzó y se detuvo justo
detrás de mí, alarmado por la idea de que mi presencia pudiese perturbar la de
su dueño. Se quedó mudo, estático, aguardando a que yo decidiese llamar su
atención, pero me había quedado completamente absorto con la imagen delante de
mí. Era él, ahí estaba, con su cabello negro y su traje de tres pieza. La
chaqueta reposaba sobre el piano de cola que estaba tocando y su parte
superior, con un chaleco negro y camisa blanca, se movía para poder pulsar las
teclas del piano. Sin partitura. No había ninguna partitura sobre el piano.
-¿Chopin? –Le pregunté. Pregunté a la nada
esperando una respuesta, pero el sonido de mi voz detuvo sus dedos y la melodía
se cortó de repente, dejando que las últimas notas que había pulsado danzasen
unos segundos aun por el aire. Yo contuve el aliento y él no se volvió a mí. No
le hizo falta. Estoy seguro de que incluso me había reconocido desde que había
pulsado el pomo de su puerta. El mayordomo me excusó por mi comportamiento,
levemente tembloroso.
-Di-disculpe señor Worth, este joven ha
preguntado por usted y ha entrado… -Jimin le cortó, con voz amable.
-Déjenos a solas. Muchas gracias. –Dijo
mientras se quedaba mirando las teclas aun debajo de sus dedos. Cuando el
mayordomo desapareció cerró detrás de él, dejándome aquí junto con Jimin y esa
idea me suscitaba un temor que no había tenido hasta ese momento. La sala en la
que estaba no tenía más que la única salida por la que yo había entrado y no le
perdí ojo en todo el tiempo que estuve allí, por si necesitaba huir en
cualquier momento.
-Sí. –Me dijo, aun sin mirarme-. Es Chopin.
–Suspiró y miro alrededor, pensativo-. Vals de primavera. ¿Te gusta?
-¿Dónde está Yoongi? –Le pregunté,
terriblemente nervioso.
-Que maleducado… -Suspiró y se giró a mí, aún
sentado en el taburete del piano. Yo retrocedí un paso, pues había olvidado la
fuerza de su mirada.
-Sé que está aquí. ¿Dónde lo tienes?
-¿Tenerlo? –Preguntó, levemente ofendido. Tras
unos segundos se condujo la mano al pecho y se señalo el corazón-. Aquí dentro…
-Hablo enserio. –Le dije. Me sentía que no
podía tomar en serio nada de lo que me dijese-. Sé que está aquí.
-¿Cómo lo sabes? –Me preguntó, soberbio-. ¿Has
olfateado su rastro hasta aquí?
-No te mofes de mí. –Le exigí-. Él me dijo
donde estaba. –Ante mis palabras se sobrevino un duro silencio. Yo me hice con
mi carpeta y saqué la carta que Yoongi me había dejado, con lo que él se
levantó, intrigado por lo que estaba a punto de ofrecerle y le entregué la
carta, necesitado de una respuesta por su parte-. Me dejó esto en el piso.
El la leyó en silencio y vio que algunas de las
palabras estaban subrayadas, confiriendo todas ellas una frase con sentido.
Cuando terminó de leer la carta me miró con condescendencia y con un gesto de
desinterés dobló el papel y se lo guardó dentro del chaleco que portaba. Yo
estiré mi mano para recuperarla, pero ya era demasiado tarde. Había volado de
mi propiedad.
-Esto no tiene la menor importancia. –Suspiró-.
A demás, él no quiere verte. Así que lárgate y no se te ocurra decirle a nadie
donde vivo.
-¿Cómo que no quiere verme? –Le pregunté,
atónito.
-¿Qué te pensabas? Después de que descubrieses
en la morgue nuestra tapadera estamos siendo perseguidos. Yo ya lo estaba, pero
ahora le has abocado a él también a una vida eterna de vivir escondido como una
rata. –Yo miré a mi alrededor, brillando en mis ojos el lujo de esta casa.
-Como ratas… -Repetí y él se topó con mi
sarcasmo.
-Sí, como ratas. –Dijo-. Y todo por tu culpa.
-So... sois criminales. –Le espeté pero él se
encogió de hombros sin darle demasiada importancia. Apenas se esforzaba en
hablar conmigo más que lo mínimo. Pude ver que yo a sus ojos no era nada. Era
insignificante. Menos que nada. Era un estrobo.
-Le diré que has venido. –Dijo y se dio la
vuelta para volverse hacia el piano. Se sentó de nuevo sobre el banco y
continuó con la melodía. Me sentía perdido si no estaba prestándome atención,
pero si lo hacía, me sentía intimidado y cohibido. En un arrebato de ira
incomprensible me lancé contra él y le agarré uno de sus brazos, para volverle
a mí a pesar de estar sentar en el banco del piano. La música se interrumpió de
repente y se puso en pie, nervioso por mis actos-. ¿Se puede saber qué diablos
te pasa? –Me pregunto, más ofendido que dolido. Se quitó mi mano de encima de
su brazo y se alisó la camisa, con una mueca de asco por cada una de las
pequeñas fibras que haya podido dejar yo sobre su ropa. En este simple gesto
pude ver que era terriblemente meticuloso y escrupuloso y no hallaba sentido a
la idea de que él pudiera tener una relación con nadie. Pero luego vislumbré su
misma obsesión en el comportamiento de Yoongi y acabé comprendiendo el motivo
de su unión-. Es Armani. –Dijo señalándose la camisa, como si el hecho de que
fuese cara me impidiese si quiera mirarla.
-Como si es de piel de unicornio. –Le dije,
nervioso, y él alzó una de sus cejas, estupefacto-. Quiero que hables con
Yoongi, y le digas que he venido a verle. Dile que se comunique conmigo. Es
urgente.
-No lo es. –Dijo, consciente-. Solo deseas
satisfacer tu deseo de atención. Estás demasiado necesitado de la presencia tan
inherente de Yoongi. –Rodó los ojos-. Que espécimen tan extraño… -Me miró de
arriba abajo-. Cualquiera se habría sentido afortunado de haberse librado de
alguien como Yoongi a su lado, sin embargo tú te juegas la cárcel metiéndote en
ordenadores de la policía y el pellejo viniendo aquí, perturbando mi
tranquilidad, y osando rozar tus dedos con mi traje.
-¿Cómo sabes que me he metido en los
ordenadores de la policía? –Le pregunté, mucho más sorprendido de lo que
debiese. Subestimaba un poder de él que yo ya creía conocer. Él, ante mi
estupefacción, sonrió con malicia. Con la misma malicia que había visto antes
en el rostro de Yoongi cada vez que un caso llamaba su atención por el mero
hecho de creer tener el control sobre cada uno de los hilos que conformaban la
trama.
-Yo lo sé todo, muchacho. –Me dijo, acercándose
un paso a mí. Y si hubiese sido de esas personas que gustan del contacto
físico, me habría acariciado el cabello con condescendencia. Pero no lo hizo.
-Ese no es el caso. –Suspiré-. Y tampoco importa
cuánto yo desee hablar con Yoongi. Simplemente hazlo. Dile que quiero hablar
con él.
-¿Cómo desea que concierte la entrevista? –Me
preguntó con voz automática, sin vida, intentando aparentar ser una secretaria
ajena a todo sentimiento de la conversación. Se volvió al piano distraído y
bajó la tapa que cubría las telas con sumo cuidado.
-Quiero verle, en persona.
-¿Temes que pueda engañarte?
-Temo que le hayas hecho algo. –Le dije y él se
volvió a mí, mucho más ofendido que cuando hube tocado su camisa. Sus ojos
estaban anegados en odio hacia mí y yo comprendí en esa mirada que él sería
incapaz de hacerle nada malo a Yoongi. Sin embargo acostumbraba a tratar con
sociópatas, y me instruí en no creer nada de lo que un rostro reflejase-. ¿No
lo entiendes? Está claro que él quiere hablar conmigo, la nota lo explica
claramente.
-¿Nota? –Preguntó-. ¿De qué nota hablas? –Ante
su mirada confusa yo entrecerré los ojos, receloso de su conducta y rápido
suspiré mientras que retrocedía un paso, con intención de marcharme.
-Vendré cada día si es necesario. –Le amenacé-.
Hasta encontrarle. Le buscaré por todo Seúl, por todo el país, si lo requiere.
-¿A qué tanta inquina? ¿A qué tanta necesidad
por verle? –Me preguntó, cruzádose de brazos-. ¿Tanto te preocupas por alguien
que jamás se ha preocupado por otra persona que no sea él mismo?
-El amor no debe ser obligadamente recíproco.
–Le dije, y él entrecerró los ojos-. Quiero decir, que él no tiene por qué
hacer nada por mí para que a mí me importe. Y eso no es cierto, porque él ha
hecho mucho por mí.
-Apenas lo conoces desde hace menos de un año.
¿Qué clase de relación vais a tener? Créeme, él, al igual que yo, tan solo te
ve como un vulgar microorganismo inferior alienado por cualquiera de sus
mínimas funciones básicas de supervivencia.
-Él no es así. –Dije, no muy seguro de mis
palabras, y él notó esa inseguridad-. ¿Y acaso tú no eres igual? ¿Entonces por
qué le proteges?
-Yo no soy su protector. Él es libre de ir a
donde le plazca.
-Pero le amas. –Le dije, casi el espeté, y él
se sintió nuevamente ofendió. La palabra amor no cabía en su vocabulario-. Tú
tampoco amas a nadie que no seas tú mismo…
-Él es yo. –Sentención y cruzo por mi lado para
dirigirse a la puerta y abrirla con un claro mensaje corporal de que no quería
tenerme por más tiempo en la misma habitación que él. Su rostro estaba
levemente crispado por mi presencia allí y yo estaba comenzando a temer una
posible represaría por su parte, pues ya había vivido con Yoongi momentos en
los que la ansiedad y la presión le habían superado hasta el límite de perder
el control.
Con un gran suspiro me resigné a seguir sus
pasos hasta la puerta y cuando pasé por su lado, él me detuvo con escuetas
palabras más tranquilas y sosegadas.
-Hablaré con él. –Me dijo, algo más
comprensivo-. Le diré lo de la nota y que deseas saber de él. Pero si no quiere
ponerse en contacto contigo, simplemente déjalo estar. –Yo asentí, algo más
ilusionado y esperanzado mientras de mis labios salía una escueta sonrisa y él
la miraba como si ese acto tan humanamente débil le repugnase. Segundos después
me marché de su casa y antes de una hora ya me encontraba en mi piso,
intentando controlar los nervios por la inminente presencia de Yoongi de nuevo
en mi vida.
-¿Yoongi
contactó contigo?
-No fue hasta hace dos días que no supe de él.
–Digo, levemente decepcionado con ello-. Desesperé hasta que un número privado
me mandó un mensaje para quedar en un lugar apartado, en los suburbios de la
ciudad.
-¿Acudiste?
-¡Claro que lo hice! –Le digo-. Cualquier cosa
por Min Yoongi.
Comentarios
Publicar un comentario