SHERLOCK (YoonMin) [PARTE II] - Capítulo 4

 CAPÍTULO 4


JungKook POV:

 

—¿Qué es lo que hiciste al respecto, cuando encontraste la nota de Yoongi? –Me pregunta el agente mientras se acomoda mejor en la silla

—Me pasé la noche en vela procesando cada una de las palabras de la carta, y cada una de las que se seleccionaban al superponer esta carta con la partitura de Chopin. Durante aquella larga noche pasé por varias fases emocionales. La primera fue una dulce alegría al ver recompensado mi esfuerzo con un dilema que debía resolver. En cierto sentido comprendí que así debía sentirse Yoongi cada vez que le asignaban un caso o él mismo encontraba uno. Una euforia de felicidad y satisfacción. Por otra parte me sobrevino un tremendo terror ante la idea de que debía desempeñar, junto a mi escaso ingenio, una tarea que no me pertenecía a mí. Me vi solo al darme cuenta de que debía solucionar aquello y encontrar a Yoongi por mis propios medios. Me sentí abandonado, perdido y desorientado. Más tarde me acompañó durante largo rato la tristeza, pero más tarde, casi entrando el alba, comencé a desvariar, llegando incluso a la conclusión de que todo había sido una tontería, un engaño, y esta carta no era más que una mera demostración del enorme ego de Yoongi para molestarme.

Así estuve al menos unos cuantos días. No sé explicar en qué estado de latencia me hallaba. Estaba como ido, pensativo. Era consciente de que debía comenzar a priorizar y centrarme en lo que realmente era importante. Debía encontrar un nuevo trabajo si quería seguir manteniendo ese alquiler. O al menos, buscarme otro lugar donde vivir. Necesitaba una rutina, trabajar, centrarme en algo que me distrajese de cualquier pensamiento o sentimiento relacionado con Yoongi. Pero no era fácil. Yo no podía dejar que las cosas siguiesen así, sin más. Muchas veces dentro de mí se repetía el dogma de “Él lo decidió así” Pero una parte de mí pensaba que no era cierto y que todo había sido una especie de secuestro, o incluso, que Jimin había podido convencerle para todo aquello como si de un jefe de secta se tratase. No tiene ni idea de la cantidad de barbaridades que se me llegaron a ocurrir para justificar el comportamiento de Yoongi, pero no quería aceptar la única realidad, que era esta: Yoongi se había marchado, porque deseaba hacerlo.

Así que, pasados unos días, opté por la única salida que me proporcionaría información sobre lo sucedido. Seguir las únicas palabras que Yoongi me había proporcionado en su carta. Las usé como escudo para asegurarme de que él me las había dejado por un motivo: que él deseaba que fuese a rescatarle. Esa es la única solución que yo encontraba y me aferré a ello con determinación. A la mañana siguiente de tomar esa decisión, me hice con la carta de Yoongi, con la partitura y con todo mi valor para dirigirme a la agencia de investigación policial de la ciudad en busca de Taehyung. No había sido antes de mucha ayuda pero esperaba que sus contactos, su puesto en la agencia y sus conocimientos pudiesen solucionar mi problema. Ansiaba poder explicarle lo sucedido pero una parte de mí esperaba que me llamase loco de remate. Ciertamente era de locos todo lo que yo estaba pensando hacer, pero escuchar esas palabras de él no me echarían atrás.

El día estaba soleado. Llegué allí a las once de la mañana mientras que Taehyung estaba en el laboratorio de la morgue con el cadáver de una mujer anciana sobre la mesa de metal en donde el cadáver reposaba semicubierto con una sábana. La sala estaba a una baja temperatura y el olor de químicos al principio me pareció sofocante, pero en cierta parte me recordó al olor de la cocina de mi piso cuando Yoongi se pasaba horas allí, destilando líquidos y limpiando las probetas con alcohol etílico. Me sentí transportado a un pasado muy cercano, demasiado, pero parecían siglos en comparación. Cuando aparecí por la puerta del laboratorio Taehyung dio un respingo casi asustado de mi presencia allí. Tras analizar mejor su mirada no había sido mi presencia lo que le había impactado, sino mi mal estado anímico. Pálido, con grandes ojeras bajo mis ojos y el pelo levemente revuelto. Si normalmente usaba ropa sencilla, me había degradado a ponerme lo primero que había visto para salir de casa. Su expresión seria dio paso a una sonrisa animada y mientras limpiaba con cuidado unos cuantos bisturís en su mano me miraba con la sensación de que no había venido solo por una visita de cortesía.

—Tienes peor aspecto que ella. –Dijo señalando con uno de los bisturís el cadáver de la mujer anciana en medio de la estancia y yo fruncí el ceño, insultado y ofendido, pero no le faltaba razón.

—Que amable con alguien que viene a visitarte. –Dije fingiendo estar enfadado pero él sabía de antemano que jamás le habría visitado de no querer algo de él. No lo había hecho desde que me ayudó a conseguir piso el primer día que estuve en Seúl, ¿por qué habría de empezar a hacerlo ahora?

—¿Visitarme? –Preguntó, pero no se sentía molesto con la idea de que viniese por un fin egoísta—. A otro con esas mentiras, muchacho… —Me dijo mientras soltaba el bisturí sobre una de las bandejas con instrumental quirúrgico. Yo solté un resoplido y él comenzó a preocuparse por mi expresión casada.

—¿Podemos ir a otro lugar más tranquilo para hablar?

—¿Más tranquilo que una morgue? –Me preguntó mientras soltaba una divertida carcajada y yo rodé los ojos con cansancio.

—¿No tienes un despacho o una oficina? –Pregunté, desanimado y él acabó resoplando como yo acababa de hacer y asintió mientras que terminaba de ordenar el material quirúrgico y me condujo fuera del laboratorio, a través de un largo pasillo hasta unos despachos privados. Por todo el recorrido no hablamos más de convencionalidades, banalidades aburridas. Me interrogó sobre si estaba comienzo bien, sobre si dormía bien y esas pamplinas a las que yo me negué a contestar solo por no sentir que me trataba como a un niño.

Cuando llegamos a su despacho me descubrí en un pequeño cubo con apenas nueve metros cuadrados y una pequeña mesa en el medio. Yo me quedé mirando todo alrededor con una expresión de estupefacción y él se encogió de hombros mientras cerraba detrás de nosotros, preocupado por mi actitud.

—¿Qué esperabas? ¿Una oficina entera para mí? Aquí solo tengo que redactar los informes de los fallecidos. No me hace falta un cuarto de baño ni una cocina con dispensador de café.

—Pero al menos no estar en una ratonera.

—Mejor que convivir con un sociópata. –Soltó Taehyung mientras sonreía pero ante mi tez seria y dolida modificó su expresión y endulzó su rostro—. Lo siento… —Suspiró. Con una mueca más agradable señaló la mesa y se sentó en la única silla que había en ella, de cara a un portátil cerrado. Yo suspiré y le miré como pidiendo que pusiese todo su empeño en tomarme en serio—. ¿Qué es lo que has venido a buscar? –Me preguntó y rápido asintió, como conociendo lo que iba a pedirte—. Si vienes a rebuscar entre las cosas que pudo haber dejado Yoongi te diré que no han encontrado nada significativo, a parte de que no había demasiadas cosas. Él no trabajaba aquí por lo que no tenía un despacho, pero dejaba sus cosas por ahí en los laboratorios, sobre todo en donde yo trabajo en la morgue, pero no había nada. Algunas muestras de diferentes tipos de residuos calcáreos, algunos cultivos de hongos… nada más. La mayor parte de las cosas se las llevaba de vuelta a casa.

—O trabajaba con ellas allí. –Digo suspirando—. Sí, algo me comentó del cultivo de hongos. Pero no. –Digo, volviendo al tema inicial—. No vengo a buscar nada de Yoongi. Al contrario, vengo a pedirte ayuda a ti.

—¿A mí?

—Sí. –Dije y me deshice de mi mochila sobre mi espalda y le saqué una carpeta con la partitura y la carta que Yoongi me había dejado. Tras extenderle ambas cosas le expliqué largo y tendido lo que había encontrado, hasta qué conclusiones había llegado y que deseaba por todos los medios que me ayudase con todas sus habilidades a encontrar la casa de la que Yoongi hablaba en la carta. Tras al menos diez minutos de explicación, tal como le he narrado a usted, y durante unos cuantos minutos de silencio por parte de Taehyung, al final, me miró con ojos apenados y esa expresión de condescendencia que empezaba a odiar en las personas. Sabía que a esa mueca le seguía unas ácidas palabras de consuelo y una palmadita sobre la espalda despidiéndome de su despacho. Suspiró, negando con el rostro. Su discurso consolador estaba comenzando.

—Jeon. –Me dijo, triste—. Todo esto es una…

—…Locura. –Dije, terminando la frase para su sorpresa. Él dio un leve respingo mientras me miraba con estupefacción y yo asentí—. Claro que lo es. Pero ese es el motivo. No puedes enfrentarte a dos desequilibrados mentales pensando con racionalidad y coherencia. Si quieres competir contra ellos, tienes que usar sus mejores armas.

—Esto solo te está volviendo mucho más inestable. –Me dijo, compadeciéndose de mí—. ¿No lo ves? Esto no significa nada.

—¡Nada tiene significado hasta que nosotros se lo damos! –Le dije, comenzando a ponerme nervioso por su actitud. Él comprobaba como con los segundos mi irascibilidad me estaba dominando.

—Debes calmarte. Sé que esto es difícil, y duro. ¿Es por el trabajo? Mira, no hay problema. He estado pensando en eso y he hablado con mi casero. Dice que entiende tu situación y que te permitirá vivir un mes gratis en el piso en el que yo vivo. Aún no me lo ha confirmado pero seguro que está dispuesto a ello.

—¿Qué? –Le pregunté, aturdido. Si hubiese tenido la cabeza fría, habría accedido a su oferta. Pero cuando Yoongi permanecía en mi cabeza, no podía obrar con coherencia.

—Pronto encontrarás otro trabajo. Deberías buscar, Jeon. Después de haber trabajado para el famoso Min Yoongi seguro que eres muy apreciado por varios medio de comunicación. Podrías, para empezar, dando conferencias o entrevistas y contar lo sucedido.

—¡Déjalo ya! –Le pedí, preocupado por perder el control de mi mismo—. No he venido para que me sermonees ni para que me des ánimos.

—¿Qué has venido a buscar, entonces? Después de este triste relato de investigación y autodestrucción, ¿qué es lo que quieres de mí?

—Quiero que te cueles en los archivos de los discos duros del sistema de policía y busques la casa de la que esta carta habla. –Señalé la carta con un dedo tembloroso, agonizante. Él al principio no se tomó en serio mis palabras, es más, estuvo a punto de reírse de mí sino fuese porque yo tenía el aspecto lo suficientemente desmejorado como para verse obligado a tomarse en serio todo lo que salía por mi boca. En unos dos minutos acabó reaccionado pero no fue una reacción del todo positiva.

—¿Estás demente? No solo es muy arriesgado, sino que si me pillan dentro del sistema de búsqueda podría no solo perder mi trabajo, sino también ir a la cárcel. Son archivos privados, solo los policías especializados tienen permiso y acceso a ellos.

—Lo sé. Sé que lo que te estoy pidiendo no es una nimiedad. –Le dije—. Pero eres mi única salvación. ¿No lo ves? No hay otra forma de llegar más lejos.

—Creo que no entiendes a qué estás jugando. Sé realista. Estaríamos arriesgando mucho y ni siquiera sabemos qué vamos a sacar de todo esto. ¿Crees realmente que esa casa existe? ¿Crees que no hay cientos de esas casas por toda la ciudad? Una mansión blanca. No me tomes el pelo, Jeon. Hay demasiadas casas así por todo el mundo como para que encontremos en la que se encuentra.

—Si no probamos, ya no sé qué más hacer.

—Estás siendo investigado. –Me recordó—. Por si no lo sabes. Y tendrás que dar muchas explicaciones si te pillan con las manos en los ordenadores de la policía. ¿Quién sabe? A lo mejor se piensan que eres una especie de trabajador de Park Jimin que se infiltró en la casa de su enemigo para espiarlo. Tal vez piensen que tú sabes su paradero.

—No pueden sacarme información que no tengo.

—Los métodos de tortura pueden estimular tu imaginación. –Me advirtió y yo suspiré largamente, consciente de que él no colaboraría conmigo en lo más mínimo que le comprometiese su trabajo pero algo debió cambiar en él al verme al borde del llanto y cuando levanté la mirada él me estaba analizando con gesto comprensivo—. Jungkook, yo no tengo conocimientos de informática. Soy médico forense, no investigador.

—Tú no. Pero yo soy periodista. Y mi trabajo es buscar información. –Le dije, ilusionado con su cambio de actitud—. Por eso te necesito. Tú tienes el permiso para acceder a las salas privadas de esta institución, y yo tengo los conocimientos de investigación. Trabajaremos en equipo.

—No. –Dijo, serio y en rotundo. Con una mueca de seriedad y madurez se levantó de la silla en donde estaba sentado, se arrancó la identificación que llevaba colgando de su bolsillo de la bata y me la entregó con un recelo fingido—. Ve tú. Si alguien te pregunta, me la has quitado cuando yo no me he dado cuenta. No quiero saber nada de esto. –Dijo y me acompañó hasta la puerta. Él se quedó dentro, mirándome desde el interior—. Ve al tercer piso. –Me susurró—. Allí es donde tienen las salas de ordenadores. Métete en la base de datos. La contraseña es “PolicíaNacionalSeul1986”. Busca en registros de viviendas. Hay varios filtros, como localización, hectáreas de terreno, propietarios y esas cosas. Te deseo suerte, pero no me vengas a contar qué has encontrado. Déjame la identificación en mi taquilla de la planta baja, la número 54.

Sin más, él se encerró en su despacho y yo me quedé levemente atónito mientras me quedaba mirando alrededor, en ese pasillo blanco y frío de la última planta. No me lo pensé demasiado. Yo estaba desesperado y salí en busca del ascensor en que había llegado a esa planta para llegar a la planta de los ordenadores. A cada paso que daba me sentía más nervioso e intimidado por todo lo que me rodeaba. Era consciente de que estaba haciendo algo completamente ilegal y que, de ser cazado, podrían caerme varios años de cárcel, por no hablar de que podrían estar relacionado lo que estaba haciendo, con las triquiñuelas de Jimin, como bien me había advertido Taehyung. Pero ya era algo irremediable. Yo estaba en camino a esas salas y mis pasos no parecían tener freno. Por mucho que pensase en que estaba haciendo algo incorrecto o inmoral, si encontraba la casa de la que Yoongi me hablaba, podría hacer mucho bien al mundo entero. Pero no voy a ser cínico. Yo solo buscaba mi propia satisfacción.

Cuando llegué a la tercera sala me hallé levemente perdido y caminé por los pasillos leyendo las placas de las salas que me iba encontrando. A medida que avanzaba me topaba con una o dos personas a lo largo de los pasillos. Algunos pasaban de largo, ocupados como estaban en sus propias tareas, pero algunos, que parecían altos ejecutivos, me miraban con condescendencia y resquemor, por no solo no conocerme, sino parecer un turista perdido en medio de una gran ciudad. Yo mismo me sentí de esa manera y su mirada me influía mucho más para sentir aquello. Anduve por allí como unos diez minutos hasta que me topé con una puerta de dos aberturas con la placa en la que ponía. “Sala de investigación. Acceso restringido a trabajadores de la institución”. Justo debajo de esta placa metálica, a la altura de mi pecho, un pequeño dispositivo anclado a la pared en donde, a través de una ranura, poder pasar la tarjeta de identificación de trabajadores.

No me lo pensé. Apenas pude caer en ella me acerqué con la tarjeta que Taehyung me había prestado y la pasé por allí, esperando que todo saliese bien. Dentro parecía haber luz, pero la idea de toparme con alguien allí dentro no se me había pasado por la cabeza y tampoco el hecho de que policías allí dentro me cazasen en plena investigación. Cuando la tarjeta recorrió toda la ranura esta se iluminó con una luz verde y un pitido afirmativo me permitió poder entrar en las puertas que se deslizaron con un rumor casi imperceptible. El interior estaba iluminado pero no había nadie alrededor. Dentro olía a papel viejo y a metal, de los propios aparatos allí.

Entré sin pensarlo. Me senté en el primer ordenador que encontré y lo encendí esperando impaciente a que funcionase. Mientras encendía me quedé mirando alrededor. La sala estaba llena de estanterías apoyadas en las paredes y estas, repletas de archivos y carpetas con documentación. Ni siquiera quise pensar en la idea de buscar allí, pues estaría semanas para hallar algo entre tanto papeleo. Cuando el ordenador funcionó pude seguir las indicaciones de Taehyung. Me metí en la base de datos y escribí la contraseña que me había indicado y la primera vez fallé, porque estaba tan nervioso que me equivoqué. Ver que daba error me revolvió el estómago, pero cuando al fin, a la segunda vez pude acceder, me sentí mucho más relajado. El buscador me pedía un objeto de búsqueda y yo escribí. “Viviendas”. En la base de datos se me abrieron cientos de opciones, miles, de miles de viviendas registradas. Todas del país.

Con un largo suspiro comencé a filtrar todas las respuestas que había obtenido. Primero seleccioné viviendas que estuviesen solo en Seúl. Después un rango alto de hectáreas sin llegar a aquellas que solo eran terrenos inhabitables. Aun así, había como unas ciento cincuenta opciones. Reduje el radio de búsqueda solo al norte de Seúl, y se redujeron a veinticinco. Con este número me sentí capaz de trabajar y fui una por una accediendo a las imágenes que se me proporcionaban, para eliminar todas aquellas cuyo color principal no fuese el blanco. He de decir que la mayoría eran de color beige, o rojo ladrillo. Solo había tres de color blanco. Me quedé con esas tres, y para entonces mi pulso ya estaba muy acelerado, pues no solo veía cerca mi objetivo, sino que llevaba un cuarto de hora allí metido. Una de las mansiones estaba en distrito de Nowon—gu. Era una preciosa mansión decorada al estilo grecorromano con columnas jónicas en la entrada y de un color mármol que era impactante. Tenía un gran jardín trasero y se veía a través de las ventanas un cortinaje en granate. El propietario era un tal Namuki Kirome. Un propietario japonés del que no había demasiada información. Tampoco esperaba encontrar el nombre de Park Jimin, pero ese nombre no me decía y nada y solo ver la casa, no me daba la impresión de que allí viviese un as del crimen, por lo que pasé a la siguiente vivienda.

La siguiente era una vivienda de color marfil con una construcción muy básica, muy minimalista. Grandes paredes lisas de un color marfil brillante con algunas de las superficies en plateado. Situada en el distrito Dobong—gu estaba situada en un terreno un poco inclinado y apenas tenía jardín. A la entrada se podía ver un mercedes aparcado pero no me decía tampoco nada. El propietario era un coreano de nombre LeeJum. Creo, ahora mismo no estoy muy seguro de ello. No me acuerdo del apellido. Al aparecer el dueño era propietario de varios casinos en Seúl y su mujer, pues estaba casado, era trabajadora para una marca de joyería. Ni siquiera recuerdo cual. Llegué al tercero con la moral destrozada, deseando que en este hallase al fin a Park Jimin. La foto de la casa me mostraba una hogareña casa blanca con tejado de pizarra y jardines floreados alrededor.

Me sentí decepcionado al encontrarme esa imagen. He de serle sincero, esperaba que la casa me dijese algo nada más verla. Pero me sentí terriblemente hundido, pues esa imagen no me decía nada. Era una casa como cualquier otra. Hermosa, como el noventa por ciento de las que había visto, pero nada, no me decía nada. Me sentí idiota. ¿Qué esperaba? ¿Ver el rostro de Park Jimin asomado a una de las ventanas mientras me saludaba con una expresión amable? ¿Ver una placa en donde hubiese escrito “El Napoleón del crimen” a la entrada? No había nada. Me decidí a buscar información. Esta residía en el mismo distrito que la anterior, en una llanura en donde había situadas casas del mismo estilo, pero ninguna del mismo color. Estaba en la calle “Prado de olivos, nº 20”. Los datos del dueño parecían ser nimios, 35 años de edad, nacionalidad americana… pero el nombre. Aquel nombre, me dijo todo lo que tenía que saber. La casa estaba a nombre de un tal Adam Worth. No necesité nada más. Apunté en los propios papeles que yo había traído conmigo la dirección de aquella casa, el nombre del dueño y cerré todas las pantallas del ordenador. Lo apagué y salí a prisa de aquella sala. No podía pensar en nada que no fuese huir de aquel lugar, pues mi corazón podía estallar de miedo, pero a la vez, de ferviente alegría.

—¿Adam Worth? –Pregunta el policía delante de mí, levemente confuso por mis palabras—. ¿Quién es él? ¿Qué le dijo ese nombre para saber que allí residía Park Jimin?

—¿No sabe quién es Adam Worth? –Le pregunto, levemente atónito, a lo que él, con la misma expresión de impresión que yo, niega con la cabeza—. Es el nombre del criminal americano en que está basado el personaje ficticio de James Moriarty.

 

 

 

 

 

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