SHERLOCK (YoonMin) [PARTE I] - Capítulo 3
CAPÍTULO 3
JungKook POV:
–¿Seguro que no quieres nada más?
–No, no se preocupe, es tarde y ya cené antes
de venir. Muchas gracias.
–Bueno, pues sigue hablándome. Ya sé lo que
ocurrió en ese caso. He leído el informe que escribió para la agencia, pero no
ha hecho ningún capítulo en su blog mencionándolo. ¿Por qué no?
–No creo que fuera muy apropiado. De todas
formas lo escribí. Pero nunca llegué a editarlo.
–¿Apropiado?
–Este caso estaba demasiado relacionado con
nosotros. No éramos meras piezas de ajedrez. Tuve la constante sensación de que
nosotros éramos los jugadores.
–Explíquese.
–Para que usted me entienda tengo que repasar
todo el caso. Comencemos desde el principio. La mujer se marcha y esa misma
noche acudimos en un taxi a la dirección de su casa. Lo primero era siempre
analizar cada pequeño detalle de la escena del crimen. Y a ello fuimos.
Era una noche con el cielo cubierto. Amenazaba
con llover pero como al final no acabó lloviendo nos animamos a salir a cenar,
pero las cosas se torcieron un poco, como ya sabe. Dado que ninguno de nosotros
dos sabía conducir nos apeamos a un taxi y el camino se me hizo eterno. Él con
una gabardina negra y un cuello alto se me hacía muy frio y distante, a pesar
de estar sentado a mi lado. Yo tan solo llevaba la misma claqueta con la que
llegué a Seúl. En sus manos jugueteaba con su móvil, pasándoselo de una mano a
otra, cosa que normalmente no hacía. Sus ojos estaban enfocados al cristal un
poco empañado por el frío exterior. Me atreví a preguntarle.
–¿Tienes algo que ver con todo esto, Yoongi?
–Él me miró, confuso.
–¿Cómo que si tengo que ver? Pues claro… ¿no lo
has visto?
–No me refiero solo a eso. Ya sabes… –Él no me
entendía y nunca olvidaré su rostro al sugerirle que tal vez todo esto fuera un
teatro que él hubiera montado para saciar el aburrimiento–. ¡¿Qué diablos estás
diciendo, Jeon?! Yo no sería capaz de jugar así con la gente. –Le creí para mi
desgracia porque realmente si era capaz. Aunque por esta vez, no fuera él el
culpable. O tal vez, en cierto modo, todo había sido por él. Para él, mejor
dicho.
Saltamos del taxi cuando llegamos a la
dirección. Era un piso común, como el nuestro, en un bloque de pisos totalmente
común. Todo a nuestro alrededor rebosaba vulgaridad y eso era, en cierto modo,
extraño. Quise por un segundo, o al menos lo intenté, ponerme en la piel de la
persona que hubiera cometido este secuestro. No había nada de especial en la
casa, no había nada de especial en la familia. El niño, al mostrárnoslo en
fotos, ni siquiera era un niño del que sentir un fuerte deseo sexual, si eso
era lo que pretendía conseguir de él. Nada. Eran simplemente peones.
Cuando entramos en la casa lo primero que
sentimos fue el llanto de una niña. Al parecer su hermana. Una chica de unos
doce años, llorando desconsolada en los brazos de su padre. La casa estaba a
oscuras, tan solo son las suficientes luces dadas para iluminar nuestros pasos.
El cuarto del menor se mantenía en tinieblas y cuando ambos entramos, nos
quedamos mirando la pared desierta escrita con grandes letras “¿Jugamos al
escondite, Sherlock? Y la cara sonriente. Era un rostro escalofriante y apenas
eran dos líneas mal dibujadas. El señor min se puso a mirar por todas partes, y
mientras, yo me puse a hablar con la señora Won, la madre del niño
desaparecido. Estaba vestida con la ropa con la que había venido a nuestra casa
y sus brazos estaban rodeándose a si misma mientas que con la mirada señalaba a
donde quería indicar.
–¿Sobre qué hora ha desaparecido su hijo?
–Sobre las nueve y media. –Me contestó con voz
nerviosa y agitada.
–¿No le ha oído gritar ni nada parecido?
–No, simplemente vine para traerle algo de
cena, y ya no estaba.
–¿Lee usted el blog del señor Jeon? –Preguntó
el señor Min mientras miraba detenidamente la pintura en la pared.
–Sí, me gusta leerlo pero jamás pensé… –El
señor Min no la dejó terminar.
–Ha debido piratearle la señal de WiFi. Así al
saber que usted lee ese blog entendería a quien tendría que acudir. –El señor
min se giró, con una sádica sonrisa en sus labios. Altiva. Egocéntrica–. A mí,
por su puesto.
–Basta, Yoongi. –Le dije, y me volví a la
señora Won–. ¿Sabe cómo ha podido secuestra a su hijo sin salir del cuarto?
–Señalo la ventana.
–Hay una escalera de incendios. Pero la ventana
estaba cerrada. Yo me aseguré de ello.
–Ha sabido abrirla. Y, ¿no oléis eso? –Husmeó
el aire y yo hice lo propio.
–¿Lejía?
–¡Cloroformo! –Habló YoonGi–. El niño debía
estar distraído y le cubrió el rostro con un trapo impregnado. ¡PERO NO IMPORTA
CÓMO SE LO HA LLEVADO! Que se lo ha llevado es evidente, pero... la pregunta
correcta es, ¿a dónde se lo ha llevado?
–¿Llevaba su hijo algún dispositivo encima con
el que podamos seguir su rastro? –La madre negó con la cabeza.
–¿Quién se lo ha llevado? ¿Quién se ha llevado
a mi niño?
–¡Esa tampoco es la pregunta! –Exclamó YoonGi.
–¿Qué sabemos hasta ahora? –Pregunté.
–Sabemos que se lo ha llevado a un lugar no muy
lejos. No se puede ir con un niño dormido por ahí como si nada y que nadie se
dé cuenta. Los efectos del cloroformo apenas duran unas horas y si se ha
llevado a su hijo a las nueve y media, y son las once y media pasadas, dentro
de poco se despertará. Montará escándalo. No querrá tenerlo en un piso como si
nada. Pero... ¿Dónde está? –Comenzó a mirar alrededor.
–¿El qué?
–¡La pista! ¡Tiene que haber algo que me diga
dónde diablos se ha llevado a su hijo!
De repente, el teléfono móvil de la madre,
sonó. Ella cogió el dispositivo y muy nerviosa se lo llevó a la oreja. La voz
del niño nos hizo dar un respingo a todos y esta puso el altavoz. Los tres nos
pusimos alrededor del móvil.
–¿Mamá?
–¡Hijo! Hijo mío, ¿dónde está?!
–Mamá. –Repitió, consciente de que le estábamos
preguntando algo que no sabría responder–. Mamá, hay un señor aquí, conmigo.
–¿Dónde estás? –Repitió la madre–. ¿Estás bien?
–Mamá. Dice que me quieres tanto que el corazón
me va a estallar. ¿Me va a estallar de verdad? –La madre negó con el rostro.
–Claro que no, mi amor. Todo va a estar bien.
–¿Para qué es esto que tengo puesto, mamá?
Tiene una luz. ¿Va a estallar? –La madre quedó helada. Yo también, se me
pusieron los pelos de punta. De repente la llamada se cortó y se oyeron unos
pitidos ensordecedores. La madre, rompió a llorar. El señor Min llegó al
éxtasis.
–¡Esto es maravilloso! –Gritó y se puso frente
a las letras de nuevo, cruzándose de brazos como quien admira la mejor obra de
arte.
–¿Ya sabes dónde está?
–¡No! No tengo ni la más remota idea. –Dijo con
total naturalidad, saboreando sus propias palabras que sonaban tan extrañas en
sus labios.
–Córtalo ya, parece que estés disfrutando. –Le
dije, pero me hizo caso omiso.
–Un corazón… –Dijo de la nada–. Jeon, un
corazón. ¿Dónde ves aquí un corazón? –Miré por todas partes, pero no veía
ninguno. Nada acudía a mi mente y durante todo el tiempo que estuvimos así,
paralizados, mirando a nuestro alrededor, a cada segundo se me formaba un nudo más
grande en la garganta. La vida de un niño estaba en juego y nosotros estábamos
buscando corazones en un cuarto–. Un corazón…
–Este hijo de puta parece un romántico
empedernido. –Dije, casi como un impulso pero parece que activé algo en su
cerebro. Deprisa sacó su teléfono móvil e hizo una foto a su nombre escrito en
la pared. Yo me acerqué a él para ver como sustraía la pintura del fondo y se
quedaba con las letras escritas a pintura sobre un fondo blanco. Después, llenó
el fondo blanco con un mapa a escala de la ciudad. El círculo de la “O” de
Sherlock” señalaba un polígono abandonado a cinco kilómetros de distancia.
Salimos corriendo en taxi a esa dirección y cuando llegamos, nos adentramos en
una de las naves abandonadas, en la única que tenía luz a esas horas de la
noche. Nos encontramos a un niño maniatado, sentado en una silla y con un
dispositivo sobre el pecho, en su corazón. A cada lado había cartuchos de
dinamita y lo único que tuvimos que hacer fue desprender ese dispositivo del
pecho y tirarlo lejos. Salimos de ahí antes de que explotara y reunimos al hijo
con su madre. Anduvimos por los alrededores en busca del culpable pero no le
vimos. Tampoco teníamos la esperanza ya de encontrarlo y cuando nos cansamos,
nos subimos en otro taxi de regreso.
Yo aún tenía la espina clavada de que todo esto
lo hubiera montado él. No habíamos visto al culpable y rápido adivinó cual era
la solución. Cuando llegamos a casa y mientras yo cenaba algo y él se preparaba
una pipa, no me contuve a hablar.
–¿Ya has resuelto casos como este?
–¿Qué tengan que ver con Park?
–Sí.
–Sí, antes. Hace tiempo. Este no ha sido de sus
más brillantes, la verdad. Ha estado más evidente que otra cosa…
–¿Evidente?
–Sí.
–Yo aun sigo sin saber cómo diablos lo has
solucionado. ¿Qué te hacía pensar que estaba en tu nombre la solución?
–“Todos tenemos un nombre grabado a fuego en
nuestro corazón.”
–¿Y eso qué significa?
–Eso se lo dije yo a él, una vez.
–¿Entonces? ¿Qué ha sido esto? Solo un juego.
–Nah, un calentamiento. –Fruncí el ceño,
asqueado.
–Habéis jugado con los sentimientos de una
madre, y con la vida de un niño inocente.
–No lo veas así.
Y sin más, se levantó. Yo jamás entendería cómo
era posible que no sintiera remordimientos, ni culpa, ni vergüenza. Lo apelaría
todo a los sentimientos de la gente vulgar y corriente pero él era al fin y al
cabo una persona, y me costaba asimilar que no sintiera igual que yo, que
cuando se cortaba, sangraba pero no le dolía. Era extraño verle hablar así de
las personas pero a todo se acostumbra uno, supongo. No éramos más que peones
dentro de su juego. Tal vez yo, incluso, fuera una de sus torres pero nada más.
Jamás podría alcanzar a sentarme frente a él en el tablero y mucho menos
permitirme ser su rey. Él mismo era su rey y cuando viera la oportunidad, se
sacrificaría, tan solo por ganar la partida. Suena absurdo, ¿verdad? pues
seguro que para él, no lo era.
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