PALABRAS CIEGAS (YoonMin) - Capítulo 21

 CAPÍTULO 21


Jimin POV:

 

El día pasa, y otro más transcurre sin ningún cambio. Sin nada que me haga alejarme de él y al contrario de distanciarnos o avergonzarnos por lo sucedido el otro día, somos mucho más cercanos hasta tal punto que de improviso, y cuando veo bien, beso sus labios sin esperar que le importune y él hace lo mismo, abrazándome y besando mi cuello mientras doy un respingo asustado. Es una cálida sensación, tal vez debida a una carencia que tenía de una relación de pareja como Dios manda. Poder besar a la persona cuando se me antoje, poder abrazarla y saber que me esperará en la cama cuando yo vaya. Poder mirarle sin el temor de pensar que tal vez sea la última vez que lo haga. No ver cómo su rostro se degenera cada día que pasa y que la muerte poco a poco se instala en su alma robándomelo.

Pero todo eso acaba. Todo el cuento de hadas que hemos montado se deshace de entre mis manos en la última noche que permaneceré a su lado. Es ya noche cerrada pero ninguno de los dos se levanta de la mesa porque sabemos que de irnos a la cama, será la última noche que pasaremos juntos. Mañana es mi regreso a Seúl y no sé que más me duele, irme, o dejarle. No hemos hablado de ello y como no hay ya vuelta atrás, suspiro mientras abrazo con mis manos la taza de café sobre la mesa. Al otro extremo, sentado con las piernas cruzadas, está YoonGi con la taza lejos de él y un cigarro entre sus dedos. Yo no he sentido la necesidad de fumar, me conformo con verle y admirar como el humo sale de entre sus labios.

–Bueno… –Digo queriendo comenzar una conversación.

–Bueno… –Repite con una sonrisa tímida.

–Sabes que mañana…

–Sí. Lo sé. No te angusties por eso. –Asiento.

–Sabes que vendré a verte a menudo, y que tú puedes ir a verme cuando quieras, ¿verdad?

–Claro. Lo haré. –Me mira con ojos penetrantes–. Al fin y al cabo eres el hombre que intenta buscar al asesino de mi hermana…

–Claro. Cuando quieras ven a mi oficina en la agencia y revisaremos juntos el caso, seguro que tu presencia es de mucha ayuda. Incluso tal vez convenzas a mi jefe para reabrir el caso. –Se encoge de hombros y yo termino mi café observando unos segundos la taza vacía.

–Es una pena que cerraran el caso. –Su voz se vuelve triste. Seca.

–Sí.

–¿Falta de pruebas para relacionar los casos? –Asiento encogiéndome de hombros mientras me levanto con la taza de la mano y pretendo caminar a la cocina para dejarla ahí.

–Solo tengo algo certero que relacione todos los casos, pero no me creen.

–Un cuchillo. –Dice y de espaldas a él, me detengo. Respiro un par de veces creyendo no haberle escuchado bien, incluso sus palabras son del todo normales, pero no es posible que lo sepa.

–¿Leíste los informes? –Pregunto sin atreverme a mirarle. Su voz es grave, seca. Sonora.

–No.

Me giro a él dejando la taza de nuevo sobre la mesa y le miro con el rostro confuso mientras él deja escapar una gran bocanada de humo de sus labios. Me mira altivo, aburrido, desinteresado pero muy intensamente.

–¿Entonces? –Me siento de nuevo en la mesa pero me arrepiento al instante cuando él se levanta y camina hasta el mueble a nuestra izquierda para extraer de uno de los cajones inferiores una bolsa de plástico transparente que en un principio no distingo nada en su interior pero tras ser consciente de que lo que me nubla la vista es la sangre manchando el plástico desde el interior, mi estómago da un vuelco. Me aferro con fuerza a la taza para evitar que mis manos tiemblen pero solo hago que suene la cuchara en su interior mientras golpea con las paredes de porcelana.

Yoongi se sienta de nuevo en la silla y con cuidado y lentamente saca el cuchillo del interior de la bolsa. Un cuchillo ensangrentado y probablemente un poco oxidado. Lo deja sobre el plástico para que pueda observarlo con detenimiento y se cruza de brazos de nuevo rescatando con sus dedos el cigarrillo que había estado sujetando con sus labios.

Pasan al menos tres minutos enteros hasta que soy capaz de decir algo.

–¿Esto es una broma? –Se encoge de hombros, desinteresado–. No tiene gracia. –Sonrío, confiado pero él no muestra expresión alguna borrándome la fingida felicidad del rostro. Intento con esfuerzo rebobinar hasta el más pequeño detalle desde que le conozco pero no encuentro nada él en que me haya podido parecer sospechoso. Nada. Aun no puedo creerlo–. ¿Sabías quien era yo desde el principio? ¿Desde las cartas? –Niega con el rostro.

–No. Lo supe desde que vi la carpeta del caso. –Habla frío, distante. Muerdo mis labios temblando–. Antes simplemente pensaba que eras un pardillo más. Pero no, eres tú, Park Jimin. –Una sonrisa victoriosa aparece en su rostro para hacerme temblar hasta el punto en que suelto la taza por miedo de dejármela caer. Me mira como a una presa. Como a un trofeo–. El hombre que me lleva años buscando. El mundo es un pañuelo, ¿cierto?

–¿Ha sido todo un teatro desde entonces? ¿Has estado actuando?

–Desde siempre lo ha sido, el único que ha cambiado has sido tú. Yo siempre he representado mi papel. –Se encoge de hombros dándome a entender que este que se me muestra ahora es el verdadero Min Yoongi, y no el que yo creía.

–¿Y a qué vienen tantas confianzas conmigo? –No contesta dándole una calada al cigarro. Lo termina y lo apaga en un cenicero de cristal redondo–. Querías matarme también, ¿cierto? Ibas a matarme. Una víctima más. ¿Ahora juegas con hombres? –Comienzo a tomar confianza por el enfado y la vergüenza que siento por todo lo que le me mostrado de mí. Me siento traicionado, engañado. Me siento un idiota.

–Al principio no. –Dice como si nada–. Pero según hablábamos empecé a verlo como una posibilidad. No creas que no lo he pensado, mientras estabas dormido en el cuarto de al lado eras una víctima fácil. Mientras estábamos solos en medio de la nada en la playa. Cuando te he tenido en mis manos…

–Eres un maldito psicópata. –Si no ha reído con sus propias palabras, pues se estaba conteniendo, se ríe ahora con las mías, despreocupado–. Me das asco…

–Pero luego… me he ido encaprichando de ti. –Le miro confundido por sus palabras. Frunzo mi ceño con un fuerte golpe en el interior de mi pecho. Mi estómago de un vuelco–. Cuando follamos, no sentía la necesidad de mutilarte ni matarte. Me gustaba así. –Ríe de sí mismo y eso me pone aún más nervioso con lo que cubro mi rostro con mis manos y apoyo mis codos en la mesa. Suspiro varias veces y a cada una me siento mucho peor que con la anterior.

–Eres un hijo de puta. Me has engañado. Me siento… como… un idiota. Qué vergüenza… –Sollozo escondido en la seguridad que me proporcionan mis manos y aunque el cuchillo con el que ha asesinado a tantas, está a unos centímetros de mí, lo que más me molesta es mi propia estupidez–. Has sido tú quien mató a tu propia hermana y me has… ¡Ah! Te he tenido delante… joder… 

–Delante y dentro… –Susurra más para sí mismo pero acaba siendo haciéndome llorar más alto. Lloro y las lágrimas caen de mis ojos chocando con mis manos cubriéndolos. Muerdo mis labios, sujeto mi pelo con fuerza. Comienzo a susurrar, de repente iluminado por un rayo de luz.

–Eres real…

–¿Hum? –Pregunta aturdido.

–Estás aquí, eres real. Me dijeron que estaba loco, pero realmente existes. Las mataste tú. –Me descubro de entre mis manos y se encoge de hombros.

–Claro que sí. Necesitabas oírlo, ¿verdad? Tenías razón. Se ha demostrado. Aquí está la prueba del crimen. –Señala el cuchillo–. Está manchado con la sangre de todas a las que he matado. Incluso con la de tu amiguito, Jeon.

–¡Que! –Grito aturdido–. ¿Qué le has hecho a Jeon?

–Matarlo, ¿no ha quedado claro? –Quiero levantarme y golpearle, o salir corriendo, pero me fallan las fuerzas y me desplomo en la silla. Cubro mis labios, llorando nuevamente.

–Jeon… –Suspiro–. Joder… ¿por qué?

–Me gustaba el piso. –Mira a todos lados asintiendo, reafirmándose en su decisión–. Y estorbaba. Punto. –Me mira como lloro y cierro los ojos para esconderme de su mirada–. No llores por él, no sufrió como las otras. Solo le corté el cuello y punto. Se desangró en la bañera y después lo arrojé al mar. –Lloro más fuerte haciendo que mis hombros convulsionen. Él, sigue hablando para mi desgracia–. He jugado contigo desde que sé quién eres. El pañuelo bordado, de la segunda chica. El mechero, –lo alcanza–, de la cuarta. Tenía buen gusto. –Hace un puchero y yo siento náuseas repentinas.

–Eres un hijo de puta.

Cuando pasan cinco minutos y cree que me he calmado, habla esta vez más serio, más formal. Me hace mirarle.

–¿Quieres que definamos la situación? –No respondo, tampoco espera a que lo haga–. Tienes a una esposa muriéndose en el hospital y necesita un nuevo ingreso de medicamento. Ese dinero solo puedes conseguirlo si me entregas a la policía. En este caso, tienes dos opciones. Una, intentar entregarme a la policía y salvar a tu esposa arriesgándote a un forcejeo en el que puedes acabar muerto. Y dos, no hacer nada, esperar a que tu mujer se muera y entonces decidir sin ese peso encima.

–Eres un criminal, y tienes que estar entre rejas. –Digo seguro de ello. No de que vaya a ser yo quien le lleve entre ellas.

–Tal vez no sea por tu esposa por lo que tanto deseabas encontrarme, ¿hum? Sino por el reconocimiento de los demás. El gran investigador Park Jimin tenía razón. –Hace aspavientos y rápido frunzo el ceño–. Eres como yo o peor, ¿verdad? Solo buscas que la atención recaiga sobre ti. A mí me encanta que me busquen, que se mueran por mí, que se desvivan para encontrarme. Y tú, amas que te den la razón, verte reconocido y realizado en tu trabajo. ¿No? –No contesto–. Ambos lucharemos por conseguir nuestras carencias afectivas. Tú me intentarás amordazar, llamarás a la policía y… –Deja su teoría a medias mientras ve como mi rostro cae decepcionado y miro mis manos en mi regazo, temblorosas. Piensa unos segundos, los suficientes como para verse iluminado por una realidad que no me gustaría tener que reconocer–. Tal vez la situación no sea tan fácil como la planteo. ¿No es así? –Chasquea su lengua y coge el cuchillo adelantándolo en la mesa hasta ponerlo frente a mí. El olor de la sangre seca y putrefacta me hace alejarme un centímetro–. Facilitemos tu elección. Toma el cuchillo. Llévatelo. Ahí tienes la prueba que necesitas para que reabran el caso y puedas atraparme. Mi ADN está ahí, mis huellas.

Miro el cuchillo atentamente y la sangre me hace sentir unos remordimientos que no habían aparecido en mí en días. Puedo verme reflejado en el filo del cuchillo y eso me causa mucho más rechazo que la propia sangre en él. No me reconozco.

–Oh, ¿qué ocurre, Jiminie? ¿No puedes? –Se ríe de mí y de mi debilidad con la mayor crueldad que nadie me ha mostrado. He visto asesinos, ladrones, criminales, violadores. Frente a mí, tan solo veo el reflejo de la mejor representación de mis propios demonios. Bajo mi cabeza humillado y mucho más dolido que antes por verme acorralo en sus palabras, muerdo mis labios sin nada más que decir.

–¿Por qué insististe en ayudarme con el caso? –Pregunto.

–Para persuadirte si me alcanzabas. Solo para jugar, pero me he aburrido y esto me parecía mucho más divertido.

–¿Estás jugando conmigo? –Pregunto pero casi parece más una afirmación. Su única respuesta, un encogimiento de hombros que me hace enfurecer. ¿Y qué hago? Bajar el rostro.    

 

 

 

 

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