PALABRAS CIEGAS (YoonMin) - Capítulo 20
CAPÍTULO 20
Jimin POV:
Tiro de mi nariz de nuevo mientras llevo un
pañuelo de tela que me ha prestado YoonGi sobre mis pómulos para limpiar ya los
últimos resquicios de lágrimas que queden en mis ojos. Muerdo mis labios por
vigésimo novena vez con intensidad para calmar de una vez mi estado de nervios
y suspiro audiblemente no queriendo llamar la atención de YoonGi aun sentado
frente a mí en la mesa con todos los platos de por medio, sino para comprobar
que aún tengo voz y que la tristeza no me la ha llevado consigo. Miro más
detenidamente el bordado del pañuelo. Una pequeña amapola con un par de
margaritas en una de sus esquinas y a todo alrededor, una cenefa de colores
rojos y rosas. Delicado, aunque poco masculino.
–¿No quieres comer más, Jimin? Has comido poco.
–Miro el plato con pechuga de pollo y verduras delante de mí. A medio comer, a
medio terminar.
–Lo siento, estaba muy bueno pero no tengo más
hambre.
–No pienses más en eso, no me gusta verte tan
triste. –Él sigue comiendo mientras que en su mano hay una pieza de fruta pues
ha terminado antes que yo. Inconscientemente palpo en mis pantalones en busca
de algo que debería acompañarme pero tras ser consciente por primera vez en
días de mi vicio, recuerdo que no tengo tabaco. Suspiro, lanzando el aire lejos
de mí y él me mira preocupado–. ¿Ocurre algo?
–No tengo tabaco. Me encantaría fumarme un
cigarrillo ahora mismo. –Me dejo caer en el asiento y mientras, veo como se
levanta y camina hasta uno de los muebles de dónde saca una pitillera de metal
que me acerca a la mesa y yo la cojo en mis manos para abrirla con una naciente
sonrisa descubriendo dentro seis cigarrillos Camel.
–No fumo otra marca, lo siento.
–No importa, está bien. –Me llevo uno de ellos
a los labios y con un mechero de metal me lo enciendo abriendo de un golpe de
mi brazo la tapa y mientras la llama quema la punta, le miro sonriendo. Cuando
me parece suficiente lo cierro con otro golpe de mano y lo guardo de nuevo en
la cajetilla dejándosela a él a su lado.
–No he fumado porque pensé que tú no lo hacías.
–De vez en cuando. –Miento para no parecer un
fumador compulsivo.
–Por lo que veo solo en los momentos de
ansiedad. –Asiento.
–Así es. –Termina de comer y cuando está a
punto de levantarse, mira la pitillera y se lleva él también un cigarrillo a
los labios para encendérselo igual que yo–. No me gustan los mecheros de
gasolina. –Le digo mientras le veo guardarlo y me mira con un interrogante en
su expresión–. Me gusta más el olor de las cerillas y como este se queda
impregnado en el cigarrillo.
Me mira asombrado y asiente. El silencio que se
instala después de eso no es incómodo porque con solo mirarnos nos entendemos,
incluso cuando me ha visto con la necesidad de desechar la ceniza de mi
cigarrillo, me ha pasado un vaso vacío que he usado como cenicero. Al fin,
habla.
–¿Estás mejor? –Asiento–. Me alegro mucho,
Jimin. Y lo siento, sabes que si pudiera hacer algo…
–Lo sé, no hay problema.
–¿Quieres que hagamos algo hoy? ¿Dónde quieres
ir? Venga. Te llevaré donde me pidas.
–Lo siento pero no tengo ánimo para salir.
Perdóname.
–No hay porqué disculparse, lo entiendo.
–No quiero que mi estancia aquí te incomode y
menos hacerte sentir mal por algo con lo que no tienes que ver. No esperaba que
me dieran la noticia, y tampoco pagar mi tristeza contigo.
–No hables así, estoy para lo que necesites. No
me molesta tener que sonarte los mocos o secarte las lágrimas.
Asiento porque no sé qué más decir, por lo que
le doy una calada al cigarro y él imita mi gesto. Cuando ambos hemos terminado
apagamos los cigarrillos y nos incorporamos para recoger la mesa. En un
principio me insiste en que no me preocupe por ello pero yo colaboro igual al
menos para recompensar que ha hecho una cena que no he degustado apenas. Él se
queda en la cocina limpiando mientras yo le llevo los platos. Oigo como trastea
con ellos mientras yo recojo el último par de platos y me giro para verle venir
en mi dirección. Con una amable sonrisa me detiene y yo me dejo hacer por sus
manos que me arrebatan los dos platos. Los mantiene unos segundos mientras yo
me apoyo en la mesa a mi espalda. Tiro de mi nariz de nuevo escondiendo mis
ojos de él por la vergüenza del gesto.
–¿Qué me miras? –Le digo escondiéndome de él y
su mirada penetrante. Él deja los platos en la mesa de nuevo y se acerca a mí
mientras yo saco valentía para mirarle como él escruta cada pequeña parte de mi
rostro. Frunzo él ceño, lo desfrunzo, hago un puchero y después aparto de nuevo
la mirada.
–Tienes los labios muy hinchados. –Dice pasando
su dedo pulgar por ellos, lo cual me hace estremecer pero no me aparto mientras
le miro intensamente como su mirada se ha fijado tan solo en mis labios. Se
acerca muy lentamente y conozco de sus intenciones antes de que suceda. Me
besa. Sus labios se posan en los míos débilmente. Un contacto tan sutil que
cuando se separa, siento ansias de un nuevo roce. No ha sido suficiente ni
mucho menos, ha sido escaso, tentador. Muy maleducado.
–Yoongi… –Suspiro con ojos titilantes mientras
se aleja de mí y como si regresase a la realidad, cubre sus labios dándose
cuenta de hasta qué punto esto pude llegar a molestarme. Esto puede quebrar
nuestra precoz confianza.
–Yo… lo siento. –Se excusa–. Es que… tus
labios…
–No me hagas esto, Yoongi. –Le ruego mientras
agacho la cabeza–. No ahora, cuando estoy tan mal. Cuando no sé ni yo mismo lo
que siento. –Mis palabras le hace bajar el rostro–. No cuando llevo meses sin
relaciones sexuales. –Consigo sacarle una sonrisa pero no me mira. Quiero que
me mire, que se sienta confiado de nuevo porque debe ser él quien vuelva a
besarme. Yo no tengo el valor de serle infiel a mi mujer tomando yo la
iniciativa. Tampoco puedo rogarle que me bese, cuando acabo de suplicarle que
no lo haga. El momento me sobrepasa. Mi corazón va a cien por hora.
–Perdóname, pequeño. –Pasa su mano por mi
mejilla y me dejo acariciar por ella ladeando mi cabeza en su dirección,
esperando que comprenda que estoy en sus manos, que puede hacer conmigo lo que
desee. Hago un puchero, le miro con ojos lloroso pero solo consigo enfadarle–.
Deja de actuar así o te besaré de nuevo.
Poso mi mano sobre la suya en mi rostro y no
muevo un solo músculo más que el de mi corazón, imparable, sin duda. Yergo mi
rostro y miro sus labios tanto o más intensamente como él miraba los míos
segundos antes y rezo porque me comprenda. Lo hace y se acerca a mí de nuevo
esperando antes de besarme porque reaccione si no quiero que prosiga. No le
detengo por lo que nos besamos de nuevo y esta vez sus labios juegan con los
míos junto con mi colaboración. El sonido de nuestras salivas chocando es una
sensación que extrañaba con fuerza. Lo intensifico solo por el placer del
recuerdo pero la textura de sus labios es algo que no reconozco y sus manos
surcando mi rostro con delicadeza, tampoco. Son manos grandes, fuertes. Su
cuerpo, menudo pero masculino. Tiemblo con cada contacto nuevo y él se da mucha
más cuenta que yo. Tampoco parece familiarizado con el cuerpo de un hombre en
sus manos por lo que ambos tomamos la iniciativa de un juego de lenguas que es
completamente loco.
Mis manos van a su cintura, las suyas a mi
cuello pero a los segundos se separa de mis labios y mira su propia mano
retirando el pelo de mi patilla hacia atrás, sobre la oreja. Va allí con sus
labios húmedos de saliva y besa mi lóbulo haciéndome estremecer. Habla después
mientras me siento perdido sujetando su camiseta en su espalda.
–¿Estás seguro de esto? No quiero que te
sientas peor haciendo esto…
–Estoy bien. –Asiento mientras vuelve a besarme
de nuevo en el lóbulo, después, en el cartílago y más tarde en mi sien. En mis
ojos cerrados, húmedos y algo llorosos por la adrenalina en mi cuerpo. Mi
nariz. Mis mejillas encendidas y avergonzadas y regresa una vez más a mis
labios para morderlos y violarlos ferozmente con su lengua. Mis manos van a su
nuca para aferrarme con fuerza y dirigirle en sus movimientos tan solo con mis
pequeñas manos. Sus cabellos son suaves, agradables. Cortos pero suficientes
para aferrarme con fuerza a ellos.
Quiero cogerle en mis brazos, subirme a la
mesa, que cargue él conmigo. Quiero aumentar como sea el contacto pero es
imposible porque antes de darme cuenta estamos férreamente unidos incluso
dificultándome respirar. Tras varios minutos no siento remordimientos, lo cual
me sorprende. No siento ningún rechazo por él, al contrario, no consigo saciar
mi sed ni siquiera cuando en un impulso rodeo su cintura con mis brazos y él se
impulsa en mi regazo aumentando aún más la cercanía de nuestras partes. Mis
manos van a su trasero para sostenerle, solo como un impulso, pero me siento
avergonzado por ello.
–¿Continuamos en el cuarto? –Me susurra
mientras aprovecha un segundo en que nuestros labios se separan. Con sus palabras
acabo de ver el final de nuestro beso. Un orgasmo que se nos presenta
tremendamente placentero.
–Claro. ¿En el tuyo?
–Sí, la cama es más grande. –Asiento mientras
me encamino con su cuerpo ocultándome la vista. Sabe que me estorba por lo que
se dirige a besar mi cuello mientras camino con él en mi regazo hasta su
cuarto. Cierro la puerta detrás de mí aunque no haga falta. La intimidad me
hace sentir mucho más centrado y es lo que consigo con ello. La persiana está
medio levantada con lo que entra la luz suficiente como para distinguirle entre
las sombras pero no hace que sea demasiado violenta la situación al vernos tan
expuestos.
Sin querer soltarle sin que sea demasiado
brusco, le siento en la cama y él me mira desde la inferioridad que le
proporciona la altura. Yo le sonrío y lleva sus manos a mi trasero para
atraerme más a él y besar mi vientre con la tela del jersey de por medio. No le
parece suficiente contacto como para satisfacerle así que levanta el jersey de
lana y se cuela debajo haciéndome rey mientras besa y lame los alrededores de
mi ombligo. Yo me sujeto en sus hombros mientras sus manos aun siguen en mis
glúteos aumentando la intensidad del contacto cuando lo ve necesario y
estrujando mis nalgas a su placer. Levanto el borde de mi jersey para verle
entretenido.
Me mira, me sonríe y con sus manos suelta mi
trasero para dirigirse al cinturón en mi pantalón.
–Tr–tranquilo. –Le digo mientras me mira
confuso.
–¿Es la primera vez que estás con un hombre?
–Evidentemente. –Le digo sonriendo–. Estoy
casado con una mujer… –Me aparta la mirada cínico–. ¿Tú?
–También. Ambos somos nuevos en esto, déjame
complacerte pero ten paciencia conmigo. –Asiento mientras me ayuda a deshacerme
del jersey y dejo mi pecho expuesto a él. Lo cual aprovecha para sentarme en su
regazo y besar mi cuello y mi pecho. Mis pectorales, después mis pezones. Sobre
el derecho tortura mi piel, muerde y lame la zona hasta enrojecerla y dejar una
marca roja que con el tiempo se tornará morada. Él la mira, un poco dubitativo
y hace otra parecida, cerca del pezón.
–Mmm. Yoongi…
–¿No te gusta?
–Sigue, me encanta. –Vuelve a repetir el
proceso otras dos veces en el otro pectoral y cuando se cansa al fin desabrocha
mis pantalones y me hace poner en pie para quitármelos por completo. Me quedo
en ropa interior para él y él hace lo mismo consigo mostrándome hasta qué punto
es pálido, delicado y frágil tan solo a la vista pues su manos vuelven a
dirigirme sentándome esta vez en el colchón y me conduce hasta el cabecero para
tumbarme a lo largo, con la cabeza en el almohadón y él sobre mi cuerpo. No me
gusta su repentina autoridad así que le tumbo donde estaba yo y comienzo con un
camino de besos hasta su vientre donde el elástico de los calzoncillos me
estorba–. Solo he visto hacérmelo a mí, así que perdona mi falta de práctica.
–Se incorpora confuso hasta que me ve buscar en el interior de sus calzoncillos
su pene y lo aferro con las dos manos haciéndolo sobresalir sobre el elástico.
Muerde sus labios con la sola imagen de mis ojos eclipsados por su pene y
rápido se deja caer sobre el colchón.
–Hazlo. –Asiento y lamo su glande mientras sus
piernas tiemblan a ambos lados de mi cuerpo. Pongo una de ellas en mi hombro y
siento que estoy siendo demasiado brusco cuando me meto su longitud de una en
la boca pero el gemido que lanza, gutural y rasgado, me hace darme cuenta de lo
mucho que le gusta. Una de sus manos va al almohadón y la ahora a mi cabello
para intentar dirigirme aunque se controle, porque ni él mismo sabe lo que
quiere de mí.
Abultando los labios beso su glande ya
enrojecido, lo lamo nuevamente y rozo con mis dientes delicadamente su
superficie. Gime más alto e igual que a mí, al parecer a él también le gusta el
riesgo, con lo que repito el gesto mientras lo chupo pensando en un chupa–chups
de fresa y nata. Pasado un rato retiro sus calzoncillos y mientras masturbo su
polla con una de mis manos, con la otra acaricio sus testículos y los lamo y
beso igual que hice antes con el glande.
–¡Ah! ¡Jiminie! –Gime alto y sonrío entre sus
piernas.
–¿He hecho algo mal? –Pregunto mientras hago un
puchero pero él se incorpora para cogerme del brazo y tumbarme posesivamente.
Yo sonrío pero él ya no lo hace y simplemente se entierra en mis labios para
besarme con intensidad. Con violencia arrebata mis calzoncillos y se acomoda
entre mis piernas abiertas mientras me devora.
Sus manos me recorren de arriba abajo. Me
masturban, me acarician, me aprietan, me estrujan, me dirigen en los
movimientos. Me encanta. Me siento bien mientras me besa, me mira, me mima.
Mientras me aprecia, me siento por una vez importante. Por una vez en mucho
tiempo siento que alguien me presta la atención que merezco. Me dejo hacer
mientras cierro los ojos y disfruto del placer que cada nervio de mi cuerpo me
trasmite. Es una sensación maravillosa. De repente, un azote en mi pierna
derecha me hace dar un respingo y le miro atontado. Él me mira interrogante.
–¿Te gustan mis muslos? –Él coge una de mis
piernas y la inspecciona.
–Eres perfecto. –Ambos sonreímos–. Tengo que
prepararte, supongo. Vamos, lame estos tres dedos. –Me extiende tres de sus
dedos de la mano derecha y los llevo a mis labios para lamerlos y su sabor es
el de mi propio cuerpo, de tanto manosearlo. Cuando cree que es suficiente los
saca de mí y aún nos unen por un momento un hilo de saliva–. Relájate, y todo
será más placentero.
El primer dedo entra en mí sin cuidado alguno y
yo me retuerzo en él reprimiendo un lloriqueo y un puchero. Se mueve dentro, y
es la sensación más extraña que he tenido nunca, nada placentera pero sí
morbosa.
–Continua. –Le pido y mete otros dos de golpe
lo que me hace soltar un chillido agudo que retumba unos segundos en mi cabeza.
Muerdo mis labios con fuerza mientras el escozor desaparece con los segundos.
No es dolor, sino una incomodidad extraña, desmesurada. Ha dejado de ser
morboso para pasar a ser simplemente incómodo. Cuando saca los dedos, siento un
vacío en mi interior que me incita a querer llenarlo de nuevo, porque mi ano se
ha amoldado a ellos. Antes de poder reaccionar ya se ha colocado encima y me
aplasta con su peso lo suficiente como para excitarme. Con su mano, alcanza
algo en el interior de un cajón en la mesilla y saca de ella un condón que abre
y me lo enseña unos segundos–. No te hace falta…
Él sonríe por mis palabras y asiente mientras
lo deja a un lado dispuesto a penetrarme. Entra no deprisa pero sí lo
suficiente como para hacerme esconder el rostro en su hombro. Apenas me he
acostumbrado cuando ya quiere comenzar con las estocadas pero le detengo y me
mira ido, con las mejillas encendidas y los labios hinchados.
–Despacio, por favor. Yoongi… ¡Hmm! ¡Ah! –se
mueve intentando acomodarse para esperar a que yo me dilate y mientas, le miro
con uno de mis ojos entreabierto por la incomodidad y el dolor.
–Perdóname, pequeño. –Besa mis labios y durante
unos segundos se siente mal, pero poco a poco me acomodo a su longitud y
comienzo a moverme buscando un contacto más placentero. Llego a un punto, en el
que yo mismo me embisto con él y toma mi gesto como la señal de que debe
moverse. No lo hace hasta que no entrelaza sus manos con las mías e
incorporándose un poco, comienza a entrar y salir de mí con intensidad
paulatina–. ¿Mejor ahora?
–Sí, sí… Mmm…
–Si necesitas…
–No pares. –Le corto–. Vamos, más rápido…
Sus embestidas comienzan a ser más rápidas y yo
comienzo dando gemidos mucho más agudos de lo que me gustaría pero con el
tiempo, incluso grito. Nunca antes el placer había llegado hasta este punto e
incluso creo delirar, porque toca algo en mi interior que me pone la piel de
gallina y me retuerzo en sus manos.
–¡AH! ¡AH! ¡HYUNG! ¡MÁS!
Su cuerpo choca contra el mío produciendo un
golpe de pieles que me pone muy caliente. Sus manos en las mías me proporcionan
la seguridad que necesito y mis piernas entrelazadas en su cadera intensifican
los golpes. Suplico por Dios, por mi vida, por la suya y por el demonio que se
ha beneficiado en mi boca. Él también frunce el ceño cuando ambos estamos al
límite y eso me hace sentir que no solo yo estoy disfrutando de esto. Ambos
culminamos. Yo sobre nuestros pechos y las sábanas y él en mi interior. Una
gota de mi semen cae por uno de mis costados manchándome aún más y el suyo
resbala por mis muslos una vez sale de mí.
Una vez el orgasmo me ha golpeado me dejo caer
en la cama y él se levanta para buscar una pequeña toalla y limpiar el
estropicio. No solo limpia sus sábanas, también limpia mi vientre y mis glúteos
mojados. Sentirme tan cuidado en sus manos me hace sonrojar y cuando ha terminado,
le acerco a mí de nuevo para besarle. No hay más palabras por mucho tiempo. Caemos
derrotados entre las mantas.
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