PALABRAS CIEGAS (YoonMin) - Capítulo 17
CAPÍTULO 17
Jimin POV:
El calor de las sábanas alrededor de mi cuerpo
es lo primero que siento. La suavidad de ellas contra mi cuerpo y su olor. Un
olor diferente, desconocido pero agradable. Un olor, no a persona, a
suavizante. El mismo olor de una cama de hotel recién instalada para un turista
cansado del viaje. Me revuelvo unos segundos y un peso cae a mi lado sentado en
el colchón donde yo estoy tumbado. Muy lejano oigo mi nombre siendo susurrado.
Es un susurro que en un primer momento me pone los pelos de punta pero que tras
las siguientes veces, es cálido y acogedor. Muy agradable. No me siento
intimidado.
–Jimin. Jiminie, despierta dormilón. –La voz me
pide que despierte pero, ¿y si no quiero? Me dejo acunar por el sonido de su
grave voz unos segundos más hasta que el roce de algo en mi mejilla me hace dar
un respingo abriendo los ojos de golpe por la real sensación que he sentido. Es
tan real que puedo ver la sombra de un cuerpo sentado a mi lado en la cama lo
cual me hace incorporarme de golpe sujetando la mano extendida de esa persona
que se acercaba a mi rostro peligrosamente. Ese ser, alarmado por mi
comportamiento se estira hasta la mesilla y enciende la luz mostrándome su
rostro. Un rostro que en un primer momento me suena tan solo familiar pero
después le reconozco al instante y suspiro aliviado y conduciendo la mano que
sujetaba su muñeca a mi pecho, asustado–. Lo–lo siento. –Logra decir entre
asustado por mi comportamiento y algo divertido por lo mismo.
–Perdóname. –Me disculpo yo–. Hace meses que
nadie me despierta, me he asustado.
–Lo siento, tendría que haber dado un par de
patadas a la puerta, te habría asustado menos. –Ambos reímos.
–Cierto. Lo siento. –Llevo mi mano a la suya y
la estrecho en las dos mías temiendo haberle dañado por mi instintiva reacción
desmesurada. Esperaba que su mano se mantuviera muerta entre las mías pero al
contrario de lo que pensé, se dirige a mi rostro, aún sujeta entre mis dedos, y
acaricia mi mejilla como si el primer roce le hubiera parecido insuficiente. Lo
ha sido sin duda, porque la calidez de su mano en mi rostro es
incomparablemente agradable y reconfortante.
–Buenos días, Jimin. ¿Has dormido bien en la
cama? Es un poco pequeña pero…
–Es perfecta. Las camas grandes sin compañía
son muy frías y tristes. –Asiente y acaricia mi pelo revuelto para colocarlo al
menos en mi frente y poder verme mejor a pesar de que aun sigo somnoliento y
con los ojos medio cerrados.
–Vamos, levanta ya. –Se levanta él primero y yo
hago el amago mientras me sigue hablando–. Te he preparado el desayuno. Y
después, iremos a la playa. ¿Bien? –Asiento con una sonrisa y mientras
caminamos fuera le veo ya vestido con unos vaqueros cortos por las rodillas y
una camiseta negra que aunque es de manga larga casi me muestra más de su piel
de lo que me podría mostrar si no lo fuera porque veo uno de sus hombros y
parte de su omóplato derecho. Una de sus mangas coincide con la longitud de su
brazo pero la otra no. Está mucho más caída y es incluso gracioso de ver. Poco
simétrico aunque agradable.
Sin embargo, una vez me siento a la mesa para
desayunar, lo que se me muestra es tremendamente perturbador a la par que
impresionante. Hay exactamente seis platos con comida sobre la mesa y ellos
están distribuidos con la misma distancia entre ellos e igualmente
equidistantes del de al lado. Los platos vacíos en los que desayunaremos él y
yo están frente a frente con la mitad de platos a un lado y la otra al otro.
Los cubiertos perfectamente alineados entre ellos y los vasos con leche y zumo
llenados hasta el mismo punto. Preocupante.
–¿Ocurre algo? –Me pregunta en el momento en
que me ve con los ojos como platos observando detenidamente la distribución de
la mesa.
–Oh, nada, nada…
–¿Hay algo que no te guste? Puedo…
–No, nada de eso. Es genial. Vamos,
desayunemos. –Asiente y se siente delante de mí en la mesa para comenzar a
degustar cuidadosamente de cada uno de los productos que ha expuesto cuidadosamente
sobre el mantel. Incluso siento pavor ante la idea de coger los cubiertos y
perturbar el orden en la mesa, pero me veo obligado a ello y tras tenerlos en
mi mano me debato en qué comer primero. Hay fruta en un cuenco, un par de
tortitas con chocolate en otro, unas galletas, unas magdalenas, un trozo de
bizcocho de frutos secos y huevos revueltos–. ¿Lo has hecho por mí o eres así?
–Pregunto mientras veo como deja sus cubiertos en una posición determinada
mientras se ocupa en beber un poco de zumo.
–¿El qué? –Señalo con los palillos la mesa. No
lo entiende.
–El orden en la mesa.
–¿Orden? –Pregunta confuso y realmente entiendo
que no se da cuenta. Intento eludirlo de mis palabras.
–No importa. Da igual. Muy ricos los huevos
revueltos. ¿Les has echado mantequilla? –Asiente sonriendo mientras me explica
animadamente como fue la primera vez que los hizo y el desastre que provocó. Yo
solo puedo pensar en su orden culinario. Trastorno obsesivo compulsivo. O tal
vez buen sentido artístico del equilibrio y el diseño.
…
Su coche huele a él. Es en lo único que puedo
pensar mientras conduce a los mandos del volante, en dirección a la playa más
cercana. De vez en cuando nos miramos, nos sonreímos y después cada uno vuelve
a centrarse en lo que más le preocupa. A él mirar hacia delante y no matarnos y
a mí, mirar el paisaje desde mi ventanilla. Su coche, un 600*, es de color
negro y muy brillante. Es precioso y acogedor. Maravilloso, adorable, elegante.
Es la mejor representación de él mismo en vehículo y me encanta sentirme tan
cómodo en él. El olor al bajar la ventanilla es un olor que me golpea con
intensidad haciéndome consciente de que a menos de cinco kilómetros está el mar
tan preciado. No hay música en la radio,
tampoco me molestaría que la pusiera al menos para que no se estanque un
incómodo silencio pero a pesar de ello es agradable el sonido del coche por la
carretera y la falta de personas a nuestro alrededor porque no todo el mundo
puede permitirse levantarse un martes y conducir hasta la playa para disfrutar
de un día de diario como si nada. Nosotros sí, yo al menos no tengo
responsabilidades laborales.
–Me encanta tu coche. –Le digo mientras paso la
mano por la carrocería en color beige–. Está reluciente.
–Gracias, mi trabajo me cuesta mantenerlo con
el sueldo que tengo.
–Un motivo más para cambiarte de trabajo, ¿no
crees?
–Sí, la verdad es que tu opinión me ha servido,
gracias. No tengo a muchos con quienes consultar mis dudas.
–Tienes un amigo para lo que necesites. –Me
apoyo en la ventana y me dejo revolver el pelo por el viento que produce la
velocidad.
Cuando llegamos, aparcamos en primera línea de
playa y como dos niños nos descalzamos guardando sin preocupación alguna el
calzado en el coche y caminamos el uno al lado del otro hasta la línea donde el
agua se funde con la arena. Una zona húmeda que me pone los pelos de punta pues
el frío es más intenso de lo que me esperaba. Yo también me he puesto
pantalones cortos, un poco más que los de él, terminando a medio muslo, y una
camiseta de manga corta sobre una sudadera negra con cremallera. Cuando me veo
obligado a mojar mis pies de nuevo comenzamos a caminar, no, a pasear,
siguiendo la línea de la disolución de las olas. Solo cubrimos de agua hasta
nuestros tobillos pero es más que suficiente.
–¿Viniste aquí alguna vez?
–Sí, claro. Cuando era pequeño veníamos Jeon,
su familia, y la mía. Siempre jugábamos durante horas. Es una de las playas más
cercanas a mi casa. También íbamos, cuando hacía mejor tiempo, a una que está
dos kilómetros más al oeste. –Señalo hacia esa dirección–. Es más grande y
caben más personas. Esto se llena enseguida.
–Sí, lo sé. De los pocos años que llevo aquí es
imposible aparcar el coche en esta zona. –Ambos reímos.
–Pero está todo diferente. –Me quejo mientras
señalo unos edificios en plana construcción al fondo del paseo–. Este paisaje
era mucho más natural antes.
–La globalización y el deseo consumista que nos
obliga a querer dominar hasta el más mínimo grano de tierra…
–Que profundo… –Le digo y me mira con una
sonrisa. De repente da un resoplido y se palpa por los bolsillos exasperado. Me
mira cansado–. Me he olvidado las gafas de sol, espérame. –Le veo pasar por mi
lado refunfuñando y yo carcajeo por su expresión aburrida con un gran puchero
en sus labios y regresa poco a poco a un paso más bien vago que animado o
atlético. No es hasta que no llega al coche que no le quito los ojos de encima
y cuando le veo desaparecer en su interior me centro mejor en el paisaje ante
mí. En la inmensidad del océano que se me muestra y casi por instinto camino
dentro, paso a paso hasta cubrir mis piernas en donde el borde del pantalón
roza en el agua. El frío es casi cegador pero es una sensación muy agradable,
muy excitante. Suspiro por el frío pero a los segundos y con el vaivén del agua
ya no se siente tanta incomodidad. Retrocedo cuando siento demasiado miedo a
mojarme la ropa pero me topo con un cuerpo que me abraza desde la espalda y me
envuelve con sus brazos apoyando su cabeza en mi hombro. Al principio doy un
respingo pero tras verle sonreírme tan infantilmente no puedo evitar dejarme
rodear por sus brazos y apoyarme en él como él hace conmigo. En sus manos porta
unas gafas de sol que me extiende y me las coloco igual que él lleva las suyas.
–¿En qué pensabas? ¿Te he asustado?
–No. Solo pensaba en lo cerca que estoy de
casa, y lo lejos que me siento a la vez. –Sus brazos me desenvuelven para
dirigirse a mi cintura y rodearme desde ahí. Me gustaría decir que es extraño e
incómodo. Pero nada más lejos de la realidad. Me siento realmente bien.
–¿Hechas de menos a tu familia?
–Claro que sí. ¿Quién lo la echa de menos y más
cuando dejamos de hablarnos por una tontería? Pero como sé que ellos no van a
cambiar de parecer, ¿Qué puedo hacer yo?
–Te comprendo mejor de lo que crees. Sientes
impotencia ante la situación y aunque pretendieses cambiarla, sería esfuerzo
tirado a la basura y solo conseguirías dañarte tú. –Asiento y me dejo acunar
por sus brazos–. Al principio todo parecía muy fácil pero con el tiempo te
diste cuenta de que estabas completamente aferrado ello y que tenéis unos lazos
que no se pueden romper tan fácilmente.
–Eso es. Son mi familia al fin y al cabo. He
nacido de ellos y me han educado.
–¿Alguna vez te arrepientes de lo que hiciste?
–Nunca. La dependencia que se tiene con unos padres
tiene que terminar en algún momento y construir a partir de ahí tu vida. Tuya y
de nadie más. De cosas que he hecho después si me arrepiento.
–¿Qué clase de cosas?
–Matarme por un futuro que ahora se me muestra
inexistente. Si llego a saberlo… yo… no me habría esforzado.
–¿Te refieres a tu esposa? –Asiento pero no muy
convencido.
–Ella es solo una parte de mi futuro.
–Ella no es tu futuro, Jimin. Es tu pasado y tu
presente. Solo tú mismo eres tu propio futuro hasta que se te termine la vida.
–Hago un puchero.
–Ojalá se me terminara ya. –Me aprieta en sus
brazos–. Lo digo enserio. Así el estado se encargaría de ella por viudedad y se
podría pagar la quimioterapia aunque se muera al final. Pero tendría más años
de vida. –Puedo sentir el rostro de YoonGi en mi cuello. Su respiración es
tranquila y eso me hace regular a mí, mi propia respiración.
–No pienses en esas cosas, seguro que luego
todo se soluciona.
–No creo. No se solucionan las cosas por mucho
que pienses en positivo.
–Pensar en positivo te anima a buscar
alternativas.
–Yo solo quiero que se acabe este sufrimiento.
El mío, y el de ella. –Me giro a él con lo que sus brazos se ven obligados a
soltarme. Nos miramos a través de las gafas de sol y sonrío no queriendo parecer
destruido–. Vamos, sigamos paseando. No quiero hacerte sentir mal.
–No hay problema, vamos.
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