HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 19

 CAPÍTULO 19


JungKook POV:

 

Dos semanas después.

 

El silencio alrededor está roto por el sonido del televisor a lo lejos en el salón, mientras me desenvuelvo en mi habitación limpiando las estanterías de libros que comienzan a tener una fina capa de polvo que puede estropear la buena calidad de los libros. Ya ha pasado parte del dolor, gracias a Dios. Visualmente aun me siento desagradado conmigo mismo, sin embargo. Mi ojo sigue amoratado aunque ya no es un color morado, ha degenerado a un azul amarillento casi verdoso asqueroso, notorio de que ahí ha habido antes un buen golpe. Sigue doliendo si presiono pero no es lo habitual, así que casi no soy consciente de ello a menos que me mire en un espejo. En mi labio ha quedado una fea línea oscura que en un mes habrá desaparecido. Mientras tanto la sangre coagulada sigue ahí, presente, en la parte izquierda de mi labio inferior. Mi pómulo roto es una línea igual, y facialmente no hay mucho más de lo que hablar. El cuerpo es otra cosa. Costillas derechas amoratadas con la misma tonalidad que mi ojo, mi muslo izquierdo con varios golpes de similar color y en mi vientre igual. Quedan resquicios de una pelea, resquicios de unos golpes que aun siguen recientes en mi mente.

Cuando estoy pasando un trapo sobre la pequeña colección de de Lorca*, alguien llama al timbre. Un sonido que tenía casi olvidado y que me hace dar un respingo involuntario. Después de la sorpresa, viene el miedo, el recelo por no saber quién diablos llama un sábado por la mañana a mi casa. La idea me hace dar un vuelco a mi estómago y dejo el trapo sobre el escritorio y camino en silencio hasta llegar a la puerta. Me quedo en silencio al otro lado y miro por la mirilla recibiendo el rostro pensativo de Jimin al otro lado con el pelo retirado hacia atrás y mordiéndose los labios. La imagen está modificada por la forma de la visión de la mirilla pero eso solo lo hace ver mucho más adorable. Me lanzo al pomo de la puerta y abro esta con rapidez sonriendo al rostro que me espera al otro lado. La imagen de su rostro sonriendo, escondiendo sus ojos por la presión de sus pómulos, me ablanda el corazón como una ola que  me sumerge pero la expresión animada y dulce de su rostro no dura mucho tiempo. Poco a poco se deshace y se disuelve como la sal en el agua. Su ceño se frunce, sus labios forman una seria mueca y sus ojos me miran, fríos, enfadados. Soy consciente de qué está ocurriendo en el momento en que empieza a recorrer las heridas de mi rostro una a una.

Y es en ese instante en donde puedo ver como la decepción comienza a hacer mella dentro de él.  Como es consciente de que su esfuerzo no ha servido para nada, como sus actos han quedado en polvo, en humo. Es un sentimiento tan intenso y extraño que no tiene una expresión facial para mostrarlo. Pasa de la pena a la ira en milésimas de segundo, en pequeñas arrugas que se forman y desaparecen sobre su rostro. No sé en qué momento sus ojos se han llenado de lágrimas y está a punto de romper a llorar pero suspira largamente y agarra con fuerza el mango de la maleta a su espalda. No sé si ese gesto es un impulso para marcharse o simplemente quiere asegurarse de que su maleta está ahí. Tengo miedo de hablar y bajo la mirada al suelo, sabiendo que va a culparme de no haberle dicho nada de lo sucedido pero tampoco creo que pague nada conmigo. Eso es, sorprendentemente lo que más miedo me da. Que pueda ser otro el centro de su ira. Nadie habla. Nos quedamos en un permanente y confuso silencio del que salimos cuando las maletas suenan y él se adentra en mi casa. Yo cierro cuando entra y él deja sus maletas ahí en medio del salón. Las deja con asco, repulsión. Estoy seguro de que de poder las habría tirado al suelo pero eso habría sido demasiado folclórico incluso para él. Apoya sus manos en su cadera y suspira largamente. Murmura.

—Dime, por el amor de dios, que te has caído en la ducha o que te has dado con una puerta. –Suspira y se gira a mí, para ver mi reacción frente a sus palabras. Su enfado no me permite apreciar su presencia a mi lado. Sus ojos están fruncidos, oscuros por la ira, sus labios en una fina línea, enfadados. ¿Dónde se han metido los acolchados caramelos que tan dulce sabían?

—Yo… Jimin…

—Dime que es una broma.

—Era la única forma de mantenerte allí.

—¿Qué quieres decir…? –Murmura y yo no soy capaz de contener el llanto ni la emoción por más tiempo. Camino hasta él y me abrazo con fuerza escondiendo mi rostro en la línea de su cuello. Lloro allí desconsolado.

—Te veías tan feliz allí. Tienes un trabajo, y una casa. Yo ya no pinto nada en tu vida, Jimin. –Él corresponde el abrazo, acariciando mi espalda. Intento hacerme entender entre el nudo de mi garganta—. Solo te causo problemas. No quiero ser un problema por más tiempo…

—No eres un problema, mi amor. –Responde, con una voz más tranquila, más amable. Comprendiendo mis palabras pero yo sé que no lo entiende, en absoluto. Pierdo la fuerza de sostenerme en él y caigo de rodillas al suelo, encorvándome y ocultando mi rostro con mis manos, sollozando en la oscuridad que estas me proporcionan. Apenas puedo respirar entre llanto y llanto, entre una convulsión y la siguiente. Quiero imaginar que Jimin no está aquí conmigo pero su olor invadiéndome no colabora. Un suspiro de sus labios. Sus manos acariciando mis cabellos. Ha debido arrodillarse a mi lado y me acaricia como un sumiso cachorro convaleciente pero de veras que me siento asqueado por su presencia. No quería reencontrarnos en este estado, no en esta situación, no con mi rostro desfigurado y con mi alma hecha pedazos.

—Cl-Claro que lo soy. No puedo más con esto, Jimin. Tenías razón…

—¿En qué?

—En todo. En todo. Ya no puedo más con mi vida, no soporto mirarme al espejo. –Las manos de Jimin van a mi barbilla y me hacen levantar el rostro, desplazando mis manos de mi cara para mirarme directamente a los ojos. Su mirada duele como el infierno.

—¿Quién te ha hecho esto, mi amor? –Pregunta, intentando parecer sensato pero no puede evitar dejar escapar un deje de rencor.

—El mismo que me hizo lo de la espalda… el mismo que hace un mes me ató de manos y me golpeó durante horas con un cinturón. Van a matarme si sigo así… —Vuelvo a romper en llanto y me siento en el suelo apoyando mi espalda en el sofá.

—Mi pequeño… —Suspira él y besa mi frente, paternofilial, casi como un hermano mayor pero siento que no es suficiente protección sobre mí, un mero beso.

—Lo siento, no ha servido de nada. Mi padre me mintió, diciéndome que te habías ido porque no me amabas, después te hizo prometer que no volverías a verme, a cambio de que yo no sufriese más esto, pero te ha mentido. Te ha mentido de la forma más cruel. –Digo ante su atenta mirada—. Y ahora me ha amenazado con que si dejo el trabajo tú ocuparás mi lugar, por mí, para que a mí no me pase nada. ¿Y si te echa de la empresa? No quiero que te quedes sin trabajo, no quiero que te quedes sin casa. –Tan solo recibo el silencio de Jimin, su mirada penetrante y un suspiro de sus labios—. Esto me está matando, hyung. –Apoyo mi mano sobre mi pecho.

—¿Qué puedo hacer…? –Pregunta con un deje desesperado, impotente.

—Regresa a Estados Unidos, y no vuelvas. –Le pido, con dos grandes lágrimas cayendo por mis mejillas—. Vete y no vuelvas.

—No pienso irme. –Sentencia mucho más seguro de lo que yo habría esperado.

—Da igual lo que hagas, o lo que decidas, no vas a evitar que me muelan a palos, que tenga que chupársela a vejestorios.

—Tiene que haber una salida.

—No tomaré ninguna salida que te dañe a ti. –Sentencio, con la misma fuerza con la que él ha proclamado antes que no se iría. Mis palabras producen un largo silencio en el que Jimin acaba sentado entre mis piernas abiertas y yo retiro las lágrimas de mi rostro con el dorso de mi mano. Llevaba mucho tiempo aguantando estas palabras y una vez han salido de mis labios, aunque no he solucionado nada, me siento terriblemente aliviado y suspiro largamente mientras me muerdo el labio inferior con cuidado. Los ojos de Jimin vagan de un lado a otro en mi rostro. Pienso en lo que debe estar pasando por su cabeza en este instante. Venir pensando en que encontraría un cálido recibimiento y sin embargo verse sorprendido por este amargo saludo debe haberle dejado descompuesto. No soy nadie para juzgarlo y por eso me siento tan perdido cuando me mira. 

—Ni siquiera me has dado un beso. –Murmura y le miro alzando la mirada con una curiosidad infantil y una sorpresa que me hace sacar mi primera sonrisa en semanas. Sonreír se me hace tan extraño, tan ajeno. Vuelvo a bajar el rostro y él se acerca peligrosamente a mí para coger mis mejillas con sus pequeñas y cálidas manos. Sus suaves yemas acarician mis mejillas y tras una pausa en la que me recorre con la mirada me besa en los labios con sutileza, temiendo hacerme daño. Cuando nos separamos le miro avergonzado.

—No puedo gustarte con la cara así… —Me quejo y escondo mi rostro en las palmas de mis manos pero él me las aparta antes de que me culpe por completo y con una mirada seria me conecta.

—Te amo. Con golpes o sin ellos. Llorando o sonriendo. Te amo. –Repite y dejo escapar una lágrima más. La última antes de que sus labios vuelvan a cernirse sobre los míos en un cálido reencuentro que no esperaba tan placentero.


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*Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898—camino de Víznar a Alfacar, Granada, 18 de agosto de 1936) fue un poeta, dramaturgo y prosista español, también conocido por su destreza en muchas otras artes. Adscrito a la llamada Generación del 27, fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo xx. Como dramaturgo se le considera una de las cimas del teatro español del siglo xx, junto con Valle—Inclán y Buero Vallejo. Murió fusilado tras el golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil Española un mes después de iniciada esta.

 

 

 

 

 

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