HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 18
CAPÍTULO 18
JungKook POV:
Recupero poco a poco la consciencia mientras me
siento ir con los pies arrastrando sobre algo. No sé muy bien donde me
encuentro, ni qué diablos ocurre. Solo sé que me estoy moviendo y soy llevado
por algo cerniéndose sobre mis brazos. Me reconozco en mi propio cuerpo,
arrastrado con los brazos en cruz y con una persona a cada lado de mí. Mis pies
arrastrándose por el suelo poco a poco comienzo a ver abriendo los ojos, como
el suelo pasa debajo de mí y me encamino a algún lado que no soy capaz de
reconocer. No me siento autónomo de mis propios actos hasta que no me detienen,
alguien abre una puerta al exterior, y me arrojan fuera como una bolsa de
basura inservible. Caigo junto a los cubos de basura y me golpeo la espalda y
la cabeza, volviendo a sumirme en un dolor que parecía haber desaparecido.
Junto con ese dolor aparecen paulatinamente los del resto del cuerpo pero antes
siquiera de moverme me quedo donde estoy, tirando en los charcos putrefactos de
los residuos cárnicos del contenedor y, evitando respirar, me dejo acariciar
por el silencio alrededor, deseando regresar rápido a la inconsciencia que no
parece querer volver a abrazarme.
Cuando tengo el valor para levantarme, tras
haber comprobado todos y cada uno de los dolores en mi cuerpo, hago un tremendo
esfuerzo para incorporarme apoyándome en los propios cubos en donde me habían
tirado y me levanto con varias muecas y gemidos doloridos. Me muerdo el labio
inferior como acto reflejo pero lo evito rápidamente ante el dolor que me pinza
todo el rostro. Cuando consigo ponerme en pie me quito el abrigo a duras penas,
mojado de mierda, y me llevo la mano que no lo sujeta al costado y camino así
varios pasos valorando la posibilidad de volver en taxi. Saco mi teléfono móvil
que acabo de ver, tiene la pantalla rota, y miro la hora. Ha pasado una media
hora desde que he entrado en la casa del señor Wan y ya se ha hecho casi de
noche. No hay nadie alrededor cuando salgo a la acera y comienzo a regresar a
casa caminando, con un inmenso dolor en todo el cuerpo. Al caminar me doy
cuenta de que no tengo huesos rotos, pero bien lo pareciera, porque me contengo
seriamente para no gritar de dolor. El sentimiento de humillación supera a
cualquier herida en mi interior pero si hay algo peor es que Jimin está siendo
engañado cruelmente, pensando que estoy bien, y no es así.
Me aparto esa idea de la mente y sigo caminando
haciendo un gran esfuerzo por llegar a una parada de taxi, me cruzo con varias
personas en el camino pero, aunque me miran apenados, no hacen nada por
ayudarme. Hay un miedo generalizado a acabar como yo, lo leo en sus mentes, y
me hacen sentir un despojo social con una enfermedad contagiosa y mortal. Me
miro a mi mismo en el reflejo de algunos escaparates, en el reflejo de la
mirada de las personas. Doy asco, y no huelo mejor. Cuando alcanzo a ver una
parada de taxi me acerco al primero y disculpándome por el olor de mi abrigo el
señor me mira con una desinteresada mirada a través del retrovisor pero esta
expresión se torna preocupada y alarmada.
—Le llevo de inmediato al hospital. –Sentencia
pero yo niego antes de que se incorpore a la carretera.
—Lléveme a casa. –Le pido y más bien pareciera
una súplica de un moribundo como sus últimas palabras. Este efecto le hace
tartamudear.
—¿Se-seguro?
—Sí, por favor. No tengo nada roto, solo ha
sido una pelea. Nada de importancia…
—Se ve horrible. –Dice, yo niego con el rostro
y me dejo caer en el asiento poniéndome el cinturón a lo largo de mi torso con
una dificultad máxima. Le doy la dirección de mi piso al conductor y me obedece
con una excelente diligencia.
La carretera alrededor se muestra oscura, tan
solo iluminada por una confusa sinfonía de colores que la hacen incluso
animada. A mí me parece melancólica y me gustaría regresar a los momentos en
que me encaramaba sobre el asiento trasero del coche de mi padre para ver fuera
como las luces de los coches pasaban a nuestro alrededor. Cuando pegaba
pegatinas alrededor en el cristal y cuando me quejaba del cinturón porque
raspaba en mi cuello. Recuerdo esos momentos con una punzada en el pecho pero
tal vez sea uno de los golpes que he recibido que acaba de reventar una de mis
arterias. Ojalá me hayan estallado un órgano principal y me muera tras una
corta agonía al llegar a casa. O que mi cerebro se desconecte mientras duermo
esta noche. Sería maravilloso no despertar un día más dentro de esta miserable
vida de mierda. Cada vez que oigo la alarma de mi teléfono sonar y me veo
obligado a levantar mi dolorido cuerpo de la cama siento un verdadero golpe en
el rostro, otro en mi vientre, un último en mi alma. ¿Cumplo los requisitos
para estar bajo el peso de una depresión? Ni lo he pensado y ahora que caigo en
eso, no me importa. Solo deseo que termine, antes de que yo acabe sucumbiendo a
un final alternativo.
Cuando el taxista me deja en casa yo le pago el
viaje y se queda esperando a que entre en el portal, mirándome a través de la
ventanilla del copiloto. Ese gesto me enternece y me hace pensar que aun hay
gente buena en el mundo, pero rápidamente pienso que lo que busque sea llevarme
a un hospital para tener que pagarle más dinero por el viaje. Rápido mi empatía
con ese hombre desaparece y me interno en el portal viendo cómo a través del
cristal el coche desaparece y me quedo en la soledad del sonido del ascensor
descendiendo. Cuando llega y se abren las puertas me introduzco dentro y me
apoyo en una de las paredes. Llego a mi piso en silencio y entro en casa de
igual forma. Con un suspiro metro el abrigo dentro de la lavadora y me encamino
al baño dejando caer todo alrededor, desde mi móvil hasta mi americana y mi
corbata, que me lleva varios minutos aprisionándome el cuello de una forma
cruel.
Cuando estoy en el interior del baño y me miro
de frente al espejo no soporto por más tiempo retener la bilis en mi organismo
y caigo al pie del retrete soltando toda la comida del medio día con un color
anaranjado verdoso junto con unas cuantas hebras de sangre de mis labios. La
imagen de mi ojo amoratado y la piel sobre mi mejilla rota. La sangre por mi
rostro, el color oscuro alrededor del ojo, el temblor en mis labios. El dolor
en mi pecho. Vomitar me hace forzar todos los músculos que durante minutos me
han estado pisoteando y el dolor se agudiza. Escupo dentro del retrete y me
incorporo tirando de la cadena y apoyándome a duras penas con las manos sobre
la cerámica del lavabo. Evito volver a mirarme y me enjuago la boca con el agua
bajo el grifo. La escupo y la sangre vuelve a brotar de mi labio inferior.
Me veo rodeado de esa sensación de
autocompasión y miedo de la que suelo estar embriagado cada vez que regresa a
casa de una reunión con amigos de mi padre. Me lanzaría a la botella de alcohol
si eso no me hiciera vomitar de nuevo, me fumaría un cigarrillo con marihuana,
si mis pulmones captasen algo más que el mínimo aire para seguir viviendo. Me
sumergiría en una cálida ducha, pero apenas puedo moverme y desenvolverme
dentro sería mortal. Me quedo con la opción de socorrer al botiquín, tomar
varias pastillas para el dolor muscular y caer sobre la cama con la dulce
esperanza de despertar muerto.
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