EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 8
Capítulo 8
Taehyung POV:
10/06/1995
Dejo ambas dos bolsas de viaje a cada lado
de mis pies cuando las suelto para abrir la puerta de la casa. Busco la llave
en el interior de los bolsillos de los pantalones sin resultado. Comienzo a
sacar cosas del interior de estos. Una tarjeta de bus urbano, el recibo de esta
al cargarla, el monedero y monedas sueltas. Las llaves de mi piso actual y un
caramelo de fresa. Lo miro extasiado de encontrarme mierda por todas partes y
regreso todo a los bolsillos donde estaban y busco en los bolsillos de las
bolsas de viaje. Como no las encuentro me deshago de la mochila a la espalda
mientras llamo al timbre y el sonido reverbera en el interior mientras me
arrodillo en el suelo al pie de la mochila delante de mí y rebusco en los
bolsillos superficiales, habiendo olvidado por completo donde la he podido
meter. Comienzo a sacar cosas que me impiden llegar al fondo de los bolsillos,
como un paquete de pañuelos, un pequeño frasco de crema, algo que ni sé porque
he metido, un bolígrafo, mi teléfono móvil y… e voilà, las llaves. Las saco con
un largo suspiro pero una voz enfrente de mí me hace dar un respingo, asustado.
—¿Buscabas algo? –Me pregunta uno de los
chicos que estaban hace unas horas junto con nosotros. El último en llegar. Ya
ni recuerdo su nombre.
—Sí, lo siento. No encontraba las llaves.
–Le contesto avergonzado por haber llamado a la puerta y este niega con el
rostro quitándole importancia. Mientras vuelvo a guardar las llaves en el mismo
sitio y asegurándome de que recordaré donde las he metido, me incorporo
poniéndome la mochila a la espada y cuando estoy a punto de coger las dos
bolsas en el suelo, el chico en la puerta se me adelanta con una radiante
sonrisa que me deja emboado y confuso. No es su sonrisa, ni su expresión en el
rostro, es su amabilidad para conmigo tan desinteresada—. Gracias. –Le digo.
—No hay problema. –Contesta y entra en
casa haciendo que le siga. Lo hace tranquilo y asegurándose de que le sigo y
cierro detrás de mí. Le sigo a través del pasillo oyendo de fondo el sonido de
la televisión y una conversación animada. El chico me mira de vez en cuando
sonriendo y yo le sonrío de vuelta. Me habla mientras entramos en una de las
habitaciones—. Me temo que no puedes escoger cama, por ser el último en llegar.
–Me dice mientras señala una de las camas de una habitación con balcón. En la
otra hay un par de prendas de ropa arrugada y al lado de esta, un poster del
piloto de coches, Jimin. Levanto una ceja.
—¿Compartiré habitación con Jimin?
–Pregunto señalando el poster pero él niega, sonriendo y mirando el poster como
si fuese la primera vez que lo ve. Se sorprende y me mira encogiéndose de
hombros.
—Es la cama de YoonGi. –Dice posando mis
bolsas en la cama que está vacía. Yo asiento un tanto confuso pero olvidándolo
al instante. Dejo mi mochila sobra la cama y saco las llaves del piso y el
móvil poniéndolos ambos en la mesilla al lado del almohadón. Suspiro largamente
y me paso la mano por el flequillo, revolviéndolo un poco—. No es nada del otro
mundo, pero no está mal por ser gratis… —Dice mirando alrededor de la
habitación y yo levanto la vista hacia él.
—Es más por lo que pagaba en mi antiguo
piso. –Digo y me mira apenado pero encogiéndose de hombros desinteresado. Esta
es una nueva realidad a la que tendremos que amoldarnos y me temo que estas
cosas no se me dan demasiado bien. Suspiro largamente mientras comienzo a abrir
mis bolsas de viaje y el chico me mira apenado.
—Taehyung, ¿verdad? –Me pregunta—. No soy
bueno con los nombres.
—Yo tampoco, y sí, soy TaeHyung. ¿Tú quién
eras?
—JungKook. Pero llámame solo Kook. –Nos
estrechamos la mano con confianza mientras me sonríe animadamente. Yo le suelto
para dirigir mi mano a una de las bolsas de viaje y comenzar a abrirla para
sacar las cosas pero me detiene con un gesto de su mano—. No te preocupes por
eso ahora, estamos conversando en el salón, ¿te vienes? –Me propone
animadamente y me gustaría no tener que rechazarle pero le miro con ojos
tristes y expresión cansada.
—Me gustaría darme una ducha primero,
llevo un día de locos.
—¡Oh! Claro sin problemas. ¿Un día
atareado en la oficina?
—Eso me temo. –Digo cansado y de repente
me suenan las tripas sacándole una sonrisa a lo que a mí me saca los colores.
Me palpo el vientre y le retiro la mirada dirigiéndola al interior de la maleta—.
He tenido que hacer malabares para que me dejasen salir temprano yademás toda
la tarde libre. Creo que mañana van a matarme.
—Yo también he tenido que faltar a las
clases de tarde. –Dice y me mira como si comprendiese lo que estoy diciendo
pero no es real y se acaba encogiendo de hombros—. El baño lo tienes aquí al
lado, si necesitas cualquier cosa solo tienes que darnos una voz. ¿Hum?
–Asiento agradecido por sus palabras amables que consiguen enternecer mi
corazón y se marcha por la puerta volviendo al salón. No consigo verlo pero
puedo seguir oyendo el sonido de sus pasos alejarse y su voz al llegar al salón
sumándose de nuevo a la conversación que se estaba produciendo. Se me hace
extraño estar en un piso nuevo, con olor a limpio y con gente alrededor. El
zulo en el que estaba alojado, lleno de humedades y paredes desconchadas se me
hace todo un infierno después de estar tan solo cinco minutos aquí, y de tener
que volver, creo que no podría sobrevivir.
Cuando me centro en lo que mis manos hacen
me descubro ya con una blusa gris limpia y unos pantalones negros de vestir
algo sueltos. Ropa cómoda para estar en casa pero no lo suficientemente cómoda
dado que aun no tengo la confianza de andar en ropa interior. Tampoco tengo la
intención de hacerlo, y cogiendo algo de ropa interior salgo de la habitación
dirigiéndome a través del pasillo a la puerta contigua a mi cuarto que es un
baño bastante limpio y agradable. Al parecer soy el primero en usarlo porque el
retrete está impoluto y en la ducha no hay un solo resquicio de agua. Cierro
detrás de mí y mientras dejo la ropa sobre el retrete enciendo la ducha para
que salga el agua que permanecía en el conducto. Mientras poco a poco se regula
el agua me miro en el espejo del baño y me apoyo con las manos en el fregadero.
Retuerzo mi espalda, mis hombros, crujen mis huesos acompañando el sonido del
agua cayendo y cierro los ojos suspirando largamente mientras me sonrío a mi
mismo por la oportunidad que se me ofrece. El sonido de la oficina todavía
permanece dentro de mi mente y puedo sentir como todo a mi alrededor da
vueltas, pero al abrir los ojos y descubrirme a mí mismo en medio de la
soledad, todo pasa. Se disuelve como el jabón en el agua.
Cuando siento que me he pasado suficiente
tiempo mirándome a mí mismo, decido comenzar a desvestirme y lo hago primero
por los zapatos. Después los pantalones y la camisa, y después la ropa
interior. Como un acto reflejo me llevo la camisa al rostro y la huelo
comprobando que efectivamente huele a tabaco, café que se me haya derramado y
sudor. El mío o probablemente el de toda la oficina concentrado en el ambiente.
Suspiro largamente mientras aparto la ropa a un rincón del suelo y me miro por
última vez en el reflejo del espejo. Me aseguro de que hay productos para el
baño alrededor y toallas limpias. Parece un hermoso cuarto de baño de hotel.
Hay de todo lo que se pueda necesitar sin escatimar en gastos y me siento
arropado por esta generosidad.
Con un pie dentro de la ducha el agua
limpia y fresca me hace sentir tranquilo y apaciguado. La luz que entra a
través de la ventana me hace sentir liberado y cerrando los ojos mientras él
haga cae a través de mi pelo y rostro me deshago de todo el estrés del día. No
ha sido tanto como otras veces, dado que mi jornada se ha reducido, pero puedo
sentir que con mi corta edad me degenero poco a poco. Mis párpados caídos, mis
ojeras irremediables. Mi rostro se convierte poco a poco en el rostro de la
María Magdalena Penitente de Donatello*. Ajada, deshecha como si el ácido
cayese por su rostro. A mí me lleva todo rastro de ADN y suspiro largamente
mientras alcanzo a ciegas el champú. Huele a coco. Que delicia.
———.———
*Donato di
Niccolò di Betto Bardi, conocido
como Donatello (Florencia, Italia,
1386—Ibídem, 13 de diciembre de 1466), fue un artista y escultor italiano de
principios del Renacimiento, uno de los padres del periodo junto con Leon
Battista Alberti, Brunelleschi y Masaccio. Donatello se convirtió en una fuerza
innovadora en el campo de la escultura monumental y en el tratamiento de los
relieves, donde logró representar una gran profundidad dentro de un mínimo
plano, denominándose con el nombre de stiacciato, es decir «relieve aplanado o
aplastado».
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