EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 4
Capítulo 4
Taehyung POV:
28 – Mayo –
1995
Comisaría
local. Oficina de seguridad.
Miro de nuevo la pantalla del ordenador frente
a mí después de haberle dado un trago a la pequeña taza de café a mi lado en el
escritorio. Miro después la cantidad de pósits que tengo distribuidos a lo
largo de mi mesa y la pila de folios a mi lado. Suspiro largamente mientras
evito que el entorno me distraiga de mis obligaciones y mis prioridades.
Suspiro largamente y sigo tecleando mientras redacto una carta para el permiso
del traslado de un importante empresario y su disposición de dos coches
policiales. Lo hago a prisa mientras miro el reloj en la parte inferior de la
pantalla que me hace sentir excitado por el poco tiempo del que dispongo. Sigo
tecleando, haciendo que mis dedos sobre las teclas emitan un sonido que pone
nervioso al trabajador a mi lado. Oigo que alguien me llama por algún lugar en
la oficina.
—¡Taehyung! Tráeme un café. –Oigo y no sé
muy bien quien me lo ha pedido pero cuando levanto al vista de la pantalla veo
a uno de los policías que vienen de paso para hablar con el jefe de seguridad
sentado sobre la mesa de este y manteniendo una entretenida conversación. Yo me
levanto de inmediato releyendo la última frase escrita en la pantalla y emito
un sonoro:
—¡Ya voy! –Con una sonrisa y pasos rápidos
me desplazo fuera de mi lugar de trabajo y corro fuera de la estancia para
bajar al primer piso donde se encuentra la sala de descanso. Me cuelo en ella
mientras aparto a las personas que puedan estar por medio y dificultar mi
trabajo. Algunos se han acostumbrado ya a mi presencia en la oficina y otros
aún me miran con esa expresión de soberbia y condescendencia que su edad en
respecto a la mía les otorga. Con veinticinco años soy el más joven de esta
oficina con un puesto fijo y sigo siendo, al fin y al cabo, el chico de los
recados a disposición de todo el mundo.
Cuando llego a la cafetera cojo una de las
tazas de alrededor y sirvo café en ella. El sonido y la visión del café cayendo
me parece lenta y tediosa. Ansío que se complete ya para poder salir corriendo
de nuevo pero con más cuidado, pues llevo una taza con café de la mano. Cuando
regreso a la oficina le dejo la taza de café al señor que me devuelve una
mirada de impaciencia y señala su reloj de muñeca, indicándome que he tardado
demasiado en servir el café. Yo ignoro esa mirada escondiéndola tras una sonrisa
amable y regreso a mi escritorio. Nada más sentarme sobre la silla, puedo
reconocer nuevos pósits alrededor. En algunos leo pedidos como “Reorganiza los
documentos de gestión empresarial que te he dejado.” “¿Para cuándo los archivos
administrativos de esta mañana?” Pero otros simplemente con frases vulgares y
maleducadas como “Vamos nerd, date prisa” o “Novato, mueve el culo”. Estoy a
punto de quitar esos pósits para que no intercedan en mi atención pero apenas
mis dedos los han rozado, oigo mi nombre de nuevo.
—¡Taehyung! ¡Los curriculum de los nuevos
policías civiles! –Grita mi jefe y yo doy un salto en la silla poniéndome en
pie mientras rebusco en todo mi escritorio una carpeta roja que me han dejado
hace unos cinco minutos. Cinco minutos que han parecido horas completas. Cuando
la encuentro, gracias a que otra pila de papeles se han caído esparciéndose por
el suelo, la rescato entre el papeleo y salgo corriendo hasta la mesa del jefe
que me mira con repulsión. Acepta la carpeta y la deja sobre su mesa mientras
continúa la conversación con su amigo. Este me señala el café sobre su mano.
—Está muy amargo… —Se queja como si yo
fuera el culpable de la calidad del café, a lo que le pido disculpas agachando
la cabeza y regreso a mi escritorio, comenzando a recoger los papeles por el
suelo que, algunos incluso, han sido pisados por mis compañeros. Mientras los
hago, en la pantalla del ordenador aparece un correo electrónico de la
secretaria de mi jefe indicándome algún perdido sin importancia. Comienzo a murmurar
para mí.
—Sí, sí, ya va… —Termino de recoger los
papeles en el suelo y los amontono sobre el resto del escritorio. He intentado
buscar un lugar libre ahí pero no hay un solo hueco en la mesa. Ni siquiera
distingo el color de la madera, por lo que opto por levantar mi taza de té y
dejar los papeles debajo, apoyando después sobre todo ellos mi café, al que
antes he dado un buen sorbo. No sirve de nada.
Al sentarme de nuevo en la silla sigo
redactando el documento que he dejado a medias y de nuevo el sonido de mis
dedos hace eco entre el resto del ruido en la oficina. Frunzo el ceño
acercándome a la pantalla para leer correctamente mis letras y evitar no
centrarme entre los gritos que se propagan de un lado a otro del
establecimiento. Me muerdo el labio inferior y cuando lo termino lo imprimo,
oyendo al fondo de la sala la impresora sonar. Diez copias, genial. Tardará un
rato.
En este tiempo me dirijo al correo que me
ha enviado la secretaria desde su sala fuera de esta estancia y leo
detenidamente cada una de las palabras. Es un texto conciso, pero muy intenso y
exhortativo.
“El concejal ya ha venido. Viene buscando
la documentación de seguridad en el nuevo parque que van a inaugurar y los
permisos para la apertura de este. Ven a entregarlos. Date prisa.”
Yo doy un respingo y me llevo una de las
manos a la cabeza sorprendido repentinamente por el recuerdo de la entrega de
esos papeles y el sonido de la máquina impresora me sirve como recurso para
dejar de pensar en eso y limitarme a buscar los permisos de la apertura del
parque. Comienzo a ponerme de nuevo en pie para buscarlos sobre mi escritorio.
Recuerdo haberlos impreso apenas hace media hora pero ya no consigo
encontrarlos por ninguna parte. Levanto folios, carpetas, algún que otro
archivador, pero acabo hallándolos bajo mi taza de café y los rescato
agradecido porque no hayan guardado un cerco marrón del café sobre ellos. los
miro, están todos y me encamino fuera de mi escritorio mientras el policía
sentado en el escritorio a mi lado me llama levantando su taza de café.
—¡Tráeme otro café, novato! –Me dice y yo
le hago un gesto de paciencia para que se aguarde unos segundos en lo que
regreso a mi mesa pero rápido omito esa información y miro los papeles en mis
manos mientras me desplazo pasillo fuera, sorteando puertas y personas. Miro
los documentos, algunos sueltos y otros grapados entre ellos. Uno, dos, tres…
caigo en la cuenta de que ninguno de ellos están firmados con el sello de la
policía nacional ni con la firma del jefe de policía. Los he impreso pero he
olvidado que mi jefe los firme. Genial.
Cuando me detengo, con un sudor frío
recorriéndome la espina dorsal, me giro para regresar a la sala donde él se
encuentra pero acabo chocando con un chico a mi espalda y casi caigo de
espaldas, esparciendo todos los papeles por el suelo. Rápido me agacho a
recogerlos mientras suplico por su perdón y las personas pisan sin cuidado los
papeles a mi alrededor. Comienza a invadirme un aire de angustia y estrés que
poco a poco comienza a acercarse a su límite. Todo me da vueltas hasta que una
mano se interpone en uno de los papeles que estoy a punto de recoger y levanto
la mirada para encontrarme con un rostro joven y dulce que me saluda con una
sonrisa amable. Yo le sonrío de vuelta como estoy acostumbrado a hacer pero no
lo estoy con la forma en que me ha sonreído. Recoge los papeles conmigo
mientras que yo soy mucho más rápido por el estado de tensión en el que me
encuentro. En el poco tiempo que estoy rescatando los papeles del suelo me
percato de la ropa que lleva, pantalones de vestir negros y camisa gris oscuro.
Corbata negra y zapatos de cuero. Un elegante diseño que se ciñe a un cuerpo
esbelto. Una sonrisa enorme, ojos pequeños.
—Gracias. –Le digo mientras me pongo en
pie y él se pone en pie conmigo mientras yo me desplazo por su lado
dirigiéndome de nuevo a buscar a mi jefe pero él me detiene agarrándome por el
brazo y yo doy un respingo por el repentino contacto. Me le quedo mirando pero
me excuso con impaciencia—. Si desea algo puede preguntar en la recepción del
primer piso. –Digo intentando zafarme de su mano pero él me sigue reteniendo y
es ahora cuando le miro con algo más de insistencia. Su sonrisa amable se ha
reducido a una de simple cortesía.
—¿Kim Taehyung? –Me pregunta a lo que yo
me le quedo mirando esta vez con mucho más interés pero acabo obviando que ha
leído mi nombre en la chapa de mi camisa. Sonrío y asiento, volviendo a tirar
de mi brazo esta vez sí desprendiéndome de su agarre, pues ha conseguido captar
toda mi atención.
—Sí. ¿Necesita algo de mí? –Pregunto a lo
que él se encoge de hombros algo desinteresado, lo que logra confundirme—. Lo
siento pero no puedo perder el tiempo, tengo que llevarle esto al jefe. –Digo
mostrándole los papeles—. Y después a su secretaria, y tengo que volver a mi
escritorio. ¡Y la impresora! –Digo siendo consciente de que ya deben haberse
impreso los papeles a lo que me giro hacia la sala pero vuelvo a sentirme
aferrado a él. Vuelve a sujetarme por el brazo esta vez algo más posesivo. Yo
le miro el rostro a la altura del mío y frunzo el ceño, comenzando a sentir que
el estrés me sale por los poros, junto con la impaciencia—. No me haga perder
el tiempo, ¿Qué es lo que necesita de mí? –Pregunto más inquieto a lo que él
acaba sucumbiendo a mi nerviosismo.
—Supongo que no tenemos tiempo para
formalidades. Vengo a hablar con usted de un asunto que le concierne.
—¿A mí? Y qué asunto es ese. ¿Es usted
policía? –Pregunto a lo que él me mira encogiéndose de hombros un tanto confuso—.
¿Podría identificarse? –Le pido pero él niega con el rostro.
—Podría, pero prefiero no hacerlo. –Al
negarme saber su nombre yo entrecierro los ojos y me suelto de su agarre que
ejerce una fuerte presión sobre mi brazo. Frunzo los labios y le miro de arriba
abajo.
—Cuando un policía le pide su
identificación, debe mostrarla. –Le digo—. Tengo una placa aquí que le obliga a
ello. –Señalo la placa de policía que tengo colgada del cinturón pero él ríe
divertido y rueda los ojos, no tomándome en serio.
—Eres el mejor en la seguridad del café y
los donuts. ¿No? –Pregunta y yo le miro con ojos irascibles.
—No juegues conmigo.
—No voy a ser el único que no lo haga.
–Dice encogiéndose de hombros y estoy a punto de girarme, pues aunque lo
detuviese nadie me tomaría en serio ni nadie creería que este desconocido es un
mal hombre porque solo yo lo diga. Me muerdo el labio inferior y vuelvo a
encarrilar la conversación.
—¿Para qué necesita mi ayuda?
—¿Podríamos tener esta conversación en un
sitio más privado?
—No hay nada más seguro que una oficina de
policía. –Él ríe de mis palabras.
—Tú mejor que nadie sabes los trapicheos y
los recovecos de esta organización que se hace llamar, “policía nacional”.
—¿Qué insinúas? –Le pregunto mientras miro
a ambos lados del pasillo asegurándome de que nadie le ha oído hablar de esa
forma y casi como una medida de seguridad, para ambos, le agarro del brazo y
nos hago caminar pasillo adelante hasta internarnos dentro de una habitación de
reuniones vacía con cristales opacos y un ventanal que da a la hermosa vista de
la ciudad de Seúl. Cuando nos encontramos a solas dejo los papeles sobre la
mesa y me le quedo mirando con una expresión de impaciencia—. ¿Y bien? ¿Qué es
lo que quieres?
—Vengo a proponerte algo.
—¿El qué? –pregunto, curioso.
—Un golpe. –Dice, serio, y yo entrecierro
los ojos imaginándomelo como un mafioso que viene a tentarme con una propuesta
ilegal para que contribuya a su ganancia de beneficios.
—¿Qué es “un golpe”? ¿Y a qué tanto
secretismo? Uy, uy, esto no me gusta un pelo. ¿No será nada ilegal?
—La legalidad es voluble. Tú bien lo
sabes.
—¿Y qué te ha llevado a creer que yo soy
el mejor para esto? Al parecer solo sé servir cafés y hacer de mensajero entre
las administraciones.
—Porque eres el mejor en lo tuyo. –Me dice
con una sonrisa pícara pero sus palabras son ofensivas y yo levanto una de mis
cejas.
—No sé qué me estás proponiendo, —dijo
levantando los hombros—, pero tiene pinta de que es algo peligroso e ilegal, y
dado que estamos en la comisaría tienes mucho valor en venir a proponérmelo
aquí.
—No sales de aquí. –me dice excusándose y
al parecer, es cierto. Me ha investigado.
—Lo siento, pero no voy a contribuir en lo
que sea que estés planeando y me lo tomaré como una broma pesada y no te
denunciaré. Mira que tengo la oficina de denuncias en el piso de arriba.
–Sentencio rescatando los papeles de la mesa y cuando me vuelvo a girar a él,
me mira con una mueca de desinterés.
—No me entiendas mal. –Se excusa—. No
quería infravalorar tu trabajo. Al contrario. Necesitamos a alguien como tú en
nuestro equipo.
—¿Y qué podría hacer yo? Solo soy un
novato.
—Eres el chico de los recados. –Dice
honrando mis trabajos—. Eres el perfecto infiltrado.
—¿Infiltrado? –Pregunto asustado y
escandalizado—. ¿Un topo?
—No, más bien la mano que mueva los
papeles por allí, por allá…
—¿Crees que no tengo bastante con mi
trabajo de normal? ¿Quieres sumarme más papeleo?
—Por supuesto, no será algo gratis.
—¿Cuál es mi recompensa por traicionar al
cuerpo de seguridad en el que trabajo?
—Un sueldo mucho más alto del que te están
pagando por felarles los miembros. –Me dice y yo frunzo el ceño.
—Si esto es una broma de mis compañeros o
del jefe, no tiene gracia. Y si es una especie de trampa, no vas a pillarme.
—Si nos ayudas, no tendrás que seguir
viviendo en el casucho que puedes permitirte con el mísero sueldo que te pagan,
te proporcionaremos un piso, junto con el resto de personas que trabajen con
nosotros. Tendrás un piso decente, compañía, buena comida y calefacción en las
noches de invierno. Aparte, de un tanto por ciento de lo que el golpe nos
proporcione.
—¿Crees que me dejo vender tan fácilmente?
—Ya lo haces, a cambio de nada. –Sus
palabras son frías y crueles, a lo que sentencio la conversación negando con el
rostro, apartándolo de en medio y acercándome a la puerta, pero antes de coger
el pomo, sus palabras viran mi decisión a una algo más positiva—. ¿Quieres
seguir siendo el chico del café el resto de tu vida?
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