EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 3

 Capítulo 3

 

Yoongi POV:

5 – Junio — 1995

Prisión estatal de Seúl. Departamento de presos peligrosos con riesgo de fuga. Celda nº 18.

 

Suspiro de nuevo mientras paso la siguiente página del libro en mis manos. Rojo y negro de Stendhal*. Ligero y de tapa dura comienzo a acariciar inconscientemente las páginas con mis dedos a medida que voy leyendo a través de los párrafos. El libro se nota en un estado deplorable de conservación. Hojas amarillentas, algunas incluso desprendidas y con un fuerte olor a humedad alrededor. Me siento algo sofocado cuando estoy horas seguidas leyendo pero apenas me quedan un par de páginas para terminar el ejemplar y ya no importa demasiado el olor. El título está puesto con pintura dorada sobre una superficie de cuero marrón oscuro. Es elegante, pero su estado lo dota no solo de personalidad, también de apariencia repulsiva.

Paso una página más. Solo se oye el sonido de mis dedos acariciando las páginas en esta pequeña celda de nueve metros cuadrados. Demasiado grande para lo que me merezco, muy pequeña para lo que me gustaría tener. En la cama libre de la parte superior me he tomado la libertad de usar el espacio como librería dado que en este pequeño recinto solo tengo un retrete y una ventana con barrotes. Los barrotes eran negros pero se han oxidado hasta el punto de que han virado a ser marones y tiene capas superficiales que con pasar la mano se deprenden, del propio óxido generado.

De nuevo ahí está, el sonido de los pasos del guardia de seguridad pasando nuevamente frente a la puerta de barrotes. Yo le echo una mirada desde mi distancia tumbado en mi cama y él me devuelve una mirada cómplice de un trabajo que le es seguramente insatisfactorio. Puedo verlo en la forma tan aburrida en la que camina y como se ve con una mujer que no es su esposa a la salida de su turno los viernes. Mi ventana está cerrada pero da a un lugar estratégico a la salida posterior de la prisión. Cuando ha pasado de largo vuelvo a concentrarme en la lectura y entrecierro los ojos sintiendo como mi vista se siente cansada. Cierro los ojos, respiro profundamente y con una mueca sigo leyendo a través de las líneas escritas en el papel.

Miro mis manos tatuadas sujetando el libro sobresaliendo del mono de presidiario. Se ven pálidas en comparación del oscuro gris que visto. Con un número sobre mi pecho que ya he memorizado me columpio un segundo en mis recuerdos y me aseguro de que estoy aquí por algo, por cumplir una condena que debía de hace mucho tiempo, por más delitos posteriores, por mi comportamiento y porque realmente no tengo donde estar más que bajo este techo que se cae a pedazos y durmiendo en esta cama que comparto de vez en cuando con alguna rata. De la pared contigua a la que me encuentro diviso a lo lejos todas las marcas que dejaron los antiguos hospedantes de esta celda y al lado, mi poster de F1 de mi corredor preferido, Park Jimin, junto con la foto de mi madre y alguna de mí cuando yo era pequeño. Son los únicos objetos materiales que se me ha permitido conservar durante estos últimos cinco años aquí encerrado y los que me permitirán contemplar el resto de mi vida.

Una sombra se cierne sobre las páginas de mi libro y puedo ver al carcelero mirarme desde la puerta. Yo me giro a él, me siento en la cama con una mueca enfadada por su osadía, pero él no parece interesado en buscar pelea, sino más bien me sonríe amable y lleva la llave al cerrojo en la cerradura de la puerta. Yo me quedo perplejo mientras le miro buscando una explicación a su comportamiento, la cual no encuentro hasta que no ha abierto la puerta y se cuela lentamente dentro.

—Tienes visita, Min. –Me dice en tono divertido pero con cierto aire sorprendido al igual que yo. Me le quedo mirando con una mueca extrañada mientras él se encoge de hombros ante mi expresión facial y acabo subordinándome a sus órdenes, dejando el libro sobre la cama con una de las páginas marcada, doblada por una esquina. El carcelero me mira paciente mientras me desenvuelvo y antes de salir me arremango el mono hasta los codos para mi comodidad y salgo con una elegante sonrisa haciéndole ver al carcelero que no le hace falta esposarme, que sé comportarme. Pero le importa una mierda y me esposa con las manos a la espalda mientras me hace mirar a las rejas de la puerta. Yo suspiro largamente y me dejo hacer tranquilo.

Cuando me tiene en sus manos camina conmigo alrededor del pasillo hasta las escaleras y poco a poco nos desenvolvemos hasta la planta inferior. Hasta la sala de visitas. A cada vez que camino por estos pasillos los veo con nuevas manchas de humedad por los techos y las partes colindantes de las paredes. Algunas pintadas más, algunos grafitis satánicos que se me hacen divertidos e incluso algunas nuevas manchas de sangre por alguna parte. Las miro y después miro al policía que se encoge de hombros como queriendo decirme que él no estuvo presente pero que es algo rutinario. De haberlo presenciado me habría evitado la mirada, de haber sido un hecho alejado, también.

Cuando llegamos a la puerta de la sala de vistas me detienen antes de entrar y yo intento mirar con curiosidad a través de la ventana de la parte superior de la puerta, pero me lo impiden molestándome mientras me quitan las esposas de la espalda. Lo hacen con poca agilidad y si yo hubiese querido, me las habría quitado antes incluso de llegar al primer piso. Inútiles.

—¿Quién ha venido a verme? –Pregunto más ansioso que preocupado y el policía que me ha traído hasta aquí no me contesta más que con una mirada tan desconcertada como la mía. Me contesta con voz sorprendida.

—Ha insistido mucho en verte fuera de los horarios de visita. Incluso ha hecho una contribución a la institución para que te dejásemos asistir sin presencia policial. Por eso te esposaremos a la mesa, por si acaso.

—¿Una contribución? –Repito más para mí que para él, pero asiente de todas formas.

—Eso es.

—¿Lo invertiréis bien? Más os vale. –Digo con una sonrisa a lo que el chico me mira sonriendo también.

—Iremos de putas en tu honor. –Yo frunzo el ceño.

—Reformad la biblioteca. Tenéis humedades… —Digo y me detengo en el momento en que abren la puerta de la sala de vistas. En medio de todas las mesas, en una estratégicamente colocada, hay un hombre trajeado que me da la espalda y puedo ver tan solo su pelo blanco cortado a ras en su nuca. Dos pendientes a cada lado en sus orejas, una pose natural, no cansada pero sí reposado sobre la mesa con uno de sus brazos. Yo frunzo el ceño mientras me adentran en la sala sujetándome una persona de cada brazo y mientras rodeamos a la persona para sentarme frente a ella, acabo por verme a mí mismo en sus facciones. No yo, sino el recuerdo de mi persona hace mucho tiempo, en un momento muy reprimido de mis recuerdos de los que creí que ya no existían en mi mente. Se me hace muy difícil sobrellevar este sentimiento de nostalgia junto con la sorpresa, el desconcierto y la manía del personal por tirarme del mono y arrugármelo haciendo que las mangas asciendan por mis antebrazos.

Cuando me sientan justo en frente de la persona, esta me sonríe con una mueca de complicidad y los guardias me esposan a una argolla en medio de la mesa, de donde no solo no pueda escapar, tampoco pueda agredir al visitante que se ha ofrecido para venir a verme. El silencio entre los dos es muy extraño pero divertido. Cuando los agentes nos dejan a solas yo le miro mientras jugueteo con mis manos sobre la mesa arañándome los nudillos o escarbando bajo las uñas. Miro a NamJoon delante de mí. NamJoon. Su nombre hacía mucho que no pasaba por mi mente.

—Al fin nos vemos de nuevo, granuja. –Me dice mientras me mira de arriba abajo, lo que puede observar, estando yo sentado a la mesa. Me dejo observar y hago lo mismo con él. Trajeado de negro, serio, con un nuevo peinado, con una expresión más dura de lo que recordaba.

—¿Cuántos han sido? ¿Siete años?

—Siete y medio. –Me corrige con esa expresión de soberbia que tanto le gusta. La había olvidado también.

—El Houdini* del dinero… —Me llama como solía hacerlo y yo niego con el rostro, desanimado pero con una sonrisa nostálgica por el recuerdo.

—Ya no soy ese… —le digo a lo que él asiente, comprendiendo.

—Min YoonGi… mi viejo amigo. –Me dice pero yo niego de nuevo a lo que su expresión se vuelve mucho más confusa.

—¿No lo ves? Soy 10939. –Digo señalando el número en la tela cosida del mono, a lo que NamJoon me mira con una sonrisa divertida y acaba negando con el rostro, riendo.

—No tienes remedio. –Me dice y yo me encojo de hombros. Sus ojos caen en mis manos—. ¿Más tatuajes? Esos no estaban ahí la última vez que te vi…

—Ha pasado mucho tiempo, me ha dado tiempo a hacerme de todo. –Digo mientras me arremango a duras penas los brazos a lo que él asiente, negando con las manos para que detenga el innecesario esfuerzo—. No has venido a hablar de tatuajes. Has sobornado al jefazo. Algo muy importante te trae aquí…

—Tengo una buena noticia y una muy buena noticia. –Me dice y yo asiento sorprendido por sus palabras. Le muestro mis palmas abiertas para que comience a hablar pero se hace derogar mientras mira alrededor y yo le hago prestarme atención.

—Estaba compartiendo una agradable velada con Stendhal, si no te importa abreviar.

—¿No te hace ilusión reencontrarte con un viejo amigo?

—Sobrevaloras el poder de la amistad. –Digo a lo que él me mira levemente ofendido. Solo es una mueca fingida.

—¿Y el poder del dinero? –Me pregunta a lo que yo le miro confuso.

—Hace mucho que no cato un billete entre mis manos.

—¿Echas de menos el olor del dinero en tus manos? –Me pregunta de nuevo con esa mirada pícara.

—No es el dinero lo que busca el pirata, es el viaje hasta el botín. –Le digo a lo que él me mira rodando los ojos.

—¿Buscas adrenalina entonces? Aquí, en esta vida tediosa y monótona…

—No tienes que convencerme para nada, solo dime las noticias y me limitaré a seguir el curso de tus deseos. –Le contesto rápido.

—Bien entonces. –Concreta y saca un papel del bolsillo interior de su americana que me pone delante pero no consigo saber qué es hasta que él no me lo aclara—. El indulto de un juez para tu liberación. –Sus palabras suenan tan surrealistas que tengo que mirar de nuevo el papel y asegurarme de lo que dice casa con la información que leo. Él sigue hablando con una mueca de superioridad—. Pasarás a formar parte de un comando de ayuda al ejército. –Me dice pero yo le miro levantando una de mis cejas. Sonrío cínico.

—Eso es lo que pone ahí. Pero… ¿Qué es lo que realmente vas a hacer conmigo?

—Esa es la muy buena noticia: Daremos un golpe.

—¿Solo eso? –Le pregunto sorprendido, indignado y me dejo caer en el respaldo de la silla con una mueca de soberbia—. Oh, vamos NamJoon. Esfuérzate un poco más. ¿Cómo has conseguido ese papel? Te habrá costado mucho más que a mí esto. –Digo y me deshago de la presión de las esposas alrededor mis muñecas mientras estas caen sobre la mesa con un sonido pesado. Me cruzo de brazos y le miro desde la distancia. Él no se sorprende tal como lo ha hecho por mis palabras.

—Un policía que trabaja para seguridad nacional me ha conseguido esta falsificación. Estarás en la calle mañana, y en dos días, formarás parte de mi equipo para el golpe.

—Claro que lo haré. –Digo, vanidoso—. Sin mí no te saldrá bien. 

—Por eso te he escogido. Tienes habilidades, facultades, paciencia y, ¡ah! Talento. –Yo me siento adulado.

—Me siento honrado pero estoy mayor y ya he vivido demasiado. Un robo a dos bancos, a tres mansiones, un museo, tres joyerías, cinco hoteles… creo que es suficiente. ¿Qué te hace pensar que voy a aceptar este trabajo?

—Saldrás de la cárcel indefinidamente. –Me dice pero yo me encojo de hombros.

—Estoy bien aquí, tengo comida, literatura y tatuador. ¿Qué más puedo necesitar?

—Adrenalina. Por eso estoy aquí. –Yo le miro, con ojos encendidos por sus palabras—. Mi mago del dinero… ¿Cuánto ansías la adrenalina de un buen robo?

 

 

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*Henri Beyle (Grenoble, 23 de enero de 1783—París, 23 de marzo de 1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés. Valorado por su agudo análisis de la psicología de sus personajes y la concisión de su estilo, es considerado como uno de los primeros y más importantes representantes literarios del realismo

*Harry Houdini (Budapest, Imperio austrohúngaro; 24 de marzo de 1874—Detroit, Míchigan; 31 de octubre de 1926), de nombre verdadero Erik Weisz, fue un ilusionista y escapista austrohúngaro nacionalizado estadounidense.

 

 

 


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