EL PRECIO DEL ARTE [PARTE I] (BTS) - Capítulo 2

 Capítulo 2

 

Jimin POV:

3 – Abril – 1995

Circuito de Suzuka*. Prefectura de Mie. Japón.

 

Piso con más intensidad el acelerador. El cielo ha caído sobre nosotros y se desploma con una fuerza impresionante. Más de una vez he estado a punto de perder el control de los mandos de este coches de carreras de F1 por culpa de la lluvia en el pavimento pero me he recompuesto con habilidad, no tanta como la del resto de mis contrincantes que parecen flotar por la superficie y se desplazan como si nada a través del circuito. Puedo oír las gotas de agua cayendo a plomo sobre el asfalto incluso dentro de este coche de sonido supersónico. Me siento perdido dentro de este casco y no hace sino oprimirme. He roto a sudar en mi frente pero mis pies están helados. Hace un frío del demonio y no puedo contenerme un solo segundos más y suelto un par de tacos cuando por culpa de la última curva me han adelantado dos coches. Un alemán y un estadounidense. Creo que podría parar el coche, bajar de él y liarme a puñetazo con el primero que pasase a mi lado, pero me veo atrapado en este cacharro de metal atado por unos cinturones de seguridad y por el propio espacio que oprime todos mis músculos.

El sol se esconde de nuevo tras una dichosa nube. Cubre de gris todo el panorama y no lo hace sino mucho más triste y mediocre. Me siento en una secuencia de imágenes de una película de los años cincuenta y no puedo evitar sentirme nostálgico. Me puede el sentimiento de tristeza pero regresa la brutal ira cuando veo a través de mi retrovisor la marca Honda de uno de los concursantes justo a mi derecha. Hago un giro violento que le ponga nervioso y retrocede con precaución. Me quedo mirando al retrovisor y después me miro un segundo las manos a través de mi casco. Manos enguantadas en cuero rojo y negro con la marca de mi patrocinador en ellos. Podría arrancármelos de las manos pero no estoy dispuesto a soltar el volante y dejarme llevar por la velocidad de mi coche a través del aire, no de nuevo. Sigo mirando al frente, al culo del coche del maldito estadounidense.

—Tienes que coger velocidad, Jimin. –Me grita mi manager a través del retransmisor en mi casco y yo ruedo los ojos con una expresión cansada y agotada. Le contesto con el mismo tono agresivo de voz. Tal vez más.

—¿Quieres que me mate? –Pregunto señalando con la mirada, aunque no pueda verme, el resbaladizo suelo del circuito—. Si llego de alguna forma va a ser con el coche hecho pedazos.

—No volverá  a pasar. Deja de ser tan estúpido, Jimin. –Oigo a través del altavoz y yo entrecierro mis ojos concentrándome en la carrera. Doy un raro volantazo cuando el conductor de delante hace una maniobra extraña al verse opacado por su contrincante delante de este al intentar sobrepasarte y cuando regreso a la normalidad me gustaría gritarle a través de mi casco, pero entre tanto ruido no me oiría ni yo mismo. Agarro con fuerza el volante mientras freno un poco cuando llega una de las curvas más peliagudas. Solo me quedan otras dos para llegar a la meta y que la carrera finalice. Voy el cuarto y me siento a cada segundo más irascible—. ¡Acelera ahora, maldita sea! –Me dice mi manager y yo suspiro largamente mientras aprieto mi pie, incitado por las palabras de mi manager y acelero sorprendiendo al conductor de enfrente. El que estaba a mi espalda me sigue el ritmo pero mi contrincante enfrente no me dejará pasar y gira a su derecha para impedirme el paso. Era un gesto evidente y yo lo esquivo con maestría. Después de ese gesto intento colarme por el otro lado pero no alcanzo más que a intentar sobrepasarle. Los movimientos del estadounidense son muy rápidos y hábiles incluso en la lluvia. Me hace sentir envidioso porque a cada pequeño gesto que hago de mi volante, siento que las ruedas lo multiplican y se desplazan más de lo que yo tengo previsto.

—¡No puedo, joder! –Grito y no recibo una respuesta al otro lado más que un suspiro de indignación y ese suspiro es el colmo de mi paciencia. La segunda curva se acerca y piso a tope el acelerador colándome por el exterior de la curva, haciendo que el estadounidense frene asustado y haga que otros dos coches giren sus volantes, saliéndose del circuito. Yo miro por el retrovisor asegurándome de que no se me acercan demasiado y puedo continuar el resto de la carrera sin presencia en mi cola. He creado un barullo generalizado tanto en el público como en los conductores que se han quedado rezagados. Me hace sentir confiado de mí mismo y sigo adelante mientras miro de frente al alemán en segunda posición y al noruego en primera. Frunzo el ceño y sigo apretando el acelerador, sintiendo que puedo partir en cualquier momento el volante por la presión que ejercen sobre él mis manos. O tal vez mis dientes, por apretar la mandíbula.

—Solo te queda una curva. Aprovéchala, coño. –Me dice mi manager con voz seca y seria. Yo trago saliva y me siento en la jodida obligación de sacar esta carrera adelante. Me merezco una victoria al menos, una maldita victoria en mi expediente. Tengo mucha presión sobre mis hombros y solo pensar que me despedirán, o que me cambiarán por un chico más joven y con más habilidad me hace sentir completamente desazonado y perdido dentro de mi mundo de fracasos y segundos puestos. No puedo permitírmelo y sigo acelerando hasta que mi pie se hunde por completo en el acelerador y la última curva se acerca. Es la última oportunidad que tengo pues en carretera recta se me hace muy difícil adelantar, a no ser, que mi contrincante decida dejarme pasar como un buen compañero.

Siento la línea de agua que mis neumáticos levantan por la velocidad al pasar sobre el asfalto. Puedo sentir cada una de las gotas que caen sobre la superficie del coche, sobre mi casco. Todo el griterío de las gradas resonando a través del suelo y mis manos temblando sobre el volante. Tengo unas inmensas ganas de vomitar, pero a la vez de llorar, e incluso de estrellarme contra uno de los muros de paja que hay a los lados del circuito para que la tensión se detenga y deje de provocarme este extraño mareo. Tengo los pies helados, la cabeza ardiendo. Me siento aturdido y dejo de oír por un instante para centrarme en el maldito coche conduciendo delante de mí. Entramos en la última curva y él gira un poco a la derecha, pensando que voy a adelantarle igual que hice con el anterior. Un error de novato. Le adelanto por la izquierda dado que me ha dejado ese espacio y rápido intenta frenarme. Nuestros coches chocan, saltan chispas que me dan un vuelco al corazón y por un segundo dejo de tener el control del coche para pasárselo al movimiento de su pesado vehículo embistiendo contra el mío. El volante se desboca, yo me aferro a él con fuerza intentando domarle y acabo consiguiendo equilibrar de nuevo el coche mientras que él se ha quedado rezagado. Cuando intento estabilizarlo al cien por ciento ya es demasiado tarde. La meta se aproxima y por mucho que acelere, el noruego ha tomado el sprint final. No le alcanzaré.

La meta se aproxima. Cuatrocientos metros. Doscientos. Es el periodo más largo de toda la carrera. Ciento cincuenta. El pulso en mis venas está desbocado, mi corazón va a salírseme del pecho y caer en medio de la carreta manchando el asfalto. Cien. Cincuenta. Veinte. Ya es demasiado tarde y poco a poco mi cerebro va asimilándolo. Una derrota más, una cuenta más que saldar en mis pesadillas, con mis jefes, con mi familia desesperada.

—¡Henrik Holm! ¡Primer puesto! –Se oye por el altavoz en todas partes de las gradas, también a través de mi casco. Todo se derrumba dentro de mí porque ni he sentido el momento en que he atravesado la meta. Me ha pasado desapercibido y no consigo asumirlo aún. He perdido. Las voces de los retransmisores siguen hablando. Me reconozco en sus palabras—. ¡Park Jimin! ¡Segundo puesto! –El inglés es terrible, la repetición en japonés es pedante. Yo con solo oír mi nombre no quiero saber nada más y me desplazo con el coche hasta mi lugar en bóxers humillado por la derrota, completamente confuso y desorientado. Amargado. Rencoroso y con una irascible violencia que comienza a llenarme por dentro. No concibo nada que no sea un premio por todo el esfuerzo invertido y sin embargo se me muestra esta miserable derrota de pacotilla. Segundo puesto, de nuevo. ¿A quién diablos le importa? Joder.

Cuando llego a mi lugar en bóxers detengo el coche, me quito el cinturón de seguridad y los técnicos vienen corriendo a revisar el coche por el impacto sufrido. Mi corazón aun tiembla por ello pero ahora tiene otros motivos por los que temblar. Salgo del vehículo con rapidez y me quito el casco con violencia, arrojándolo al suelo a la primera oportunidad que tengo. Lo estampo viendo como salpica la lluvia alrededor y como esta comienza a calar poco a poco en mi cabello sudado. Me siento aturdido y mareado pero muy enfadado con la voz de mi manager retumbando en mi cabeza. Me equivoco, no es en mi cabeza en donde la oigo, es en la maldita realidad alrededor.

—¿Qué diablos te sucede? ¡Lo tenías ahí y lo has dejado escapar! –Me grita mientras me empuja con sus manos sobre mi pecho. Hacen un sonido sobre el traje negro, blanco y rojo del cuero y yo retrocedo un paso por el impulso. Cuando me devuelve una mirada intensa yo le repito a él el gesto pero con más fuerza, hasta hacerle caer de culo contra el suelo mojado. Él me mira entonces con una extraña expresión sorprendida.

—¡No me pongas una mano encima, vejestorio! –Le grito mientras pateo el caso en el suelo a su lado, a lo que él se protege con un brazo pensando que va a ser la próxima víctima de mi pie.

—¡Estás loco! –Me grita enfadado—. ¡Tienes un comportamiento de chiquillo malcriado!

—¡Eres un hijo de puta, bastardo! –Le grito apretando los puños con mis manos. Ambos estamos enfadados, encolerizados, pero yo hace rato que he perdido el control de mí mismo—. ¡Lo dejo! –Grito mientras veo al equipo que revisa el coche girarse en nuestra dirección y el manager me mira incrédulo. Yo comienzo a internarme en nuestro taller.

—¿Cómo que lo dejas? –Pregunta aún en el suelo, viéndome marchar. Yo me giro a él.

—¡Abandono! ¡No quiero perder una sola vez más! –Digo algo más serio y tranquilo, también consciente, y me interno dentro de bóxers dando un portazo a la puerta del interior del taller que da a las instalaciones de nuestro asentamiento. Camino a lo largo del pasillo hasta colarme en la sala que considero mía y en la que encuentro mis pertenencias, mi ropa y mi descanso en silencio. Me siento en la pequeña mesa central y suspiro largamente con las manos temblando y el rostro acalorado con algunas gotas de agua deslizándose a través de mi rostro con una mueca subordinada. He tomado una decisión precipitada y el arrepentimiento comienza a hacer mella en mi cuerpo pero prefiero no pensarlo demasiado. Apoyando los codos sobre la mesa coloco mi rostro sobre mis manos pero el tacto del cuero de mis guantes me saca una mueca casi desesperada y me los arranco de las manos deshaciéndome de ese frío contacto. Cuando me encuentro entre el silencio y la soledad, un par de golpes llaman a la puerta y yo doy un respingo, levantándome y dando permiso a la vista. Seguro que es mi manager, pero al contrario de lo que pensaba, tan solo es un ayudante cualquiera que me mira mientras sujeta con una mano unos papeles y cuelgan de su cuello unos cascos con micrófono. Yo le miro aun enfadado y analizándole como  posible víctima de mi cólera pero él es rápido y conciso.

—Aquí hay dos hombres que quieren verle, Park. –Me dice el chico a lo que yo niego con el rostro.

—No quiero visitas de entrevistadores ni nada… no les dejes entrar. –Digo girándome a la mesa para recoger los guantes pero cuando oigo la puerta cerrase de nuevo, oigo que ha entrado alguien y me giro a dos hombres de traje elegante y con paraguas ambos negros, chorreando, con esa expresión de conocimiento de una persona mayor, entrada en años, pero ambos se ven jóvenes y con muecas animadas por la excitación del momento. Yo me les quedo mirando y ambos me devuelven una mirada seria—. He dicho que no voy a conceder entrevistas. –Digo pero uno de ellos, el más alto y con el pelo castaño, me mira negando con el rostro. De ojos café y labios grandes vocaliza mi nombre con una melosa voz.

—Park Jimin. ¿No? –Pregunta a lo que yo frunzo el ceño y él me sonríe con esa expresión de haber conseguido sorprenderme.

—¿Qué diablos quieres?

—Queríamos hablar contigo, si no es mal momento. –Me dice el otro chico, algo más bajo y flaco que el anterior, de rostro alargado y pelo cortado al ras de sus orejas. Cuando fijo la vista en él me devuelve una sonrisa amplia de dientes blancos.

—¿Tú qué crees? –Pregunto mientras aprieto con mis manos mis guantes.

—Creo que es el momento perfecto. –Me contesta al larguirucho y yo le miro de arriba abajo, con una expresión de soberbia.

—Pues yo creo que no. ¿Qué quieres? He dicho que no voy a conceder entrevistas ni autógrafos ni nada… —De nuevo esa expresión de negación del más alto—. ¿Qué diablos queréis entonces?

—Te venimos a proponer una salida.

—¿Una salida para qué?

—Una salida a tu vida de fracasado. –Yo frunzo el ceño ofendido y tiro los guantes de cuero sobre la mesa, acto que a ellos no parece ponerles nerviosos. Yo me cruzo de brazos.

—Fuera de mi sala…

—Te venimos a proponer un golpe. –Dice el larguirucho sin inmutarse por mis palabras a lo que yo abro los ojos y les miro a ambos, alternativamente, mientras intento descifrar sus palabras.

—¿Qué es un golpe?

—Un pelotazo. –Intenta aclarar el otro a lo que yo me muestro igual de dubitativo—. Venimos a proponerte un trofeo. –Dice y yo me muestro algo más interesado—. Serás el ganador de una gran suma de dinero. Pero tendrás que colaborar con nosotros.

—¿Por qué yo? ¿Por qué así de repente?

—No ha sido de repente, y te hemos seleccionado entre muchos otros.

—¿Por qué?

—Tienes las habilidades que necesitamos. Eres buen conductor y por tu expediente hemos observado que conduces desde motos hasta helicópteros. –Frunzo el ceño.

—¿Cómo habéis sabido eso?

—Lo sabemos todo. –Dice el larguirucho y yo les miro a ambos con una mueca de escepticismo.

—Si queréis a alguien que conduce bien, ahí tenemos a muchos ganadores. –Señalo la puerta pero no se inmutan.

—Tú tienes algo que no tiene los demás. –Frunzo el ceño—. Ansias de victoria. Solo tú aceptarías esto.

—¿Quién ha dicho que vaya a aceptar?

—¿Acaso tienes ya una alternativa? –Me pregunta el alto y yo le miro con una mueca nerviosa. Miro a todas partes, me miro las manos, miro alrededor y rescato los guantes de la mesa, con las manos temblorosas.

—¿Qué hay que hacer?

 

———.———

 

*El Circuito de Suzuka, oficialmente Suzuka International Racing Course, es un autódromo localizado en Suzuka, en la prefectura de Mie, Japón, unos 60 km al suroeste de la ciudad de Nagoya. Ha sido sede del Gran Premio de Japón de Fórmula 1 desde el año 1987 hasta el año 2006. Se utiliza también para otros eventos del deporte motor, tales como las 8 Horas de Suzuka del Campeonato Mundial de Motociclismo de Resistencia, los 1000 km de Suzuka del Campeonato Japonés de Gran Turismos, y fechas de la Fórmula Nippon.

 

 

 


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