DE VUELTA AL CIELO (YoonMin) - Capítulo 2

CAPÍTULO 2


YoonGi POV:

 

Ha anochecido más pronto de lo que me esperaba. Hace muchos años que ya no siento la presencia de luz ni la ausencia de ella. Noche y día me parece la misma aburrida combinación de lo más repugnante de una soledad que me consume por dentro. Caminar despacio por medio de calles desiertas, mientras sostengo una botella de cualquier líquido que me haga sentir levemente mareado. No me acostumbro aun a la sensación de ardor en mi estómago ni tampoco a la insufrible jaqueca al día después. No me hallo dentro de un cuerpo humano pero tampoco quiero reconocerme con dos grandes hachazos en la espalda, ni con restos de un cuerpo que ya no siento como mío. Me avergüenzo de él no por mis actos sino de mi propia creación la simple idea de haberle obedecido, de haber seguido a su lado habría acabado por matarme de todas formas por lo que he acabado comprendiendo que, pasase lo que pasase, fue lo mejor para ambos y ahora de nuevo con su recuerdo en mi mente me siento tan débil e impotente como me sentí los primero días de mi destierro. Añoro la forma en que lo dejaba todo en mis manos, su mirada de ánimo y sus palabras consoladoras.

La luna ya se ve a través de un edificio. Una gran luna casi llena que me hace querer destruirla solo porque alguien la pueda considerar bella. Pero dejo de verla en cuanto bajo mi mirada y me concentro en mis pisadas en el suelo. El sonido de su voz revolotea a mi alrededor pero solo es por el principio de ebriedad absorbiéndome. Cuando me acerco al bloque de edificios donde estoy residiendo me apoyo con una mano en la puerta de la entrada y doy otro gran trago de la botella en mis manos que ni sé aún qué diablos es. Tampoco me importa, me hace sentir menos vulnerable y eso me ayuda a seguir adelante. La puerta cede solo con el sentido de mi peso y cuando entro al oscuro pasillo del portal me conduzco sujetándome por la pared mientras camino lentamente intentando no hacer que este estúpido cuerpo ceda ante su propio peso. Cuando llego al ascensor me dejo caer dentro y me apoyo de espaldas al espejo para no verme y seguir bebiendo mientras poco a poco me convenzo de que pronto pasará su recuerdo y podré de nuevo hacer una vida que yo hubiera considerado normal.

Salgo del ascensor con una mueca cansada y camino de nuevo apoyándome en la pared hasta que toco con los dedos la madera de la puerta que corresponde a piso. Me apoyo en ella y la cerradura cede ante mi presencia. Lo hace con cuidado y procurando no sonar demasiado. Tampoco es que nadie esté vigilándome a estas horas pero igualmente, no me apetece escuchar el maldito sonido de la nada a mi alrededor y ante todo intento evitar sentirme aún más confuso y mareado. Cuando entro me sujeto a la puerta y entro en el interior hasta que me veo en la obligación de cerrar la puerta y lo hago dejándola ir poco a poco. Suspiro largamente cuando me quedo en el interior y me apoyo en la pared de la entrada. Dejo los zapatos por alguna parte y camino descalzo hasta el salón, aun a oscuras. Es una casa pequeña pero acogedora. Cuando me quedo en medio del salón puedo ver las figuras del mobiliario gracias a la luz de la gran luna entrando por la ventana del balcón y a través de las farolas de toda la calle que apuntan directamente a este edificio. También ayudan las luces de los coches de la carretera entre ambos bloques y solo con sentarme en el sofá y ponerme la botella cerrada entre las piernas, me dejo acunar por el silencio alrededor. Solo se escucha el leve tráfico a lo lejos a través del cristal y mi respiración entrecortada. No se me ocurre encender el televisor para escuchar la mediocridad de una odiosa sociedad ni tampoco encender la luz por miedo de verme reflejado en alguno de los espejos de esta estancia. Me limito a permanecer en silencio y con los ojos cerrados, concentrándome simplemente en el ritmo y el sonido de mi respiración. Unas palabras interrumpen mis pensamientos.

—Que casa tan mediocre… —Se queja una voz a mi lado en el sofá. Yo no necesito abrir los ojos para saber quién es, ni tampoco me sobresalto ni me alarmo. Sé perfectamente que no me iba a dejar ir tan fácilmente y él, al igual que yo, puede estar en todas partes incluso en mi más férreo subconsciente. Esta vez es, sin embargo, real. Yo, aun con los ojos cerrados y tras suspirar largamente, abro la botella de la bebida en mis manos con una mueca cansada.

—¿Qué esperabas?

—No lo sé. –Dice aburrido seguramente mirando alrededor—. Algo más… gótico. O barroco…

—¿Esperabas cuadros colgados como “El aquelarre” de Goya o la parte del infierno de “El jardín de las delicias” del Bosco? –Pregunto y él se ríe por la nariz mientras le doy un trago a  la botella. Lo hago despacio saboreando el líquido, centrando mis sentidos en ella esperando que al tragar él haya desaparecido, pero sigue ahí, parado a mi lado con sus manos sobre su regazo. En esta oscuridad, increíblemente, puedo ver aún su pálido rostro y el brillo de su cabello. Puedo distinguir la luz de su mirada a través de sus orbes negros, y creo que él puede reconocerme con dos grandes cuernos sobre le rostro como mera representación de mi condena. Del paso de los años en el infierno que han acabado por cambiar mi morfología.

—¿Ya te has pensado mi oferta? –Pregunta con un deje esperanzado en sus palabras y yo frunzo el ceño, siendo yo quien se ríe ahora de sus palabras.

—Creo que irme lanzando improperios es la mejor forma de negativa que puedo darte. –Le contesto—. Perdona si no ha sido muy explícito. No, no pienso acompañarte. Soy feliz aquí.

—¿De verdad? –Pregunta y no le hace falta más para que yo le mire con ojos ofendidos, con el rostro vuelto a él con una expresión enfadada por su intromisión en mi vida y en mi mente. También en mis verdaderos sentimientos que él conoce a la perfección. Él me hizo puro y retorció mi alma para albergar en ella esta clase de sentimientos como la frustración y la humillación. La vergüenza. La maldita vergüenza de una pérdida mayor que el propio rango de mi estirpe. Su pérdida.

—¿Qué te importa? –Le pregunto y su respuesta es rápida. Al parecer mi pregunta ha sido muy evidente.

—Me importas. –Contesta simple y serio. Con voz firme y ruda. Yo vuelvo el rostro a la botella en mi regazo y cierno aún más mi mano alrededor del cuello de esta. Me recoge con cariño, con una añoranza conocida de las noches en ebriedad.

—Tú a mí no. –Le contesto y él suspira largamente mirándose las manos sobre el regazo de forma que quede pensativo y puedo apreciar mejor su perfil. Recortado por la luz que entra desde la terraza se ve dulce y acaramelado. Ha escogido un rostro que le queda como un guante y puedo fijarme mejor en sus grandes mejillas, en sus protuberantes labios. En la forma de su pequeña nariz y en su expresión cansada y derrotada. Seguro que la mía no es diferente. Es la consecuencia de tantos años sobre nuestros hombros—. Me he pasado la eternidad aquí  varado y ahora te entran prisas por querer que vuelva. Apenas han pasado un par de horas. –Digo dejándome caer sobre el respaldo del sofá, y al terminar, me llevo la botella a los labios.

—Y pasaste otra eternidad a mi lado. –Dice, sin hacerme demasiado caso—. ¿Cuál de las dos prefieres?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Solo quiero saber…

—Saber mierdas. –Contesto serio y con una mueca enfadada—. ¿Crees que te escogería a ti después de que me expulsases de tu lado? Pudiendo estar aquí fornicando con cualquier cosa que se me ponga delante, pudiendo matar sin castigo, beber sin morir. Aquí hay una libertad que a tu lado estaba censurada.

—¿Me cambiarías por un par de putas? ¿Por una botella de vodka?

—Te cambiaría por la más mísera limosna. No vales nada. –Le digo y le miro serio, a lo que él me retira la mirada dolido.

—Yo te lo di todo. –Se lamenta—. Te di mi tiempo, mi vida, mi dedicación, mis conocimientos. Te di la más absoluta belleza, toda la inteligencia que pudieras albergar. Te di el valor y la fuerza.

—Te faltó darme libertad de decisión.

—La tuviste igual, aunque a mi costa. Traicionándome. –Yo no contesto, rodando los ojos como signo de mi completa exasperación—. ¿Qué es lo que te ata tanto a este sitio para que no quieras regresar?

—¿Te sorprende que no caiga en tus brazos para llevarme de vuelta? ¿Es eso lo que te hace tan obstinado?

—No comprendo qué hay aquí…

—Todo esto es tu creación. ¡Tú sabrás que hay de bueno aquí!

—Nada. –Sentencia, serio—. Desde que tú pusiste un pie aquí no hay nada de lo que enorgullecerse. –Se levanta con un resoplido y pienso en la posibilidad de que se vaya, pero solo intenta hacer más violento su argumento—. Has reducido mi creación a cenizas. Has pervertido la mente de todo humano que haya nacido en este desierto de hipocresía y maldad. Los has envenenado con crueldad hasta volverlos autodestructivos. ¿Hasta qué punto has llegado en que la muerte está al orden del día? ¿Cómo es posible que haya tanta violencia, tanto abuso, tanto desorden? Cuando cree todo esto era tan solo un paraje libre de pecado y vergüenza. Ahora los humanos se esconden en sus casas con el sonido de los bombardeos a lo lejos. Se matan con extrema violencia hasta que caen exhaustos. Han dejado el amor a un lado. Ni siquiera saben qué diablos significa eso.

—¿Acaso tú sí? –Le pregunto pero él ignora mis palabras.

—¿Cómo es posible que hayas hecho esto tú solo?

—No he estado solo. Me expulsaste con todos aquellos ángeles que también se rebelaron contra ti.

—¿Y a esto os habéis dedicado? ¿A destruir mi creación?

—¿Esperabas otra cosa diferente?

—Empezaste pervirtiendo a mi Eva. –Dice y sus palabras me hacen sentir arder por dentro. Los celos se apoderan de mí con una mueca de asco que se reproduce en mis facciones. Él me mira desde la altura, serio y yo desde mi lugar en el sofá, mucho más hierático que él—. Desde que ella mordió aquella manzana su semilla estaba sembrada de perversión.

—Caín y Abel. –Le digo con una mueca de superioridad—. Son la mejor representación del celo que he visto nunca.

—¿Te enorgulleces de lo que sucedió aquél día? –Me pregunta, ofendido.

—Estuve expectante en todo momento, y lo sabes. Fue maravilloso, la brutalidad con la que un hermano mata al otro por el mero reconocimiento paterno. Y el tuyo.

—Yo no quería que muriese. –Dice, triste.

—Pero lo permitiste. –Le digo, cínico—. Lo dejaste morir porque querías comprobar si realmente era capaz de hacerlo, corroborando que ningún humano volvería a ser fiel a ti ni te volvería a venerar con ciega diligencia. ¿Acaso no fue visceral?

—No.

—Fue tu culpa, no mía. –Sentencio a lo que él me mira con ojos sorprendidos por mis palabras—. Si le hubieses reconocido el mismo mérito que a su hermano él no se habría sentido celoso.

—Tan solo lo estaba poniendo a prueba. –Dice.

—Pues te salió mal la jugada. –Digo yo alardeando—. De todas formas no habrías sabido sobrellevarlo. Nunca se te ha dado bien reconocer el mérito de otros. Siempre te has creído la omnipotencia suprema pero sin tus ángeles custodiándote, acatando tus normas y haciéndolas cumplir, no serías nada.

—No estamos hablando de Caín, ¿verdad? –Me pregunta suspicaz y yo frunzo el ceño con una mueca de vergüenza.

—Nunca hablamos de lo que realmente parece que hablamos. Nos escondemos entre las palabras para darnos a entender con sutileza. Aquí en la tierra las cosas son así. Nunca son directas ni simples. Todo es confusión y complejidad. Odiaba la forma en que las palabras eran siempre duras y firmes. ¿Dónde estaba el encanto de lo absurdo?

—Comienzas a desvariar. –Me dice arrancándome la botella de las manos a lo que yo la doy por perdida y ni me esfuerzo en recuperarla. Sus efectos están conmigo, ya no la necesito.

—Sé muy bien lo que digo, bastardo. –Le digo con el ceño fruncido. Él sujeta mi botella con nerviosismo—. ¿Acaso no te he respondido ya? No quiero saber nada de ti, de tu maldito cielo, ni de tus normas. Vienes aquí y me ofreces volver como si nada. ¿Y qué gano yo con eso? ¿Acaso crees que el hecho de volver es ya un premio?

—Pensaba que te alegrarías de regresar.

—Si regreso no será ni por voluntad propia ni gratis. –Le contesto a lo que él se queda pensativo.

—No es que este sitio te guste, es que no quieres regresar allí… —Piensa en alto y después de su cavilación me mira iluminado por la verdad que se refleja en mi rostro—. ¿Te da vergüenza volver?

—No quiero volver. Punto. –Sentencio sintiendo que puedo estar al borde de la debilidad. Al verme en ella, él deja la botella por alguna parte y se sienta de nuevo a mi lado pero en esta ocasión su pierna queda justo al lado de la mía, presionándome con fuerza e insistencia. Puedo sentir su cálido aliento chocar contra mi rostro y la forma de sus ojos mirándome con intensidad. Pudiera estar a punto de enrojecer si simplemente girase el rostro para verle pero no lo hago. Me mantengo impasible mirando al frente.

—Lo siento, no lo había visto desde esa perspectiva. –Yo sigo sin hablar. Ahora extraño la botella en mi mano para tener un punto fijo donde mirar—. Perdóname. Entiendo que puede ser algo vergonzoso. Hay mucha gente allí arriba que no estaría de acuerdo con esto…

—¿Y por qué insistes? ¿Quieres que haya más gente en contra? –Le pregunto.

—No le temo a nadie más que no sea a ti. –Me contesta con voz tranquila y pausada a lo que yo siento un escalofrío. Reconozco su tacto en mi mano. La ha posado sobre la mía en mi regazo y estoy a punto de dar un respingo y quitármela de encima, pero él aprieta suavemente su agarre y me dejo llevar por él, sintiendo que libero presión de alguna parte de mi conciencia. No soy el único con poder de persuasión en esta sala.

—¿Me temes? ¿Es por eso que vas a dejarme volver? ¿Para que deje de ser la competencia? –Niega con el rostro pero yo no le doy tiempo a contestar—. Si es por eso no te preocupes. Ya me siento cansado de pulular por aquí y por allá.

—¿Entonces?

—Me limito a satisfacer mis instintos básicos y punto. ¿A quién le importa aun este páramo desierto? Aún recuerdo cuando lo pusiste a mi cargo. Lo odié desde el principio y ahora, después de estar aquí durante tanto tiempo, ya no sé ni qué pensar. No encuentro mi lugar entre ellos, pero tampoco lo hallaré en el cielo.

—Tu lugar está a mi lado. –Me dice en un susurro y ahora sí que no puedo evitar girar el rostro para verle con su intensa mirada profanarme el alma. Soy el primero en romper el contacto visual y cierro los ojos suspirando largamente.

—¿A tu lado? –Pregunto en el mismo tono pero con un deje de sarcasmo y escepticismo—. ¿Para ser tu esclavo de nuevo? ¿Me darás otra Tierra de la que cuidar? Esta vez sin personas ni animales ¿verdad? Me dejarás allí y me olvidarás como hiciste la última vez. Cuando intenté reclamar tu atención ya será demasiado tarde…

—Mi pequeño ángel… —Me llama y al instante se me pone un nudo en la garganta por oírle de esa forma hacia mí. Hace muchos años que no soy un ángel, y menos su pertenencia, pero siento renacer unas alas en mi inconsciente tan solo con sus palabras. Me veo de nuevo en el cielo, a su lado, y sin darme cuenta aprieto mi mano bajo la suya, con fuerza—. …veo tanto rencor en tu alma… —Se lamenta y yo cierro los ojos.

—Ves lo que hay. –Le contesto sincero y él chasquea la lengua. En la oscuridad de mis párpados siento el peso de su cabeza apoyado sobre mi hombro y el olor de su pelo impregnando mi ropa. Tendré que quemarla más tarde porque no soportaría tener ese olor por todas partes danzando de forma aniñada en mi subconsciente. Con una mueca de incomodidad frunzo los labios y él suspira apoyado en mi hombro. Su mano sobre la mía le hace darme la vuelta y entrelaza sus dedos con los míos sobre mi regazo. La sensación es terriblemente surrealista. Me siento perdido dentro de esta realidad que se me muestra tan abstracta y una parte de mi intenta pensar que esto no es más que una estratagema para llevarme de vuelta el cielo pero otra mucho más endiablada me recuerda que esto no es más que una trampa para acabar conmigo, como lleva haciendo desde que caí en este desierto de moral corrompida—. Vas a matarme, ¿verdad? –Pregunto con sinceridad a lo que él se levanta de mi hombro y me mira directo al rostro, pero al yo no corresponderle, suelta el agarre en mi mano y gira mi barbilla para tenerme de cara a él.

—Nunca destruiría lo mejor que he creado.

—Me echaste de tu lado. Me convertiste en esto… esto que soy ahora… —Digo mirándome de arriba abajo y él niega con el rostro.

—Sigues siendo lo mejor que tengo. –Contesta y acaricia mi mejilla con sus pequeñas manos rosadas. Cierro los ojos por el dulce y cálido contacto sobre mi piel fría. Me deshago en el olor de esas a través de mi cara. Tendré que arder yo también después de esto.

—Aún no lo entiendo. –Digo, confuso—. ¿Solo pretendes que me quede ahí, sin más? ¿Sin hacer nada más que mirar como el resto de ángeles me recorren con su vanidosa mirada de mierda...?

—No lo digas así.

—Es lo que pasará si voy. Me mirarán de arriba abajo juzgándome. Algunos con miedo, otros con rencor. Nadie tiene más rencor que yo en mi mente y juro que podría hacer el cielo arder si alguno de tus malditos ángeles se le ocurre dirigirme la palabra con acusaciones egocéntricas.

—No dejaré que pase. –Dice serio, cogiéndome del rostro.

—No piensas en las consecuencias de tus actos. –Le digo y de mis labios suena demasiado hilarante. Me mira con una triste sonrisa.

—No paro de pensar en ellas. No puedo parar de pensar en lo que te ha sucedido por mis decisiones.

—Déjalo ya. –Le aparto el rostro y me levanto con la urgente necesidad de agarrar de nuevo el cuello de la botella pero él me detiene sujetando la manga de mi camisa y, al volverme a él, se levanta y me agarra con más fuerza del brazo. Se me queda mirando con una seriedad triste que no puede ocultar y acaba acercándose peligrosamente a mí. El silencio ha dejado de ser incómodo. Se ha vuelto tranquilo y necesitado. Las palabras estorban lo suficiente como para vernos obligados a desecharlas. Nos sumimos en el cálido compás de neutros corazones de cuerpos humanos y los dejamos sonar como una melodía de fondo en la estancia. Él acerca su cuerpo al mío hasta que nuestros pechos chocan. Después nuestras narices y hunde su rostro sobre el mío apoyando su frente sobre la mía. Siento su aliento colarse por los poros de mi pie igual que su irresistible olor y la textura de su cabello en mi mano que en ningún momento le he dicho que se alce de esa forma. Le acaricio la nuca y le presiono contra mi igual que él se apoya con sus manos en mi hombro y mi brazo. Nuestras respiraciones, nuestro aliento chocando, la sensación del contacto después de tanto tiempo y su cálida piel chocando con el frío de la mía creando un escalofrío, el mismo, que nos recorre a ambos.

—Mi ángel… mi pequeño ángel… —Suspira contra mis labios.

—No lo hagas… —Suspiro, sabiendo qué pretende.

—¿El qué?

—Llamarme así. No me hagas esto.

—Te creía más resistente. –Suspira y acaba por cernirse sobre mi cuerpo abrazándome con fuerza y necesidad, escondiendo su rostro en la línea de mi cuello, con lo que yo abrazo su cintura y su nuca. Nunca me habría dado cuenta de cuánto lo añoraba sin este abrazo. Un abrazo sin más que apacigua las llamas de mi chamuscado corazón—. Perdóname por todo, mi pequeño angelito… —Susurra y cuando se separa de mí me produce una sensación de vacío que solo deseo estrecharle de nuevo entre mis brazos, pero el orgullo me lo prohíbe. El maldito orgullo acaparador de cualquier otro impulso de un sentimiento tan necesitado como el del amor que le tengo.

—Mi respuesta sigue siendo no. –Digo con una mueca seria, a lo que él no se muestra decepcionado.

—Si cambias de opinión… solo piensa en mí. –Me dice, y vuelve sus manos de nuevo a mis mejillas. Cierro los ojos con la sensación del contacto. Siento su presencia acercase peligrosamente y de repente, nada. La nada más absoluta. El contacto desaparece, su olor aún permanece pero el calor de sus manos sobre mí se evapora como el humo en un espacio abierto. Se esfuma y yo me quedo ahí parado mirando a la nada con las piernas flaqueando y una expresión derrotada que muestra mi verdadero miedo a su imponente presencia.

 

 

 

 

 Capítulo 1                    Capítulo 3                                              

 Índice de capítulos                                              

Comentarios

Entradas populares