DE VUELTA AL CIELO (YoonMin) - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
YoonGi POV:
Una canción de Black Veil Brides* suena desde
mis auriculares colándose a través de mis oídos, haciendo vibrar todo mi
cuerpo. El sonido del bajo cautivándome alrededor, mis dedos tamborileando
sobre la mesa de madera con olor a canela que sorprendentemente no me
desagrada. El tacto es suave y la madera está bien pulida, bien barnizada. Es
la espera lo que me mata y es irónico, dado que tengo todo el tiempo del mundo
para esperar por el café que he pedido. Alrededor no oigo más que la música en mis
auriculares, pero el resto de mis sentidos no se ven oprimidos. Con mis ojos
puedo ver a las personas ir de un lado a otro dentro de esta cafetería, con la
primaveral luz entrando por la ventana y el calor comenzando a invadirnos
lentamente. Una nueva estación, una más a la lista del tiempo que pasa tan
lentamente como una tortura bien planificada. Alrededor huele a canela, a café
y sobre todo a un dulce olor a chocolate y vainilla por alguna parte. Lo
detecto a mi espalda donde hay una madre con dos niños, cada uno con un batido
de los sabores que acabo de mencionar. Suspiro largamente y miro el asiento
vacío delante de mí con una mueca de nostalgia al no reconocerme en esta
melancolía de una tarde primaveral en donde
solo puedo pensar en una cosa. El dolor de un recuerdo que me crea una angustia
de la que se alimenta mi alma. Ese es mi combustible, el odio más primitivo.
Afuera sopla una suave brisa que entra cada vez
que alguien entra o sale del local. Se cuela a ras de suelo y llega a mis pies
haciéndome sentir algo fuera de un constante tedio. Bajo mis manos sobre la
mesa, un libro. Uno cualquiera, ni siquiera lo he mirado antes de salir de la
tienda y ni una página he leído aún. Espero por mi café que me reconforte en
esta amarga agonía del paso del tiempo con una dulce esencia caramelizada. Mi
asiento se mueve sin que yo haya ejercido fuerza sobre él y puedo ver como uno
de los niños sentados en la mesa de detrás acaba de empujar mi silla al bajarse
él de la suya. Le veo correr lejos en dirección al baño correteando con esa
expresión asquerosa de la inocencia y bondad de un alma sin marchitar. Me giro
un poco más para ver a la madre que, sabiendo que me ha molestado su hijo, no
hace nada para disculparse y me ignora con un rostro alienado con la soberbia
humana. Me muerdo el labio inferior regresando de cara a mi mesa y suspiro
largamente asqueado con esta repugnante raza y con la creación alrededor.
La camarera aparece por mi derecha para
servirme el café y lo hace con este de la mano y una sonrisa que se desvanece
con mi mirada fría e inmisericorde. Me dice algo parecido a “Aquí tiene su
café…” pero al estar con la música a todo volumen me limito a volver la mirada
a mi mesa, al lugar exacto al que debe colocar el plato con el café. Ella lo
hace con manos temblorosas, casi como si pudiera ver mi alma a través de mis
ojos y regresa a la barra mirándome de reojo esperando porque no la siga
mirando de esta forma que es la única forma en la que sé mirar ya. Otra
repugnante humana merodeando por esta tierra pagana con esa chulería impropia
de alguien que ha sido un juguete, un mero entretenimiento. Desviando la mirada
al café me descubro con el dulce olor del azúcar y el caramelo sobre la nata de
este, me lo acerco suavemente y rodeo la taza con mis manos sintiendo el calor
poco a poco propagarse por este cuerpo humano. Con camisa negra y pantalones de
igual color, con el pelo oscuro y facciones serias es lo más parecido que he
encontrado al reflejo de mi alma en esta tierra desierta de criterio. Aún recuerdo
mis alas. Aun recuerdo la sensación de la dulce luz de en el reflejo de mi
mirada.
Como un intenso choque inexplicable de
adrenalina, algo recorre impulsivamente y repentinamente mis venas. Viaja por
mis arterias hasta corroerme de forma confusa y compleja. La música ha pasado a
ser un segundo plano dentro del dolor en mi cuerpo, de una sensación que
comienza a consumirme antes de que yo pueda hacer nada. Reconozco la sensación,
a pesar de todo, pero no quiero reconocerme en ella. No ahora, no en este instante
de debilidad. No en este lugar. Como una sombra pasa por mi lado un cuerpo
humano con una humeante taza de café con leche que se desplaza sobre dos
pequeñas manos que lo sostienen con un cuidado extravagante. Con una delicadeza
de unas manos blanquecinas, tiernas, lechosas y acarameladas. El blanco de su
jersey me sorprende y me hace dar un respingo al sentirlo tan cerca de mí al
pasar por mi lado. Este cuerpo se desplaza hasta quedar al lado del asiento
vacío frente a mí y distingo entre su cuerpo una iniciativa por sentarse.
Primero deja la taza sobre la mesa, a menos de medio metro de distancia de la
mía, y después apoya sus pequeñas manos sobre la madera de forma que le ayuden
a sentarse. Lo hace con cuidado, casi como si flotara en el aire y solo
entonces, cuando se ha instalado en el asiento frente a mí, alzo la mirada a su
rostro.
Un rostro aniñado, un dulce rostro de piel
lechosa y labios rosados. Hinchas mejillas que en una avergonzada sonrisa hacen
esconder sus ojos. En la leve oscuridad de estos en donde me siento reconocido
y él me devuelve ese reconocimiento en forma de confirmación de mis sospechas.
Su cabello rubio moviéndose con cada leve gesto de su rostro, sus dientes
blancos sonriéndome con nostalgia, sus manos rescatando la taza de café y
bebiendo de ella en forma de hacer algo que no sea limitarse a quedarse ahí
plantado sin más. Yo sigo inspeccionando cada parte de su anatomía
incomprensible. Es una compleja sensación, la de reconocerle pero a la par,
evitar que mis sentidos me engañen. Huele a colonia de fresas, a un dulce aroma
a naturaleza que me da un vuelco al estómago. Su rostro parece casi un reflejo
de un rayo de sol al penetrar en un agua cristalina en medio de una frondosa
fauna y flora. Es la viva imagen de la belleza y sin embargo no le reconozco en
sus facciones, sí en la forma en que sus ojos me devuelven una mirada
acusadora. Aun recuerdo su condena, aun recuerdo su desprecio.
Y de vuelta frente a mí me hace recordar muchas
más cosas, una entre ellas, es quién soy yo, y eso duele. Por un acto reflejo
de sus labios a punto de hablarme me quito los cascos y apago la música. Oír el
ambiente me hace sentir claustrofóbico y agobiado. Su voz es sin embargo algo
tranquilizador y ajeno a todo lo que hay alrededor.
—Hola. –Me dice en una lengua que no es la
nuestra, con unas facciones que no le hacen justicia, con una mueca de añoranza
que pretende enternecerme pero yo me he vuelto frío como el hielo y duro como
el mármol. Soy una fría estatua de mármol, sin espacio para la cálida sangre
recorriendo mis venas.
—¿Hola? –Pregunto mientras le veo mirarme de
esa forma al no reconocerme en mi voz pero sí en el tono de mis palabras y en
el movimiento de mis gestos. Al fin y al cabo, yo también formo parte de su
creación. ¿Cómo no me reconocería?—. ¿Eso es lo primero que me dices, después
de tantos años? –Le pregunto con voz socarrona y una mueca de superioridad y
soberbia. Él no cambia su expresión dulce y comprensiva.
—No han sido tantos. –Dice con una mueca
sonriente pero yo le devuelvo una mirada fría y distante que le hace descender
sus comisuras, reconociendo en su mentira—. ¿Cómo estás?
—Eso tampoco es muy acertado. –Le recrimino de
nuevo, dado que es el culpable de cualquier situación en la que me encuentre,
es conocedor de ella y no solo eso, es capaz de cambiarla a su gusto pero no lo
hace. Se limita a preguntar cómo estoy y eso le torna de un cinismo que tan
solo yo puedo ver. Al parecer, ni él se percata de ello, lo que me hace arrugar
la nariz—. ¿Qué haces aquí?
—¿No puede un chico corriente tomarse un café?
–Pregunta señalando la taza de café entre sus manos y se la lleva a los labios
con un gesto tranquilo, mirándome por encima del borde de la taza la cual me
resulta algo intimidatorio, pero no lo suficiente como para retirarle yo mi
mirada. Se la mantengo con una expresión seria y aburrida.
—Ni eres un chico normal ni has venido por el
café.
—Parece que me conoces bien… —Se lamenta.
—Ni sabes mentir, ni esto es un encuentro
casual. ¿Verdad? –Asiente con un dulce y rosado puchero formado por sus labios
y le miro directamente a ellos. Esa expresión se la he visto cientos de veces
pero jamás le había recordado tan infantil, tan aniñado. De veras que cuando
creía que nunca le olvidaría, ahora me doy cuenta de las pequeñas cosas que he
ido olvidando de él. Sus gestos, sus acciones, pero nunca esa forma de mirarme,
tan paternofilial.
—Me temo que me has pillado. –Dice, con una
sonrisa avergonzada y tras ella, un suspiro. Yo chasqueo la lengua y me vuelvo
a poner los cascos de música ante su mirada perpleja y tras probar un sorbo de
mi café, abro el libro por la primera página que encuentro. Ni me inmuto solo
por hacerle rabiar pero él extiende una de sus manos a uno de mis auriculares y
me deja de nuevo expuesto a los sonidos del ambiente. Cuando le devuelvo la
mirada le encuentro con una expresión enfadada y ofendida por mi mala
educación.
—Después de tanto tiempo, ¿ni siquiera me vas a
prestar atención?
—¿Por qué he de hacerlo?
—Porque he venido a hablar.
—No quiero hablar contigo. –Sentencio y vuelvo
a dirigir el auricular a mi oreja pero con un gesto de su mano me detienen en
el aire. Yo le miro enfadado, con la impotencia apoderándose de mi cuerpo y con
mi mano agarrada por su pequeña mano lechosa. Su agarre es más fuerte de lo que
pareciera a simple vista y eso me hace detener mi chulería, quitándome
definitivamente la música. Dejo el móvil sobre la mesa junto con los cascos y
cierro el libro tirándolo al lado de mi taza de café—. ¿A qué diablos has
venido? –Le reclamo.
—A hablar. –Sentencia y yo ruedo los ojos.
—¿Por qué?
—¿Y por qué no? ¿No puedo hacerlo?
—No deberías. –Le advierto—. Pensé que tras
dejarme aquí tirado ya no querías volver a saber de mí. –Le recuerdo y suspira
apartándome la mirada.
—Solo quería verte de nuevo. –Murmura por lo
bajo mirándose las manos sobre la mesa alrededor de la taza de café y yo le
retiro la mirada, sonriendo sarcástico sin creerme sus palabras.
—No me digas que no me has estado vigilando… —Le
inquiero y él sigue sin mirarme—. ¿Crees que no puedo sentir como me observas?
¿Cómo me espías? Sé que mandas a tus querubines a importunarme. –Le espeto con
voz asqueada y él me devuelve una mirada algo avergonzada mientras suspira por
lo bajo. Con sus dedos comienza a tamborilear su taza en sus manos. En ese
silencio en que nos dejan la ausencia de palabras puedo ver que incluso en su
rostro las sombras que se proyectan sobre él son suaves y poco pronunciadas,
mientras que en mí deben parecer algo más contrastadas. Con una mueca bebo un
poco del café delante de mí y él vuelve a hablar.
—Lucifer, yo…
—No. –Le corto, al oír mi antiguo nombre de sus
labios con esa expresión tan cordial—. No me llames así. Ya no soy el “Portador
de la luz”. –Le espeto a lo que él asiente, consciente de ello y siendo presa
de su propio error.
—Satanás… —Se corrige pero yo niego de nuevo
con el rostro. De sus labios es incluso peor que antes. Me recuerda a la
sentencia de sus labios con esa mirada de asco que aún sigue dando pesadillas.
—No lo digas. –Le riño y él me devuelve una
mirada confusa y extrañada—. Dime simplemente Yoongi. –Le digo a lo que él
parece ser la primera vez en que cae que no tengo el rostro que recordaba, pero
eso no ha parecido preocuparle hasta ahora. Me recorre con la mirada de arriba
abajo y se da cuenta de que, al igual que yo con él, no nos vemos reconocibles
en nuestros rostros y sin embargo, aquí estamos. Perdurando a nuestra propia
creación.
—¿Yoongi? –Pregunta, como saboreando el nombre
y cavilando la posibilidad. Asiente, convencido—. Me gusta. –Sentencia con una
sonrisa. Una enorme sonrisa que me conmueve y me asquea al mismo tiempo, ambos
dos, por ser culpable de ella—. En ese caso, llámame Jimin.
—Jimin. –Repito el mismo proceso que él. Lo
digo en alto y proceso como suena con mi propia voz—. No me gusta. –Reconozco y
vuelve a reír de esa forma igual que antes. Yo entrecierro los ojos porque su
brillante sonrisa me hace sentir impotente.
—¿Cómo has estado? –Me pregunta y le miro con
los ojos entrecerrados. Cuando me planteo la seria situación de contestarle, no
se me ocurre qué decirle. No he estado bien, pero no he estado peor de lo que
debería. Le soy sincero.
—No sé que responderte a eso. –Le digo y
tamborileo con mis dedos sobre la tapa dura del libro y él lo mira, pensativo
pero sin estar con la mirada fija en él, más bien parece absorto.
—Yo he estado bien. –Dice como si realmente me
importase y ruedo los ojos con una expresión cansada.
—No te he preguntado. –Le digo y él se encoge
de hombros sin mirarme.
—Te he echado de menos. –Reconoce de repente
haciéndome mirarle con ojos entrecerrados.
—Tampoco te he preguntado eso.
—Solo quería decirlo. –Reconoce llevándose el
café a los labios.
—Pues me haces sentir ofendido. –Le digo y él
me mira desazonado.
—No pretendía hacerte sentir así. Solo es la
verdad.
—La verdad. –Digo yo, frunciendo el ceño—. La
verdad es que estamos así por tu culpa. –Le espeto haciéndole sentir
tremendamente confuso y dolido.
—No seas cínico. Lo echaste todo a perder con
tu maldito orgullo y vanidad. –Me dice con una mirada intensa y ojos oscuros.
Yo le correspondo con la misma expresión.
—Me echaste de tu lado. –Le digo, con palabras
gruesas.
—Tú quisiste marcharte. Me traicionaste,
YoonGi.
—No lo hice. Cumplí tu mandato. Me asignaste la
tierra para ser su protector y así fue.
—Te regodeaste en tu autoridad para echarla a
perder. Se te fue de las manos.
—Oh, no creas que hice algo que no quisiese
hacer. Todo estaba bien pensado. –Le digo con una sonrisa malvada—. Y estos
humanos son tan débiles… —Miro alrededor.
—Menos mal que mandé al Arcángel Miguel a
detenerte, no quiero imaginarte qué habrías hecho con mi creación si te llego a
dejar seguir con tu trabajo.
—¡Yo soy tu creación! –Digo exaltado,
golpeándome el pecho haciendo que algunas personas se giren a nosotros, pero
Jimin disimula bien y yo bajo la mirada, abochornado por mi propia ira
recorriéndome a través de cada célula de mi cuerpo. Cuando retomo el control
sigo con mis palabras—. Yo también fui tu creación, también te pertenecía, y me
echaste a patadas de mi lado.
—Solo acaté las normas, algo que tú debiste
hacer.
—Tus propias normas, bastado hipócrita. –Le
digo apretando la mandíbula pero él no cae presa de mi pérdida de control—.
Joder, maldita sea. –Me quejo impotente y me saco un paquete de cigarrillos y
me llevo uno de ellos a la boca sintiendo ya el amargo sabor de este en los
labios. Lo enciendo con la llama de un pequeño mechero de plástico que rescato
de mi bolsillo en los pantalones y le doy una larga calada sintiéndome mejor
con el espesor del humo alrededor y el calor entrando por mis pulmones. Su
sabor, la forma en que conforma ahora parte de mí y de mis labios. A la segunda
calada viene una camarera preocupada por el humo en el interior del local y por
uno de los niños en la mesa trasera tosiendo. La madre comienza a ponerse
nerviosa y la camarera me pide amablemente que apague el cigarrillo. Mi única
respuesta es echarle el humo de mi segunda calada en el rostro a lo que ella
retrocede un par de pasos asustada y tosiendo. Jimin rápido lleva su mano a mi
cigarrillo y me lo quita, dejándome con una mueca ofendida, y lo tira dentro de
mi café haciendo que ambas cosas se hacen a perder. Yo me quedo mirándole con
una mueca de enfado y este mira a la camarera con una sonrisa terriblemente
apacible y sonrojada.
—Disculpe, señorita. De veras, perdone por las
molestias. No volverá a pasar. –Ella, presa de su encanto y concordia, se aleja
con una sonrisa que la deja en un estado medio drogada. Ojalá yo tuviera esa
facilidad para convencer a la gente, esa imperiosa necesidad de acatar unas
órdenes que no sabes de donde vienen pero mueres por ellas—. ¿Podrías al menos
comportarte? –Me recrimina, con voz poderosa y yo le devuelvo una mirada
desafiante.
—Ya no me das órdenes. No soy uno de tus
malditos lacayos.
—Sé que ya no me perteneces. –Dice con voz
dolida—. Pero podrías al menos escucharme.
—No quiero hacerlo. No quiero saber nada de ti,
nunca más. Me traicionaste.
—¿Yo a ti? Fuiste tú quien me desobedeció.
—¿Es que no lo entiendes? Sigues igual de ciego
que siempre.
—¿De qué hablas?
—Yo era tu maldita primera creación. –Le digo
señalándome el pecho—. Yo fui el mejor. –Digo y él no me deja terminar.
—Lo sé. –Me responde con una intensa mirada—.
Eras el más listo, inteligente, hermoso Ángel que jamás habría creado.
—Fui tu favorito. –Digo y él asiente triste,
mirando su taza de café.
—No he querido a nadie como te quise a ti.
–Dice pero yo niego con el rostro.
—Eso es mentira. –Él me devuelve una mirada
confusa—. Tuviste que crearles a ellos, ¿verdad? –Miro de reojo a la gente
alrededor—. A mí me diste a cuidar un páramo desierto y tú te quedaste con esos
dos malditos humanos en aquél jardín. Me olvidaste.
—No te olvidaría por nada del mundo. Espera…
¿Qué intentas decirme?
—Intento decirte que me diste de lado y ellos
pasaron a ser el centro de tu atención.
—¿Sentiste celos? Eso no es normal en un Ángel.
—Lo era, para mí. Yo fui tu favorito y me vi
desplazado por dos ratas inmundas que solo hacían que copular, comer y engordar
como cebos para peces más grandes. Eran pequeños animalillos enjaulados pero
robaban cada gramo de tu atención.
—No sabía que te sentías así.
—Nunca me perdonaré haberme sentido de esa
forma por dos sacos de carne con huesos. Yo tenía dos alas preciosas, era el
Ángel más inteligente, el más hermoso. Y me sentí intimidado por aquellas dos
ratas de laboratorio.
—¿Por eso los engañaste?
—Tenía que hacerlo. Me comprometí a enseñarte
que eran dos débiles animales idiotas. Ella era la más frágil de los dos y con
solo presentarme allí y decirles que con morder de aquella manzana se
convertirían en dioses, ella no dudó un solo instante. Eran débiles, codiciosos,
vanidosos. A pesar de que tú creyeses que no lo eran. –Jimin me mira con ojos
tristes y yo le retiro la mirada—. Al parecer siempre tus primeros resultados
salen mal.
—No digas eso. –Me dice—. No me arrepiento de
haberte creado.
—¿Y porque me echaste de tu lado?
—Tuve que hacerlo. Eran las… —Está a punto de
repetir su argumento pero se detiene a tiempo con una mueca confusa.
—¿Sabes qué? Ya da igual. Me encuentro muy a
gusto vagando por la Tierra a mi antojo, pervirtiendo las mentes de los hombres
inocentes y promulgando la mía donde quiera que haya un solo rayo de luz.
—¿Estás bien?
—Sí. Incluso mucha gente me venera. Tienen
estatuas de mí y todo. El Ángel Caído de R. Bellver*, en Madrid, o el Genio del
mal de Guillaume Geefs*.
—Lo sé, las he visto.
—¿Crees que me parezco? –Pregunto divertido
mientras expreso un rostro pensativo a lo que él niega con el rostro.
—Eres mucho más hermoso que eso. –Dice sin
mirarme y sonríe tímido mientras yo le retiro la mirada, sintiendo como mis
malditas mejillas humanas se calientan. Él se aclara la voz y habla de nuevo—.
Yo les doy la vida y ellos adoran a quien les da caramelos…
—Así son los humanos, siempre caprichosos e
insatisfechos.
—Los has vuelto así. –Me dice con una sonrisa
pícara pero yo niego.
—Vienen así de fábrica, me temo. Igual que yo.
–Él niega ahora.
—Tú eras perfecto. –Me dice y rápido sus ojos
son conscientes de que acaba de alagarme con ternura y me mira avergonzado
desviando la mirada. Yo no dejo que lo haga y le llamo la atención.
—¿Lo era? ¿Ya no lo soy? –Pregunto y él se
encoge de hombros.
—Ahora eres malvado.
—¿Ya no tengo mis alas? Me las arrancaste. Ya
no tengo luz, tú me quitaste todo rastro de bondad con tus actos.
—Debías caer.
—¿Así es como lo llamas? ¿Caer? Me tiraste.
–Jimin suspira y se queda largo tiempo pensativo. Rodea con sus manos la taza
de café y bebe de ella. Se mira las manos, la mesa, la taza, y de nuevo, su
mirada acaba en mí y me recorre el rostro con esos profundos ojos oscuros que
me hacen querer retirarla también pero me muestro valiente para aguantar lo
suficiente como para no parecer intimidado. Alzo las cejas con una
interrogación en mi rostro y él niega con el suyo—. ¿Así que esto es para lo
que has venido hasta aquí? ¿Para verme? –Él niega con el rostro pero no dice
nada y se mantiene en silencio un poco más, pensativo. No me gusta esa
expresión en su rostro. Esa mueca preocupada, acongojada. Me hace recordar
muchas cosas, muchos momentos. Me hace pensar que algo le sucede y me siento culpable
de ello. La culpabilidad es uno de los sentimientos que tanto tenía olvidados.
Verme en él, reconocerlo en su mirada me hace querer arrancarme el trozo de
hielo que tengo como corazón y dejarlo sobre la mesa frente a él.
—No solo por eso. –Dice al fin mirándome serio—.
He venido a proponerte algo.
—¿Qué has venido a proponerme? Esto suena muy
raro. –Digo y él se encoge levemente de hombros cogiendo aire. O tal vez valor.
—¿Qué te parecería volver al cielo? –Pregunta
con una entonación de sugerencia y en el primer momento me quedo un tanto
absorto, repitiendo la pregunta en mi mente al haber sonado tan abstracta. Le
devuelvo una mirada y comienzo a reír desesperado por la sola impresión que ha
parecido al sonar casi creíble, pero cuando veo que su rostro se decepciona y
baja la mirada con una mueca entristecida, me doy cuenta de que su propuesta va
completamente en serio, y eso me asusta. Me quedo paralizado y vuelvo mi rostro
serio esperando que en algún momento me diga que es una estúpida broma y que
solo ha venido a reírse de mí. Pero no lo hace.
—¿Va completamente en serio? –Le pregunto casi
asustado a lo que él asiente sin mirarme—.
¿Por qué? ¿A estas alturas? –Mi nerviosismo se torna poco a poco enfado—.
¿Después de todo ahora vas a querer que vuelva? ¿Toda esta discusión para esto?
¿Y solo vuelvo yo o también a todos los que tiraste conmigo al infierno?
—Solo tú. –Me dice mirándome con una media
sonrisa.
—¿Por qué? –A mi respuesta se encoge de
hombros.
—Porque he pensado que tal vez quisieras regresar.
—¿Por qué has pensado eso? ¿Qué te ha llevado a
tal estúpida conclusión?
—¿No quieres? –Pregunta, un poco nervioso.
—Claro que no. –Le señalo con un dedo acusador—.
Tú me echaste de allí como si fuera un perro traidor y ¿crees que voy a volver por
las buenas? Estás muy equivocado.
—¿No quieres volver a ver a tus hermanos?
—No quiero volver a ver a nadie y no creo que
los que se quedaron allí arriba quieran volver a verme entre ellos. Y otra
cosa, ¿No se te olvida algo? ¡Ya no soy un ángel! No me trates como tal
pensando que si vuelvo todo va a volver a ser como antes.
—Lo sé. –Dice bajando la mirada.
—¿Cómo se te ocurre? –Le pregunto, ofendido,
tal vez levantando un poco el tono—. ¿Crees que puedes venir aquí, sonreírme
con esa cara de estúpido y decirme como si nada que vuelva al cielo? ¿Estás mal
de la cabeza?
—Solo pensé que tal vez… me echabas de menos.
—¿Y qué pretendes que haga allí arriba? ¿A qué
el interés de que vuelva? Solo quieres que deje en paz a tu estúpida creación
humana.
—No es eso… —Suspira negando con el rostro.
—¿Entonces? Yo ya no tengo un sitio allí
arriba. Escoge a otro para que será tu favorito y déjame en paz. –Digo
sentenciando la conversación y recojo el libro sobre la mesa y mi móvil. Me
acerco por su lado, me termino el café que le quedaba a él en la taza y le paso
la bandeja con la cuenta para que pague él. Yo salgo por la puerta sintiéndome
del todo impotente y nervioso. Mis manos tiemblan aunque intento que no lo
hagan aferrándome al libro con fuerza. Me repito en mi mente que todo está bien
y que esto lo olvidaré pronto pero no consigo deshacerme de la sensación de su
mirada sobre mi rostro, de esa expresión derrotada. Aunque sacuda el rostro
esto me acompañará durante varias décadas de años hasta que consiga saciar mi
hambre de lujuria y codicia entre esta raza inmunda que en cada uno de sus
rostros puedo ver sus manos moldeando el barro con el que los creó. No son más
que tierra que me robaron mi posición a su lado. Me lo robaron y ahora solo
intento huir de su presencia.
———.———
*El Ángel Caído (R. Bellver, 1877), en Madrid (España).
Ricardo Bellver y Ramón (Madrid, 23 de febrero de 1845—ibídem, 20 de diciembre
de 1924) fue un escultor español.
*Guillaume Geefs. Escultor. Fecha de nacimiento: 10 de septiembre de 1805, Amberes, Bélgica. Fallecimiento: 19 de enero de 1883, Región de Bruselas—Capital, Bélgica. Educación: Royal Academy of Fine Arts. Aunque conocido principalmente por sus obras monumentales y retratos públicos de estadistas y figuras nacionalistas, también exploró temas mitológicos, a menudo con un tema erótico.
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