DE VUELTA AL CIELO (YoonMin) - Capítulo 1

 CAPÍTULO 1


YoonGi POV:

 

Una canción de Black Veil Brides* suena desde mis auriculares colándose a través de mis oídos, haciendo vibrar todo mi cuerpo. El sonido del bajo cautivándome alrededor, mis dedos tamborileando sobre la mesa de madera con olor a canela que sorprendentemente no me desagrada. El tacto es suave y la madera está bien pulida, bien barnizada. Es la espera lo que me mata y es irónico, dado que tengo todo el tiempo del mundo para esperar por el café que he pedido. Alrededor no oigo más que la música en mis auriculares, pero el resto de mis sentidos no se ven oprimidos. Con mis ojos puedo ver a las personas ir de un lado a otro dentro de esta cafetería, con la primaveral luz entrando por la ventana y el calor comenzando a invadirnos lentamente. Una nueva estación, una más a la lista del tiempo que pasa tan lentamente como una tortura bien planificada. Alrededor huele a canela, a café y sobre todo a un dulce olor a chocolate y vainilla por alguna parte. Lo detecto a mi espalda donde hay una madre con dos niños, cada uno con un batido de los sabores que acabo de mencionar. Suspiro largamente y miro el asiento vacío delante de mí con una mueca de nostalgia al no reconocerme en esta melancolía de  una tarde primaveral en donde solo puedo pensar en una cosa. El dolor de un recuerdo que me crea una angustia de la que se alimenta mi alma. Ese es mi combustible, el odio más primitivo.

Afuera sopla una suave brisa que entra cada vez que alguien entra o sale del local. Se cuela a ras de suelo y llega a mis pies haciéndome sentir algo fuera de un constante tedio. Bajo mis manos sobre la mesa, un libro. Uno cualquiera, ni siquiera lo he mirado antes de salir de la tienda y ni una página he leído aún. Espero por mi café que me reconforte en esta amarga agonía del paso del tiempo con una dulce esencia caramelizada. Mi asiento se mueve sin que yo haya ejercido fuerza sobre él y puedo ver como uno de los niños sentados en la mesa de detrás acaba de empujar mi silla al bajarse él de la suya. Le veo correr lejos en dirección al baño correteando con esa expresión asquerosa de la inocencia y bondad de un alma sin marchitar. Me giro un poco más para ver a la madre que, sabiendo que me ha molestado su hijo, no hace nada para disculparse y me ignora con un rostro alienado con la soberbia humana. Me muerdo el labio inferior regresando de cara a mi mesa y suspiro largamente asqueado con esta repugnante raza y con la creación alrededor.

La camarera aparece por mi derecha para servirme el café y lo hace con este de la mano y una sonrisa que se desvanece con mi mirada fría e inmisericorde. Me dice algo parecido a “Aquí tiene su café…” pero al estar con la música a todo volumen me limito a volver la mirada a mi mesa, al lugar exacto al que debe colocar el plato con el café. Ella lo hace con manos temblorosas, casi como si pudiera ver mi alma a través de mis ojos y regresa a la barra mirándome de reojo esperando porque no la siga mirando de esta forma que es la única forma en la que sé mirar ya. Otra repugnante humana merodeando por esta tierra pagana con esa chulería impropia de alguien que ha sido un juguete, un mero entretenimiento. Desviando la mirada al café me descubro con el dulce olor del azúcar y el caramelo sobre la nata de este, me lo acerco suavemente y rodeo la taza con mis manos sintiendo el calor poco a poco propagarse por este cuerpo humano. Con camisa negra y pantalones de igual color, con el pelo oscuro y facciones serias es lo más parecido que he encontrado al reflejo de mi alma en esta tierra desierta de criterio. Aún recuerdo mis alas. Aun recuerdo la sensación de la dulce luz de en el reflejo de mi mirada.

Como un intenso choque inexplicable de adrenalina, algo recorre impulsivamente y repentinamente mis venas. Viaja por mis arterias hasta corroerme de forma confusa y compleja. La música ha pasado a ser un segundo plano dentro del dolor en mi cuerpo, de una sensación que comienza a consumirme antes de que yo pueda hacer nada. Reconozco la sensación, a pesar de todo, pero no quiero reconocerme en ella. No ahora, no en este instante de debilidad. No en este lugar. Como una sombra pasa por mi lado un cuerpo humano con una humeante taza de café con leche que se desplaza sobre dos pequeñas manos que lo sostienen con un cuidado extravagante. Con una delicadeza de unas manos blanquecinas, tiernas, lechosas y acarameladas. El blanco de su jersey me sorprende y me hace dar un respingo al sentirlo tan cerca de mí al pasar por mi lado. Este cuerpo se desplaza hasta quedar al lado del asiento vacío frente a mí y distingo entre su cuerpo una iniciativa por sentarse. Primero deja la taza sobre la mesa, a menos de medio metro de distancia de la mía, y después apoya sus pequeñas manos sobre la madera de forma que le ayuden a sentarse. Lo hace con cuidado, casi como si flotara en el aire y solo entonces, cuando se ha instalado en el asiento frente a mí, alzo la mirada a su rostro.

Un rostro aniñado, un dulce rostro de piel lechosa y labios rosados. Hinchas mejillas que en una avergonzada sonrisa hacen esconder sus ojos. En la leve oscuridad de estos en donde me siento reconocido y él me devuelve ese reconocimiento en forma de confirmación de mis sospechas. Su cabello rubio moviéndose con cada leve gesto de su rostro, sus dientes blancos sonriéndome con nostalgia, sus manos rescatando la taza de café y bebiendo de ella en forma de hacer algo que no sea limitarse a quedarse ahí plantado sin más. Yo sigo inspeccionando cada parte de su anatomía incomprensible. Es una compleja sensación, la de reconocerle pero a la par, evitar que mis sentidos me engañen. Huele a colonia de fresas, a un dulce aroma a naturaleza que me da un vuelco al estómago. Su rostro parece casi un reflejo de un rayo de sol al penetrar en un agua cristalina en medio de una frondosa fauna y flora. Es la viva imagen de la belleza y sin embargo no le reconozco en sus facciones, sí en la forma en que sus ojos me devuelven una mirada acusadora. Aun recuerdo su condena, aun recuerdo su desprecio.

Y de vuelta frente a mí me hace recordar muchas más cosas, una entre ellas, es quién soy yo, y eso duele. Por un acto reflejo de sus labios a punto de hablarme me quito los cascos y apago la música. Oír el ambiente me hace sentir claustrofóbico y agobiado. Su voz es sin embargo algo tranquilizador y ajeno a todo lo que hay alrededor.

—Hola. –Me dice en una lengua que no es la nuestra, con unas facciones que no le hacen justicia, con una mueca de añoranza que pretende enternecerme pero yo me he vuelto frío como el hielo y duro como el mármol. Soy una fría estatua de mármol, sin espacio para la cálida sangre recorriendo mis venas.

—¿Hola? –Pregunto mientras le veo mirarme de esa forma al no reconocerme en mi voz pero sí en el tono de mis palabras y en el movimiento de mis gestos. Al fin y al cabo, yo también formo parte de su creación. ¿Cómo no me reconocería?—. ¿Eso es lo primero que me dices, después de tantos años? –Le pregunto con voz socarrona y una mueca de superioridad y soberbia. Él no cambia su expresión dulce y comprensiva.

—No han sido tantos. –Dice con una mueca sonriente pero yo le devuelvo una mirada fría y distante que le hace descender sus comisuras, reconociendo en su mentira—. ¿Cómo estás?

—Eso tampoco es muy acertado. –Le recrimino de nuevo, dado que es el culpable de cualquier situación en la que me encuentre, es conocedor de ella y no solo eso, es capaz de cambiarla a su gusto pero no lo hace. Se limita a preguntar cómo estoy y eso le torna de un cinismo que tan solo yo puedo ver. Al parecer, ni él se percata de ello, lo que me hace arrugar la nariz—. ¿Qué haces aquí?

—¿No puede un chico corriente tomarse un café? –Pregunta señalando la taza de café entre sus manos y se la lleva a los labios con un gesto tranquilo, mirándome por encima del borde de la taza la cual me resulta algo intimidatorio, pero no lo suficiente como para retirarle yo mi mirada. Se la mantengo con una expresión seria y aburrida.

—Ni eres un chico normal ni has venido por el café.

—Parece que me conoces bien… —Se lamenta.

—Ni sabes mentir, ni esto es un encuentro casual. ¿Verdad? –Asiente con un dulce y rosado puchero formado por sus labios y le miro directamente a ellos. Esa expresión se la he visto cientos de veces pero jamás le había recordado tan infantil, tan aniñado. De veras que cuando creía que nunca le olvidaría, ahora me doy cuenta de las pequeñas cosas que he ido olvidando de él. Sus gestos, sus acciones, pero nunca esa forma de mirarme, tan paternofilial.

—Me temo que me has pillado. –Dice, con una sonrisa avergonzada y tras ella, un suspiro. Yo chasqueo la lengua y me vuelvo a poner los cascos de música ante su mirada perpleja y tras probar un sorbo de mi café, abro el libro por la primera página que encuentro. Ni me inmuto solo por hacerle rabiar pero él extiende una de sus manos a uno de mis auriculares y me deja de nuevo expuesto a los sonidos del ambiente. Cuando le devuelvo la mirada le encuentro con una expresión enfadada y ofendida por mi mala educación.

—Después de tanto tiempo, ¿ni siquiera me vas a prestar atención?

—¿Por qué he de hacerlo?

—Porque he venido a hablar.

—No quiero hablar contigo. –Sentencio y vuelvo a dirigir el auricular a mi oreja pero con un gesto de su mano me detienen en el aire. Yo le miro enfadado, con la impotencia apoderándose de mi cuerpo y con mi mano agarrada por su pequeña mano lechosa. Su agarre es más fuerte de lo que pareciera a simple vista y eso me hace detener mi chulería, quitándome definitivamente la música. Dejo el móvil sobre la mesa junto con los cascos y cierro el libro tirándolo al lado de mi taza de café—. ¿A qué diablos has venido? –Le reclamo.

—A hablar. –Sentencia y yo ruedo los ojos.

—¿Por qué?

—¿Y por qué no? ¿No puedo hacerlo?

—No deberías. –Le advierto—. Pensé que tras dejarme aquí tirado ya no querías volver a saber de mí. –Le recuerdo y suspira apartándome la mirada.

—Solo quería verte de nuevo. –Murmura por lo bajo mirándose las manos sobre la mesa alrededor de la taza de café y yo le retiro la mirada, sonriendo sarcástico sin creerme sus palabras.

—No me digas que no me has estado vigilando… —Le inquiero y él sigue sin mirarme—. ¿Crees que no puedo sentir como me observas? ¿Cómo me espías? Sé que mandas a tus querubines a importunarme. –Le espeto con voz asqueada y él me devuelve una mirada algo avergonzada mientras suspira por lo bajo. Con sus dedos comienza a tamborilear su taza en sus manos. En ese silencio en que nos dejan la ausencia de palabras puedo ver que incluso en su rostro las sombras que se proyectan sobre él son suaves y poco pronunciadas, mientras que en mí deben parecer algo más contrastadas. Con una mueca bebo un poco del café delante de mí y él vuelve a hablar.

—Lucifer, yo…

—No. –Le corto, al oír mi antiguo nombre de sus labios con esa expresión tan cordial—. No me llames así. Ya no soy el “Portador de la luz”. –Le espeto a lo que él asiente, consciente de ello y siendo presa de su propio error.

—Satanás… —Se corrige pero yo niego de nuevo con el rostro. De sus labios es incluso peor que antes. Me recuerda a la sentencia de sus labios con esa mirada de asco que aún sigue dando pesadillas.

—No lo digas. –Le riño y él me devuelve una mirada confusa y extrañada—. Dime simplemente Yoongi. –Le digo a lo que él parece ser la primera vez en que cae que no tengo el rostro que recordaba, pero eso no ha parecido preocuparle hasta ahora. Me recorre con la mirada de arriba abajo y se da cuenta de que, al igual que yo con él, no nos vemos reconocibles en nuestros rostros y sin embargo, aquí estamos. Perdurando a nuestra propia creación.

—¿Yoongi? –Pregunta, como saboreando el nombre y cavilando la posibilidad. Asiente, convencido—. Me gusta. –Sentencia con una sonrisa. Una enorme sonrisa que me conmueve y me asquea al mismo tiempo, ambos dos, por ser culpable de ella—. En ese caso, llámame Jimin.

—Jimin. –Repito el mismo proceso que él. Lo digo en alto y proceso como suena con mi propia voz—. No me gusta. –Reconozco y vuelve a reír de esa forma igual que antes. Yo entrecierro los ojos porque su brillante sonrisa me hace sentir impotente.

—¿Cómo has estado? –Me pregunta y le miro con los ojos entrecerrados. Cuando me planteo la seria situación de contestarle, no se me ocurre qué decirle. No he estado bien, pero no he estado peor de lo que debería. Le soy sincero.

—No sé que responderte a eso. –Le digo y tamborileo con mis dedos sobre la tapa dura del libro y él lo mira, pensativo pero sin estar con la mirada fija en él, más bien parece absorto.

—Yo he estado bien. –Dice como si realmente me importase y ruedo los ojos con una expresión cansada.

—No te he preguntado. –Le digo y él se encoge de hombros sin mirarme.

—Te he echado de menos. –Reconoce de repente haciéndome mirarle con ojos entrecerrados.

—Tampoco te he preguntado eso.

—Solo quería decirlo. –Reconoce llevándose el café a los labios.

—Pues me haces sentir ofendido. –Le digo y él me mira desazonado.

—No pretendía hacerte sentir así. Solo es la verdad.

—La verdad. –Digo yo, frunciendo el ceño—. La verdad es que estamos así por tu culpa. –Le espeto haciéndole sentir tremendamente confuso y dolido.

—No seas cínico. Lo echaste todo a perder con tu maldito orgullo y vanidad. –Me dice con una mirada intensa y ojos oscuros. Yo le correspondo con la misma expresión.

—Me echaste de tu lado. –Le digo, con palabras gruesas.

—Tú quisiste marcharte. Me traicionaste, YoonGi.

—No lo hice. Cumplí tu mandato. Me asignaste la tierra para ser su protector y así fue.

—Te regodeaste en tu autoridad para echarla a perder. Se te fue de las manos.

—Oh, no creas que hice algo que no quisiese hacer. Todo estaba bien pensado. –Le digo con una sonrisa malvada—. Y estos humanos son tan débiles… —Miro alrededor.

—Menos mal que mandé al Arcángel Miguel a detenerte, no quiero imaginarte qué habrías hecho con mi creación si te llego a dejar seguir con tu trabajo.

—¡Yo soy tu creación! –Digo exaltado, golpeándome el pecho haciendo que algunas personas se giren a nosotros, pero Jimin disimula bien y yo bajo la mirada, abochornado por mi propia ira recorriéndome a través de cada célula de mi cuerpo. Cuando retomo el control sigo con mis palabras—. Yo también fui tu creación, también te pertenecía, y me echaste a patadas de mi lado.

—Solo acaté las normas, algo que tú debiste hacer.

—Tus propias normas, bastado hipócrita. –Le digo apretando la mandíbula pero él no cae presa de mi pérdida de control—. Joder, maldita sea. –Me quejo impotente y me saco un paquete de cigarrillos y me llevo uno de ellos a la boca sintiendo ya el amargo sabor de este en los labios. Lo enciendo con la llama de un pequeño mechero de plástico que rescato de mi bolsillo en los pantalones y le doy una larga calada sintiéndome mejor con el espesor del humo alrededor y el calor entrando por mis pulmones. Su sabor, la forma en que conforma ahora parte de mí y de mis labios. A la segunda calada viene una camarera preocupada por el humo en el interior del local y por uno de los niños en la mesa trasera tosiendo. La madre comienza a ponerse nerviosa y la camarera me pide amablemente que apague el cigarrillo. Mi única respuesta es echarle el humo de mi segunda calada en el rostro a lo que ella retrocede un par de pasos asustada y tosiendo. Jimin rápido lleva su mano a mi cigarrillo y me lo quita, dejándome con una mueca ofendida, y lo tira dentro de mi café haciendo que ambas cosas se hacen a perder. Yo me quedo mirándole con una mueca de enfado y este mira a la camarera con una sonrisa terriblemente apacible y sonrojada.

—Disculpe, señorita. De veras, perdone por las molestias. No volverá a pasar. –Ella, presa de su encanto y concordia, se aleja con una sonrisa que la deja en un estado medio drogada. Ojalá yo tuviera esa facilidad para convencer a la gente, esa imperiosa necesidad de acatar unas órdenes que no sabes de donde vienen pero mueres por ellas—. ¿Podrías al menos comportarte? –Me recrimina, con voz poderosa y yo le devuelvo una mirada desafiante.

—Ya no me das órdenes. No soy uno de tus malditos lacayos.

—Sé que ya no me perteneces. –Dice con voz dolida—. Pero podrías al menos escucharme.

—No quiero hacerlo. No quiero saber nada de ti, nunca más. Me traicionaste.

—¿Yo a ti? Fuiste tú quien me desobedeció.

—¿Es que no lo entiendes? Sigues igual de ciego que siempre.

—¿De qué hablas?

—Yo era tu maldita primera creación. –Le digo señalándome el pecho—. Yo fui el mejor. –Digo y él no me deja terminar.

—Lo sé. –Me responde con una intensa mirada—. Eras el más listo, inteligente, hermoso Ángel que jamás habría creado.

—Fui tu favorito. –Digo y él asiente triste, mirando su taza de café.

—No he querido a nadie como te quise a ti. –Dice pero yo niego con el rostro.

—Eso es mentira. –Él me devuelve una mirada confusa—. Tuviste que crearles a ellos, ¿verdad? –Miro de reojo a la gente alrededor—. A mí me diste a cuidar un páramo desierto y tú te quedaste con esos dos malditos humanos en aquél jardín. Me olvidaste.

—No te olvidaría por nada del mundo. Espera… ¿Qué intentas decirme?

—Intento decirte que me diste de lado y ellos pasaron a ser el centro de tu atención.

—¿Sentiste celos? Eso no es normal en un Ángel.

—Lo era, para mí. Yo fui tu favorito y me vi desplazado por dos ratas inmundas que solo hacían que copular, comer y engordar como cebos para peces más grandes. Eran pequeños animalillos enjaulados pero robaban cada gramo de tu atención.

—No sabía que te sentías así.

—Nunca me perdonaré haberme sentido de esa forma por dos sacos de carne con huesos. Yo tenía dos alas preciosas, era el Ángel más inteligente, el más hermoso. Y me sentí intimidado por aquellas dos ratas de laboratorio.

—¿Por eso los engañaste?

—Tenía que hacerlo. Me comprometí a enseñarte que eran dos débiles animales idiotas. Ella era la más frágil de los dos y con solo presentarme allí y decirles que con morder de aquella manzana se convertirían en dioses, ella no dudó un solo instante. Eran débiles, codiciosos, vanidosos. A pesar de que tú creyeses que no lo eran. –Jimin me mira con ojos tristes y yo le retiro la mirada—. Al parecer siempre tus primeros resultados salen mal.

—No digas eso. –Me dice—. No me arrepiento de haberte creado.

—¿Y porque me echaste de tu lado?

—Tuve que hacerlo. Eran las… —Está a punto de repetir su argumento pero se detiene a tiempo con una mueca confusa.

—¿Sabes qué? Ya da igual. Me encuentro muy a gusto vagando por la Tierra a mi antojo, pervirtiendo las mentes de los hombres inocentes y promulgando la mía donde quiera que haya un solo rayo de luz.

—¿Estás bien?

—Sí. Incluso mucha gente me venera. Tienen estatuas de mí y todo. El Ángel Caído de R. Bellver*, en Madrid, o el Genio del mal de Guillaume Geefs*.

—Lo sé, las he visto.

—¿Crees que me parezco? –Pregunto divertido mientras expreso un rostro pensativo a lo que él niega con el rostro.

—Eres mucho más hermoso que eso. –Dice sin mirarme y sonríe tímido mientras yo le retiro la mirada, sintiendo como mis malditas mejillas humanas se calientan. Él se aclara la voz y habla de nuevo—. Yo les doy la vida y ellos adoran a quien les da caramelos…

—Así son los humanos, siempre caprichosos e insatisfechos.

—Los has vuelto así. –Me dice con una sonrisa pícara pero yo niego.

—Vienen así de fábrica, me temo. Igual que yo. –Él niega ahora.

—Tú eras perfecto. –Me dice y rápido sus ojos son conscientes de que acaba de alagarme con ternura y me mira avergonzado desviando la mirada. Yo no dejo que lo haga y le llamo la atención.

—¿Lo era? ¿Ya no lo soy? –Pregunto y él se encoge de hombros.

—Ahora eres malvado.

—¿Ya no tengo mis alas? Me las arrancaste. Ya no tengo luz, tú me quitaste todo rastro de bondad con tus actos.

—Debías caer.

—¿Así es como lo llamas? ¿Caer? Me tiraste. –Jimin suspira y se queda largo tiempo pensativo. Rodea con sus manos la taza de café y bebe de ella. Se mira las manos, la mesa, la taza, y de nuevo, su mirada acaba en mí y me recorre el rostro con esos profundos ojos oscuros que me hacen querer retirarla también pero me muestro valiente para aguantar lo suficiente como para no parecer intimidado. Alzo las cejas con una interrogación en mi rostro y él niega con el suyo—. ¿Así que esto es para lo que has venido hasta aquí? ¿Para verme? –Él niega con el rostro pero no dice nada y se mantiene en silencio un poco más, pensativo. No me gusta esa expresión en su rostro. Esa mueca preocupada, acongojada. Me hace recordar muchas cosas, muchos momentos. Me hace pensar que algo le sucede y me siento culpable de ello. La culpabilidad es uno de los sentimientos que tanto tenía olvidados. Verme en él, reconocerlo en su mirada me hace querer arrancarme el trozo de hielo que tengo como corazón y dejarlo sobre la mesa frente a él.

—No solo por eso. –Dice al fin mirándome serio—. He venido a proponerte algo.

—¿Qué has venido a proponerme? Esto suena muy raro. –Digo y él se encoge levemente de hombros cogiendo aire. O tal vez valor.

—¿Qué te parecería volver al cielo? –Pregunta con una entonación de sugerencia y en el primer momento me quedo un tanto absorto, repitiendo la pregunta en mi mente al haber sonado tan abstracta. Le devuelvo una mirada y comienzo a reír desesperado por la sola impresión que ha parecido al sonar casi creíble, pero cuando veo que su rostro se decepciona y baja la mirada con una mueca entristecida, me doy cuenta de que su propuesta va completamente en serio, y eso me asusta. Me quedo paralizado y vuelvo mi rostro serio esperando que en algún momento me diga que es una estúpida broma y que solo ha venido a reírse de mí. Pero no lo hace.

—¿Va completamente en serio? –Le pregunto casi asustado a lo que él asiente sin mirarme—.  ¿Por qué? ¿A estas alturas? –Mi nerviosismo se torna poco a poco enfado—. ¿Después de todo ahora vas a querer que vuelva? ¿Toda esta discusión para esto? ¿Y solo vuelvo yo o también a todos los que tiraste conmigo al infierno?

—Solo tú. –Me dice mirándome con una media sonrisa.

—¿Por qué? –A mi respuesta se encoge de hombros.

—Porque he pensado que tal vez quisieras regresar.

—¿Por qué has pensado eso? ¿Qué te ha llevado a tal estúpida conclusión?

—¿No quieres? –Pregunta, un poco nervioso.

—Claro que no. –Le señalo con un dedo acusador—. Tú me echaste de allí como si fuera un perro traidor y ¿crees que voy a volver por las buenas? Estás muy equivocado.

—¿No quieres volver a ver a tus hermanos?

—No quiero volver a ver a nadie y no creo que los que se quedaron allí arriba quieran volver a verme entre ellos. Y otra cosa, ¿No se te olvida algo? ¡Ya no soy un ángel! No me trates como tal pensando que si vuelvo todo va a volver a ser como antes.

—Lo sé. –Dice bajando la mirada.

—¿Cómo se te ocurre? –Le pregunto, ofendido, tal vez levantando un poco el tono—. ¿Crees que puedes venir aquí, sonreírme con esa cara de estúpido y decirme como si nada que vuelva al cielo? ¿Estás mal de la cabeza?

—Solo pensé que tal vez… me echabas de menos.

—¿Y qué pretendes que haga allí arriba? ¿A qué el interés de que vuelva? Solo quieres que deje en paz a tu estúpida creación humana.

—No es eso… —Suspira negando con el rostro.

—¿Entonces? Yo ya no tengo un sitio allí arriba. Escoge a otro para que será tu favorito y déjame en paz. –Digo sentenciando la conversación y recojo el libro sobre la mesa y mi móvil. Me acerco por su lado, me termino el café que le quedaba a él en la taza y le paso la bandeja con la cuenta para que pague él. Yo salgo por la puerta sintiéndome del todo impotente y nervioso. Mis manos tiemblan aunque intento que no lo hagan aferrándome al libro con fuerza. Me repito en mi mente que todo está bien y que esto lo olvidaré pronto pero no consigo deshacerme de la sensación de su mirada sobre mi rostro, de esa expresión derrotada. Aunque sacuda el rostro esto me acompañará durante varias décadas de años hasta que consiga saciar mi hambre de lujuria y codicia entre esta raza inmunda que en cada uno de sus rostros puedo ver sus manos moldeando el barro con el que los creó. No son más que tierra que me robaron mi posición a su lado. Me lo robaron y ahora solo intento huir de su presencia.

 

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*El Ángel Caído (R. Bellver, 1877), en Madrid (España). Ricardo Bellver y Ramón (Madrid, 23 de febrero de 1845—ibídem, 20 de diciembre de 1924) fue un escultor español.

*Guillaume Geefs. Escultor. Fecha de nacimiento: 10 de septiembre de 1805, Amberes, Bélgica. Fallecimiento: 19 de enero de 1883, Región de Bruselas—Capital, Bélgica. Educación: Royal Academy of Fine Arts. Aunque conocido principalmente por sus obras monumentales y retratos públicos de estadistas y figuras nacionalistas, también exploró temas mitológicos, a menudo con un tema erótico. 

 

 

 

 

                                      Capítulo 2                                              

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