BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 9

 CAPÍTULO 9


YoonGi POV:

 

Sábado. Un nuevo día se me presenta y me incorporo antes de que el despertador suene. Lo apago ya de antemano y me levanto con el ceño fruncido mientras froto mis ojos cansado. No he dormido bien por culpa de unos ruidos en la cocina. Me he supuesto que era alguien de la casa y teniendo en cuenta que para salir debía ponerme de nuevo la indumentaria de mujer, he preferido hacer como si nada y fingir dormir, pero no he podido. No al menos tan a gusto como pretendía. Mientras me miro en el espejo me coloco la peluca, la peino con mis dedos y me cambio de ropa interior colocándome las prendas rosas con encaje y bordados. Cada día me avergüenzo más de mi reflejo en el espejo pero no tengo alternativa y subordinado a mi condición rebusco el uniforme que debería estar colgado tras la puerta pero no está. Un subidón de adrenalina me parte en dos y rápido me envuelvo en una toalla mientras salgo a la cocina desierta encontrándomelo en una percha donde lo vi por primera vez.

No debería estar ahí y no es eso lo único que llama mi atención, sino que la falda se ha reducido considerablemente. Rápido muerdo mis labios mientras rescato el traje y me lo llevo a mi cuarto para inspeccionarlo en la más absoluta soledad. El bajo de la falda sigue siendo el mismo, al contrario de lo que había pensado que tal vez lo hubieran recortado. Lo que han hecho ha sido cortar la cintura y subirla. El mandil de tela blanco disimula el mal y rápido pespunte que han dado pero es sin duda un trabajo laborioso, que no profesional. Comparándolo a la altura de mis hombros me acerco al espejo y me veo con los muslos al aire. Ya no cae sobre mis rodillas sino que enseño medio muslo por encima de estas. Rebusco algún que otro cambio pero este es el más notable y a sabiendas de que no tengo otra alternativa, lo tiro sobre la cama enfadado. Alguien ha entrado en mi cuarto mientras dormía. Alguien ha mutilado mi traje y ya sin arreglo me veo en la obligación de colocármelo.

Una vez dentro de él me noto extraño, incómodo y demasiado provocador. Puedo ver mis pálidas piernas a través de la tela y si me inclino, puedo sentir como el aire atraviesa mis muslos hasta colarse en mi trasero. Trago fuerte y me cubro con mis manos mientras mis piernas tiemblan. Suspiro apesadumbrado y salgo del cuarto para comenzar a desayunar en un día de mierda. Estoy seguro de que ha sido Jimin. Hijo de puta.

Cuando termino mi desayuno me dispongo a preparar el de los señores pero cuando estos llegan al salón y se sientan, la señora Park me detiene antes de regresar a la cocina.

—A mi hijo le gusta que los sábados le lleven el desayuno a la cama. –La miro confusa—. Mañana no lo hagas, hoy saldrá hasta tarde y se levantará con dolor de cabeza. –Asiento mientras regreso pero me detengo confuso.

—Normalmente desayuna una pieza de fruta, por lo que veo… ¿Debería llevarle algo de eso?

—Llévale un poco de todo. Que coma lo que quiera… —La señora le resta importancia y yo me conduzco ahora sí a la cocina para preparar una bandeja de comida. Preparo lo mismo que para sus padres pero en menores cantidades. Un par de piezas de fruta, unas tostadas. Mermelada, mantequilla, un café y un zumo. Tengo que contenerme para no escupir en todos y cada uno de los alimentos mientras pienso en una venganza mucho mayor por mi vestido pero cuando salgo al salón para dirigirme con la bandeja a la habitación de Jimin, alguien llama mi atención—. ¿Le ocurre algo a tu vestido? –Me pregunta la señora Park mientras me mira desde mi espalda de arriba abajo.

—Creo que ha encogido. –Le digo triste—. Lo lavé anoche y esta mañana lo he encontrado así. –Ella se encoge de hombros y me ignora, tan solo levemente preocupada. Suspiro cansado mientras me retiro y asciendo las escaleras con la bandeja que comienza a pesar en mis manos. Una vez en la puerta de Jimin me veo en la dificultad no solo de llamar sino de abrir la puerta por lo que dejo la bandeja en el suelo y llamo, pero nadie responde—. ¿Señorito? –Pregunto pero nada. Sin otra alternativa entro y me veo sumido en la más absoluta oscuridad que ilumino con la luz que entra desde fuera. Veo iluminar su rostro escondido entre las sábana y entro guiándome por la sombras que comienzo a distinguir. Camino hasta la mesilla al lado de su cama y en ella dejo la bandeja con un ruido sonoro, lo suficiente como para despertarle, pero solo consigo que se revuelva y ronronee cubriéndose con las sábanas de nuevo.

Me quedo parado de pie frente a él. Sus mejillas hinchadas son mucho más llamativas ahora, aplastadas contra el almohadón. Sus labios están hinchados, enrojecidos, húmedos por su saliva. Sus ojos, desaparecidos.

Me cago en tus muertos, hijo de puta. –Pienso mientras suspiro y camino hasta la ventana y pulsando un botón al lado de esta la levanto viendo como poco a poco la luz inunda la estancia haciéndole refunfuñar más alto. No contengo mi enfado.

—Vamos, señorito. Despierte ya. Su desayuno le espera.

Nada más oír mi voz da un respingo y me mira a través de las sábanas en donde estoy esperándole. Me mira enfadado pero con un suspiro de resignación se incorpora y se apoya en el blanco cabecero mientras paladea su boca con la lengua y se frota los ojos bostezando. Se ve tremendamente adorable, sin olvidar que ha sido él quien ha recortado mi falda. Con una mano en mi entrepierna disimuladamente camino hacia la salida y él me mira y me sigue con la mirada. Veo de refilón una sonrisa ladina porque ahora tiene la posibilidad de ver mis muslos y no se contiene mientras paso frente a él de reír animado.

Cuando estoy a punto de alcanzar el pomo de la puerta, un sonido metálico me hace dar un respingo y me giro viendo entre ambos en el suelo la cuchara del café caída. Él me mira inocente mientras se las arregla para poner la bandeja sobre sus piernas en la cama. Me mira perdido y avergonzado. Un teatro que le hace mejor actor de lo que me pensaba.

—Oh, que torpe soy. ¿Podrías cogerme la cuchara? –Hace un puchero y sé lo que pretende, pero no le voy a dar la satisfacción de darle la espalda por lo que de frente a él, me arrodillo con cuidado, sujetando con delicadeza mi falda y cojo la cuchara hasta acercarme a él y devolvérsela con una sonrisa altiva—. Te ves diferente. ¿Te has hecho algo en el pelo? –me pregunta mientras se restriega de nuevo los ojos.

—No, señorito. Disfrute de su desayuno. –Me giro para irme. ¿Realmente quiere jugar conmigo?—. Espero que no tenga un día muy intenso. No quiero tener que recoger su emoción de las paredes.

 

 

Las diez y media dan en el reloj cuando estoy con las manos en medio del fregadero lavando una de las sartenes que he usado para hacer las verduras de la cena. Los señores Park hace ya veinte minutos que se han ido ambos a una cena de empresa y Jimin se está arreglando, supongo, pues su madre me ha informado de que se iba también. El agua fría en verano es agradable aunque estar constantemente con las manos en funcionamiento hace que lo único que desee es tenerlas descansando. El jabón mancha mis muñecas y en mis brazos hay salpicaduras del agua. No es nada a lo que no esté acostumbrado pero aun así siempre es incómodo. La noche ya es casi presente. El sol está cayendo. Los colores rosados con la oscuridad propia de una noche de verano decoran el paisaje y recortados con los árboles del jardín se ve una escena demasiado irreal. Un paisaje de cuento de hadas.

Unos pasos descienden por la escalera mientras agudizo el oído. Es Jimin, yéndose. La puerta se cierra y algo dentro de mí puede respirar aliviado mientras sigo con mi tarea. Oigo el rugido de un coche. El funcionamiento de este por el pavimento de tierra en la entrada y de repente, un rugido y un chirrido ensordecedor que me hacen dar un respingo de vértigo. Cierro el grifo para oír mejor algo que pueda suceder a esos dos últimos sonidos pero como no suena nada más me limpio rápido las manos con el primer trapo que encuentro saliendo de la cocina mientras lo tiro a cualquier lado. Camino deprisa y después salgo corriendo hasta la entrada para salir y ver como mi moto está caída en el suelo, abollada y con el volante roto.

El coche culpable de ello está frente a él. Un deportivo negro que a los mandos tiene a Jimin con un rostro completamente deformado en el asombro más falso que he visto en nadie. Le veo salir de la puerta del conductor mientras se lleva las manos a su pecho con los labios abiertos en el asombro. Yo siento un repentino dolor en el pecho y bajo corriendo las escaleras hasta encontrarme de rodillas en el suelo al lado de mi moto. La intento incorporar pero me quedo con el manillar de la mano y desde cerca puedo ver como una rueda ha estallado y tiene arañazos por todas partes.

—¡Qué diablos has hecho! –Le grito mientras tiro el manillar de la vespa al suelo con fuerza. Con violencia. Con un enfado que está a punto de salir en forma de lágrimas.

—¿Qué diablos es eso que he atropellado? –Pregunta con sorna.

—¡Mi moto! ¡Idiota!

—¿Eso es una moto? –Niega con el rostro mientras chasquea con la lengua.

—Es mi moto.

—Ten cuidado con tu tono, no te olvides de que trabajas para mí. –Se acerca peligrosamente a mi lado y mira el siniestro con cara de desinterés. Patea la chapa de la vespa y eso me hace mirarle con ira—. Esto es chatarra. No vale la pena ni ponerlo en pie. –Se encoge de hombros y se gira para darme la espalda pero yo le agarro el brazo y él se suelta ofendido con mi contacto. Limpia la zona del traje donde le he tocado y rápido le miro más detenidamente. Lleva un de esos trajes tan caros que le he visto en el armario. Ahora la envidia se mezcla con el odio. Genial.

—Esto ha sido demasiado, Jimin. ¿Por qué lo has hecho? Es mi único método de trasporte. ¿Qué hago yo ahora para salir de aquí?

—¿Por qué ibas a tener que salir? –Pregunta confuso.

—Maldita sea, Jimin. –Mis ojos comienzan a picar—. Era de mi madre… esta vespa…

—¿Y qué? Dile a tu mamá que te compre otra… —Aprieto mis dientes.

—¡Está muerta! –Se encoge de hombros.

—Como la mía. Supéralo y sigue con tu vida. –Deja de mirarme y se mete en el coche y yo me giro enfadado para subir las escaleras pero como soy consciente de que su coche no arranca, me giro para verle mirarme bajo la falda desde la altura que le proporciono. Con mis manos sujeto mi falda en mi trasero que sin duda ha visto y me detengo en las escaleras con un naciente nudo en la garganta. Como no le proporciono más juego se marcha y me quedo ahí respirando con fuerza, sintiendo mi sangre bullir.

 

 

 

 


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